23 de agosto de 2018 – TO – JUEVES DE LA XX SEMANA
Invitemos al banquete a todos
Lectura de la profecía de
Ezequiel 36, 23-28
Así habla el Señor:
«Yo santificaré mi gran Nombre, profanado entre las
naciones, profanado por ustedes. Y las naciones sabrán que yo soy el Señor
-oráculo del Señor- cuando manifieste mi santidad a la vista de ellas, por
medio de ustedes.
Yo los tomaré de entre las naciones, los reuniré de
entre todos los países y los llevaré a su propio suelo. Los rociaré con agua
pura, y ustedes quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y
de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu
nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de
carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que
observen y practiquen mis leyes.
Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus
padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios.»
Palabra de Dios.
SALMO Sal 50, 12-13. 14-15.
18-19 (R.: Ez 36, 25)
R. Los rociaré con agua
pura, y ustedes quedarán purificados.
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,
y renueva la firmeza de mi espíritu.
No me arrojes lejos de tu presencia
ni retires de mí tu santo espíritu. R.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
que tu espíritu generoso me sostenga:
yo enseñaré tu camino a los impíos
y los pecadores volverán a ti. R.
Los sacrificios no te satisfacen;
si ofrezco un holocausto, no lo aceptas:
mi sacrificio es un espíritu contrito,
tú no desprecias el corazón contrito y humillado.
R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Mateo 22, 1-14
Jesús les habló otra vez en parábolas, diciendo:
«El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo.
Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se
negaron a ir.
De nuevo envió a otros servidores con el encargo de
decir a los invitados: “Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis
terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas.” Pero
ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a
su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los
mataron.
Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus
tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego
dijo a sus servidores: “El banquete nupcial está preparado, pero los invitados
no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los
que encuentren.”
Los servidores salieron a los caminos y reunieron a
todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de
convidados.
Cuando el rey entró para ver a los comensales,
encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. “Amigo, le dijo, ¿cómo
has entrado aquí sin el traje de fiesta?”. El otro permaneció en silencio.
Entonces el rey dijo a los guardias: “Atenlo de pies y manos, y arrójenlo
afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.”
Porque muchos son llamados, pero pocos son
elegidos.»
Palabra del Señor.
Para reflexionar
Estamos en los últimos capítulos de Ezequiel, donde
abundan palabras de esperanza y consuelo. Esta Palabra se pronuncia en
Babilonia, en medio de una civilización completamente entregada a los ídolos
del mundo, los judíos fueron invitados por el profeta a dar a conocer, “por su
vida”, la santidad de Dios.
En pleno corazón del paganismo, Dios va a mostrar
su santidad ante los pueblos: primero castigando a Israel para purificarlo de
sus males; y, luego, dándole un corazón nuevo y un espíritu nuevo, para empezar
una vida feliz en su tierra.
Un corazón y un espíritu nuevos para caminar según
los mandatos de Dios.
Se renueva la Alianza. Dios los recogerá de entre
las naciones, les infundirá su espíritu y los purificará de todas sus
inmundicias, arrancará el corazón de piedra y les dará un corazón de carne.
Los que Dios promete no son cambios superficiales,
sino profundos. La iniciativa divina es necesaria para la gran transformación
del hombre con la que El sueña. Es una obra total de Dios y de su Espíritu,
pero que necesita la colaboración del hombre.
***
En Jerusalén Jesús se enfrenta a la intransigencia
de los sacerdotes y los fariseos. Estos no aceptan las palabras proféticas del
Nazareno y se mantienen en su soberbia religiosa. Jesús siguiendo su particular
modo de enseñanza, propone una parábola. El Reino de los cielos es comparable a
un Rey que celebra el banquete de bodas de su Hijo. Como en la parábola
anterior ocupa un lugar importante la figura de un “hijo”. Habiendo ya avisado
previamente a los invitados, envía sirvientes a concretar la invitación. La
negativa de acudir es total por parte de aquellos, a tal extremo, que uno se
fue a su campo, otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los
ultrajaron y los mataron. Sin embargo, el rechazo fundamenta otra decisión: la
salida de los sirvientes “al extremo de las calles”.
Los invitados son pordioseros, prostitutas,
desempleados, enfermos. Así, los marginados se convierten en los invitados al
banquete del Reino, pero a este banquete no se puede entrar de cualquier
manera, es necesario llevar vestido de fiesta.
La intención es clara: el pueblo de Israel ha sido
el primer invitado, porque es el pueblo de la promesa y de la Alianza. Pero se
resiste a reconocer en Jesús al Mesías, no sabe aprovechar la hora de la
gracia. Y entonces Dios invita a otros al banquete que tiene preparado. Cuando
Mateo escribe el evangelio, Jerusalén ya ha sido destruida y van entrando
pueblos paganos en la Iglesia.
De esta forma, se afirma la invitación universal a
la salvación del mensaje de Jesús, que supera los límites de todo
particularismo. La invitación no tiene límites de nacionalidad, raza ni de
comportamiento ético como se muestra en que, entre los reunidos, se encuentran
“malos y buenos”.
De nuevo se trata de la gratuidad de Dios a la hora
de su invitación a la fiesta.
Pero no basta con entrar en la fiesta, hay que
llevar el “traje de boda”; se requiere una actitud coherente con la invitación,
para no ser echado a las tinieblas. La exclusión del hombre “sin traje de
fiesta”, sirve como advertencia a cada miembro comunitario, sobre la coherencia
de su actuación para permanecer en el banquete.
Dios sueña en una fiesta universal para la
humanidad. Jesús compara la fiesta, la boda y el banquete con la boda de Dios
con la humanidad; es la boda de Cristo con su Iglesia. Dios casa a su Hijo con
la humanidad, y el Padre es feliz de ese amor de su Hijo.
El sentido de la vida del hombre, alcanzar la
plenitud, está en su “relación” con Dios, en amar a un Dios que nos amó
primero. Y cada uno está invitado a responder a ese amor. Todos los amores
verdaderos de la tierra son imagen, preparación y signo de ese amor profundo y
gratuito a la vez, portador de una mayor plenitud.
Dios quiere salvar a todos los hombres, Dios nos
invita a todos. La Iglesia, comunidad con mezcla de toda clase de razas y de
condiciones sociales, pueblo de puros y de santos, pueblo de malos y de
pecadores, cizaña y buen trigo está llamada a ser instrumento de salvación para
todos.
Llevar el “traje”: para entrar en el Reino, en el
lenguaje de San Pablo es “revestirse de Cristo”. La salvación no es automática:
hay que ir correspondiendo al don de Dios.
No basta entrar en la Iglesia, o pertenecer a una
familia cristiana o a una comunidad religiosa. Se requiere una conversión y una
actitud de fe coherente con la invitación: Jesús pide a los suyos, no sólo
palabras, sino obras, y una «justicia» mayor que la de los fariseos.
El vestido de fiesta es el cambio de mentalidad, la
conversión necesaria para entrar en la dimensión novedosa y gozosa del Reino.
La nueva mentalidad que se apoya en la gratuidad del amor de Dios, y por lo
tanto en el amor sin límites a los hermanos. Es en lo que Jesús quiere formar a
sus discípulos. Sin este cambio, es imposible participar del Reino.
Para
discernir
¿Me siento invitado a la fiesta de Dios? ¿Acepto y
me dejo “revestir” cada día?
¿Qué cambio de mentalidad, qué incoherencias soy
invitado/a a convertir en este tiempo de mi vida?
¿Escucha mi corazón el llamado a ir al “extremo de
las calles” a buscar a otros?
Repitamos a
lo largo de este día
…Dichosos los invitados al banquete de bodas del
Cordero…
Para la
lectura espiritual
…”En nuestros días lleva una vida dura el ángel del
nuevo arranque. La atmósfera que se respira en nuestra época no es la del nuevo
arranque, como sucedía, por ejemplo, cuando en los años sesenta, gracias sobre
todo al Concilio Vaticano II, estaba difundida en la sociedad y en la Iglesia
la sensación de un nuevo comienzo. Hoy, la atmósfera dominante es más bien la
de la resignación, la de la autocompasión, la de la depresión, la del
lloriqueo. Estamos inclinados a lamentarnos porque todo es difícil y no hay nada
que hacer.
Por eso, precisamente hoy, tenemos necesidad del
ángel del nuevo arranque. Necesitamos que nos dé esperanza para nuestro tiempo.
Necesitamos que nos haga partir para nuevas orillas. Necesitamos, por último,
que nos haga capaces de incitarnos en el viaje, a fin de que puedan florecer
nuevas perspectivas asociativas, nuevas posibilidades de relación con la
creación y una nueva fantasía tanto en la política como en la economía.
Por estas razones es preciso abandonar ciertas
representaciones demasiado estructuradas e imágenes endurecidas. Hay que hacer
saltar los bloqueos interiores, hay que suprimir una cierta discreción, es
preciso abandonar las costumbres antiguas y las seguridades patrimoniales: todo
eso abre la posibilidad de encaminarse hacia nuevos modos de vida hacia nuevas
estaciones de la vida, más allá de nuestras dudas -porque no sabemos adónde nos
conducirá este camino-. Tenemos, pues, como los israelitas, necesidad de un
ángel que nos dé el coraje de ponernos en marcha, que levante su bastón sobre
el mar Rojo de nuestra angustia, a fin de que podamos avanzar confiados y
seguros a través de las olas de nuestra vida”…
Anselm Grün, Cincuenta ángeles para comenzar el año,
Sígueme, Salamanca 1999.
Para rezar
Señor, Creador y Padre de todo el género humano,
te rogamos humildemente por los hombres de toda clase y condición:
dales a conocer tus caminos y tu fuerza salvadora a todas las naciones.
dales a conocer tus caminos y tu fuerza salvadora a todas las naciones.
Muy especialmente te pedimos por tu Iglesia Universal:
que sea guiada y gobernada por tu buen Espíritu,
a fin de que todos los que profesan su fe en Cristo,
sean conducidos en el camino de la verdad
y mantengan la fe en la unidad del Espíritu,
en el vínculo de la paz y en una vida justa.
Finalmente, encomendamos a tu paternal bondad
a todos los que de diversas maneras,
a todos los que de diversas maneras,
se hallan afligidos o perturbados;
dales paciencia en sus sufrimientos
y esperanza para sus aflicciones.
Todo esto lo pedimos
por el amor de Jesucristo.
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