15 de julio de 2017


El discípulo no es más que el maestro

Lectura del libro del Génesis    49, 29-32; 50, 15-26a

Jacob dio a sus hijos esta orden: «Yo estoy a punto de ir a reunirme con los míos. Entiérrenme junto con mis padres, en la caverna que está en el campo de Efrón, el hitita, en el campo de Macpelá, frente a Mamré, en la tierra de Canaán, el campo que Abraham compró a Efrón, el hitita, para tenerlo como sepulcro familiar. Allí fueron enterrados Abraham y Sara, su esposa; allí fueron enterrados Isaac y Rebeca, su esposa; y allí también sepulté a Lía. Ese campo y la caverna que hay en él fueron comprados a los hititas.»
Al ver que su padre había muerto, los hermanos de José se dijeron: « ¿Y si José nos guarda rencor y nos devuelve todo el mal que le hicimos?» Por eso le enviaron este mensaje: «Antes de morir, tu padre dejó esta orden: “Díganle a José: Perdona el crimen y el pecado de tus hermanos, que te hicieron tanto mal. Por eso, perdona el crimen de los servidores del Dios de tu padre.”»
Al oír estas palabras, José se puso a llorar.
Luego sus hermanos fueron personalmente, se postraron ante él y le dijeron: «Aquí nos tienes: somos tus esclavos.» Pero José les respondió: «No tengan miedo. ¿Acaso yo puedo hacer las veces de Dios? El designio de Dios ha transformado en bien el mal que ustedes pensaron hacerme, a fin de cumplir lo que hoy se realiza: salvar la vida a un pueblo numeroso. Por eso, no teman. Yo velaré por ustedes y por las personas que están a su cargo.» Y los reconfortó, hablándoles afectuosamente.
José permaneció en Egipto junto con la familia de su padre, y vivió ciento diez años. Así pudo ver a los hijos de Efraím hasta la tercera generación; y los hijos de Maquir, hijo de Manasés, también nacieron sobre las rodillas de José. Finalmente, José dijo a sus hermanos: «Yo estoy a punto de morir, pero Dios los visitará y los llevará de este país a la tierra que prometió con un juramento a Abraham, a Isaac y a Jacob.» Luego hizo prestar un juramento a los hijos de Israel, diciéndoles: «Cuando Dios los visite, lleven de aquí mis restos.»
    José murió a la edad de ciento diez años. 
Palabra de Dios.

SALMO    Sal 104, 1-2. 3-4. 6-7 (R.: cf. 68, 33) 
R.    Busquen al Señor, humildes, y vivirán.

¡Den gracias al Señor, invoquen su Nombre,
hagan conocer entre los pueblos sus proezas;
canten al Señor con instrumentos musicales,
pregonen todas sus maravillas! R.

¡Gloríense en su santo Nombre,
alégrense los que buscan al Señor!
¡Recurran al Señor y a su poder,
busquen constantemente su rostro! R.

Descendientes de Abraham, su servidor,
hijos de Jacob, su elegido:
el Señor es nuestro Dios,
en toda la tierra rigen sus decretos. R.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Mateo    10, 24-33

Jesús dijo a sus apóstoles:
«El discípulo no es más que el maestro ni el servidor más que su dueño. Al discípulo le basta ser como su maestro y al servidor como su dueño. Si al dueño de casa lo llamaron Belzebul, ¡cuánto más a los de su casa! No los teman. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido. Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas.
No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena.
¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo. Ustedes tienen contados todos sus cabellos. No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros.
Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo los reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres.» 
Palabra del Señor.

Para reflexionar

Jacob siente que va a morir, que va a «reunirse con los suyos», y encarga que sin falta, cuando vuelvan a la tierra de Canaán, lleven sus restos mortales a la caverna que compró Abraham como propiedad funeraria que está en el campo de Efrón, el hitita, en Makpelá, enfrente de Mambré, en el país de Canaán.
Para esos exilados en Egipto, es la única propiedad que la familia posee en la tierra que Dios prometió. Allí estaban enterrados sus antepasados. La sepultura en el mismo cementerio es un símbolo expresivo de esta reunión de familia. Los cuerpos se alineaban uno junto a otro; desde una mirada de fe, esto es un símbolo de las almas y los corazones fusionados en el amor definitivo de un Dios que es amor.
La muerte de Jacob se cuenta en forma sencilla: «recogió los pies en la cama, expiró y se reunió con los suyos». Quedan José con sus hermanos y sus familias, y estos temen que sólo los haya perdonado “a causa de su padre”. José, sin dar importancia, renueva su perdón con sencillez. Los hermanos renuevan su arrepentimiento.
El perdón de José no se apoya en razones humanas, tiene su fuente «en Dios». Es Dios quien juzga, premia y castiga. Después interpreta lo sucedido desde la providencia de Dios que a pesar del mal que hacen los hombres, se empeña en hacer bien, para dar vida a un pueblo numeroso.
José les hace prometer que, cuando abandonen Egipto, llevarán sus restos a la tierra prometida por Dios a Abraham. Así lo hicieron y fue enterrado en la cueva de Macpela, en Hebrón, en la llamada «tumba de los patriarcas».
***
Después de que Jesús elige a los doce y los envía a proclamar el Reino de Dios, Mateo presenta una serie de recomendaciones para guiar a los discípulos en su actividad pastoral. Les advierte de los peligros y persecuciones que tendrán que afrontar. No hay lugar para el miedo y la cobardía. El mensaje que les fue revelado a estos “escogidos”, debe gritarse a los cuatro vientos, a todo el mundo.
Esta vez la comparación la toma del mundo de los maestros de esa época: Los discípulos no se preparan para tomar el lugar de su maestro y establecer jerarquías entre los que más eruditos y los que menos saben. La preparación de los discípulos está encaminada al servicio misionero de la Palabra, al servicio del pueblo, a la unión filial con el Padre. Los discípulos, en continuidad con esta idea; si son realmente fieles, no pueden esperar mejor suerte que la del maestro.
La identificación del anuncio del Reino lleva a una identificación con el mensajero: les espera la misma cruz, persecución y muerte. Pero también, la esperanza en el Dios que conduce la historia, permite creer que la resurrección, y no la muerte, es la última palabra de la historia.
Si el maestro se consagró al servicio de los desposeídos y excluidos siendo ejemplo de humildad, y lo único que alcanza es la muerte, los discípulos no pueden aspirar a sentarse en los tronos de este mundo. Pero no tienen que dejarse acobardar: “nada hay escondido que no llegue a saberse”, el tiempo dará la razón a los que la tienen. Todos estamos en las manos de Dios; si El cuida hasta de las aves del campo, cuánto más de sus hijos. El mismo Jesús saldrá en ayuda de los suyos.
Muchas veces avisó a los suyos que no iban a tener éxitos fáciles, que no iban a ser bien recibidos en todas partes. Al contrario, el discípulo no será más que el maestro. Y el Maestro fue calumniado, perseguido, condenado a la cruz. No deben tener miedo porque lo que cuenta es el éxito de la misión a los ojos de Dios, que ve, no sólo las apariencias, sino lo interior y el esfuerzo que se ha hecho.
El ejemplo es el mismo Jesús, que nunca cedió ni se desanimó haciendo oír su voz profética; anunciando y denunciando los intereses y los valores que promueve este mundo. Los discípulos pueden ser perseguidos, pero la fuerza del Espíritu de Dios asiste en todo momento.
No nos cansemos, ni nos avergoncemos de dar testimonio de Cristo, y sigamos anunciando la buena noticia de la salvación que Dios nos ofrece. Ante la amenaza que supone la sociedad, no hay que amedrentarse. El mensaje no puede ocultarse y proclamarlo es nuestra identidad de discípulos. No nos recomienda Jesús que nos enfrentemos con los perseguidores, pero sí que no cesemos por ningún motivo de anunciar el mensaje, porque la fuerza del evangelio es imparable, porque cualquier pérdida sólo es parcial y transitoria, y porque Dios cuidará de nosotros, más de lo que cuida de los gorriones.
De nuestra actitud de discípulos ante los hombres depende nuestra suerte final. El que, sin miedo, se pronuncia por Jesús y resiste hasta el fin se salva. Quien se acobarde y lo niegue acaba en el fracaso. La fidelidad del discípulo a Jesús en la persecución, es la que lo salva a través de la muerte. Debemos confiar en la misericordia de Dios, que está por encima de los miedos humanos y del mal de este mundo.

Para discernir

¿A qué cosas le temo en mi vida de fe?
¿Me da miedo la persecución?
¿Acepto la cruz de la incomprensión?

Repitamos a lo largo de este día

…No teman…

Para la lectura espiritual

«Yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen»

… «Desde el momento en que os declaráis mis siervos, debéis esperar la persecución. Yo fui perseguido toda la vida. Cuando nací Herodes me quiso matar; apenas había empezado a predicar y mis conciudadanos me querían matar; apenas escapado de sus manos me vi frente a las emboscadas que me tendieron los fariseos y Herodes Antipas, que me perseguían de ciudad en ciudad y, durante tres años, cada día me tendían nuevas trampas para hacerme morir…
«Será necesario acoger las persecuciones con gozo, como unas preciosas señales de semejanza conmigo, de imitación a vuestro Amado; soportarlas con serenidad, sabiendo que si llegan es que yo las permito y que no os van a afectar más que en la medida que yo mismo lo permita, pues sin mi permiso ni un solo cabello de vuestra cabeza puede caer. Aceptarlas… dando la bienvenida a todo lo que llegue porque todo lo que ocurre produce, de una u otra manera, la gloria de Dios. Sufrirlas con valentía ofreciendo a Dios vuestros sufrimientos como un sacrificio de holocausto para su gloria… Sufrirlas orando por vuestros perseguidores puesto que son hijos de Dios, para los cuales quiere su salvación y que yo mismo daré mi sangre para salvarlos. Yo mismo os he dado ejemplo de orar por todos los hombres, por nuestros perseguidores y nuestros enemigos»… 
Beato Carlos de Foucauld (1858-1916), ermitaño y misionero en el Sahara – Meditaciones sobre el evangelio de san Lucas, 1898

Para rezar

Oración de un Misionero Mártir

Que mis manos sean las tuyas.
Que mis ojos sean los tuyos.
Que mi lengua sea la tuya.
Que mis sentidos y mi cuerpo
no sirvan sino para glorificarte.
Pero sobre todo: transfórmame:
¡Que mi memoria, mi inteligencia,
mi corazón, sean tu memoria,
tu inteligencia y tu corazón!
¡Que mis acciones y mis sentimientos,
sean semejantes a tus acciones y
a tus sentimientos! Amén


Juan Gabriel Perboyre – Patrono de Oceanía

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