4 de agosto de 2016

JUEVES DE LA XVIII SEMANA

Seguir al resucitado por el camino del crucificado

Lectura del libro del profeta Jeremías    31, 31-34

Llegarán los días -oráculo del Señor- en que estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá. No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque yo era su dueño -oráculo del Señor-.
Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días -oráculo del Señor-: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo. Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al otro: «Conozcan al Señor.» Porque todos me conocerán, del más pequeño al más grande -oráculo del Señor-. Porque yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado. 
Palabra de Dios.

SALMO    Sal 50, 12-13. 14-15. 18-19 (R.: 12a) 
R.    Crea en mí, Dios mío, un corazón puro.

Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,
y renueva la firmeza de mi espíritu.
No me arrojes lejos de tu presencia
ni retires de mí tu santo espíritu. R.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
que tu espíritu generoso me sostenga:
yo enseñaré tu camino a los impíos
y los pecadores volverán a ti. R.

Los sacrificios no te satisfacen;
si ofrezco un holocausto, no lo aceptas:
mi sacrificio es un espíritu contrito,
tú no desprecias el corazón contrito y humillado. R.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Mateo    16, 13-23

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: « ¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?»
Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas.»
«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?» Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.» Y yo te digo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá.»
Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: « ¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.» 
Palabra del Señor.

Para reflexionar

Termina hoy la lectura de Jeremías, con una página también esperanzadora que nos anuncia una Nueva Alianza. Esta profecía de Jeremías constituye una de las cimas del Antiguo Testamento.
En el Antiguo Testamento, nunca se presenta una Alianza distinta de la del Sinaí, a pesar de haber sido tantas veces rota por el pueblo, pero siempre mantenida por la fidelidad de Dios.
Ahora, el profeta, anuncia, de parte de Dios, que a esa primera Alianza le va a seguir otra, definitiva, mucho más profunda y personal. Dios no retrocede en su deseo, y anuncia una Alianza mejor, de fe, de conocimiento de Dios, de perdón y reconciliación. Porque pondrá su ley en su interior y la escribirá en sus corazones, y no tendrán necesidad de adoctrinarse el uno al otro, ni un código de moral exterior. Dios confía totalmente en el hombre porque su ley es interiorizada.
El será su Dios y ellos serán su pueblo.
Es la Alianza que no podrá romperse, un pacto más sólido, inquebrantable que se sellará, no con sangre de animales, como la del Sinaí, sino con la propia Sangre de Jesús en la cruz.
***
En Cesarea de Filipo, haciendo un alto en el camino, Pedro debe confesar su fe. Si bien ya lo había hecho cuando vio a Jesús caminar sobre el agua, ahora lo hará de forma más solemne, más profunda, más completa. Pedro proclama la fe de la Iglesia en Jesús como Hijo de Dios, y Jesús como respuesta, lo proclama bienaventurado porque se dejó habitar por Dios.
Con esta felicitación, Jesús constituye a Pedro cabeza de su naciente Iglesia, aunque poco después tendrá que reprenderlo por tener una idea demasiado humana y equivocada de su misión. No lo acepta como el Mesías sufriente profetizado por Isaías, que entrega su vida en la cruz.
En medio de una sociedad que propugna el éxito rápido, aprender sin esfuerzo y de modo divertido, y conseguir el máximo provecho con el mínimo de labor, es fácil que acabemos viendo las cosas más como los hombres que como Dios. Humanamente, resulta costoso aceptar que los caminos de Dios, pasen muchas veces por la renuncia y el sacrificio.
Confesar a Jesús como Mesías, significa aceptar lo que esto implica: caminar su mismo camino, sin renegar del esfuerzo y del sufrimiento por la construcción del Reino. Reconocerlo y no seguirlo sería incompleto y absurdo.
Pedro junto con los primeros discípulos aparecen con estas vacilaciones, en su más cruda realidad. No son super-hombres, sino gente de carne y hueso, con virtudes y flaquezas. La obra de la gracia se realiza en la fragilidad humana.
Aquel que es cabeza de la Iglesia no lo es por sus méritos personales, sino porque Dios, le confía este servicio, que lo constituye primero entre muchos. Es Dios quien garantiza la firmeza de la Iglesia, en la lucha entre el pecado y la gracia, que se da cotidianamente en sus miembros, estructuras y acciones. Pedro, con su propia vida y en su propia muerte aprendió por dónde pasaba el camino que debía seguir.
La cruz, el camino de redención asumido por Jesús, nos purifica constantemente para que no olvidemos que el poder nos viene de Dios. Ese es también nuestro camino. Seguimos al resucitado por el camino del crucificado.
«Las tribulaciones del mundo están llenas de pena y vacías de premio; pero las que se padecen por Dios se suavizan con la esperanza de un premio eterno». San Efrén.

Para discernir

¿Cómo vivimos nuestro cristianismo?
¿Qué lugar le damos al sufrimiento y al dolor?
¿Descubro en la cruz las huellas que Jesús me marca?

Repitamos a lo largo de este día

«Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo»

Para la lectura espiritual

No hay amor más grande

…”El sacramento de la reconciliación: «Todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo»
La confesión es un acto magnífico, un acto de gran amor. Tan sólo podemos ir a ella como pecadores, portadores de pecado, y de ella sólo podemos marcharnos como pecadores perdonados, sin pecado.
La confesión no es otra cosa que la humildad puesta en acto. Anteriormente la llamábamos penitencia, pero se trata verdaderamente de un sacramento de amor, del sacramento del perdón. Cuando entre Cristo y yo se abre una brecha, cuando mi amor se resquebraja, cualquiera puede venir a llenar esta fisura. La confesión es el momento en que yo permito a Cristo quitar de mi todo lo que divide, todo lo que destruye. La realidad de mis pecados debe ser lo primero. Para la mayoría de entre nosotros el peligro que nos acecha es olvidar que somos pecadores y que debemos ir a la confesión como tales. Debemos llegarnos a Dios para decirle cuán desolados estamos por todo lo que hayamos podido hacer y que a él le ha provocado una herida.
El confesionario no es un lugar para conversaciones banales o charlatanerías. Hay un solo sujeto que preside la conversación: mis pecados, mis errores, mi perdón, cómo vencer mis tentaciones, cómo practicar la virtud, cómo crecer en el amor de Dios”… 
Beata Teresa de Calcuta (1910-1997), fundadora de la Hermanas Misioneras de la Caridad

Para rezar

La fuerza de la Vida

Creo en un Dios impotente,
débil y debilitado;
creo en un Dios que no puede;
que no triunfa. Derrotado.
Creo en un Dios ¡tan vecino!
que se vuelve un Dios-humano;
que su vida entre nosotros,
es muerte que le entregamos.
Ceo en un Dios sin poder,
hecho hombre y torturado;
y por coronas, ¡espinas!
y por respuesta, ¡insultado!
Creo en un Dios impotente,
un Dios de brazos atados;
un Dios distinto a los hombres,
poderosos, soberanos…
Creo en un Dios
que no sabe negar lo que ha declarado;
creo en un Dios impotente,
¡impotente de enamorado!
Creo en un Dios novedoso,
de novedad siempre a mano;
que genera a cada instante
lo que el amor va dictando.
Creo en un Dios generoso,
del amor crucificado;
creo en un Dios también pobre,
que tiene a los pobres al lado.
Creo en un Dios que no puede,
¡es el amor quien lo ha atado!
Creo en un Dios sin poder;
pobre… ¡Resucitado!


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