9 de diciembre de 2015
– ADVIENTO – MIÉRCOLES DE LA SEMANA II
Aprendan de
mí que soy manso y humilde de corazón
PRIMERA LECTURA
Lectura del
libro del profeta Isaías 40, 25-31
«
¿A quién me van a asemejar, para que yo me iguale a él?», dice el Santo.
Levanten los ojos a lo alto y miren: ¿quién creó todos estos seres? El que hace
salir a su ejército uno por uno y los llama a todos por su nombre: ¡su vigor es
tan grande, tan firme su fuerza, que no falta ni uno solo!
¿Por
qué dices, Jacob, y lo repites tú, Israel: «Al Señor se le oculta mi camino y
mi derecho pasa desapercibido a mi Dios»? ¿No lo sabes acaso? ¿Nunca lo has
escuchado?
El
Señor es un Dios eterno, él crea los confines de la tierra; no se fatiga ni se
agota, su inteligencia es inescrutable. El fortalece al que está fatigado y
acrecienta la fuerza del que no tiene vigor.
Los
jóvenes se fatigan y se agotan, los muchachos tropiezan y caen. Pero los que
esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, despliegan alas como las águilas;
corren y no se agotan, avanzan y no se fatigan.
Palabra de
Dios.
SALMO
Sal 102,
1-2. 3-4. 8 y 10 (R.: 1a)
R. Bendice
al Señor, alma mía.
Bendice
al Señor, alma mía,
que
todo mi ser bendiga a su santo Nombre;
bendice
al Señor, alma mía,
y
nunca olvides sus beneficios. R.
El
perdona todas tus culpas
y
cura todas tus dolencias;
rescata
tu vida del sepulcro,
te
corona de amor y de ternura. R.
El
Señor es bondadoso y compasivo,
lento
para enojarse y de gran misericordia;
no
nos trata según nuestros pecados
ni
nos paga conforme a nuestras culpas. R.
EVANGELIO
Lectura del
santo Evangelio según san Mateo 11, 28-30
Jesús
tomó la palabra y dijo:
«Vengan
a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen
sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de
corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.»
Palabra del
Señor.
Para reflexionar
El
destierro se prolonga y
el pueblo no deja de repetir que ya no hay futuro ni salvación posible. Todo se
pone en tela de juicio y a Dios se lo acusa de haberse olvidado de su
pueblo. En esa circunstancia se alza el profeta que no tolera semejantes
reproches. La certeza de la fidelidad de Dios tiene que seguir siendo la piedra
angular de la fe de Israel. Por eso los invita a poner la vista más
allá: Dios es el dueño del mundo, es el único, el incomparable, el
santo y por lo tanto tiene que rendir cuentas a nadie. Él es el fiel y no
abandona su obra de salvación.
El profeta
acaba con un acto de fe: «Los que esperan en Yahvé renuevan
sus fuerzas, echan alas como las águilas». Si el pueblo se había sentido
abandonado en el exilio, y estaba cansado de esperar, el Señor nunca se
cansa y está atento a las súplicas de su pueblo.
***
Con la
multiplicación de leyes y preceptos, la dependencia agobiante de la estructura
religiosa se había convertido en una carga insoportable; era
el “yugo” que pesaba sobre la gente. El aparato religioso que
se había montado, en lugar de proporcionar el espacio sagrado para el encuentro
con Dios, lo reducía a un ámbito al que sólo podían acceder algunos
privilegiados. El legalismo fariseo había creado en torno suyo
una moral sin alegría, ni paz.
Jesús se presenta como humilde
y sencillo. Con esta afirmación se contrapone, en general, a
“los sabios y entendidos”, y, en particular, a los autosuficientes maestros de
la ley.
Las
palabras de Jesús son
una invitación a la esperanza. Jesús ofrece en contraposición
a todo el peso de la ley que sofocaban el espíritu, el yugo y la carga
de su ley, que por ser “el amor” resulta suave y fácil de llevar. De allí
nace la invitación a deshacer lazos esclavizantes y establecer un nuevo tipo de
relación religiosa aprendiendo del Él, identificándonos con Él; viviendo con Él
y desde Él.
Para poder
cargar con su yugo nos invita a ir a Él, porque nos quiere cercanos, discípulos
en la escuela del amor, en la que se aprende por la gratuidad del compartir.
Sólo en esta escuela se puede aprender el verdadero sentido liberador de la
ley. Jesús no exige menos que los demás rabinos; exige de otra manera. Abre
primero la puerta del reino de la misericordia a los “pobres” y a los
“mansos”; después los invita a una nueva “justicia”.
Jesús hoy
pide que nos acerquemos a Él porque su yugo es el más liviano. Y no es que no
implique luchas, desalientos, y hasta persecuciones. La carga ligera que nos
ofrece es la experiencia del Evangelio que nos enseña a amar y a perdonar, a
ser solidarios con los que sufren, a compartir lo que tenemos. A crear
un mundo más justo y más humano en el que podamos
vivir como hermanos, como amigos.
Para eso
nace Jesús y para eso nos preparamos en este Adviento: para
recibirlo en nuestras vidas, para comprometernos con Él a llevar el peso de los
que están abrumados o caídos bajo el peso de sus angustias y dolores.
En la
liturgia de hoy, si bien, tanto el profeta como Jesús, nos hablan de los que
están cansados, nos asegura que Dios quiere ayudar a los desfallecidos
comunicándoles su fuerza.
Para discernir
¿Vivir la
fe me resulta un peso insoportable?
¿Experimento
el sentido liberador de la ley?
¿Me dejo
acompañar por Jesús?
Repitamos a lo largo de este día
…Jesús
manso y humilde de corazón haz mi corazón semejante al tuyo…
Para la lectura espiritual
Su gloria
llenará la tierra
…”Nuevo es
el himno, o el cántico, como corresponde a la novedad de las cosas: El que es
de Cristo es una criatura nueva. Pues está escrito: Lo antiguo ha pasado, lo
nuevo ha comenzado. Los israelitas fueron rescatados de la tiranía de los
egipcios por la mano del sapientísimo Moisés: fueron liberados del trabajo de
los ladrillos y de los vanos sudores de las preocupaciones terrenas, de la
sevicia de los capataces y de la crueldad del faraón. Atravesaron por medio del
mar, comieron el maná en el desierto, bebieron el agua de la roca, atravesaron
el Jordán a pie enjuto, entraron en la tierra prometida.
Pues bien:
todo esto se renueva en nosotros de un modo incomparablemente mejor que en la
antigüedad. En efecto, nos hemos emancipado, no de la esclavitud carnal sino de
la espiritual, y en vez de las preocupaciones terrenas, hemos sido liberados de
toda mancha de codicia carnal; no nos hemos librado de los capataces egipcios
ni de un tirano impío y despiadado, hombre al fin y al cabo como nosotros, sino
más bien de los malvados y nefandos demonios que nos inducen al pecado, y del
jefe de semejante grey, o sea, de Satanás.
Hemos
atravesado, como un mar, el oleaje de la presente vida con su cortejo de
innumerables y vanas agitaciones. Hemos comido el maná espiritual e
intelectual, y el pan del cielo que da vida al mundo; hemos bebido el agua que
brotaba de la roca, es decir, de las aguas cristalinas de Cristo, abundantes,
deliciosas. Hemos atravesado el Jordán a través del inapreciable don del
bautismo. Hemos entrado en la tierra prometida y digna de los santos, de la que
el mismo Salvador hace mención cuando dice: Dichosos los sufridos, porque ellos
heredarán la tierra.
Era por
tanto conveniente que por estos acontecimientos nuevos el reino de Cristo, esto
es, todos los que sumisos le obedecen, cantaran un cántico nuevo. Y este himno
o, lo que es lo mismo, esta digna glorificación, debe ser cantado no sólo por
los judíos, sino desde el uno al otro confín de la tierra, es decir, por todos
cuantos viven en la tierra entera. En otro tiempo Dios se manifestaba en Judá y
en solo Israel era grande su fama. Pero una vez que hemos sido llamados por
Cristo al conocimiento de la verdad, el cielo y la tierra están llenos de su
gloria. Así lo afirma el salmista: Su gloria llenará la tierra.
San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro
del profeta Isaías
(Lib. 4, or 1: PG 70, 859-861)
Para rezar
Ven Señor
Jesús
Ven Señor Jesús, para que podamos ir hacia ti
como hermanos tuyos y nos hagas participar
del misterioso y gran de tu Padre.
Ven Señor Jesús, para que podamos conocer el camino
que nos lleva a aprender de tu mansedumbre fiel
y de la humildad serena y fuerte de tu corazón.
Ven Señor Jesús, porque no son nuestros méritos
lo que mueve tu corazón a amarnos
sino nuestros cansancios y debilidades.
Ven Señor Jesús, colócanos tu yugo suave
que no nos aplasta sino que nos anima a seguir
andando.
9 de
diciembre – San Juan Diego
Juan Diego
nació en 1474 en el “calpulli” de Tlayacac en Cuauhtitlán, México, establecido
en 1168 por la tribu nahua y conquistado por el jefe Azteca Axayacatl en 1467.
Cuando nació recibió el nombre de Cuauhtlatoatzin, que quiere decir “el que
habla como águila” o “águila que habla”.Juan Diego perteneció a la más numerosa
y baja clase del Imperio Azteca, sin llegar a ser esclavo. Se dedicó a trabajar
la tierra y fabricar matas las que luego vendía. Poseía un terreno en el que
construyó una pequeña vivienda. Contrajo matrimonio con una nativa pero no tuvo
hijos.
Entre 1524
y 1525 se convierte al cristianismo y fue bautizado junto a su esposa, él
recibió el nombre de Juan Diego y ella el de María Lucía. Fueron bautizados por
el misionero franciscano Fray Toribio de Benavente, llamado por los indios
“Motolinia” o ” el pobre”.
Antes de su
conversión Juan Diego ya era un hombre piadoso y religioso. Era muy reservado y
de carácter místico, le gustaba el silencio y solía caminar desde su poblado
hasta Tenochtitlán, a 20 kilómetros de distancia, para recibir instrucción
religiosa.-
Su esposa
María Lucía falleció en 1529. En ese momento Juan Diego se fue a vivir con su
tío Juan Bernardino en Tolpetlac, a sólo 14 kilómetros de la iglesia de Tlatilolco,
Tenochtitlán. Durante una de sus caminatas camino a Tenochtitlán, que solían
durar tres horas a través de montañas y poblados, ocurre la primera aparición
de Nuestra Señora, en el lugar ahora conocido como “Capilla del Cerrito”, donde
la Virgen María le habló en su idioma, el náhuatl.
Juan Diego
tenía 57 años en el momento de las apariciones, ciertamente una edad avanzada
en un lugar y época donde la expectativa de vida masculina apenas sobrepasaba
los 40 años. Luego del milagro de Guadalupe Juan Diego fue a vivir a un pequeño
cuarto pegado a la capilla que alojaba la santa imagen, tras dejar todas sus
pertenencias a su tío Juan Bernardino. Pasó el resto de su vida dedicado a la
difusión del relato de las apariciones entre la gente de su pueblo.
Murió el 30
de mayo de 1548, a la edad de 74 años. Juan Diego fue beatificado en abril de
1990 por el Papa Juan Pablo II.
Oremos
Concédenos,
Señor todopoderoso, que el ejemplo de San Juan Diego nos estimule à una vida
más perfecta y que cuántos celebramos su fiesta sepamos también imitar sus
ejemplos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Te invitamos a dejarnos tus comentarios, sugerencias u observaciones. Gracias por hacerlo.