1 de noviembre de 2017 – TO – MIÉRCOLES DE LA XXX SEMANA
1 de noviembre - Solemnidad de Todos los Santos
Tendrán una
gran recompensa en el cielo
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro del
Apocalipsis 7, 2-4. 9-14
Yo, Juan, vi a otro Ángel que subía del
Oriente, llevando el sello del Dios vivo. Y comenzó a gritar con voz potente a
los cuatro Ángeles que habían recibido el poder de dañar a la tierra y al mar:
«No dañen a la tierra, ni al mar, ni a los
árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los servidores de
nuestro Dios.»
Oí entonces el número de los que habían
sido marcados: eran 144. 000 pertenecientes a todas las tribus de Israel.
Después de esto, vi una enorme
muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las naciones,
familias, pueblos y lenguas. Estaban de pie ante el trono y delante del
Cordero, vestidos con túnicas blancas; llevaban palmas en la mano y exclamaban
con voz potente: « ¡La salvación viene de nuestro Dios que está sentado en el
trono, y del Cordero!»
Y todos los Ángeles que estaban alrededor
del trono, de los Ancianos y de los cuatro Seres Vivientes, se postraron con el
rostro en tierra delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: «¡Amén!
¡Alabanza, gloria y sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza a
nuestro Dios para siempre! ¡Amén!»
Y uno de los Ancianos me preguntó: «
¿Quiénes son y de dónde vienen los que están revestidos de túnicas blancas?»
Yo le respondí: «Tú lo sabes, señor.»
Y él me dijo: «Estos son los que vienen de
la gran tribulación; ellos han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la
sangre del Cordero.»
Palabra de Dios.
SALMO Sal 23, 1-2.
3-4b. 5-6 (R.: cf. 6)
R. Así son los que
buscan tu rostro, Señor.
Del Señor es la tierra y todo lo que hay
en ella,
el mundo y todos sus habitantes,
porque él la fundó sobre los mares,
él la afirmó sobre las corrientes del
océano. R.
¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor
y permanecer en su recinto sagrado?
El que tiene las manos limpias
y puro el corazón;
el que no rinde culto a los ídolos. R.
El recibirá la bendición del Señor,
la recompensa de Dios, su Salvador.
Así son los que buscan al Señor,
los que buscan tu rostro, Dios de Jacob.
R.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la primera carta del apóstol
san Juan 3, 1-3
Queridos hermanos:
¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que
nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos
reconoce, es porque no lo ha reconocido a él.
Queridos míos, desde ahora somos hijos de
Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se
manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Mateo 4,25 – 5, 12
Al ver a la multitud, Jesús subió a la
montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra
y comenzó a enseñarles, diciendo:
«Felices los que tienen alma de pobres,
porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los
pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los
afligidos, porque serán consolados.
Felices los que
tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los
misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que
tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que
trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que
son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el
Reino de los Cielos.
Felices ustedes,
cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a
causa de mí.
Alégrense y
regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo.»
Palabra del Señor.
Para
reflexionar
Hoy la Iglesia en todo el mundo celebra la
festividad de todos los santos. En este día no recordamos sólo aquellos que
alcanzaron la meta sino que también hacemos memoria de la “Vocación a la
Santidad a la que fuimos llamados”. La celebración de todos los Santos es
expresión de la esperanza que nos habita: lo que Dios ha realizado en los
santos lo esperamos nosotros, confiados en su amor, y lo vivimos ya ahora:
“Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos… seremos
semejantes a Él, porque le veremos tal cual es”.
El Apocalipsis nos muestra una visión del
autor en medio de los «ciento cuarenta y cuatro mil» elegidos, y otro gran
número de santos. Los que pasaron la prueba de la tribulación y la persecución
y han lavado sus túnicas en la sangre del cordero. El camino de los hijos -que
es el que desemboca en la gloria de la Jerusalén celestial- no es otro que el
camino del Hijo: Él ha pasado por la gran tribulación, el mundo no lo ha
conocido, ha sido perseguido y calumniado. Quienes han caminado con Jesús y
ahora gozan con su dicha; nos ofrecen el ejemplo de su vida, la ayuda de su
intercesión.
San Juan en la primera carta, llama la
atención de sus destinatarios para que no dejen de asombrarse y admirar el
inmenso amor de Dios que nos ha hecho a todos hijos suyos. Somos hijos por puro
regalo de su amor, gracias a la pasión, muerte y resurrección de su Hijo Jesús.
El pasaje del evangelio que nos presenta
hoy la liturgia, corresponde a la versión de San Mateo de las bienaventuranzas.
Jesús es presentado subiendo al monte. Con Jesús como nuevo Moisés, va a tener
lugar el acto fundacional del nuevo pueblo de Dios. Los signos de pertenencia a
este nuevo pueblo no son principios abstractos, sino que Jesús recoge en su
proclamación situaciones que vivían de hecho sus miembros.
Algunas son padecidas por ellos: la
pobreza, el llanto, el hambre y la sed, los malos tratos y la persecución. Son
situaciones de sufrimiento que se ven obligados a padecer, a causa de su
dedicación a la construcción de este nuevo modelo de sociedad, llamado Reino de
Dios.
Otras son generadas por ellos y Jesús
declara bienaventurados a los que viven con radicalidad y realismo en la vida
las exigencias del reino.
La santidad, no es un logro que se alcanza
en un más allá y que la Iglesia reconoce; sino un estilo de vida en este más
acá, traducido en obras de amor, de misericordia, de justicia y de paz. La
presentación de las bienaventuranzas en la festividad de todos los Santos es
porque ellas son en verdad un camino de santidad. En ellas encontramos una
brújula en nuestro trabajo por alcanzar la santidad, entendida ésta, como la
lucha constante por abrirnos cada vez más, al paso de Dios y dejar que en el
cada día nos dé, la plenitud de la vida.
Para muchos la palabra “santo” evoca a
gente vestida con ropa propia de otras épocas, con una vida bastante distinta,
algunas veces con muchas rarezas, a la de sus contemporáneos y que casi siempre
eran obispos, frailes o monjas. Nos cuesta imaginarnos un santo con jean o
haciendo tareas domésticas y con una vida tan normal como la nuestra. Hemos
identificado ser santo con algo estático, con ser raro, aburrido o absurdamente
sacrificado. En otras ocasiones identificamos al santo con el ser cuasi
perfecto y como modelo que se hace inalcanzable.
Sin embargo el Concilio Vaticano II, en
varias ocasiones, recuerda que “los fieles de cualquier condición y estado son
llamados por Dios, cada uno por su camino, a la perfección de la santidad por
la cual el mismo Padre es perfecto”. Con este llamamiento a la santidad no se
nos invita a ninguna forma absurda de vida o a caminar hacia una meta
imposible. Aspirar a la santidad es aspirar a la felicidad total que todo
hombre desea.
El Dios de la paz, de la felicidad nos
llama a la plenitud. Los hombres somos seres incompletos, inacabados; a los
cuales Dios les ha concedido un don. Cada uno de nosotros es consciente de lo
que Dios puso en sus manos y de lo que en cada momento debe ser el fruto de ese
don. Ser santos no es hacer necesariamente milagros, ni dejar obras
sorprendentes para la historia.
Los santos nos demuestran que seguir a
Cristo es posible, y que vale la pena. Estos hombres y mujeres tuvieron
defectos, cometieron pecados, no eran perfectos. Fueron “normales”. Pero
creyeron en el Evangelio, y que la gracia supera abundantemente nuestras
limitaciones. Los santos han tenido a Dios como anhelo y fundamento
determinante de sus vidas y por eso sus vidas fueron transformadas. Algunos han
dejado huella profunda. Otros han pasado desapercibidos. Hombres y mujeres así,
no sólo existieron en el pasado, sino también hoy andan por nuestras calles,
trabajan en nuestras fábricas, caminan a nuestro lado o sufren en nuestros
hospitales.
Porque la santidad es tener confianza,
esperanza, alegría, porque Jesús está con nosotros, haciendo posible una nueva
vida; que invierte los valores de este mundo y acepta los del evangelio sin
medias tintas. Santo es quien ha decidido construir ese nuevo mundo
bienaventurado donde los hombres se aman, se quieren, son solidarios y se
ayudan, donde no se rechazan unos a otros por su condición social, dinero,
poder. Santo es el que no abandona la lucha aunque sea lenta y fatigosa.
Santidad es cuando, a pesar de todo y de todos, se mantiene la esperanza de que
la lucha realizada por y con Jesús, tendrá un buen final y la fraternidad entre
los hombres irá haciéndose realidad hasta que todos seamos auténticamente
hermanos. Así es el hombre santo y bienaventurado que ha descubierto la mejor
parte, la que nunca le será quitada.
Para
discernir
¿Siento el llamado a la santidad?
¿Qué lugar ocupan las bienaventuranzas en
mi vida cristiana?
¿Estoy convencido que ser santo en el
mundo de hoy vale la pena?
Repitamos a
lo largo de este día
…Sean santos como su Padre Celestial…
Para la
lectura espiritual
…”Tu verdadera identidad es ser hijo de
Dios. Ésa es la identidad que debes aceptar. Una vez que la hayas reivindicado
y te hayas instalado en ella, puedes vivir en un mundo que te proporciona mucha
alegría y, también, mucho dolor. Puedes recibir tanto la alabanza como el
vituperio que te lleguen como ocasiones para fortalecer tu identidad
fundamental, porque la identidad que te hace libre está anclada más allá de
toda alabanza y de todo vituperio humano. Tú perteneces a Dios y, como hijo de
Dios, has sido enviado al mundo.
Dado que ese lugar profundo que hay dentro
de ti y donde se arraiga tu identidad de hijo de Dios lo has desconocido
durante mucho tiempo, los que eran capaces de afectarte han tenido sobre ti un
poder repentino y a menudo aplastante. Pero no podían llevar a cabo aquel papel
divino, y por eso te dejaron, y te sentiste abandonado. Pero es precisamente
esta experiencia de abandono la que te ha atraído a tu verdadera identidad de
hijo de Dios.
Sólo Dios puede habitar plenamente en lo
más hondo de ti. Puede ser que haga falta mucho tiempo y mucha disciplina para
volver a unir tu yo profundo, escondido, con tu yo público, que es conocido,
amado y aceptado, aunque también criticado por el mundo; sin embargo, de manera
gradual, podrás empezar a sentirte más conectado a él y llegar a ser lo que
verdaderamente eres: hijo de Dios”…
H. J. M. Nouwen, La voz del amor, Brescia 21997, pp.
98ss, passim.
Para rezar
Ser santo es seguir siendo
una persona normal y corriente,
que siente la insatisfacción
que produce una visión del mundo,
donde los hombres aceptan
como necesidad el tener mucho dinero.
Ser santo es sentir la preocupación
del desempleo, del paro, y solidarizarse
con quienes lo sufren para paliar su necesidad;
y trabajar para que los responsables
tengan una mentalidad menos lucrativa y más social.
Ser santo es ofrecer nuestra amistad
a quien se encuentra solo,
ser capaz de temblar cuando descubrimos
la incomunicación que nuestro mundo
masificado nos transmite,
y contagia a través de sus aparatos.
Ser santo es no aceptar la violencia
a la que nos lleva la competencia,
el odio que despierta en nosotros
la separación de los hombres con
barreras económicas, sociales,
religiosas, raciales, nacionales.
Ser santo es buscar la superación
de todas las situaciones negativas
que producen sufrimiento en los hombres.
Ser santo es saberse hijo de Dios,
llamar con la vida, no con la lengua,
a Dios como Padre, lo que significa
querer estrechar con los hombres
unos lazos mayores de hermandad para,
todos juntos, poder invocarlo como Padre.
Ser santo es vivir con la limpieza
de corazón suficiente, como para caminar
por la vida sin segundas intenciones,
ofreciendo sinceridad y confianza.
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