Los vínculos que nos unen en Jesús, María y José

LOS VÍNCULOS QUE NOS UNEN
EN JESÚS, MARÍA Y JOSÉ




ESPIRITUALIDAD DE LA FAMILIA SA-FA






CENTRO DE ESPIRITUALIDAD
NAZARENA Y TABORINIANA
2011

Depósito legal: VA/477-2011
Impreso en España
Imprenta Manolete, S.A.
Valladolid 2011


PRESENTACIÓN

El texto que ponemos en manos de los lectores se propone ofrecer
a los Hermanos de la Sagrada Familia y a todas las personas y grupos
que tienen como referencia de su vida cristiana a la Sagrada Familia de
Nazaret, compartiendo el carisma del venerable Hermano Gabriel
Taborin, una síntesis «de» y «para» su camino espiritual.
El Capítulo General del Instituto de 2007 propuso en una de sus
orientaciones: “Elaborar un manual de espiritualidad de nuestro Instituto”,
y el Superior General con su Consejo confió la tarea de escribir dicho
manual al Centro de Espiritualidad Nazarena y Taboriniana.
Para llevar a cabo esta misión, se ha procedido a estudiar y sintetizar
los principales textos de la tradición del Instituto, en particular los de
su Fundador; pero también a consultar a todos los que podían ofrecer
ideas y propuestas, sobre todo al grupo de colaboradores del Centro de
Espiritualidad de los diversos países.
A lo largo del camino de elaboración se ha procedido a un cambio
de perspectiva: de una “espiritualidad de nuestro Instituto”, como proponía
la orientación capitular, se ha pasado a una “espiritualidad de la familia
Sa-Fa”, como reza el subtítulo. Se trata de un cambio significativo,
pues el texto propone un camino espiritual para ser vivido no solo por los
Hermanos de la Sagrada Familia, sino también por los miembros de las
Fraternidades Nazarenas y por otros seglares que en grupo o individualmente
están vinculados de varias formas al venerable Hno. Gabriel
Taborin, a su carisma y al Instituto que fundó.
Durante el período de su elaboración este documento ha sido presentado
en varias ocasiones y a diversos grupos en retiros, jornadas de
reflexión y encuentros. Las reflexiones y propuestas sugeridas en esos
momentos, junto con otras presentadas en varias circunstancias, han
contribuido a enriquecer y mejorar el texto. A todos los que han aportado
su colaboración va un sincero agradecimiento.
Hno. Teodoro Berzal
Belley, abril 2011


1. LA ESPIRITUALIDAD DE LA FAMILIA SA-FA
La «Familia SA-FA» está integrada por todas las personas y
grupos que forman parte o están en relación con el Instituto de los
Hermanos de la Sagrada Familia y tienen al Hno. Gabriel Taborin
como punto común de referencia en cuanto Fundador del Instituto,
al que dio el nombre y patrocinio de la Sagrada Familia. En ésta
encuentran inspiración para su vida y sus actividades todos los
que comparten el carisma del Hno. Gabriel.
La espiritualidad es el cultivo de la vida espiritual. Se trata,
ante todo, de la experiencia de vida de una persona o de un grupo.
Por espiritualidad entendemos el principio unificador y dinamizador
de todas las dimensiones de la persona que le lleva a la plena
realización de sí misma, en comunión con los demás, y a la transformación
positiva de su entorno. Hay diversas maneras de entender
la espiritualidad según las diversas concepciones del hombre,
del mundo, de la transcendencia... Toda espiritualidad tiene una
base humana. La espiritualidad no es una fuga de la realidad sino
el deseo de integrarla plenamente.
La espiritualidad cristiana es la manera de vivir en la Iglesia,
bajo la acción del Espíritu Santo, una existencia que hace visible
en el hoy la vida de Jesucristo en su relación con el Padre, con los
hombres y con el mundo, en unas condiciones concretas de existencia.
Existen múltiples formas de vivir la existencia cristiana en función
de las características personales y sociales, históricas y culturales.
Entre la unidad de la vida cristiana en sus rasgos
esenciales y la ilimitada variedad de las maneras individuales de
encarnarla, se dan afinidades de grupos, de momentos históricos,
-5-
de estados de vida, etc. que permiten hablar de espiritualidad cristiana
en plural. Sin embargo, sólo recientemente se ha aplicado en
la Iglesia el término de espiritualidad para designar esa diversidad
de formas.
La diversificación de la espiritualidad cristiana tiene su origen
en el Evangelio, en la multiplicidad de los carismas del Espíritu
Santo y en la diversidad de estados de vida.
En efecto, el único Evangelio de Jesucristo se nos ha transmitido
ya en cuatro «evangelios» con características bien diferenciadas,
no sólo en su estilo de narrar los acontecimientos de la vida
de Jesús, sino en cuanto a las comunidades de origen y de destino
de los textos, los testimonios y visiones que ofrecen sobre el
contenido del mensaje cristiano, etc. Por otra parte el mismo
Evangelio ha sido vivido a lo largo de la historia por personas y grupos
de muy distintas formas, abriendo caminos muy variados para
encarnar su inagotable riqueza.
San Pablo, que afirma con fuerza la unidad de la salvación por
la fe en Cristo, presenta en una misma expresión esa unidad y la
variedad de los dones del Espíritu: «Un solo Señor, una fe, un bautismo,
un Dios y Padre de todos, que está sobre todos y en todos.
A cada uno de nosotros ha sido dada la gracia en la medida del
don de Cristo» (Ef 4, 5-6). «Hay diversidad de dones, pero uno
mismo es el Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero uno
mismo es el Señor. Hay diversidad de operaciones, pero uno
mismo es Dios, que obra todas las cosas en todos. Y a cada uno
se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad»
(1Cor 12, 4). Tales carismas, sobre todo los que fundan los ministerios,
llevan consigo una vocación que pide una modalidad peculiar
de vivir el misterio cristiano y de situarse en la comunidad
cristiana.
La llamada a la santidad cristiana comporta esa misma tensión
entre la unidad y la pluriformidad en la vida cristiana. «Una misma
es la santidad que cultivan en cualquier clase de vida y de profesión
los que son guiados por el Espíritu de Dios y, obedeciendo a
la voz del Padre, adorando a Dios y al Padre en espíritu y verdad,
siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, para mere-
-6-
cer la participación de su gloria. Según eso, cada uno según los
propios dones y las gracias recibidas, debe caminar sin vacilación
por el camino de la fe viva, que excita la esperanza y obra por la
caridad» (Lumen Gentium, 41).
Así pues, una espiritualidad consiste en vivir la vida cristiana
bajo la acción del Espíritu Santo con la tonalidad particular que
comporta el don recibido de Él.
Una espiritualidad puede presentarse en diversos grados de
elaboración. Está ante todo el nivel fundamental, que es el de la
experiencia individual o colectiva. La espiritualidad se vive y se
expresa espontáneamente bajo la acción del Espíritu Santo sin ninguna
pretensión de estructuración. Pero poco a poco, a lo largo de
la historia de un grupo y refiriéndose siempre a las experiencias
originarias y fundantes, se elaboran criterios y normas de vida, se
perciben sintonías evangélicas y fundamentos doctrinales de algunos
de sus aspectos. Finalmente, puede llegarse a síntesis orgánicas
y más elaboradas que orientan en el camino de la vida
cristiana hacia la santidad.
En la Iglesia han surgido así, a lo largo de la historia, las llamadas
«escuelas de espiritualidad» en torno a figuras relevantes
como san Francisco de Asís, santa Teresa de Jesús, san Francisco
de Sales o san Alfonso María de Ligorio. Puede hablarse también
de una escuela agustiniana, benedictina, ignaciana, etc. Una
escuela de espiritualidad supone una fuerte personalidad carismática
en los orígenes, una larga y amplia continuidad en el tiempo y
una sistematización doctrinal bien fundamentada. La mejor verificación
de su valor consiste en los frutos de santidad que produce.
Muchos Institutos religiosos y algunos movimientos eclesiales
actuales han insertado su espiritualidad en una de las escuelas o
corrientes de espiritualidad existentes en la Iglesia, matizándola
con un «espíritu propio» o con nuevas actividades. Otros se han
mantenido más autónomos, intentando sacar de un punto focal (un
misterio de la vida de Cristo, una virtud cristiana, etc.) indicaciones
caracterizadoras de los diversos aspectos de la vida cristiana y
orientaciones para llegar a su plenitud, sin que por ello pueda
hablarse de espiritualidades en un sentido estricto del término.
-7-
La Familia Sa-Fa tiene una espiritualidad propia, que sigue en
construcción, y cuya intuición central consiste en construir la
comunidad mirando a la Sagrada Familia y teniendo como referencia
última a la Trinidad divina.
Inspirándose en la vida y los escritos del Hno. Gabriel Taborin,
y en continuidad con su historia, el Instituto de los Hermanos de la
Sagrada Familia, ha presentado a la Sagrada Familia de Nazaret
como inspiradora del estilo de vida de los Hermanos y de las personas
que desean compartir su espiritualidad y su misión: «La vida
de Jesús, María y José, como familia, será siempre su punto de
referencia.... Esta espiritualidad nazarena animará toda su vida»
(Constituciones, 7). Se trata, pues, de una espiritualidad nazarena
y taboriniana, que subraya la fraternidad y el carácter laical, y que
colabora en la misión de la Iglesia, sobre todo en los ámbitos de la
educación, de la animación litúrgica y de la catequesis.
Los pasos más significativos en la elaboración de esta
espiritualidad han sido:
- La experiencia de vida y de fraternidad del Hno. Gabriel
Taborin y de los primeros Hermanos.
- La designación de la Sagrada Familia como patrona del
Instituto.
- La redacción de la Regla de vida del Instituto con las
motivaciones y explicaciones sobre los diferentes aspectos
de la vida de los Hermanos.
- La síntesis de la espiritualidad en el lema: «En Nazaret se
oraba, se trabajaba y se amaba» (Hno. Amadeo
Depernex).
- Las explicaciones sobre el «espíritu de familia» y la espiritualidad
dadas por el Hno. Esteban Baffert y otros
Hermanos.
- La primera síntesis de la espiritualidad del Instituto en el
libro A l’école de la Sainte Famille, del P. Francisco Cuttaz,
1951.
-8-
- La reformulación de la espiritualidad del Instituto en las
Constituciones y otros documentos después del Concilio
Vaticano II y la actualización periódica de sus aspectos
principales en los Proyectos de Vida del Instituto.
- La perspectiva actual de compartir la espiritualidad y
misión entre Hermanos y laicos, y la apertura a las diversas
culturas.
En el camino recorrido por el Instituto pueden distinguirse tres
etapas, sin que pueda establecerse una sucesión que las limite
con precisión en el tiempo o en el contenido. Puede hablarse de
una fase «devocional» en la que el elemento caracterizador, sin
descartar los otros, era la invocación; una fase «imitativa», en la
que se insistía sobre todo en el aspecto moral y ascético de considerar
a la Sagrada Familia como modelo; y finalmente una fase
más «vivencial» en la que se intenta practicar una espiritualidad en
la que todos los aspectos de la vida queden impregnados por el
misterio de Nazaret1.
En los últimos años una orientación importante dada por la
Iglesia a los institutos religiosos y asumida por el nuestro, ha sido
la de compartir la espiritualidad y la misión con los laicos. Esto
implica una reelaboración de la espiritualidad de manera que
pueda ser vivida no solo en la forma de vida religiosa laical (puesto
que se trata de un Instituto religioso de Hermanos), sino también
en la forma de vida laical secular (en las diversas modalidades de
la vida de los seglares). Es lo que justifica el empleo de la expresión
«espiritualidad de la Familia Sa-Fa».
Para presentar esta espiritualidad se ha elegido la expresión
«los vínculos que nos unen en Jesús, María, y José» empleada por
-9-
1 La encuesta realizada en el Instituto sobre el encuentro con Dios a través de su
Palabra, con la Sagrada Familia y con el Fundador (Cf. Nazaret, escuela de humanidad p. 42-
71, y L’Entretien Familial n. 195 p. 677-770, 2008), muestra la hondura de esa experiencia y
cuál es el «perfil espiritual del Instituto».
el Hno. Gabriel desde las primeras cartas circulares enviadas
anualmente a los Hermanos, como germen de lo que al final de su
vida llamaría «espíritu de cuerpo y de familia», que constituye el
núcleo vital de dicha espiritualidad.
Las expresiones y los textos en que se ha plasmado la espiritualidad
del Instituto reflejan la mentalidad y las formas de expresión
utilizadas en la Iglesia a lo largo de los años; por ello habrá
que estar continuamente atentos para distinguir en lo posible el
contenido del mensaje y las formas de expresión.
Algunas preguntas para la reflexión y para el diálogo:
- ¿Cuál es nuestra actitud ante la diversidad de grupos,
movimientos, asociaciones y congregaciones en la Iglesia?
- ¿Cómo interpretamos la diversidad de tendencias,
corrientes de pensamiento, espiritualidades? ¿Cuáles son
los criterios evangélicos para discernir su eclesialidad?
- ¿Cómo puede una espiritualidad ayudar a vivir la vida
cristiana?
- ¿Qué implicaciones personales, familiares, eclesiales
lleva consigo optar por una espiritualidad?
- ¿Cuáles son los rasgos típicos de la espiritualidad de la
Familia Sa-Fa?
- ¿Cuáles son las afinidades de la espiritualidad de la
Familia Sa-Fa con otras espiritualidades?
- ¿Cuáles son las condiciones para que una espiritualidad
se mantenga viva?
-10-
2. LAS FUENTES VIVAS
Toda la vida de la Iglesia brota del misterio de Cristo, enviado
por el Padre para salvar a los hombres mediante la acción del
Espíritu Santo. Para ello Cristo está siempre presente en su Iglesia.
«Está presente con su fuerza en los sacramentos, de modo que,
cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en
su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura,
es Él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia
suplica y canta salmos, Él mismo que prometió: «Donde están dos
o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos»
(Mt 18, 20)» (Sacrosanctum Concilium, 7).
La espiritualidad de la Familia Sa-Fa mana de las mismas
fuentes que toda vida cristiana: la Palabra de Dios, los sacramentos,
la oración y la vida misma en todas sus relaciones y manifestaciones.
Poner el acento sobre algunos de esos elementos y
subrayar algunos de sus aspectos contribuye a crear su originalidad
y su dinamismo propios.
2.1 La Palabra de Dios
Referencias:
Hno. Lino Da Campo: La Sagrada Familia en el Nuevo Testamento;
Palabras para un camino (Antología de textos);
Hno. Francisco Cabrerizo: Con la Sagrada Familia.
«Tu Palabra me da vida» (Sal. 118). La Palabra de Dios proclamada
y escuchada en la liturgia, leída y meditada personalmente o
en comunidad, es fuente de la vida cristiana. En ella se encuentra
-11-
la revelación del misterio de Dios y el dinamismo para vivirlo:
«Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer
el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por
medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el
Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina. En
consecuencia, por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres
como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos,
para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía
» (Dei Verbum, 2).
La espiritualidad de la Familia Sa-Fa subraya la importancia de
la Palabra de Dios en relación con la «Palabra que se hizo carne»
en Nazaret y presta una atención especial a los pasajes de la
Escritura en que se habla de la familia formada por Jesús, María y
José en Nazaret, pero también a los que se refieren a la nueva
familia mesiánica formada por los creyentes en Cristo, y los que
subrayan el camino de acercamiento de Dios al hombre para formar
con todos la gran familia de sus hijos.
2.1.1 Los evangelios de la infancia de Cristo
«Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su
madre conservaba en su interior el recuerdo de todo aquello. Jesús
iba creciendo en saber, en estatura y en el favor de Dios y de los
hombres» (Lc 2, 51-52).
Dentro de su brevedad, es el texto fundamental para la espiritualidad
nazarena y familiar Sa-Fa; nos ofrece el dato histórico, confirmado
en otros lugares del Evangelio, sobre la vida familiar de Jesús
con María y José en Nazaret. Entorno a este texto (que hay que completar
con el de la narración del episodio en el templo de Jerusalén)
pueden situarse los capítulos 1 y 2 de los Evangelios de Mateo y
Lucas, que narran los otros episodios de la infancia de Cristo.
En ese episodio narrado por el Evangelio de Lucas, «Jesús deja
entrever el misterio de su consagración total a una misión derivada
de su filiación divina» (Catecismo de la Iglesia Católica, 534). El
evangelista presenta el hecho a la luz de la resurrección para situarlo
en el conjunto de la vida de Jesús. Según sus primeras palabras
en el Evangelio, Él «debe estar en la casa de su Padre». Esa obe-
-12-
diencia a la voluntad del Padre guiará toda su existencia (Cf Lc 4,
43; 9, 22; 17, 25). El viaje a Jerusalén para la fiesta de Pascua puede
así ser visto como anticipación del otro viaje de su vida pública que
culminará con la pasión, muerte y resurrección.
La revelación de la identidad de Jesús ocupa un lugar central
en el Nuevo Testamento. Los primeros en aproximarse a ese misterio
fueron María y José, quienes desde el comienzo, respondieron
con la obediencia de la fe a las indicaciones dadas por el ángel
acerca del Hijo que debía nacer y al que acogieron en su familia.
Aunque la espiritualidad de la Familia Sa-Fa tiende a privilegiar
la vida de Jesús en Nazaret, está abierta a la totalidad de su existencia
y ve en ella un todo indisociable. «Toda la vida de Cristo es
Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus
sufrimientos, su manera de ser y de hablar» (Catecismo de la
Iglesia Católica, 516).
-13-
El texto griego del
Evangelio de san
Lucas 2, 51-52, según
el Codex Sinaiticus
2.1.2 Algunos pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento
La otra familia de Jesús
«Y mirando a los que estaban sentados en torno a él dijo: He
aquí mi madre y mis hermanos, pues aquel que realice la voluntad
de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3, 34-
35; Mt 12, 46-50; Lc 11, 28).
Es significativo que, cuando Jesús llama a sus discípulos, crea
un grupo con las características de una nueva familia, la familia
mesiánica, en la que Dios es Padre y todos son hermanos. La condición
esencial para entrar en ella es la adhesión a su persona
mediante la fe y la acogida de su palabra (Lc 8, 19-21). La nueva
familia a la que Jesús convoca, muestra al mismo tiempo el gran
valor y los límites de la institución familiar que, como las otras instituciones
humanas, no puede compararse con el valor absoluto
del Reino de Dios. A la nueva familia que Jesús crea, todos están
invitados, incluso los que parecían perdidos (Lc 14, 21-23; Mt
10,6). Pero no todos responden (Lc 14, 18-20).
Existe, pues, una realidad personal, la fe, que nada tiene que
ver con los datos biológicos para formar parte de esa nueva familia.
Los lazos vitales creados entre los seguidores de Jesús son tan
fuertes que deben superar a los de la carne y la sangre.
Todos hermanos
«Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar «Rabbí», porque uno
solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis
a nadie «Padre» vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro
Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar «Directores», porque
uno solo es vuestro Director: el Cristo. El mayor entre vosotros
será vuestro servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el
que se humille, será ensalzado» (Mt 23, 8-12).
Las palabras de Jesús se colocan en un contexto de polémica
contra los fariseos. La denuncia se refiere a la deformación de las
relaciones introducidas en el pueblo de Dios (Mt 23, 1-7). En la
intención del evangelista hay seguramente también un aviso para
la comunidad cristiana. En ella se da también permanentemente la
tentación de reducir la novedad evangélica de las relaciones fraternas
a las de dominio y poder. La finalidad del texto es mostrar
cómo deben ser las relaciones en una comunidad que vive la presencia
y la autoridad del Resucitado.
La primera parte comprende tres prohibiciones. La de usar
algunos nombres: «rabbi» = maestro, director o guía, padre. Esas
apelaciones pueden falsear las relaciones entre quienes tienen un
solo Maestro, un solo Guía y, sobre todo, un solo Padre.
El núcleo del mensaje está en el versículo 8, cuando después
de la motivación para no llamar a nadie «maestro», «porque uno
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solo es vuestro Maestro», en lugar de presentar a los seguidores
de Jesús como condiscípulos son presentados, de manera sorprendente,
como «hermanos»: «Y vosotros sois todos hermanos».
El único Maestro, Jesús, es quien lleva a descubrir que todos los
demás son hermanos.
La segunda parte del texto (Mt 23, 11-12) presenta las consecuencias
prácticas: hacerse servidor, con la mirada puesta en
Jesús «que no ha venido para ser servido, sino para servir» (Mt 20,
28). Sólo quien vive esa norma, puede crecer en todos los sentidos
y ayudar a los otros a crecer, y un día «será ensalzado».
Alianza y fraternidad en la Biblia
El Antiguo Testamento presenta el camino hacia una fraternidad
universal partiendo de la fraternidad creada entre los miembros
del pueblo de Dios. Formando al hombre a partir de uno solo
«un solo principio» (Hech 17, 26), Dios le ha comunicado el deseo
de una fraternidad primordial en Adán, (Gen 1-2). Pero, ya desde el
principio, el mal en la familia humana empieza con un fratricidio
que rompe la fraternidad (Gen 4).
La alianza de Dios con su pueblo comporta una comunión
en la misma fe (Ex 19), y unas exigencias morales de santidad:
«No odiarás a tu hermano… amarás a tu prójimo» (Lev 19, 17ss).
Los profetas denuncian cómo la sociedad israelítica queda lejos
del ideal de la alianza, a causa de la dureza de los corazones y
de las estructuras de pecado consolidada con el tiempo, y comprueban
las deficiencias en la práctica de las exigencias de la
alianza: «Nadie perdona al propio hermano» (Is 9, 18), «No se
puede confiar ni siquiera en el propio hermano» (Jer 9, 3). El
mismo Jeremías es perseguido por su familia (Jer 11, 18; 12, 6;
Sal 69, 9). Los profetas recuerdan las consecuencias de la alianza:
participar en la alianza es tener un Padre común (Ml 2, 10); la
alianza establece una fraternidad más fuerte y real que la común
descendencia de Abrahán (Is 63, 10). Pero el don de la ley divina
no es suficiente para establecer la fraternidad: la ley es santa
pero el corazón del hombre es perverso (los profetas piden «un
corazón nuevo» Jer 31; y «un espíritu nuevo» Ez 36). En el día del
-15-
Señor (salvación escatológica) llegará la fraternidad entre los
pueblos: entonces el Señor reunirá Judá e Israel en un solo pueblo
(Jer 31, 1); esta fraternidad se extenderá a todos los pueblos
(Is 2, 1-4; 66, 18).
Los sabios de Israel han descrito las características de la fraternidad
basada sobre la fe: «Nada más doloroso que ser abandonado
por los hermanos» (Prov 19, 7); «Un hermano ayudado por su
hermano es como una plaza fuerte» (Prov 18, 19), «Es bueno que
los hermanos vivan juntos... » (Sal 133, 1).
En el Nuevo Testamento, el sueño profético de una fraternidad
universal se hace realidad en Jesús el Cristo, nuevo Adán. Su realización
en la Iglesia, incluso en la imperfección, es el signo tangible
del cumplimiento final.
Nacido en una familia humana y muerto en una cruz,
Jesús se ha convertido en «el primogénito de una multitud
de hermanos» (Rom 8, 29); Él ha reconciliado las dos partes
de la humanidad: el pueblo hebreo y los demás pueblos
(Ef 2, 11-18); el hermano mayor (pueblo judío) no
tiene por qué estar celoso del hermano menor acogido en
la casa del Padre (Cf. Lc 15 y Rom 9, 11). Para entrar en
esta nueva fraternidad, la condición no es ya la de ser
hijos de Abrahán según la carne, sino la fe y el cumplimiento
de la voluntad del Padre (Mt 12, 46-50). Ésta es la
obra del Espíritu Santo en el corazón del hombre (Rom 8,
18). Se trata de una fraternidad: real y profunda que le permite
a Jesús resucitado llamar «hermanos» a sus discípulos
(Mt 28, 10; Jn 20, 17); construida sobre el misterio de
Cristo muerto y resucitado, en todo parecido a sus hermanos
( Heb 2, 17); universal, no unida a un pueblo o a una
cultura (Jn 17).
El propio Jesús durante su vida ha puesto los cimientos
de una nueva comunidad fraterna: convocando entorno
a sí un grupo de discípulos (Mc 3); dando indicaciones
muy concretas sobre las relaciones fraternas (Mt 5, 21-26)
-16-
y sobre la corrección fraterna (Mt 18, 15); abriendo la
comunidad a todos (Mt 5, 47), con una atención especial
hacia los pequeños y los más débiles (Mt 25, 35-40);
encargando a Pedro que confirmara a sus hermanos (Lc
22, 31); dando el mandamiento del amor recíproco (Jn 13);
y muriendo en la cruz para reunir los hijos de Dios dispersos
(Jn 11).
El amor cristiano es un amor fraterno («filadelfia»), y tiene
como fundamento un nuevo nacimiento (1Pe 1, 22-23) para formar
con los otros miembros el cuerpo de Cristo (1Co 12, 12-27). Se
practica en el ámbito de una comunidad concreta. El apóstol Pablo
da algunas indicaciones: evitar las discusiones (Gal 5, 15), apoyo
mutuo (Rom 15, 1), delicadeza en las relaciones (1Co 8, 12), construcción
de la comunidad y de la familia (Col 3, 12-25). En los escritos
de san Juan el término «hermano» tiene un sentido más
universal, equivalente de «prójimo». El amor fraterno es la actitud
inversa a la de Caín (1Jn 3, 12-16) y es la condición indispensable
del amor hacia Dios (1Jn 4, 7-8).
La comunidad formada por los hermanos en Cristo es siempre
limitada e imperfecta. De ella forman parte hermanos indignos
(1Co 5, 11) o falsos hermanos (Gal 2, 4). A pesar de todas las deficiencias,
la esperanza cristiana asegura que un día el acusador de
los hermanos será vencido (Ap.12, 10) y reinará la perfecta comunión
con Dios y entre los hermanos en la gran familia de los hijos
de Dios.
2.1.3 El matrimonio y la familia en el plan de Dios
La exhortación Familiaris Consortio (12 y 13) presenta esta síntesis
bíblica sobre el sentido del matrimonio y de la familia, tema
que está en la base de la espiritualidad de la Familia Sa-Fa y de su
acción pastoral educativa y familiar.
-17-
«La comunión de amor entre Dios y los hombres, contenido
fundamental de la Revelación y de la experiencia de fe de Israel,
encuentra una significativa expresión en la alianza esponsal que se
establece entre el hombre y la mujer. Por esta razón, la palabra
central de la Revelación, «Dios ama a su pueblo», es pronunciada
a través de las palabras vivas y concretas con que el hombre y la
mujer se declaran su amor conyugal. Su vínculo de amor se convierte
en imagen y símbolo de la Alianza que une a Dios con su
pueblo (Os 2, 21; Jer 3, 6-13; Is 54). El mismo pecado que puede
atentar contra el pacto conyugal se convierte en imagen de la infidelidad
del pueblo a su Dios: la idolatría es prostitución, (Ez 16, 25)
la infidelidad es adulterio, la desobediencia a la ley es abandono
del amor esponsal del Señor. Pero la infidelidad de Israel no destruye
la fidelidad eterna del Señor y por tanto el amor siempre fiel
de Dios se pone como ejemplo de las relaciones de amor fiel que
deben existir entre los esposos (Os 32).
La comunión entre Dios y los hombres halla su cumplimiento
definitivo en Cristo Jesús, el Esposo que ama y se da como
Salvador de la humanidad, uniéndola a sí como su cuerpo. Él revela
la verdad original del matrimonio, la verdad del «principio» (Gén
2, 24; Mt 19, 5) y, liberando al hombre de la dureza del corazón, lo
hace capaz de realizarla plenamente. Esta revelación alcanza su
plenitud definitiva en el don de amor que el Verbo de Dios hace a
la humanidad asumiendo la naturaleza humana, y en el sacrificio
que Jesucristo hace de sí mismo en la cruz por su Esposa, la
Iglesia. En este sacrificio se desvela enteramente el designio que
Dios ha impreso en la humanidad del hombre y de la mujer desde
su creación (Ef 5, 32ss ); el matrimonio de los bautizados se convierte
así en el símbolo real de la nueva y eterna Alianza, sancionada
con la sangre de Cristo. El Espíritu que infunde el Señor renueva
el corazón y hace al hombre y a la mujer capaces de amarse como
Cristo nos amó. El amor conyugal alcanza de este modo la plenitud
a la que está ordenado interiormente, la caridad conyugal, que
es el modo propio y específico con que los esposos participan y
están llamados a vivir la misma caridad de Cristo que se dona
sobre la cruz».
-18-
2.2 La liturgia
Referencias:
Hno. Teodoro Berzal: Circular sobre el espíritu de cuerpo y de
familia (2000).
En la liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial, la Iglesia
celebra principalmente el misterio pascual por el que Cristo realiza
la obra de la salvación. En ella se manifiesta también la genuina
naturaleza de la Iglesia, Cuerpo de Cristo y pueblo y familia de
Dios, llamado a ser signo y vínculo de unidad para la humanidad y
colaborador en la construcción del Reino de Dios.
A lo largo del año litúrgico se desarrolla en la celebración todo
el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la
Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la venida del Señor.
Nuestra espiritualidad lleva a «Celebrar especialmente la victoria
pascual de Cristo, origen de su fraternidad. Igualmente, durante el
tiempo de Navidad, participan con alegría de la intimidad familiar
de Jesús, María y José» (Constituciones, 136).
La fuerte sensibilidad litúrgica del Hno. Gabriel, su colaboración
en las celebraciones a lo largo de toda su vida, desde su condición
laical, inspiran la participación y acción en la liturgia de
todos los que comparten su carisma.
La participación en la liturgia tiene también un gran valor formativo
y catequético.
2.2.1 Los sacramentos
Parte esencial y preponderante de la liturgia son los sacramentos.
Su celebración marca la vida entera del cristiano. «Los
siete sacramentos corresponden a todas las etapas y todos los
momentos importantes de la vida del cristiano: dan nacimiento y
crecimiento, curación y misión a la vida de fe de los cristianos.
Hay aquí una cierta semejanza entre las etapas de la vida natural
y las etapas de la vida espiritual» (Catecismo de la Iglesia Católica,
1210).
-19-
La espiritualidad de la Familia Sa-Fa lleva a vivir con mayor
intensidad la relación de los Sacramentos con el misterio de la
Encarnación, a la valoración de su inserción en la vida cotidiana del
cristiano y a vivir la «sacramentalidad» (acción de Dios a través de
la acción humana) de los pequeños gestos de la vida. «Los bautizados
son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo
por la regeneración y por la unción del Espíritu Santo, para que por
medio de todas las obras del hombre cristiano ofrezcan sacrificios
espirituales y anuncien las maravillas de quien los llamó de las
tinieblas a la luz admirable (cf. 1Pe 2, 4-10)» (Lumen Gentium 10).
El Bautismo y la Confirmación
En el bautismo recibimos la vida divina, que nos introduce en
la familia de los hijos de Dios y nos habilita para ejercer el sacerdocio
común de los fieles. Es el comienzo y fundamento de una
vida que tiende a desarrollarse constantemente. La confirmación
nos comunica el Espíritu Santo, quien con sus dones nos capacita
para el testimonio y para el ejercicio de las diversas actividades
y ministerios en la Iglesia.
La Eucaristía
La Eucaristía, sacramento de la presencia de Cristo, es el
corazón de toda comunidad. «La Eucaristía significa y realiza la
comunión de vida con Dios y la unidad del Pueblo de Dios por las
que la Iglesia es ella misma. En ella se encuentra a la vez la cumbre
de la acción por la que, en Cristo, Dios santifica al mundo, y
del culto que en el Espíritu Santo los hombres dan a Cristo y por él
al Padre. Finalmente, por la celebración eucarística nos unimos ya
a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna cuando Dios será
todo en todos. En resumen, la Eucaristía es el compendio y la
suma de nuestra fe: «Nuestra manera de pensar armoniza con la
Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de
pensar» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1325-1327).
La espiritualidad de la Familia Sa-Fa subraya la relación entre
los misterios de la Eucaristía y de la Encarnación. La Eucaristía
-20-
prolonga a lo largo de los siglos el misterio de Nazaret, superando
los límites de tiempo y de espacio y haciéndonoslo siempre presente
y actual. La entrada de Dios en la historia humana continúa
realizándose mediante la celebración de la Eucaristía y a través de
ella acompaña a la Iglesia y a la humanidad hasta el fin de los tiempos.
El pan y el vino, elementos materiales elegidos por el Señor
para entregarse a nosotros, dicen ya algo de la inmediatez, de la
sencillez y humildad del misterio de Nazaret. Son alimentos que no
faltan en la vida de cada día, al menos en algunas culturas, sin descartar
por ello el sentido de fiesta. Lo mismo hay que decir de los
gestos, las posturas y las acciones litúrgicas de la celebración
eucarística, que pretenden ayudarnos a reconocernos como la
familia de los hijos de Dios convocada y reunida en torno a su
mesa. La Eucaristía forma la Iglesia como familia.
La Iglesia ha empleado durante mucho tiempo, incluso en la
liturgia, la expresión «Dios escondido» tomada del profeta Isaías
(«Es verdad: Tú eres un Dios escondido, el Dios de Israel, el
Salvador», 45, 15) aplicándola tanto al misterio de Nazaret como al
misterio de la Eucaristía. En el primero subraya la «vida escondida»
de Jesús con relación a su «vida pública» y también su condición
humana respecto al Verbo en la Trinidad. En la Eucaristía, pone de
manifiesto el contraste entre la apariencia de las especies sacramentales
y la realidad de la presencia de Cristo. En ambos casos
se nos invita a la humildad y sencillez de los pastores que acudieron
a Belén y supieron descubrir con fe y amor al Salvador del
mundo con María y José.
La centralidad de la Eucaristía en la vida cristiana es
subrayada por el carisma del Hno. Gabriel Taborin. Su
sucesor, el Hno. Amadeo, dice que la fundación del
Instituto se debe al amor del Hno. Gabriel por la Eucaristía.
La finalidad de la animación laical (ministerios laicales)
del Hno. Gabriel era conducir al pueblo de Dios a la
Eucaristía. Ya en la edad infantil, asumiendo el clima de
-21-
clandestinidad que suponían ciertas celebraciones en la
época revolucionaria, y luego pasando de los juegos a una
verdadera responsabilidad de animación cristiana en su
parroquia natal, podemos decir que el conjunto de sus
actividades consistía en reunir, preparar, catequizar a sus
compañeros, e incluso a las personas adultas, para facilitar
su encuentro con el Señor, sobre todo en la celebración
eucarística.
En su período de actividad itinerante, el Hno.
Gabriel, mientras trató de poner los cimientos de su
Congregación, entre sus actividades catequísticas tenía
como especialidad la de preparar a los niños para la primera
comunión y la animación de la asamblea litúrgica.
En sus libros dedicados a los alumnos de las escuelas de
los Hermanos, en los destinados a las familias e incluso
en los dirigidos a los Hermanos, nunca falta una parte
con comentarios sobre el misterio eucarístico, avisos y
orientaciones, textos y cantos para promover la participación
en las celebraciones. Sabemos también cuánto
influyó su experiencia personal de preparar todo lo relacionado
con las celebraciones litúrgicas (limpieza y ornamentación
de la iglesia, preparación de las ceremonias)
y de animación (catequesis litúrgica, asistencia al celebrante,
canto) en la definición de su carisma y en la identidad
de su Instituto. Fue precisamente ese aspecto del
carisma una de las razones que en varias ocasiones
impidió la fusión con algunas instituciones que compartían
otros aspectos de la misión, como la educación cristiana
y la catequesis.
La Reconciliación
«Por los sacramentos de la iniciación cristiana, el hombre recibe
la vida nueva de Cristo. Ahora bien, esta vida la llevamos en
«vasos de barro» (2 Co 4, 7). Actualmente está todavía «escondida
-22-
con Cristo en Dios» (Col 3, 3). Nos hallamos aún en «nuestra morada
terrena» (2 Co 5, 1), sometida al sufrimiento, a la enfermedad y
a la muerte. Esta vida nueva de hijo de Dios puede ser debilitada e
incluso perdida por el pecado. La conversión a Cristo, el nuevo
nacimiento por el Bautismo, el don del Espíritu Santo, el Cuerpo y
la Sangre de Cristo recibidos como alimento nos han hecho «santos
e inmaculados ante él» (Ef 1, 4), como la Iglesia misma, esposa
de Cristo, es «santa e inmaculada ante él» (Ef 5, 27). Sin
embargo, la vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió
la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación
al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que
permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos
en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios.
Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y la vida
eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos» (Catecismo de la
Iglesia Católica, 1426).
La espiritualidad de la Familia Sa-Fa acentúa la conexión entre
la celebración del Sacramento de la reconciliación y el esfuerzo por
construir la comunidad, restableciendo o reforzando las relaciones
fraternas, teniendo en cuenta la dimensión social del pecado e
integrando esas dimensiones en la vida ordinaria. «El sacramento
de la reconciliación actualiza la fiesta que el Padre de familia celebra
cuando sus hijos vuelven a Él... Los Hermanos tienen presente
que perdonar a los otros es condición para ser perdonados por
Dios. Su esfuerzo de conversión llega a ser encuentro más íntimo
con Dios, reconciliación fraterna, inserción más profunda en el
Cuerpo de Cristo y llamada a una superación continua...»
(Constituciones, 133).
Los sacramentos de la vida cotidiana del cristiano
La Eucaristía y la Reconciliación son los sacramentos de la
vida cotidiana del cristiano. Desde el misterio de Nazaret, que tiende
a valorar los gestos y las acciones de la vida ordinaria como
lugares de encuentro con el Dios escondido en la historia, la constante
y fiel participación en ambos sacramentos queda así valorada.
La Eucaristía y la Reconciliación se reclaman mutuamente. La
-23-
Eucaristía es sacrificio de reconciliación y de alabanza, pero sólo
se puede acceder a él con un corazón reconciliado, es decir, después
de remover los obstáculos que se oponen a la comunión con
el Padre y con los hermanos. Para que la Eucaristía produzca todo
su fruto de vida, es necesario acoger la continua invitación del
Señor a la conversión. Desde la plenitud de vida que se nos ofrece
en la Eucaristía, tomamos mayor conciencia de nuestras limitaciones
y pecados, de todo aquello que en nuestra vida personal y
comunitaria es discordante con el sacramento que celebramos. De
aquí nace el sentido del esfuerzo que tiene el combate espiritual y
ascético para caminar en renovada fidelidad al Señor y a los hermanos.
Como signo evidente de la importancia que el Hno. Gabriel
daba a la fidelidad a estos dos sacramentos están todas las indicaciones,
avisos y oraciones publicados en sus libros destinados
a los Hermanos, a los fieles de las parroquias y a los alumnos de
las escuelas de los Hermanos. «En estos dos sacramentos
Jesucristo nos manifiesta especialmente su misericordia y su infinita
bondad. Por eso, los Hermanos se acercarán a estas sagradas
fuentes para sacar el agua de vida que purifica el alma. En ellos
encontrarán también luz en su oscuridad, fuerza en su debilidad y
consuelo en sus penas. Pero para obtener estos preciosos beneficios,
tendrán cuidado de acercarse a ellos con santas disposiciones:
los dones de Dios deben ser recibidos con un corazón bien
dispuesto» (Nuevo Guía 410).
El Matrimonio
Da a los esposos la gracia para constituir la familia, verdadera
«iglesia doméstica» y continuadora de la experiencia vital de la
Sagrada Familia de Nazaret. «Los cónyuges cristianos, en virtud
del sacramento del matrimonio, por el que manifiestan y participan
del misterio de la unidad y del fecundo amor entre Cristo y la
Iglesia (Ef 5, 32), se ayudan mutuamente a santificarse en la vida
conyugal y en la procreación y educación de los hijos, y, por tanto,
tienen en su condición y estado de vida su propia gracia en el
Pueblo de Dios» (Lumen Gentium, 11).
-24-
El Orden sacerdotal
«En orden a apacentar el Pueblo de Dios y acrecentarlo siempre,
Cristo Señor instituyó en su Iglesia diversos ministerios ordenados
al bien de todo el Cuerpo. Los ministros que poseen la
sagrada potestad están al servicio de sus hermanos, a fin de que
todos cuantos son miembros del Pueblo de Dios y gozan, por tanto,
de la verdadera dignidad cristiana, tiendan todos libre y ordenadamente
a un mismo fin y lleguen a la salvación» (Lumen Gentium, 18).
Algunos Hermanos pueden ser sacerdotes, según Perfectae
Caritatis, 10 (Constituciones, 4 y Directorio General, 1-8) y hay
sacerdotes que pueden vivir la espiritualidad Sa-Fa.
2.3 La oración
La espiritualidad tiene como una de sus fuentes principales la
relación con Dios mediante la oración personal y comunitaria. Hay
algunas expresiones de la oración donde se expresa la espiritualidad
nazarena de la Familia Sa-Fa. Por otra parte toda la vida de
oración está marcada por el misterio de Nazaret (ver más abajo,
«En Nazaret se oraba»).
2.3.1 En la liturgia
Referencias:
Colección de Misas de la Sagrada Familia (texto no publicado);
Hno. Lino Da Campo: Circular sobre algunos aspectos de
nuestra espiritualidad nazarena (1993).
La Familia Sa-Fa celebra de modo especial durante el año
litúrgico algunas fiestas y conmemoraciones:
- La fiesta de la Sagrada Familia
El Hno. Gabriel dio esta indicación fundamental: «La fiesta de
la Sagrada Familia ha sido instituida por el Fundador como fiesta
propia de la Asociación. Por ello debe de ser la más estimada por
-25-
todos los Hermanos, quienes han tenido el honor de colocarse
bajo la protección de Jesús, María y José al haberlos elegido como
especiales patronos» (Nuevo Guía, 607).
La fiesta litúrgica de la Sagrada Familia es la fiesta de la
Familia Sa-Fa por excelencia y podría llegar a ser la clave de interpretación
de las otras fiestas y memorias que celebran el misterio
de la salvación y se refieren de algún modo a Nazaret. Como en
tiempos del Fundador se deseaba que fuera instituida la fiesta litúrgica
de la Sagrada Familia al menos para el Instituto, pero también
para toda la Iglesia, así hoy deseamos que esta fiesta sea vivida
plenamente en la Iglesia.
La Iglesia nos presenta en las lecturas de la misa de la fiesta
de la Sagrada Familia, correspondientes a los tres ciclos litúrgicos,
una espléndida síntesis del misterio de Nazaret:
El ciclo A, pone de relieve este aspecto central de la historia
de la salvación: para salvar al hombre, el Hijo de Dios ha asumido
la condición humana y ha vivido con su familia la experiencia de
salvación del pueblo de Israel. De esta forma realiza lo que su
mismo nombre significa: Jesús es la salvación y liberación definitiva
de Dios para todos los hombres.
El ciclo B, tiene como centro Cristo, «luz de las gentes», presentado
en el templo por María y José. La Iglesia en este episodio
«ha visto proclamada la universalidad de la salvación, porque
Simeón, saludando en el niño la luz que ilumina las gentes y gloria
de Israel (Cf Lc 2, 32), reconocía en él al Mesías, al Salvador de
todos; ha comprendido la referencia profética a la pasión de Cristo
en las palabras de Simeón, las cuales unían en un solo vaticinio al
Hijo, «signo de contradicción» (Lc 2, 24) y a la Madre, a quien la
espada había de traspasar el alma (Cf Lc 2, 35)» (Pablo VI, Marialis
Cultus, 20).
El ciclo C, nos presenta a Cristo que empieza a desvelar su
condición de Hijo de Dios para hacer que todo hombre pueda participar
en su filiación divina. El evangelista Lucas describe el episodio
de Jesús en el templo con categorías pascuales que ayudan
a situarlo en el conjunto de su vida. Según sus propias palabras,
Jesús «debe estar en la casa de su Padre». Esa obediencia a la
-26-
voluntad del Padre guiará toda su existencia. «Jesús deja entrever
el misterio de su consagración total a una misión derivada de su
filiación divina» (Catecismo de la Iglesia Católica, 534).
-27-
La Misa y Vísperas de la Sagrada Familia, libro aprobado por Mons. Devie,
obispo de Belley
- Otras fiestas relacionadas con la de la Sagrada Familia: la
Anunciación, San José, Nuestra Señora de Loreto.
- Las memorias de San Joaquín y Santa Ana, San Juan María
Vianney y de los santos fundadores de las congregaciones que llevan
el nombre de la Sagrada Familia.
- La liturgia de las horas. La Iglesia recomienda a todos los
cristianos la oración litúrgica de las horas, que cantan o rezan las
personas consagradas y los sacerdotes. La conmemoración de la
Sagrada Familia en laudes o vísperas es una forma de mantener
constantemente la unión de todos los que viven la espiritualidad de
la Familia Sa-Fa entre sí y con el misterio central que la inspira. Se
hace después del Padre nuestro con el versículo, la respuesta y la
oración.
2.3.2 En armonía con la liturgia
Toda la vida de oración de la comunidad cristiana deriva en
cierto modo de la liturgia y debe permanecer en armonía con ella
(Sacrosanctum Concilium, 13).
- Las invocaciones a la Sagrada Familia
Referencias:
Conferencia del Rvdo. Hno. Amadeo a los Hermanos reunidos
en Belley para el retiro anual de 1885 (L´Entretien Familial,
vol. VII pp. 338-344),
Hno. Lino Da Campo: Circular sobre algunos aspectos de
nuestra espiritualidad nazarena (1993).
El Hno. Amadeo comenta así la invocación: «- La invocación:
Oh Jesús, María y José, iluminadnos, socorrednos, salvadnos.
Necesitamos recurrir a la Sagrada Familia en nuestras necesidades
espirituales, en todo tiempo y lugar, para ser iluminados, socorridos
y salvados del peligro, porque en todas partes y siempre tenemos
necesidad de luz para nuestra oscuridad e ignorancia;
siempre y en todas partes corremos el peligro de perdernos, y si
nos salvamos, es solo gracias a la ayuda divina».
De esta forma se genera y se cultiva con nuestros Patronos un
movimiento de amor, que alcanza una confianza cada vez más
fuerte y una gran intimidad en las relaciones. Conociéndolos,
podemos dirigirnos a ellos como a alguien de quien ciertamente
sabemos que viene en nuestra ayuda. Son nuestros abogados de
confianza. Ellos nos conocen y nosotros conocemos su habilidad,
su poder y su fuerza. Con los Patronos nace como una alianza en
la que sabemos que, a pesar de nuestra pequeñez e infidelidad,
nos pueden ayudar y son fieles a su palabra.
-28-
- Las letanías de la Sagrada Familia
Toda espiritualidad pretende ser hoy cada vez más bíblica y
como consecuencia más teológica. Todas las referencias de las
letanías de la Sagrada Familia se inspiran en la Biblia, por lo tanto
enraizadas en la realidad misma del proyecto de Dios que se hace
hombre en una familia. Cantando o rezando las letanías alimentamos
profundamente nuestro espíritu con la Palabra de Dios y lo
mantenemos en sintonía con el misterio de la encarnación y con la
dimensión de «familiaridad con Dios» que comporta.
No se sabe exactamente cuando han sido compuestas estas
Letanías, pero son la expresión de una gran capacidad de contemplación
y de confianza. Se inspiran en los evangelios de la infancia
leídos y contemplados con toda la carga emotiva que produce el
ver que el Hijo de Dios se hace uno de nosotros y participa en
todas nuestras vicisitudes, excepto el pecado, para librarnos del
mal.
- La oración por el Instituto
La forma actualizada de la «oración por el Instituto» es: «Dios
mío, haz que nuestro Instituto sea tu obra y no la de los hombres.
Bendícelo y protégelo; cuida de él en todo tiempo y lugar; no lo
abandones al poder de nuestros enemigos. Haznos renunciar a
nuestra propia voluntad para hacer la tuya aquí en la tierra como
los bienaventurados la hacen en el cielo. Te pedimos estas gracias
por intercesión de la Virgen María y de San José nuestros gloriosos
patronos y por los méritos de nuestro Señor Jesucristo».
La fórmula recoge la que escribió el mismo Hermano Gabriel
en el testamento espiritual y transmite una de sus experiencias
más profundas de oración, como lo testimonia el art. 531 del
Nuevo Guía. «La oración por el Instituto comienza con las palabras:
«Dios mío, haz que nuestro Instituto» e incluye los deseos y peticiones
más adecuados para pedir las bendiciones de Dios sobre la
Asociación. Por ello debe ser estimada por todo buen Hermano de
la Sagrada Familia. Esta oración le fue inspirada durante la misa en
el momento de la elevación a uno de los primeros Superiores de la
Sociedad cuando ésta se hallaba en sus comienzos».
-29-
- La invocación al Hno. Gabriel y unión a la intercesión incesante
del Fundador
De forma privada se puede decir la invocación: «Venerable
Hno. Gabriel, ruega por nosotros».
En la comunión de los santos, es posible asociarse a su intercesión
incesante por el Instituto: «Si Dios me da la gracia de ir al
cielo, no olvidaré en el descanso de la gloria eterna a la querida
Comunidad de la Sagrada Familia ni a quienes han sido sus protectores
y bienhechores...» (Testamento espiritual).
- Compartir algunas intenciones particulares de oración
Es una tradición que se remonta a los primeros años de la fundación
del Instituto (Cf. Constituciones de la Orden de San José,
Cap. 9 art. 2; Nuevo Guía: en la oración de la mañana y de la tarde)
y que ha ido cambiando con el tiempo en cuanto a las formas y los
contenidos.
El Hno. Gabriel proponía algunas veces intenciones de oración
a todos los Hermanos en sus circulares y lo mismo han hecho sus
sucesores. Es una experiencia que crea una unidad concreta en la
oración.
- Las expresiones en momentos determinados
Con motivo del retiro anual de los Hermanos se han conservado
en el Instituto algunas prácticas: el perdón recíproco, la renovación
colectiva de los votos religiosos, la celebración eucarística por
los Hermanos difuntos y el canto del Credo como envío a la misión.
He aquí el testimonio del origen de estas prácticas:
«La víspera del día de la clausura del retiro, inmediatamente
después de la oración de la noche, el Hermano
Superior dirigirá, según es costumbre en el Instituto, unas
palabras a la comunidad e invitará a los Hermanos y novi-
-30-
cios a perdonarse mutuamente las faltas que hubieren
cometido los unos contra los otros durante el año; invitará
igualmente a todos a darse buen ejemplo y a amarse
recíprocamente cada vez más en Dios y por Dios.
Terminará este piadoso y fraterno acto bendiciendo a
todos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo
y todos responderán: Así sea. (Reglamento sobre el retiro
Art. 11, Circular 1847).
«Después del evangelio, todos cantarán solemnemente el
Credo como testimonio de su fe en los misterios y verdades
de la religión, recordando que, si los apóstoles y los
mártires confesaron a Jesucristo y dieron su vida por la fe,
también ellos deben estar dispuestos a derramar su sangre
por la religión que enseñan cuando dan la catequesis
a la juventud. Como nuevos obreros de la viña del Señor y
fortalecidos por la gracia del retiro, deberán distinguirse
en medio del mundo por una vida santa y dedicada al
apostolado (Nuevo Guía, 613).
Para la profesión religiosa y la renovación de los votos, el
Instituto dispone de un Ritual propio aprobado por la Iglesia el 17
de diciembre de 1990 (Prot. CD 808/90). El plan de vida Para vivir
en Fraternidad (n° 20) contiene la descripción del acto y la fórmula
del compromiso para entrar en la Asociación Fraternidades
Nazarenas.
- Los cantos
El Hno. Gabriel daba mucha importancia al canto para expresar
la fe. Amaba el canto y en sus escritos da indicaciones sobre
el modo de participar con el canto en la liturgia y en otros momentos
de la vida. Mandó componer la letra y la música gregoriana de
la misa y oficio de la Sagrada Familia para celebrar solemnemente
su fiesta en la Casa Madre.
-31-
La tradición ha continuado después con el «Recueil de Chants
en l´honneur de la Sainte Famille» (1887) del Hno. Amadeo, y con
los cantos en honor de la Sagrada Familia y del Fundador creados
en los diversos países. Se trata de una rica tradición que debe
renovarse continuamente.
2.4 Signos y símbolos
Existen imágenes, signos y símbolos (estampas, esculturas,
cuadros, etc), más o menos artísticos, que se inspiran en la espiritualidad
de la Familia Sa-Fa o que tratan de expresarla. Algunos de
ellos tienen un carácter oficial, al haber sido propuestos como
tales por las autoridades del Instituto, otros responden a la iniciativa
de diversas asociaciones, grupos o personas. El universo símbolico
tiene su importancia para la espiritualidad.
- El cuadro de la Sagrada Familia
El Fundador entre 1835 y 1840, cuando estaba en Belmont,
imprimió y divulgó las primeras estampas de la Sagrada Familia y
el pequeño blasón que representa a la Santísima Trinidad y a la
Sagrada Familia. (Cf. Positio pp. 257, 259-260 y Tab. III-IV). En su
circular del 6 de agosto de 1861, el Hno. Gabriel presenta a los
Hermanos una nueva estampa de la Sagrada Familia en estos términos:
“Uno procura tener el retrato de los seres queridos y de los
bienhechores. ¿Hay, por ventura, alguien a quien tengamos que
querer más que a Dios, a María y a José o que, según nuestra fe,
nos haya hecho mayores bienes que ellos? Movidos por estos sentimientos
hemos mandado imprimir una estampa de la Santísima
Trinidad y de la Sagrada Familia. Creemos que respondemos a
vuestros piadosos deseos, dándoos esta imagen de la Sagrada
Familia, que es tan apropiada para estimular vuestro amor y vuestro
agradecimiento a Dios y a nuestros Santos Patronos. Esta
estampa podrá ser dada también como recompensa a los alumnos
y ser colocada en un libro. La oración que está al pie de este
encantador y precioso grabado encierra en síntesis todo lo que un
-32-
cristiano puede pedir a Dios para el cuerpo y el alma, para esta
vida y para la otra. Los que la recen frecuentemente con fe y devoción
a Jesús, María y José, se atraerán gracias abundantes; estamos
firmemente convencidos de ello”.
En fidelidad a esas intuiciones del Fundador, el cuadro oficial
del Instituto fue realizado por el Sr. Guglielmino, profesor de pintura
en la escuela «Artigianelli» de Turín en 1934. Fue encargado por
el Consejo General para expresar el lema del Instituto: en Nazaret
se oraba, se trabajaba y se amaba. Su interpretación está en
L’Entretien Familial vol. 3 n. 22 (1935) pp. 95-99). Ver algunos textos
más abajo, en 3.4 La existencia cristiana inspirada en Nazaret.
El Hno. Esteban Baffert compuso las palabras para un canto referidas
al cuadro oficial.
El cuadro de la Sagrada Familia está en las casas de los
Hermanos, en sus escuelas y se entrega a cada persona que se
compromete en la Asociación Fraternidades Nazarenas para ser
colocado en su casa. Se ofrece también en otras ocasiones.
- El sello del Instituto
Desde las primeras redacciones de la Regla de vida de los
Hermanos, el Fundador había hecho una descripción minuciosa
del sello del Instituto, explicando el simbolismo de cada elemento.
Es uno de los objetos donde mejor aparece la intuición central de
la espiritualidad del Hno. Gabriel: la relación entre la Sagrada
Familia y la Trinidad divina. En el Nuevo Guía (n. 1039) el escudo
está así descrito: “Cada una de las casas de las que acabamos de
hablar en este capítulo tendrá un sello en el que figurarán las efigies
de la Santísima Trinidad y de la Sagrada Familia con una
leyenda que contenga estas palabras: Gloria a Dios. A los pies del
Niño Jesús habrá una estrella y un laurel. Alrededor del sello figurarán
estas palabras: Casa Madre (o Casa de Noviciado o de
Retiro, según los casos) de los Hermanos de la Sagrada Familia y
a continuación el nombre de la ciudad y del departamento. La disposición
de todos los elementos será la misma que se ha usado
desde la fundación del Instituto y que todos conocen. Su forma es
ovalada. El de la Casa Madre tendrá cuarenta y cuatro milímetros
-33-
de longitud y treinta y seis de anchura, los de las otras casas tendrán
cuarenta milímetros de largo y treinta y dos de ancho.
-34-
El sello del Instituto en
tiempos del Hno. Gabriel
Taborin
- El blasón del Instituto
Fue propuesto igualmente para presentar el lema del Instituto
y para oficializar la versión latina del lema: IN ORATIONE, LABORE
ET CHARITATE * PAX. En la explicación simbólica del blason se
dice: «En nuestras Comunidades bajo el patrocinio de la Sagrada
Familia, Jesús, María y José, la oración sube al Cielo e irradia gracias
de paz sobre el trabajo y la caridad fraterna. La cruz blanca de
Saboya-Bugey evoca la tierra de origen de nuestra Familia espiritual
». Puede verse una explicación completa de su significado en
L’Entretien Familial vol. 5 p. 430-437.
- La insignia del Instituto
La llevan los Hermanos para mostrar lo que «deseamos expresar
al presentarnos a la Iglesia y a la sociedad:
- la cruz de nuestra consagración religiosa;
- J. M. J.: el nombre de nuestros santos Patronos, y por tanto
la fuente viva de nuestra espiritualidad y de nuestro espíritu;
- La estrella con tres rayos: la fe guía nuestra vida y nuestra
misión apostólica. Los tres rayos representan a su manera la
Trinidad y la Sagrada Familia» (L’Entretien Familial vol. 16 p. 551).
-35-
El blasón del Instituto se
encuentra en la Casa Gabriel
Taborin de Belley
La insignia del Instituto
- Los lugares donde vivió el Hno. Gabriel y su tumba
Los sitios donde vivió el Hno. Gabriel, y su tumba en la catedral
de Belley, son «lugares de la memoria», que ayudan a comprender
mejor la época en que surgió el carisma del Instituto. La
peregrinación a los sitios de fundación del Instituto es una experiencia
espiritual de renovación y de contacto con el Hno. Gabriel.
Existen también en el Instituto otros «lugares de la memoria»
en los que se encuentra su patrimonio, o el de alguna de sus partes,
que conviene conservar y valorar.
-36-
La tumba del Venerable
Hno. Gabriel Taborin en la
capilla Santa Ana de la
Catedral de Belley
2.5 La experiencia de vida
La espiritualidad de la Familia Sa-Fa tiene como origen la
experiencia de vida del Hno. Gabriel y de todos los que han compartido
su carisma a lo largo de los años.
2.5.1 La vida, el carisma y el mensaje del Hno. Gabriel Taborin
La vida
La vida del Hno. Gabriel es una fuente constante de inspiración
para quienes desean vivir el carisma y la espiritualidad que de
él se derivan.
Las diversas biografías y estudios que se han escrito sobre el
Hermano Gabriel han tratado de recoger los principales rasgos de
esa vida y de transmitirlos. Cada autor lo ha hecho desde su propia
perspectiva y con una finalidad determinada.
Entre las biografías hay que señalar ante todo la autobiografía
(Reseña histórica) del Hno. Gabriel. Aunque la dejó incompleta,
tiene el más alto valor para conocer e interpretar lo que vivió hasta
su llegada a Belley (1840). Hay que subrayar también la Circular del
Hno. Amadeo (26/11/1864) en la que presenta sintéticamente la
vida del Hno. Gabriel y da a conocer su testamento. Tiene gran
valor igualmente la Vida escrita por el Hno. Federico Bouvet.
Escrita con el esquema clásico de «vida y virtudes» y con el estilo
propio de su época, es el primer testimonio de conjunto sobre el
Hno. Gabriel. La redacción de esta biografía fue organizada por el
Hno. Amadeo poco después de la muerte del Hno. Gabriel, pidiendo
a los Hermanos y a otras personas ajenas al Instituto su testimonio.
El Hno. Federico redactó su obra a partir de esas notas, y
una comisión de cinco Hermanos se encargó de revisarla. Como
prueba final de veracidad de lo escrito, la biografía fue leída en
público en el comedor de la Casa Madre ante los Hermanos que
habían conocido al Fundador. Esta Vida ha servido a todas las
otras escritas posteriormente.
Entre los estudios realizados sobre el Hno. Gabriel y que pueden
servir para profundizar los diversos aspectos de su vida cabe
señalar la Positio, escrita para el proceso de beatificación, que ha
sido ratificada por la aprobación de los consultores históricos y de
los consultores teólogos, y en último término por el decreto pontificio
sobre la heroicidad de las virtudes del venerable Hno. Gabriel
Taborin. Y también los trabajos que algunos Hermanos han realizado
en el contexto de sus estudios universitarios como tesis o tesi-
-37-
nas. Entre ellos cabe destacar la tesis del Hno. Enzo Biemmi; El
desafío de un religioso laico en el siglo XIX.
Junto a estos escritos, hay otros de carácter divulgativo o que
estudian aspectos particulares de la vida y la obra del Hno. Gabriel
(ver las bibliografías).
El Archivo de Belley (ASFB) conserva un buen número de
documentos que pueden completar muchos detalles sobre su vida
y la de los primeros Hermanos.
Los principales momentos de la vida del Hno. Gabriel son
estos:
Período de Belleydoux (1799-1824). Gabriel nace en
Belleydoux en 1799 de una familia cristiana que lo marcó profundamente.
Durante sus años de formación asume el despertar de
los laicos que se produce como consecuencia de la Revolución
Francesa. Desde muy pequeño inicia una serie de actividades de
animación en su parroquia natal. Pasa de los juegos infantiles de
carácter religioso a un período de progresiva responsabilización:
ejerce las funciones de cantor, sacristán, catequista y maestro de
escuela en su pueblo. En este contexto, el joven Gabriel descubre
muy pronto la llamada de Dios a la vida religiosa. Para responder
a esa llamada busca una comunidad religiosa y, al no encontrar
una que responda a sus deseos, las circunstancias lo llevan a fundar
otra él mismo.
Período de vida itinerante (1824-1829). En distintos lugares de
las diócesis de Saint-Claude y luego de Belley, continúa la «larga
experiencia» de Belleydoux poniéndose a disposición de los párrocos
como maestro y catequista; intenta «enseñar a otros» esas
mismas actividades. La primera forma concreta que él da a su
vocación religiosa laical es la de Hermanos de San José.
Período de Belmont (1829-1840). Después de superar numerosas
dificultades, funda el Instituto de los Hermanos de la
Sagrada Familia. El Hno. Gabriel pudo finalmente encarnar su proyecto:
traza la identidad del Hermano en el Guía, regla de vida y de
acción, aprobada por el obispo Mons. Devie, forma grupos de postulantes
y novicios y envía a los primeros Hermanos como sacristanes
a la catedral de Belley y como maestros a varias escuelas.
-38-
Período de Belley (1840-1864). Llega a esta ciudad, sede de la
diócesis, con una numerosa comunidad. El Hno. Gabriel se consagra
hasta el final de sus días a formar a sus Hermanos y a consolidar
la Congregación. Obtiene la aprobación del Instituto por parte
del Papa Gregorio XVI y de Carlos Alberto, Rey de Cerdeña. Visita
con frecuencia las escuelas y parroquias donde trabajan los
Hermanos. Escribe algunos libros destinados a niños y jóvenes y a
las familias, en los que une la promoción cultural y la evangelización.
Reúne a los Hermanos anualmente para fomentar el espíritu
de familia y para cuidar su formación pedagógica, humana y espiritual.
Se ocupa personalmente de las nuevas fundaciones, y de la
construcción de la Casa Madre. Aun conservando la nostalgia de
la vida contemplativa, que sólo realiza en el monasterio de Tamié,
anima la actividad de los Hermanos al servicio de la educación
cristiana en las parroquias pobres del campo y de la animación
litúrgica en las iglesias de algunas grandes ciudades, abierto a
«toda clase de buenas obras». Impulsado por el espíritu misionero,
envía un grupo de cuatro Hermanos a Estados Unidos. Busca
para su Instituto el apoyo de personas e instituciones y encuentra,
en medio de muchas incomprensiones y oposiciones, quienes estiman
y acogen su obra, como San Juan María Vianney, el cura de
Ars, en quien encontró una amistad y un apoyo importante.
La vida del Hno. Gabriel está profundamente marcada por la
cruz: paga en su persona de «religioso Hermano» el precio de una
opción de vida que constituye una llamada a una mayor fraternidad
tanto para la Iglesia como para el mundo.
La personalidad
La personalidad del Hno. Gabriel se configura como un animador
de la comunidad cristiana y luego como formador y superior de
religiosos, a su vez animadores en las parroquias y en las escuelas.
Pero la síntesis final de su vida y de su mensaje es la de haber
sido sencillamente un Hermano.
El Hno. Gabriel es ante todo un animador. Ya desde pequeño
muestra su capacidad de convocar, de reunir y guiar a un grupo.
Propone una serie de actividades e iniciativas para que la comuni-
-39-
dad cristiana local tome conciencia de sí misma. Y sabe animar
procesos de formación y crecimiento. Anima al grupo desde dentro:
es sencillo, cercano y concreto. No se impone por sus estudios
y conocimientos, sino por la experiencia y las convicciones profundas
que transmite. Es capaz de concebir y proponer un proyecto
de vida basado en el Evangelio, comunicándolo y transmitiéndolo
de muchas maneras desde un sencillo prospecto, una carta o una
conversación hasta su máximo desarrollo en el Nuevo Guía. De
temperamento fuerte y decidido, nunca se avergüenza de sus convicciones,
pero sabe aconsejarse y dejarse guiar, tiene la valentía y
humildad de empezar de nuevo después de cada fracaso y de
mantener firme su proyecto hasta el final sabiéndolo adaptar a los
cambios que se van produciendo en la Iglesia y en la sociedad de
su tiempo.
Como fundador, Superior religioso y formador, conoció y
acompañó a cada Hermano desde los comienzos de su vocación
hasta el final de sus días: el diálogo personal y las charlas en
grupo, la correspondencia, las visitas, las reuniones anuales, las
circulares, eran sus medios preferidos de formación. A través de
ellos sabía proponer las metas, estimular al crecimiento, corregir
los desvíos, afianzar las convicciones, superar las dificultades,
crear espíritu de cuerpo y de familia, organizar el Instituto y confiar
responsabilidades. En sus escritos, sobre todo en las varias ediciones
de la regla de vida, supo dar un perfil bien definido a la identidad
del Hermano como religioso laico mediante el ejercicio de
varios ministerios laicales y de una serie de actividades tendentes
a la construcción de la comunidad cristiana y a la evangelización;
entre ellas privilegiaba la educación cristiana, la catequesis y el
servicio a la iglesia. Veía en la Sagrada Familia de Nazaret, imagen
de la Santísima Trinidad, el modelo a la vez ideal y concreto de
toda comunidad, y supo proponerla a los Hermanos y a las familias
como lugar de encuentro y punto focal de una espiritualidad
que valora la sencillez en las relaciones, la humildad, la entrega
generosa a los demás, la unión y la obediencia, la vida de trabajo
y de silencio, la fe y la confianza en Dios. Como hombre concreto
y práctico, supo sintetizar y proponer para las escuelas los mejores
métodos pedagógicos de su tiempo, escribiendo libros y ofre-
-40-
ciendo materiales didácticos,
dio preciosas indicaciones
para los catequistas y para los
Hermanos empleados en las
iglesias y elaboró valiosas síntesis
de la doctrina cristiana al
servicio de la catequesis, completándolo
con textos litúrgicos,
oraciones, cantos y avisos
para la vida cristiana y la participación
en las celebraciones
litúrgicas.
Murió como Hermano proponiendo
a todos el ideal de la
fraternidad cristiana: «Lleváis el
dulce nombre de hermanos, no
permitáis que jamás se os
llame de otra manera. Los
nombres de las dignidades inspiran
e imponen respeto; éste,
por el contrario, sólo sugiere
sencillez, bondad y caridad»
(Guía art. 112).
En el contexto de su época
Referencias:
Hno. Enzo Biemmi: El desafío de un religioso laico en el siglo
XIX: el Hno. Gabriel Taborin.
La vida del Hno. Gabriel se desarrolla dentro del contexto
social y eclesial de la primera mitad del siglo XIX en Francia. Con
los elementos de la cultura de su época y en fidelidad al Espíritu
Santo realiza una síntesis vital original. Su vocación de religioso
laico, se insertaba como un tercer polo entre las dos componentes
bien diversificadas de la Iglesia: los clérigos y los laicos. En nom-
-41-
El Hermano Gabriel Taborin
bre del Evangelio y de la urgencia pastoral, su estatuto de
Hermano pedía implícitamente una redefinición de los papeles y de
los poderes, en la sociedad y en la Iglesia, en una dirección más
evangélica y más fraterna.
Hay que distinguir entre aquello de lo que el Hno. Gabriel era
consciente y lo que era portador sin saberlo.
Era consciente de su pasión por el Evangelio, por la educación
de la juventud: alimentaba la certeza interior, que nunca lo abandonó,
de que su obra venía de Dios y que nada ni nadie le podía arrebatar.
Estaba profundamente convencido de que su institución era
un servicio a la Iglesia y al Estado, al cristiano y al ciudadano, sabía
también que la Iglesia y la sociedad del siglo XIX tenía necesidad
de él y de sus Hermanos para educar e instruir a los niños en las
parroquias de Francia.
Era portador, sin saberlo, de una novedad que venía a perturbar
el equilibrio instaurado y que era una llamada del Espíritu a la
Iglesia y a la sociedad del siglo XIX. Había que definirse de nuevo
y organizarse de forma más coherente con el Evangelio y sus exigencias.
En este sentido, era un hombre moderno y tradicional a la
vez, en la más pura tradición de los monjes, útil y perturbador, solicitado
y rechazado. Su «laicidad religiosa», lejos de ser una respuesta
simplemente funcional a las necesidades sociales y
pastorales de una parroquia de la restauración, era una invitación
a una organización de la Iglesia fundamentada en la igual dignidad
de los hijos de Dios.
La paradoja es tanto más fuerte cuanto nos encontramos ante
un hombre que nada tiene de revolucionario y que, por el contrario,
podríamos definir como un conservador: predica la obediencia
a la Iglesia, forma parte de la mayoría de los católicos franceses
del siglo XIX que cultivan una veneración extrema por el Papa, en
su testamento espiritual afirma haber venerado todo lo que la
Iglesia enseña. Nada hay en sus escritos que pueda hacernos pensar
en un innovador o en un hombre que amaba las «novedades».
A lo largo de toda su vida, su pertenencia eclesial no tuvo fallos. Al
término de los conflictos, en sus cartas a los obispos, afirma su
sumisión a la Iglesia y a sus representantes y su disponibilidad a la
-42-
obediencia. Hace un gran esfuerzo para defender con todas sus
fuerzas un valor que no le pertenece y la convicción de que este
valor debe ser vivido en comunión con la Iglesia y reconocido por
ella. Es este, en el fondo, el significado profundo de su búsqueda
exasperada del reconocimiento de su Instituto y de sus Reglas.
No busca, pues, la independencia, ni poner en duda la autoridad
de la Iglesia, ni la obediencia al Magisterio. Leyendo sus escritos
se llega, más bien, a la conclusión contraria. Pide, simplemente,
que aquello de lo que es portador, y que lo sobrepasa, sea reconocido
por la autoridad y pueda ejercerse. Implícitamente esto necesita
la redefinición de los equilibrios y las relaciones. El carisma
llama a la puerta de la Iglesia y pide ser acogido y valorado, que se
le dé un lugar, que se reconozca su validez. Cargado de este sufrimiento,
conduce su batalla hasta el final dentro de estos dos márgenes:
una fidelidad a toda prueba a su institución y una voluntad
tenaz de pertenecer a la comunidad eclesial.
La acogida sin reserva de un gran número de sacerdotes, entre
ellos el Cura de Ars, Juan María Vianney, como ejemplo más representativo,
no cambia el fondo del problema: es la excepción que
confirma la regla. Los altos cargos de la Iglesia tienen dificultades
para integrar al Hermano Gabriel y su institución. Al contrario, un
buen número de sacerdotes que trabajan en medios rurales, alejados
de los obispados, preocupados por la salvación de sus ovejas
más que por el poder y sus privilegios personales, lo acogen y
valoran. La preocupación pastoral es el terreno de un trabajo
común al servicio del Evangelio y empuja hacia una evolución de
las relaciones, los roles y los poderes.
El carisma
Referencias:
Hno. Teodoro Berzal: La trasmisión del carisma (2007).
(L’Entretien Familial n° 194, p. 433-437).
Los diversos aspectos del carisma del Hno. Gabriel se manifestaron
progresivamente a lo largo de su vida. De forma sintética
-43-
podemos considerar tres momentos en los que aparecen los
aspectos esenciales de su carisma.
En Belleydoux, el aspecto eclesial:
La experiencia de Gabriel consiste en la inserción progresiva
en su comunidad cristiana y humana mediante la
colaboración con el párroco y con el municipio en las actividades
de educación, catequesis y animación litúrgica.
Estas actividades lo sitúan en la Iglesia como laico
que asume responsablemente y con mucha fuerza las funciones
derivadas de su bautismo y de su confirmación.
Pero muy pronto se siente llamado a la vida religiosa.
Esta llamada lo lleva a buscar, y luego a fundar, una
Congregación en la que pueda vivir su experiencia laical
como religioso.
Su carisma se manifiesta en la visión integradora de
varias actividades que tienen una dimensión a la vez cristiano-
eclesial (liturgia, catequesis) y humano-social (educación
en la escuela) y en el estilo misionero con que las
lleva a cabo.
Este aspecto del carisma da a la espiritualidad su
carácter apostólico.
En Belmont, el aspecto espiritual:
En Belmont el Hno. Gabriel consigue, después de
varios intentos en otros sitios, fundar una comunidad religiosa,
germen del Instituto.
Allí pasa del patrocinio de San José al de la Sagrada
Familia para el Instituto naciente.
Desde las primeras Constituciones la Sagrada Familia
de Nazaret se presenta como referencia primera e inme-
-44-
diata de la espiritualidad, del estilo de vida y de actividad
de los Hermanos.
La referencia a la Trinidad divina, y a la Sagrada
Familia para formar la comunidad, es primordial.
La vida y la historia misma del Instituto son interpretadas
a la luz del misterio de Nazaret. “Estábamos ante una
situación semejante a la que sufrieron nuestros Santos
Patronos, María y José, cuando fueron a Belén” (Hno.
Gabriel, Autobiografía).
Su carisma llega a la intuición esencial de la espiritualidad:
el vínculo entre la comunidad, la Sagrada Familia y
la Trinidad divina.
Este aspecto del carisma da a la espiritualidad su
carácter familiar.
En Belley, el aspecto vital:
La actividad principal del Hno. Gabriel consistió en la
animación y gobierno de su Instituto a través de una
extensa red de relaciones internas y externas a él. Como
verdadero artesano de la comunión el Hno. Gabriel
empleó todos los medios, a su alcance. Los principales se
pueden sintetizar así:
- La construcción de la Casa-madre, en función del
movimiento anual de reunión de todos los Hermanos y de
su envío en misión a las comunidades. La casa-madre era
también el lugar de la formación inicial (espiritual y pedagógica)
y de retiro para los mayores.
- La elaboración de la Regla de vida, con la organización
del Instituto, las normas para todos y las explicaciones
sobre el sentido de la vida del Hermano en todos sus
aspectos.
- La promoción del espíritu de familia, mediante las
-45-
circulares, las cartas y otras comunicaciones, las visitas a
los Hermanos y a las escuelas, las reuniones y la puesta
en común de los bienes.
El carisma se manifiesta en la realización de la misión
del Instituto y en el desarrollo del «espíritu de cuerpo y de
familia», que «nace de la caridad y, en consecuencia, de
Dios que es la caridad misma» y hace que «todos los
miembros que componen una Congregación en la que, de
verdad, exista este espíritu, tienen un solo corazón y un
alma sola».
Este aspecto del carisma da a la espiritualidad su
carácter de comunión.
Los escritos
Referencias:
Guía, camino, ángel, tesoro: los escritos del Hno. Gabriel
Taborin. Selección de textos (2010).
La realización de la misión a la que se sintió llamado desde la
infancia, llevó al Hno. Gabriel a producir una serie de escritos a través
de los cuales fue transmitiendo lo mismo que con su vida: el
significado de ser Hermano.
El conjunto de esos escritos tiene, pues, una unidad de fondo:
expresa el mensaje vital de una persona. Pero, al mismo tiempo, se
presenta en una gran variedad por su extensión, géneros, fechas y
formas de publicación. Algunos fueron dados a la imprenta directamente
por su autor, otros han permanecido como manuscritos
por mucho tiempo.
Para facilitar la comprensión de este corpus taborinianum, los
escritos han sido colocados en cinco grupos según la naturaleza y
destinatarios de los mismos.
Autobiográficos y testamentos
Destinados a los Hermanos
-46-
Destinados a los alumnos y a los fieles
Escritos varios
Correspondencia
La lectura de sus escritos supone un modo de acercamiento a
la persona del Hno. Gabriel que es distinto del que se hace a través
de las interpretaciones de su vida en las biografías, tesis y artículos
de carácter histórico. En los escritos tenemos directamente lo que
él quiso decir o decirnos, si deseamos apropiarnos de su mensaje.
Los escritos del Hno. Gabriel nos permiten no sólo conocer sus
convicciones, sus ideas, sus intuiciones, sino también, de forma
muy variada y desde muchos puntos de vista, los rasgos grandes y
pequeños de su personalidad y de su carisma. Lo importante es
saber dar ese paso para encontrarse con la persona.
El Hno. Gabriel se nos presenta en el conjunto de sus
escritos como:
- un testigo del amor de Dios y del seguimiento de
Jesucristo, atento a la voluntad del Padre, deseoso de
responder a su vocación, de colaborar con el designio de
Dios y de conducir a otros por el camino del Evangelio;
- un hombre del Espíritu, capaz de acoger un carisma
caracterizado por la fraternidad, el espíritu de familia, las
actividades en el campo de la educación, de la catequesis,
de la animación de la liturgia, y de hacerlo fructificar
transmitiéndolo a otros;
- un profeta de su tiempo, bien radicado en su época y
en su medio geográfico y cultural, pero al mismo tiempo con
una fuerza interior para salir de su tierra y proponer valores
y una forma de vida, la «laicidad consagrada», difícil de
comprender en su tiempo pero que han tenido un futuro.
- un compañero de camino y un guía, Hermano entre
sus Hermanos, que vive con pasión la fraternidad y que
tiene una palabra permanente que decir a quienes desean
caminar con él.
-47-
A través de sus escritos, en realidad el Hno. Gabriel no
hace más que transmitir, a veces de forma original y otras
siguiendo líneas ya marcadas por otros, lo que él mismo había
asimilado en sus lecturas, en sus actividades de maestro, de
catequista, de fundador y Superior de una Congregación religiosa.
El contenido de sus escritos tiene como fuentes:
- la Sagrada Escritura, a la que se refiere con frecuencia de
forma explícita o implícita y con algún comentario;
- los catecismos diocesanos y otras síntesis doctrinales que
él aprendió y enseñó con tanto acierto;
- los autores espirituales más leídos y comentados en su
época, entre los que destacan; La Imitación de Cristo, San
Francisco de Sales, San Vicente de Paúl, San Alfonso de
Ligorio y los escritores de la llamada escuela francesa de
espiritualidad que tiene su origen en el cardenal Pedro de
Bérulle (1575-1629); entre ellos ocupa un puesto especial
San Juan Bautista de la Salle, sobre todo por sus obras de
carácter pedagógico;
- los autores que tratan temas de vida religiosa, desde la
Regla de San Benito y la tradición monástica hasta los
jesuitas Alfonso Rodríguez y Juan Bautista Saint-Jure, y
Juan Pedro Médaille.
A estas fuentes escritas, a veces difíciles de encontrar por falta
de estudios sistemáticos, hay que añadir naturalmente las mediaciones
personales de formación, que para el Hno. Gabriel fueron
en su juventud el P. Charvet, párroco de Belleydoux y de Brénod,
y en su madurez Mons. Devie, junto con los predicadores de los
retiros en la Casa Madre, los directores espirituales de la comunidad,
y un gran número de sacerdotes, como el P. Roland, y algunos
obispos con los que entró en contacto.
El lector que se acerca hoy a los escritos del Hno. Gabriel con
la misma actitud de sencillez y de generosidad con que fueron
escritos puede ciertamente encontrar en ellos una palabra de
-48-
ánimo y de sabiduría que vienen del pasado pero que pueden ayudar
a caminar en la actualidad. Para la comprensión e interpretación
del carisma taboriniano tienen naturalmente una autoridad de
primer rango.
-49-
La última página del Testamento Espiritual del Hno. Gabriel Taborin
2.5.2 La historia y la vida actual del Instituto y de la Familia-Sa-Fa
Referencias:
Hno. Teodoro Berzal: El Instituto de los Hermanos de la
Sagrada Familia vive en el tiempo (2010).
Al principio, la historia del Instituto se confunde con la vida del
Hno. Gabriel, pero poco a poco su obra se va diferenciando de su
persona. «La historia de nuestro venerado Fundador, se identifica
con la de nuestra Congregación hasta el día de hoy», afirmaba el
Hno. Amadeo Depernex el 18 de marzo de 1865 en una carta en la
que pedía que los Hermanos escribieran sus recuerdos sobre el
Hno. Gabriel.
Durante el siglo XIX, después de la muerte del Fundador, fue el
Hno. Amadeo quien guió el Instituto esforzándose por transmitir la
herencia recibida. Los principales acontecimientos que jalonaron
ese período fueron: la aprobación del Instituto por parte del
Gobierno francés en 1874, la revisión de la Regla y su aprobación
en el Capítulo General de 1882, el envío de los primeros Hermanos
a Uruguay (1889) y la creación de varios colegios en ese país. En
la última parte del siglo la legislación laicista sobre la educación en
Francia y una aplicación sectaria de la ley sobre el «contrato de
asociación» pusieron en grave crisis al Instituto, al igual que a las
demás congregaciones religiosas.
El comienzo del siglo XX está marcado por la reacción a esa
situación de extrema dificultad (disolución del Instituto en Francia,
disminución de un tercio de los Hermanos, extinción de las casas
de formación en Europa) con el traslado de la Administración
General a Italia y comienzo de las actividades en ese país, las fundaciones
en Túnez, España y Argentina.
Hasta el final de la Segunda Guerra mundial, la administración
y la vida normal del Instituto se ve alterada por varios acontecimientos
externos e internos que frenan ese período de desarrollo.
Entre los primeros podemos citar las guerras (europea, mundial,
española) y entre los segundos la crisis provocada por la dimisión
-50-
del Hno. Martín Dumas, Superior General, en 1932. Cabe señalar
sin embargo la aprobación definitiva de las Constituciones (1936) y
la profundización en la espiritualidad del Instituto llevada a cabo
por el Hno. Esteban Baffert.
Viene después para nuestro Instituto, como para muchos
otros, un período de estabilidad, de afianzamiento institucional, de
crecimiento numérico, pero también de un cierto anquilosamiento.
Es el momento de la creación de varias Provincias, el comienzo de
la presencia del Instituto en tierras africanas (1958) y de la introducción
de la causa de beatificación del Hno. Gabriel Taborin.
Con el Concilio Vaticano II se abre una nueva época para la
Iglesia, para la vida religiosa y para el Instituto. El nuevo modelo de
vida religiosa que nace del Concilio provoca un período de renovación
pero también de crisis con una notoria cantidad de salidas de
Hermanos. El proceso de renovación conciliar lleva a una búsqueda
de las fuentes donde se inspira el carisma del Instituto y a su
formulación actualizada en unas nuevas Constituciones.
Para dar un nuevo impulso al Instituto, en los últimos decenios
se han realizado fundaciones en países, a veces muy alejados
entre sí, que pueden ofrecer una vitalidad y nuevas expresiones al
carisma de los Hermanos de la Sagrada Familia. Por otra parte en
todo el Instituto se han ido dando pasos de acercamiento, de colaboración
y de corresponsabilidad entre los Hermanos y los laicos,
que en diversos modos desean compartir la espiritualidad y la
misión del Instituto.
La historia del Instituto es una fuente constante de reflexión y
de meditación para comprender el modo concreto de encarnarse
el carisma, para distinguir las condiciones que en los diversos
lugares y épocas propician o detienen su crecimiento, para distinguir
criterios de discernimiento en las decisiones que se toman de
cara al futuro.
«Al hacer la historia del Instituto de los Hermanos de la
Sagrada Familia, no se pretende sólo escribir la vida del que fue su
Fundador. Se quiere dar a conocer cómo Dios es admirable en sus
obras, y que para ello se sirve a menudo de escasos instrumentos,
de los hombres más sencillos y menos eruditos para hacer obras
-51-
grandes que exceden las expectativas de los hombres pero que
son útiles a naciones enteras». (De una hoja suelta escrita por el
Hno. Gabriel que lleva como título «Conversación histórica»).
2.5.3 La regla de vida
Referencias:
Hno. Lino Da Campo: Circular sobre las Constituciones (1986);
Comentario a las Constituciones de los Hermanos de la Sagrada
Familia (2002).
Las Constituciones de los Hermanos y el Plan de Vida de las
Fraternidades Nazarenas tienen un apartado específico sobre la
espiritualidad. Cada uno de esos dos documentos fundamentales
presentan la espiritualidad de la Familia Sa-Fa en su doble versión
religiosa y secular. Pero además hay que tener en cuenta la totalidad
de esos documentos porque la espiritualidad está presente de
manera concreta para motivar los distintos aspectos de la vida
personal, comunitaria e institucional. Cada miembro del Instituto,
Hermanos o asociados, se referirá a ellos según su estado de vida.
Algunas expresiones nos ayudan a entender estos documentos
como fuente de la espiritualidad propia y su relación con el presente
texto y con otros.
Son un proyecto de vida evangélico: «La Regla propone un
modo de vida conforme al Evangelio, inspirado en la vida del
Fundador y sus enseñanzas y ratificado por la aprobación de la
Iglesia» (Constituciones, 279). Podemos decir, en efecto, que la
Regla es para nosotros la traducción actual del Evangelio. El
Fundador escribía en la Proclamación del Nuevo Guía: «Os lo
entregamos en nombre de Dios; recibidlo, pues, con respeto, considerándolo
como un segundo Evangelio» y un poco más adelante:
«Es esto lo que nos ha llevado a deciros que debéis mirar el
libro de nuestras Reglas como un segundo Evangelio» (Nuevo
Guía, Introducción).
Las Constituciones definen la identidad del Instituto en la
Iglesia como «Instituto religioso de Hermanos», con la posibilidad
-52-
de la presencia de algunos sacerdotes y de miembros asociados.
Tanto las normas prácticas, como las motivaciones teológicas, que
se dan en ellas corresponden a esa situación característica en la
Iglesia. La identidad es concebida en una eclesiología de comunión
típica del Concilio Vaticano II, donde las partes (iglesias locales,
estados de vida, carismas particulares, etc.) se abren y
comunican con el todo y éste se encarna en las situaciones concretas.
Las Constituciones son la expresión estable del carisma y el
libro fundamental de la espiritualidad del Instituto. Las
Constituciones dicen cómo se organiza concretamente la vida
comunitaria del Hermano y la proporcionan los medios adecuados
para llegar a la santidad según el carisma de Hermano de la
Sagrada Familia. Los demás libros actuales (como los Directorios
o decisiones capitulares) o del pasado (como los de nuestra tradición
de Instituto, incluso los libros del Fundador) hay que leerlos a
la luz de las Constituciones actuales. A partir de éstas es como
ofrecen una contribución válida para encarnarlas según los tiempos
y lugares.
Las Constituciones hay que entenderlas y vivirlas a la luz de la
alianza, de la nueva alianza. Su fuerza le viene del acto de profesión-
alianza de Dios con el hombre, del hombre con Dios, del
Hermano con el Instituto y del Instituto con el Hermano. Es importante
pasar de una mentalidad de antigua alianza a una de alianza
nueva si queremos comprender la afirmación del Fundador que
figura al principio del libro de las Constituciones: «Recordad, queridos
Hermanos, que la exacta observancia de la Regla santifica al
Hermano. Ella es su gloria, su ornato, su riqueza, su fuerza, su
belleza y su felicidad» (Circular n. 21, 1864).
Las Constituciones presentan la tensión entre el ideal propuesto
y los medios que se indican para conseguirlo, entre las grandes
orientaciones doctrinales y espirituales y las normas concretas
para los diversos aspectos de la vida. Las Constituciones señalan
el mínimo indispensable y el máximo que se abre hacia la perfección
de la caridad (santidad). Queda así señalado un camino espiritual
que invita al crecimiento constante.
-53-
Las Constituciones se abren por un lado hacia el Evangelio
reconociéndolo como «regla suprema», y por otro hacia la diversidad
de culturas y mentalidades en que vive cada Provincia (para
ello prevén los directorios y proyectos de vida provinciales) y hacia
la realidad concreta de cada comunidad (proyecto de vida de la
comunidad) y de cada persona (proyecto de vida personal).
La Regla expresa la conciencia que el Instituto tiene de sí
mismo en cuanto comunidad congregada por el Espíritu Santo reunida
en nombre de Jesús y consagrada al Padre.
Lo que se dice de las Constituciones puede aplicarse por similitud
al Plan de Vida de las Fraternidades Nazarenas.
2.5.4 Los documentos del Instituto
El Hno. Gabriel empezó a escribir una serie de cartas circulares
destinadas a la animación y gobierno del Instituto en las que
daba las informaciones, pero comunicaba también sus convicciones
y algunas intuiciones importantes para la espiritualidad.
Empezó a publicar también la biografía de cada uno de los
Hermanos que fallecía en el Instituto, como testimonio de respeto
y homenaje a su memoria, y para mantener los vínculos con quienes
iban llegando a la casa del Padre. En esas notas biógráficas se
encuentran los rasgos concretos de cómo se ha ido viviendo la
espiritualidad a lo largo del tiempo por parte de los Hermanos.
Ambas colecciones, las circulares de los Superiores y las biografías
de los Hermanos difuntos, se han continuado hasta la actualidad.
Junto con los documentos de los Capítulos y otros textos,
frecuentemente publicados en la revista oficial del Instituto,
L´Entretien Familial, se ha constituido un patrimonio espiritual al
que acudir para nutrir la espiritualidad Sa-Fa.
2.5.5 La vida y las enseñanzas de la Iglesia
A partir del Concilio Vaticano II, y recogiendo ideas que habían
empezado a desarrollarse ya antes, el magisterio de la Iglesia ha
tocado temas próximos a la espiritualidad de la Familia Sa-Fa en
uno u otro de sus aspectos.
-54-
La atención permanente a la vida y a las enseñanzas contenidas
en los documentos de la Iglesia universal como en los documentos
de las iglesias particulares, es una actitud que hay que cultivar siempre,
como elemento de formación permanente y como actitud de
comunión con todas las componentes de la comunidad cristiana.
Señalamos algunos de los temas y documentos más cercanos
a la espiritualidad Sa-Fa.
- La Sagrada Familia
A partir del breve apostólico de León XIII Neminem Fugit
(1892), con el que erigió la Asociación de la Sagrada Familia, los
papas se han referido en varios documentos, de forma más o
menos directa, a la Sagrada Familia y al misterio de Nazaret. Entre
ellos podemos señalar Alocución en Nazaret (1964) de Pablo VI y
la trilogía constituida por Redemptor Hominis (1979), n Redemptoris
Mater (1987) y Redemptoris Custos (1989) de Juan Pablo II.
- La vida consagrada
El sentido de la vida consagrada en la Iglesia fue expresado en
los documentos conciliares: Lumen Gentium cap V y VI y el decreto
Perfectae Caritatis sobre su renovación y la posibilidad de la
introducción del sacerdocio en los Institutos laicales. En
Evangelica Testificatio y otros documentos se encuentra el desarrollo
de los temas conciliares sobre la vida consagrada. Los
aspectos de la vida comunitaria fueron expuestos en La Vida fraterna
en comunidad.
En la exhortación apostólica Vita Consecrata se encuentra una
síntesis teológica y espiritual elaborada a partir del Sínodo sobre la
vida consagrada, con su estructura trinitaria y su enseñanza sobre
la espiritualidad de la vocación del Hermano (n. 60), la espiritualidad
compartida entre religiosos y laicos.
- Los laicos
Los documentos conciliares sobre el apostolado de laicos
Apostolicam Actuositatem teniendo como telón de fondo la cons-
-55-
titución pastoral Gaudium et Spes puso el fundamento a una nueva
comprensión de la participación de los laicos en la vida de la
Iglesia y de la relación de ésta con el mundo.
La vocación y misión de los laicos en la Iglesia fue sintetizada
en el documento Christifideles Laici que siguió al Sínodo de 1988.
- La pastoral de la educación cristiana
El decreto conciliar sobre la educación cristiana Gravissimum
educationis momentum fue seguido en el período postconciliar por
una serie de documentos sobre la importancia de la escuela católica
en la misión de la Iglesia (La escuela católica (1977) , La dimensión
religiosa de la educación (1988), que indican cómo contruir la
comunidad educativa y las funciones de cada una de sus componentes,
El laico católico testigo de la fe en la escuela (1982), Las
personas consagradas y su misión en la escuela (2002), y en la
perspectiva de una misión compartida: Educar juntos en la escuela
católica (2007).
- La catequesis
La renovación de la eclesiología y de la pastoral de la Iglesia
han dado lugar también a una renovación de la catequesis. El
Catecismo de la Iglesia Católica, la exhortación Catechesi
Tradendae y el Directorio General de la Catequesis son textos de
referencia universal, pero en cada país ha habido también un
esfuerzo para construir itinerarios catequéticos para todas las etapas,
dando cada vez más importancia a la responsabilidad de la
comunidad cristiana y a la familia en la catequesis, y revalorizando
la Palabra de Dios y la Liturgia como lugares catequéticos para
todos. Hoy se valora también la catequesis como forma de primer
anuncio del Evangelio.
- La liturgia
La reforma de la liturgia con las orientaciones sobre la centralidad
de la Eucaristía y de la Palabra de Dios, la celebración del oficio
divino, el sentido comunitario de las celebraciones, el puesto
-56-
de la fiesta de la Sagrada Familia en el año litúrgico son entre otros
elementos que enriquecen nuestra espiritualidad.
- La familia
Las enseñanzas de la Iglesia relativas al matrimonio y a la familia
han recibido un nuevo impulso a partir de la Gaudium et Spes.
Algunos hitos de esa enseñanza han sido la encíclica Humanae
Vitae (1968) y la exhortación Familiaris Consortio (1981). En conexión
con los temas de la familia es también los del cuidado de la
vida con su problemática actual (Evangelium Vitae, 1995).
- La misión «ad gentes»
La actividad misionera continúa siendo una de sus preocupaciones
centrales de la Iglesia en el mundo de hoy. Las orientaciones
del decreto conciliar Ad Gentes fueron continuadas en la
exhortación Evangelii Nuntiandi (1975) y luego en la encíclica
Redemptoris Missio (1990) y otros documentos que ayudan a proponer
la fe cristiana sin desatender el diálogo interreligioso.
- La opción por los jóvenes y por los pobres
La atención de la Iglesia a los necesitados y sus enseñanzas
sobre la justicia social se han expresado en documentos como
Sollicitudo Rei Socialis (1987) o Centessimus Annus (1991). En el
centenario de la Rerum Novarum, el Compendio de la Doctrina
social de la Iglesia (2005) sintetiza esas enseñanzas.
2.5.6 El mundo y las diversas culturas
La espiritualidad se encarna en cada época y en cada cultura,
asumiendo los valores que le son más afines y rechazando los contravalores,
para expresarse constantemente en nuevas formas. La
espiritualidad es un lugar de diálogo intercultural.
El Instituto nació en Francia en la primera mitad del siglo XIX y
en sus orígenes asumió las formas culturales propias de esa
época, sobre todo de los ambientes rurales.
-57-
Este período está caracterizado
por la difusión de las ideas de la
Revolución Francesa, contrastadas
por la llamada Restauración,
que pretendía una vuelta al
«Antiguo Régimen», y por el desarrollo
de la industrialización, con
sus consecuencias sociales.
Fueron notables los progresos de
la agricultura y se incrementaron
los intercambios comerciales, pero
en las zonas rurales predominaba
el apego a la tradición en todos los
ámbitos de la vida. La emigración
y el expansionismo colonialista
fueron también importantes. Las
corrientes de pensamiento y de
cultura están dominadas por el
romanticismo.
Durante el siglo XIX el Instituto se mantiene en el ámbito cultural
francés, y mayoritariamente en las zonas rurales. Pero empieza a
abrirse al mundo latinoaméricano: la implantación en Uruguay y
luego en Argentina le abrieron a una nueva lengua y le dieron acceso
más directamente al ámbito de las ciudades, teniendo que adaptar
la actividad educativa con otro tipo de instituciones (los colegios).
En la primera mitad del siglo XX se refuerza la presencia americana
y se abre a otros ámbitos culturales europeos (Italia,
España). En la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI, la
diversidad cultural del Instituto se ha incrementado notablemente.
La presencia del Instituto en África lo ha llevado a un salto cultural
importante. Su apertura a nuevos ámbitos latinoamericanos:
Brasil, Ecuador, México y Colombia. Y en el paso de un milenio al
otro la apertura al mundo asiático (Filipinas, India) abre perspectivas
culturales muy amplias y diferenciadas.
A la hora de la globalización es importante el equilibrio entre
la valoración de las diferencias culturales y la apertura a la universalidad.
-58-
La Sagrada Familia tomando el mate
(Villa Sagrada Familia, San Antonio de
Arredondo, Córdoba, Argentina)
La espiritualidad de la Familia Sa-Fa se ha enriquecido con los
dones de cada una de las personas que han vivido en él y con los
valores (nunca exclusivos y a veces oscurecidos por contravalores)
de las culturas donde se ha encarnado.
Desde el principio en Europa con:
- El amor al trabajo y el sentido de responsabilidad en las
diversas actividades, llegando a veces a una cierta rigidez;
- El aprecio de la formación y de la buena organización en
todos los campos;
- La generosidad en la misión «ad gentes»;
- El esfuerzo de integración en la iglesia local y en la sociedad;
- La construcción de la democracia basada en la igualdad y
dignidad de la persona.
Luego en América latina con:
- Una mayor valoración de lo relacional y lo afectivo, sin
excluir una cierta inestabilidad e inconstancia;
- La importancia de la acogida de las personas y del compartir
en grupo;
- La cercanía a la gente del pueblo, compartiendo su religiosidad,
sus esperanzas y su lucha por la justicia y la libertad, a
veces en contextos de profundas desigualdades y conflictos;
- La centralidad de la mujer en la construcción de la familia y
de la «tierra madre» en la relación con la naturaleza.
Más tarde en Africa con:
- El cultivo de una multitud de relaciones entre las personas
hasta llegar a veces a la dispersión;
- La centralidad de la familia y el cuidado de la vida en todas
las dimensiones;
- La sabiduría para adaptarse en condiciones de dificultad;
- La religiosidad que impregna toda la existencia;
- El sentido de la celebración y de la fiesta.
Y últimamente en Asia con:
- Su apertura a la religiosidad y la contemplación que intenta
superar las dualidades y dicotomías para interpretar la realidad
como un todo;
-59-
- Su sentido de unidad del grupo y su disciplina interna;
- La aceptación de la realidad y sus problemas.
Todo ello en un contexto de graves desigualdades e injusticias.
La espiritualidad nazarena trata de acercarse con atención y
respeto para valorar e integrar todos los valores auténticos provenientes
de las diversas culturas y puede ella misma ser presentada
en las formas de expresión de esas culturas, contribuyendo a un
mutuo enriquecimiento y a dinamizar la unidad del Instituto en un
mundo cada vez más globalizado, «para que todo el género humano
venga a la unidad de la familia de Dios» (Lumen Gentium, 28).
Algunas preguntas para la reflexión y para el diálogo:
- ¿Cuáles son las personas y situaciones vividas que
más nos han acercado a la espiritualidad de la Familia Sa-
Fa?
- ¿Cuáles son los pasajes de la Biblia, que más alimentan
nuestra vida espiritual?
- ¿Qué momentos de la vida de Jesús, de la experiencia
del Hno. Gabriel nos inspiran más para construir nuestra
comunidad/familia?
- ¿Cuáles son los escritos que mejor presentan la
espiritualidad de la Familia Sa-Fa?
- ¿Qué valor tienen las expresiones simbólicas (no textuales)
de la espiritualidad?
- ¿Cómo interpretamos la diversidad de expresiones y
de formas de la espiritualidad Sa-Fa?
- ¿Buscar algunas expresiones para indicar la relación
que debe existir entre las fuentes de toda vida cristiana y las
fuentes propias de la espiritualidad de la Familia Sa-Fa?
- ¿Cuáles son los valores de una permanente «vuelta
a las fuentes»?
-60-
-61-
3. LOS CONTENIDOS
3.1 La imagen de Dios
Referencias:
Hno. Teodoro Berzal: La imagen de Dios en el Instituto de los
Hermanos de la Sagrada Familia;
Hno. Teodoro Berzal: Circular sobre el espíritu de cuerpo y
de familia (2000).
3.1.1 Dios «familia», «comunidad de amor»
El punto focal de la espiritualidad Sa-Fa, que es la familia de
Jesús, María y José en Nazaret, educa la mirada para descubrir en
el Dios único la familia constituida por las tres divinas personas,
introduciéndonos así en el misterio central de la fe y de la vida
cristiana.
Jesús en el Evangelio nos revela el verdadero rostro de Dios y
para ello emplea constantemente términos que se refieren a la
familia. Emplea el término «Abba» – Padre, para referirse a Él en el
ámbito de la familiaridad más íntima con la que un niño pequeño
puede dirigirse a su padre. Correlativamente lo mismo puede
decirse del término «Hijo», que Jesús emplea para designarse a sí
mismo. Finalmente, el Espíritu Santo es presentado siempre en el
Evangelio en íntima relación con el Padre y el Hijo.
Jesús nos invita a entrar en el misterio de la comunión divina
en el que cada una de las personas está en relación vital con las
otras, acompaña a las otras, vive para las otras, actúa con las
otras, está en las otras… «El Padre está conmigo» (Jn 16, 32). «Yo
vivo gracias al Padre» (Jn 6, 57). «Como tú, Padre estás en mi y yo
en ti» (Jn 17, 21). Estas expresiones de Jesús tienen ante todo un
significado existencial, pero reflejan también la profundidad de las
relaciones en la vida trinitaria.
Sobre estas bases del Evangelio, y partiendo ya del
Génesis, que presenta al hombre como imagen de Dios en cuanto
ser en relación, los Padres de la Iglesia y los escritores cristianos
no han dudado en acudir a la imagen simbólica de la
familia para hablar del misterio de la Trinidad. Como la familia,
Dios es una comunidad de personas unidas por el amor en el círculo
de la vida.
La imagen simbólica de la familia para hablar de Dios tiene la
ventaja de ponernos ante una realidad concreta y ante una experiencia
humana ampliamente compartida, pero también de tratarse
de un conjunto de relaciones intersubjetivas al nivel más profundo,
como son la paternidad, la maternidad, la filiación, la esponsalidad,
la fraternidad… Desde el punto de vista de la fe cristiana,
existe no sólo una semejanza simbólica entre la familia y la Trinidad
divina, sino una real participación en su vida ya que ese ha sido el
plan de Dios desde la creación y la redención, hasta la plenitud del
Reino (Cf. Familiaris Consortio n. 11 y 15).
3.1.2 La Santísima Trinidad, la Sagrada Familia y la comunidad
El Hno. Gabriel expresó con lenguaje sencillo y concreto la vinculación
entre la Trinidad divina y la Sagrada Familia, como punto
esencial de la espiritualidad de su Instituto, en estos términos: «La
Sociedad de los Hermanos de la Sagrada Familia ha sido fundada
para honrar a la Santísima Trinidad. Para los asociados su fiesta
será la segunda en importancia y rezarán cada día con respeto tres
veces el Gloria al Padre: por la mañana, a mediodía y por la tarde...
La Sociedad de la Sagrada Familia ha sido también fundada para
honrar las virtudes de Jesús, María y José, y para atraerse su protección
durante la vida y en la hora de la muerte. Esta Sociedad llevará
únicamente el nombre de Congregación de los Hermanos de
la Sagrada Familia y en ningún caso podrá unirse ni ser asociada
a cualquier otra congregación u orden. Los asociados celebrarán
anualmente la fiesta de la Sagrada Familia el jueves antes de la
-62-
octava de la Natividad de la Virgen. Será la primera y principal fiesta
en la casa más importante de la Sociedad y en las otras casas
autorizadas a tener capilla...» (Constituciones de 1836 art. 1 y 2).
Las Constituciones actuales (n° 9) dicen: «La vida comunitaria
hunde sus raíces en la Trinidad, que introduce a los Hermanos en
su misterio de amor, por la acción del Padre, que los llama, del
Hijo, que los congrega en su persona, del Espíritu Santo, que los
une entre sí».
Aunque la similitud, y por tanto la fuerza del signo, entre la
Santísima Trinidad y la Sagrada Familia, reside más bien en la analogía
de las relaciones, existe también correspondencia entre las
personas. La identidad personal de Jesús, hombre perfecto e Hijo
de Dios en los dos misterios, el de la Trinidad y el de la Sagrada
Familia, constituye el
punto de conjunción,
haciendo que las dos
familias puedan ser llamadas,
a título diferente,
«familia de Dios».
María por su
maternidad divina está
vinculada de manera
única a las tres personas
de la Trinidad. Ella
acogió en su seno y dio
a luz al Hijo del Padre
por obra del Espíritu
Santo. El Evangelio
muestra también la
total disponibilidad de
José para asumir la
misión de padre de
Jesús, en cuanto esposo
de María.
No menos sugestiva
es la intuición que
-63-
Imagen de la Sagrada Familia y de la Santísima
Trinidad difundida por el Hno. Gabriel en Belmont
descubre conjuntamente en María y José el rostro de Dios que es
a la vez Padre y Madre. El amor infinito que el Hijo recibe del Padre
en el seno de la Trinidad toma forma humana en la ternura paterna
y materna de José y de María hacia Jesús. Así lo entendió Jesús
cuando, después de haber desvelado por un momento en el templo
de Jerusalén, su vinculación única con el Padre, se sometió a
María y a José. «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo tenía
que estar en la casa de mi Padre? Ellos no comprendieron lo que
quería decir. Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad
» (Lc 2, 49-51).
Los Hermanos consideran a «la Sagrada Familia como la
realización más perfecta en la tierra de la comunidad de amor
que es la Santísima Trinidad». Las Constituciones (art. 6) proponen
como punto de comparación la «comunidad de amor» para
hablar de la relación entre la Sagrada Familia y la Trinidad divina.
Es éste el lugar de encuentro que permite, en la reflexión
sobre la fe, pasar de la realidad terrena, y necesariamente limitada
de la familia de Nazaret, a la realidad divina e infinita de la
Trinidad.
Es lo que el Hno. Gabriel había expresado empleando el término
tradicional de «Trinidad de la tierra» para hablar de la Sagrada
Familia: «Única familia en relación directa con el cielo, esta Trinidad
de la tierra, como la llaman san Buenaventura y san Juan
Damasceno, se presenta como objeto de nuestro amor por
muchas razones: Jesús es el nuevo Adán, María, la nueva Eva, y
José, el guardián de esas dos perlas preciosas; los tres son nuestro
Tesoro» (Circular n. 2, 1847).
3.2 El misterio de Nazaret: Jesús, María y José como familia
El Hno. Gabriel se expresaba así: «Si es cierto, queridos
Hermanos, que «allí donde tengáis vuestro tesoro, tendréis el corazón
» (Mt 6, 21), el corazón de un cristiano y especialmente el de un
religioso de la Sagrada Familia debería estar a menudo, mejor
dicho, siempre, bajo el humilde techo de Nazaret, en medio de esta
augusta Familia que reúne en sí todas las virtudes divinas y humanas
» (Circular n. 2, 1847). Siguiendo sus pasos, la tradición del
-64-
Instituto ha subrayado en el misterio de Nazaret su dimensión
familiar: «Pero es, sobre todo, en cuanto familia como Jesús, María
y José son los Patronos del Instituto» (Constituciones de 1882 art.
125).
Una afirmación sintética de Juan Pablo II nos ayuda a situar
a la Sagrada Familia entre los misterios cristianos: «Inserta directamente
en el misterio de la encarnación, la familia de Nazaret
constituye en sí misma un misterio particular» (Redemptoris
Custos n. 21). En efecto, ningún aspecto del misterio cristiano
puede entenderse en profundidad si no es en relación con los
demás. Es, pues, muy importante situar a la Sagrada Familia en
relación con los otros momentos de la historia de la salvación. La
centralidad que la Familia de Nazaret ocupa en nuestra espiritualidad
quedará así, de una parte realzada por la luz que proviene
de los demás y de otra parte relativizada, en el sentido en que
aparecerá más clara la conexión que tiene con el núcleo central
de la fe cristiana.
3.2.1 Una familia
La familia de Jesús responde a las características de una familia
normal de la Palestina de su época en el ámbito rural: vivía la fe
de Israel y compartía las esperanzas y luchas de su pueblo. Lleva
consigo la esperanza de salvación de los pobres de Yavé («anawin
») (Catecismo de la Iglesia Católica, 64).
El elemento esencial de su identidad cultural y religiosa era la
práctica convencida de la ley contenida en los libros sagrados:
observancia del sábado y de las fiestas (para un judío, su credo es
su calendario, se ha dicho), peregrinación anual a Jerusalén, para
los hijos varones, presentación, circuncisión e imposición de un
nombre tradicional, educación en la sinagoga hasta la edad de la
pubertad. La inserción en el mundo del trabajo se hacía mediante
un oficio, muchas veces transmitido de padres a hijos: José y
Jesús eran carpinteros. Jugaban un papel importante las relaciones
familiares en círculos que se extendían hasta más allá del pueblo
de Nazaret. Los Evangelios nos han transmitido las
genealogías y se mencionan a los «hermanos y hermanas de
-65-
Jesús». La tradición ha transmitido también el nombre de los
padres de María: Ana y Joaquín.
Como muchas familias, también la de Jesús pasó por tiempos
difíciles, ya en el momento de su constitución, luego como familia
emigrada a Egipto y seguramente en las circunstancias de la vida
cotidiana, en donde los tiempos de calma se alternan con los de
dificultad.
3.2.2 Entre la Creación y la Redención
Según la revelación, el centro y la cima de la creación es el
hombre, creado a imagen y semejanza de Dios y a cuyo bien se
ordenan las demás criaturas. Pero Dios no creó al hombre en solitario:
los hizo hombre y mujer. Así pues el hombre es un ser social
y la relación hombre-mujer es la primera expresión de la comunión
entre los seres humanos (Cf. Gaudium et Spes 12; 24). A pesar de
la herida causada por el pecado, el don recíproco del hombre y la
mujer en el matrimonio es un signo del amor de Dios. Como lo dice
el prefacio de la misa por los esposos: «En la unión entre el hombre
y la mujer, has impreso la imagen de tu amor».
Por eso al llegar el momento de la plena revelación del amor
de Dios en Cristo Jesús, éste se encarna y comienza su obra
redentora en la familia constituida por el matrimonio de María y
José. Pablo VI expresó así esa relación entre creación y redención:
«He aquí que en el umbral del Nuevo Testamento como al
principio del Antiguo, surge una pareja. Pero mientras que la de
Adán y Eva fue el origen del mal que se ha derramado en el
mundo, la de José y María es la cumbre desde la cual la santidad
se esparce por toda la tierra. El Salvador ha comenzado la obra
de la salvación por esta unión virginal y santa en la que se manifiesta
su voluntad omnipotente de purificar y santificar la familia,
santuario del amor y cuna de la vida».
Nacido y crecido en una familia humana, Jesús constituye con
quienes creen en él y lo siguen una nueva familia (Lc 8, 21) que va
más allá de las relaciones basadas en la carne y en la sangre (Jn
1, 13) y que encuentra un nuevo comienzo al pie de la cruz en la
relación materno filial entre María y Juan (Jn 19, 25-27).
-66-
3.2.3 En el ámbito de la nueva alianza
Las enseñanzas de Jesús sobre el matrimonio no sólo se
refieren al proyecto original de Dios: «Lo que Dios ha unido, no lo
separe el hombre» (Mc 10, 2-12). Continuando una tradición ya
iniciada por los profetas del Antiguo Testamento que presenta el
matrimonio como símbolo del amor de Dios por su pueblo, Jesús
desde una perspectiva escatológica presenta la plenitud del
Reino como la celebración de una boda (Mt 22, 2-14; 25, 1-12).
Expresa de esta manera la unión definitiva de Dios con el hombre
realizada en su persona. En Cristo Dios ha dado el sí definitivo
a la humanidad y de ésta ha recibido una respuesta de total
fidelidad.
San Pablo, relaciona el matrimonio con la unión esponsal entre
Cristo y la Iglesia: «Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo
amó a su Iglesia y se entregó por ella…» (Ef 5, 25). El matrimonio
pasa así, a la luz de la Pascua, a ser uno de los signos-sacramentos
de la nueva alianza: «El matrimonio cristiano es imagen y participación
de la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia» (Gaudium
et Spes, 48).
Desde esta perspectiva podemos decir que la familia fundada
por el matrimonio de María y José es imagen o tipo de la Iglesia en
cuanto anticipa la realidad que significa. Plenamente involucrado
en el misterio de la encarnación, el matrimonio de María y José (un
matrimonio verdadero, querido por Dios y destinado a acoger a su
Hijo), contiene ya la revelación y participación en el «gran misterio»
de que habla San Pablo (la unión de Cristo con su Iglesia), ya anunciado
desde el Génesis (Gen 2, 24).
3.2.4 El «evangelio de la familia»
Juan Pablo II empleó esta expresión en su Carta a las Familias
(1994), junto a otras similares: evangelio del trabajo, evangelio de
la mujer… Con ellas se pretende subrayar: de una parte, lo que en
la revelación podemos encontrar sobre un tema determinado; y
por otra, proponer al mundo de hoy la verdad cristiana atendiendo
a la problemática pastoral y al crecimiento espiritual.
-67-
La Sagrada Familia, en cuanto es el primer lugar de Evangelio
vivido y ya realizado, hace emerger y propone a las familias, a las
comunidades, a las personas y a los grupos… unos valores que
van más allá de cualquier determinación cultural o social.
A pesar de la fragilidad y de las crisis por las que atraviesa
el mundo contemporáneo, la familia está llamada
desde el punto de vista cristiano a formar una comunidad
de personas, a colocarse al servicio de la vida, a participar
en el desarrollo de la sociedad y en la vida y misión de la
Iglesia…(Cf. Familiaris Consortio). En este contexto la
Sagrada Familia se propone como «el comienzo de
muchas otras familias santas» (Carta a las Familias, 23).
Ella que es la forma originaria y más sencilla de la Iglesia,
acompaña a la familia, iglesia doméstica, en la respuesta
de cada uno de sus miembros a la llamada de Dios, en la
acogida de la Palabra para vivirla y entregarla al mundo,
en el trabajo y sufrimiento de cada día, en el compartir alegrías
y preocupaciones. Su presencia cercana y accesible
se propone siempre como referencia de vida y ayuda para
hacer crecer el Reino de Dios en las personas y en el propio
ambiente: casa, trabajo, instituciones sociales, culturales,
etc.
Pero hay varias maneras de «ser familia». Jesús en el
Evangelio menciona las relaciones de familia (padre, madre, hermanos,
hermanas) establecidas por quienes acogen su palabra
(Cf. Mc 10, 29-30). A lo largo de la historia de la Iglesia las comunidades
religiosas han encontrado una referencia en la Sagrada
Familia, junto con la primitiva comunidad de Jerusalén y el grupo
de los seguidores de Jesús (Cf. La vida fraterna en comunidad, n.
18). La «respuesta de amor que Jesús, unido a María y José, dio
al Padre en el hogar de Nazaret» (Constituciones, 23); la entrega
virginal de María y José «al servicio del Amor para salvar el
-68-
mundo» (Constituciones, 29); la vida de trabajo, comunión de
bienes, pobreza y sencillez (Constituciones, 39); la fe y obediencia
de Jesús, María y José para «realizar el plan de Dios sobre
cada uno de ellos viviendo en Nazaret unidos como familia»
(Constituciones, 58), son algunos de los principales motivos inspiradores
de una vida consagrada y puesta al servicio de los
hombres.
En realidad cualquier familia, grupo o comunidad que desee
poner en primer plano la comunión de vida basada en unas relaciones
personales sencillas y cercanas, una vida de trabajo y
humildad en lo cotidiano, que esté abierta a la Palabra de Dios y
comprometida en la construcción de un mundo más justo y más
fraterno, puede encontrar un fuerte motivo inspirador y un apoyo
sólido en la Familia de Nazaret.
Desde estas realizaciones concretas, pero a la vez proféticas,
se puede ampliar la mirada hacia horizontes más vastos. Quien
intenta vivir en el ámbito de Nazaret, sabe que las mayores realizaciones
empiezan en lo pequeño. A esa perspectiva más amplia nos
invita Juan Pablo II cuando afirma en su Carta a las Familias (n. 13)
que «la familia es el centro y el corazón de la civilización del amor»
o cuando en un discurso a la ONU (1995) desarrolló la idea de promover
una «familia de naciones», diciendo: «El concepto de «familia
» evoca algo que va más allá de las relaciones funcionales o de
la mera convergencia de intereses. La familia es, por su naturaleza,
una comunidad fundada en la confianza recíproca, en el apoyo
mutuo y en el respeto sincero. En una auténtica familia no existe el
dominio de los fuertes; al contrario, los miembros más débiles son,
precisamente por su debilidad, doblemente acogidos y ayudados».
3.3 Un modo de entender la Iglesia: la «familia de Dios»
A la imagen de Dios-Trinidad como familia, corresponde la de
la Iglesia como familia de los hijos de Dios. Es el Dios-familia quien,
en el dinamismo de su amor, enviando al Hijo y al Espíritu Santo,
forma la Iglesia-familia.
-69-
-70-
Siendo la Trinidad comunión total de las personas en perfecta
unidad, cuando actúa, suscita siempre necesariamente la comunión
y la unidad. Esta comunión de personas, esta «muchedumbre
reunida por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» es la
Iglesia (Lumen Gentium, 4). La Iglesia proviene, pues, de la
Trinidad. Responde al designio del Padre que «determinó congregar
a los creyentes en Cristo en la Santa Iglesia» (Lumen Gentium,
2); se funda en Jesucristo quien mediante su pasión, muerte y
resurrección hace de los fieles un solo Cuerpo; y es obra del
Espíritu Santo, quien por medio de los sacramentos y los dones la
vivifica y renueva constantemente.
Teniendo su origen en la Trinidad y siendo el fruto de la misión
de las personas divinas, la Iglesia sólo puede realizarse en el tiempo
a imagen de la comunión divina. La diversidad de ministerios,
de carismas, de actividades procedentes del mismo Espíritu deben
conjugarse en la unidad del amor y de su misión evangelizadora.
La misma diversidad, que proviene de las realizaciones y encarnaciones
locales, encuentra su plenitud en la unidad y catolicidad de
la Iglesia.
El Concilio Vaticano II, entre las varias figuras de la
Iglesia, recogió también la de «familia», para hablar de la
«íntima naturaleza de la Iglesia»: «Muchas veces también
la Iglesia se llama «edificación» de Dios (1Cor 3, 9). El
mismo Señor se comparó a la piedra rechazada por los
constructores, pero que fue puesta como piedra angular
(Mt 21, 42; cf. Act 4, 11; 1Pe 2, 7; Sal 177, 22). Sobre aquel
fundamento levantan los apóstoles la Iglesia (cf. 1Cor 3,
11) y de él recibe firmeza y cohesión. A esta edificación se
le dan diversos nombres: casa de Dios (1Tim 3, 15), en
que habita su «familia», habitación de Dios en el Espíritu
(Ef 2, 19-22), tienda de Dios con los hombres (Ap 21, 3) y,
sobre todo, «templo» santo, que los Santos Padres celebran
representado en los santuarios de piedra, y en la litur-
-71-
gia se compara justamente a la ciudad santa, la nueva
Jerusalén. Porque en ella somos ordenados en la tierra
como piedras vivas (1Pe 2, 5). San Juan, en la renovación
del mundo contempla esta ciudad bajando del cielo, del
lado de Dios ataviada como una esposa que se engalana
para su esposo (Ap 21, 1ss)» (LG 6).
Hablando del ministerio de los Pastores de la Iglesia, el
Concilio se expresa también en términos de familia: «Presentan a
Dios Padre las necesidades y súplicas de los fieles (cf. Hebr 5, 1-
4). Ellos, ejercitando, en la medida de su autoridad, el oficio de
Cristo, Pastor y Cabeza, reúnen la familia de Dios como una fraternidad,
animada y dirigida hacia la unidad y por Cristo en el Espíritu,
la conducen hasta Dios Padre» (LG 28). Y lo mismo hace hablando
del valor de la unidad en la diversidad: «La Iglesia santa, por
voluntad divina, está ordenada y se rige con admirable variedad.
Pues a la manera que en un solo cuerpo tenemos muchos miembros
y todos los miembros no tienen la misma función, así nosotros,
siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, pero cada
miembro está al servicio de los otros miembros» (Rom 12, 4-5). El
pueblo elegido de Dios es uno: «Un Señor, una fe, un bautismo»
(Ef 4, 5); común la dignidad de los miembros por su regeneración
en Cristo, gracia común de hijos, común vocación a la perfección,
una salvación, una esperanza y una indivisa caridad. Ante Cristo y
ante la Iglesia no existe desigualdad alguna en razón de estirpe o
nacimiento, condición social o sexo, porque «no hay judío ni griego,
no hay siervo ni libre, no hay varón ni mujer. Pues todos vosotros
sois «uno» en Cristo Jesús» (Gal 3, 28; cf. Col 3, 11)… Si,
pues, los seglares, por designación divina, tienen a Jesucristo por
hermano, que siendo Señor de todas las cosas vino, sin embargo,
a servir y no a ser servido (cf. Mt 20, 28), así también tienen por
hermanos a quienes, constituidos en el sagrado ministerio, enseñando,
santificando y gobernando con la autoridad de Cristo, apacientan
la familia de Dios de tal modo que se cumpla por todos el
mandato nuevo de la caridad» (LG 32).
La asamblea del Sínodo de los obispos para África (1994) asumió
como idea guía para la evangelización del continente precisamente
el concepto de Iglesia-familia con toda su carga de
significado teológico, humano y pastoral: «El Sínodo no sólo ha
hablado de la inculturación, sino que también la ha aplicado concretamente,
asumiendo como idea-guía para la evangelización de
África la de Iglesia como Familia de Dios. En ella los Padres sinodales
han reconocido una expresión de la naturaleza de la Iglesia
particularmente apropiada para África. En efecto, la imagen pone
el acento en la solicitud por el otro, la solidaridad, el calor de las
relaciones, la acogida, el diálogo y la confianza. La nueva evangelización
tenderá pues a edificar la Iglesia como Familia, excluyendo
todo etnocentrismo y todo particularismo excesivo, tratando de
promover por el contrario la reconciliación y la verdadera comunión
entre las diversas etnias, favoreciendo la solidaridad y el compartir
tanto el personal como los recursos de las Iglesias
particulares, sin consideraciones indebidas de orden étnico. Es de
desear que los teólogos elaboren la teología de la Iglesia-Familia
con toda la riqueza contenida en este concepto, desarrollando su
complementariedad mediante otras imágenes de la Iglesia. Esto
supone una profunda reflexión sobre el patrimonio bíblico y tradicional
que el Concilio Vaticano II ha recogido en la Constitución
dogmática Lumen Gentium. El admirable texto expone la doctrina
sobre la Iglesia recurriendo a imágenes, sacadas de la Sagrada
Escritura, como Cuerpo místico, Pueblo de Dios, templo del
Espíritu, rebaño y redil, casa en la que Dios mora con los hombres.
Según el Concilio, la Iglesia es esposa de Cristo y madre nuestra,
ciudad santa y primicia del Reino futuro. Es necesario tener en
cuenta estas sugestivas imágenes al desarrollar, según la indicación
del Sínodo, una eclesiología centrada en el concepto de
Iglesia-Familia de Dios. Se podrá entonces apreciar en toda su
riqueza y densidad la afirmación de la que parte la Constitución
conciliar: «La Iglesia es en Cristo como el sacramento, o sea signo
e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el
género humano» (Ecclesia in Africa, 63).
Empleando una expresión de las Constituciones de los
Hermanos, se puede decir que en la Familia Sa-Fa, «como en el
-72-
-73-
Cuerpo de Cristo hay diversidad de miembros, de dones y de funciones,
unidos por la caridad» (Constituciones 121). Es importante
que cada uno conozca su propia vocación e identidad en la Iglesia
y, en el respeto y colaboración con los demás, construya la unidad.
Las características propias de cada estado de vida
han sido así expresadas:
«En efecto, en la unidad de la vida cristiana las distintas
vocaciones son como rayos de la única luz de Cristo,
que resplandece sobre el rostro de la Iglesia.
Los laicos, en virtud del carácter secular de su vocación,
reflejan el misterio del Verbo Encarnado en cuanto
Alfa y Omega del mundo, fundamento y medida del valor
de todas las cosas creadas.
Los ministros sagrados, por su parte, son imágenes
vivas de Cristo cabeza y pastor, que guía a su pueblo en
el tiempo del «ya pero todavía no», a la espera de su venida
en la gloria.
A la vida consagrada se confía la misión de señalar al
Hijo de Dios hecho hombre como la meta escatológica a
la que todo tiende, el resplandor ante el cual cualquier otra
luz languidece, la infinita belleza que, sola, puede satisfacer
totalmente el corazón humano» (Vita Consecrata 15).
«En este armonioso conjunto de dones, se confía a
cada uno de los estados de vida fundamentales la misión
de manifestar, en su propia categoría, una u otra de las
dimensiones del único misterio de Cristo. Si la vida laical
tiene la misión particular de anunciar el Evangelio en
medio de las realidades temporales, en el ámbito de la
comunión eclesial desarrollan un ministerio insustituible
los que han recibido el Orden sagrado, especialmente los
Obispos. Ellos tienen la tarea de apacentar el Pueblo de
Dios con la enseñanza de la Palabra, la administración
de los Sacramentos y el ejercicio de la potestad sagrada
al servicio de la comunión eclesial, que es comunión
-74-
orgánica, ordenada jerárquicamente. Como expresión de
la santidad de la Iglesia, se debe reconocer una excelencia
objetiva a la vida consagrada, que refleja el mismo
modo de vivir de Cristo. Precisamente por esto, ella es
una manifestación particularmente rica de los bienes
evangélicos y una realización más completa del fin de la
Iglesia que es la santificación de la humanidad. La vida
consagrada anuncia y, en cierto sentido, anticipa el tiempo
futuro, cuando, alcanzada la plenitud del Reino de los
cielos presente ya en germen y en el misterio, los hijos
de la resurrección no tomarán mujer o marido, sino que
serán como ángeles de Dios (cf. Mt 22, 30). En efecto, la
excelencia de la castidad perfecta por el Reino, considerada
con razón la «puerta» de toda la vida consagrada,
es objeto de la constante enseñanza de la Iglesia. Esta
manifiesta, al mismo tiempo, gran estima por la vocación
al matrimonio, que hace de los cónyuges «testigos y
colaboradores de la fecundidad de la Madre Iglesia
como símbolo y participación de aquel amor con el que
Cristo amó a su esposa y se entregó por ella. En este
horizonte común a toda la vida consagrada, se articulan
vías distintas entre sí, pero complementarias» (Vita
Consecrata 32).
3.4 Una mirada sobre el mundo
La espiritualidad de la Familia SAFA lleva a ver el mundo como
la casa donde habita la gran familia de los hijos de Dios y donde
empieza a construirse su Reino; lleva también a valorar la diversidad
de culturas a la luz del Evangelio.
Nacido de la acción creadora y fundante de Dios, que
comunica el ser a todo lo que existe, el mundo es fruto de su
amor y con él permanece en comunicación hasta llevarlo a su
plenitud. La fe cristiana confiesa que el mundo es don del
Padre, hecho por medio de su Hijo “por quien todo ha sido cre-
ado” y en su Espíritu, que todo lo vivifica. Las criaturas llevan
así, desde su origen, la marca de la Trinidad divina, presente
sobre todo en el hombre, el cual ha sido creado “a imagen y
semejanza de Dios” y a cuyo cuidado y responsabilidad ha sido
confiado el mundo.
La comunidad de los creyentes “está presente ya aquí en la
tierra, formada por hombres, es decir, por miembros de la ciudad
terrena que tienen la vocación de formar en la propia historia del
género humano la familia de los hijos de Dios, que ha de ir aumentando
sin cesar hasta la venida del Señor... Esta compenetración
de la ciudad terrena y de la ciudad eterna sólo puede percibirse
por la fe; más aún, es un misterio permanente de la historia humana
que se ve perturbado por el pecado hasta la plena revelación de
la claridad de los hijos de Dios. Al buscar su propio fin de salvación,
la Iglesia no sólo comunica la vida divina al hombre, sino que
además difunde sobre el universo mundo, en cierto modo, el reflejo
de su luz, sobre todo curando y elevando la dignidad de la persona,
consolidando la firmeza de la sociedad y dotando a la
actividad diaria de la humanidad de un sentido y de una significación
mucho más profundos. Cree la Iglesia que de esta manera,
por medio de sus hijos y por medio de su entera comunidad,
puede ofrecer gran ayuda para dar un sentido más humano al
hombre y a su historia” (Gaudium et Spes 40).
3.5 La existencia cristiana inspirada en Nazaret
Referencias:
Hno. Esteban Baffert: Circulaires et Conférences,
«Condiciones de progreso» Circular de 12/01/1933;
Hno. Esteban Baffert: El cuadro de la Sagrada Familia.
L’Entretien Familial n. 22 (1935) (pp. 95-99);
Hno. Lino Da Campo: Circular sobre algunos aspectos de
nuestra espiritualidad nazarena (1993);
Hno. Enzo Biemmi: A Nazareth on priait, on travaillait et l’on
s’aimait. (L’Entretien Familial n. 171 p. 416- 426).
-75-
La Iglesia nos ha presentado la vida de Jesús en Nazaret como
escuela de vida cristiana: «Nazaret es la escuela donde empieza a
entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento
del Evangelio. Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a
meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta
sencilla, humilde y encantadora manifestación del hijo de Dios
entre los hombres. Aquí se aprende incluso, quizá de una manera
casi insensible, a imitar esta vida» (Pablo VI, Alocución en Nazaret
05-01-1964).
La síntesis vital, que refleja el lema del Instituto, «En Nazaret
se oraba, se trabajaba y se amaba» fue acuñada por el Hno.
Amadeo Depernex a partir de una experiencia espiritual narrada
en L’Entretien Familial n. 12 (1930). Allí se encuentra también la
explicación de esa expresión. En la Regla de 1882 quedó así formulada:
«Pero es en cuanto formando una familia como Jesús,
María y José son los Patronos del Instituto; y, en Nazaret, se
oraba, se trabajaba y se amaban recíprocamente; así pues, los
Hermanos de la Sagrada Familia deben unir la oración al trabajo,
y reproducir, en la Congregación y en cada una de sus pequeñas
comunidades, mediante la unión de corazones y las
atenciones mutuas, la unión, el respeto y el amor recíproco que
causaban la admiración de los ángeles en la casa de Nazaret»
(art. 125).
Posteriormente la expresión del lema fue comentada por el
Hno. Esteban Baffert para explicar el cuadro oficial del Instituto,
que refleja pictóricamente el lema. Después se han hecho otros
comentarios que tienden a sintetizar las principales dimensiones
de la existencia cristiana marcadas por el misterio de Nazaret.
Desde el principio se ha insistido en la relación y unión entre las
tres partes del lema: «son tres palabras que hay que entender
como si fueran una sola... Hay que entender que se oraba en el
trabajo y en el amor; que se trabajaba en el amor y en la oración
y que se amaba en la oración y en el trabajo» (L’Entretien Familial
n. 12 (1930) p. 70). El cuadro oficial representa a «la Sagrada
Familia trabajando en una atmósfera de oración y de amor»
(L’Entretien Familial n. 21 (1935) p. 96). La interpretación heráldi-
-76-
-77-
ca del lema del Instituto va en la misma línea: «Oración radiante
de paz, en el trabajo y la caridad».
3.5.1 En Nazaret se oraba.
dimensión de transcendencia - fe
ser hijos/hijas
El cuadro oficial del
Instituto se encuentra en
Villa Brea (Chieri- Italia)
-78-
«Miremos el cuadro.
Las tres personas están unidas por el solo acto de
obediencia de Jesús, a quien José manda y a quien María
admira. Pero Jesús, que es el lazo de unión en el cuadro,
es también la figura que expresa más directamente la oración.
Su oído escucha lo que san José, su padre de la tierra,
le manda, pero su mirada se eleva claramente hacia su
Padre del cielo que es quien manda a través de san José.
María no olvida ni por un instante esa relación divina
de su Hijo con el Padre celestial, y es precisamente la
maravilla interior que experimenta al ver a ese Dios tan
grande obedecer con tanta humildad, lo que tiene su mirada
pendiente de los movimientos de su Hijo.
San José, aunque es quien manda, no pierde de vista
que su hijo, aprendiz en el taller, lleva en sí mismo la luz de
Dios. Por eso, a pesar de que manda a su hijo, tiene una
mirada sumisa ante la sabiduría de su Creador, en una actitud
de oración, de homenaje, de adoración».
Esta primera parte del lema del Instituto se refiere directamente
a la vida de oración, pero también a toda la dimension de la vida
de fe del cristiano en su condición de hijo/hija de Dios, e incluso de
apertura a la trascendencia que tiene toda persona.
El hombre es un ser abierto a los otros y al Otro. Es capaz de
conocerse, de poseerse, de darse libremente y de entrar en comunión
con otras personas. Es también «capaz de Dios». El hombre
es un ser siempre en camino, en proyecto, movido por la fuerza
invisible de sus deseos, de sus aspiraciones, de sus ideales.
Cuando Dios irrumpió de forma sorprendente en la vida de
María por medio de un ángel y en la de José durante el sueño,
cada uno de ellos tenían sus esperanzas, sus aspiraciones, sus
deseos, e incluso tenían un proyecto de vida en común. El mensaje
del ángel turba a la joven María, la lleva a reflexionar y luego a
-79-
dar un sí generoso que transforma todo su universo interior. Desde
entonces cree que nada es imposible a Dios, incluso que ella, virgen,
engendre un hijo que será llamado Hijo de Dios. José también
tenía sus planes. Cuando se ven alterados por lo que se dice de
María, se inquieta, no sabe qué hacer. Y en ese momento Dios
interviene también en su vida para abrirle un nuevo horizonte. El
hijo que María espera es obra del Espíritu Santo. José cree, obedece
y recibe en su casa a María embarazada de un hijo a quien él
dará el nombre de Jesús. Pone así en sintonía su proyecto con el
de Dios, salvador del hombre.
En Nazaret, María y José viven la fe y la esperanza de su pueblo
Israel, pero ese acontecimiento funda su familia sobre una
nueva base. La presencia de Jesús hace que la Familia de Nazaret
se encuentre ya introducida en la realidad de la nueva alianza. Esa
experiencia fundante ofrece también las nuevas perspectivas de
su relación con Dios. Como para todo israelita, lo esencial de la
oración de la Familia constituida por Jesús, María y José, debía
expresarse con los Salmos a través de los diversos ritmos de celebración:
cotidiano-doméstico, semanal en la sinagoga y anual en
las diversas fiestas y en la peregrinación a Jerusalén. El corazón de
la oración de la Familia de Nazaret era la confesión de su fe:
«Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es único. Amarás al Señor
tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas
» (Dt 6, 4 -5).
La espiritualidad de la Familia Sa-Fa subraya en
Nazaret algunos rasgos que marcan la vida de oración:
- En Nazaret podemos aprender a rezar el «Padre
nuestro». Esta oración debió nacer en la mente y en el
corazón de Jesús en Nazaret. Cuando se lo enseña a sus
discípulos, no hará sino transmitir lo que para Él, y sin
duda también para María y José, era el modo de dirigirse
a Dios como Padre. El «Padre nuestro» es la expresión
más sencilla y grandiosa de nuestra fe.
-80-
- En Nazaret la Sagrada Familia vive la oración y su
apertura a Dios en la vida ordinaria. Es una invitación a
vivir en la presencia de Dios en todas partes y en todos los
tiempos. Es necesaria la fidelidad a un ritmo de oración
personal y comunitaria, pero hay que tender a la «oración
del ser», esa comunión constante que es comunicación
con el Padre. En Nazaret se vivía permanentemente la presencia
de Jesús.
- En Nazaret podemos introducirnos en la familiaridad
de las relaciones con Dios. De Jesús y con Jesús se
aprende la familiaridad con el Padre; de María y José la
familiaridad en las relaciones con Jesús. Como decía el
Santo Cura de Ars: «La oración, es una amable amistad,
una familiaridad asombrosa… es una conversación íntima
de un niño con su padre».
- En Nazaret podemos aprender el sentido de la consagración
(acción de Dios que consagra al hombre que se
entrega Él) en la entrega de María y José al cuidado de
Jesús, como también la consagración de Jesús al Padre
por el Reino.
- La experiencia de oración del Hno. Gabriel, marcada
también por el misterio de Nazaret, inspira nuestra vida de
oración. Profundamente laico, el Hno. Gabriel vive una
«laicidad abierta», es decir, con la conciencia profunda de
una dependencia radical de Dios. En él se expresaba de
manera vigorosa la confianza en la Providencia divina.
- El Hno. Gabriel es un hombre concreto y de acción,
pero conserva siempre una nostalgia de vida contemplativa.
Sus expresiones de oración son las propias de la
vida religiosa de su época, cercana a la gente del pueblo
y con un marcado gusto por la liturgia. En sus escritos se
encuentran frecuentes exhortaciones a la oración: método
de meditación, avisos y fórmulas de oración e indicaciones
para la participación en la liturgia. Como dice el
-81-
Hno. Federico Bouvet: «En sus meditaciones y oraciones
invocaba el nombre de las tres divinas personas. Al
comenzar los ejercicios de piedad decía: «En el nombre y
para gloria del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo».
«Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre
y por los siglos de los siglos. Amén». A menudo,
durante el día repetía estas palabras. Cuando uno ama de
verdad, goza repitiendo frecuentemente las mismas invocaciones
» (Vida p. 469).
- La invitación del Hno. Gabriel de acudir bajo el
humilde techo de Nazaret frecuentemente, comporta una
introducción en la oración contemplativa. Más que profundizar
intelectual o afectivamente el misterio de Nazaret, se
trata de permanecer en su presencia dejándose transformar
por él en la profundidad del ser.
El camino espiritual de la vida de oración asumido
desde el misterio de Nazaret, pasa por algunas etapas
características:
- Todo empieza con la iniciativa de Dios que se hace
presente en medio de nuestra vida y nos llama al encuentro
con Él.
- Su presencia trae la paz, la alegría, y la seguridad (Lc
1, 18; Mt 1, 20) y una nueva promesa de vida (Lc 1, 32; Mt
1, 21).
- Pero descubre también nuestros límites, nuestra
pequeñez (Lc 1) y nuestro pecado.
- Entre el deseo de plenitud de vida y las zonas de
sombra de nuestro ser, se fragua el momento de la libre
decisión (Lc 1, 38), el salto de la fe, que pone en juego
toda la existencia.
-82-
- Avanzar en el camino de la oración con la familia de
Nazaret es emprender «la peregrinación de la fe» (Lumen
Gentium, 58), que a veces es larga y monótona, pasa por
la cruz y lleva a:
- integrar y superar la sensibilidad y la racionalidad
despojándonos de todo lo que estorba la relación con
Dios;
- caminar en la oscuridad, con la certeza de que más
allá del exilio y del desierto está la casa donde el Padre
nos espera;
- y todo ello en las circunstancias normales de la vida,
envueltos en las relaciones de cada día y en las ocupaciones
del trabajo y de la misión.
3.5.2 En Nazaret se trabajaba
dimensión de encarnación - esperanza
ser hombres/mujeres
«Miremos el cuadro.
A primera vista tenemos a la Sagrada Familia en el trabajo.
San José está en el banco de carpintero. María, sentada
frente a él, tiene su labor sobre las rodillas. Está
cosiendo. La mano que tiene la aguja se ha detenido un
momento.
La Madre contempla la obediencia de su hijo Jesús
quien, llamado por José, acaba de tomar un martillo y un
trozo de madera, y ahora escucha las órdenes que le da su
padre».
Esta segunda parte de nuestro lema recoge toda la dimensión
de la relación de la persona con el trabajo en todos sus ámbitos:
trabajo para ganarse la vida y para transformar el mundo, trabajo
para realizar la propia misión eclesial y social, trabajo para asumir
la vida de manera humana y responsable y esforzarse por crecer y
madurar uno mismo; relación armoniosa con la naturaleza; aceptación
de los propios límites en la actividad, incluso los que impiden
toda actividad; esperanza en que el Reino de Dios está llegando, a
pesar del mal, de las deficiencias y contradicciones que constatamos
en el mundo.
El trabajo es un modo de expresión de la persona en su totalidad
y en su dignidad. El trabajo profesional y las demás actividades
nos colocan en una red de relaciones personales,
comunitarias, de actividad profesional y pastoral, de familia, de
amistad… El trabajo comporta una regularidad en las ocupaciones,
una fidelidad que a veces se transforma en monotonía y que
pone a prueba las motivaciones y finalidades de nuestra acción,
pero también ofrece la posibilidad de madurar la seriedad de nuestro
compromiso con los demás, con nosotros mismos y con Dios.
Hay un aspecto del esfuerzo y del trabajo que se orienta a nosotros
mismos. Somos nuestra propia tierra de cultivo. El crecimiento
humano no se realiza sin un cierto esfuerzo metódico y
ascético.
Según el libro del Génesis, el hombre fue creado por Dios en
relación con la naturaleza. La Biblia presenta la creación con la
estructura litúrgica de seis días de trabajo y uno de descanso. Este
«ritmo» adoptado por Dios, vale también para el hombre, que fue
creado a su imagen. En Nazaret, con el nuevo Adán, el ganarse el
pan será nuevamente la participación en la acción creadora y providencial
de Dios, un signo de alianza, como también signo de la
semejanza creadora.
La encarnación es la expresión máxima del acercamiento de
Dios al hombre. Este acercamiento es una constante de la Historia
de la Salvación que culmina en la presencia permanente de Cristo
entre sus discípulos («Yo estoy con vosotros todos los días hasta
el fin del mundo» Mt 28, 20) y en la inhabitación trinitaria («El que
me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a
él y haremos morada en él» Jn 14, 23). En Nazaret, Jesús nos dice
hasta qué punto se ha hecho «solidario con todo hombre», tam-
-83-
-84-
bién en cuanto trabajador. José y Jesús pertenecen a la categoría
de los trabajadores; Jesús es conocido como el «hijo del carpintero
». En María podemos ver la mujer prudente y fuerte descrita por
el libro de los Proverbios (31, 10-31). Nazaret nos muestra cómo la
encarnación consiste en asumir progresivamente todo lo humano:
la humanización del Hijo de Dios, su hacerse progresivamente
hombre.
La espiritualidad de la Familia Sa-Fa subraya, a la luz
del misterio de Nazaret, algunas notas características para
vivir el trabajo profesional, apostólico y de servicio en las
condiciones del propio estado de vida. En Nazaret el «hijo
del carpintero» aprendió también el oficio de hacerse
hombre como los demás hombres, mientras se preparaba
para el anuncio del Evangelio.
- La trayectoria de la familia constituida por María y
José entorno a Jesús inspiran un estilo de colaboración en
la misión marcado por la acogida de la Palabra de Dios
que se hace carne y la aceptación del designio de salvación,
el atento acompañamiento en el crecimiento de cada
persona, como lo hicieron María y José con Jesús, la
corresponsabilidad en las tareas asignadas, especialmente
en los momentos de dificultad, y la participación en la
misión comunitaria con los dones y las cualidades propias
de cada uno.
- La larga permanencia de la Sagrada Familia en
Nazaret implica la asunción de cuanto la vida tiene de
ritmo ordinario en sus tiempos, en sus lugares, en sus
actividades, en el encuentro con las mismas personas…
«El Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las
cosas, hecho Él mismo carne y habitando en la tierra,
entró como hombre perfecto en la historia del mundo,
asumiéndola y recapitulándola en sí mismo. Él es quien
nos revela que Dios es amor (1Jn 4, 8), a la vez que nos
-85-
enseña que la ley fundamental de la perfección humana,
es el mandamiento nuevo del amor. Así, pues, a los que
creen en la caridad divina les da la certeza de que abrir a
todos los hombres los caminos del amor y esforzarse por
instaurar la fraternidad universal no son cosas inútiles. Al
mismo tiempo advierte que esta caridad no hay que buscarla
únicamente en los acontecimientos importantes,
sino, ante todo, en la vida ordinaria» (Gaudium et Spes,
38).
- En Nazaret Jesús asume lo humano para anunciar la
buena nueva del Reino a los hombres sus hermanos.
Jesús asume para sí mismo títulos y comparaciones
tomados del mundo del trabajo: pastor, viñador, médico,
sembrador (Cf. Jn 10, 1ss; Mc 2, 17; 4 ,3) etc. y presenta
el apostolado como un trabajo, el cosechar (Mt 9, 37; Jn
4, 38) o la pesca (Mt 4, 19); sabe cuál es el oficio de quienes
elige (Mt 4, 18) y todo su comportamiento presupone
el mundo del trabajo, el campesino en sus campos (Lc 9,
42), la mujer que barre la casa (Lc 15, 8); considera anormal
enterrar el talento y no hacerlo fructificar (Mt 25, 14).
Es una aplicación concreta del gran principio subrayado
también por Gaudium et Spes: el Hijo de Dios «reveló el
amor del Padre y la excelsa vocación del hombre evocando
las relaciones más comunes de la vida social y sirviéndose
del lenguaje y de las imágenes de la vida diaria
corriente» (Lumen Gentium 4).
La dimensión laical de la vocación del Hno. Gabriel, en sintonía
con el misterio de Nazaret, lo colocan en medio de la realidad
del mundo. Funda una Congregación de Hermanos que intenta dar
desde el Evangelio una respuesta a la sociedad de su tiempo. Su
sentido de lo concreto lo lleva a organizar su Congregación, a pedir
su reconocimiento por las autoridades civiles y religiosas, a cumplir
las leyes, a construir una casa para todos, preocupándose de
-86-
la economía y el bienestar de Hermanos y comunidades. En sus
exhortaciones y en sus escritos da gran importancia a la profesionalidad
en el trabajo (docente, de servicio en la iglesia, manual) y
al dinamismo en las actividades de catequesis y evangelización.
El Hno. Gabriel se entrega con todas sus fuerzas a la realización
de la misión que Dios le ha confiado, pero desde el principio
de su experiencia reconoce que solo si es «la obra de Dios» seguirá
adelante y al final de sus días dice: «Señor todopoderoso, Dios
de Israel, escucha la oración que te dirijo por la querida
Congregación que me has confiado y que yo pongo ahora entre
tus manos. Haz que sea tu obra y no la mía; protégela, cuida de
ella en todos los tiempos y en todos los lugares» (Testamento espiritual).
La espiritualidad nazareno-taboriniana consiste en asumir la
tarea y la dificultad de hacerse hombres en este mundo, de humanizarse
y de humanizar nuestros ambientes de vida, evitando todo
espiritualismo y toda huida de las propias responsabilidades. La
vida concreta es el lugar de nuestro culto: «Por ese cariño de Dios,
os exhorto, hermanos, a que ofrezcáis vuestra propia existencia,
como sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios, como vuestro
culto auténtico» (Rom 12, 1).
El camino espiritual de la vida de trabajo y de actividad
apostólica invita a dar algunos pasos en la espiritualidad
Sa-Fa:
- La evangelización empieza por un camino de encarnación.
La inculturación del Evangelio supone en primer
lugar un proceso nunca acabado de desprendimiento, de
vaciamiento, de abajamiento, de «kénosis»… (sin perder la
propia identidad) para asumir una nueva situación, una
nueva realidad, una nueva cultura. «Para una auténtica
inculturación es necesaria una actitud parecida a la del
Señor cuando se encarnó y vino con amor y humildad a
nosotros» (Vita Consecrata, 79).
-87-
- Como en la vida de Jesús, será la fidelidad al misterio
de Nazaret lo que dará coherencia y autenticidad a
nuestra misión. Hemos de aprender que toda vida dedicada
a la actividad, a la misión evangelizadora, al servicio de
los demás, necesita una constante dimensión nazarena de
silencio y recogimiento, de oración y de momentos gratuitos
de vida comunitaria.
- La acción apostólica lleva a una apertura a la realidad
cambiante en la que se vive, a ser sensibles a las nuevas
situaciones de Iglesia y de la sociedad, a redefinir
periódicamente los proyectos de vida y de acción para
continuar siendo fieles al Evangelio y a sus destinatarios,
sabiendo discernir entre los aspectos secundarios de los
que se puede prescindir y los elementos esenciales de
identidad que no deben perderse nunca; lleva igualmente
a una apertura suficiente para, desde la propia experiencia
y a través de la propia experiencia, abrirse a las de los
demás y a la globalidad. El compromiso con la construcción
del Reino de Dios y la lucha por la justicia lleva a favorecer
y potenciar el trabajo solidario en equipo y en redes
eclesiales y sociales.
- El misterio de la encarnación eleva nuestras posibilidades
humanas y las potencia desde el interior. Lejos de
despreciarlas, el amor cristiano las conduce hacia su plenitud.
Esto lleva a buscar la evolución de personas y situaciones
comunitarias e institucionales desde el punto en que se
encuentran, implicándose personalmente y sin forzar los ritmos
propios de la vida y de la acción de la gracia.
- Quien se esfuerza por vivir el misterio de la encarnación
da la máxima importancia al trato y comunicación
con las personas sabiendo descubrir en todos a un hijo de
Dios y no separando lo humano de lo espiritual y viceversa;
valora los momentos de presencia y acción gratuita,
aparentemente intrascendentes; usa un lenguaje sencillo y
transparente, y emplea métodos pedagógicos al alcance
-88-
del grupo que anima; se implica personalmente en los procesos
o cambios que promueve, evitando criticar desde
fuera; cultiva las virtudes llamadas “relacionales”: el agradecimiento,
el perdón, el servicio, la amabilidad…
- La vida ordinaria pone nuestra existencia cristiana
ante la piedra de toque de lo concreto. La afirmación teórica
de los valores y de los ideales de justicia, de paz, de
solidaridad encuentran su verificación a lo largo de nuestros
días en gestos significativos de comprensión, de
generosidad, de tolerancia con quienes vivimos bajo el
mismo techo o con quienes nos relacionamos a diario. El
misterio de la encarnación nos devuelve siempre a la realidad
de la vida.
Una existencia cristiana marcada por el misterio de
Nazaret en su dimensión de trabajo y de actividad apostólica
pasa por un itinerario que comprende:
- La acogida responsable de la misión confiada por
Dios.
- La libre fidelidad a los compromisos de cada día en
los deberes de estado y profesionales.
- La esperanza de que cuanto sembramos a diario
con nuestro testimonio de vida y nuestra palabra tiene
resonancias insospechadas para nosotros y para los
demás.
- La elaboración de proyectos y la responsabilización
de instituciones que duran en el tiempo: instituciones educativas,
inserción en la vida parroquial, itinerarios de catequesis,
iniciativas de formación…
- La aceptación del fracaso, de la incomprensión y,
llegado el momento, de los límites que impiden la actividad.
-89-
- La integración de las tres dimensiones de la acción:
todo es obra de Dios y obra del hombre en relación con
los demás.
3.5.3 En Nazaret se amaba
dimensión de comunión – caridad
ser hermanos/hermanas
«Miremos el cuadro.
El amor de María y de José y su unión en Jesús han
sido expresados de una manera muy sugerente por la cercanía
y disposición de las personas en el cuadro.
Fijémonos cómo María ha acercado su taburete hasta
las cercanías del banco de trabajo de su esposo. Ha dejado
únicamente un pequeño espacio que Jesús acaba de
llenar con su persona divinamente atrayente.
Jesús aparece como el lazo de unión entre los dos
santos esposos, al mismo tiempo que los une por las miradas,
del cuerpo y del alma, centradas en Él».
La tercera parte del lema del Instituto se refiere al mundo de
las relaciones. Relaciones entre las personas en los ámbitos inmediatos
de la vida (comunidad, familia, grupos y asociaciones) y
relaciones en los ámbitos eclesiales y sociales, abiertos a una
dimensión universal. Si las dos primeras partes han subrayado
nuestra apertura a Dios y nuestra responsabilidad en este mundo,
la tercera nos invita a madurar en esa apertura y responsabilidad
por medio de vínculos sinceramente fraternos entre nosotros y con
los hombres y mujeres que encontramos en nuestro camino. En un
mundo que tiende a comprenderse en su globalidad por el de-
sarrollo de los medios de comunicación, pero donde existen divisiones
de todo tipo y donde las relaciones interpersonales se
hacen a veces difíciles, vivir como hermanos se convierte en una
experiencia de salvación y en el primer testimonio que estamos llamados
a dar. Tanto la vida familiar como la vida comunitaria
encuentran una inspiración en la vida de Jesús, María y José. Pero
también pueden inspirarse en ella las personas que, por un motivo
u otro, viven situaciones de soledad, alejamiento, ruptura o precariedad
en el ámbito familiar o social.
La llamada de Dios a María y a José y su respuesta generosa
a colaborar con su designio de salvación, introdujo también en su
relación recíproca una nueva dimensión. Fueron conscientes de
que el destino de ambos estaba unido a Aquel que había de nacer.
La vida de Jesús, María y José, como la de todos los miembros
del pueblo de Dios estaba orientada y formada por el gran
mandamiento del amor, repetido constantemente en la oración:
«Escucha Israel: El Señor nuestro Dios es uno. Amarás al Señor
con todo tu corazón, con toda tu mente, con todas tus fuerzas.
Estas palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria» (Dt 6, 4-
6). Corazón, mente, fuerzas, indican la totalidad de la persona.
Ese modo de amar es el que nos da la clave para entender lo
que es el amor. Jesús mismo explicó su sentido con toda su vida
y con su palabra: amar como el Padre ama (Jn 15, 9). La relación
de Jesús con el Padre nos descubre un amor recíproco, intercambiado
constantemente, y sin límites. Y en el corazón de la nueva
alianza pide amar como Él nos ha amado (Jn 13, 34). Pero junto al
«precepto más importante» hay otro que «es equivalente»:
«Amarás al prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 26-40).
María y José entraron en esa nueva dinámica del amor que se
abre plenamente a Dios y se entrega totalmente, en reciprocidad y
apertura, a todos. En Nazaret, las relaciones de maternidad, de
paternidad, de filiación, de esponsalidad, de familiaridad fueron
vividas desde esa armonía profunda del amor a Dios y el amor a
los demás. Y allí «Jesús crecía en estatura, en sabiduría y en el
favor de Dios y de los hombres» (Lc 2, 52).
-90-
-91-
La espiritualidad de la Familia Sa-Fa ha subrayado en
la familia de Nazaret algunas características del amor:
- Un amor exclusivo por el Señor Jesús y por lo tanto
universal con respecto a los hermanos. María y José están
totalmente centrados en el amor a Dios en Jesús y por ello
plenamente abiertos a todos: María será invocada como
Madre de la Iglesia y José su Patrono universal...
- Un amor que se manifiesta en las relaciones de afecto
donde la esponsalidad, la paternidad, la maternidad, y
la filiación son recibidas y entregadas como don, sin pretender
dominar al otro. Es un amor que no se impone, con
manifestaciones «pobres», pero de contenido sublime.
Este amor nos enseña a recibir todo y a acoger a todos
como un don con corazón agradecido (eucarístico).
- Un amor que se fía de la Palabra de Dios y contando
con ella organiza su entrega a Dios y a los demás.
Puede así llegar a comprender el amor del Padre que tanto
ha amado al mundo (a nosotros) que envió a su Hijo
(Jesús) para salvarnos y ahora nos envía a nosotros para
salvar a otros hermanos. En última instancia es el amor
que se fía del amor del Padre, se funda en él y trata de
hacerlo comprensible, amable, creador de vida...
- Un amor fecundo en la disponibilidad a la acción y a
la presencia del Espíritu Santo. María se nos muestra
«capaz» de engendrar a Dios. María es la tierra fértil que
produce el trigo más hermoso, Jesús. María y José revelan
la fecundidad del amor muriendo a sí mismos para que
se cumpla la voluntad de Dios.
- Un amor activo en el deseo de buscar y encontrar a
Aquel que hace más fuertes los otros lazos de unión.
María y José que recorren el camino de vuelta hacia el
Templo, que buscan a Jesús entre parientes y conocidos,
nos hablan de esa espiritualidad del caminar hacia quien
hemos perdido, de la espiritualidad de la búsqueda y del
-92-
corazón inquieto hasta que no se encuentra al amado.
- Un amor servicial, pues en Nazaret cada uno estaba
al servico de los demás. Un amor hacia todos, pero especialmente
hacia los necesitados. Ellos que fueron pobres,
«anawin», ayudaron a aquellos que los necesitaban. Jesús
aprendió en Nazaret lo que más tarde realizó en su vida
pública: curar enfermos, dar de comer, …
- Un amor misionero: Jesús, María y José, en sus relaciones
familiares, no sólo nos dan indicaciones sobre la
función educadora que tiene nuestra misión, sino que nos
ofrecen un estímulo de reflexión sobre nuestra misión
misma. El mandato de Jesús: «Id» (Mt 28, 19), había sido
ya realizado por María cuando visita a Isabel, y puede vislumbrarse
en los diversos viajes de la familia nazarena
(María y José van a Belén para el censo; el viaje a Egipto;
los viajes al Templo; los viajes hacia Nazaret...) Se diría
que la espiritualidad de la familia nazarena por una parte
es peregrinante y, por otra, es estable: espiritualidad
«nómada» y «casera». Pero lo importante es que el motivo
central de ponerse en camino o de permanecer en casa es
siempre Jesús y el bien del hombre. Mateo termina el
envío a la misión con las palabras de Jesús: «Mirad que yo
estoy con vosotros cada día, hasta el fin del mundo» (Mt
28, 20). Jesús, como en Nazaret, estará siempre con
nosotros, realizando lo que significa el «nombre»
Emmanuel: Dios-con-nosotros. Podemos considerar el
mundo entero como un inmenso Nazaret, una casa habitada
por la presencia de Jesús. Y esto, no sólo durante
treinta años, sino siempre. La misión tiene como objetivo
hacer que el mundo esté efectivamente habitado por
Jesús, lo mismo que Nazaret.
La experiencia del Hno. Gabriel, caracterizada en sus relaciones
con los demás por su condición de Hermano, invita a todos a
vivir la fraternidad:
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- En Belleydoux, su experiencia de vida familiar y parroquial,
le permitieron crecer en un conjunto de relaciones a la vez intensas
y abiertas; antes de ser religioso, la gente lo llamaba ya
«Hermano».
- Fundó una Congregación de Hermanos y descubrió el significado
profundo de llamarse «Hermano»: «Los nombres de dignidad
inspiran y exigen respeto, pero el nombre de Hermano
solamente comunica sencillez, bondad y caridad. Es el nombre
que Jesucristo, el cordero sin mancha que fue inmolado por la salvación
del género humano, ha escogido para sí mismo cuando
quiso expresarnos con una sola palabra su inmensa bondad y su
amor: «Id a decir a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me
verán». ¿No ha querido acaso el Divino Salvador haciendo ese
gesto designar con tan amable nombre a aquellos a quienes llama
a vivir en comunidad y que en ella quieren seguir los consejos
evangélicos?» (Nuevo Guía, 6).
- Tuvo que sufrir la incomprensión para mantenerse hasta el
final en su vocación de Hermano en la Iglesia.
- Personalmente y junto a sus Hermanos, el Hno. Gabriel fue
hermano de los pobres ayudando a los necesitados de fe, de educación,
de lo necesario para la vida; incluso compartiendo su
misma vida (Cf. Hno. Roberto Cabello: «El Hermano Gabriel y los
pobres»).
- Dejó a sus Hermanos como testamento, la consigna de ser
Hermanos entre sí y con los demás. «Recomiendo a todos los
Hermanos, por el amor y el interés que siempre les he tenido, que
se amen mutuamente durante toda su vida y que se estimulen al
bien unos a otros» (Testamento espiritual). Resumió esta convicción
en la expresión «espíritu de cuerpo y de familia» (Circular del
2 de julio de 1864).
La espiritualidad de la Familia Sa-Fa invita a un camino
siempre abierto al crecimiento en el mundo de las relaciones,
que comprende:
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- La acogida y aceptación de los demás como don del
Padre, interesándose no sólo por qué es sino también por
quién es cada uno.
- El esfuerzo por crear ámbitos de comunión y de
humanidad en los lugares de vida y de trabajo pastoral o
profesional.
- La preocupación por mediar en los conflictos, haciendo
obra de paz, y por el restablecimiento de las relaciones
entre las personas mediante la reconciliación y el diálogo.
- El cuidado de todo lo que favorece el espíritu de
familia (comunicación e información, atención en los detalles
de la vida ordinaria, etc).
- El servicio a aquellos hermanos que se encuentran
en necesidad, bien sea cerca o lejos.
- El cultivo de las relaciones filiales con Dios y fraternas
con todos.
3.5.4 Las virtudes características: humildad, sencillez, unión,
obediencia y entrega
Hno. Esteban Baffert: Circulaires et Conférences, El Espíritu
del Instituto. Conferencias para el retiro de 1934;
Hno. Lino Da Campo: Circular sobre algunos aspectos de
nuestra espiritualidad nazarena (1993).
En la tradición de la Iglesia, la práctica de la vida cristiana se
expresa en las virtudes teologales y morales, siendo todas ellas
manifestación de la primera y más importante de ellas que es la
caridad.
El Hno. Gabriel afirmó que el «espíritu de familia», «núcleo vital
de la espiritualidad» de la Familia Sa-Fa, «nace de la caridad y, en
consecuencia, de Dios que es la caridad misma».
-95-
La tradición del Instituto ha conservado también como una
referencia importante para nuestra espiritualidad las palabras que
el Santo Cura de Ars decía con frecuencia a los primeros
Hermanos: «Permaneced humildes y sencillos: cuanto más humildes
y sencillos seáis, mayor bien haréis».
Las palabras del Santo Cura de Ars a los Hermanos, según el texto del
Hno. Atanasio Planche
El Hno. Gabriel indicó cuáles son las virtudes características
de los Hermanos: «Las virtudes que distinguen a un auténtico
Hermano de la Sagrada Familia son una fe viva, una obediencia
pronta y total, un celo ardiente y desinteresado, una profunda
humildad, una pureza constante y, finalmente, el amor al trabajo, al
retiro y al silencio» (Nuevo Guía art. LXXIII). «Los Hermanos deben
manifestar un santo entusiasmo en la práctica de todas las virtudes,
pero sobre todo de las que se les proponen de manera especial
en la Regla. La humildad, la sencillez y la modestia deben ser
el carácter propio del Instituto de la Sagrada Familia. Los
Hermanos tendrán siempre una predilección especial por estas virtudes
a ejemplo de la venerable Familia formada por Jesús, María
y José, y procederán de tal modo que todas sus acciones y todo
lo que tengan lleve esta impronta» (Nuevo Guía, 245-246).
Las dos referencias esenciales para vivir el «espíritu de familia
» son la centralidad de la caridad cristiana y el espíritu que reinaba
en la casa de Nazaret (Constituciones de 1936, art. 114). Fiel
a esa tradición, el Hno. Esteban Baffert explicó que el «espíritu de
familia» es una forma de vivir la caridad cristiana y, que teniendo
en cuenta la inspiración nazarena de la espiritualidad del Instituto,
el «espíritu de familia» se expresa en las cinco virtudes indicadas
por la Regla: humildad, sencillez, unión, obediencia y entrega.
El Hno. Esteban propone dirigir la mirada a Nazaret
para «hallar esas cinco virtudes en las disposiciones que
animaban a Jesús, María y José, ya sea en sus mutuas
relaciones, ya sea en las relaciones que tenían con Dios».
Esta mirada lleva a afirmar, en armonía con las
Constituciones, que: «La humildad, la sencillez y la obediencia,
la unión y abnegación recíprocas eran el alma de
las relaciones entre Jesús, María y José y precisamente es
esa alma que cada Hermano de la Sagrada Familia, cada
casa del Instituto deben tratar de formar y reproducir para
que Dios Padre pueda contemplar con ojos de complacencia
a nuestra Congregación como complacido miraba
a la familia de Nazaret». Y después de algunas consideraciones
prácticas, concluye: «Creemos haber definido el
espíritu del Instituto: espíritu de caridad en la forma del
«espíritu de familia». Las virtudes que lo caracterizan son:
la unión y la abnegación. Las virtudes que lo sostienen
son: la humildad, la sencillez y la obediencia. Nace del
amor a Dios y se corona con un amor profundamente
abnegado y fraterno para con nuestros Hermanos, primero,
para con nuestros prójimos, después».
Más adelante el Hno. Esteban propone la adquisición
de esas actitudes cristianas, con las expresiones propias
de su tiempo, indicando «que el espíritu de familia, tiene
que penetrar la inteligencia, el corazón, la voluntad, la piedad,
la virtud, la conducta, el celo de todos los Hermanos;
para que ese espíritu se convierta en la mentalidad de
todos y cada uno de nosotros».
Para ayudar a vivir el «espíritu de familia» en la tradición del
Instituto se ha mantenido la expresión de las llamadas «pequeñas
virtudes». El Hno. Esteban enumeró y explicó éstas: la cortesía, la
-96-
afabilidad y condescendencia, la disimulación caritativa de las faltas
de los demás, la indulgencia y la paciencia, la igualdad de
carácter y la santa alegría, la compasión y la atención en el servicio.
Propuso además dos medios esenciales para cultivarlas: la
«agilidad de espíritu» y la «delicadeza de corazón», con la ayuda de
la gracia divina. Por «agilidad de espíritu» entiende la capacidad de
colocarse desde el punto de vista del otro teniendo en cuenta su
edad y mentalidad, de no creerse en posesión de la verdad, de
mantener una actitud de simpatía hacia el otro, de permanecer en
la calma. Por «delicadeza de corazón» entiende la condescendencia
y la solicitud, la afabilidad en el trato, la confianza y la alegría.
En la actualidad esas «pequeñas virtudes nazarenas» pueden
expresarse en una larga lista, que permanece abierta: acogida,
ayuda recíproca, alegría, amabilidad, amistad, amor, armonía, caridad,
castidad, celo apostólico, colaboración, compromiso, comunicación,
comunión, comprensión, confianza, contemplación,
conversión, corresponsabilidad, constancia, delicadeza, diálogo,
discernimiento, discreción, disponibilidad, don de sí, edificación,
escucha, entrega, fidelidad, fraternidad, generosidad, hospitalidad,
humildad, iniciativa, justicia, lealtad, mortificación, participación,
perseverancia, promoción del otro, prudencia, responsabilidad,
renuncia, respeto, sencillez, servicio, silencio, sinceridad, solidaridad,
subsidiaridad, trabajo, unión,....
Naturalmente a esas actitudes positivas se oponen otras tantas
negativas, contra las que habrá siempre que luchar, y que pueden
sintetizarse en el egoísmo, el individualismo, la maledicencia,
la dispersión en las relaciones y en las lecturas, la falta de comprensión
recíproca, la incapacidad de comprenderse a uno mismo,
la falta de unión con los Superiores y la escasa piedad.
El «espíritu de familia» puede atravesar momentos más o
menos duros y tiempos de oscuridad más o menos largos.
Siempre pueden superarse mediante el diálogo y la reconciliación.
El espíritu de familia puede siempre renacer bajo otras formas con
nuevas expresiones que se adaptan mejor a las culturas y mentalidades,
con tal de que conserve la conexión con su genuina inspiración.
-97-
-98-
En último término, se trata de vivir ya desde ahora lo que pedimos
en la oración de la misa de la Sagrada Familia: «Dios, Padre
nuestro que has propuesto a la Sagrada Familia como maravilloso
ejemplo a los ojos de tu pueblo: concédenos, te rogamos, que, imitando
sus virtudes domésticas y su unión en el amor, lleguemos a
gozar de los premios eternos en el hogar del cielo».
Algunas preguntas para la reflexión y para el diálogo:
- ¿Cómo podemos sintetizar los elementos esenciales
de la espiritualidad Sa-Fa?
- El texto presenta algunas nociones clave: Dios, la
Iglesia, el misterio de Nazaret, la existencia cristiana,
¿Cuáles otras añadirías?
- Haz una lista de palabras (pequeño vocabulario) de
la espiritualidad de la Familia Sa-Fa.
- ¿Qué aspectos de la espiritualidad de la Familia Sa-
Fa tocan más directamente a las personas, a las familias, a
las comunidades religiosas?
- ¿Cuáles son los aspectos de la espiritualidad de la
Familia Sa-Fa que más incidencia tienen en la Iglesia y en
el mundo actual?
- Escribir y compartir una interpretación personal del
cuadro oficial de la Sagrada Familia.
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4. LOS MÉTODOS
La espiritualidad de la Familia Sa-Fa tiene sus métodos y
modos característicos de vivencia y de transmision. Más que de
métodos originales se trata de itinerarios y formas de trasmisión
del carisma, algunos experimentados desde hace mucho tiempo
y otros más recientemente. Cada uno de ellos tiene su
campo propio de aplicación y requiere un discernimiento en su
aplicación.
4.1 La vida cotidiana guiada por el «espíritu de familia»
Algunas expresiones del art. 14 de las Constituciones ofrecen
a todos un modo práctico y sencillo de vivir en lo cotidiano la espiritualidad
de la Familia Sa-Fa mediante la práctica del espíritu de
familia:
El «espíritu de familia», núcleo vital de la espiritualidad de los
Hermanos,
anima las relaciones entre ellos
y constituye el principio de estabilidad y de unidad del Instituto.
Pone una nota distintiva en su manera de obrar,
los orienta en su misión entre los hombres,
caracteriza su tarea educativa
y refuerza los vínculos de humana solidaridad allá donde son
enviados.
El «espíritu de familia», es el modo de ser y la manera de obrar
de quien vive en la espiritualidad nazarena de la Familia Sa-Fa.
-100-
El primer paso consiste en descubrir que el «espíritu de familia
» existe ya como don natural en la convivencia humana, en la
familia y en las relaciones interpersonales. Más que introducir una
novedad, se trata de ponerse a la escucha y al servicio de esos
«vínculos de humana solidaridad» ya existentes y procurar favorecer
su desarrollo y cohesión hasta realizar lo que se vive en la propia
comunidad o familia, lo que se contempla en la Sagrada
Familia de Nazaret y, en último término, en la Trinidad divina.
Ante todo hay que considerar el espíritu de familia como un
don, que desarrolla nuestra capacidad de vivir la acogida, la gratuidad,
el agradecimiento, valora el hecho de ser aceptados y formados
en una familia, en una comunidad. Pero hay que tener en
cuenta también el aspecto de esfuerzo y conquista, que subraya
nuestra responsabilidad de crecimiento, de testimonio y transmisión
del don recibido para bien de todos.
Entrar en la dinámica del «espíritu de familia» lleva a:
- una familiaridad creciente en las relaciones con el
Dios Trinidad y con las demás personas;
- la asimilación del mensaje evangélico «Vosotros sois
todos hermanos» para poder transmitirlo.
- un constante esfuerzo por acoger y construir la
comunión en nuestras familias y comunidades, y en los
ambientes eclesiales y sociales en que vivimos, tratando
de establecer siempre relaciones de tipo familiar y fraterno;
- la capacidad de elaborar, vivir y revisar un proyecto
de vida comunitario en sus distintos niveles;
- la atención para no apagar y obstruir las posibilidades,
aun mínimas, de entendimiento, de reconciliación y
de empezar nuevamente una relación fraterna;
- la sensibilidad y solidaridad con quien vive situaciones
familiares precarias o particularmente difíciles, sobre
todo los más débiles y los pequeños;
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- la esperanza de que un día, junto con todos los hombres,
formaremos la gran familia de los hijos del mismo
Padre.
4.2 La lectura y meditación de la Palabra de Dios a la luz
del misterio de Nazaret
Referencias:
Hno. Esteban Baffert: Circulaires et Conférences. El Espíritu
del Instituto. Conferencias para el retiro de 1934;
Hno. Teodoro Berzal: Volver a Nazaret, apuntes de meditación,
ciclos litúrgicos A, B y C.
Una expresión de los Hechos de los Apóstoles orienta este
método de lectura de la Palabra de Dios: «lo que Jesús vivió y
enseñó» (Hech 1,1), recogida por las Constituciones: «Los
Hermanos aprenden a meditar y a vivir el Evangelio a la luz del misterio
de Nazaret, donde Jesús comenzó a cumplir lo que más tarde
había de predicar» (Constituciones, 7). Por otra parte hay que tener
siempre en cuenta el gran principio enunciado por los Padres de la
Iglesia según el cual Cristo entero está presente en cada uno de
sus misterios.
Un pasaje de la segunda conferencia preparada por el Hno.
Esteban Baffert para el retiro de 1934 nos da la clave para una lectura
del misterio de Nazaret a la luz del Evangelio y por extensión
de toda la Palabra de Dios. He aquí el texto.
«La vida de familia en Nazaret, evangelio del Hermano de la
Sagrada Familia.
Pero, preguntará alguno, cómo podemos meditar la vida oculta
de Jesús de Nazaret y su vida de familia si no tenemos detalles
sobre ella, si los evangelios son tan parcos o casi mudos en este
punto. La respuesta es ésta: los treinta años de la vida oculta de
Jesús pueden meditarse sirviéndose del Evangelio entero. Para
estudiar, comprender, y gustar los treinta años de la vida oculta
basta proyectar sobre ellos la luz de cada una de las verdades
expresadas en el mensaje de los evangelios. Las verdades del
Evangelio escrito son como otros tantos reflectores que iluminan
los oscuros años del Evangelio vivido.
Pongamos un ejemplo. Jesús dice en el Evangelio: «Yo soy
el camino, la verdad y la vida». Apliquemos esas palabras a la
infancia del Salvador, a su obediencia, a su silencio, a su trabajo
oscuro y penoso, a sus relaciones de sumisión, respeto y ternura
con María y José. Podemos contemplar para ello un cuadro
de la Sagrada Familia que represente a Jesús cumpliendo con
sus deberes de respeto, afecto y obediencia hacia María y José.
Oigamos, mientras nuestros ojos están fijos en la imagen, a
Jesús que nos dice: «Mira, hijo, cómo me comporté con mi
padre y mi madre, mira cómo los amo, los respeto y obedezco.
Hago esto para mostrarte el camino y ya sabes que mi ejemplo
es el único camino de salvación. Todo hombre y todo religioso
que quiera ponerte en oposición a tu Superior está fuera del
camino y de la verdad y, si lo sigues, caerás como él en el precipicio.
Mi ejemplo de amor y de obediencia da la vida a los que
me siguen. Quienes desean obrar de otro modo encuentran la
muerte».
Basta un poco de reflexión para comprender que este método
puede ser fecundo y que nos descubrirá muchas maravillas en un
campo que a primera vista podría parecer desierto.
El resultado de la proyección de la luz del Evangelio sobre la
vida oculta del Salvador es algo que puede sorprender al principio
pero que la reflexión puede ayudar a comprender. El Jesús de la
vida de familia y del taller de Nazaret es el mismo que predicaba
en Cafarnaún y a las orillas del lago de Tiberiades. Ahora bien,
Jesús no pudo predicar una doctrina distinta de lo que había vivido
en Nazaret. Hay una identidad entre su comportamiento y su
doctrina. Su doctrina debió ser la mejor explicación de su vida, y
de modo particular de esa parte más oscura de su vida, la que
vivió en Nazaret que el Espíritu Santo parece haber querido dejar
que descifren las personas destinadas a estudiarla y conocerla
como lo son los Hermanos de la Sagrada Familia.
-102-
Meditemos, pues, la vida oculta de Nazaret a la luz del
Evangelio; aprendamos en ella, como santa Teresa del Niño Jesús,
el espíritu de familia en el estilo de vida de la familia más santa que
haya existido».
Estas reflexiones del Hno. Esteban Baffert señalan un
camino, un método de lectura y meditación: «Los treinta
años de la vida oculta de Jesús pueden meditarse sirviéndose
del Evangelio entero». Naturalmente ese camino
puede recorrerse también en sentido inverso, es decir,
desde el misterio de Nazaret hacia los diversos pasajes de
la Palabra de Dios en el Antiguo y en el Nuevo Testamento.
Es el itinerario propuesto en los apuntes de meditación
«Volver a Nazaret», comprende estos pasos:
- la lectura del texto,
- la búsqueda del mensaje central de lo leído,
- la meditación e interpretación del mensaje a la luz
del misterio de Nazaret,
- la reflexión sobre nuestra vida, que queda abierta al
discernimiento, a la oración y a la contemplación.
En algunos sitios se empieza con un análisis de la realidad
que está viviendo el grupo; puede haber un momento
en el que se comparte comunitariamente la Palabra de
Dios.
En síntesis, se puede practicar la Lectio divina dando
una respuesta a estas tres preguntas:
¿Qué dice el texto?
¿Qué nos dice el texto?
¿Qué nos dice el texto desde Nazaret?
-103-
-104-
4.3 La interpretación y discernimiento de los signos de los
tiempos «con ojos nazarenos»
El discernimiento es un ejercicio concreto de la fe cristiana que
tiene como finalidad el descubrimiento de la voluntad de Dios en
una determinada situación. Tiene contenidos muy diversos.
Pueden ser objeto de discernimiento: los carismas, los signos de
los tiempos, la organización de la vida comunitaria o de grupo, las
opciones pastorales, etc.
El discernimiento requiere algunas condiciones por parte del
sujeto (personal o comunitario). Vivir el discernimiento supone cierta
madurez en el camino cristiano y al mismo tiempo incorporar al
propio itinerario de vida cristiana un elemento importante de crecimiento
y de formación. La práctica permite enunciar algunos criterios
que ayudan a quienes desean entrar en un proceso de
discernimiento.
La espiritualidad nazarena comunica algunas características a
las personas, grupos y comunidades que la practican y ofrece
también algunos criterios propios a quienes desean incorporar el
«espíritu de familia» a la práctica del discernimiento para captar los
signos de los tiempos y de los lugares con «ojos nazarenos». La
expresión «ojos nazarenos» traduce el punto de vista de quien vive
el misterio de Nazaret e intenta desde él ver e interpretar una determinada
situación para descubrir la voluntad de Dios y realizarla en
su vida. Cuando el corazón tiene la impronta nazarena, se consigue
leer el Evangelio, la realidad de la vida y la historia toda con
«ojos nazarenos».
Estos son algunos criterios para hacer un discernimiento
desde el misterio de Nazaret:
- Preguntarse si la situación en cuestión lleva consigo
la dinámica de la encarnación: lo divino se hace humano
para hacerlo crecer desde dentro y superarlo.
- Hay situaciones en las que se vive el Evangelio antes
de ser anunciado (como en Nazaret).
-105-
- Los valores de «trascendencia» van unidos a los de
«condescendencia», que hacen crecer en humanidad.
- La confesión de fe en el misterio de la Encarnación
del Verbo (“sin separación ni confusión”) se aplica también
a las actividades humanas y por el Reino de Dios.
- Los procesos de maduración y de crecimiento son
lentos y graduales; los grandes saltos son excepcionales.
- Es negativo todo lo que hiere o destruye la persona,
la familia, los vínculos sociales.
- Toda «buena noticia» suscita una esperanza.
- Ver la relación que puede establecerse con las bienaventuranzas.
- Preguntarse siempre, intuitivamente, qué es «lo
nazareno» en una situación concreta.
4.4 La construcción de la comunidad
Tanto las Constituciones como el Plan de vida de las
Fraternidades Nazarenas y otros documentos del Instituto proponen
a sus miembros entrar en una dinámica de proyectualidad, es
decir de hacer proyectos a distintos niveles. Esto supone una
visión dinámica de las personas y de los grupos, y establece un itinerario
abierto al futuro en varios pasos:
- elaborar un proyecto de vida,
- llevar a cabo el proyecto durante un período determinado,
- revisar periódicamente el cumplimiento de los medios para
alcanzar los objetivos propuestos,
- reelaborar el proyecto.
En el Instituto los momentos clave de esta dinámica son la reunión
comunitaria y los Capítulos Generales y Provinciales. El
Instituto lleva viviendo esta forma de organización y de construcción
de la comunidad desde que se fue introduciendo con las nuevas
Constituciones. Es una forma de vivir la práctica del
-106-
discernimiento comunitario. Las reuniones en los distintos niveles
comunitarios (local, provincial, general) y los proyectos que comportan
son dos aspectos complementarios que se reclaman
mutuamente.
Comunidad,
Fraternidad, grupo
pastoral
Reunión
comunitaria
Proyecto de vida
local
Provincia,
organismos
provinciales
Capítulo Provincial
Proyecto de vida
provincial
Instituto, instancias
de Instituto
Capítulo General
Proyecto de vida
de Instituto
A cada uno de los niveles de reunión corresponde un
proyecto:
Cada persona elabora y revisa su Proyecto de vida personal.
Los contenidos de los proyectos abarcan los distintos
aspectos de la vida comunitaria o de grupo teniendo en
cuenta la realidad a que se refieren:
- vida de oración personal y comunitaria;
- vida comunitaria o de grupo, relaciones;
- actividades de la misión;
- organización y economía.
Las principales condiciones para entrar en la dinámica de la
proyectualidad y participar en un proceso de discernimiento comunitario
son:
- la rectitud de intención y el deseo de descubrir la voluntad
de Dios;
- la determinación del objeto sobre el que se delibera;
- la información lo más completa posible sobre el asunto;
- la participación en el diálogo;
- la participación en las distintas fases del proceso: información,
deliberación, decisión;
- el respeto y acogida de las mediaciones y de la autoridad.
La espiritualidad nazarena acentúa en el proceso del discernimiento
comunitario algunos aspectos:
- la igualdad de los participantes, basada en la fraternidad;
- la sencillez, sinceridad y participación activa en el diálogo;
- la acogida de la voluntad de Dios a través de las mediaciones
humanas.
4.5 La misión compartida
Referencias:
La misión del Instituto de los Hermanos de la Sagrada Familia
hoy (2001);
Proyecto Educativo del Instituto de los Hermanos de la
Sagrada Familia (2011).
La Familia Sa-Fa, continuando la obra del Hno. Gabriel
Taborin, se inserta con las actividades subrayadas por su carisma
en la misión de la Iglesia local (en los ámbitos de la educación
cristiana, de la catequesis y de la animación litúrgica). La
misión del Instituto es compartida por las diversas componentes
del pueblo de Dios, por personas que pertenecen a distintos
estados de vida (religiosos, laicos y sacerdotes). Este hecho
subraya la comunión para la misión en la Iglesia y en la sociedad,
y comporta en lo concreto de la vida formas de discernimiento
-107-
pastoral y modos de acción que llevan a la colaboración y a compartir
responsabilidades.
Compartir las motivaciones:
Las actividades de la misión pueden ser compartidas desde
distintas motivaciones y a varios niveles:
- La promoción de los valores humanos y el respeto del proyecto
es una base común para todos.
- La participación en el diálogo entre la fe y la cultura ofrece
un ámbito en el que son posibles los debates, las propuestas
de inculturación, la apertura a otras realidades.
- Las actividades pueden ser asumidas como misión de
Iglesia a través de las cuales se testimonia, se anuncia y se
propone explícitamente el Evangelio.
Compartir el Carisma
El carisma del Hno. Gabriel Taborin subraya fuertemente la fraternidad.
La relación a su persona es el punto de encuentro para
quienes, desde distintas motivaciones, forman la Familia Sa-Fa,
que tiene como referencia la Sagrada Familia de Nazaret.
En el ámbito eclesial el carisma del Instituto pone en primer
término «la común dignidad de los bautizados» y la complementaridad
de las vocaciones. Las actividades de la misión son asumidas
como verdaderos ministerios eclesiales.
Compartir es relacionarse y colaborar
La misión compartida lleva a la relación y colaboración entre
Sacerdotes, Hermanos y Seglares, para facilitar la integración de
todos en las diferentes actividades.
Algunos medios que favorecen el desarrollo de la misión compartida
son:
- Mantener una relación abierta basada en el espíritu de familia
que se manifiesta en detalles concretos de la vida cotidiana,
en el trato sencillo y cercano.
-108-
- Buscar formas y lugares de encuentro.
- Intensificar la formación pedagógica y religiosa, y profundizar,
conjuntamente religiosos y seglares, en el carisma del
Hno. Gabriel.
- Crear un clima de compañerismo, de respeto y de acogida
recíproca, ayudándonos unos a otros.
- Compartir las responsabilidades.
- Crear y animar grupos de jóvenes, de padres, de educadores.
- Participar juntos en momentos de oración y de celebración.
El Proyecto Educativo del Instituto
En el ámbito de la educación, el «Proyecto Educativo» del
Instituto propone cómo construir la comunidad educativa con
todas sus componentes (comunidad de los Hermanos, docentes,
alumnos, familias, colaboradores, asociaciones) para que la escuela
pueda cumplir su misión (cultural, evangelizadora y de humanización)
caracterizándola con el «espíritu de familia».
4.6 La formación según el carisma propio
Referencias:
Guía de formación del Instituto de los Hermanos de la
Sagrada Familia (1998);
Para formarse a vivir en fraternidad (2007);
Hno. Lino da Campo: Circular sobre la Sagrada Familia en la
formacion del Hermano (1988).
La Familia Sa-Fa dispone de documentos que dan las indicaciones
formativas correspondientes a los diversos estados de vida
y a cada etapa de la formación, para los diversos grupos y personas.
Para los Hermanos la «Guía de formación» y los diversos planes
de formación, para las Fraternidades Nazarenas el texto «Para
-109-
formarse a vivir en fraternidad». Los planes de pastoral dan también
orientaciones de formación a tener en cuenta.
La espiritualidad Sa-Fa:
- Da una tonalidad característica a los objetivos de la formación:
+ La configuración con Cristo, en particular en la filiación y
la fratenidad;
+ La comunión en la Iglesia, como familia de Dios;
+ La asimilación del carisma del Instituto como elemento
caracterizador y dinamizador;
+ La preparación para la misión como Jesús en Nazaret.
- Marca todas las dimensiones de la formación:
+ La dimensión carismática presupone todas las otras:
personal, comunitaria, cultural, cristiana, religiosa y es
como el lazo de unión entre ellas.
- Ofrece unos modelos vivos de identificación que son la
Sagrada Familia de Nazaret y el Hermano Gabriel. Junto a
ellos la vida de los Hermanos, de las comunidades y del
Instituto con los medios ordinarios y extraordinarios de formación
que propone.
- Caracteriza con algunas notas los medios de formación y a
sus dinamismos:
+ El acompañamiento personal y de grupo, se inspira en la
acción educadora de Jesús, de María y de José, para
hacerse más cercano y profundo;
+ Tiene como referencia (teniendo en cuenta la mentalidad
de su tiempo) el proceso de acompañamiento que siguió
el Hno. Gabriel, en particular con Mons. Devie, y el que
él empleaba con los Hermanos, para hacerse más constante
y fraterno;
+ El proyecto personal y comunitario, como medios concretos
de entrar en un proceso de crecimiento con los
contenidos propios del carisma y de la misión del
Instituto;
-110-
+ El discernimiento integra en los criterios comunes el
espíritu de familia;
+ La oración, la escucha de la Palabra de Dios y la participación
en los sacramentos se nutren de la tradición del
Instituto;
+ La ascesis personal y comunitaria insiste en las virtudes
que sostienen el «espíritu de familia»;
+ La vida comunitaria ocupa un lugar central en la formación;
+ Las experiencias apostólicas se viven a la luz del misterio
de Nazaret;
En las diversas etapas de la formación la referencia a
la Sagrada Familia es esencial. En las diversas etapas se
trata de que el formando haga «experiencia de la Sagrada
Familia». Y hacer experiencia quiere decir:
- Tener una percepción consciente y madura en la
reflexión de quién es la Sagrada Familia y de qué puesto
ocupa en la propia vida.
- Llegar a que nuestro sentir, pensar, querer y las
demás expresiones de la vida estén en relación vital con la
Sagrada Familia, de manera que aparezcan fundamentalmente
influenciadas y caracterizadas por ella.
- Alcanzar una unión íntima y activa con ella, un convivir
en recíproca presencia.
- Sentirse partícipe del misterio de salvación que, iniciado
en Nazaret, continúa hoy en la Iglesia y en el mundo.
A esta experiencia profunda se llega poco a poco y es como
el fruto de un camino de maduración espiritual. Pero ¿cómo llegar,
pues, a una relación consciente y profunda con la Sagrada
Familia? ¿Cómo realizar lo que nos dice el Hermano Gabriel?: «El
-111-
corazón de un cristiano, especialmente de un Hermano de la
Sagrada Familia, debe estar a menudo bajo el techo humilde de
Nazaret, en el centro mismo de esta venerable familia, que reúne
en sí todas las virtudes divinas y humanas» (NG 607).
La llamada vocacional
Lo que Lucas dice con respecto a María, (acogida y disponibilidad
ante el proyecto de Dios) lo afirma Mateo de la vocación de
José. Es más, José presenta en algunos aspectos dimensiones
vocacionales más cercanas a la problemática de algunas personas
que, acostumbradas a una cierta estructura de fe, deben acoger
un nuevo plan de Dios para ellas. Su «fiat» no consiste en acentuar
solamente el de María, sino que comporta el enraizamiento histórico
y jurídico del Hijo.
Los ideales y el entusiasmo de los comienzos
Después de la anunciación, María va a casa de Isabel. Va
para servir, para expresar su amor de un modo concreto, con
los hechos. El encuentro con su prima le da enseguida ocasión
para contar las maravillas obradas por el Todopoderoso. El
Magnificat es el anuncio profético de un ideal religioso, social y
político, anticipación sintética de lo que será el mensaje evangélico.
El descubrimiento de la comunidad
Para quien se inspira en la vida de la Sagrada Familia de
Nazaret, es relativamente fácil intuir la complementariedad de las
experiencias espirituales de María y de José, bien sea porque
ambas convergen en Jesús, bien sea porque los tres juntos,
Jesús, María y José, expresan la necesidad absoluta que toda
persona tiene, para incorporarse normalmente a la humanidad de
una «familia», y esto tanto en el orden natural como en el orden
espiritual, como ocurre con la comunidad religiosa, cuya unidad
interna no se basa en los lazos de sangre sino en ciertos valores
espirituales.
-112-
Cuando llegan las primeras dificultades
Después de nacer Jesús, sus padres lo presentaron en el
templo. Y allí, junto al reconocimiento del Hijo como Mesías,
María escucha en qué modo se realizará la obra redentora: Jesús
será signo de contradicción y también ella será asociada a su
destino; una espada la atravesará el corazón. El designio de la
obra de Cristo exige padecer y morir, y tal será también el designio
de quien, como María y José, es llamado a cooperar a la obra
de la salvación de los hombres. La persecución de Herodes y la
huída a Egipto son ya para la Sagrada Familia un primer signo
evidente.
Las pruebas interiores
Después de la huida a Egipto y demás pruebas causadas
desde fuera, María y José atraviesan las primeras pruebas interiores
con la pérdida de Jesús en el templo. En aquellos momentos
experimentan la angustia (Lc 2, 48) y no se quedan tranquilos hasta
que no encuentran al Hijo. El episodio del templo es ya una referencia
clara a la gran prueba del misterio pascual.
La unidad de vida
A la prueba de la pérdida de Jesús en el templo, sigue en la
vida de María y de José un período de intensa y profunda comunión
con su Hijo, el cual crecía en edad, en sabiduría y en gracia
bajo su autoridad (Lc 2, 51-52).
El itinerario de formación de una vida marcada por la experiencia
de la Sagrada Familia tiene estos puntos clave de referencia:
«Después del sí de Belén, vocación a una vida nueva;
después del sí de Nazaret, humildad en la actividad de la fe,
el Hermano llega a la hora suprema del sí de la cruz,
último paso de su conversión total al Señor, que es vida y resurrección
(Constituciones, 185).
-113-
-114-
Algunas preguntas para la reflexión y para el diálogo:
- ¿Cuál es nuestra experiencia de lectura y asimilación
de la Palabra de Dios desde Nazaret?
- ¿Hasta qué punto «lo nazareno» entra en nuestros
criterios de discernimiento personales y comunitarios?
- ¿Cómo incide en concreto el «espíritu de familia» en
los ámbitos pastorales en los que trabajamos?
- En nuestro camino formativo, ¿cuáles han sido las
experiencias que más nos han llevado a asimilar el carisma
del Instituto?
-115-
5. LA FINALIDAD
El objetivo de toda espiritualidad cristiana es ayudarse recíprocamente
a responder comunitariamente a la llamada a la santidad
recibida en el bautismo y dirigida a todos. «Todos los fieles cristianos,
en cualquier condición de vida, de oficio o de circunstancias,
y precisamente por medio de todo eso, se podrán santificar de día
en día, con tal de recibirlo todo con fe de la mano del Padre
Celestial, con tal de cooperar con la voluntad divina, manifestando
a todos, incluso en el servicio temporal, la caridad con que Dios
amó al mundo» (Lumen Gentium, 41; Cf. LG 11).
En el proceso de crecimiento de personas y grupos, la espiritualidad
de la Familia Sa-Fa acentúa por una parte el nexo
entre la maduración personal y el misterio de la encarnación, y
por otra la relación vital entre el crecimiento personal y la dinámica
eclesial.
5.1 Madurez humana y santidad cristiana
El crecimiento humano y la llamada a la santidad se encuentran
en el mismo camino.
Las ciencias del hombre nos dicen que la madurez humana
(relativa en cualquier edad de la vida) consiste en la integración de
todos los elementos de la propia personalidad y de la propia historia,
incluyendo las luces y las sombras, los puntos fuertes y las fragilidades.
Se trata de un proceso de liberación interior, que tiene
como punto de partida la aceptación de lo que le viene dado a la
persona y de la realidad que está en torno a ella, hasta llegar a su
-116-
plena realización: llegar a ser plenamente lo que uno es. Es el
camino hacia la verdadera felicidad.
La santidad cristiana es el pleno desarrollo del don de la vida
divina recibida en el bautismo. El crecimiento es la obra de Dios:
del Padre, que enviando a su Hijo y al Espíritu Santo llama a todos
a la santidad; de Jesucristo, que con la entrega de su vida y con
su palabra llama a todos a su seguimiento, y del Espíritu Santo,
que mediante su acción y sus dones es el actor principal de la santificación.
Y la santidad es también la obra del hombre, que va de
la acogida cada vez más consciente del don recibido, a la eliminación
de los obstáculos que se oponen a su desarrollo y al esfuerzo
de colaboración constante con la acción divina. El punto clave
del crecimiento está en el encuentro personal con Dios en Cristo,
que lleva al descubrimiento de la propia realidad y de la posibilidad
de un camino de transformación, en comunión con él y con los
demás. «El que sigue a Cristo, Hombre perfecto, se perfecciona
cada vez más en su propia dignidad de hombre» (Gaudium et
Spes, 41).
La madurez humana y cristiana consiste en vivir en
paz consigo mismo y con los demás, con la naturaleza y
con Dios. El crecimiento para conseguirlo consiste en
hacerse como niños que lo esperan todo del Padre y en la
progresiva identificación con los sentimientos del Hijo.
El primer paso de este camino es la aceptación de la
propia realidad y en la acogida del designio de Dios en la
propia vida.
Como en Nazaret, donde María y José se reconocieron
humildemente ante el Señor y aceptaron entrar en su
designio de salvación: «He aquí la esclava del Señor,
hágase en mí como has dicho». Como Jesús que empezó
a revelar su identidad diciendo que tenía que estar en la
«casa de su Padre», anunciando ya toda su trayectoria
hasta la cruz y la resurrección.
-117-
Como el Hno. Gabriel, que habiendo descubierto
desde muy joven su vocación de Hermano, permaneció
fiel a ella hasta el final, a pesar de las dificultades y las
incomprensiones.
5.2 Crecimiento personal y dinámica eclesial
Como la vida de una persona o de un grupo, la vida de la
Iglesia se inscribe en la historia. Ha tenido un comienzo en la
primera venida de Cristo y tendrá un final en su segunda venida,
aunque su realidad plena comporta un «antes» de ese
comienzo y un «más allá» de ese final. Todo le ha sido dado ya
desde el principio, pero no todo está cumplido. Se mueve entre
el «ya» y el «todavía no». El tiempo de la Iglesia es el tiempo de
la convocación y de la evangelización, del testimonio y la celebración,
de la esperanza y de la construcción del Reino de Dios
que viene a este mundo. «La Iglesia, enriquecida con los dones
de su Fundador, observando fielmente sus preceptos de caridad,
de humildad y de abnegación, recibe la misión de anunciar
el Reino de Cristo y de Dios, de establecerlo en medio de todas
las gentes, y constituye en la tierra el germen y el principio de
este Reino. Ella en tanto, mientras va creciendo poco a poco,
anhela el Reino consumado, espera con todas sus fuerzas, y
desea ardientemente unirse con su Rey en la gloria» (Lumen
Gentium, 5).
El crecimiento en la vida cristiana comporta como elemento
esencial la comunión con la familia de Dios que vive etapas de liberación
y de desierto, de monotonía y de retroceso, de nuevos
comienzos y de plenitud.
Pero la relación con la Iglesia, aun conservando una mirada
amplia y universal, se realiza concretamente a través de una comunidad
cristiana, con sus características propias. La espiritualidad
de la Familia Sa-Fa ha dado siempre importancia a la inserción en
la Iglesia local aportando las características del propio carisma y
misión.
Si la incorporación a una u otra comunidad cristiana a veces
viene dada de forma espontánea, el discernimiento personal para
vivir las distintas pertenencias es un ejercicio de suma importancia
que comporta una cierta madurez.
5.3 Las etapas del camino
En la vida espiritual cada persona sigue el itinerario de manera
propia. Los elementos esenciales de la vida cristiana (vida
sacramental, escucha de la Palabra de Dios y oración, práctica de
las virtudes teologales y morales, sentido de Iglesia, compromiso
en la misión, etc.) no siempre son asimilados en las mismas fases
de crecimiento. Lo importante es la conciencia de que siempre se
está en camino, aunque la trayectoria no sea siempre rectilínea y
cada uno marche a su paso.
A la luz del misterio de Nazaret se pueden señalar los principales
hitos del camino espiritual.
5.3.1 La eclosión de la vida
Entre el momento de la Anunciación en Nazaret, el
nacimiento de Jesús y los años que siguieron se da la
eclosión de la vida. Puede representar simbólicamente la
época de los comienzos.
Los que comienzan, sobre la base de los sacramentos de la
iniciación cristiana, viven el gozo del primer encuentro y de la acogida
del don.
Es el momento de la llamada «opción fundamental», que consiste
en asumir conscientemente la realidad bautismal. Vienen
luego el discernimiento vocacional y los primeros compromisos
-118-
eclesiales y sociales. Todo ello comporta un proyecto personal de
vida.
La atracción de Dios y el deseo de interioridad de una parte, y
de otra la falta de libertad interior sobre las pasiones provocan las
primeras luchas.
El crecimiento depende de la aplicación de los medios concretos:
la vida sacramental, la asimilación de la Palabra de Dios en la
meditación, la atención a la propia conciencia y el esfuerzo de
superación, la integración comunitaria y el acompañamiento. Y
sobre todo debe darse un gran deseo de responder fielmente a la
voluntad de Dios y de crecer.
5.3.2 El silencio de Nazaret
Los largos años de permanencia de la Sagrada
Familia en Nazaret son imagen de la continuidad y profundización,
de la lenta maduración.
La maduración espiritual se efectúa por la intensificación de la
relación personal con Jesucristo y la docilidad cada vez más fiel al
Espíritu Santo, que actúa dentro de la persona pero también a través
de las mediaciones.
La adquisición de convicciones profundas, el enraizamiento y
la práctica de las virtudes de la vida cristiana requieren tiempos largos
y un esfuerzo constante.
El deseo de unión con Dios, de caminar en su presencia, de
interiorizar su Palabra, de vivir los valores del Evangelio se ven
obstaculizados por la dispersión, la superficialidad y todas las
otras debilidades propias de la naturaleza humana. Por eso, el
combate interior entre la gracia y la libertad humana se intensifica.
En la vida cotidiana y en la relación con las personas más cercanas
la persona se revela tal cual es, emerge toda su realidad con
sus cualidades y sus lados oscuros, sus puntos fuertes y sus fragilidades.
El «desierto» de Nazaret es el lugar de una lucha conti-
-119-
-120-
nua para que la fuerza de los impulsos, de los deseos y de las
pasiones se pongan al servicio de los demás y de la maduración
personal.
La transformación de la persona comporta algunos
pasos que pueden ser más o menos lentos:
- Pasar de las falsas imágenes de Dios, de uno mismo
y de los demás, sobre todo de las personas más cercanas,
para encontrarse cada vez más con la verdad.
- Pasar del formalismo legalista y de las inhibiciones
que oprimen, hacia una libertad interior cada vez
mayor.
-Pasar de la sola voluntad de realizar los propios proyectos,
a la integración de lo que nos viene dado y lo que
podemos aportar al bien de todos.
- Pasar de la adhesión al propio camino de forma individualista,
a compartirlo con otros, dejándose acompañar
y acompañando a otros.
- Pasar de la oración discursiva, en la que predomina
la razón y el entendimiento, hacia una oración cada vez
más afectiva, más sencilla y vital.
- Llegar a interpretar la propia vida en términos de
«historia de salvación».
A medida que la persona madura, adquiere también responsabilidades
en la Iglesia y en la sociedad que implican sus energías,
su capacidad de trabajo y su creatividad.
5.3.3 El paso
Pero un día Nazaret se abre para dar lugar a la «otra
familia de Jesús» y a la Iglesia, es un momento de paso,
de pascua, que ayuda a entender todas las fases de crisis
que comporta el crecimiento.
La transición de una etapa a otra se efectúa normalmente a
través de períodos de crisis más o menos acentuadas. A momentos
de calma suceden otros de desestabilización y de ruptura en
los que se fragua una nueva situación.
Son múltiples los factores psicológicos, relacionales y sociales
que pueden desencadenar una crisis. Saber interpretar y vivir esos
momentos es de capital importancia para el crecimiento espiritual.
Desde el punto de vista cristiano, es una forma de comunión con
Cristo en su paso de la muerte a la resurrección.
El punto esencial de la transformación se da en la propia persona
y en su relación con Dios. La persona recibe una nueva iluminación
que al mismo tiempo ofusca su modo de percibir
precedente. Por eso en un primer momento la persona en crisis se
siente perdida en la noche.
El paso hacia una fe adulta que motiva y dinamiza toda la existencia,
hacia una esperanza firme a pesar de las pruebas, hacia
una caridad que se hace don total de uno mismo, puede realizarse
a través de una lenta evolución, pero muchas veces no se realiza
sino en momentos de crisis. Para vivir esos tiempos lo más
importante es la docilidad (dejar actuar a Dios y dejarse guiar por
alguien de confianza) y la paciencia (basada en la esperanza).
Las crisis pueden ser personales, pero también colectivas.
Si es bueno conocer las etapas del proceso por el que se
pasa, es más importante tener un modelo vivo de referencia.
El Hno. Gabriel Taborin, después de su primera experiencia de
vida en Belleydoux y de acoger la llamada de Dios a la vida religiosa,
se puso en camino para fundar una comunidad. Realizado el
discernimiento definitivo con la ayuda de Mons. Devie, se entregó
con todas sus fuerzas a la realización del proyecto de Dios sobre
él: vivir como Hermano y fundar una Congregación de Hermanos,
bajo el patrocinio de la Sagrada Familia. Esto lo llevó a la alegría de
ver cómo crecía «la obra de Dios», pero también a pasar por grandes
pruebas e incomprensiones hasta morir como Hermano y
dejar afianzada la Congregación.
-121-
«El perfil del Fundador, trazado por los primeros
Hermanos, es un punto importante de referencia en su
esfuerzo continuo de renovación y de crecimiento espiritual:
«De su fe viva y cultivada provenían su firme esperanza
y su amor a Dios.
De esta triple fuente de fe, esperanza y caridad brotaron
en él:
• una tierna devoción a los Santos Patronos del
Instituto, Jesús, María y José;
• la sumisión a la Iglesia y a sus ministros;
• el gusto por las ceremonias del culto divino;
• una firmeza inquebrantable en las pruebas y su confianza
en Dios;
• un espíritu de oración de la que lo esperaba todo;
• un celo ardiente por la gloria de Dios y la salvación
de las almas;
• una humildad verdadera que atrae las bendiciones
del cielo;
• la comprensión con los pecadores arrepentidos y el
olvido de las injurias...»
(Hno. Federico Bouvet. Vida; Cf. Constituciones 9).
Un perfil espiritual del Hno. Gabriel más completo se encuentra
en el Summarium de la Positio que ha servido de base a la proclamación
de la heroicidad de sus virtudes, reconocidas
oficialmente por la Iglesia.
5.4 Hacia la plenitud
La madurez humana es el resultado de un proceso, nunca
totalmente acabado, en el que la persona desarrolla sus potencia-
-122-
lidades, integra sus experiencias positivas y negativas, armoniza y
unifica todas las dimensiones de la existencia, hasta sentirse en
acuerdo consigo misma. Un cristiano maduro es quien acoge plenamente
el don de ser hijo de Dios y se relaciona fraternamente
con todos.
El cristiano está siempre en camino. Las últimas fases
de la vida cristiana no pueden calificarse como etapas de
descanso, sino de máximo dinamismo. Algunos indicadores
de una vida cristiana que tiende hacia la plenitud son:
La oración se hace cada vez más sencilla y contemplativa.
Hay un caminar constante en la presencia del
Señor y en unión con Él.
La libertad interior y la pureza del corazón se manifiestan
en la delicadeza y condescendencia, en la flexibilidad
y apertura a todos.
Se acrecienta la capacidad de acogida y de agradecimiento,
de adoración y de alabanza.
Se vive el equilibrio entre:
- Actividad y pasividad, tanto en la relación con Dios
como con los demás.
- Camino personal y vida comunitaria y eclesial.
- Aspiraciones y deseos grandes y lo concreto de la
vida, con sus límites y fragilidades.
La fe se expresa en un amor que unifica y dinamiza
toda la existencia y se manifiesta en los frutos del Espíritu
(la alegría y la paz, la amabilidad y la bondad, la fidelidad
y el dominio de sí) y en una esperanza que aspira cada vez
con más fuerza a la consumación en la vida eterna.
La paz
En la primera reproducción del cuadro oficial del Instituto figura
al pie la traducción latina del lema: IN ORATIONE, LABORE ET
-123-
-124-
CHARITATE * PAX. Es la síntesis de la vida de la Sagrada Familia
en Nazaret y de la vida de quien comparte la espiritualidad de la
Familia Sa-Fa.
En la Biblia la paz es al mismo tiempo la aspiración más profunda
del ser humano y el mayor don que puede recibir de Dios.
Procurar la paz es restablecer las cosas en conformidad con su
estado original y al mismo tiempo llevarlas a su cumplimiento. La
paz es la mejor expresión de la felicidad y bienestar en la existencia
de cada día, revela la condición de la persona que vive en
armonía consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y con
Dios. La paz es el conjunto de todos los bienes. Si es cierto que
hay un combate por la paz, unido a la lucha por la justicia, y una
bienaventuranza para los «creadores de paz» (Mt 5 ,9) en las relaciones
entre los hombres, la paz es don de Dios («paz en la tierra
a los hombres que Dios ama» Lc 2, 14), un don pascual (Jn 20, 19),
«fruto del Espíritu» (Gal 5, 22) y anticipación de la vida eterna (Rm
8, 6). «Cristo es nuestra paz» (Ef 2, 14).
Algunas preguntas para la reflexión y para el diálogo:
- ¿Cuál es la interacción entre nuestro camino y el de
la Iglesia? ¿Qué recibimos y qué damos? ¿Nos sentimos
en camino en una Iglesia peregrina?
- ¿Cómo hemos vivido los momentos de crisis? ¿En
qué nos han hecho crecer?
- ¿Conocemos personas que han llegado a una plenitud
de vida? ¿Qué características de nuestra espiritualidad
manifiestan?
-125-
ÍNDICE
PRESENTACIÓN ..........................................................................3
1. LA ESPIRITUALIDAD DE LA FAMILIA SA-FA ........................5
Algunas preguntas para la reflexión y para el diálogo ........10
2 LAS FUENTES VIVAS ..........................................................11
2.1 La Palabra de Dios ........................................................11
2.1.1 Los evangelios de la infancia de Cristo......................12
2.1.2 Algunos pasajes del Antiguo y del
Nuevo Testamento ..............................................................13
2.1.3 El matrimonio y la familia en el plan de Dios..............17
2.2 La liturgia........................................................................19
2.2.1 Los sacramentos ........................................................19
2.3 La oración ......................................................................25
2.3.1 En la liturgia ................................................................25
2.3.2 En armonía con la liturgia ..........................................28
2.4 Signos y símbolos..........................................................32
2.5 La experiencia de vida ..................................................36
2.5.1 La vida, el carisma y el mensaje del
Hno. Gabriel Taborin ............................................................37
2.5.2 La historia y la vida actual del Instituto y de la
Familia-Sa-Fa ......................................................................50
2.5.3 La regla de vida ..........................................................52
2.5.4 Los documentos del Instituto ....................................54
2.5.5 La vida y las enseñanzas de la Iglesia........................54
2.5.6 El mundo y las diversas culturas ................................57
Algunas preguntas para la reflexión y para el diálogo ........60
3 LOS CONTENIDOS..............................................................61
3.1 La imagen de Dios ........................................................61
3.1.1 Dios «familia», «comunidad de amor» ........................61
3.1.2 La Santísima Trinidad, la Sagrada Familia
y la comunidad ....................................................................62
-126-
3.2 El misterio de Nazaret: Jesús, María y
José como familia. ..............................................................64
3.3 Un modo de entender la Iglesia: la «familia de Dios» ..69
3.4 Una mirada sobre el mundo ..........................................74
3.5 La existencia cristiana inspirada en Nazaret ................75
3.5.1 En Nazaret se oraba ..................................................77
3.5.2 En Nazaret se trabajaba..............................................82
3.5.3 En Nazaret se amaba..................................................89
3.5.4 Las virtudes características: humildad,
sencillez, unión, obediencia y entrega ................................94
Algunas preguntas para la reflexión y para el diálogo ........98
4. LOS MÉTODOS....................................................................99
4.1 La vida cotidiana guiada por el «espíritu de familia» ....99
4.2 La lectura y meditación de la Palabra de Dios
a la luz del misterio de Nazaret..........................................101
4.3 La interpretación y discernimiento de los
signos de los tiempos «con ojos nazarenos» ....................104
4.4 La construcción de la comunidad ..............................105
4.5 La misión compartida ..................................................107
4.6 La formación según el carisma propio ........................109
Algunas preguntas para la reflexión y para el diálogo ......114
5 LA FINALIDAD....................................................................115
5.1 Madurez humana y santidad cristiana ........................115
5.2 Crecimiento personal y dinámica eclesial ..................117
5.3 Las etapas del camino ................................................118
5.4 Hacia la plenitud ..........................................................122
Algunas preguntas para la reflexión y para el diálogo ......124

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