27 de abril de 2014

27 de abril de 2014 - DOMINGO II DE PASCUA – Ciclo A

Creer para ver. Ver para creer.

PRIMERA LECTURA
Lectura de los Hechos de los Apóstoles    2, 42-47

    Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones.
    Un santo temor se apoderó de todos ellos, porque los Apóstoles realizaban muchos prodigios y signos. Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno.
    Íntimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo. Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse.
Palabra de Dios.

SALMO    
Sal 117, 2-4. 13-15. 22-24 (R.: 1) 
R.    ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! 

    Que lo diga el pueblo de Israel:
    ¡es eterno su amor!
    Que lo diga la familia de Aarón:
    ¡es eterno su amor!
    Que lo digan los que temen al Señor:
    ¡es eterno su amor! R.

    Me empujaron con violencia para derribarme,
    pero el Señor vino en mi ayuda.
    El Señor es mi fuerza y mi protección;
    él fue mi salvación.
    Un grito de alegría y de victoria
    resuena en las carpas de los justos. R.

    La piedra que desecharon los constructores
    es ahora la piedra angular.
    Esto ha sido hecho por el Señor
    y es admirable a nuestros ojos.
    Este es el día que hizo el Señor:
    alegrémonos y regocijémonos en él. R.

SEGUNDA LECTURA
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro    1, 3-9

    Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, nos hizo renacer, por la resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera, que ustedes tienen reservada en el cielo. Porque gracias a la fe, el poder de Dios los conserva para la salvación dispuesta a ser revelada en el momento final.
    Por eso, ustedes se regocijan a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir momentáneamente: así, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba, será mucho más valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego, y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo. Porque ustedes lo aman sin haberlo visto, y creyendo en él sin verlo todavía, se alegran con un gozo indecible y lleno de gloria, seguros de alcanzar el término de esa fe, que es la salvación.
Palabra de Dios.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Juan    20, 19-31

    Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
    Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
    Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.»
    Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!»
    El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré.»
    Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
    Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe.»
    Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!»
    Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!»
    Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre. 
Palabra del Señor.

PARA REFLEXIONAR

Nuestra manera habitual de pensar se caracteriza –entre otras cosas- por la necesidad de pruebas que autentifiquen la verdad de cualquier situación, acontecimiento o afirmación.
Basta con constatar cómo en algunas conversaciones la mejor prueba puede ser señalar que tal o cual afirmación está “científicamente comprobada”, o como en determinados ambientes una de las mayores pruebas de verdad es que “salió en la tele” o “lo vi en la tele”.
Sea cual sea el ambiente en que nos movamos, nuestra manera de pensar funciona por la relación entre causa y efecto, y a determinadas causas les atribuimos una mayor fuerza de verdad y certeza. Todo eso está muy bien para las realidades de orden natural, para todo lo que está en el nivel de lo empírico, de lo comprobable y verificable.
Cuántas veces hemos repetido, aplicándola a cualquier situación, la afirmación de Tomás, transformándola casi en un sabio proverbio: “Hay que ver para creer”. Pero lo que puede estar bien para aquello que es comprobable, no sucede con la fe en el Resucitado, de cuya experiencia vivimos en la medida que creemos.
***
La primera lectura extractada del libro de los Hechos presenta a los apóstoles dando testimonio con gran alegría de la resurrección del Señor. Todo el pueblo interpretaban la presencia del Señor como el vínculo que los unía. Esta presencia era su riqueza principal de tal modo que, gozosos, se desprendían de sus bienes y tierras para distribuirlos entre los más necesitados.
La pobreza material no era un obstáculo para la alegría de la fe, muy por el contrario, esa misma fe los llevaba a volverse pobres por sus hermanos porque nadie consideraba sus bienes como propios.
Cristo era el bien común de todos, y por ese bien común descubrieron que también todos sus demás bienes debían ser comunes.
 ***
La carta de Pedro es una colección de enseñanzas dirigida a creyentes de la segunda generación procedentes de diversas nacionalidades. El pasaje de hoy es una exhortación para mantener viva la esperanza cristiana y explica la resurrección como una herencia incorruptible que Dios otorga a su nuevo pueblo.
La realidad del resucitado no nos alcanza únicamente después de la muerte. Los creyentes reciben un continuo llamado para realizar en su existencia el ideal del hombre nuevo. Pero este ideal no es una idea imposible, es una realidad que nos interpela en la existencia histórica de Jesús de Nazaret, muerto y resucitado.
***
En el evangelio, san Juan nos presenta el encuentro del Señor resucitado con Tomás que se ha negado creer que sus compañeros han tenido la experiencia del resucitado.
Los discípulos de Jesús están asustados y su miedo no es gratuito: todo su mundo parece haberse derrumbado definitivamente, y los dirigentes judíos pueden alcanzarlos y llevarlos también a ellos a la muerte. Y lo harán cuando se les presente la ocasión. Jesús, en quien ellos habían puesto tantas esperanzas, ha sido derrotado y, en su derrota, puede arrastrarlos también a ellos. Ese miedo los tiene esclavizados y ellos mismos han puesto cerrojos a las puertas.
Aunque se sienten seguidores de Jesús la experiencia de la muerte ha caído sobre ellos como una losa que sepultó todas sus esperanzas. Ahora forman un grupo que se ha encerrado y aislado de los hombres. Es una comunidad cerrada: comunidad de muerte. Están unidos, pero por la muerte. La comunidad pasó a ser la tumba de todo aquello en lo que habían esperado.
Sin embargo el evangelio usa la expresión: el primer día de la semana para señalar que acaba de nacer un mundo nuevo, una nueva humanidad. Hace su entrada Jesús y viene a llenar el vacío de la muerte y entra a puertas cerradas. Viene precisamente a abrir las puertas y ventanas cerradas de “su casa”.
Los saluda con el antiguo saludo semita que aún se conserva en Palestina, Shalom, que ahora tiene un nuevo sentido. Les da la paz de la vida que suplanta a la paz de la muerte. La paz de la muerte es quietud, desconsuelo, miedo, ansiedad. «Descansa en paz», es el saludo final que damos a nuestros difuntos. Pero el saludo de Jesús es todo un proyecto de vida. La paz evangélica lleva al combate más que al reposo. No es un punto de partida sino de llegada.
Es una paz que excluye el miedo, brota de la lógica del ir más adelante, de la capacidad de andar contra corriente. Se trata de una paz que quema, que deja la señal en la carne. Es una paz crucificada. Jesús nuestra paz, es aquel que ha sido condenado a muerte y crucificado. La paz que la fe anuncia, proclama y vive, es por el hecho de que Dios ha resucitado al crucificado. Por eso está presente y operante en medio de nosotros. Aceptar la paz de Cristo significa acoger su persona.
Tomás no ha dado crédito al testimonio de la comunidad de discípulos que han visto al Resucitado, tampoco percibe los signos de la nueva vida que se manifiesta en esa comunidad. Pone como condición una demostración particular, una “prueba” destinada sólo a él. Una semana después Jesús Resucitado se la concede, pero en el seno de la comunidad de discípulos. En la medida que Tomás vive la experiencia del amor en la comunidad de los discípulos, en esa misma medida comienza a ver, esto es, tiene la experiencia de Jesús Resucitado.
Así de novedosa es la experiencia de fe: el que no cree no ve, su ceguera espiritual le impide ver y experimentar la presencia y acción del Resucitado. Sólo en la medida que creemos, empezamos a ver. Empezamos a ver la acción de Dios en las personas, en la Iglesia y en el mundo. Empezamos a ver la transformación de las personas por obra del Espíritu. Empezamos a ver toda la realidad como realmente es; es decir, comenzamos a ver con los ojos de la fe, comenzamos a ver todo como lo ve Jesús Resucitado.
Las “pruebas” y demostraciones no dan la fe, sino que es en la aceptación del mensaje y en la experiencia de una fraternidad nueva en la Iglesia donde se resuelve el problema de la fe y la incredulidad. La experiencia de Tomás no es modelo. A Jesús no se lo encuentra ya sino en la nueva realidad del amor que existe en la comunidad. La experiencia de ese amor es la que lleva a la fe en Jesús vivo.
Creer no es saber menos o con menos fuerza; creer es saber más y más profundamente. Querer verificar como Tomás, es quedarse sin saber nada; eso es lo que significa “creer sin ver”. Creer, nos dice Juan, es “estar con los demás”. Esto es más fuerte que el mismo milagro. El fundamento de la fe pascual está en la comunidad creyente: de los que “han visto al Señor”, y quedarse allí. No es normal que el Señor resucitado se aparezca aquí o allí, eso siempre será una excepción y un misterio. El Señor vive y actúa en comunidad creyente, y sólo hace falta que la comunidad sepa transparentar y hacer perceptible en sí misma la presencia del Señor.
La gran falta de Tomás no fue, en primer lugar, su incredulidad, sino que se alejó de la comunidad. La fe en el Resucitado surge para Tomás y para nosotros desde el encuentro con los hermanos, la comunidad de creyentes es un lugar privilegiado donde el Resucitado se manifiesta e irradia su fuerza transformante. Creer en Cristo Resucitado ya siempre será así: sentirse atraído por una comunidad y allí experimentar que Cristo vive en uno mismo.
La gran falta de la comunidad fue no expresar de un modo vital, sin miedos el paso de Jesús resucitado por sus vidas; seguir encerrados sin salir a anunciarlo como lo harán más tarde tal como lo muestra la lectura de los Hechos de los apóstoles.
Lamentablemente, muchas de nuestras comunidades cristianas laicas y religiosas parecen seguir la misma postura de la comunidad prepascual. Viven sin alegría y sin esperanza; temen a la gente y se apartan de ella como de un peligro. Una comunidad encerrada no puede sino vegetar. Al poco tiempo muere en sus miembros el sentimiento, el afecto, las iniciativas, las expectativas, el deseo de cambiar y progresar. Las comunidades cristianas de hoy nos parecemos a veces a los discípulos al anochecer de aquel día que siguió a la muerte del Maestro. Estamos reunidos en la casa, con las puertas cerradas, dominados por miedo; a esta “cultura de la increencia”, al “huracán secularizador”, a una “moral neopagana”, o a esos “medios de comunicación que se presentan tan hostiles”.
Creer, es renunciar a ver con los ojos de la carne, a tocar con las manos, a meter el dedo en las heridas del crucificado para identificar al resucitado donde no cesa de predicarnos el Evangelio y de partir para nosotros el pan. Nuestras comunidades tienen que ser muestra clara y palpable del amor de Dios Padre a los hombres. La comunidad se constituye exclusivamente por la vida de Cristo.
La comunidad es la prolongación de la doble misión de Jesús: mostrar el amor del Padre y ser alternativa para la humanidad en la que pueda experimentar el amor de Dios de un modo vital y palpable. La Iglesia está llamada a ser lugar de encuentro con Dios.
Creer es buscar y encontrar al Señor, nuestro Dios, en la comunidad de los que creen que Jesús es el Mesías, de los que encuentran en los sacramentos la vida que ha brotado de la cruz. La felicidad que nos salva ahora es la presencia vivificante del Señor que nos reúne por el Espíritu en la Iglesia. Que podamos asumir desde una espiritualidad Pascual lo que tantas veces oramos en la Misa: “Que tu Iglesia, señor, sea un recinto de libertad y de amor; de justicia y de paz donde los hombres puedan seguir esperando para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando”.

PARA DISCERNIR

¿Mi fe es individualista?
¿Descubro la necesidad de la comunidad para creer?
¿Qué lugar ocupó y ocupa la comunidad en mi camino de fe?
¿Qué aporto a la comunidad y a la Iglesia para que otros puedan creer?

REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÌA

Señor, que crea…

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo» 
     Señor Jesucristo, haz que nosotros no formemos más «que un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32), porque sólo así habrá «una gran calma» (Mc 4,39). Queridos oyentes, os exhorto a la amistad y a la benevolencia entre vosotros, y la paz entre todos; porque si tenemos caridad entre nosotros, tendremos la paz y el Espíritu Santo. Es necesario ser devoto y orar a Dios…, porque los apóstoles eran perseverantes en la oración… Si hacemos fervientes oraciones, el Espíritu Santo vendrá a nosotros y nos dirá: « ¡La paz sea con vosotros! Soy Yo, no temáis» (cf Mc 6,50)… ¿Qué es lo que debemos pedir a Dios, hermanos míos? Todo lo que es para su honor y para la salvación de nuestras almas, es decir, que nos asita el Espíritu Santo: «Envía tu Espíritu y renueve la faz de la tierra» (sl 103,30) –la paz y la tranquilidad…
     Hemos de pedir esta paz a fin de que el Espíritu de paz venga sobre nosotros. Y también debemos dar gracias a Dios por todos su beneficios si es que queremos que nos dé las victorias que son principio de paz; y para obtener el Espíritu Santo hay que agradecer a Dios Padre primeramente lo que Él ha enviado sobre nuestro jefe Jesucristo, nuestro Señor, su Hijo… -porque «de su plenitud todos hemos recibido» (cf Jn 1,16)- y lo que ha enviado sobre los apóstoles para que por sus manos nos fuera comunicado a nosotros. Hemos de agradecer al Hijo: en tanto que es Dios, envía su Espíritu sobre los que se disponen a recibirlo. Pero sobre todo hay que agradecerle lo que, en tanto que hombre, nos haya merecido la gracia de recibir el divino Espíritu… ¿Cómo Jesucristo ha merecido la venida del Santo Espíritu? Cuando «inclinando la cabeza entregó el espíritu» (Jn 19,30); porque entregando su último aliento y su espíritu al Padre, mereció que el Padre enviara su Espíritu sobre el cuerpo místico.
San Francisco de Sales

PARA REZAR

Las manos de Jesús

Jesús se puso en medio
Y en esto entró Jesús, se puso en medio,
soy yo, dijo a los suyos, vean mis manos;
serán siempre señal para creer,
la verdad del Señor resucitado.

Las manos de la pascua lucirán
las joyas de la sangre y de los esclavos,
alianza de amistad inigualable,
quilates de un amor que se ha entregado.

Esas manos pascuales lucharán
para dar libertad a los esclavos,
proteger a los débiles, caídos,
construir la ciudad de los hermanos.

Manos libres, humildes, serviciales,
gastadas en la lucha y el trabajo;
son las más disponibles, los primeras
en prestar el esfuerzo necesario.

Manos resucitados han de ser
las manos de la gracia y del regalo,
no aprenderán jamás lo de cerrarse,
siempre abiertas al pobre, siempre dando.

Las manos amistosas, siempre unidas,
y que nunca serán puños armados,
no amenazan altivos y violentos,
amigas de la paz y del diálogo.

Manos agradecidas, suplicantes,
que bendicen a todos como a hermanos,
que protegen a débiles, a niños,
que se alzan fervorosas suplicando.

¡Oh Señor de los manos traspasados,
oh Señor del dolor resucitado,
pon tus manos heridas en los mías,
que te cure del dolor en otras manos!

LECTIO DIVINA 

Ocho días más tarde, apareció Jesús  
 
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     20, 19-31 

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. 
Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.» 
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!» 
El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré.» 
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» 
Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe.»
Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!» 
Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!» 
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.
Palabra del Señor.
                
 
1.     LECTURA - ¿QUÉ DICE EL TEXTO BÍBLICO?

 ·   Guías para la lectura:
               
Entre los versículos 19 al 23 se narra la aparición de Jesús resucitado a los discípulos y/o apóstoles. La misma se produce el domingo de resurrección. Juan, testigo presencial del hecho,  nos aclara que ellos habían decidido esconderse a puertas cerradas por temor a  los judíos. Probablemente sentían miedo a represalias o a una seguidilla de arrestos, juicios y muertes. No es de extrañar esa presunción. Aquellos que habían tenido el poder necesario para mover sus contactos políticos de tal manera de provocar un juicio corrupto y sumarísimo sobre su maestro, y luego su sentencia de muerte; ¿qué les impedía impulsar un proceso de aniquilamiento de sus seguidores cercanos y terminar definitivamente con “el problema Jesús”?  En ese contexto Jesús se aparece en medio de ellos con un mensaje determinante: “¡La paz esté con ustedes!”.  Para darles mayor tranquilidad, mientras dice dos veces este saludo de paz, les muestra las heridas de la crucifixión en su cuerpo. La reacción de los presentes mutó del temor a la alegría. 
En ese momento, Jesús les da un particular llamado misionero y les otorga el poder para llevarlo adelante. Para muchos biblistas, se trata de “la misión universal juanina”. A diferencia de la contenida en los Evangelios sinópticos, Jesús “modela” su envío en sí mismo, dando de esa manera un enfoque misionológico referencial y cristocéntrico “Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”  (v.21).  A renglón seguido, sopla sobre ellos para que reciban el Espíritu Santo. De esta manera, en dos frases, Jesús compromete a las tres personas de la Trinidad (Padre – Hijo – Espíritu Santo) en la tarea apostólica.  A su soplo y palabras de envío,  les otorga la gracia  y el don del perdón. “Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan” (v.23). 
Pero no todos los apóstoles participan de la alegría. Esto se desarrolla entre los versículos 24 al 29. Tomás, conocido como “el Mellizo” y hasta nuestros días también como “el Incrédulo”, se muestra reacio a creer lo que sus oídos escuchan de boca de sus colegas y espera una muestra tangible de la resurrección de Jesús (v.25).  No debemos ser demasiado críticos con Tomás, el texto nos ilustra que éste no se encontraba presente en la escena anterior (v.24) y no olvidemos la actitud previa y generalizada de los discípulos. Jesús entonces toma una acción tan inesperada como amorosa. Ocho días más tarde vuelve a aparecer, sólo para apoyar la fe de Tomás. ¡Qué gesto pastoral inmenso! Su estilo misionero de Buen Pastor que va en busca de una oveja entre muchas y que acababa de dar su vida por ellas, nos debe ayudar a enfocar nuestro llamado misionero a la luz de lo dicho en el párrafo anterior sobre el versículo 21. Tomás cambia también su tristeza y dudas en alegría y fe exclamando “¡Señor mío y Dios mío!” (v.28).  Jesús le da una respuesta que en su segundo párrafo tiene una bienaventuranza para todos los cristianos de esos momentos en adelante “¡Felices los que creen sin haber visto!” (v.29b). 
El final del texto de hoy, entre los versículos 30-31 son la “primera conclusión” del Evangelio y explica cuál fue el criterio selectivo de los siete milagros “signos” revelando su objetivo soteriológico “Estos (signos) han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre”. 
  
2.     MEDITACIÓN - ¿QUÉ  ME DICE EL TEXTO BÍBLICO?
  
·                       Preguntas para la meditación: 

Ø   ¿De qué manera el contenido del envío del v.21 me hace reflexionar en mi forma de misionar?
Ø   ¿Me siento identificado con las dudas de Tomás?
Ø   ¿Cómo vivo la felicidad de haber creído sin haber visto? 

3.     ORACIÓN - ¿QUÉ LE DIGO A DIOS A PARTIR DEL TEXTO BÍBLICO?

Señor, ayúdame a vivir mi servicio cristiano teniéndote a Ti como modelo misionero. Que el soplo renovador del Espíritu Santo me otorgue las fuerzas que necesito. Que la bendición del Padre esté sobre mi vida.
  
4.     CONTEMPLACIÓN - ¿CÓMO INTERIORIZO EL TEXTO BÍBLICO?
       
Observo la escena previa a la primera aparición del Señor y comparto con los discípulos sus temores y desconciertos.
Imagino la entrada milagrosa del Señor y dejo que sus palabras de Paz llenen mi mente y corazón de su bendita y mansa presencia.
Recibo el envío misionero reflexionando en la vida de Jesús narrada en los Evangelios. 

5.     ACCIÓN - ¿CÓMO VOY A VIVIR EL TEXTO BÍBLICO?

·                        Preguntas para la acción: 

Ø   ¿De qué manera práctica podré modelar mi vida y misión a la vida de Cristo?
Ø   ¿Cómo voy a vivir mi fe, reconociendo el misterio de creer sin haberlo visto ni tocado?
Ø   ¿Cómo voy a animar en su fe a mis amigos que estén necesitados de este apoyo?


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