26 de julio de 2013

26 DE JULIO – SANTOS JOAQUÍN Y ANA, padres de Santa María Virgen

…Felices los ojos de ustedes porque ven…

PRIMERA LECTURA
Lectura del libro del Eclesiástico    44, 1. 10-15

    Elogiemos a los hombres ilustres, a los antepasados de nuestra raza. No sucede así con aquellos, los hombres de bien, cuyas obras de justicia no han sido olvidadas. Con su descendencia se perpetúa la rica herencia que procede de ellos.
    Su descendencia fue fiel a las alianzas y también sus nietos, gracias a ellos. Su descendencia permanecerá para siempre, y su gloria no se extinguirá.
    Sus cuerpos fueron sepultados en paz, y su nombre sobrevive a través de las generaciones. Los pueblos proclaman su sabiduría, y la asamblea anuncia su alabanza.
Palabra de Dios.

SALMO    
Sal 131, 11. 13-14. 17-18 (R.: Lc 1, 32b) 
R.    El Señor Dios le dará el trono de David, su padre.

    El Señor hizo un juramento a David,
    una firme promesa, de la que no se retractará:
    «Yo pondré sobre tu trono
    a uno de tus descendientes.» R.

    Porque el Señor eligió a Sión,
    y la deseó para que fuera su Morada.
    «Este es mi Reposo para siempre;
    aquí habitaré, porque lo he deseado. R.

    Allí haré germinar el poder de David:
    yo preparé una lámpara para mi Ungido.
    Cubriré de vergüenza a sus enemigos,
    y su insignia real florecerá sobre él.» R.

EVANGELIO
    X Lectura del santo Evangelio según san Mateo    13, 16-17

    Jesús dijo a sus discípulos:
    «Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron.»
Palabra del Señor.

PARA REFLEXIONAR

Ante la necesidad de dilucidar la cuestión de la ascendencia de María, Padres de la Iglesia oriental, como San Epifanio y San Juan Damasceno, tomaron de una vieja tradición en la que aparecen diversas noticias acerca de los abuelos maternos de Jesús. Por otra parte, el hecho de que tantas veces encontremos representaciones pictóricas y escultóricas alusivas a los primeros años de María, quien aparece reclinada en los brazos de su madre, Santa Ana, y a escenas de la vida pastoril de San Joaquín, a quien se presenta como padre de María, atestigua la popularidad y el cariño de que han gozado en el pueblo cristiano, San Joaquín y Santa Ana como padres de Maríay abuelos de Jesús.
La devoción a Santa Ana es más popular y más antigua que la de San Joaquín. Ya en el año 550, el 25 de Julio el emperador Justiniano le dedicó una basílica a Santa Ana en Constantinopla. Desde entonces, las iglesias orientales celebraron su fiesta en esa fecha. Siglos más tarde, y sobre todo a raíz de las cruzadas, esta celebración se difundió en Occidente, pero la celebración se colocó el día 26. Finalmente, en 1584
la fiesta quedó fijada para toda la Iglesia, tanto en los países orientales como en los occidentales.
El culto de San Joaquín se introduce hacia el siglo XIV, época en la que también se populariza el culto de San José. Dos siglos más tarde se consolida la fiesta que se celebraba primero el 20 de marzo. En 1738 se trasladó al domingo siguiente al 15 de agosto (Asunción de la Virgen); y finalmente, a principios del siglo XX, el Papa Pío X la fijó en el día siguiente de la Asunción, el 16 de agosto. A raíz de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, en 1969, se unió la conmemoración de los padres de María en una única fiesta, la del 26 de julio. 
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Si queremos saber acerca de ellos tendremos que acudir a los evangelios apócrifos, más especialmente al protoevangelio de Santiago.
Ana, -significa “gracia”- era oriunda de Belén, hija de Matán y de Emerenciana. Vivía en aquellos tiempos en tierras de Israel un hombre rico y temeroso de Dios llamado Joaquín -significa “Yahvé prepara”-, perteneciente a la tribu de Judá. A los veinte años había tomado por esposa a Ana, de su misma tribu, la cual, al cabo de veinte años de matrimonio, no le había dado descendencia alguna.
Santa Ana ya estéril por su avanzada edad, vivía con mucho dolor la falta de descendencia, ya que los judíos creían que no tener hijos era una maldición. Un día, al adelantarse Joaquín para ofrecer su sacrificio, un escriba llamado Rubén le cortó el paso diciéndole: “No eres digno de presentar tus ofrendas por cuanto no has suscitado vástago alguno en Israel”.
Joaquín se retira al desierto y ayuna 40 días. Un ángel le anuncia el nacimiento de su hija. La humilde súplica obtuvo una respuesta inmediata de lo Alto. Un ángel del Señor se le apareció anunciándole que iba a concebir y a dar a luz, y que de su prole se hablaría en todo el mundo. Nada más oír esto, Ana prometió ofrecerlo a Dios. Cuando se le cumplió a Ana su tiempo alumbró y al saber que había dado a luz una niña, exclamó: “Mi alma ha sido hoy enaltecida”. Y puso a su hija por nombre Miriam.
Por fin a los tres años, fue llevada la pequeña María, al Templo, para ser criada con las otras vírgenes y santas viudas que moraban en las habitaciones vecinas al templo. Allí se dedicarían a las labores, oraciones y demás servicios de Dios.
El sacerdote la recibió con estas palabras: “El Señor ha engrandecido tu nombre por todas las generaciones, pues al fin de los tiempos manifestará en ti su redención a los hijos de Israel”. Y la hizo sentar sobre la tercera grada del altar.
Y sus padres regresaron, llenos de admiración, alabando al Señor Dios porque la niña no se había vuelto atrás. Con este heroico rasgo de desprendimiento, los apócrifos cierran el capítulo dedicado a los padres de la Virgen María. Después de dejar a su hija en el Templo Ana se aleja silenciosamente. Su misión había terminado. Se cree que Joaquín y Ana decidieron venir a vivir a Jerusalén, para poder visitar a la niña frecuentemente. Joaquín muere a los 80 años y Ana a los 79. 
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Ante la ausencia de datos ciertos, el pasaje de Mateo, nos sirve como marco de reflexión para la celebración de la fiesta de san Joaquín y santa Ana. Jesús alaba y llama felices a los discípulos porque, no solamente ven y escuchan lo que todos ven y escuchan, sino porque, además, pueden descubrir el paso de Dios. A diferencia de las otras bienaventuranzas que encontramos en Mateo 5, en ésta, no se hace mención alguna a la condición de contrariedad o desgracia actual de los futuros bienaventurados. La felicidad aquí, es ver y entender desde ahora mismo el proyecto de Jesús. Jesús afirma que la felicidad se encuentra en el hecho de poder verlo y de oír sus palabras, porque con Él, ha llegado el tiempo definitivo (cfr. He 1,1-2), de tal manera que, al poner la mirada en su persona, podemos hablar de un antes y un después.
Así, Dios se sirve de unos elementos humanos como preparación del nuevo tiempo: por el hecho de formar parte de nuestra historia, el Hijo de Dios necesita una madre, y ésta será María; la Virgen también necesita unos padres que fueron Joaquín y Ana. Ellos, sin saberlo, serán los abuelos del Mesías.
La felicidad es haber descubierto la perla de gran valor. “El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra…” (Mt 13, 44-45). Así, pues, a semejanza de un tesoro o de una perla de gran valor, el Reino de Dios -el Reino de los cielos – se encontraba escondido en aquella casa de Nazaret, en la que María, hija de Joaquín y Ana, se preparaba al momento de la Anunciación.
…”Nosotros, cuando meditamos sobre el acontecimiento de la Anunciación en la plegaria del “Ángelus Domini”, pedimos que el Reino de Dios -el Reino de los cielos- esté también escondido en nuestros corazones, en nuestras familias, en todo el campo de nuestra vida, a fin de que no se malgaste este tesoro, no se pierda esta perla de tanto valor, no se pierda por ningún motivo, ya que, “¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?” …(Juan Pablo II 1981)
Por todo esto, San Juan Damasceno felicita a los santos esposos con estas palabras: « ¡Oh matrimonio feliz de Joaquín y Ana, limpio en verdad de toda culpa! Seréis conocidos por el fruto de vuestras entrañas». Qué felicidad para los padres que tienen la suerte de tener unos hijos que pueden admirar su fidelidad y agradecer su comportamiento generoso, por el cual recibieron su existencia humana y cristiana. Pero también qué felicidad para los hijos que tienen la suerte de conocer más y mejor a Jesucristo, puesto que han recibido de sus respectivos padres la formación cristiana, con el ejemplo de vida y de oración familiar.

Patronos de los abuelos

El Papa mencionaba en el encuentro de las Familias en Valencia que los abuelitos deben ser entronizados en el altar de la familia y solicitó para ellos un trascendente servicio, una sagrada misión: “Deseo referirme ahora a los abuelos, tan importantes en las familias. Ellos pueden ser -y son tantas veces- los garantes del afecto y la ternura que todo ser humano necesita dar y recibir. Ellos dan a los pequeños la perspectiva del tiempo, son memoria y riqueza de las familias. Ojalá que, bajo ningún concepto, sean excluidos del círculo familiar”.
“Son un tesoro que no podemos arrebatarles a las nuevas generaciones, sobre todo cuando dan testimonio de fe ante la cercanía de la muerte”… No olvidemos que todos, si Dios quiere, llegaremos un día a ser ancianos; tratémoslos, pues, como esperamos que nos traten a nosotros.

Para ilustrar su mensaje puede ayudar el siguiente relato:

…”Un abuelo se fue a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de 6 años. Ya las manos le temblaban, su vista se nublaba y sus pasos flaqueaban.
La familia completa comía junta en la mesa, pero las manos temblorosas y la vista enferma del anciano hacían que el alimentarse fuera un asunto difícil. La sopa caía de su cuchara al suelo y cuando intentaba tomar el vaso, derramaba la leche sobre el mantel. El hijo y su esposa se cansaron de la situación. “Tenemos que hacer algo con el abuelo”, dijo el hijo. “Ya he tenido suficiente. Derrama la leche, hace ruido al comer y tira la comida al suelo”. Así fue como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina del comedor. Ahí, el abuelo comía solo mientras el resto de la familia disfrutaba la hora de comer. Como el abuelo había roto uno o dos platos de porcelana, su comida se la servían ahora en un tazón de madera. De vez en cuando miraban hacia donde estaba el abuelo y aunque no se quejaba, podían ver una lágrima en sus ojos mientras estaba ahí sentado solo. Sin embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía, eran fríos llamados de atención cada vez que dejaba caer el tenedor o la comida. El niño de 6 años observaba todo en silencio. Una tarde antes de la cena, el papá observó que su hijo estaba jugando con trozos de madera en el suelo. Le preguntó dulcemente: “¿Qué estás haciendo?”. Con la misma dulzura el niño le contestó: “Ah, estoy haciendo un tazón para ti y otro para mamá para que cuando yo crezca, ustedes coman en ellos”. Sonrió y siguió con su tarea. Las palabras del pequeño golpearon a sus padres de tal forma que quedaron sin habla. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Y, aunque ninguna palabra se dijo al respecto, ambos sabían lo que tenían que hacer. Esa tarde el esposo tomó gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta a la mesa de la familia. Por el resto de sus días ocupó un lugar en la mesa con ellos. Y por alguna razón, ni el esposo ni la esposa, parecían molestarse más cada vez que el tenedor se tiraba, la leche se derramaba o se ensuciaba el mantel.

PARA DISCERNIR

¿Le damos valor a los gestos cotidianos en los que Dios nos manifiesta su proyecto de amor?
¿Buscamos a Dios en lo sencillo de la vida?
¿Le damos valor a nuestra familia y a nuestra historia?

PARA REZAR

Señor, Dios de nuestros padres,
que concediste a san Joaquín y a santa Ana
el privilegio de tener como hija a María,
la madre del Señor, concédenos,
por la intercesión de estos dos santos,
la salvación que has prometido a tu pueblo.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.


LECTIO DIVINA

El que escucha la Palabra y la comprende produce fruto

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     13, 18-23

    Jesús dijo a sus discípulos:
    «Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino.
    El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe.
    El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.
    Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno.»
Palabra del Señor.

LECTURA -  ¿QUÉ DICE EL TEXTO BÍBLICO?

Guías para la lectura:

La parábola era un recuso discursivo predilecto por Jesús. Se trata de un relato producto de su imaginación, que está diseñado para retener la atención de su audiencia, y que requiere un ejercicio posterior de meditación y asociación para llegar a comprender su significado. En general, cada parábola contiene una sola enseñanza, siendo cada elemento o persona contenido en ella, “actores secundarios” al servicio de ella y no protagonistas de enseñanzas superpuestas. Finalmente, Jesús recurre con frecuencia al uso de éstas cuando quiere explicar aspectos complejos y misteriosos del reino de Dios, echando mano de elementos cotidianos conocidos por sus oyentes.
Jesús no explicó todas las parábolas, pero para la “del sembrador” esto sí fue necesario. De alguna manera se puede inferir la importancia que el Señor le dio a la misma y-o también la complejidad inicial que tenía “decodificarla” a la luz del lenguaje del reino de los cielos. En la explicación que recoge el Evangelio de Marcos, esta importancia nuclear de la parábola del sembrador es reafirmada por Jesús cuando dice: “¿No entienden esta parábola? ¿Cómo comprenderán entonces todas las demás?
Mateo, que ordena su Evangelio alrededor de colecciones discursivas de Jesús, ubica en segundo lugar -el primero fue el Sermón de la montaña – siete parábolas sobre el reino de Dios. La primera es la del sembrador (13.3b-9). Su explicación ocurre, luego de una explicación que Jesús realiza en la finalidad de las parábolas (13.10-17). La misma es la siguiente:
“Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador”
Jesús vuelve a llamar la atención de sus oyentes luego (y a causa) de su perturbadora explicación del porqué del uso de las parábolas.
“Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino”
Explicando el significado de la semilla que cae al borde del camino y los pájaros la comen, Jesús devela que “la semilla” es en realidad “la palabra del Reino”, asociada en ese contexto con el Evangelio mismo. El mensaje de las Buenas Nuevas ha llegado al corazón del oyente, pero lamentablemente no logra cabida en el mismo ya que no lo comprende, o siguiendo la lógica de los versículos anteriores “miró y no vio, oyó y no escuchó, ni entendió”. Los pájaros, siempre al acecho de las semillas dispersas para comerlas, son identificados por las fuerzas del mal. De esta manera, se plantea claramente que el Evangelio sufre desde su génesis, en la vida de las personas, las acechanzas del enemigo del Señor.  En la versión del Evangelio de Marcos se infiere que el sembrador es aquel que lleva consigo el mensaje evangélico.
“El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe”
El segundo caso corresponde al ejemplo de Jesús de las semillas que caen  “en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron”. La figura humana representada, corresponde a una persona que carece de constancia y de una adecuada interpretación de los costos del discipulado. Por ello, la llegada inevitable de pruebas, a causa del Evangelio hacen tambalear su compromiso cristiano y su vida espiritual se derrumba. Hay muchas similitudes en la descripción de este tipo de personas con la parábola de los dos edificadores (Mt. 7.24-27).
“El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto”
Ahora le toca el turno al tercer grupo, que en la parábola corresponde a las semillas que “cayeron entre espinas, y éstas, al crecer, las ahogaron”. Jesús relaciona este ejemplo agrícola con las personas que son incapaces de dar muestras visibles de su identidad cristiana, porque ceden a las presiones que reciben del mundo y sus ofertas materiales. Esa incompatibilidad de “lealtades divinas”, Jesús ya las había presentado de manera clarísima cuando expresó: “No se puede servir a Dios y al dinero” (Mt. 6.24).
“Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno” Finalmente, Jesús llega al grupo que seguramente Él apelaba reclutar. ¡Aquellos que son verdaderos discípulos! Sin embargo, queda claro que la visión de compromiso cristiano que el Señor tenía, era muy realista. Ni ingenuamente positiva, ni amargamente negativa. Sólo el cuarto grupo encuentra “la puerta angosta”, “el estrecho camino”, “son los pocos escogidos en comparación a los llamados”, etc. En la parábola, son las semillas que “cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otra treinta”. La comprensión de este grupo de personas en contraposición con los anteriores, identifican a las personas que reciben la palabra del Evangelio, la comprende cabalmente en toda su dimensión, son constantes, las pruebas de fe no las hace tambalear y la seducción de los bienes del mundo, no superan su amor por el Señor. Tienen diferentes niveles de compromiso, pero son fieles discípulos de Cristo.

MEDITACIÓN - ¿QUÉ ME DICE EL TEXTO BÍBLICO?

Preguntas para la meditación:

¿Hubiera yo necesitado también una explicación adicional de esta parábola?
¿En cuál de los cuatro casos me ubicaría?
¿Soy un sembrador de la semilla del Evangelio de Cristo?

ORACIÓN - ¿QUÉ LE DIGO A DIOS A PARTIR DEL TEXTO BÍBLICO?

Señor, que la semilla de la palabra de Dios encuentre en mi vida la tierra fértil, que haga que mi vida dé fruto visible de mi pertenencia a tu Reino. Amén.

CONTEMPLACIÓN - ¿CÓMO INTERIORIZO EL TEXTO BÍBLICO?

Repaso cada uno de los cuatro casos e imagino la escena agrícola presentada por Jesús.
Luego medito en mi vida y en los cuatro tipos o formas de tierra donde cae la semilla.

ACCIÓN -  ¿CÓMO VOY A VIVIR EL TEXTO BÍBLICO?

Preguntas para la acción:

¿De qué manera me comprometeré a ser un sembrador de la Palabra de Dios?
¿Cómo me aseguraré de que mi semilla sea la del Evangelio de Cristo?

¿Cómo prepararé mi corazón y mi mente para recibir la palabra del Evangelio para dar fruto de vida cristiana?

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