5 de julio de 2015 – TO - DOMINGO
XIV – Ciclo B
…y Él se
asombraba de su falta de fe…
PRIMERA LECTURA
Lectura de la profecía de
Ezequiel 2, 2-5
Un espíritu entró
en mí y me hizo permanecer de pie, y yo escuché al que me hablaba. El me dijo:
Hijo del hombre,
yo te envío a los israelitas, a un pueblo de rebeldes que se han rebelado
contra mí; ellos y sus padres se han sublevado contra mí hasta el día de hoy.
Son hombres obstinados y de corazón endurecido aquellos a los que yo te envío,
para que les digas: «Así habla el Señor.» Y sea que escuchen o se nieguen a
hacerlo -porque son un pueblo rebelde- sabrán que hay un profeta en medio de
ellos.
Palabra de Dios.
SALMO
Sal 122, 1-2a. 2bcd. 3-4 (R.: 2cd)
R. Nuestros ojos
miran al Señor, hasta que se apiade de nosotros.
Levanto mis ojos
hacia ti,
que habitas en el
cielo.
Como los ojos de
los servidores
están fijos en las
manos de su señor. R.
Y los ojos de la
servidora
en las manos de su
dueña:
así miran nuestros
ojos al Señor, nuestro Dios,
hasta que se
apiade de nosotros. R.
¡Ten piedad,
Señor,
ten piedad de
nosotros,
porque estamos
hartos de desprecios!
Nuestra alma está
saturada
de la burla de los
arrogantes,
del desprecio de
los orgullosos. R.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la segunda carta del apóstol
san Pablo
a los cristianos de
Corinto 12, 7-10
Hermanos:
Para que la
grandeza de las revelaciones no me envanezca, tengo una espina clavada en mi
carne, un ángel de Satanás que me hiere.
Tres veces pedí al
Señor que me librara, pero él me respondió: «Te basta mi gracia, porque mi
poder triunfa en la debilidad.»
Más bien, me
gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de
Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las
privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de
Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Marcos 6, 1-6a
Jesús salió de
allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el
sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba
asombrada y decía: « ¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha
sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso
el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de
Simón? ¿Y sus hermanos no viven aquí entre nosotros?» Y Jesús era para ellos un
motivo de escándalo.
Por eso les dijo:
«Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa.»
Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos,
imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe.
Palabra del Señor.
Para reflexionar
En los medios de comunicación
social, tienen más resonancia las tonterías de un famoso que la sabiduría
de un desconocido. No vende ni da raiting la muerte o la suerte de un simple
ciudadano o de una sencilla ama de casa, como la de la rubia siliconada de
turno o del empresario mediático ocasional.
Crece el imperio de la
superficialidad y la estupidez. Si hay coincidencia de
gustos no es solamente por una exigencia interior que lo demande, es que se
construyen ciertos gustos, modos de pensamiento con intención
positiva. Glamour y status, poder y fama, riqueza y marcas señalan
los derroteros del discernimiento de lo que auténticamente vale. Pensamos que
todo lo importante tiene que venir de alguien que está por encima de
nosotros por su popularidad, su prestigio, su dinero,
su poder, etc. Seguramente tiene menos credibilidad la palabra de
un albañil que la de un ejecutivo, la de una empleada por horas, que la de una
top de tapa de revista. La verdad y el valor, lo bueno y lo importante se han
estructurado sobre la base de categorías sociales sin lógica
alguna.
¿Seremos capaces de descubrir lo bueno y
verdadero?
¿Podremos reconocer el paso de Dios?
***
Ezequiel actúa como profeta entre los
exiliados de Babilonia. Su profecía es una crítica contra el pueblo por
su infidelidad que lo ha llevado a la situación desastrosa en que se
encuentra, y también por la actitud de los gobernantes que después de la primera
deportación buscan aliarse con Egipto para combatir a Nabucodonosor. Pero
también anuncio de la fidelidad de Dios que, a su debido tiempo, renovará y
restaurará al pueblo.
La experiencia de la presencia de Dios fue
para Ezequiel tan fuerte que cae en tierra, pero el Espíritu lo levanta y lo
mantiene en pie. Unido a su pueblo se sabe un pecador más, cuyos
labios necesitaban ser purificados. Sin embargo ante la llamada divina,
es su condición de hombre lo que más lo desconcierta. El éxito de la misión
no será cuestión suya y no debe preocuparlo. No es el sacerdote, ni el
hombre; es el hombre sacerdote movido por la fuerza del Espíritu el que
hablará. Dios le garantiza que todos tendrán que oírlo y todo el mundo
sabrá que hay un profeta, porque nadie puede reducir al silencio la palabra de
Dios.
***
San Pablo hace mención a las visiones y
revelaciones que ha recibido. Podría haber sentido orgullo y creerse superior.
Con el fin de evitarle esta tentación, el Señor lo ha preservado permitiéndole
sentir humillación mediante lo que llama una “espina” en la carne.
Su debilidad humana deja lugar a Cristo, que viene a habitarlo
con su fuerza y poder. Por esto es fuerte siendo débil. Toda la grandeza de su
misión tiene su origen en la gracia de Dios y no en sus propios méritos.
Pablo reflexiona sobre el sentido de las
debilidades en que vive el creyente, las debilidades que proceden de la
propia condición humana. Estas debilidades hacen experimentar que toda la
fuerza viene de Dios. Toda obra al servicio del Evangelio se realiza porque
Dios la realiza.
***
Con este pasaje termina la
presentación que Marcos va haciendo a lo largo de su evangelio de Jesús, su
etapa de predicación y su obra junto con las reacciones que provoca.
Es el sábado en una sinagoga. La escena evangélica
lo ubica en su tierra, en un medio ambiente que le era conocido. Va en
compañía de sus discípulos. La situación parece reunir todas las
condiciones para que Jesús pueda realizar exitosamente su misión de profeta y
evangelizador. Paradojalmente termina con una escena de fracaso en Nazaret, su
pueblo natal, por la incredulidad de los más cercanos: conocían demasiado a
Jesús.
El maestro parece demasiado sencillo como
para ser el enviado de Dios. No conciben cómo puede hablar
Dios a través de un simple artesano, sin erudición, a quien además conocen de
siempre. No es como los escribas que explican más o menos sabiamente la Ley. No
puede tener nada extraordinario, ya que su familia pertenece
a la clase pobre del lugar. Parece imposible que la salvación
mesiánica venga con rasgos tan cotidianos. Porque es como ellos y vive en medio
de ellos; sus actitudes y sus palabras no llegan a develar que ha sido enviado
para cumplir una misión. El mismo Jesús se extraña de la poca fe de los suyos,
experimentando el drama de todos los profetas que le han precedido.
Los nazarenos se escandalizan por sus
modestas raíces que les da derecho a la duda y no pudo allí hacer muchos
milagros. En lugar de reconocer la grandeza de Dios, y su sabiduría que opta
manifestarse por el camino de la pequeñez, la sencillez, la humildad,
la humanidad, prefieren quedarse con sus propios criterios acerca de cómo
Dios debe o debería hacer las cosas.
Pero los pensamientos de Dios no son los
mismos que los de los hombres. A lo largo de la historia de la salvación, Dios
se ha querido comunicar a través de instrumentos humanos, a menudo débiles e
imperfectos, pero que, precisamente por eso, han sido capaces de mostrar toda
la fuerza de Dios.
El Dios encarnado en Jesús es el Dios
discreto que no humilla. El Dios humilde y cercano que, desde las
entrañas mismas de la vida ordinaria y sencilla invita al diálogo. «Dios está
en el centro de nuestra vida, aún estando más allá de ella». D.
Bonhoeffer.
La fe cristiana del discípulo no existe al
margen de la realidad cotidiana y dura, está enraizada en el camino humano, es
radicalmente humana. Esto hoy también escandaliza, porque preferiríamos una fe
hecha solamente de cosas “celestiales”, pero resulta que Dios no se nos reveló
“celestialmente”, sino humanamente. Dios tiene “cierta tendencia” a actuar de
la forma en que nosotros no esperamos. Dios quiere que la fe no se imponga por
ninguna fuerza intelectual o maravillosa. Dios no tiene esquemas previos,
métodos preestablecidos, cauces reglamentarios que nosotros podamos llegar a
descubrir y que nos sirvan para ponernos en la pista de por dónde va a salir la
próxima vez.
Podemos tener la certeza que, donde menos
lo esperamos o menos lo imaginamos, puede surgir y hablarnos. A Dios hay que
esperarlo, no intentar forzarlo para que se nos manifieste.
Para captar el paso salvador de
Dios, se hace necesario superar constantemente la tentación de
cerrar voluntariamente los oídos a su voz, aunque suene demasiado como a
una voz humana. Se necesita hacer un esfuerzo de purificación del corazón para
reconocer la palabra liberadora o consoladora, prescindiendo de las
imperfecciones de aquel que la dice.
Aún más, en la debilidad de la
palabra profética, se realiza el poder de Dios. En la débil voz de un
cristiano cualquiera, de un seguidor de Jesús sencillo puede resplandecer la
voz de Dios. No es necesario tener un cargo eclesiástico o puesto intelectual,
ya que el Espíritu sopla donde quiere, como quiere y cuando quiere. Y a través
de una débil palabra humana, Dios continúa viniendo.
Necesitamos en algún momento de nuestro
crecimiento en la fe, pasar por el escándalo que nos trae reconocer que el
“Mesías” e “Hijo de Dios” son algo muy distinto a lo que nosotros esperamos y
deseamos. Jesús es el Mesías libertador que se ha colocado, sin engaños, al
otro lado de la orilla de la historia, en el terreno de los que no cuentan.
Romper con todas nuestras falsas imágenes y clichés de Dios, para poder
reconocer que así como se manifiesta en los otros, también se puede manifestar en
nosotros.
El crecimiento de la Iglesia, el Cuerpo de
Cristo y su tarea profética deben ir por el mismo camino de Jesús, camino
de debilidad y pobreza que son signos de la fuerza de Dios.
El reconocimiento de la propia fragilidad
no es obstáculo, sino punto de partida para la acción de Dios. Solo
el que cree bastarse a sí mismo, orgulloso de su persona, es incapaz de
reconocer la fuerza de Dios que quiere, si se lo deja, conducir los
hilos de la historia. Esto no significa que Dios actúa donde el hombre renuncia
a su personalidad y posibilidades, sino reconocer que la acción de Dios se hace
tanto más poderosa en la medida que, como discípulos nos abrimos a ella en una
aceptación total de nuestra condición de criaturas e instrumentos.
Como Iglesia, cuando reconocemos nuestra
debilidad, no estamos ocultando su realidad trascendente y salvadora, ni la
fuerza del mensaje, ni renunciamos a la lucha. Por el contrario, se pone de
manifiesto que su fuerza, no está en poderes humanos, ni en gestos
espectaculares, sino en Dios, en la fuerza irreductible de su palabra y de su
gracia salvadora.
Como Iglesia, si queremos ser fieles a
Jesucristo debemos dar prioridad a los medios débilmente fuertes: la
oración, la pobreza, la caridad, el testimonio, la solidaridad. Estas actitudes
son lo más lejano a la cobardía y la evasión, y también lo más opuesto al
orgullo que nos cierra a los otros y al paso Dios por nuestra vida; llamada a
ser historia de salvación.
Para discernir
¿Confío plenamente en la fuerza del
mensaje de Jesús?
¿Dónde tengo colocadas mis fuerzas?
¿Acepto la debilidad como camino de
plenitud?
Repitamos a lo largo de este día
Tu poder Señor se manifiesta en mi
debilidad
Para la lectura espiritual
El Padre mismo me ha enviado
…Escuchad a la Palabra de Dios, hermanos,
ved cómo les reafirmó en su aserción y lo que ellos respondieron: Éste sabemos
de dónde viene; y también: El Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde
viene. Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó: A mí me conocéis
y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado
por el que es veraz: a ése vosotros no lo conocéis. Lo que equivale a decir: Me
conocéis y no me conocéis; o lo que es lo mismo: conocéis de dónde vengo y no
conocéis de dónde vengo. Conocéis de dónde vengo: Jesús de Nazaret, cuyos
padres también conocéis. En este aspecto, únicamente quedaba oculto el parto
virginal, del que, no obstante, el marido era testigo de excepción: él, en
efecto, habría podido fielmente indicar cómo había sucedido, siendo el único
que podía conocerlo en calidad de marido. Excepción hecha, pues, del parto
virginal, lo sabían todo de Jesús en cuanto hombre: su fisonomía, su patria, su
familia y su pueblo natal, todo les era conocido. Con razón, pues, dijo: A mí me
conocéis y sabéis de dónde vengo, según la carne y la fisonomía humana que
tenía; en cambio, según la divinidad: Yo no vengo por mi cuenta, sino enviado
por el que es veraz: a ése vosotros no lo conocéis; para que le conozcáis,
debéis creer en aquel a quien ha enviado y le conoceréis, pues a Dios nadie lo
ha visto jamás. El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha
dado a conocer; y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se
lo quiera revelar.
Finalmente, después de haber dicho: Sino
enviado por el que es veraz: a ése vosotros no lo conocéis, para mostrarles de
dónde podía venirles el conocimiento de lo que desconocían, añadió: Yo lo
conozco. Por tanto, preguntadme a mí para llegar a conocerlo. ¿Que por qué lo
conozco yo? Pues porque procedo de él y él me ha enviado. Magnífica afirmación
de una doble verdad: Procedo —dice— de él, porque el Hijo procede del Padre, y
todo lo que el Hijo es, es de aquel cuyo Hijo es.
Esta es la razón por la que decimos que el
Señor Jesús es Dios de Dios; del Padre no decimos que sea Dios de Dios, sino
sólo que es Dios. Y decimos que el Señor Jesús es Luz de Luz; del Padre no
decimos que sea Luz de Luz, sino sólo que es Luz. A esto se refiere lo que
dijo: Procedo de él. Y si ahora vosotros me veis en la carne es porque él me ha
enviado. Cuando oyes: Él me ha enviado, no pienses en una diferencia de
naturaleza, sino en la «autoridad» del que engendra.
San Agustín de Hipona, Tratado 31 sobre el evangelio
de san Juan (3-4: CCL 36, 294-295)
Para rezar
Bienaventuranzas del Misionero
Bienaventurado el MISIONERO que vive
enamorado de Cristo, que se fía de Él como de lo más necesario y absoluto,
porque no quedará desilusionado.
Bienaventurado el MISIONERO que mantiene
su ideal y su ilusión por el Reino y no pierde el tiempo en cosas accidentales,
porque Dios acompaña a los que siguen su ritmo.
Bienaventurado el MISIONERO que no tiene
nada, y lo que es y posee lo gasta en servicio de sus hermanos, porque Cristo
será toda su riqueza.
Bienaventurado el MISIONERO que se sabe
necesario donde la Iglesia lo reclame, pero que en ningún lado se siente
indispensable, porque experimentará el gozo del deber cumplido.
Bienaventurado el MISIONERO que sabe poner
su oído en el corazón de Dios para escuchar sus deseos, porque el Espíritu lo
ayudará a discernir los acontecimientos.
Bienaventurado el MISIONERO que no se
enorgullece de sus éxitos y reconoce que el Espíritu hace todo en todos, porque
se verá libre de ataduras.
Bienaventurado el MISIONERO que siempre
tiene un tiempo para contemplar a Dios, a los hombres y al mundo, porque habrá
entendido el valor de ser hijo, hermano y señor.
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