7 de julio de
2014 – TO – JUEVES DE LA SEMANA XVIII
Seguir al
Resucitado por el camino del Crucificado
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro del profeta
Jeremías 31, 31-34
Llegarán los días
-oráculo del Señor- en que estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel
y la casa de Judá. No será como la Alianza que establecí con sus padres el día
en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza
que ellos rompieron, aunque yo era su dueño -oráculo del Señor-.
Esta es la Alianza
que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días -oráculo del
Señor-: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré
su Dios y ellos serán mi Pueblo. Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente,
diciéndose el uno al otro: «Conozcan al Señor.» Porque todos me conocerán, del
más pequeño al más grande -oráculo del Señor-. Porque yo habré perdonado su
iniquidad y no me acordaré más de su pecado.
Palabra de Dios.
SALMO
Sal 50, 12-13. 14-15. 18-19 (R.: 12a)
R. Crea en mí, Dios
mío, un corazón puro.
Crea en mí, Dios
mío, un corazón puro,
y renueva la
firmeza de mi espíritu.
No me arrojes
lejos de tu presencia
ni retires de mí
tu santo espíritu. R.
Devuélveme la
alegría de tu salvación,
que tu espíritu
generoso me sostenga:
yo enseñaré tu
camino a los impíos
y los pecadores
volverán a ti. R.
Los sacrificios no
te satisfacen;
si ofrezco un
holocausto, no lo aceptas:
mi sacrificio es
un espíritu contrito,
tú no desprecias
el corazón contrito y humillado. R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Mateo 16, 13-23
Al llegar a la
región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: « ¿Qué dice la
gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?»
Ellos le
respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros Elías; y otros,
Jeremías o alguno de los profetas.»
«Y ustedes, les
preguntó, ¿quién dicen que soy?» Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Y Jesús le dijo:
«Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la
carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.» Y yo te digo: «Tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no
prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo
que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la
tierra, quedará desatado en el cielo.»
Entonces ordenó
severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
Desde aquel día,
Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir
mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que
debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y
comenzó a reprenderlo, diciendo: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá.»
Pero él, dándose
vuelta, dijo a Pedro: « ¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un
obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los
hombres.»
Palabra del Señor.
PARA REFLEXIONAR
Termina hoy la lectura de Jeremías,
con una página también esperanzadora que nos anuncia una Nueva Alianza.
Esta profecía de Jeremías constituye una de las cimas del Antiguo Testamento.
En el Antiguo Testamento, nunca se
presenta una Alianza distinta de la del Sinaí, a pesar de haber sido tantas
veces rota por el pueblo, pero siempre mantenida por la fidelidad de Dios.
Ahora, el profeta, anuncia, de parte de Dios,
que a esa primera Alianza le va a seguir otra, definitiva,
mucho más profunda y personal. Dios no retrocede en su deseo, y
anuncia una Alianza mejor, de fe, de conocimiento de Dios, de perdón y
reconciliación. Porque pondrá su ley en su interior y la escribirá en sus
corazones, y no tendrán necesidad de adoctrinarse el uno al otro, ni un código
de moral exterior. Dios confía totalmente en el hombre porque
su ley es interiorizada.
El será su Dios y ellos serán su pueblo.
Es la Alianza que no podrá romperse, un
pacto más sólido, inquebrantable que se sellará, no con sangre de
animales, como la del Sinaí, sino con la propia Sangre de Jesús en la
cruz.
***
En Cesarea de Filipo, haciendo un alto en
el camino, Pedro debe confesar su fe. Si bien ya lo había hecho cuando vio a
Jesús caminar sobre el agua, ahora lo hará de forma más solemne, más profunda,
más completa. Pedro proclama la fe de la Iglesia en Jesús como Hijo de
Dios, y Jesús como respuesta, lo proclama bienaventurado porque se dejó habitar
por Dios.
Con esta felicitación, Jesús constituye
a Pedro cabeza de su naciente Iglesia, aunque poco después tendrá que
reprenderlo por tener una idea demasiado humana y equivocada de su misión. No
lo acepta como el Mesías sufriente profetizado por Isaías, que entrega su vida
en la cruz.
En medio de una sociedad que propugna
el éxito rápido, aprender sin esfuerzo y de modo divertido,
y conseguir el máximo provecho con el mínimo de labor, es fácil que
acabemos viendo las cosas más como los hombres que como Dios. Humanamente,
resulta costoso aceptar que los caminos de Dios, pasen muchas veces por
la renuncia y el sacrificio.
Confesar a Jesús como Mesías, significa
aceptar lo que esto implica: caminar su mismo camino, sin renegar
del esfuerzo y del sufrimiento por la construcción del Reino.
Reconocerlo y no seguirlo sería incompleto y absurdo.
Pedro junto con los primeros discípulos
aparecen con estas vacilaciones, en su más cruda realidad. No son
super-hombres, sino gente de carne y hueso, con virtudes y flaquezas. La
obra de la gracia se realiza en la fragilidad humana.
Aquel que es cabeza de la Iglesia no lo es
por sus méritos personales, sino porque Dios, le confía este servicio, que lo
constituye primero entre muchos. Es Dios quien garantiza la firmeza
de la Iglesia, en la lucha entre el pecado y la gracia, que se da
cotidianamente en sus miembros, estructuras y acciones. Pedro, con su propia
vida y en su propia muerte aprendió por dónde pasaba el camino que debía
seguir.
La cruz, el camino de redención
asumido por Jesús, nos purifica constantemente para que no olvidemos
que el poder nos viene de Dios. Ese es también nuestro
camino. Seguimos al resucitado por el camino del crucificado.
«Las tribulaciones del mundo están llenas
de pena y vacías de premio; pero las que se padecen por Dios se suavizan con la
esperanza de un premio eterno».
San Efrén.
PARA DISCERNIR
¿Cómo vivimos nuestro cristianismo?
¿Qué lugar le damos al sufrimiento y al dolor?
¿Descubro en la cruz las huellas que Jesús me marca?
REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÍA
«Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo»
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
No hay amor más grande
…”El sacramento de la reconciliación:
«Todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo»
La confesión es un acto magnífico, un acto
de gran amor. Tan sólo podemos ir a ella como pecadores, portadores de pecado,
y de ella sólo podemos marcharnos como pecadores perdonados, sin pecado.
La confesión no es otra cosa que la
humildad puesta en acto. Anteriormente la llamábamos penitencia, pero se trata
verdaderamente de un sacramento de amor, del sacramento del perdón. Cuando
entre Cristo y yo se abre una brecha, cuando mi amor se resquebraja, cualquiera
puede venir a llenar esta fisura. La confesión es el momento en que yo permito
a Cristo quitar de mi todo lo que divide, todo lo que destruye. La realidad de
mis pecados debe ser lo primero. Para la mayoría de entre nosotros el peligro
que nos acecha es olvidar que somos pecadores y que debemos ir a la confesión
como tales. Debemos llegarnos a Dios para decirle cuán desolados estamos por
todo lo que hayamos podido hacer y que a él le ha provocado una herida.
El confesionario no es un lugar para
conversaciones banales o charlatanerías. Hay un solo sujeto que preside la
conversación: mis pecados, mis errores, mi perdón, cómo vencer mis tentaciones,
cómo practicar la virtud, cómo crecer en el amor de Dios”…
Beata Teresa de Calcuta (1910-1997),
fundadora de la Hermanas Misioneras de la Caridad
PARA REZAR
La fuerza de la Vida
Creo en un Dios impotente,
débil y debilitado;
creo en un Dios que no puede;
que no triunfa. Derrotado.
débil y debilitado;
creo en un Dios que no puede;
que no triunfa. Derrotado.
Creo en un Dios ¡tan vecino!
que se vuelve un Dios-humano;
que su vida entre nosotros,
es muerte que le entregamos.
que se vuelve un Dios-humano;
que su vida entre nosotros,
es muerte que le entregamos.
Ceo en un Dios sin poder,
hecho hombre y torturado;
y por coronas, ¡espinas!
y por respuesta, ¡insultado!
hecho hombre y torturado;
y por coronas, ¡espinas!
y por respuesta, ¡insultado!
Creo en un Dios impotente,
un Dios de brazos atados;
un Dios distinto a los hombres,
poderosos, soberanos…
un Dios de brazos atados;
un Dios distinto a los hombres,
poderosos, soberanos…
Creo en un Dios
que no sabe negar lo que ha declarado;
creo en un Dios impotente,
¡impotente de enamorado!
que no sabe negar lo que ha declarado;
creo en un Dios impotente,
¡impotente de enamorado!
Creo en un Dios novedoso,
de novedad siempre a mano;
que genera a cada instante
lo que el amor va dictando.
de novedad siempre a mano;
que genera a cada instante
lo que el amor va dictando.
Creo en un Dios generoso,
del amor crucificado;
creo en un Dios también pobre,
que tiene a los pobres al lado.
del amor crucificado;
creo en un Dios también pobre,
que tiene a los pobres al lado.
Creo en un Dios que no puede,
¡es el amor quien lo ha atado!
Creo en un Dios sin poder;
pobre… ¡Resucitado!
¡es el amor quien lo ha atado!
Creo en un Dios sin poder;
pobre… ¡Resucitado!
7 Agosto – San Cayetano
San Cayetano era de familia muy rica y se
desprendió de todos sus bienes y los repartió entre los pobres. «Veo a mi
Cristo pobre, ¿y yo me atreveré a seguir viviendo como rico?» Veo a mi Cristo
humillado y despreciado, ¿y seguiré deseando que me rindan honores? Oh, que
ganas siento de llorar al ver que las gentes no sienten deseos de imitar al
Redentor Crucificado».
Sentía un inmenso amor por Nuestro Señor,
y lo adoraba especialmente en la Sagrada Eucaristía y recordando la santa
infancia de Jesús. Su imagen preferida era la del Divino Niño Jesús.
En su última enfermedad el médico aconsejó
que lo acostaran sobre un colchón de lana y el santo exclamó: «Mi Salvador
murió sobre una tosca cruz. Por favor permítame a mí que soy un pobre pecador,
morir sobre unas tablas». Y así murió el 7 de agosto del año 1547, en Nápoles,
a la edad de 67 años, desgastado de tanto trabajar por conseguir la
santificación de las almas.
En seguida empezaron a conseguirse
milagros por su intercesión y el Sumo Pontífice lo declaró santo en 1671.
Oremos
Señor Dios todopoderoso, que inspiraste al
presbítero san Cayetano el deseo de vivir según el modelo de la primitiva
comunidad apostólica, haz que nosotros, siguiendo su ejemplo y contando con su
intercesión, confiemos siempre en ti y busquemos continuamente el reino de los
cielos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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