12 de marzo de 2017

12 de marzo de 2017 - TIEMPO DE CUARESMA – DOMINGO II – Ciclo A

¡Escúchenlo!

PRIMERA LECTURA
Lectura del libro del Génesis    12, 1-4a

    El Señor dijo a Abraham:
    «Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré al que te maldiga, y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra.»
    Abraham partió, como el Señor se lo había ordenado.
Palabra de Dios.

SALMO    
Sal 32, 4-5. 18-19. 20 y 22 (R.: 22) 
R.    Señor, que tu amor descienda sobre nosotros,
       conforme a la esperanza que tenemos en ti.

    La palabra del Señor es recta 
    y él obra siempre con lealtad;
    él ama la justicia y el derecho, 
    y la tierra está llena de su amor. R.

    Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, 
    sobre los que esperan en su misericordia, 
    para librar sus vidas de la muerte 
    y sustentarlos en el tiempo de indigencia. R.

    Nuestra alma espera en el Señor:
    él es nuestra ayuda y nuestro escudo. 
    Señor, que tu amor descienda sobre nosotros, 
    conforme a la esperanza que tenemos en ti. R.

SEGUNDA LECTURA
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo
a Timoteo    1, 8b-10

    Querido hermano:
    Comparte conmigo los sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio, animado con la fortaleza de Dios. El nos salvó y nos eligió con su santo llamado, no por nuestras obras, sino por su propia iniciativa y por la gracia: esa gracia que nos concedió en Cristo Jesús, desde toda la eternidad, y que ahora se ha revelado en la Manifestación de nuestro Salvador Jesucristo.
    Porque él destruyó la muerte e hizo brillar la vida incorruptible, mediante la Buena Noticia.
Palabra de Dios.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Mateo    17, 1-9

    Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. 
    Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡Qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» 
    Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo.» 
    Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo.»
    Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.» 
Palabra del Señor.

PARA REFLEXIONAR

Alguien de modo exagerado ha dicho que «este mundo es un inmenso cementerio de esperanzas». Sin lugar a dudas en nuestro tiempo reina el desencanto. Estamos de vuelta de muchas grandes ilusiones y tenemos miedo al futuro incierto y con frecuencia amenazador. Parece que no hubiera más razones para la esperanza. A pesar de los avances y logros el hastío, el descontento, la tristeza, la  incomunicación, la angustiosa soledad son enfermedades galopantes que aquejan a  muchísimos hombres y mujeres. Pareciera que: «A mayor escala de confort y de  adelantos va correspondiendo irremediablemente una mayor carga de desilusiones». Quizás sea porque todo lo que se ha alcanzado no llega a descubrirnos la meta final de la vida. Todo lo que aparentemente nos llena solamente sirve para tapar por un momento el dolor que nos producen aquellas cosas de la vida que no nos animamos a mirar de frente.
Esperar contra toda esperanza se presenta como una gran virtud y como una sabia actitud. Esperar contra toda esperanza además de ser una virtud cristiana es también una actitud inteligente que posibilita ver la vida con otros ojos.
***
En la primera lectura Dios llama a Abrahán a emprender un camino incierto que tendrá que ir descubriendo, pero un camino que será de “bendición”, es decir, de vida. Para Abrahán, hace 40 siglos, era una tierra nueva y un gran pueblo,.
San Pablo nos habla de que “una vida santa” es posible porque Dios, por Jesucristo, “destruyó la muerte y sacó a luz la vida inmortal”. La carta a Timoteo nos describe la meta humana como la adecuación de nuestra vida con el plan de Dios, el  cumplimiento de la vocación irrenunciable que Él ha señalado a todo hombre.
El domingo pasado se centraba nuestra atención en nuestra situación y condición de pecadores. Este domingo, en cambio, se nos presenta con fuerza la meta: la Resurrección.
La tentación viene a colocarse al comienzo del camino que conduce a la realización del proyecto del reino, y acecha a todo lo largo de él. La tentación pretende esencialmente acortar el camino, alcanzar una transfiguración prematura apoyándose en las propias fuerzas; quiere pasar por encima etapas, quiere rehuir de todo tipo de esfuerzo y sufrimiento.
San Mateo nos cuenta el acontecimiento de la Transfiguración como un anticipo de la gloria del Señor Jesús que es un anticipo de la condición a que está llamado el discípulo, que, hijo en el Hijo, alcanzará la novedad de la vida del mismo Dios. Un pasaje esperanzador que, paradójicamente, tiene lugar en el camino hacia Jerusalén, camino de Pasión que el Hijo del Hombre tenía que padecer.
***
También nosotros, como Pedro, quisiéramos “eternizar” los momentos de gozo y permanecer ausentes de la lucha que se libra cada día. Sin embargo, es necesario bajar al lugar de nuestro vivir cotidiano, al asfalto, con su  aburrimiento, fatiga y contradicción.
No se puede llegar a la Resurrección sin pasar por la muerte. No se puede llegar a la gloria sin pasar por la Cruz. No se puede disfrutar la gloria sin la experiencia del sepulcro. No se puede llegar a la conversión sin el esfuerzo y la lucha personal.
La muerte, y todo lo que ella significa sigue presente en nuestro camino, pero Dios este domingo nos asegura que la muerte ha sido destruida, que tiene y tendrá más fuerza la vida, el amor; todo lo que afirmaremos y celebraremos en la gran fiesta de Pascua.
Estamos destinados a ser transformados según la imagen de Cristo. Nuestra transformación plena no llegará hasta el momento de la resurrección. Mientras tanto queda un largo caminar, un gran esfuerzo que realizar.
Levantarse y bajar del monte fueron dos exigencias de Jesús que deben seguir sonando en nuestros oídos para vencer la tentación de apartarnos de un mundo despreciable y solamente limitarnos a quejarnos o rezar por él. Bajar de la montaña a la vida tiene riesgos que exigen valentía y decisión, que comportan dejar la comodidad de nuestra tienda, el buen ambiente en el que nos movemos, el status que hemos alcanzado, la seguridad con la que caminamos. Bajar de la montaña nos compromete a despertarnos y a no justificar con el Evangelio en la mano, lo no justificable y dejar “para la vida eterna” lo que estamos obligados a conseguir en el presente.
Cristo mismo bajó de la montaña, y no ignoró ningún problema de su tiempo, no pasó de largo por ninguna petición de los hombres, no demoró respuestas.
Para que el hombre pueda transfigurarse y resplandecer tiene que escuchar al Hijo amado de Dios. Toda la Cuaresma es una escucha intensa de la Palabra que salva. El discípulo tiene que reconocer en el “desfigurado al “transfigurado”, al Hijo de  Dios que pide que confiemos de Él, que no dudemos recorrer su camino, afrontando  también los “pasos” más dolorosos.
El discípulo no es el hombre de las visiones y de los éxtasis, sino de la escucha. Escuchar para encarnar el Evangelio, dejarse poner en discusión por sus palabras. Escuchar no para saber más o para satisfacer la curiosidad, sino para realizar el proyecto de Dios sobre  nosotros y sobre el mundo. Se escucha, no para ensanchar nuestros conocimientos teóricos sino para  ensanchar nuestro compromiso.
El discípulo es alguien que de alguna manera, ha estado en el monte Tabor y ha experimentado a Jesús como mensaje inagotable y viviente de Dios. Alguien que ha recibido la fe. Y creer es siempre hacer camino, lanzarse a la  aventura apoyándose en la Palabra y la Fuerza de Dios. La fe no santifica nuestro conformismo, nuestra pasividad.
La fe  nos mueve a buscar y a construir un mundo más justo, más fraterno, dejando atrás el mundo viejo lleno de injusticia, de sufrimientos, de desigualdades y de mentira.
Creer en Él supone hacer su mismo camino. La Iglesia es un pueblo de caminantes. La esperanza nos anima ante todos los fracasos y relativiza todos los éxitos; convierte en punto de arranque los logros y hace caminar la historia, no viviendo de triunfos pasados sino mirando hacia adelante.
La transfiguración nos da la seguridad de que en la entrega por, y con los demás, en el trabajo por el reino en favor de la humanidad se alcanza la plena realización humana. La transfiguración nos anuncia que la muerte de Cristo en la cruz no fue el final. Nos ayuda a unir la muerte y la resurrección de Jesús a nuestras muertes cotidianas esperadas e imprevistas que esperan ser resucitadas. Muerte y resurrección forman un único acontecimiento salvador.
En la experiencia de una vida evangelizada y evangelizadora descubrimos la promesa que se hace realidad y que apunta a una nueva promesa mucho más grande. Así caminamos hacia la Pascua, haciendo Pascua; transfigurando la vida.
Una Iglesia que se anima a desinstalarse y a dar el paso de dejarse conducir por los caminos nuevos del espíritu es la Iglesia que hace eco en su corazón la invitación del Padre a escuchar a su Hijo.

PARA DISCERNIR

¿Cómo buscamos a Cristo?
¿Cuánto somos capaces de abrir los ojos para ver a Cristo?
¿Hasta qué punto nos atrevemos a ir descubriéndolo en todo lo que nos pasa?

REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DIA

Envíame tu luz y tu verdad; y que ellas me guíen hasta tu morada

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

…Por un instante, el día de la transfiguración [Pedro, Santiago y Juan] contemplan la maravilla de una carne divinizada, de un rostro que transparenta el esplendor de la vida eterna: el rostro de Cristo resplandece con toda la luz de Dios.
El cuerpo humano puede ser transfigurado y tiene también un mensaje de luz que comunicar [...]. Nuestro cuerpo tiene una vocación espiritual, una vocación divina. Nuestro cuerpo es el primer Evangelio porque el testimonio de la presencia divina en nosotros debe pasar a través de la expresión de nuestro rostro, a través de nuestra apertura, nuestra benevolencia, nuestra sonrisa. Aquel don interior que es la gloria de Jesucristo está en nosotros. Lo más sublime del hombre es que puede aún más; está llamado a revelar a Dios. Hay en nosotros una belleza secreta, maravillosa, inagotable. Cristo no ha venido sólo a salvar nuestras almas; Cristo ha venido a revelar a Dios al hombre, a revelar el hombre al hombre; ha venido para que el hombre se realice en toda su grandeza, su dignidad, su belleza. Estamos llamados a la grandeza, al gozo, a la juventud, a la dignidad, a la belleza, a irradiar a Dios, a la transfiguración de todo nuestro ser comunicado con la luz divina.
Llevamos en nosotros el tesoro de la vida eterna, la realidad de la presencia infinita que es el Dios viviente. Hoy y en todos los instantes de nuestra vida estamos llamados a manifestar a Dios. Olvidemos toda nuestra negatividadnuestra pesadez, nuestras fatigas, nuestras limitaciones y las de los demás. ¿Qué importa todo eso desde el momento en que Dios está en nosotros, en que Dios vive, en que nos ha regalado su canto, su gracia y su belleza; desde el momento en que hoy debemos penetrar en la nube de la transfiguración para salir revestidos de Dios, llevando en nuestro rostro el gozo de su amor y la sonrisa de su eterna bondad? 
M. Zundel, La palabra como una fuente, Sillery 1998, 228s.

PARA REZAR

El monte Tabor. La transfiguración.
La nube envolvente de la dicha.
La palabra de Dios afirmativa:
Sí, hijo mío.
La muerte y la pasión ya no importan.
Si hay Tabor ¿qué importa todo?
Un segundo de Tabor es suficiente
para llenar la vida,
para explicar la vida,
para explicar la muerte.
Una ráfaga de su blanca luz
ilumina todas las noches,
aun las más tristes.
Un poco de Tabor es lo que pido,
sólo un pequeño chispazo
sobre la tristeza
y el cansancio de mi corazón,
un poco más de Tabor
sobre la noche del mundo. 

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