12 de febrero de 2017 – TO - DOMINGO
VI – Ciclo A
A nadie le
ordenó ser impío
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro del
Eclesiástico 15, 15-20
Si quieres, puedes observar los
mandamientos y cumplir fielmente lo que le agrada.
El puso ante ti el fuego y el agua: hacia
lo que quieras, extenderás tu mano.
Ante los hombres están la vida y la
muerte: a cada uno se le dará lo que prefiera.
Porque grande es la sabiduría del Señor,
él es fuerte y poderoso, y ve todas las cosas.
Sus ojos están fijos en aquellos que lo
temen y él conoce todas las obras del hombre.
A nadie le ordenó ser impío ni dio a nadie
autorización para pecar.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 118, 1-2.
4-5. 17-18. 33-34 (R.: 1b)
R. Felices los que
siguen la ley del Señor.
Felices los que van por un camino
intachable,
los que siguen la ley del Señor.
Felices los que cumplen sus prescripciones
y lo buscan de todo corazón. R.
Tú promulgaste tus mandamientos
para que se cumplieran íntegramente.
¡Ojalá yo me mantenga firme
en la observancia de tus preceptos! R.
Sé bueno con tu servidor,
para que yo viva y pueda cumplir tu
palabra.
Abre mis ojos,
para que contemple las maravillas de tu
ley. R.
Muéstrame, Señor, el camino de tus
preceptos,
y yo los cumpliré a la perfección.
Instrúyeme, para que observe tu ley
y la cumpla de todo corazón. R.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la primera carta del apóstol
San Pablo
a los cristianos de
Corinto 2, 6-10
Hermanos:
Es verdad que anunciamos una sabiduría
entre aquellos que son personas espiritualmente maduras, pero no la sabiduría
de este mundo ni la que ostentan los dominadores de este mundo, condenados a la
destrucción.
Lo que anunciamos es una sabiduría de
Dios, misteriosa y secreta, que él preparó para nuestra gloria antes que
existiera el mundo; aquella que ninguno de los dominadores de este mundo
alcanzó a conocer, porque si la hubieran conocido no habrían crucificado al
Señor de la gloria.
Nosotros anunciamos, como dice la Escritura,
lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó
para los que lo aman.
Dios nos reveló todo esto por medio del
Espíritu, porque el Espíritu lo penetra todo, hasta lo más íntimo de Dios.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según San
Mateo 5, 17-37
Jesús dijo a sus discípulos:
No piensen que vine para abolir la Ley o
los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.
Les aseguro que no desaparecerá ni una i
ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que
todo se realice.
El que no cumpla el más pequeño de estos
mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor
en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será
considerado grande en el Reino de los Cielos.
Les aseguro que si la justicia de ustedes
no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los
Cielos.
Ustedes han oído que se dijo a los
antepasados: No matarás, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero
yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser
condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado
por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego.
Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda
en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja
tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces
vuelve a presentar tu ofrenda.
Trata de llegar en seguida a un acuerdo
con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te
entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no
saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.
Ustedes han oído que se dijo: No cometerás
adulterio. Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió
adulterio con ella en su corazón.
Si tu ojo derecho es para ti una ocasión
de pecado, arráncalo y arrójalo lejos de ti: es preferible que se pierda uno
solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena. Y si tu
mano derecha es para ti una ocasión de pecado, córtala y arrójala lejos de ti:
es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo
sea arrojado a la Gehena.
También se dijo: El que se divorcia de su
mujer, debe darle una declaración de divorcio. Pero yo les digo: El que se
divorcia de su mujer, excepto en caso de unión ilegal, la expone a cometer
adulterio; y el que se casa con una mujer abandonada por su marido, comete
adulterio.
Ustedes han oído también que se dijo a los
antepasados: No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor.
Pero yo les digo que no juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el
trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por
Jerusalén, porque es la Ciudad del gran Rey. No jures tampoco por tu cabeza,
porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos.
Cuando ustedes digan «sí», que sea sí, y
cuando digan «no», que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno.
Palabra del Señor.
Para reflexionar
En la disyuntiva entre fuego y agua, entre
muerte y vida la primera lectura nos presenta con claridad el criterio
respecto a la moral: guardar los mandatos de Dios, cumplir su voluntad. Somos
libres y es esa libertad lo que da también valor a nuestra
aceptación de la voluntad de Dios. Creemos que el éxito en la vida es
haber sabido elegir el camino que Dios nos muestra. Él nos conoce y es más
íntimo a nosotros que nosotros mismos.
***
Para san Pablo la actitud de los cristianos
debe ser fruto de una “sabiduría”, “que no es de este mundo ni de los
príncipes de este mundo”. El mundo en el sentido bíblico, contrario al reino de
Dios, no puede comprender el alcance de las normas contenidas en el
sermón de la montaña, porque todas esas normas suponen la aceptación del
designio de amor de Dios sobre los hombres, designio manifestado a través del
mensaje y la vida de Jesús.
***
El fragmento del sermón de la montaña que
acabamos de escuchar nos ha manifestado las exigencias propias de la
manera de ser cristiana, es decir, del modo de actuar de los discípulos
de Cristo, que tiene que ser superior y distinto al proceder legalista de “los
letrados y fariseos”.
Esta nueva manera de cumplir la Ley en su
plenitud no se trata de una hermenéutica más perfecta de la letra de la Ley,
sino de la interiorización de su espíritu.
Jesús no ha venido a abolir la ley, pero a
llevarla a cabo, a darle ese “plus” que la hace superar como ley y mueve a la
aceptación como elección interior.
La justicia de los escribas y fariseos se
limitaba al cumplimiento de los artículos de la ley. La justicia que propone
Jesús no depende de eso exclusivamente, sino del hecho de que la plenitud de
los tiempos, la realización más plena del hombre se realizan en Cristo. Él es
el intérprete definitivo de la ley nueva, al poner de relieve las exigencias
profundas de la voluntad de Dios, que él ha venido a cumplir y dar plenitud
“hasta la última letra o tilde”. Sin quedarse en las minucias, nos enseña que
para pertenecer al “reino” hay que vivir en fidelidad y coherencia total con la
voluntad de Dios. Cristo establece un nuevo criterio de evaluación moral: la
intención personal.
A través contraposiciones Jesús expone
claramente la diferencia que se da entre la Ley promulgada en el Antiguo
Testamento y la nueva Ley que Él ha venido a proclamar en nombre de Dios.
La nueva Ley no supone la abolición o supresión de la antigua, sino una
superación en la línea de la profundidad. Si la antigua Ley prohibía y
castigaba sólo la acción externa, la Ley de Cristo condena la actitud
interior. Principio del formulario
El “plus” de la nueva ley pasa por el
corazón que, movido por la fuerza del Espíritu, decide la actitud más verdadera
y más radical. Esta es una exigencia superior a la de la ley, el “plus” con el
que Cristo la completa y la lleva a la perfección. El verdadero cumplimiento de
la Ley de Dios se da cuando está en juego la responsabilidad y la
libertad del hombre.
No basta no matar, es preciso no odiar. No
basta no cometer adulterio, es preciso no desear la mujer de otros. No basta
lavarse las manos antes de comer, hay que “purificar” el interior del hombre.
No basta levantar monumentos a los
profetas, es necesario no hacerlos matar. No basta rezar sin cesar, se hace
imprescindible tener fe en la bondad de Dios. No bastan los sacrificios, no
sirve a nadie los actos de culto y la estricta observancia de los preceptos más
insignificantes si no se pone en el primer lugar de la propia vida moral la
justicia, la misericordia y la fe.
La ley viene impuesta al hombre desde el
exterior. Jesús no se limitó a una espiritualización de la ley, Él apunta
a la voluntad, al corazón. Lo “nuevo” que aporta Cristo es un más que no
depende solo del cumplimiento sino de la motivación del corazón del que brotan
nuestras acciones. El “plus” está en Cristo que no sólo dice: “pero yo les
digo” sino que lleva la delantera con su ejemplo amando a los enemigos,
soportando el sufrimiento y la persecución, sirviendo como expresión concreta
del amor. Se adelanta y se convierte en modelo de la fuerza de la ley, que
posee la ley suprema e interior del amor que nos viene como don del
Espíritu Santo.
Las palabras de Jesús invitan al cristiano
a algo “más”, un “más” en convivencia entre los hombres. No basta no matar el
hermano, es imprescindible respetarlo, tomarlo en serio, no sentirse superior a
él. Se puede matar con las palabras, con un juicio duro, con una actitud
despectiva. Se puede matar el hermano relegándolo al aislamiento y a la
marginación, apagando su entusiasmo y sus proyectos de bien, no permitiéndole
expresarse libremente. Los marginados, los ancianos, los débiles mentales, “los
excluidos” son asesinados por nuestro cruel desinterés, por nuestro
aislamiento, por nuestro dedo levantado… No se puede cumplir con Dios si el
hermano es deshonrado, porque Dios vive cada hermano que nos encontramos,
especialmente en los más pobres, en los pequeños, en los humildes, en los
despreciados.
Un “plus” en el amor y en la sinceridad.
El amor del hombre y la mujer no son simplemente el deseo y búsqueda egoísta de
su satisfacción. El amor es querer el bien de amado, es encuentro libre y
liberador. Un amor verdadero se arraiga en la totalidad de la persona, se
inscribe en la única corriente de amor que es Dios, un amor que dona al hijo:
un regalo total, porque Cristo ha dado su vida por nosotros; un amor que “ha
prometido estar presente en aquellos que lo aman y en los corazones rectos y
sinceros que conservan su palabra”.
Cristo da un “plus” a la ley judía que
prohíbe la mentira dándole fuerza a la palabra y haciendo inútil el juramento.
Las palabras están hechas para que nos permitan dar a conocer a los demás
nuestros pensamientos, sentimientos, valores… nuestra interioridad. Engañar a
los demás es no entender el signo de la palabra, convirtiéndola en un medio de
la división y la confusión en vez de la claridad y la comunión.
Jesús nos pide una fe encarnada, una fe
que se refleje en las actitudes individuales y colectivas, en las relaciones
sociales, una fe que se refleje en el trabajo, en el sentido de la justicia, en
el compromiso con los débiles, en el respeto al hombre, en la capacidad de
diálogo y de comprensión, en la expulsión de la intolerancia, del insulto, de
la agresividad, en la apertura a un amor centrado en Dios, capaz de resistir el
desgaste del tiempo y de la desilusión.
Esta manera de creer es la sabiduría más
alta, la sabiduría que no es de este mundo, como nos dice san Pablo. Como
cristianos, estamos llamados a compartir y anunciar esta sabiduría del
evangelio, en la que todos los hombres somos una sola familia en un solo mundo.
Lo demás son pretextos, excusas, formalismos legales, pero inmorales. Una fe
arraigada en la vida que sea capaz de iluminar al mundo dándole sentido y
llevándolo a experimentar que es posible que el hombre deje de ser enemigo del
hombre para convertirse en hermano.
Para discernir
¿Qué conversión me pide la palabra de este
día?
¿Escucho alguna invitación a crecer en
libertad y verdad interior?
¿Qué oración brota de mi corazón frente a
la palabra recibida?
Repitamos a lo largo de este día
…Que venga tu Reino Señor…
Para la lectura espiritual
La Ley enraizada en nuestros corazones
En la Ley hay preceptos naturales que nos
dan ya la santidad; incluso antes de dar Dios la Ley a Moisés, había hombres
que observaban estos preceptos y quedaron justificados por su fe y fueron
agradables a Dios. El Señor no abolió estos preceptos sino que los extendió y
les dio plenitud. Eso es de lo que nos dan prueba sus palabras: «Se dijo a los
antiguos: no cometerás adulterio. Pues yo os digo: el que mira a una mujer
casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior.» Y también: «se
dijo: no matarás. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano sin
motivo tendrá que comparecer ante el tribunal» (Mt 5,21s)… Y así todo lo que
sigue. Todos estos preceptos no implican ni la contradicción ni la abolición de
los precedentes, sino su cumplimiento y extensión. Tal como el mismo Señor
dice: «Si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino
de los Cielos (Mt, 5,20).
¿En qué consiste este ir más allá?
Primeramente en creer no sólo en el Padre, sino también en el Hijo manifestado
en lo sucesivo, porque él es quien conduce al hombre a la comunión y unión con
Dios. Después, en no tan sólo decir, sino en hacer –porque «dicen pero no
hacen» (Mt 23,3)- y guardarse, no sólo de cometer actos malos, sino también de
desearlos. Con estas enseñanzas, él no contradecía a la Ley, sino que la
llevaba a su cumplimiento, a su plenitud y ponía en nosotros la raíz de las
prescripciones de la Ley… Prescribir, no sólo de abstenerse de los actos
prohibidos por la Ley, sino incluso de su deseo, no es de alguien que
contradice y adolece la Ley, sino el hecho de quien la cumple y extiende.
San Ireneo de Lyón (hacia 130-hacia 208), obispo,
teólogo y mártir
Contra las herejías IV, 13,3
Para rezar
Padre Nuestro Misionero
Padre nuestro que estás en el cielo
Creemos ¡oh Dios! que eres nuestro Padre
porque nos lo ha revelado Jesús.
Pero hay una multitud de hombres que
todavía ignoran el amor de tu corazón paternal y no saben rezarte la oración
que tu mismo Hijo nos enseñó.
Santificado sea tu nombre
Padre, en tu nombre está encerrado el
mensaje de tu amor y la historia de nuestra salvación. Anunciando a los pueblos
tu paternidad, la Iglesia misionera te hace conocer a Ti y a tu enviado
Jesucristo.
Venga a nosotros tu Reino
Porque sólo en tu Reino, llegamos a ser
hijos tuyos y hermanos entre nosotros.
Tu Reino de paz, de fe y caridad implantan
los misioneros en el corazón de la humanidad.
Hágase tu voluntad
Conocerte a Ti, reconocerte en Cristo y
amarte en el Espíritu Santo es tu voluntad.
Sálvanos, Padre, para que podamos salvar a
nuestros hermanos y se cumpla así el deseo de tu hijo: “que haya un sólo rebaño
y un sólo pastor”.
Danos hoy nuestro pan de cada día
“No sólo de pan vive el hombre, sino de
toda palabra que sale de la boca de Dios” y este pan de tu palabra el mundo lo
reclama. Envía predicadores de tu Evangelio para saciar a la multitud
hambrienta y sedienta de justicia y amor.
Perdona nuestras ofensas
Porque hemos pensado poco en nuestro deber
de llevar a los que no te conocen la fe que recibimos gratuitamente.
Perdónanos, Señor, porque no comprendemos todavía, la grandeza de la
misericordia hacia los más necesitados.
No nos dejes caer en la tentación
En la tentación de escandalizarnos, ni de
desconfiar de tu providencia amorosa ante aquellos que o creen, después de dos
mil años de la muerte en la cruz de tu Hijo por nosotros.
Líbranos del mal
Del mal de ser insensibles a las
necesidades de los que aún no te conocen. De este mal de la indiferencia,
líbranos, Señor.
Amén.
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