Santa Teresa de
Jesús
Ay de ustedes fariseos
PRIMERA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de Galacia 5, 18-25
Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley.
Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación,
impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas,
rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y
envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les
vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios.
Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz,
magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente
a estas cosas, la Ley está de más, porque los que pertenecen a Cristo Jesús han
crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos.
Si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también
por él.
Palabra de Dios
SALMO
Sal 1,1-2.3.4.6.
Sal 1,1-2.3.4.6.
R. El que te sigue, Señor, tendrá la luz de
la vida.
Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. R.
Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R.
No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Lucas 11, 42-46
« ¡Ay de ustedes, fariseos, que pagan el impuesto de la menta, de
la ruda y de todas las legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios!
Hay que practicar esto, sin descuidar aquello.
¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta
ocupar el primer asiento en las sinagogas y ser saludados en las plazas!
¡Ay de ustedes, porque son como esos
sepulcros que no se ven y sobre los cuales se camina sin saber!»
Un doctor de la Ley tomó entonces la
palabra y dijo: «Maestro, cuando hablas así, nos insultas también a nosotros.»
El le respondió: « ¡Ay de ustedes también,
porque imponen a los demás cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni
siquiera con un dedo!»
Palabra del Señor
PARA REFLEXIONAR
Terminamos hoy la lectura de la carta a los Gálatas en
la que Pablo presenta las “obras de la carne” y los “frutos
del Espíritu”.
Al hablar de “libertad” y al relativizar “las
obras de la ley”, Pablo, lejos de proponer una conducta más
ligera, invita a la fe en Cristo, y la apertura a su gracia que
son muy exigentes para el que las acepta. Una comprensión equivocada de la
noción de libertad podría conducir a otra esclavitud: la de la carne.
Para Pablo, la palabra “carne” designa la naturaleza
frágil del hombre, la mentalidad meramente humana especialmente
los deseos egoístas, la falta de control y los fallos en la
relación con los demás, que se oponen a su verdadera vocación. La carne se
opone al amor auténtico, como demuestra la lista de sus obras.
En cambio, el fruto del Espíritu es el amor y sus signos
que son el gozo y la paz, y sus manifestaciones que se presentan
como la paciencia, la bondad, la benevolencia. La fe y la humildad son las
que permiten la acogida de esta gracia.
Se conoce que el discípulo camina según el Espíritu cuando
vive con alegría, con amabilidad, con dominio de sí.
La libertad dada por Cristo, concedida y no merecida servirá para
amar más. La ley entera encuentra su cumplimiento en esta única palabra: “Amarás
a tu prójimo como a ti mismo”.
***
La ley estaba hecha para permitir una convivencia social
armoniosa y para que se evitara el crecimiento descontrolado de la brecha entre
ricos y pobres, ignorantes e instruidos, piadosos y pecadores. Pero esta
ley, muchas veces manipulada por autoridades inescrupulosas religiosas
judías y romanas, se convirtió en una carga pesada e inútil, que
oprimía al pueblo en nombre de Dios. Los fariseos quieren aparecer
como irreprochables, para ser honrados y estimados como piadosos.
Lucas nos presenta tres acusaciones muy duras de
Jesús contra los fariseos, y una contra los doctores de la ley, que
se la buscaron metiéndose en la conversación: pagan los diezmos hasta de las
verduras más baratas, pero luego descuidan: “el derecho y el amor de Dios”;
“les encantan los asientos de honor”, “son como tumbas sin señal” que por
fuera, parecen limpias, y por dentro sólo tienen la corrupción de la muerte.
Jesús se rebela contra este modo de presentar la ley; confrontándolos
con lo central de la palabra de Dios que son la justicia y la misericordia.
No hay convivencia posible entre el cumplimiento de la ley y la práctica de la
injusticia. No se puede ser un hombre religioso siendo inmisericorde con el
humilde.
Si Jesús echa en cara a fariseos y escribas su pecado,
es para moverlos a conversión. El discípulo de Jesús, debe valorar las
cosas según el querer de Dios y dar importancia a las cosas, más allá de su
propia conveniencia. Debe centrar su esfuerzo y preocupación en lo
fundamental: el amor a Dios y el amor al hermano manifestados en una
vida justa.
La verdadera justicia no consiste en el conocimiento puntilloso de
la ley, echando cargas sobre los hombros de los demás, sino en ayudar a
los “pobres” a llevar su propia carga.
Desde muchos lugares en nuestra sociedad se viven estas mismas
contradicciones. Muchas leyes sólo benefician a unos pocos y dejan caer a los
más débiles. Los enfermos, ancianos, los niños son los que
tiene menos derechos y más exigencias. La explotación desmedida,
el lucro como idea madre de toda relación, y la manipulación que
se ejerce a partir de la necesidad, son una clara muestra. Sin una justicia que
se sustente en la misericordia y el bien común, el camino de humanización que
propone el reino queda sólo en buenas intenciones y palabras irrealizables.
Es necesario que el discípulo, viva en una constante purificación
de sus motivaciones, para que el encuentro con Dios, se realice en la
autenticidad de una existencia, vivida conforme al querer de Dios.
Los intereses personales y egoísmos,
bajo el manto de la religiosidad vician la raíz de la propia vida, y nos
colocan a nosotros y a los que toman contacto con nosotros, en un camino
que, en lugar de acercar a Dios, aleja de Él.
Además de obras de caridad, es necesario que el discípulo no
olvide la justicia y el amor de Dios. La fe no es un concepto
bellamente dicho para hacer comprender a los demás; sino
la responsabilidad de ayudar a vivir al hermano. No podemos
creer que ya estamos salvados por haber ayudado ocasionalmente a
nuestro prójimo, o por haber anunciado el Nombre del Señor, sin un
compromiso real en la transformación del mundo.
PARA DISCERNIR
¿Qué considero importante en mi camino de fe?
¿Experimento la justicia como una necesidad para expresar mi
vivencia cristiana?
¿Qué criterios iluminan mi relación con Dios y con los demás?
REPITAMOS A LO LARGO
DE ESTE DÍA
…Ven Espíritu Santo y renuévanos…
PARA LA LECTURA
ESPIRITUAL
…”La respuesta del hombre a la gracia estará representada por la
sumisión de su persona a la acción del Espíritu de Dios. No hace falta
martirizarnos el cerebro para saber qué privaciones imponernos. El dominio de
nuestra propia persona constituye un programa suficiente. En vez de ir más allá
de las exigencias de Dios, es mejor realizar con sencillez de corazón lo que se
nos pide hoy. Es posible que, de una manera inconsciente, nuestro corazón
prefiera ciertas exigencias ideales a las del hoy. Mientras que se nos pide
seguir con paciencia un camino tras las huellas de Dios, nosotros rechazamos la
abundancia de los dones y preferimos estériles repliegues sobre nosotros
mismos; preferimos mirar nuestro pecado en vez del incomprensible perdón de
Dios; preferimos buscar nosotros solos remedios a nuestro mal íntimo, cuando
Dios nos presenta estos remedios a través de los medios de la gracia ofrecidos
en la Iglesia.
En el camino hacia el dominio de nosotros mismos es importante
fijar nuestra propia mirada no tanto en los detalles, en los progresos o en los
retrocesos como en el fin: Cristo Jesús. De otro modo, al tomar los medios por
el fin, llegaremos a meditar más sobre el hombre que sobre Dios, y a afligirnos
por nuestro pecado en vez de experimentar un estupor siempre renovado ante el
perdón de Dios. ¿Debemos temer acaso que la disciplina interior nos conduzca a
actitudes falsas, como el formalismo o el deseo de la perfección por sí misma?
Es preciso hacer frente a estos peligros, sin quedarnos, no obstante,
inmóviles, permitiendo que el miedo nos aprese ni que nos marque el paso. El
equilibrio del cristiano se puede comparar al de un hombre que camina sobre el
filo de una navaja. Sólo Dios puede mantener firme en su marcha al que acepta
el riesgo cristiano: el de correr hacia Cristo. El formalismo es la costumbre.
En ella sucumbe cada día aquel cuya disciplina espiritual ya no es movida por
el amor a Cristo y al prójimo.
R. Schutz,
1982-edición española: Vivir en el hoy de Dios, Estela, Barcelona.
PARA REZAR
En medio de un mundo,
donde la gente tiene hambre y sed…
Adoremos a Dios
que alimenta a quienes tienen hambre.
En medio de un mundo,
donde la gente sufre abuso y es oprimida…
Adoremos a Dios
que nos llama a la compasión y la justicia.
En medio de un mundo,
plagado de guerras y rumores de guerras…
Adoremos a Dios
que quiere nada menos que la paz para el mundo.
En medio de un mundo,
con vacío espiritual…
Adoremos a Dios
que le da sentido a la vida.
Adoremos a Dios
cuya gracia y cuyo amor no tienen fin.
Fuente: Red Crearte.
ALGO MÁS SOBRE SANTA TERESA DE JESÚS
SANTA TERESA DE
JESÚS (+ 1582)
¿Qué tiene esta mujer que, cuando nos vemos ante su obra, quedamos
avasallados y rendidos? ¿Qué fuerza motriz, qué imán oculto se esconde en sus
palabras, que roban los corazones? ¿Qué luz, qué sortilegio es éste, el de la
historia de su vida, el del vuelo ascensional de su espíritu hacia las cumbres
del amor divino? Con razón fundada pudo decir Herranz Estables que “a Santa
Teresa no acaba de conocerla nadie, porque su grandeza excede de tal suerte
nuestra capacidad que la desborda, y, como los centros excesivamente luminosos
mirados de hito en hito, deslumbra y ciega”.
Teresa de Cepeda nace en Ávila, el 28 de marzo de 1515. En el
admirable Libro de la Vida, escrito por ella misma, nos refiere cómo fueron sus
primeros años en el seno de su hidalga familia. Sabemos, además, por testimonio
de quienes la trataron, que Teresa de Cepeda era una joven agradable, bella,
destinada a triunfar en los estrados del mundo, y, como ella confiesa, amiga de
engalanarse y leer libros de caballería; y aún más, son sus palabras,
“enemiguísima de ser monja” (Vida, II, 8). Pero el Señor, que la había creado
para lumbrera de la cristiandad, no podía consentir que se adocenara con el
roce de lo vulgar espíritu tan selecto, y así, la ayudó a forjarse a sí misma.
Venciendo su natural repugnancia, Teresa se determinó, al fin, a tomar el
hábito de carmelita en la Encarnación de Ávila. “Cuando salí de casa de mi
padre para ir al convento—nos dice ella—no creo será más el sentimiento cuando
me muera” (Vida, IV, 1).
¡Qué emoción tiene, al llegar este punto, ese capítulo octavo del
Libro de la Vida, en que ella relata los términos por los que fue perdiendo las
mercedes que el Señor le había hecho! Teresa de Jesús, ya monja, quería
conciliar lo inconciliable, vida de regalo con vida de oración, afición de Dios
y afición de criaturas, que, como más tarde diría San Juan de la Cruz, no
pueden caber en una persona a la vez, porque son contrarios, y como contrarios
se repelen.
Nuestro Señor, que vigilaba a esta alma, no había ya de tardar en
rendirla por entero a su dominio. Y acaeciole a Teresa que, cierto día que
entró en el oratorio, vio una imagen que habían traído a guardar allí. Era de
Cristo, nos dice ella, muy llagado, un lastimoso y tierno Ecce Homo. Al verle
Teresa se turbó en su ser, porque representaba muy a lo vivo todo lo que el
Señor había padecido por nosotros. “Arrojéme cabe Él—nos cuenta—con grandísimo
derramamiento de lágrimas” (Vida, IX, 1). ¿Cómo no había de ser así, si aquel
corazón generoso, magnánimo de Teresa estaba destinado a encender en su fuego,
a través de los siglos, a miles y miles de almas en el amor de Cristo?
Y ya, desde este trance, el Espíritu de Teresa es un volcán en
ebullición, desbordante de plenitud y de fuerza. Su alma, guiada por
Jesucristo, entra a velas desplegadas por el cauce de la oración mental. ¿Qué
es la oración para Teresa? ¿Será un alambicamiento de razones y conceptos, al
estilo de los ingenios de aquel siglo? No; mucho más sencillo: “No es otra cosa
oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces
tratando a solas con quien sabemos nos ama” (Vida, VIII, 5). En ese “tratar de
amistad” vendrán a resolverse todos los grados de oración que su alma y su
pluma recorran, hasta las últimas “moradas”, hasta el “convite perdurable” que
San Juan de la Cruz pone en la cima del “Monte Carmelo”. ¿Y quién no se siente
con fuerzas para emprender el camino de la oración mental? Teresa esgrimirá el
argumento definitivo para alentar a los irresolutos: “A los que tratan la
oración el mismo Señor les hace la costa, pues, por un poco de trabajo, da
gusto para que con él se pasen los trabajos” (Vida, VIII, 8).
Esta es la oración de Santa Teresa, elevada, cordial, enderezada
al amor, porque, son sus palabras, “el aprovechamiento del alma no está en
pensar mucho, sino en amar mucho” (Fund., V, 2). ¿Quién se imagina que el fruto
de la oración son los gustos y consolaciones del espíritu? En otro lugar nos
avisará Santa Teresa que “no está el amor de Dios en tener lágrimas…, sino en
servir con justicia y fortaleza de ánima y humildad” (Vida, XI, 13).
Es el año 1562. Teresa de Jesús, monja de la Encarnación de Ávila,
siente dentro de si la primera sugestión del Señor que ha de impulsarla a la
gran aventura de la reforma carmelitana. ¿Por qué no volver al fervor y rigor
de la regla primitiva? Y, desde este punto, Teresa de Jesús pone a contribución
todas sus fuerzas en la magna empresa. Ella ha comprendido muy bien el mandato
del Señor y el sentido de aquellas palabras del salmista: “obra virilmente”, y
se lanza con denuedo a la lucha.
Una marea de contradicciones va a oponerse al tesón de su ánimo
esforzarlo. No importa. Ella seguirá adelante, porque es el mismo Jesucristo quien
le dirá en los momentos críticos: “Ahora, Teresa, ten fuerte” (Fund.. XXXI,
26). No importa el parecer contrario de algunos letrados, la incomprensión de
sus confesores, el aborrecimiento, incluso, de sus hermanas en religión, todo
un mundo que se levanta para cerrarle el paso. No importa. Es Santa Teresa la
que escribe para ejemplo de los siglos venideros esta sentencia bellísima:
“Nunca dejará el Señor a sus amadores cuando por sólo Él se aventuran”
(Conceptos, III, 7).
Espoleada por esta convicción, Teresa de Jesús vence todos los
obstáculos y sale, por fin, de la Encarnación para fundar, en la misma Ávila,
el primer palomar de carmelitas descalzas. Se llamará “San José”, pues de San
José es ella rendida devota. ¿Sabéis cuál es el ajuar que de la Encarnación
lleva a la nueva casa, y del que deja recibo firmado? Consiste en una esterilla
de paja, un cilicio de cadenilla, una disciplina y un hábito viejo y remendado.
“Andaban los tiempos recios” (Vida, XXXIII, 5), cuenta la
fundadora. Las ofensas que de los luteranos recibía el Señor en el Santísimo
Sacramento le impelían a levantar monasterios donde el Señor fuese servido con
perfección. Y así, desprovista de recursos, “sin ninguna blanca” (Vida, XXXIII,
12: Fund., III, 2), como ella dice donosamente, fiada sólo en la Providencia y
en el amor de Cristo que se le muestra en la oración, funda e irán surgiendo
como llamaradas de fe que suben hasta el cielo los conventos de Medina del
Campo. Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes,
Segovia, Beas, Sevilla, Caravaca, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria,
Granada y Burgos. “Para esto es la oración, hijas mías —apunta la madre Teresa
a sus descalzas—: de esto sirve este matrimonio espiritual: de que nazcan
siempre obras, obras” (Moradas, séptima, IV, 6). Paralelamente, su encuentro
con San Juan de la Cruz, a quien gana para la reforma del Carmelo, señala un
jalón trascendental en la historia de la espiritualidad. Estas dos almas
gigantes se comprenden en seguida, las dos que, más tarde, habrán de ser los
reyes de la teología mística, gloria de España.
Teresa de Jesús desarrolla una actividad enorme, asombrosa, tan
asombrosa como lo variado de su personalidad. No hay más que asomarse a la
fronda de su incomparable epistolario—-cuatrocientas treinta y siete cartas se
conservan—para calibrar el talento y fortaleza excepcionales de esta mujer,
que, en un milagro de diplomacia y de capacidad de trabajo, lleva sobre sus
frágiles hombros el peso y la responsabilidad de un negocio tan vasto y
dilatado como es el de la incipiente reforma del Carmelo.
Su diligencia se extiende a los detalles más nimios. A sí misma se
llama “baratona y negociadora” (Epist., I, p.52), porque llega hasta entender
en contratos de compraventa y a discutir con oficiales y maestros de obras.
Por pura obediencia, sólo por pura obediencia, escribe libros
capitales de oración, ella, que, de si misma, dice “cada día me espanta más el
poco talento que tengo en todo” (Fund., XXIX, 24 ). Y, mientras escribe páginas
inimitables, confiesa—y no podemos por menos de leer estas palabras con honda
emoción—: “me estorbo de hilar por estar en casa pobre, y con hartas
ocupaciones” (Vida, X, 7). Sus obras quedan ya para siempre como monumentos de
espiritualidad y bien decir. El castellano de Santa Teresa es único. En opinión
de Menéndez Pidal, “su lenguaje es todo amor; es un lenguaje emocional que se
deleita en todo lo que contempla, sean las más altas cosas divinas, sean las
más pequeñas humanas: su estilo no es más que el abrirse la flor de su alma con
el calor amoroso y derramar su perfume femenino de encanto incomparable”.
Santa Teresa de Jesús, remontada a la última morada de la unión
con Dios, posee, además, un agudísimo sentido de la realidad, el ángulo de
visión castellano, certero, que taladra la corteza de las cosas y personas,
calando en su íntimo trasfondo. En relación con el ejercicio de la presencia de
Dios, adoctrina a sus monjas de esta guisa: ‘Entended que, si es en la cocina.
Entre los pucheros anda el Señor, ayudándoos en lo interior y exterior” (Fund.,
V. 8).
¡Ay la gracia y donaire de la madre Teresa! En cierta ocasión,
escribiendo al jesuita padre Ordóñez acerca de la fundación de Medina, dice
estas palabras textuales: “Tengo experiencia de lo que son muchas mujeres
juntas: ¡Dios nos libre!” (Epist., I, p. 109). Otra vez, en carta a la priora
de Sevilla, refiriéndose al padre Gracián, oráculo de la Santa y puntal de la
descalcez: “Viene bueno y gordo, bendito sea Dios” (Epist., Il, 87). Y en otro
lugar, quejándose de algún padre visitador, cargante en demasía, escribe a
Gracián: “Crea que no sufre nuestra regla personas pesadas, que ella lo es
harto” (Epist., I, 358). Con sobrado motivo el salero de la fundadora ha
quedado entre el pueblo español como algo proverbial e irrepetible.
Teresa de Jesús ya ha consumado su tarea. El 4 de octubre de 1582,
en Alba de Tormes, le viene la hora del tránsito. Su organismo virginal, de por
vida asendereado por múltiples padecimientos, ya no rinde más. “¡Oh Señor mío y
Esposo mío—le oyen suspirar sus monjas—, ya es llegada la hora deseada, tiempo
es ya que nos veamos. Señor mío, ya es tiempo de caminar!…” Muere, como los
héroes, en olor de muchedumbre, porque muchedumbre fueron en España los
testigos de sus proezas y bizarrías, desde Felipe II y el duque de Alba hasta
mozos de mulas, posaderos y trajinantes. Asimismo la trataron, asegurando su
alma, San Francisco de Borja, San Pedro de Alcántara, San Juan de Ávila y
teólogos eminentes como Báñez.
“Yo no conocí, ni vi, a la madre Teresa de Jesús mientras estuvo
en la tierra—escribiría años después la egregia pluma de fray Luis de León—,
más agora, que vive en el cielo, la conozco y veo casi siempre en dos imágenes
vivas que nos dejó de sí, que son sus hijas y sus libros…” Cuatro siglos más
tarde, sin perder un ápice de su vigencia, muy bien podemos hacer nuestras las
palabras del insigne agustino.
El cuerpo de Santa Teresa y su corazón transverberado se guardan
celosamente en Alba. No hay más que decir para entender que, por derecho propio
e inalienable, señala Alba de Tormes una de las cimas más altas y fragantes de
la geografía espiritual de España.
Pablo Bilbao Arístegui
LECTIO DIVINA
Ay de ustedes, fariseos
¡Ay de ustedes, doctores de la Ley!
¡Ay de ustedes, doctores de la Ley!
+ Evangelio de nuestro
Señor Jesucristo según san Lucas 11, 42-46
«¡Ay de ustedes, fariseos, que pagan el impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello.
¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta
ocupar el primer asiento en las sinagogas y ser saludados en las plazas!
¡Ay de ustedes, porque son como esos
sepulcros que no se ven y sobre los cuales se camina sin saber!»
Un doctor de la Ley tomó entonces la
palabra y dijo: «Maestro, cuando hablas así, nos insultas también a nosotros.»
El le respondió: «¡Ay de ustedes también,
porque imponen a los demás cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni
siquiera con un dedo!»
Palabra del Señor.
1. LECTURA - ¿QUÉ DICE EL TEXTO BÍBLICO?
|
· Guías para la lectura:
En la lectura de hoy, reflexionemos con los Padres de
la Iglesia:
“Así reprende la arrogancia y vanidad de los judíos, cuando desean
los primeros puestos en los banquetes. Y además se pronuncia una sentencia
condenatoria contra los mismos intérpretes de la Ley, los cuales, como si
fuesen sepulcros disimulados, engañan con su apariencia externa y con un actuar
fingido, de tal modo que por fuera dan a entender que contienen algo de valor,
mientras que por dentro están llenos de toda suerte de corrupción. Esto es lo
que hacen muchos doctores que exigen a otros lo que ellos no pueden después
realizar; por eso ellos mismos son como sepulcros.” (AMBROSIO)
“Aquellos que apetecen ser saludados en las plazas y
con ansia consideran un honor grande el sentarse en los primeros asientos en la
sinagoga no se distinguen de ninguna manera de los sepulcros disimulados. Por
fuera están bellamente decorados, pero por dentro están llenos de inmundicia.
Mirad, yo pido que la hipocresía sea totalmente culpable. Constituye una
enfermedad odiosa a los ojos de Dios y de los hombres. El hipócrita no es lo
que parece ser, ni lo que se piensa de él. Toma prestada su reputación de bueno
y esconde su verdadera vergüenza. No practica lo que él mismo alaba y admira.
Les es imposible ocultar la hipocresía por mucho tiempo. Como las figuras
pintadas en los cuadros comienzan a desaparecer cuando el tiempo deseca los
colores, así los hipócritas, después de eludir la observación por poco tiempo,
son rápidamente desenmascarados y considerados en nada”. (CIRILO DE ALEJANDRÍA)
2. MEDITACIÓN - ¿QUÉ ME DICE EL TEXTO
BÍBLICO?
|
· Preguntas para la meditación:
· ¿Qué
lugar ocupa la justicia y el amor en la verdadera religiosidad?
· ¿Por
qué la hipocresía es tan dañina a la vida cristiana?
· ¿Impongo
cargas a otros que no estoy dispuesto a llevar?
3. ORACIÓN - ¿QUÉ LE DIGO A DIOS A PARTIR DEL
TEXTO BÍBLICO?
|
Señor, que la justicia y el amor guíen mi vida
espiritual. Ayúdame a vivir una vida cristiana sin hipocresías, que busque
agradarte a Ti en lugar de a los demás.
4.
CONTEMPLACIÓN - ¿CÓMO INTERIORIZO EL
TEXTO BÍBLICO?
|
Reflexiono en las palabras del Señor:
“Hay que practicar la
justicia y el amor de Dios, sin descuidar aquello”.
5. ACCIÓN - ¿CÓMO VOY A
VIVIR EL TEXTO BÍBLICO?
|
·
Preguntas para la acción:
· ¿Cómo
practicaré realmente la justicia y el amor sobre la religiosidad exterior?
· ¿Cómo
evitaré la búsqueda del aplauso y la aprobación en mi vida cristiana?
· ¿Cómo
eliminaré la hipocresía de mi vida de fe?
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