15 de octubre de 2015 – TO – JUEVES
DE LA XXVIII SEMANA
15 de octubre – SANTA
TERESA DE JESUS
No han entrado
y se lo impiden a los demás
PRIMERA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de
Roma 3, 21-30a
Hermanos:
Ahora, sin la Ley,
se ha manifestado la justicia de Dios atestiguada por la Ley y los Profetas: la
justicia de Dios, por la fe en Jesucristo, para todos los que creen. Porque no
hay ninguna distinción: todos han pecado y están privados de la gloria de Dios,
pero son justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención
cumplida en Cristo Jesús. El fue puesto por Dios como instrumento de
propiciación por su propia sangre, gracias a la fe. De esa manera, Dios ha
querido mostrar su justicia: en el tiempo de la paciencia divina, pasando por
alto los pecados cometidos anteriormente, y en el tiempo presente, siendo justo
y justificando a los que creen en Jesús.
¿Qué derecho hay
entonces para gloriarse? Ninguno. Pero, ¿en virtud de qué ley se excluye ese
derecho? ¿Por la ley de las obras? No, sino por la ley de la fe. Porque
nosotros estimamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la
Ley.
¿Acaso Dios es
solamente el Dios de los judíos? ¿No lo es también de los paganos? Evidentemente
que sí, porque no hay más que un solo Dios.
Palabra de Dios.
SALMO
Sal 129, 1-2. 3-4b. 5-6b (R.: 7)
R. En el Señor se
encuentra la misericordia
y la redención en abundancia.
Desde lo más
profundo te invoco, Señor.
¡Señor, oye mi
voz!
Estén tus oídos
atentos
al clamor de mi
plegaria. R.
Si tienes en
cuenta las culpas, Señor,
¿Quién podrá
subsistir?
Pero en ti se
encuentra el perdón,
para que seas
temido. R.
Mi alma espera en
el Señor,
y yo confío en su
palabra.
Mi alma espera al
Señor,
más que el
centinela la aurora. R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Lucas 11, 47-54
Dijo el Señor:
« ¡Ay de ustedes,
que construyen los sepulcros de los profetas, a quienes sus mismos padres han
matado! Así se convierten en testigos y aprueban los actos de sus padres: ellos
los mataron y ustedes les construyen sepulcros.
Por eso la
Sabiduría de Dios ha dicho: Yo les enviaré profetas y apóstoles: matarán y
perseguirán a muchos de ellos. Así se pedirá cuenta a esta generación de la
sangre de todos los profetas, que ha sido derramada desde la creación del
mundo: desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que fue asesinado
entre el altar y el santuario. Sí, les aseguro que a esta generación se le
pedirá cuenta de todo esto.
¡Ay de ustedes,
doctores de la Ley, porque se han apoderado de la llave de la ciencia! No han
entrado ustedes, y a los que quieren entrar, se lo impiden.»
Cuando Jesús salió
de allí, los escribas y los fariseos comenzaron a acosarlo, exigiéndole
respuesta sobre muchas cosas y tendiéndole trampas para sorprenderlo en alguna
afirmación.
Palabra del Señor.
Para reflexionar
Pablo termina de pintar el cuadro
pesimista de la humanidad entregada a sí misma e imposibilitada de alcanzar la
salvación iniciando la parte positiva de su carta: la revelación de la
salvación en Jesucristo.
Seguramente en la comunidad de Roma se
daba alguna clase de tensión entre los que procedían del judaísmo y los del
paganismo. Los judíos tenían el peligro de creer que merecían la salvación. La
tesis que va repitiendo Pablo es que todos somos pecadores y todos
somos salvados gratuitamente. Por la fe en Jesucristo viene la justicia de
Dios a todos los que creen. Todos han pecado y a todos les ofrece Dios su
salvación “gratuitamente, por su gracia, mediante la redención de Cristo
Jesús”. Dios ha tenido paciencia con unos y con otros.
La justicia de Dios es un acontecimiento.
Ya en el Antiguo Testamento la justicia de Dios designaba no tanto su juicio
sobre los buenos y los malos como su fidelidad a la Alianza, y su preocupación
porque ésta triunfe, aunque sea por misericordia y perdón.
Pero “ahora la justicia se ha
manifestado definitivamente en Cristo en la cruz” y más especialmente
en la redención llevaba a cabo en esa cruz. Dios rescata al hombre de la muerte
misma, proporcionándole en la comunión con Cristo resucitado, la
posibilidad de vencer al pecado. La justicia de Dios es ese acto de Dios
que lleva al hombre a la superación de sí mismo, de sus límites y de sus
alienaciones, de su pecado y de su muerte.
Esta “redención” o esa “expiación” se
realiza de manera absolutamente gratuita. Eso es lo que explica
Pablo al oponer las obras de la ley a la sola fe. Jesús se ha convertido en
fuente de salvación para toda la humanidad. Su sangre derramada por nosotros se
ha convertido para nosotros en instrumento de perdón.
Es Jesús quien nos salva y no
nosotros. Nuestra parte consiste en estar en comunión con Él,
vivir de Él, creer en Él. La cruz de Jesús es a la vez la revelación de la
inmensidad y de la gravedad del pecado de la humanidad toda, pero también es la
revelación de la inmensidad del amor de Dios.
Así, mediante la fe en Cristo se
ha abierto el camino que nos conduce a la unión con Dios; y a ese camino no
sólo tienen acceso los judíos, sino todos, incluso los paganos.
***
Desde antiguo, por boca de los profetas
Dios había mostrado su rechazo a quienes en su nombre, en medio del pueblo de
la Alianza, promovían la injusticia, desdibujando el auténtico rostro de Dios.
Muchos pastores, dirigentes del pueblo y falsos
profetas con sus actitudes, sus normas y preceptos humanos contradecían
la bondad y la justicia de Dios.
La misión de los profetas en su tiempo
consistía en enfrentarlos y desenmascararlos públicamente. Siempre la
profecía estuvo marcada por su incomodidad; para el que
recibe el don, por la violencia interna que le causa; y para los interlocutores
porque se sienten interpelados.
Por eso, frecuentemente, los
contemporáneos del profeta pretenden condenarlo al silencio, lo
calumnian, lo desacreditan, así hasta que muere. Llega entonces el momento de
erigirle el sepulcro y de organizarle homenajes, cuando ya no molesta.
Jesús les echa en cara esta actitud
hipócrita y siguiendo la línea profética, en el marco de una cena en casa de un
fariseo, descubre y maldice a todos aquellos que se empeñan en hacer de
Dios, un objeto que se puede manipular a conveniencia. Los mismos que
condenaban la idolatría, llevaban a los hombres de buena fe a adorar un Dios
que no era el verdadero.
Jesús critica de modo frontal la corriente
de los fariseos y legistas que han puesto la ley como único absoluto.
No se puede hacer de la norma un absoluto, sin correr el riesgo de deformar el
auténtico rostro del Dios de la justicia y la misericordia. Tampoco se puede
poner la ley por encima del hombre sin hacer de él, un ser deshumanizado y
deshumanizante.
Hay una radical incompatibilidad entre el
modo de encarar la vida y la fe de Jesús y la práctica farisea. Para Jesús
caminar en la fe, es vivir desde el amor, que lleva a la libertad. Vivir la fe
es dar espacio y cabida para todos, sin hacer distinción de personas. Los
fariseos viven una práctica de sometimiento y apegados a las normas, excluyen y
desprecian a la mayoría, por incumplidores de unas leyes que ellos mismos
inventaron.
Jesús pone de manifiesto su rechazo, al
uso que hacen del nombre de Dios, y a la imagen falseada y extraña que
transmiten. El Dios Santo es también presentado intransigente,
intolerante, vengativo, implacable contra quien quebranta el más mínimo
precepto.
La tentación del fariseísmo está siempre
latente y muchas veces nos encontramos involucrados en actitudes propias de
estos hombres, justificando en las normas y preceptos nuestras omisiones, oacomodando
el evangelio a nuestra conveniencia.
Por eso este mensaje es también dirigido a
todos los hombres y mujeres, que pretenden acaparar la verdad y sujetar
el amor, cerrándose al evangelio de la justicia y del
derecho de los más pobres.
El mensaje es también dirigido a todos los
miembros de la Iglesia, dado que la verdad de Jesús, está condicionada por los
seres humanos que la anunciamos, y sin un discernimiento serio y
constante podemos pasar de mediadores a manipuladores.
“No hay cosa más peligrosa que juzgar las
cosas de Dios con los discursos humanos”. San Juan Crisóstomo
Para discernir
¿Nos sentimos propietarios de la verdad?
¿Exigimos lo que no vivimos?
¿Nos creemos los únicos que tenemos razón
en todas las discusiones?
Repitamos a lo largo de este día
…Tu amor Señor permanece para siempre…
Para la lectura espiritual
…”Qué significa «antes de la creación del
mundo»? Significa que todavía no había nada: no existía el cielo, no existía la
tierra y tampoco existía yo. Pero existía él, que pensaba ya en mí y me
envolvía con su amor. Pensó en mí desde siempre y me amó desde siempre: el amor
de Dios por mí es eterno. Es un pensamiento que da vértigo. No había todavía
nada, pero existía ya, en el origen primigenio de las cosas, una ternura
infinita que me envolvía: ahora se complace en mí, porque al verme ve a su Hijo
y dice: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (Mc 1,11). Al principio no
había nada y él amó esta nada. Es esta nada la que fundamenta la gratuidad de
su amor. El Señor me amó por nada, sin porqué. Lo ha dicho de una manera
estupenda santo Tomás: «La raíz última del amor de Dios está en su gratuidad».
Me ama por nada. Esto va unido a otro principio enunciado también por santo
Tomás: «No me ama porque yo sea bueno, sino que me hace bueno al amarme». Es
ésta una certeza que da a nuestro corazón una gran paz y una gran fuerza. Si
Dios me amara por algo, siempre podría pensar que, si este algo dejara de
existir, dejaría de amarme. Sin embargo, los cielos y la tierra pueden
hundirse, pero no así el amor de Dios, nunca. Es un amor que no se rinde nunca,
ya que está fundado sobre la nada. El amor de Dios no supone nada en mí y me
transforma. La santidad depende por completo del creer que somos amados de este
modo y de nuestro abandono a este amor. Yo soy una pobre y frágil criatura, soy
nada, pero sobre esta nada se posa la mirada de Dios, se posa su amor. Y la
nada florece ante él porque su amor realiza en mí maravillas. Es un amor
omnipotente, que se derrama sobre el abismo de mi miseria y realiza grandes
cosas”…
M. Magrassi, Amar con el corazón de Dios, Cinisello B.
1983.
Para rezar
Te confieso, Señor,
que mis conocimientos teóricos
sobre ti van aumentando,
pero mis actitudes no se parecen más a las tuyas.
No es que todo me sea indiferente,
pero me comprometo poco por ti.
Sé perfectamente que Tú
no me examinarás de teoría,
sino de amor solidario;
sin embargo, no termino de arrancar.
Confío en que las actividades
de mis hermanos en la fe y,
sobre todo, sentirte cercano
me ayuden a salir de esta situación.
¡Señor, que no quede todo en una idea más!
Algo más
sobre santa Teresa de Jesús
¿Qué tiene esta mujer que, cuando nos
vemos ante su obra, quedamos avasallados y rendidos? ¿Qué fuerza motriz, qué
imán oculto se esconde en sus palabras, que roban los corazones? ¿Qué luz, qué
sortilegio es éste, el de la historia de su vida, el del vuelo ascensional de
su espíritu hacia las cumbres del amor divino? Con razón fundada pudo decir
Herranz Estables que “a Santa Teresa no acaba de conocerla nadie, porque su
grandeza excede de tal suerte nuestra capacidad que la desborda, y, como los
centros excesivamente luminosos mirados de hito en hito, deslumbra y ciega”.
Teresa de Cepeda nace en Ávila, el 28 de
marzo de 1515. En el admirable Libro de la Vida, escrito por ella misma, nos
refiere cómo fueron sus primeros años en el seno de su hidalga familia.
Sabemos, además, por testimonio de quienes la trataron, que Teresa de Cepeda
era una joven agradable, bella, destinada a triunfar en los estrados del mundo,
y, como ella confiesa, amiga de engalanarse y leer libros de caballería; y aún
más, son sus palabras, “enemiguísima de ser monja” (Vida, II, 8). Pero el
Señor, que la había creado para lumbrera de la cristiandad, no podía consentir
que se adocenara con el roce de lo vulgar espíritu tan selecto, y así, la ayudó
a forjarse a sí misma. Venciendo su natural repugnancia, Teresa se determinó,
al fin, a tomar el hábito de carmelita en la Encarnación de Ávila. “Cuando salí
de casa de mi padre para ir al convento—nos dice ella—no creo será más el
sentimiento cuando me muera” (Vida, IV, 1).
¡Qué emoción tiene, al llegar este punto,
ese capítulo octavo del Libro de la Vida, en que ella relata los términos por
los que fue perdiendo las mercedes que el Señor le había hecho! Teresa de
Jesús, ya monja, quería conciliar lo inconciliable, vida de regalo con vida de
oración, afición de Dios y afición de criaturas, que, como más tarde diría San
Juan de la Cruz, no pueden caber en una persona a la vez, porque son
contrarios, y como contrarios se repelen.
Nuestro Señor, que vigilaba a esta alma,
no había ya de tardar en rendirla por entero a su dominio. Y acaeciole a Teresa
que, cierto día que entró en el oratorio, vio una imagen que habían traído a
guardar allí. Era de Cristo, nos dice ella, muy llagado, un lastimoso y tierno
Ecce Homo. Al verle Teresa se turbó en su ser, porque representaba muy a lo
vivo todo lo que el Señor había padecido por nosotros. “Arrojéme cabe Él—nos
cuenta—con grandísimo derramamiento de lágrimas” (Vida, IX, 1). ¿Cómo no había
de ser así, si aquel corazón generoso, magnánimo de Teresa estaba destinado a
encender en su fuego, a través de los siglos, a miles y miles de almas en el
amor de Cristo?
Y ya, desde este trance, el Espíritu de
Teresa es un volcán en ebullición, desbordante de plenitud y de fuerza. Su
alma, guiada por Jesucristo, entra a velas desplegadas por el cauce de la
oración mental. ¿Qué es la oración para Teresa? ¿Será un alambicamiento de
razones y conceptos, al estilo de los ingenios de aquel siglo? No; mucho más sencillo:
“No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando
muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (Vida, VIII, 5). En
ese “tratar de amistad” vendrán a resolverse todos los grados de oración que su
alma y su pluma recorran, hasta las últimas “moradas”, hasta el “convite
perdurable” que San Juan de la Cruz pone en la cima del “Monte Carmelo”. ¿Y
quién no se siente con fuerzas para emprender el camino de la oración mental?
Teresa esgrimirá el argumento definitivo para alentar a los irresolutos: “A los
que tratan la oración el mismo Señor les hace la costa, pues, por un poco de
trabajo, da gusto para que con él se pasen los trabajos” (Vida, VIII, 8).
Esta es la oración de Santa Teresa,
elevada, cordial, enderezada al amor, porque, son sus palabras, “el
aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho” (Fund.,
V, 2). ¿Quién se imagina que el fruto de la oración son los gustos y
consolaciones del espíritu? En otro lugar nos avisará Santa Teresa que “no está
el amor de Dios en tener lágrimas…, sino en servir con justicia y fortaleza de
ánima y humildad” (Vida, XI, 13).
Es el año 1562. Teresa de Jesús, monja de
la Encarnación de Ávila, siente dentro de si la primera sugestión del Señor que
ha de impulsarla a la gran aventura de la reforma carmelitana. ¿Por qué no
volver al fervor y rigor de la regla primitiva? Y, desde este punto, Teresa de
Jesús pone a contribución todas sus fuerzas en la magna empresa. Ella ha
comprendido muy bien el mandato del Señor y el sentido de aquellas palabras del
salmista: “obra virilmente”, y se lanza con denuedo a la lucha.
Una marea de contradicciones va a oponerse
al tesón de su ánimo esforzarlo. No importa. Ella seguirá adelante, porque es
el mismo Jesucristo quien le dirá en los momentos críticos: “Ahora, Teresa, ten
fuerte” (Fund… XXXI, 26). No importa el parecer contrario de algunos letrados,
la incomprensión de sus confesores, el aborrecimiento, incluso, de sus hermanas
en religión, todo un mundo que se levanta para cerrarle el paso. No importa. Es
Santa Teresa la que escribe para ejemplo de los siglos venideros esta sentencia
bellísima: “Nunca dejará el Señor a sus amadores cuando por sólo Él se
aventuran” (Conceptos, III, 7).
Espoleada por esta convicción, Teresa de
Jesús vence todos los obstáculos y sale, por fin, de la Encarnación para
fundar, en la misma Ávila, el primer palomar de carmelitas descalzas. Se
llamará “San José”, pues de San José es ella rendida devota. ¿Sabéis cuál es el
ajuar que de la Encarnación lleva a la nueva casa, y del que deja recibo
firmado? Consiste en una esterilla de paja, un cilicio de cadenilla, una
disciplina y un hábito viejo y remendado.
“Andaban los tiempos recios” (Vida,
XXXIII, 5), cuenta la fundadora. Las ofensas que de los luteranos recibía el
Señor en el Santísimo Sacramento le impelían a levantar monasterios donde el
Señor fuese servido con perfección. Y así, desprovista de recursos, “sin
ninguna blanca” (Vida, XXXIII, 12: Fund., III, 2), como ella dice donosamente,
fiada sólo en la Providencia y en el amor de Cristo que se le muestra en la
oración, funda e irán surgiendo como llamaradas de fe que suben hasta el cielo
los conventos de Medina del Campo. Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana,
Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Beas, Sevilla, Caravaca, Villanueva de la
Jara, Palencia, Soria, Granada y Burgos. “Para esto es la oración, hijas mías
—apunta la madre Teresa a sus descalzas—: de esto sirve este matrimonio
espiritual: de que nazcan siempre obras, obras” (Moradas, séptima, IV, 6).
Paralelamente, su encuentro con San Juan de la Cruz, a quien gana para la
reforma del Carmelo, señala un jalón trascendental en la historia de la
espiritualidad. Estas dos almas gigantes se comprenden en seguida, las dos que,
más tarde, habrán de ser los reyes de la teología mística, gloria de España.
Teresa de Jesús desarrolla una actividad
enorme, asombrosa, tan asombrosa como lo variado de su personalidad. No hay más
que asomarse a la fronda de su incomparable epistolario—-cuatrocientas treinta
y siete cartas se conservan—para calibrar el talento y fortaleza excepcionales
de esta mujer, que, en un milagro de diplomacia y de capacidad de trabajo,
lleva sobre sus frágiles hombros el peso y la responsabilidad de un negocio tan
vasto y dilatado como es el de la incipiente reforma del Carmelo.
Su diligencia se extiende a los detalles
más nimios. A sí misma se llama “baratona y negociadora” (Epist., I, p.52),
porque llega hasta entender en contratos de compraventa y a discutir con
oficiales y maestros de obras.
Por pura obediencia, sólo por pura
obediencia, escribe libros capitales de oración, ella, que, de si misma, dice
“cada día me espanta más el poco talento que tengo en todo” (Fund., XXIX, 24 ).
Y, mientras escribe páginas inimitables, confiesa—y no podemos por menos de
leer estas palabras con honda emoción—: “me estorbo de hilar por estar en casa
pobre, y con hartas ocupaciones” (Vida, X, 7). Sus obras quedan ya para siempre
como monumentos de espiritualidad y bien decir. El castellano de Santa Teresa
es único. En opinión de Menéndez Pidal, “su lenguaje es todo amor; es un
lenguaje emocional que se deleita en todo lo que contempla, sean las más altas
cosas divinas, sean las más pequeñas humanas: su estilo no es más que el
abrirse la flor de su alma con el calor amoroso y derramar su perfume femenino
de encanto incomparable”.
Santa Teresa de Jesús, remontada a la
última morada de la unión con Dios, posee, además, un agudísimo sentido de la
realidad, el ángulo de visión castellano, certero, que taladra la corteza de
las cosas y personas, calando en su íntimo trasfondo. En relación con el
ejercicio de la presencia de Dios, adoctrina a sus monjas de esta guisa:
‘Entended que, si es en la cocina. Entre los pucheros anda el Señor, ayudándoos
en lo interior y exterior” (Fund., V. 8).
¡Ay la gracia y donaire de la madre
Teresa! En cierta ocasión, escribiendo al jesuita padre Ordóñez acerca de la
fundación de Medina, dice estas palabras textuales: “Tengo experiencia de lo
que son muchas mujeres juntas: ¡Dios nos libre!” (Epist., I, p. 109). Otra vez,
en carta a la priora de Sevilla, refiriéndose al padre Gracián, oráculo de la
Santa y puntal de la descalcez: “Viene bueno y gordo, bendito sea Dios”
(Epist., Il, 87). Y en otro lugar, quejándose de algún padre visitador,
cargante en demasía, escribe a Gracián: “Crea que no sufre nuestra regla
personas pesadas, que ella lo es harto” (Epist., I, 358). Con sobrado motivo el
salero de la fundadora ha quedado entre el pueblo español como algo proverbial
e irrepetible.
Teresa de Jesús ya ha consumado su tarea.
El 4 de octubre de 1582, en Alba de Tormes, le viene la hora del tránsito. Su
organismo virginal, de por vida asendereado por múltiples padecimientos, ya no
rinde más. “¡Oh Señor mío y Esposo mío—le oyen suspirar sus monjas—, ya es
llegada la hora deseada, tiempo es ya que nos veamos. Señor mío, ya es tiempo
de caminar!…” Muere, como los héroes, en olor de muchedumbre, porque
muchedumbre fueron en España los testigos de sus proezas y bizarrías, desde
Felipe II y el duque de Alba hasta mozos de mulas, posaderos y trajinantes.
Asimismo la trataron, asegurando su alma, San Francisco de Borja, San Pedro de
Alcántara, San Juan de Ávila y teólogos eminentes como Báñez.
“Yo no conocí, ni vi a la madre Teresa de
Jesús mientras estuvo en la tierra—escribiría años después la egregia pluma de
fray Luis de León—, más agora, que vive en el cielo, la conozco y veo casi
siempre en dos imágenes vivas que nos dejó de sí, que son sus hijas y sus
libros…” Cuatro siglos más tarde, sin perder un ápice de su vigencia, muy bien
podemos hacer nuestras las palabras del in signe agustino.
El cuerpo de Santa Teresa y su corazón
transverberado se guardan celosamente en Alba. No hay más que decir para
entender que, por derecho propio e inalienable, señala Alba de Tormes una de
las cimas más altas y fragantes de la geografía espiritual de España.
PABLO BILBAO ARÍSTEGUI
LECTIO DIVINA
Se pedirá cuenta de la
sangre de los profetas,
desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías
desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías
+ Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 11, 47-54
Jesús dijo a los fariseos y a los doctores de la Ley: «¡Ay de ustedes, que construyen los sepulcros de los profetas, a quienes sus mismos padres han matado! Así se convierten en testigos y aprueban los actos de sus padres: ellos los mataron y ustedes les construyen sepulcros.
Jesús dijo a los fariseos y a los doctores de la Ley: «¡Ay de ustedes, que construyen los sepulcros de los profetas, a quienes sus mismos padres han matado! Así se convierten en testigos y aprueban los actos de sus padres: ellos los mataron y ustedes les construyen sepulcros.
Por eso la Sabiduría de Dios ha dicho: Yo les enviaré profetas y apóstoles:
matarán y
perseguirán a muchos de ellos. Así se pedirá cuenta a esta generación de la
sangre de todos los profetas, que ha sido derramada desde la creación del
mundo: desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que fue asesinado
entre el altar y el santuario. Sí, les aseguro que a esta generación se le
pedirá cuenta de todo esto.
¡Ay de ustedes, doctores de la Ley, porque se han apoderado de la llave de la
ciencia! No han entrado ustedes, y a los que quieren entrar, se lo impiden.»
Cuando Jesús salió de allí, los escribas y los fariseos comenzaron a acosarlo,
exigiéndole respuesta sobre muchas cosas y tendiéndole trampas para
sorprenderlo en alguna afirmación.
Palabra del Señor.
Palabra del Señor.
1. LECTURA - ¿QUÉ DICE EL TEXTO BÍBLICO?
|
· Guías para la lectura:
Jesús continúa
con sus duros reproches a los fariseos y a los que enseñaban la Ley, y los
declara herederos de los que asesinaron a los grande profetas. Porque así como
en otras épocas el mensaje de los profetas desestabilizaba, molestaba, exigía
cambios que no estaban dispuestos a hacer, y por eso decidían eliminarlos, lo
mismo querían hacer los fariseos y maestros con Cristo. Su mensaje les exigía
un cambio de mentalidad y ellos estaban cómodos enseñando siempre lo mismo,
sintiéndose superiores a los demás, y controlando la vida de la gente con el
pretexto de su falso celo por la Ley. No querían perder esa seguridad vanidosa
y el poder, y por eso miraban a Jesús con recelo, su mensaje les parecía
peligroso.
Y para ser
todavía más directo, Jesús los compara con Caín, que mató a su propio hermano
por envidia.
Pero lo peor
de estos corazones cerrados es que su mal no queda encerrado dentro de su
pequeño círculo, sino que termina afectando al pueblo. El poder que ellos
tenían hacía que la gente temiera acercarse a Cristo. El evangelio de Juan
describe esta situación diciendo que muchos no confesaban abiertamente su fe en
Cristo por temor de que los fariseos los expulsaran de la sinagoga (Jn 12, 42;
9, 22). Por eso Jesús dice en este texto; “No entraron ustedes y a los que
están entrando se lo impiden”.
El efecto de
estas palabras fue tremendo, porque los escribas y fariseos se sintieron
descubiertos y humillados, y su reacción fue la de acosarlos para encontrar
alguna manera decorosa de eliminarlo definitivamente.
Pero, si Jesús
dice que la historia, desde Caín y Abel, se sigue repitiendo, convendría que
nos preguntemos si no la estamos repitiendo también nosotros de alguna manera.
Quizá hayamos encontrado el modo de eliminar a Cristo de nuestras vidas cuando
su Palabra nos cuestiona, o quizás intentemos eliminar de nuestras vidas a los
hermanos que nos desestabilizan o con su sola existencia nos indican la
necesidad de un cambio.
2. MEDITACIÓN - ¿QUÉ ME DICE EL TEXTO
BÍBLICO?
|
· Preguntas para la meditación:
·
¿Por qué Jesús es tan duro con los fariseos y maestros de la ley?
·
¿Existen paralelos de ellos hoy?
·
¿Podría ser yo identificado con uno de ellos?
3. ORACIÓN - ¿QUÉ LE DIGO A DIOS A PARTIR DEL
TEXTO BÍBLICO?
|
Señor, tu Palabra nunca me
deja igual, siempre me invita a renovar mi existencia, me llama a una
conversión permanente. Dame la gracia de no frenar el poder de esa Palabra, de
no eliminarla de mi existencia con falsos argumentos.
4. CONTEMPLACIÓN - ¿CÓMO INTERIORIZO EL TEXTO
BÍBLICO?
|
Reflexiono en el efecto
que las palabras de Jesús deben haber causado entre sus oyentes.
Medito en la profundidad
de ellas y en su actualidad.
5. ACCIÓN - ¿CÓMO VOY A VIVIR EL TEXTO
BÍBLICO?
|
·
Preguntas para la acción:
·
¿Suelo desoír las palabras de consejo espiritual que no me gustan?
·
¿Dejo que la Palabra de Dios me interpele e incomode?
·
¿Cómo llevar la palabra de exhortación en un espíritu de amor constructivo?
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