MARTES DE LA
XVII SEMANA
26 de julio - Santos Joaquín y Ana, padres
de Santa María Virgen (M.O.)
Lectura del libro del
Eclesiástico 44, 1. 9-15
Elogiemos a los hombres ilustres, a los antepasados de
nuestra raza. No sucede así con aquellos, los hombres de bien, cuyas obras de
justicia no han sido olvidadas. Con su descendencia se perpetúa la rica
herencia que procede de ellos.
Su descendencia fue fiel a las alianzas y también sus
nietos, gracias a ellos. Su descendencia permanecerá para siempre, y su gloria
no se extinguirá.
Sus cuerpos fueron sepultados en paz, y su nombre
sobrevive a través de las generaciones. Los pueblos proclaman su sabiduría, y
la asamblea anuncia su alabanza.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 131, 11. 13-14. 17-18
(R.: Lc 1, 32b)
R. El Señor Dios le dará el
trono de David, su padre.
El Señor hizo un juramento a
David,
una firme promesa, de la que
no se retractará:
«Yo pondré sobre tu trono
a uno de tus descendientes.»
R.
Porque el Señor eligió a Sión,
y la deseó para que fuera su
Morada.
«Este es mi Reposo para
siempre;
aquí habitaré, porque lo he
deseado. R.
Allí haré germinar el poder de
David:
yo preparé una lámpara para mi
Ungido.
Cubriré de vergüenza a sus
enemigos,
y su insignia real florecerá
sobre él.» R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Mateo 13, 16-17
Jesús dijo a sus discípulos:
«Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven;
felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos
desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no
lo oyeron.»
Palabra del Señor.
Si de la feria:
Jer. 14,17 -22
Mt. 13, 36-43
Para reflexionar
Ante la necesidad de dilucidar la cuestión de la
ascendencia de María, Padres de la Iglesia oriental, como San Epifanio y San
Juan Damasceno, tomaron de una vieja tradición en la que aparecen diversas
noticias acerca de los abuelos maternos de Jesús. Por otra parte, el hecho de
que tantas veces encontremos representaciones pictóricas y escultóricas
alusivas a los primeros años de María, quien aparece reclinada en los brazos de
su madre, Santa Ana, y a escenas de la vida pastoril de San Joaquín, a quien se
presenta como padre de María, atestigua la popularidad y el cariño con que han
gozado en el pueblo cristiano, San Joaquín y Santa Ana como padres de María y
abuelos de Jesús.
La devoción a Santa Ana es más popular y más antigua
que la de San Joaquín. Ya en el año 550, el 25 de Julio el emperador Justiniano
le dedicó una basílica a Santa Ana en Constantinopla. Desde entonces, las
iglesias orientales celebraron su fiesta en esa fecha. Siglos más tarde, y
sobre todo a raíz de las cruzadas, esta celebración se difundió en Occidente,
pero la celebración se colocó el día 26. Finalmente, en 1584 la fiesta quedó
fijada para toda la Iglesia, tanto en los países orientales como en los
occidentales.
El culto de San Joaquín se introduce hacia el siglo
XIV, época en la que también se populariza el culto de San José. Dos siglos más
tarde se consolida la fiesta que se celebraba primero el 20 de marzo. En 1738
se trasladó al domingo siguiente al 15 de agosto (Asunción de la Virgen); y
finalmente, a principios del siglo XX, el Papa Pío X la fijó en el día
siguiente de la Asunción, el 16 de agosto. A raíz de la reforma litúrgica del
Concilio Vaticano II, en 1969, se unió la conmemoración de los padres de María
en una única fiesta, la del 26 de julio.
***
Si queremos saber acerca de ellos tendremos que acudir
a los evangelios apócrifos, más especialmente al protoevangelio de Santiago.
Ana, -significa “gracia”- era oriunda de Belén, hija
de Matán y de Emerenciana. Vivía en aquellos tiempos en tierras de Israel un
hombre rico y temeroso de Dios llamado Joaquín -significa “Yahvé prepara”-,
perteneciente a la tribu de Judá. A los veinte años había tomado por esposa a
Ana, de su misma tribu, la cual, al cabo de veinte años de matrimonio, no le
había dado descendencia alguna.
Santa Ana ya estéril por su avanzada edad, vivía con
mucho dolor la falta de descendencia, ya que los judíos creían que no tener
hijos era una maldición. Un día, al adelantarse Joaquín para ofrecer su
sacrificio, un escriba llamado Rubén le cortó el paso diciéndole: “No eres
digno de presentar tus ofrendas por cuanto no has suscitado vástago alguno en
Israel”.
Joaquín se retira al desierto y ayuna 40 días. Un
ángel le anuncia el nacimiento de su hija. La humilde súplica obtuvo una
respuesta inmediata de lo Alto. Un ángel del Señor se le apareció anunciándole
que iba a concebir y a dar a luz, y que de su prole se hablaría en todo el
mundo. Nada más oír esto, Ana prometió ofrecerlo a Dios. Cuando se le cumplió a
Ana su tiempo alumbró y al saber que había dado a luz una niña, exclamó: “Mi
alma ha sido hoy enaltecida”. Y puso a su hija por nombre Miriam.
Por fin a los tres años, fue llevada la pequeña María,
al Templo, para ser criada con las otras vírgenes y santas viudas que moraban
en las habitaciones vecinas al templo. Allí se dedicarían a las labores,
oraciones y demás servicios de Dios.
El sacerdote la recibió con estas palabras: “El Señor
ha engrandecido tu nombre por todas las generaciones, pues al fin de los
tiempos manifestará en ti su redención a los hijos de Israel”. Y la hizo sentar
sobre la tercera grada del altar.
Y sus padres regresaron, llenos de admiración,
alabando al Señor Dios porque la niña no se había vuelto atrás. Con este
heroico rasgo de desprendimiento, los apócrifos cierran el capítulo dedicado a
los padres de la Virgen María. Después de dejar a su hija en el Templo Ana se
aleja silenciosamente. Su misión había terminado. Se cree que Joaquín y Ana
decidieron venir a vivir a Jerusalén, para poder visitar a la niña
frecuentemente. Joaquín muere a los 80 años y Ana a los 79.
***
Ante la ausencia de datos ciertos, el pasaje de Mateo,
nos sirve como marco de reflexión para la celebración de la fiesta de san
Joaquín y santa Ana. Jesús alaba y llama felices a los discípulos porque, no
solamente ven y escuchan lo que todos ven y escuchan, sino porque, además,
pueden descubrir el paso de Dios. A diferencia de las otras bienaventuranzas
que encontramos en Mateo 5, en esta, no se hace mención alguna a la condición
de contrariedad o desgracia actual de los futuros bienaventurados. La felicidad
aquí, es ver y entender desde ahora mismo el proyecto de Jesús. Jesús afirma
que la felicidad se encuentra en el hecho de poder verlo y de oír sus palabras,
porque con Él, ha llegado el tiempo definitivo (cfr. Heb 1,1-2), de tal manera
que, al poner la mirada en su persona, podemos hablar de un antes y un después.
Así, Dios se sirve de unos elementos humanos como
preparación del nuevo tiempo: por el hecho de formar parte de nuestra historia,
el Hijo de Dios necesita una madre, y ésta será María; la Virgen también
necesita unos padres que fueron Joaquín y Ana. Ellos, sin saberlo, serán los
abuelos del Mesías.
La felicidad es haber descubierto la perla de gran
valor. “El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas
finas, que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y
la compra…” (Mt 13, 44-45). Así, pues, a semejanza de un tesoro o de una perla
de gran valor, el Reino de Dios -el Reino de los cielos – se encontraba
escondido en aquella casa de Nazaret, en la que María, hija de Joaquín y Ana,
se preparaba al momento de la Anunciación.
…”Nosotros, cuando meditamos sobre el acontecimiento
de la Anunciación en la plegaria del “Ángelus Domini”, pedimos que el Reino de
Dios -el Reino de los cielos- esté también escondido en nuestros corazones, en
nuestras familias, en todo el campo de nuestra vida, a fin de que no se
malgaste este tesoro, no se pierda esta perla de tanto valor, no se pierda por
ningún motivo, ya que, “¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde
su alma?” …(Juan Pablo II 1981)
Por todo esto, San Juan Damasceno felicita a los
santos esposos con estas palabras: « ¡Oh matrimonio feliz de Joaquín y Ana,
limpio en verdad de toda culpa! Seréis conocidos por el fruto de vuestras
entrañas». Qué felicidad para los padres que tienen la suerte de tener unos
hijos que pueden admirar su fidelidad y agradecer su comportamiento generoso,
por el cual recibieron su existencia humana y cristiana. Pero también qué
felicidad para los hijos que tienen la suerte de conocer más y mejor a
Jesucristo, puesto que han recibido de sus respectivos padres la formación
cristiana, con el ejemplo de vida y de oración familiar.
Para discernir
¿Le damos valor a los gestos cotidianos en los que
Dios nos manifiesta su proyecto de amor?
¿Buscamos a Dios en lo sencillo de la vida?
¿Le damos valor a nuestra familia y a nuestra
historia?
Para rezar
Señor, Dios de nuestros padres,
que concediste a san Joaquín y a santa Ana
el privilegio de tener como hija a María,
la madre del Señor, concédenos,
por la intercesión de estos dos santos,
la salvación que has prometido a tu pueblo.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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