Dame
agua viva para que no tenga más sed
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro del Éxodo
17, 1-7
El pueblo, torturado por la sed, protestó contra
Moisés diciendo: « ¿Para qué nos hiciste salir de Egipto? ¿Sólo para hacernos morir
de sed, junto con nuestros hijos y nuestro ganado?»
Moisés pidió auxilio al Señor, diciendo: « ¿Cómo tengo
que comportarme con este pueblo, si falta poco para que me maten a pedradas?»
El Señor respondió a Moisés: «Pasa delante del pueblo,
acompañado de algunos ancianos de Israel, y lleva en tu mano el bastón con que
golpeaste las aguas del Nilo. Ve, porque yo estaré delante de ti, allá sobre la
roca, en Horeb. Tú golpearás la roca, y de ella brotará agua para que beba el
pueblo.»
Así lo hizo Moisés, a la vista de los ancianos de
Israel.
Aquel lugar recibió el nombre de Masá -que significa
«Provocación»- y de Meribá -que significa «Querella»- a causa de la acusación
de los israelitas, y porque ellos provocaron al Señor, diciendo: « ¿El Señor
está realmente entre nosotros, o no?»
Palabra de Dios.
SALMO Sal 94, 1-2. 6-7d-9 (R.:
7d-8a)
R. Ojalá hoy escuchen la voz
del Señor:
«No
endurezcan su corazón.»
¡Vengan, cantemos con júbilo al Señor,
aclamemos a la Roca que nos salva!
¡Lleguemos hasta él dándole gracias,
aclamemos con música al Señor! R.
¡Entren, inclinémonos para adorarlo!
¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó!
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros, el pueblo que él apacienta,
las ovejas conducidas por su mano. R.
Ojalá hoy escuchen la voz del Señor:
«No endurezcan su corazón como en Meribá,
como en el día de Masá, en el desierto,
cuando sus padres me tentaron y provocaron,
aunque habían visto mis obras.» R.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de Roma 5,
1-2. 5-8
Hermanos:
Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con
Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo.
Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en
la que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria
de Dios.
Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor
de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos
ha sido dado.
En efecto, cuando todavía éramos débiles, Cristo, en
el tiempo señalado, murió por los pecadores.
Difícilmente se encuentra alguien que dé su vida por
un hombre justo; tal vez alguno sea capaz de morir por un bienhechor.
Pero la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió
por nosotros cuando todavía éramos pecadores.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Juan 4, 5-42
Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar,
cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el
pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era
la hora del mediodía.
Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le
dijo: «Dame de beber.»
Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar
alimentos.
La samaritana le respondió: « ¡Cómo! ¿Tú, que eres
judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Los judíos, en efecto, no
se trataban con los samaritanos.
Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios y
quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú misma se lo hubieras pedido, y él
te habría dado agua viva.»
«Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el
agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más
grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo
mismo que sus hijos y sus animales?»
Jesús le respondió: «El que beba de esta agua tendrá
nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a
tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará
hasta la Vida eterna.»
«Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no
tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla.»
Jesús le respondió: «Ve, llama a tu marido y vuelve
aquí.»
La mujer respondió: «No tengo marido.»
Jesús continuó: «Tienes razón al decir que no tienes
marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso
has dicho la verdad.»
La mujer le dijo: «Señor, veo que eres un profeta.
Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén
donde se debe adorar.»
Jesús le respondió: «Créeme, mujer, llega la hora en
que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre. Ustedes adoran lo
que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene
de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los
adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben
hacerlo en espíritu y en verdad.»
La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, llamado
Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo.»
Jesús le respondió: «Soy yo, el que habla contigo.»
En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron
sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: «
¿Qué quieres de ella?» o « ¿Por qué hablas con ella?»
La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad
y dijo a la gente: «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice.
¿No será el Mesías?»
Salieron entonces de la ciudad y fueron a su
encuentro.
Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús,
diciendo: «Come, Maestro.» Pero él les dijo: «Yo tengo para comer un alimento
que ustedes no conocen.»
Los discípulos se preguntaban entre sí: « ¿Alguien le
habrá traído de comer?»
Jesús les respondió:
«Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió
y llevar a cabo su obra. Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la
cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están
madurando para la siega. Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para
la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma
alegría. Porque en esto se cumple el proverbio: “Uno siembra y otro cosecha.”
Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y
ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos.»
Muchos samaritanos de esa ciudad habían creído en él
por la palabra de la mujer, que atestiguaba: «Me ha dicho todo lo que hice.»
Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús,
le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más
creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: «Ya no creemos por
lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es
verdaderamente el Salvador del mundo.»
Palabra del Señor.
Para
reflexionar
El pueblo que atraviesa el desierto se encuentra cansado
y sediento. La promesa de una tierra que mana leche y miel sacó a los
israelitas de la esclavitud de Egipto, pero de camino hacia la tierra
prometida, apenas liberado de una servidumbre, en la libertad del desierto les
faltó el agua y, con ella, la esperanza. Quedan lejos los proyectos optimistas
y sólo ven peligros, dificultades y sequía. Comenzaron así a sospechar de la
promesa y de quién la había hecho, comenzaron a murmurar y dudar de Moisés y de
quién lo había enviado: « ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?». Y el
Señor, para cumplir lo que promete y demostrar que no habla en vano, hizo
saltar el agua de la roca para que bebiera su pueblo y no le faltara ni el
agua, ni la esperanza.
***
San Pablo, hoy, define nuestra condición de cristianos:
salvados por haber creído en Cristo, reconciliados con Dios, llenos de sus
dones. El mayor de los dones es el Espíritu Santo que nos ha sido dado, don
inmerecido e inesperado, como el agua de las fuentes de agua que brotaron del
Horeb para saciar la sed del pueblo. De esto es de lo que debe gloriarse el
cristiano, de creer y experimentar la gracia que nos llega por medio del
Espíritu de Dios.
***
El evangelio nos ofrece una de las escenas y diálogos
mejor construidos de San Juan. Los samaritanos proceden de la unión de tribus
asirias y de judíos del reino del Norte antes de su destrucción. Después se
llegó a un verdadero cisma entre judíos y samaritanos. Los samaritanos se
opusieron a la construcción del nuevo Templo de los judíos y construyeron otro
santuario para ellos en el monte Garizim que fue destruido en el año 129 a C.
Los samaritanos se consideran descendientes de los Patriarcas, y estaban
orgullosos del pozo que decían les había dejado su padre Jacob por medio de
José. Un judío religioso debía evitar todo contacto con los samaritanos que
eran considerados no solamente impuros, sino herejes, por lo tanto, lo que
menos se podía pensar era en pedirle a ellos de comer o beber.
El encuentro de Jesús con la samaritana se describe
con abundancia de detalles. Todo es normal: mediodía, la hora de la sed;
después de un largo viaje, Jesús está cansado, tiene sed y pide agua. La mujer
iba a buscar agua, como cada día al pozo del padre Jacob, donde bebieron él y
sus hijos y sus ganados.
Entre Jesús y aquella mujer samaritana había una
tremenda barrera religiosa, y además la barrera que significaba que él era
hombre y ella, mujer. Jesús prescinde de estos
condicionamientos. Él es, y se presenta ante todo como un ser humano
necesitado.
Pero Jesús, pidiendo un favor le ofrece a cambio otro
favor, le ofrece otra agua, otro manantial. La mujer lo entiende desde la
rivalidad religiosa existente: “¿De dónde sacas el agua?” Pero Jesús no plantea
un pozo judío frente a otro samaritano. Habla del agua viva que hace que el que
beba de ella no vuelva a tener sed. Jesús no quita valor al agua del pozo de
Jacob, sino que se limita a poner de relieve su insuficiencia. Cristo no
condena las aguas de la tierra, sino que ofrece el agua que salta hasta la vida
eterna. Promete Jesús la satisfacción plena, habla de agua que da vida, porque
es don.
La experiencia diaria de las idas y venidas al pozo,
del cansancio asumido para apagar la sed, se convierten en el escalón que lleva
finalmente hasta la petición. La samaritana, que sólo pensaba en el agua para
el uso de todos los días le pide que le de esa agua; así no tendrá que venir al
pozo a sacarla.
Jesús antes de dar el agua del evangelio exige
sinceridad y conversión. La sed de la samaritana es búsqueda e insatisfacción.
Esta mujer, tiene sed de felicidad. La está buscando y no está satisfecha: ya
ha tenido cinco maridos y no es feliz. La presencia de este desconocido que ha
leído en su corazón, la inquieta, y busca desviar la conversación hacia
polémicas religiosas. La samaritana se olvida del agua, del pozo, del cántaro y
ahora le preocupa el culto a Dios; piensa que “la relación con Dios es cultual”
y recibe la corrección del Maestro: no se trata de elegir entre templos, en la
nueva relación con Dios desaparece el culto localizado y ritual. El Agua Viva,
el Espíritu, el don gratuito de Dios, desborda la de los aljibes de Jerusalén y
Garizim.
El nuevo nombre de Dios es “Padre”, y el culto se
realizará en el marco de la relación de hijos con su padre Dios y un vínculo
nuevo con los demás hombres. El culto verdadero será la práctica del amor,
expresión del Espíritu que se derrama en el corazón de los hombres.
El homenaje al Padre ya no puede consistir en un culto
ritual. No hay dos esferas, la de Dios y la de la vida; la existencia misma,
dedicada al bien de los demás, es el culto por el que se adora al Padre. El
amor alumbra inmediatamente la nueva comunidad humana. Un Dios que ha derribado
muros y altares de holocaustos ha invadido la vida.
***
Jesús con una respetuosa pedagogía va conduciendo la
conversación desde el agua material hasta la espiritual.
La sed de la samaritana puede entenderse como la sed
de la humanidad, que no encuentra satisfacción ni seguridad en sus ídolos y
camina a ciegas de un dios a otro, de un templo a otro. Es la sed de la
humanidad doliente que no encuentra al Dios que la salve verdaderamente, la
libere y la llene de luz.
La sed de Jesús es espiritual. Pide de beber a la
samaritana, para que ella le pida de beber. Tiene sed de ver al Espíritu
derramado en el corazón de los hombres, para que puedan tener sed de Dios y
amarlo con deseo ferviente. Pide de beber el que puede saciar a todos los
sedientos. El amor tiene sed de amar. Tenía sed de la justicia que regala Dios.
Jesús recogía la sed de todos los hombres, siendo Él quien únicamente puede
saciar esa sed. Es Jesús quien ofrece a la samaritana y a todos los hombres el
agua viva que sacia plenamente.
También nosotros tenemos sed. Sed de verdad, de
seguridad, de amor, de sentido de la vida. Sin formularlo explícitamente,
tenemos sed de salvación. Sentir sed, y saberlo, es una de las condiciones para
recorrer con esperanza y sentido el camino hacia la vida plena, el camino hacia
la Pascua. La vida verdadera, la que sacia el corazón humano, no está fuera del
hombre: brota de sí mismo. Jesús no nos proporciona el agua viva desde el
exterior: nos descubre a cada uno el misterio que se realiza cuando permitimos
que el Espíritu obre en nosotros.
Igual que para la Samaritana, el primer paso para
acceder al agua viva es la sinceridad con nosotros mismos. Superar la sutil y
enorme barrera que nos impide ver más allá de lo que queremos ver, mintiéndonos
a nosotros mismos.
El que beba de esta agua nunca más tendrá sed. Jesús
promete la satisfacción plena: cumplir nuestros anhelos más hondos, calmar
nuestros dolores más profundos, liberar nuestras pasiones más esclavizantes,
satisfacer nuestras hambres, llenar nuestras ausencias y avivar nuestras
esperanzas.
En medio de las múltiples respuestas que el mundo de
hoy nos ofrece, ésta es la única creíble. Nuestra sed no quedará nunca
satisfecha si acudimos a otras fuentes de agua. El «Yo soy» de Jesús sigue
siendo la respuesta más entrañable a nuestra sed, a nuestra fatiga, a nuestra
desesperanza sea cual sea nuestro estado personal humano y cristiano. Siguiendo
su camino, buscando lo mismo que Él, nuestra vida será como un torrente de agua
en medio del desierto, como una fuente viva que todo lo llena, que todo lo
fecunda.
Jesús quiere conducir nuestra vida de fe hacia una
nueva calidad de vida que se realiza en el amor, y por él hacernos pasar del
agua de la ley al agua del Espíritu, del agua del temor al agua del amor, del
agua de las obras al agua de la gracia, del agua de la esclavitud al agua de la
filiación, del agua de la debilidad al agua de la fortaleza.
Y el origen de tanta dicha está en su Espíritu,
derramando sobre nosotros un manantial de paz, de gozo, de luz, de fuerza, de
amor. El Espíritu que hace que Dios tenga su casa y su altar en el corazón del
hombre y los hace fuente de vida.
Desde esta novedad, el verdadero culto consiste en
testimoniar que Dios es Padre con una vida de verdaderos hijos suyos y hermanos
de todos los hombres.
Cuando nuestros gestos rituales manifiestan nuestra
sed de Dios, de justicia y amor verdaderos, nace el culto celebrado “en
verdad”. El culto nuevo surge cuando se entabla un servicio mutuo, cuando nos
solidarizamos con las fatigas del otro y somos capaces de sacar agua de nuestro
propio pozo y dar de beber; cuando somos capaces de llorar con el que llora y
de entristecernos con el que sufre. Hay un culto nuevo, contradictorio con
todos los ritualismos, que consiste en dejar la ofrenda en el altar para salir
a reconciliarse con el hermano o a crear unas condiciones en las cuales sea
posible llegar a ser hermanos.
Si nuestra vida de fe no se arraiga en un amor al
estilo de Jesús, el agua viva, el culto que celebramos, por muy sagrado que
sea, no vale para nada, aunque se celebre en Jerusalén, en Roma o en la más
olvidada de las capillas.
Lo que Jesús realizó con la samaritana, continúa
haciéndolo con nosotros. Quien ha recibido esa agua viva, se ha convertido él
mismo en manantial de vida, ha encontrado la posibilidad de dar culto a Dios
más allá de cualquier espacio. Su vida en espíritu y en verdad es el lugar de
encuentro con Dios. El agua recibida como don de Jesús no sólo sacia la sed,
sino que da vida.
El encuentro verdadero con Jesús nos marca. Prende
fuego en nuestro interior y nos envía. La samaritana que fue a sacar agua del
pozo, abandona el cántaro vacío y, transformada por este encuentro, realiza una
experiencia misionera con los de su pueblo. Es el encuentro con el que nos
regala el “agua viva” el que hace emerger nuestra sed más honda y nos dinamiza
en un amor hecho torrente de vida. Se convierte en un nuevo comienzo y en una
manera diferente de comprender las cosas. Cada día nos irá exigiendo más y más.
Nos convierte en esos hijos “buscados por el Padre” y “buscadores del Padre”
que lo adoran “en espíritu y en verdad” gastando la vida en el servicio del
Reino de Dios al servicio a los hermanos.
Para
discernir
¿Cuál es la sed más profunda de mi vida?
¿En qué pozos busco saciarme?
¿Qué me ofrece Jesús?
Repitamos a
lo largo de este día
Mi alma tiene sed de ti, Señor
Para la
lectura espiritual
…La encarnación y la pasión son la locura de amor de
Dios para que el pecador pueda acogerlo. Desde esta locura se comprende cómo el
mayor pecado es no creer en el amor de Dios por nosotros. No podemos olvidarnos
de Dios: Él no nos olvida; no podemos alejarnos de Dios, Él no se aleja.
Dios nos espera en todos los caminos de nuestro
destierro, en cualquier brocal de no sé qué pozo al pie de cualquier higuera
[...].
Nos espera no para reprocharnos, ni siquiera para
decirnos: “Mira que te lo había dicho”, sino para cubrirnos con su amor, que
nos salva incluso del mirar atrás con demasiada pena. Dostoievski pone en
labios de la mujer culpable: “Dios te ama a causa de tus pecados”. No es
exacto: Dios nos ama como somos para hacernos como Él quiere que seamos.
¡Gracias, Señor! Si me hubiese contentado con el deseo
de ti, que me llevaba a buscarte sin saber dónde te podría encontrar, todavía
estaría errando por los caminos, con la angustia de mi deseo insatisfecho o con
la ilusión de haber encontrado algo. Te he encontrado de verdad porque has
salido a mi encuentro en mis caminos de pecado: hombre entre Ios hombres,
cuerpo bendito que yo mismo ayudé a despojar, a flagelar; rostro bendito besado
por mis labios, como Judas; corazón que atravesé…
Ninguna sed creó jamás las fuentes, ni hizo brotar
agua en las arenas. Tu sed, sin embargo, ha apagado mi sed porque si no
hubieses seguido mis huellas, si no te hubieses dejado crucificar por mí quizás
te hubiera buscado, pero nunca te habría encontrado. Señor, gracias por haberte
dejado clavar en la cruz, por dejarte encontrar por el que te crucificó. Amén…
R Mazzolari,
La más bella aventura, Brescia 1974, 218.223.
Para rezar
Espérame,
Señor,
junto al pozo
de mi vida,
a la hora que
me toque.
Inicia Tú el diálogo,
mendigo rico
del agua viva.
Aléjame de
amores efímeros
que todavía me
ocupan.
Disipa los
prejuicios,
las dudas y
los temores.
Ahonda en mí
el vacío
para que se
llene del verdadero deseo.
Ensancha mi
corazón,
cólmalo de
esperanza.
Muéstrame el
nombre a esta sed
que me quema
el corazón.
Haz que
llegue, hasta el centro más profundo
y secreto de
mí mismo donde sólo llegas Tú.
Llámame a tu
fuente,
para que
también yo,
junto con
todos los que tienen sed de ti,
pueda beber el
agua viva que mana de ti.
Que pueda
llenarme en tu agua fresca
sin cansarme
nunca de ti.
Dame Cristo
Señor,
de tu agua
para que se transforme
en mí en
surtidor de agua viva para la vida eterna.
A través de la
dureza del orgullo de mi corazón,
entre las
piedras de mis falsedades,
por la arena
de mis infidelidades,
abre Tú mismo
un acceso a tu Espíritu.
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