9 de abril de 2017

9 de abril de 2017 - DOMINGO DE RAMOS – Ciclo A

¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

Lectura del santo Evangelio según san Mateo    21, 1-11

Cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente, e inmediatamente encontrarán un asna atada, junto con su cría. Desátenla y tráiganmelos. Y si alguien les dice algo, respondan: “El Señor los necesita y los va a devolver en seguida”.»
Esto sucedió para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Digan a la hija de Sión: Mira que tu rey viene hacia ti, humilde y montado sobre un asna, sobre la cría de un animal de carga.
Los discípulos fueron e hicieron lo que Jesús les había mandado; trajeron el asna y su cría, pusieron sus mantos sobre ellos y Jesús se montó. Entonces la mayor parte de la gente comenzó a extender sus mantos sobre el camino, y otros cortaban ramas de los árboles y lo cubrían con ellas. La multitud que iba delante de Jesús y la que lo seguía gritaba:
« ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!»
Cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, y preguntaban: « ¿Quién es este?» Y la gente respondía: «Es Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea.» 
Palabra del Señor.

Para reflexionar

Jesús procedía de su tierra de Galilea y se acercaba a Jerusalén para celebrar la fiesta de  la Pascua, fiesta que reunía a todos los judíos para recordar las grandes obras que Dios  había hecho por su pueblo elegido.
Con Jesús, muchos se encaminaban también hacia Jerusalén. Gente de muchos lugares y también muchos de Galilea que habían  escuchado su predicación sobre el Reino de Dios y lo habían visto acercarse a los pobres y a los débiles, también lo habían visto curar a los enfermos y luchar contra la injusticia y  la mentira.
Jesús hace su entrada en Jerusalén como Mesías en un humilde burrito como había sido profetizado por Zacarías muchos siglos antes. Es aclamado como enviado de Dios con cantos mesiánicos y llenos de alegría porque este pueblo conocía bien las profecías
Jesús admite el homenaje. Aunque que para Él es un llamado a establecer un reino de paz y de reconciliación sus partidarios se imaginan que es el inicio de un reinado temporal como nación poderosa que acabe con el sometimiento de Israel a los romanos.
Sin embargo las características de esta  entrada “triunfal” no tienen nada de triunfalistas. Jesús no se presenta como un vencedor  al frente de un regimiento, sino como un rey pacífico. Esta entrada representó para Jesús la entrada en su pasión.
Hoy las palmas anuncian victoria y triunfo: “¡Viva! ¡Bendito el que viene en  nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que llega!”. Porque hacia la Pascua caminamos,  seguros de que después de la cruz explotará el ¡Aleluya! de la resurrección.
Al conmemorar ritualmente este episodio de la vida de Cristo, nosotros deseamos  proclamar que Jesús es nuestro Rey. Pero su realeza no consiste en la posesión de un dominio  universal humano sino que ha sido conquistada al precio del sacrificio de su propia vida.
Participar en esta liturgia hace posible que también nosotros formemos parte de la muchedumbre que lo acompañó aquel día. Nosotros, hoy, también aclamamos a Jesús y queremos que su camino,  su estilo, su manera de hacer, sea también la nuestra porque reconocemos, aunque nos cueste, que son los  únicos que valen la pena.
Nosotros, hoy, sabemos que el camino de Jesús acabará con la muerte en la cruz.  Sabemos que su libertad, su amor, su entrega a los pobres y a los débiles no serán bien recibidas por los poderes de este mundo y que lo condenarán a una muerte  terrible.
Nosotros, hoy, al iniciar la Semana Santa, decimos con nuestros ramos y nuestras  palmas que le agradecemos su amor fiel hasta la muerte,  amor del que nacerá vida por siempre, vida para todos, vida capaz de transformarnos a todos.
Su amor es más fuerte que la muerte, que el mal, que el pecado. Nuestro caminar al lado de Jesús con tantos  hermanos en la fe que tienen nuestros mismos gozos y esperanzas, nuestros mismos  anhelos e inquietudes a lo largo de esta semana, es el mejor discipulado para nuestra vida de cada día.
Que estos ramos y palmas que tenemos en las manos sean, hoy y cada día, la señal de nuestra fe, la señal de nuestra alegría de seguir a Jesús, la señal de nuestra convicción  profunda de que su camino es el único camino de vida y de salvación  para siempre.
Jesús quiere también entrar hoy triunfante en la vida de los hombres sobre una cabalgadura humilde: quiere que demos testimonio de Él, en la sencillez de nuestro trabajo bien hecho, con nuestra alegría serena y con nuestra sincera preocupación por los demás.

MISA

Lectura del libro del profeta Isaías     50, 4-7

El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo.
El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían.
Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado. 
Palabra de Dios.

SALMO     Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24 (R.: 2a) 
R.    Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Los que me ven, se burlan de mí,
hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo:
«Confió en el Señor, que él lo libre;
que lo salve, si lo quiere tanto.» R.

Me rodea una jauría de perros,
me asalta una banda de malhechores;
taladran mis manos y mis pies.
Yo puedo contar todos mis huesos. R.

Se reparten entre sí mi ropa
y sortean mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. R.

Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos,
te alabaré en medio de la asamblea:
«Alábenlo, los que temen al Señor;
glorifíquenlo, descendientes de Jacob;
témanlo, descendientes de Israel.» R.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de Filipos 2, 6-11

Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.
Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor.» 
Palabra de Dios

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     27, 1-2. 11-54

    C. Jesús compareció ante el gobernador, y este le preguntó:
    S. « ¿Tú eres el rey de los judíos?»
    C. El respondió:
    X «Tú lo dices.»
    C. Al ser acusado por los sumos sacerdotes y los ancianos, no respondió nada. Pilato le dijo:
    S. « ¿No oyes todo lo que declaran contra ti?»
    C. Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y esto dejó muy admirado al gobernador. En cada Fiesta, el gobernador acostumbraba a poner en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había entonces uno famoso, llamado Barrabás. Pilato preguntó al pueblo que estaba reunido:
    S. « ¿A quién quieren que ponga en libertad, a Barrabás o a Jesús, llamado el Mesías?»
    C. El sabía bien que lo habían entregado por envidia. Mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir:
    S. «No te mezcles en el asunto de ese justo, porque hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo sufrir mucho.»
    C. Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la multitud que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Tomando de nuevo la palabra, el gobernador les preguntó:
    S. « ¿A cuál de los dos quieren que ponga en libertad?»
    C. Ellos respondieron:
    S. «A Barrabás.»
    C. Pilato continuó:
    S. « ¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías?»
    C. Todos respondieron:
    S. « ¡Que sea crucificado!»
    C. El insistió:
    S. « ¿Qué mal ha hecho?»
    C. Pero ellos gritaban cada vez más fuerte:
    S. « ¡Que sea crucificado!»
    C. Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo:
    S. «Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes.»
    C. Y todo el pueblo respondió:
    S. «Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos.»
    C. Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.

Salud, rey de los judíos

    C. Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron a toda la guardia alrededor de él.
Entonces lo desvistieron y le pusieron un manto rojo.
Luego tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza,
pusieron una caña en su mano derecha y, doblando la rodilla delante de él,
se burlaban, diciendo:
    S. «Salud, rey de los judíos.»
    C. Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le golpeaban la cabeza. Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron de
nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.

Fueron crucificados con él dos ladrones

    C. Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa «lugar del Cráneo», le dieron de beber vino con hiel. El lo probó, pero no quiso tomarlo. Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron; y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo. Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos.» Al mismo tiempo, fueron crucificados con él dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz

    C. Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, decían:
    S. «Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!»
    C. De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo:
    S. « ¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Ha confiado en Dios; que él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: “Yo soy Hijo de Dios”.»
    C. También lo insultaban los ladrones crucificados con él.

Elí, Elí, ¿lemá sabactani?

    C. Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región. Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz:
    X «Elí, Elí, lemá sabactani.»
    C. Que significa:
    X «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
    C. Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron:
    S. «Está llamando a Elías.» En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber. Pero los otros le decían:
    S. «Espera, veamos si Elías viene a salvarlo.»
    C. Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.

    Aquí todos se arrodillan, y se hace una breve pausa.

    C. Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron:
    S. « ¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!»

Palabra del Señor.

Para reflexionar

Ramos y Pasión, gozo y tristeza, vida y muerte son el contraste en nuestro andar de cada día. La fiesta de hoy tiene palabras y sentimientos encontrados: ramos de alabanza y de aclamación junto a la muerte en el Gólgota.
La Cruz es signo de fracaso. Aparentemente es el hundimiento de Jesús en el reino de la muerte. Pero para el creyente, su muerte es la señal luminosa de vida, de entrega, de victoria.
Las lecturas de hoy nos centran en el gran modelo del camino pascual, Cristo Jesús, solidario con sus hermanos, se entrega hasta la muerte y alcanza Nueva Vida para Él y toda la comunidad creyente.
La primera lectura está tomada del tercer canto del Siervo de Yahvé del libro de Isaías. Oímos al siervo que escucha la palabra desde la mañana abriendo el oído y sin rebelarse. Escuchar la palabra significa también aceptar los acontecimientos por más duros que sean. Le golpean la espalda, las mejillas y se deja mesar la barba. No oculta su rostro a insultos ni salivazos. Vemos en estos versos la historia misma de la Pasión de Jesús. Pero El Señor viene en ayuda del siervo obediente que no queda avergonzado.
En el himno de la segunda lectura Pablo presenta cómo Cristo ha bajado, en su solidaridad con nosotros, hasta la renuncia total y la humillación de la cruz, pero ha sido elevado por el Padre hasta la gloria. Estamos en el corazón mismo de la fe cristiana. Y Pablo trae este himno para animarnos a que nuestros sentimientos sean los mismos que los de Cristo Jesús.
En el Evangelio escuchamos el relato de la pasión de Jesús que es la cumbre del mensaje de este domingo. Jesús ha seguido el camino de la Cruz que lleva a la resurrección. Un camino solidario, arquetipo de todo el dolor de la humanidad, y también del estilo con que Dios salva.
El evangelista describe con detalles los padecimientos de Jesús: desde sus temores durante la última cena, y su angustiosa oración en Getsemaní, hasta su último grito al expirar en la cruz. Sin embargo, esta pasión de Cristo es la epifanía de la pasión de Dios  por los hombres. En Jesús, en su vida, en sus palabras, en sus milagros, pero sobre todo en su entrega y muerte, se hace evidente para los cristianos todo el misterio insondable del  amor de Dios por todos los hombres. El Hijo del Hombre “por nosotros, y por nuestra salvación fue crucificado, muerto y sepultado”.
En la Iglesia continúa la pasión de Cristo, porque la comunidad cristiana es el lugar de la lucha contra el mal. La Iglesia debe recoger todos los sufrimientos de los hombres y batallando ferozmente contra los egoísmos y las faltas de amor debe convertirse en lugar de encuentro, perdón, reconciliación y crecimiento. Ningún dolor humano debe ser extraño a la Iglesia. La pasión de Cristo continúa hoy en todos los hombres que sufren cualquier clase de dolor físico, moral o espiritual. En los millones de hombres y mujeres que injusta e inocentemente son reducidos a la miseria, a la muerte de hambre, a la muerte violenta impuesta desde ideas o intereses inconfesables, en cada víctima del terrorismo, en cada muerto de hambre o por la droga, en cada muerto en soledad y abandono, siguen andando en carne viva los pasos de la pasión de Jesús.
Por eso, el único signo creíble de los discípulos de Cristo de lucha contra el pecado es la “compasión” efectiva con todo el dolor de la humanidad.
Cristo ha asumido la vida del hombre en su totalidad, con dolor y muerte  incluidos. Nuestra contemplación de Cristo en la cruz será auténtica si nos hace verdaderamente más humanos: cargando los dolores de los hombres, luchando solidariamente para disminuir el sufrimiento de  los demás y viviendo esperanzadamente nuestra vida de cada día.

Para reflexionar

¿Me cuesta descubrir la presencia de Dios en el dolor y el sufrimiento?
¿Alejo de mí todo lo que suene a dificultad o sacrificio?
¿Qué cosas buenas o necesarias he dejado de lado por miedo al sufrimiento?
¿He claudicado en la búsqueda de la verdad y del bien por miedo al dolor?

Repitamos a lo largo de este día

“Se humillaba y no abría la boca” (Is 53,7a).

Para la lectura espiritual

…Cuando no aceptamos verdaderamente a Jesús como Hijo de Dios para justificar nuestras opciones equivocadas, renegamos de él. Y lo renegamos por no compartir su suerte, por no participar en su muerte. Siempre que no sabemos negarnos a nosotros mismos, renegamos de Jesús. Siempre que queremos salvarnos de la cruz, le miramos de lejos, y en la práctica decimos —aunque no sea de palabra- que no lo conocemos.
¿Acaso no nos sucede esto con frecuencia? Si por consiguiente tantas veces renegamos de Jesús, otras tantas deberíamos saber llorar amargamente y asumir el arrepentimiento y la conversión como compromiso de vida: éste es ciertamente el único camino hacia la santidad. La santidad no es fruto de virtud, sino un don de misericordia para quien se abre para acogerla, para quien se arrepiente de todo corazón, consciente de ser pecador. Es una gracia que el Señor nos haga ver nuestro pecado para llevarnos al arrepentimiento. Nos da la posibilidad de arrepentirnos: así es su misericordia… 
(A. M. Cánopi. Pasión de Jesús según Mateo y “Vía Crucis”,
(B.  Casale Monf. 1994, 23s).

Para rezar

Tu voluntad

Dentro de mí siento muchas veces
la rebeldía de quien no se conforma.
Tu voluntad trae momentos de intensa
alegría, pero tiene también el peso
de muchas cruces.
Por eso no soy coherente con tu sí.
No me gusta cargar con el peso,
ni escuchar un no como respuesta,
aun cuando “no” venga de ti.
Aún no aprendí a sonreír
en los momentos de dolor y a mantener
la serenidad a la hora de la presión.
Termino pidiendo que hagas lo que yo quiero,
de la manera que lo quiero,
y en el tiempo que yo quiero.
La mía es aún una voluntad caprichosa y rebelde.
Aún no entendí que tienes un plan para mí.
Dios del sí, y del no: enséñame a decir sí.

Amén.

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