25 de julio de 2017 – TO – MARTES DE LA XVI SEMANA
25 de julio - Santiago
apóstol (F)
El que quiera
ser grande que se haga servidor
Lectura de la segunda carta del apóstol
san Pablo
a los cristianos de Corinto
4, 7-15
Hermanos:
Nosotros llevamos un tesoro en recipientes
de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de
nosotros, sino de Dios.
Estamos atribulados por todas partes, pero
no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados;
derribados, pero no aniquilados.
Siempre y a todas partes, llevamos en
nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida
de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Y así aunque vivimos, estamos siempre
enfrentando a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús
se manifieste en nuestra carne mortal. De esa manera, la muerte hace su obra en
nosotros, y en ustedes, la vida.
Pero teniendo ese mismo espíritu de fe,
del que dice la Escritura: Creí, y por eso hablé, también nosotros creemos, y
por lo tanto, hablamos. Y nosotros sabemos que aquel que resucitó al Señor
Jesús nos resucitará con él y nos reunirá a su lado junto con ustedes.
Todo esto es por ustedes: para que al
abundar la gracia, abunde también el número de los que participan en la acción
de gracias para gloria de Dios.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 125,
1-2b. 2c-3. 4-5. 6 (R.: 5)
R. Los que siembran
entre lágrimas, cosecharán entre canciones.
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía que soñábamos:
nuestra boca se llenó de risas
y nuestros labios, de canciones. R.
Hasta los mismos paganos decían:
« ¡El Señor hizo por ellos grandes cosas!»
¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros
y estamos rebosantes de alegría! R.
¡Cambia, Señor, nuestra suerte
como los torrentes del Négueb!
Los que siembran entre lágrimas
cosecharán entre canciones. R.
El sembrador va llorando
cuando esparce la semilla,
pero vuelve cantando
cuando trae las gavillas. R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Mateo 20, 20-28
La madre de los hijos de Zebedeo se acercó
a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo.
«¿Qué quieres?», le preguntó Jesús.
Ella le dijo: «Manda que mis dos hijos se
sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.»
«No saben lo que piden», respondió Jesús.
«¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?»
«Podemos», le respondieron.
«Está bien, les dijo Jesús, ustedes
beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me
toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha
destinado mi Padre.»
Al oír esto, los otros diez se indignaron
contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que
los jefes de las naciones dominan suceder así. Al contrario, el que quiera ser
grande, que se haga servidor de sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su
autoridad. Entre ustedes no debe ustedes; y el que quiera ser el primero que se
haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino
para servir y dar su vida en rescate por una multitud.»
Palabra del Señor.
Para
reflexionar
Los apóstoles son, por antonomasia, los
testigos de la resurrección de Cristo, es decir, mensajeros y
proclamadores del triunfo de Jesús sobre la muerte y, por tanto, los
primeros anunciadores de la salvación para todos los hombres. Son aquellos que
nos dan el perfil auténtico del discípulo-misionero que reclama la Iglesia de
hoy en América Latina: en contacto con el Señor, aprendiendo en la escuela de
su vida y anunciando lo que han visto y oído.
Según el libro de los Hechos de los
apóstoles, el contenido esencial de su mensaje era éste: “El Dios de
nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo
de un madero. La diestra de Dios lo exaltó haciéndole jefe y salvador, para
otorgar a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de
esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le
obedecen”.
La primera lectura nos habla de cómo unos
años después de la resurrección, Santiago y los demás apóstoles, igual que el
Maestro, pasaban haciendo el bien y dando testimonio de Jesús resucitado entre
el pueblo, con la convicción de estar cumpliendo la voluntad de Dios,
hasta el punto de poder decir: “Hay que obedecer a Dios antes que a
los hombres”.
Esta tarea la realizan con fuerza y
decisión, porque son dóciles al Espíritu Santo, que Dios da a los que le
obedecen. Una fuerza que los sostiene hasta el fin, hasta el martirio si es
necesario.
La lectura a los Corintios nos presenta el
tesoro de ser apóstol, en vasos de barro. El texto se inicia con una lista de
calamidades, con las que se quiere ilustrar la metáfora del vaso de barro. Pero
esas calamidades, no destruyen ese vaso de debilidad que es el apóstol, porque
la predicación del evangelio es acción de Dios, sostenida con la fuerza del
Espíritu Santo. Eso hace posible que el apóstol no viva angustiado, ni
desesperado, ni abandonado.
En el evangelio, un día, la madre de los
Zebedeos con sus hijos, se postró para pedir a Jesús, puestos de honor y
gloria; uno a su derecha y el otro a su izquierda en el reino. Estos dos
hermanos, hijos de Zebedeo, junto a Pedro, presenciaron la resurrección
de la hija de Jairo, la gloria del Tabor y la agonía de Getsemaní; y
acreditaron su vehemencia, pidiendo a Jesús que lloviera fuego sobre los
que lo rechazaban, ganándose así el apodo de “Boanerges” hijos del trueno.
Creían también, que el mesianismo de Jesús, iba por el camino de los honores y
de la autoridad. Pero a la vez hicieron valer su arrojo y valentía,
dispuestos a beber el cáliz de su Señor.
Santiago y su hermano Juan tuvieron que
recibir una lección muy clara y dura por parte de Jesús. Ellos pedían
honores, y Jesús les predijo el martirio. Ellos querían mandar, y Jesús
los exhortó al servicio humilde de los hermanos. Frente a la ambición de los
hijos del trueno, que buscan un primer puesto, el Señor baja los humos de
los Apóstoles y les apunta que al Reino se llega por el camino de la cruz.
Esto no es un ideal inasequible,
sino un ideal que puede ser asumido en la vida del discípulo: Jesús vivió
según esta ley. Su misión fue servir a la humanidad abriéndole el camino de la
vida, hasta morir por ello. El amor que ha salido del Padre lo impulsa
al servicio, y el servicio lo empuja hasta la entrega de la vida. No
recurre, en su lucha por la liberación de la humanidad, ni al dinero, ni a
las armas, ni al prestigio, para lograr el éxito de la causa de Dios. Fue el
amor su única arma. El discípulo debe marchar por el camino del Maestro, que
“no ha venido para que lo sirvan, sino para servir y dar su vida en
rescate por todos”. Es esta una lección perpetuamente válida en la
Iglesia, no sólo para los que, continuando el ministerio apostólico, tienen
cargos de dirección en la comunidad cristiana, sino también para todos
los miembros de la comunidad, llamados igualmente al servicio común.
Jesús es consciente de que el ideal que Él
propone, va contra las tendencias más innatas del espíritu humano, que
impulsan a dominar a los demás.
El poder plantea grandes y graves
problemas, tanto a nivel personal como institucional. Porque el que tiene el
poder tiende a pensar que lo ha recibido de Dios y que siempre lo ejerce
en su nombre, y esto lo puede llevar muchas veces a creerse ocupando el lugar
de Dios, o, a un paso de creerse Dios. El poder en sí es arma
peligrosa y con muchos filos. El peligro mayor siempre es el mismo: convertir
la autoridad en poder y dominio, y no en servicio.
El camino de conversión de los doce, y en
particular, el que fue haciendo Santiago, es un llamado y esperanza para todos
nosotros; que también podemos hacer realidad una Iglesia en la que no haya
poderosos y esclavos, unos arriba y otros abajo; sino carismas puestos en
comunión. Se hace necesario perder muchos miedos. Hay que volver al Evangelio
sin prejuicios, ni medias tintas.
Santiago aprendió la lección con su propia
vida. Se hizo servidor, dio su vida para dar vida. Y así siguió el camino del
Maestro. Todos aquellos que hoy celebramos su fiesta, debemos pedirle que
aprendamos a seguir su camino de fe, de servicio, de darse. Y no el camino de
creernos mejores, de pretender imponer en vez de anunciar. El reino se
construye al modo de Jesús: dando y no exigiendo.
El discípulo está llamado a tener la misma
actitud que el Maestro: “Igual que el Hijo del Hombre que no ha venido a que lo
sirvan, sino a servir y dar su vida en rescate de todos”. Pidamos que cada uno,
en nuestra tarea, sepamos ejercer nuestra responsabilidad, no buscando el
aplauso ni el privilegio, sino el servicio. Pidámoslo en cada eucaristía
haciendo memorial de la última cena de Aquel que siendo el Maestro y Señor lavó
los pies de los discípulos, para darnos ejemplo y para que también
nosotros lo hagamos así.
Los discípulos, y Santiago entre ellos, lo
comprendieron con la mirada puesta en su Maestro y lo confirmaron al precio de
su propia sangre.
«Santiago vivió poco tiempo, pues ya en un
principio le movía un gran ardor: despreció todas las cosas humanas y ascendió
a una cima tan inefable que murió inmediatamente». San Juan Crisóstomo.
Para
discernir
¿Cómo puedo llegar a ser “grande”?
¿Cómo vivo la actitud de servicio que pide
Jesús?
¿En qué momentos específicos noto que me
siento más inclinado a mandar o a servir?
Repitamos a
lo largo de este día
…Enviado a ser servidor…
Para la
lectura espiritual
«Jesús los llevó a solas a una montaña alta y se
transfiguró ante ellos.»
Mc 9,2
…”Todos los que ven a Cristo no son
iluminados del mismo modo sino según la medida de su capacidad de recibir la
luz. Nuestros ojos corporales no siempre están iluminados del mismo
modo por el sol. Cuanto más alto uno sube, más puede contemplar su salida y
mejor percibe su resplandor y su calor. Del mismo modo, nuestro espíritu cuanto
más alto se eleva y sube hasta Cristo, más descubrirá el esplendor de su
claridad, más intensamente será iluminado por su luz. El Señor mismo lo declara
por boca del profeta: «Acercaos a mí y yo me acercaré a vosotros.» (Zac 1,3)…
De manera que no todos nosotros nos
llegamos a Cristo de la misma manera, sino que cada uno lo hace según «sus
capacidades». (Mt 25,15) O bien, nos vamos con las multitudes hacia él para que
nos sacie con el pan de sus parábolas para no desfallecer por el camino (Mc
8,3), o bien, nos quedamos a sus pies, sin preocuparnos de nada más que de
escuchar su palabra, sin dejarnos distraer por las múltiples necesidades del
servicio. (Lc 10,38ss)… Sin duda alguna que los que se acercan así al Señor
recibirán mucha más luz.
Pero, igual que los apóstoles, sin
alejarnos nunca de él, «permanecemos» constantemente con él en las
tribulaciones (Lc 22,28) Cristo nos explicará en secreto lo que había dicho a
las multitudes y con más claridad todavía nos iluminará. (M13, 11ss). En fin,
si él encuentra a alguien capaz de subir a la montaña con él, como Pedro,
Santiago y Juan, éste ya no sólo será iluminado por la luz de Cristo sino
también por la voz del Padre”…
Orígenes (185-253) presbítero y teólogo
Homilías sobre el Génesis 1,7; SC 7 Pág. 72-73
Homilías sobre el Génesis 1,7; SC 7 Pág. 72-73
Para rezar
Padre nuestro: necesitamos tu Espíritu:
para comprender las necesidades de todos los hombres
para participar con generosidad en tus planes
para iniciar en esta vida la salvación de la vida
eterna
para responder al Evangelio con la promoción de la fe
para superar el materialismo que impregna nuestras
vidas
para sumarnos al esfuerzo actual de solidaridad
para comprometernos en promover la paz y la justicia
para llenar nuestro corazón de tu presencia
para renovar nuestra forma de orar y meditar.
R.A.J.
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