26 de julio de 2016

MARTES DE LA XVII SEMANA

26 de julio - Santos Joaquín y Ana, padres de Santa María Virgen (M.O.)

Lectura del libro del Eclesiástico    44, 1. 9-15

Elogiemos a los hombres ilustres, a los antepasados de nuestra raza. No sucede así con aquellos, los hombres de bien, cuyas obras de justicia no han sido olvidadas. Con su descendencia se perpetúa la rica herencia que procede de ellos.
Su descendencia fue fiel a las alianzas y también sus nietos, gracias a ellos. Su descendencia permanecerá para siempre, y su gloria no se extinguirá.
Sus cuerpos fueron sepultados en paz, y su nombre sobrevive a través de las generaciones. Los pueblos proclaman su sabiduría, y la asamblea anuncia su alabanza. 
Palabra de Dios.

SALMO    Sal 131, 11. 13-14. 17-18 (R.: Lc 1, 32b) 
R.    El Señor Dios le dará el trono de David, su padre.

    El Señor hizo un juramento a David,
    una firme promesa, de la que no se retractará:
    «Yo pondré sobre tu trono
    a uno de tus descendientes.» R.

    Porque el Señor eligió a Sión,
    y la deseó para que fuera su Morada.
    «Este es mi Reposo para siempre;
    aquí habitaré, porque lo he deseado. R.

    Allí haré germinar el poder de David:
    yo preparé una lámpara para mi Ungido.
    Cubriré de vergüenza a sus enemigos,
    y su insignia real florecerá sobre él.» R.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Mateo    13, 16-17

Jesús dijo a sus discípulos:
«Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron.» 
Palabra del Señor.

Si de la feria:
Jer. 14,17 -22
Mt. 13, 36-43

Para reflexionar

Ante la necesidad de dilucidar la cuestión de la ascendencia de María, Padres de la Iglesia oriental, como San Epifanio y San Juan Damasceno, tomaron de una vieja tradición en la que aparecen diversas noticias acerca de los abuelos maternos de Jesús. Por otra parte, el hecho de que tantas veces encontremos representaciones pictóricas y escultóricas alusivas a los primeros años de María, quien aparece reclinada en los brazos de su madre, Santa Ana, y a escenas de la vida pastoril de San Joaquín, a quien se presenta como padre de María, atestigua la popularidad y el cariño con que han gozado en el pueblo cristiano, San Joaquín y Santa Ana como padres de María y abuelos de Jesús.
La devoción a Santa Ana es más popular y más antigua que la de San Joaquín. Ya en el año 550, el 25 de Julio el emperador Justiniano le dedicó una basílica a Santa Ana en Constantinopla. Desde entonces, las iglesias orientales celebraron su fiesta en esa fecha. Siglos más tarde, y sobre todo a raíz de las cruzadas, esta celebración se difundió en Occidente, pero la celebración se colocó el día 26. Finalmente, en 1584 la fiesta quedó fijada para toda la Iglesia, tanto en los países orientales como en los occidentales.
El culto de San Joaquín se introduce hacia el siglo XIV, época en la que también se populariza el culto de San José. Dos siglos más tarde se consolida la fiesta que se celebraba primero el 20 de marzo. En 1738 se trasladó al domingo siguiente al 15 de agosto (Asunción de la Virgen); y finalmente, a principios del siglo XX, el Papa Pío X la fijó en el día siguiente de la Asunción, el 16 de agosto. A raíz de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, en 1969, se unió la conmemoración de los padres de María en una única fiesta, la del 26 de julio.
***
Si queremos saber acerca de ellos tendremos que acudir a los evangelios apócrifos, más especialmente al protoevangelio de Santiago.
Ana, -significa “gracia”- era oriunda de Belén, hija de Matán y de Emerenciana. Vivía en aquellos tiempos en tierras de Israel un hombre rico y temeroso de Dios llamado Joaquín -significa “Yahvé prepara”-, perteneciente a la tribu de Judá. A los veinte años había tomado por esposa a Ana, de su misma tribu, la cual, al cabo de veinte años de matrimonio, no le había dado descendencia alguna.
Santa Ana ya estéril por su avanzada edad, vivía con mucho dolor la falta de descendencia, ya que los judíos creían que no tener hijos era una maldición. Un día, al adelantarse Joaquín para ofrecer su sacrificio, un escriba llamado Rubén le cortó el paso diciéndole: “No eres digno de presentar tus ofrendas por cuanto no has suscitado vástago alguno en Israel”.
Joaquín se retira al desierto y ayuna 40 días. Un ángel le anuncia el nacimiento de su hija. La humilde súplica obtuvo una respuesta inmediata de lo Alto. Un ángel del Señor se le apareció anunciándole que iba a concebir y a dar a luz, y que de su prole se hablaría en todo el mundo. Nada más oír esto, Ana prometió ofrecerlo a Dios. Cuando se le cumplió a Ana su tiempo alumbró y al saber que había dado a luz una niña, exclamó: “Mi alma ha sido hoy enaltecida”. Y puso a su hija por nombre Miriam.
Por fin a los tres años, fue llevada la pequeña María, al Templo, para ser criada con las otras vírgenes y santas viudas que moraban en las habitaciones vecinas al templo. Allí se dedicarían a las labores, oraciones y demás servicios de Dios.
El sacerdote la recibió con estas palabras: “El Señor ha engrandecido tu nombre por todas las generaciones, pues al fin de los tiempos manifestará en ti su redención a los hijos de Israel”. Y la hizo sentar sobre la tercera grada del altar.
Y sus padres regresaron, llenos de admiración, alabando al Señor Dios porque la niña no se había vuelto atrás. Con este heroico rasgo de desprendimiento, los apócrifos cierran el capítulo dedicado a los padres de la Virgen María. Después de dejar a su hija en el Templo Ana se aleja silenciosamente. Su misión había terminado. Se cree que Joaquín y Ana decidieron venir a vivir a Jerusalén, para poder visitar a la niña frecuentemente. Joaquín muere a los 80 años y Ana a los 79.
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Ante la ausencia de datos ciertos, el pasaje de Mateo, nos sirve como marco de reflexión para la celebración de la fiesta de san Joaquín y santa Ana. Jesús alaba y llama felices a los discípulos porque, no solamente ven y escuchan lo que todos ven y escuchan, sino porque, además, pueden descubrir el paso de Dios. A diferencia de las otras bienaventuranzas que encontramos en Mateo 5, en esta, no se hace mención alguna a la condición de contrariedad o desgracia actual de los futuros bienaventurados. La felicidad aquí, es ver y entender desde ahora mismo el proyecto de Jesús. Jesús afirma que la felicidad se encuentra en el hecho de poder verlo y de oír sus palabras, porque con Él, ha llegado el tiempo definitivo (cfr. Heb 1,1-2), de tal manera que, al poner la mirada en su persona, podemos hablar de un antes y un después.
Así, Dios se sirve de unos elementos humanos como preparación del nuevo tiempo: por el hecho de formar parte de nuestra historia, el Hijo de Dios necesita una madre, y ésta será María; la Virgen también necesita unos padres que fueron Joaquín y Ana. Ellos, sin saberlo, serán los abuelos del Mesías.
La felicidad es haber descubierto la perla de gran valor. “El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra…” (Mt 13, 44-45). Así, pues, a semejanza de un tesoro o de una perla de gran valor, el Reino de Dios -el Reino de los cielos – se encontraba escondido en aquella casa de Nazaret, en la que María, hija de Joaquín y Ana, se preparaba al momento de la Anunciación.
…”Nosotros, cuando meditamos sobre el acontecimiento de la Anunciación en la plegaria del “Ángelus Domini”, pedimos que el Reino de Dios -el Reino de los cielos- esté también escondido en nuestros corazones, en nuestras familias, en todo el campo de nuestra vida, a fin de que no se malgaste este tesoro, no se pierda esta perla de tanto valor, no se pierda por ningún motivo, ya que, “¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?” …(Juan Pablo II 1981)
Por todo esto, San Juan Damasceno felicita a los santos esposos con estas palabras: « ¡Oh matrimonio feliz de Joaquín y Ana, limpio en verdad de toda culpa! Seréis conocidos por el fruto de vuestras entrañas». Qué felicidad para los padres que tienen la suerte de tener unos hijos que pueden admirar su fidelidad y agradecer su comportamiento generoso, por el cual recibieron su existencia humana y cristiana. Pero también qué felicidad para los hijos que tienen la suerte de conocer más y mejor a Jesucristo, puesto que han recibido de sus respectivos padres la formación cristiana, con el ejemplo de vida y de oración familiar.

Para discernir

¿Le damos valor a los gestos cotidianos en los que Dios nos manifiesta su proyecto de amor?
¿Buscamos a Dios en lo sencillo de la vida?
¿Le damos valor a nuestra familia y a nuestra historia?

Para rezar

Señor, Dios de nuestros padres,
que concediste a san Joaquín y a santa Ana
el privilegio de tener como hija a María,
la madre del Señor, concédenos,
por la intercesión de estos dos santos,
la salvación que has prometido a tu pueblo.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.


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