30 de marzo de 2017 – CUARESMA – JUEVES DE LA
SEMANA IV
Hay otro que
da testimonio de mí
Lectura del libro del Éxodo
32, 7-14
El Señor dijo a Moisés: «Baja en seguida,
porque tu pueblo, ese que hiciste salir de Egipto, se ha pervertido. Ellos se
han apartado rápidamente del camino que yo les había señalado, y se han
fabricado un ternero de metal fundido.
Después se postraron delante de él, le
ofrecieron sacrificios y exclamaron: “Este es tu Dios, Israel, el que te hizo
salir de Egipto.”»
Luego le siguió diciendo: «Ya veo que este
es un pueblo obstinado. Por eso, déjame obrar: mi ira arderá contra ellos y los
exterminaré. De ti, en cambio, suscitaré una gran nación.»
Pero Moisés trató de aplacar al Señor con
estas palabras: « ¿Por qué, Señor, arderá tu ira contra tu pueblo, ese pueblo
que tú mismo hiciste salir de Egipto con gran firmeza y mano poderosa? ¿Por qué
tendrán que decir los egipcios: “El los sacó con la perversa intención de
hacerlos morir en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra?”
Deja de lado tu indignación y arrepiéntete del mal que quieres infligir a tu
pueblo.
Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Jacob,
tus servidores, a quienes juraste por ti mismo diciendo: “Yo multiplicaré su
descendencia como las estrellas del cielo, y les daré toda esta tierra de la
que hablé, para que la tengan siempre como herencia.”»
Y el Señor se arrepintió del mal con que
había amenazado a su pueblo.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 105,
19-20. 21-22. 23 (R.: 4a)
R. Acuérdate de mí,
Señor, por el amor que tienes a tu pueblo.
En Horeb se fabricaron un ternero,
adoraron una estatua de metal fundido:
así cambiaron su Gloria
por la imagen de un toro que come pasto.
R.
Olvidaron a Dios, que los había salvado
y había hecho prodigios en Egipto,
maravillas en la tierra de Cam
y portentos junto al Mar Rojo. R.
El Señor amenazó con destruirlos,
pero Moisés, su elegido,
se mantuvo firme en la brecha
para aplacar su enojo destructor. R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Juan 5, 31-47
Jesús dijo a los judíos:
«Si yo diera testimonio de mí mismo, mi
testimonio no valdría. Pero hay otro que da testimonio de mí, y yo sé que ese
testimonio es verdadero.
Ustedes mismos mandaron preguntar a Juan,
y él ha dado testimonio de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un
hombre; si digo esto es para la salvación de ustedes. Juan era la lámpara que
arde y resplandece, y ustedes han querido gozar un instante de su luz. Pero el
testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: son las obras que el Padre me
encargó llevar a cabo. Estas obras que yo realizo atestiguan que mi Padre me ha
enviado. Y el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Ustedes nunca han
escuchado su voz ni han visto su rostro, y su palabra no permanece en ustedes,
porque no creen al que él envió.
Ustedes examinan las Escrituras, porque en
ellas piensan encontrar Vida eterna: ellas dan testimonio de mí, y sin embargo,
ustedes no quieren venir a mí para tener Vida.
Mi gloria no viene de los hombres. Además,
yo los conozco: el amor de Dios no está en ustedes. He venido en nombre de mi
Padre y ustedes no me reciben, pero si otro viene en su propio nombre, a ese sí
lo van a recibir. ¿Cómo es posible que crean, ustedes que se glorifican unos a
otros y no se preocupan por la gloria que sólo viene de Dios?
No piensen que soy yo el que los acusaré
ante el Padre; el que los acusará será Moisés, en el que ustedes han puesto su
esperanza. Si creyeran en Moisés, también creerían en mí, porque él ha escrito
acerca de mí. Pero si no creen lo que él ha escrito, ¿cómo creerán lo que yo
les digo?»
Palabra del Señor.
Para
reflexionar
En el Evangelio de hoy, Jesús reprocha a
sus contemporáneos no haber escuchado realmente a Moisés: «si creyerais en
Moisés, creeríais también en mí».
La primera lectura nos da «precisamente»
la actitud de Moisés. Al bajar de la Montaña del Sinaí, donde había estado
hablando con Dios, Moisés encuentra al pueblo en adoración ante una estatua de
un becerro metal.
La «ira» de Dios es una imagen para
significar que Dios no puede pactar con el mal. Dios toma la defensa del
hombre, contra sí mismo, si es preciso de forma violenta. El diálogo entre
Yahvé y Moisés es entrañable. Después del pecado del pueblo, Moisés le da
vuelta a Dios su acusación y toma la defensa de su pueblo, recordándole que es
el pueblo, que Él sacó de Egipto. No es el pueblo de Moisés, sino el de Dios.
Ése va a ser el primer argumento para aplacar a Yahvé. Moisés en una actitud
admirable no se desolidariza de sus hermanos pecadores. Ruega por ellos. Ruega
por ese pueblo idólatra.
El autor del Éxodo parece como si
atribuyera a Moisés un corazón más bondadoso y perdonador que a Yahvé. Y
concluye: «y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra
su pueblo».
***
Sigue el comentario de Jesús después del
milagro de la piscina y de la reacción de sus enemigos. Jesús pretende que sus
obras den testimonio de Él, y precisamente lo rechazan por ellas. Les echa en
cara que no quieren ver lo evidente. Jesús no va a apoyarse en su propio testimonio.
Tiene a su favor otros testigos y “el testigo irrebatible”, que demostrarán la
veracidad de sus palabras. Son testimonios muy válidos a su favor: el Bautista,
que le presentó como el que había de venir, las obras que hace el mismo Jesús y
que no pueden tener otra explicación sino que es el enviado de Dios; y también
las Escrituras, y en concreto Moisés, que había anunciado la venida de un
Profeta de Dios.
Pero ya se ve en todo el episodio, que los
judíos no están dispuestos a aceptar este testimonio. Jesús les reprocha que
nunca han escuchado el mensaje de amor que Dios les proponía y se ponen de
manifiesto dos concepciones de Dios: el que muestra Jesús, que el Padre ama al
hombre y quiere darle vida y libertad, y el Dios de los dirigentes, que imponen
y mantienen un orden jurídico, prescindiendo del bien real del hombre. Por eso
Jesús afirma que no conocen en absoluto al Padre; y que, incluso el mensaje de
la Alianza, expresado cuando Dios los hizo un pueblo al sacarlos de la
esclavitud de Egipto, tampoco lo han conservado. Ellos han olvidado esta imagen
dada por el mismo Dios, para fabricarse la suya.
Por eso les recrimina que estudian,
pensando que van a encontrar en ellas lo que no contiene: la vida definitiva.
Han dado un valor absoluto a la Escritura y la han convertido en un todo
completo y cerrado, en lugar de ver en ellas, una promesa y una esperanza.
Sin embargo, el verdadero papel de la
Escritura es como el de Juan Bautista: dar testimonio preparatorio a la llegada
del Mesías.
Ellos no hacen caso de este testimonio,
porque su clave de lectura es falsa. Considerarlas como fuente de vida en sí
mismas, suprimiendo su relación esencial al futuro, impide comprender su
verdadero sentido.
Les asegura que les falta ese “amor a Dios
y amor de Dios”, que les impide la apertura fundamental a Dios, imprescindible
en el amor. Por eso les falta también la capacidad de acercarse a Jesús y
reconocerlo como enviado de Dios.
Su testimonio es mayor que el de Juan
porque las obras que el Padre le ha concedido realizar “dan testimonio de que
el Padre lo ha enviado”. Todo el que reconozca que Dios es Padre, tiene que
reconocer que las obras de Jesús, como las del Padre, comunican vida al hombre,
son de Dios. Jesús está apelando implícitamente a un rasgo claramente expresado
en el Antiguo Testamento que descubre la preocupación de Dios por su pueblo,
especialmente por los débiles.
Uno de los esfuerzos privilegiados de la
Cuaresma es “hacer que la Palabra de Dios habite más en nosotros”: vivir con
una familiaridad que nos lleve a amarla, para que se vaya apoderando de nuestro
corazón. No existe un procedimiento automático para esto. Pero tampoco esto se
hará solo.
La meditación asidua, es ciertamente, un
medio de “hacer habitar la Palabra” en nosotros, pero sobre todo la oración,
realizará esa encarnación de la palabra en nuestra vida y en la vida del mundo.
Se trata de aceptar a Cristo, para tener parte con Él en la vida.
En el camino de esta Cuaresma, reavivamos
esta fe y queremos profundizar en su seguimiento, imitándolo en su entrega
total por el pueblo. Por eso debemos sentir todos, la urgencia de la
evangelización de nuestros hermanos, de todo el mundo para que se cumpla lo que
el evangelio de Juan, resume al final como su propósito: «estas señales han
sido escritas para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para
que creyendo tengan vida en su Nombre».
Para
discernir
¿Intercedo por los pecados de mi pueblo?
¿Ruego por aquellos cuyas actitudes o
pecados me causan sufrimiento?
¿Trato de dejarme hablar por la escritura
o la acomodo a mis necesidades?
Repitamos a
lo largo de este día
…El que cree tiene la vida eterna…
Para la
lectura espiritual
…La tradición cristiana sostiene que el
libro que vale la pena leer es nuestro Señor Jesucristo. La palabra Biblia
significa “libro”, todas las páginas de este libro hablan de Él y quieren
llevar a Él (…) Es necesario que se dé un encuentro entre Cristo y la persona
humana, entre ese Libro que es Cristo y el corazón humano, en el que está
escrito Cristo no con tinta, sino con el Espíritu Santo.
¿Por qué leer? Porque Jesús mismo ha
leído. Fue libro y lector, y continúa siendo ambas cosas en nosotros. ¿Cómo
leer? Como leyó Jesús. Sabemos que Jesús leyó y explicó a Isaías en la sinagoga
de Nazaret. Sabemos también cómo comprendió las Escrituras y cómo a través de
ellas se comprendió a sí mismo y su misión. Como lector del libro y Él mismo
como Libro, después de su glorificación concedió este carisma de lectura a sus
discípulos, a la Iglesia y también a nosotros. Desde entonces, gracias al
Espíritu, que actúa en la Iglesia, toda lectura del Libro sagrado es
participación de este don de Cristo. Somos movidos a leer la Escritura porque
Él mismo lo hizo y porque en ella le encontramos a Él. Leemos la Escritura en
Él y con su gracia.
Y debemos concluir que la lectura
cristiana de las Escrituras no es principalmente un ejercicio intelectual, sino
que, esencialmente, es una experiencia de Cristo, en el Espíritu, en presencia
del Padre, como el mismo Cristo está unido a Él, cara a cara, orientado a Él,
penetrando en Él y penetrado por Él. La experiencia de Cristo fue esencialmente
la conciencia de ser amado por el Padre y de responder a este amor con el suyo.
Es un intercambio de amor. A través de nuestra experiencia personal, seremos
capaces de leer a Cristo-Libro y, en Él, a Dios Padre…
J. Leclercq, Huesos humillados, Seregno 1993, 65-85
Para rezar
es quien me da motivos para dar cada paso.
El Dios que me susurra, que aún no he terminado
que me falta un poema, una canción acaso,
que me falta quizás una sonrisa firme,
una mano dispuesta y una palabra amable.
Que me falta aún perdonar una ofensa
recorrer otra milla y compartir mi manta.
Que aún me falta crear, inventar otros mundos,
más sencillos tal vez, más nobles y sinceros.
El Dios en quien yo creo me crea y nos recrea
y también nos inventa de nuevo cada día
y siente y se estremece con el dolor del pueblo
y canta y gime y grita en mil voces hermanas,
acaso desterradas al borde del camino.
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