10 de septiembre de 2017 – TO - DOMINGO XXIII – Ciclo A
Si te escucha
habrás ganado a tu hermano
PRIMERA LECTURA
Lectura de la profecía de
Ezequiel 33, 7-9
Así habla el Señor:
«Hijo de hombre, yo te he puesto como
centinela de la casa de Israel: cuando oigas una palabra de mi boca, tú les
advertirás de mi parte. Cuando yo diga al malvado: “Vas a morir”, si tú no
hablas para advertir al malvado que abandone su mala conducta, el malvado
morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre. Si tú, en cambio,
adviertes al malvado para que se convierta de su mala conducta, y él no se
convierte, él morirá por su culpa, pero tú habrás salvado tu vida.»
Palabra de Dios.
SALMO Sal 94, 1-2.
6-7c. 7d-9 (R.: 7d-8a)
R. Ojalá hoy
escuchen la voz del Señor: «No endurezcan su corazón.»
¡Vengan, cantemos con júbilo al Señor,
aclamemos a la Roca que nos salva!
¡Lleguemos hasta él dándole gracias,
aclamemos con música al Señor! R.
¡Entren, inclinémonos para adorarlo!
¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos
creó!
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros, el pueblo que él apacienta,
las ovejas conducidas por su mano. R.
Ojalá hoy escuchen la voz del Señor:
«No endurezcan su corazón como en Meribá,
como en el día de Masá, en el desierto,
cuando sus padres me tentaron y
provocaron,
aunque habían visto mis obras.» R.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de
Roma 13, 8-10
Hermanos:
Que la única deuda con los demás sea la
del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley. Porque los
mandamientos: No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás, y
cualquier otro, se resumen en este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
El amor no hace mal al prójimo. Por lo
tanto, el amor es la plenitud de la Ley.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Mateo 18, 15-20
Jesús dijo a sus discípulos:
«Si tu hermano peca, ve y corrígelo en
privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una
o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o
tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco
quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.
Les aseguro que todo lo que ustedes aten
en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará
desatado en el cielo.
También les aseguro que si dos de ustedes
se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo
concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente
en medio de ellos.»
Palabra del Señor.
Para
reflexionar
Durante toda la primera etapa de su
ministerio profético, Ezequiel luchó por quitarles la falsa esperanza de una
inminente vuelta a la patria, y así fue el profeta que anunció la destrucción
de Jerusalén a causa de los pecados del pueblo. Su palabra profética no fue
escuchada, y por eso Ezequiel se queda mudo; por la rebeldía del pueblo el
profeta enmudece. No puede hacer nada y parece que su misión ha fracasado.
En medio de este profundo silencio, se presentó
uno, que evadido de Jerusalén, dio la noticia de la destrucción de la ciudad.
La esperanza de los exiliados, la desgracia y el reconocimiento de su culpa,
ahogan sus esperanzas. Es en este momento tan triste, cuando Ezequiel recupera
el habla y surge una palabra.
La exigencia de Pablo de no cometer
adulterio, de no matar, de no robar, no envidiar, responden a una exigencia de
la dignidad de la persona humana y del respeto, que la otra persona nos merece
por su misma dignidad. No hace falta ser cristiano para obligarse a sí mismo, a
respetar al prójimo en sus diversas facetas, morales, sexuales, económicas.
***
Mateo por primera vez emplea el término
“hermano” para designar la relación que existe entre los miembros de la
comunidad de discípulos de Jesús.
En el trasfondo se encuentran las
sanciones que aplicaban los judíos ante el incumplimiento de la ley.
Los versículos iniciales presentan tres
maneras o caminos de ganar al hermano.
La sociedad primitiva se manifestaba
violentamente contra la falta del individuo, porque carecía de medios para
perdonarlo y sólo podía vengar la ofensa mediante un castigo ejemplar, setenta
y siete veces más fuerte que la misma falta. Con la ley del talión se producirá
un progreso importante cuando establezca una pena o castigo equivalente al daño
sufrido.
El Antiguo Testamento no establece la
obligación del perdón, pero insiste en la solidaridad que une a los hermanos
entre sí, y les prohíbe acudir a los procedimientos judiciales para arreglar
sus diferencias.
La doctrina de Cristo sobre el perdón
señalará un progreso decisivo, prueba de ello es el mismo Cristo que perdona a
sus verdugos.
Mateo presenta las ofensas y perjuicios
entre hermanos como escándalos que llevan pérdida de fraternidad. Esta no se
recupera si el ofendido o perjudicado no gana al ofensor por la vía del perdón.
La corrección fraterna debe tener lugar
primero en la intimidad, entre dos personas, con tacto y amorosamente. Si el
pecador se arrepiente, habrá salvado a un hermano para la vida eterna.
Un tribunal sólo puede condenar
legítimamente, si se deja constancia del delito por dos o tres testigos. En
este caso, el testimonio debe convencer al culpable de la necesidad de hacer
penitencia. El proceso sigue siendo todavía secreto.
La última instancia es la comunidad que
tiene poder para expulsar a uno de sus miembros y para admitirlo cuando se
convierta de corazón.
***
La fraternidad es la primera consigna
constitucional para la Iglesia. Una fraternidad no sentimental o puramente humanista,
sino fruto de lo que constituye la fe cristiana: “Todos somos hijos de Dios,
hijos del Padre que es Amor”.
Ser Iglesia implica ayudarnos a vivir
nuestra maduración de la fe y nuestra vocación a la santidad. En este sentido
podemos considerar la corrección fraterna como un camino para ayudarnos,
valorarnos, animarnos, con humildad y por razones que superan las simpatías o
antipatías. El único móvil cristiano es el bien de los demás. Con gran
facilidad, al desacreditar públicamente con la crítica ligera, podemos dejar de
ser ayuda.
Jesús concreta esta obligación de un
hermano para con su hermano. Nadie me es extraño; me debo sentir corresponsable
del bien de los demás. Como hermanos, somos responsables unos de los otros, no
podemos desentendernos. Si mi hermano va por mal camino, debo buscar el mejor
modo de ponerlo en guardia, y animarlo a que recapacite. Debemos ayudarnos
mutuamente a vivir como cristianos sabiendo “corregir”.
Jesús detalla el camino que empieza por el
diálogo, sin agresividad, buscando el bien de la persona, no hablando a
espaldas, sino teniendo la valentía de enfrentar la persona y la situación. “Si
no tienes un amigo que te diga tus defectos, busca un enemigo que te haga ese
favor”. -Pitágoras-
El amor de hermanos en Cristo, nos debe
llevar a sentirnos corresponsables de sus éxitos o sus fracasos, su crecimiento
o su pecado. Sus pecados no son “cosa suya”, sino también nuestra. El silencio
a veces puede ser complicidad.
La corrección fraterna debemos hacerla
desde el amor. No se corrige al hermano echándole en cara sus defectos. Una
cosa es mostrarse indiferente, descuidando la caridad fraterna, y otra
convertirse en juez moralizador o en dueño del bien y del mal.
El que ama sí que puede corregir al
hermano, porque lo hará para curar, y sabrá encontrar el momento y las
palabras. No sólo verá los defectos sino también las virtudes. Y porque ama y
se preocupa de su hermano, se atreve a corregirlo y ayudarlo.
Uno de los centros de interés de Mateo, es
precisamente el modelo de comunidad cristiana que quiso Jesús, y los rasgos
básicos que debe tener, de tal modo que pueda notarse que es una comunidad
cristiana, el nuevo pueblo de Dios que realiza ya el proyecto de Dios sobre el
mundo. Hoy, la misión y la evangelización son temas vivos y prioritarios para
la Iglesia. Hoy encontramos un criterio decisivo: evangelizaremos en la medida
que mostremos que vivimos una vida que merece la pena; evangelizaremos cuando
nuestras comunidades cristianas muestren unas relaciones entre sus integrantes
y con Dios que den ganas de vivirlas. En caso contrario, por mucho que
prediquemos, no habrá evangelización posible.
Caminamos juntos. Por tanto, el pecado o
el error o la tibieza de uno u otro, afecta a todos. Por eso, aunque en la
iglesia hay unos responsables con autoridad, nadie puede desentenderse de esta
preocupación común, por el camino de todos.
Una comunidad de discípulos es sana y
evangelizadora cuando, ante la infidelidad de uno de sus miembros, puede
acercarse e invitarlo a reconsiderar su actuación; cuando se tiene conciencia
de ser herederos de la acción y de los criterios de Dios; cuando vive
convencida permanentemente de que Jesús la mueve, que está en medio de ellos y
por lo tanto siente deseos y vive como normal, que sus miembros tengan ganas de
reunirse para pedir algo juntos a Dios.
Es el gran reto de este momento. La
conversión pastoral a la que nos llama la Iglesia pasa por evitar la tentación
de crear grupos poniendo todo el interés tan sólo en reclutar gente para las
tareas parroquiales.
Las comunidades tenemos que trabajar para
lograr unas relaciones más intensas, especialmente entre los cristianos, que
permita “crear espacios para reforzar una verdadera fe, una verdadera caridad,
y un verdadero testimonio de apertura a todos, especialmente a los pobres y
excluidos”. Y, al mismo tiempo, asegurar un espacio abierto y acogedor hacia los
“no practicantes, los críticos y los circunstanciales”.
Para una verdadera conversión pastoral hay
que estimular la corrección fraterna, que lleve a un crecimiento en la fe y en
la misión. Necesitamos aprender más a rezar juntos, y a creer más en la presencia
de Jesucristo en medio de nosotros.
La Iglesia no es una comunidad de puros,
sino de pecadores perdonados; pero es la comunidad de Jesús, en la debemos
encontrar caminos que nos permitan “ser uno” siguiendo a Jesús, a pesar de las
propias debilidades y de los propios pecados.
Para
discernir
¿Aceptas fácilmente una corrección?
¿A quién le has aceptado correcciones?
¿Corregís con ira, miedo o indiferencia?
Repitamos a
lo largo de este día
…El que ama no hace mal al prójimo…
Para la
lectura espiritual
… “Hay un significado clásico de la
corrección fraterna, en perfecta consonancia con el mandato evangélico de Mt
18, que entiende este servicio fraterno, en la línea de la recuperación de
quien se ha equivocado, como un modo evangélico de situarse ante el pecado
ajeno. La corrección fraterna «es un gesto purísimo de caridad, realizado con
discreción y humildad, en relación con quien ha errado; es comprensión
caritativa y disponibilidad sincera hacia el hermano para ayudarle a llevar el
fardo de sus defectos, de sus miserias y debilidades a lo largo de los arduos
senderos de la vida; es una mano tendida hacia quien ha caído para ayudarle a
levantarse y reemprender el camino…; es una práctica y eficaz catequesis que
hace creíbles el amor y la verdad; es una solícita intervención fraterna que
quiere curar las heridas del alma sin causar sufrimientos ni humillaciones».
Pero hay también otro significado que está abriéndose camino progresivamente en
la interpretación de la corrección fraterna.
«A lo largo de los últimos años, la
corrección fraterna se ha desplazado desde la esfera penitencial hacia la
espiritual», es decir, ha pasado gradualmente de la finalidad exclusivamente
negativa (el reproche por un error) a otra positiva-«propositiva», que se
articula «en una pluralidad de intervenciones graduales, no fácilmente
definibles a priori, que van desde la ayuda que se presta al hermano para que
no se extravíe, el apoyo que se ofrece a los débiles o el estímulo dirigido a
los pusilánimes, la exhortación, la llamada de atención y la corrección, hasta
la drástica medida de la excomunión, en el caso de que se revele como útil».
Así pues, siempre se trata de una
intervención motivada por la presencia del mal, de la limitación, de la debilidad,
de la incertidumbre, pero con la intención de superar todas estas realidades en
virtud de la fuerza positiva siempre presente en el sujeto; la corrección
fraterna quiere poner de manifiesto este bien para hacerlo fructificar. Se
trata de corregir «promoviendo» y de «promover» corrigiendo. Precisamente,
gracias a esta apertura o a esta mirada prospectiva tiene lugar la integración
del mal.
En este sentido, la corrección fraterna es
«un conjunto de comportamientos de iluminación, consejo, estímulo, reproche,
amonestación y súplica que hay que cultivar pacientemente para adquirirlos como
estilo propio y para hacerlos practicables cada día», por medio de los cuales
se trata de ayudar al hermano a desistir del mal y hacer el bien. «La
corrección fraterna es entrar en la intimidad del culpable, pero éste alberga
en su interior quién sabe cuántos valiosos elementos positivos: hay que
reservar un elogio para ellos».
Supone una notable ampliación de
significado y, de todos modos, en línea con ese sentido de fraternidad
responsable que es la clave de lectura de Mateo 18,15-17. En efecto, el verbo
reprender traduce un término hebreo cuya raíz significa también «exhortar y
educar», no sólo «corregir y castigar». Existe, además, una interpretación
etimológica realmente sugestiva (aunque no sé en qué medida está fundada),
según la cual «corregir » vendría del verbo cumregere, esto es, literalmente
significaría «llevar juntos», llevar juntos el peso de un problema, de una
debilidad, de un pecado, en definitiva, de una situación complicada del
hermano, para no dejarlo solo y ayudarle a salir de sus problemas. En cierto
modo, como aquellos hombres del evangelio de Lucas que cargaron sobre sus
espaldas al paralítico y lo llevaron ante Jesús para que lo curara: Jesús lo curó,
como ya sabemos, al ver su fe (cf. Lc 5,17-26). Corrección fraterna es también
esto: cargar con el peso de alguien que es débil y que sólo con sus fuerzas
nunca podría llegar a resolver sus problemas, teniendo bien presente que, en
otras ocasiones, nosotros mismos hemos sido llevados por otro. Entonces se
realiza realmente la integración del mal”…
Cencini, Como ungüento precioso, San Pablo, Madrid
2000, 211-213; traducción, José Francisco Domínguez.
Para rezar
Si puedo hacer algo bueno hoy.
Si puedo servir en el sendero de la vida.
Si puedo decir algo útil,
¡SEÑOR, enséñame cómo!
Si puedo corregir a un ser humano equivocado.
Si puedo fortalecer a alguien.
Si puedo consolar con una sonrisa o una canción,
¡SEÑOR, enséñame cómo!
Si puedo ayudar a alguien en peligro.
Si puedo mitigar una carga.
Si puedo esparcir más felicidad,
¡SEÑOR, enséñame cómo!
Si puedo hacer un acto de bondad.
Si puedo ayudar a alguien en necesidad,
Si puedo sembrar una semilla fructífera,
¡SEÑOR, enséñame cómo!
Si puedo alimentar un corazón hambriento,
Si puedo empezar algo mejor,
Si puedo desempeñar un papel más noble,
¡SEÑOR, enséñame cómo!
Grenville Kleiser
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