10 de abril de 2016

III DOMINGO DE PASCUA
Ciclo C

Obedecer a Dios antes que a los hombres

PRIMERA LECTURA
Lectura de los Hechos de los Apóstoles  5, 27-32. 40b-41

     El Sumo Sacerdote les dijo: «Nosotros les habíamos prohibido expresamente predicar en ese Nombre, y ustedes han llenado Jerusalén con su doctrina. ¡Así quieren hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre!»
     Pedro, junto con los Apóstoles, respondió: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús, al que ustedes hicieron morir suspendiéndolo del patíbulo. A él, Dios lo exaltó con su poder, haciéndolo Jefe y Salvador, a fin de conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de estas cosas, nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha enviado a los que le obedecen.»
     Después de hacerlos azotar, les prohibieron hablar en el nombre de Jesús y los soltaron. Los Apóstoles, por su parte, salieron del Sanedrín, dichosos de haber sido considerados dignos de padecer por el nombre de Jesús.
Palabra de Dios.

 SALMO    29, 2 y 4. 5-6. 11-12a y 13b (R.: 2a)
       R.  Yo te glorifico, Señor, porque tú me libraste.

     Yo te glorifico, Señor, porque tú me libraste
     y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí.
     Tú, Señor, me levantaste del Abismo
     y me hiciste revivir,
     cuando estaba entre los que bajan al sepulcro.

     Canten al Señor, sus fieles;
     den gracias a su santo Nombre,
     porque su enojo dura un instante,
     y su bondad, toda la vida:
     si por la noche se derraman lágrimas,
     por la mañana renace la alegría.

     «Escucha, Señor, ten piedad de mí;
     ven a ayudarme, Señor.»
     Tú convertiste mi lamento en júbilo.
     ¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente!

SEGUNDA LECTURA
Lectura del libro del Apocalipsis   5, 11-14

     Yo, Juan, oí la voz de una multitud de Ángeles que estaban alrededor del trono, de los Seres Vivientes y de los Ancianos. Su número se contaba por miles y millones, y exclamaban con voz potente:
     «El Cordero que ha sido inmolado es digno de recibir el poder y la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor, la gloria y la alabanza.»
     También oí que todas las criaturas que están en el cielo, sobre la tierra, debajo de ella y en el mar, y todo lo que hay en ellos, decían:
     «Al que está sentado sobre el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder, por los siglos de los siglos.»
     Los cuatro Seres Vivientes decían: « ¡Amén!», y los Ancianos se postraron en actitud de adoración.
Palabra de Dios.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Juan 21, 1-19

     Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades.
     Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
     Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar.» Ellos le respondieron: «Vamos también nosotros.»
     Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
     Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo para comer?»
     Ellos respondieron: «No.»
     El les dijo: «Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán.» Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: «¡Es el Señor!»
     Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.
     Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: «Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar.»
     Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: «Vengan a comer.»
     Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: « ¿Quién eres?», porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.
     Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.
     Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?»
     El le respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
     Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos.»
     Le volvió a decir por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
     El le respondió: «Sí, Señor, sabes que te quiero.»
     Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas.»
     Le preguntó por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»
     Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero.»
     Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras.»
     De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: «Sígueme.»
Palabra del Señor.

 Para reflexionar

·         En la lectura de los Hechos encontramos a los discípulos, que habiendo comenzado tímidamente a anunciar el evangelio, van perdiendo el miedo y están dispuestos a dar razón de su fe y de su nuevo modo de vida porque hay que  obedecer a Dios antes que a los hombres. Para Pedro y el resto de los apóstoles esto es una verdad que no admite ambigüedades. Esta profunda convicción les lleva a padecer grandes sufrimientos, pero no claudican.
***
·         La segunda lectura nos narra una visión, en la que el autor se adentra en el santuario celeste, que es una forma expresar la experiencia intensa de lo divino y de la salvación, donde está Dios y donde aparece una figura clave del Apocalipsis: el cordero degollado, que es el Señor crucificado, aunque ya resucitado. Con él estaba toda la plenitud de la vida y del poder divino.
***
·         En el evangelio vemos como los apóstoles han vuelto a su antiguo trabajo. Eran pescadores y vuelven a sus barcas y a sus redes. Están en Tiberíades, en Galilea. Fue allí donde comenzó Jesús a predicar el Evangelio del Reino de Dios, y allí también donde se desenvolvía tranquilamente la vida cotidiana de estos hombres que un día lo dejaron todo para seguir al carpintero de Nazaret. 
·         Pedro dice a sus amigos: “Voy a pescar” y éstos le responden: “Vamos nosotros también”, parece como si las cosas volviesen a su sitio y estos hombres a sus redes y su oficio. Parece que se hubieran olvidado de que una vez fueron llamados a ser pescadores de hombres y testigos privilegiados de todo lo que dijo y de cuanto hizo Jesús a partir de su bautismo en el Jordán. Estos hombres no pueden volver a pescar como si nada les hubiera sucedido después que vieron al Maestro de Nazaret pasar haciendo el bien, morir en la cruz y resucitar al tercer día.
·         Por más que ahora tomen de nuevo las redes para hacer lo que siempre hicieron, no lo podrán hacer como antes de encontrarse con Jesús y de creer en Él. El Señor resucitado vive para siempre, y ellos saben que en cualquier momento y de múltiples maneras pueden ser sorprendidos por la visita del Señor. En efecto; trabajaron toda la noche en vano, no pudieron pescar nada.
·         “Echen la red a la derecha de la barca”. Los discípulos escucharon al que así les gritaba desde la playa y siguiendo estas indicaciones, la pesca fue milagrosamente abundante. Esto llena de asombro a los apóstoles. Pero uno solo da con la respuesta exacta. Juan le dice a Pedro: Es el Señor. Pedro no vacila en tirarse al agua para ir hacia Jesús.
·         Al llegar a tierra, Jesús los sorprende con su señal inconfundible: la comida fraterna. Les tiene preparados unos alimentos, distintos de los que ellos han obtenido en la pesca. El primero es gratuito; el segundo es fruto de un trabajo en comunión con Jesús. No tiene sentido comer con Jesús si no se aporta nada; pero lo que se aporta, sabemos que no se consigue sin su ayuda.
·         Los discípulos reconocen a Jesús en la fracción del pan, en la eucaristía y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.
·         La palabra viva del Señor viene y se mete en nuestras cosas, nos sorprende en nuestra vida cotidiana y la transfigura llenándola de sentido. La palabra del Señor nos convoca para una empresa común. Pero esta palabra sólo muestra su eficacia a los que la escuchan y la ponen en práctica. Estos son los que reconocen al Señor en su palabra.
·         Esta fe en el Señor que vive, esta memoria despierta el corazón y esta actitud de esperanza lo cambia todo: renueva al hombre y su realidad, lo libera del hastío y de la rutina aunque no del trabajo y de la paciencia necesaria para saber esperar. 
·         Si los Apóstoles no hubieran respondido a la invitación del Señor, habrían vuelto a su trabajo en el mar de Tiberíades y no se hubieran enfrentado con los Jefes de Israel. Pero el Señor, que vive y hace de los acontecimientos historia de salvación, el Señor que llamó una vez a estos pescadores de hombres, los sorprende en su trabajo y desilusión y los envía al mundo a predicar el Evangelio. Ellos comprendieron que era necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.
·         Para ser cristiano es indispensable el encuentro creyente con el Resucitado. Para poder confesar en Jesús a nuestro Dios y Señor; es necesario haber sido encontrados por él y haber podido decir: “¡es el Señor!” 
·         La iniciativa siempre parte de Jesús. Es el Señor el que sale al encuentro. Y sale en todas las circunstancias de la vida: en la experiencia desanimada de los que creen haber trabajado sin frutos visibles, porque no han pescado nada; en la situación aparentemente desesperanzada de los que están de vuelta de algo en lo que han apostado su vida y tiene las manos vacías; en el recuerdo de la propia infidelidad que duele en el corazón. Jesús se hace presente a todos. 
·         La actividad pesquera, es un relato sobre la misión de la comunidad cristiana. Ahí tenemos que vernos reflejados. Nosotros también tenemos la palabra de Jesús que nos marca un camino, que abre una huella y tenemos también su pan que nos ofrece y reparte en cada Eucaristía. Abiertos a su Palabra y alimentados con su Pan, podemos dejarnos encontrar por Jesucristo y reconocerlo presente y activo en nuestra vida. 
·         Si su Palabra y su Pan se nos ofrecen en cada Misa, es para que después sepamos descubrir la presencia viva de Jesús Resucitado en nuestra vida de cada día. En nuestros hermanos, en nuestras luchas, dolores o alegrías, en lo más hondo e importante de nuestra vida hasta en aquello que no le prestamos importancia. Allí está, presente, nuestro “Dios y Señor”. 
·         Cuando Jesús se aparece y llama desde la orilla, puede decirnos a los suyos que echemos la red a la derecha o a la izquierda, que dejemos la pesca y comencemos la misión, que atendamos al hermano hambriento o que nos sentemos a comer con él para compartir la mesa y la vida. Lo decisivo será siempre obedecer al Señor.
·         En un contexto social y cultural escéptico y a hombres frustrados tenemos  que comunicar los cristianos, no una palabra más, sino la Palabra con mayúscula, una Palabra eterna hecha carne y llamada Jesucristo. Palabra que es, también con mayúsculas, Camino, Verdad y Vida; que, por tanto no defrauda, no engaña ni miente, promete, cumple, ofrece y da; Palabra resucitada y resucitadora. Esta es la tarea estamos obligados a realizar como el mejor servicio a los hombres y al mundo de hoy.

  Para discernir

·         ¿Mi fe se sostiene en el encuentro con Jesús?
·         ¿Dejo que su palabra me interpele y me ayude a crecer?
·         ¿Experimento con la eucaristía el alimento que necesito para vivir una vida de compromiso cristiano?

 Repitamos a lo largo de este día

…Tú lo sabes todo, sabes que te amo…

Para la lectura espiritual

« ¿Me amas? »

   «¿Amas?… ¿Me amas?». Para siempre, hasta el final de su vida, Pedro tenía que seguir su camino acompañado de esta triple pregunta: « ¿Me amas?» Y medir todas sus actividades según la respuesta que entonces había dado: cuando fue convocado ante el Sanedrín; cuando lo encarcelaron en Jerusalén, de cuya prisión no podía salir, y sin embargo, salió. Y… en Antioquia, y después más lejos todavía, de Antioquia a Roma. Y ya en Roma, cuando habiendo perseverado hasta el final de sus días, conoció la fuerza de las palabras según las cuales Otro le conduciría donde él no quería. Y sabía también que, gracias a la fuerza de esas palabras, en la Iglesia «los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones» y que «el Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar» (Hch2, 42.48)…
     Pedro ya no pudo jamás desprenderse de esta pregunta: « ¿Me amas?» La lleva consigo donde quiera que vaya. La lleva a través de los siglos, a través de las generaciones. En medio de los nuevos pueblos y de la nuevas naciones. En medio de la lenguas y de las razas siempre nuevas. La lleva él solo, y sin embargo, nunca está solo. Otros la llevan con él… Ha habido y hay muchos hombres y mujeres que han sabido y saben todavía hoy que toda su vida tiene valor y sentido sólo y exclusivamente en la medida en que es una respuesta a esta misma pregunta: «¿Amas?… ¿Me amas?». Han dado y dan su respuesta de manera total y perfecta –una respuesta heroica- o bien de manera común, ordinaria. Pero en todo caso saben que su vida, que la vida humana en general, tiene valor y sentido en la medida que es la respuesta a esta pregunta: « ¿Amas?». Es tan sólo gracias a esta pregunta que la vida vale la pena ser vivida. 
San Juan Pablo II 
Homilía en París el 30/05/80

Para rezar

Dame un corazón Señor Jesús
Mientras peregrino navegando
sobre turbulentas aguas de la vida
dame la alegría de tener como brújula
 
un corazón que me lleve hacia el puerto del amor entregado
Dame un corazón de POBRE
capaz de amar, para abrirse y entregarse.
Dame un corazón PACIENTE
capaz de amar, viviendo esperanzado
Dame un corazón PACIFICO
capaz de amar, sembrando la paz en el mundo.
Dame un corazón JUSTO
capaz de amar, juzgándose por la justicia
Dame un corazón MISERICORDIOSO
capaz de amar, comprendiendo y perdonando
Dame un corazón SENSIBLE
capaz de amar, llorando sin desalientos
Dame un corazón PURO
capaz de amar, descubriendo a Dios en el hombre
Dame un corazón FUERTE
capaz de amar, siendo fiel hasta la muerte
Dame un corazón EVANGELICO
capaz de amar resucitando.


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