12 de octubre de 2017 – TO – JUEVES DE LA XXVII SEMANA
Pidan y se les
dará
Lectura de la profecía de
Malaquías 3, 13-20a
Ustedes hablan duramente contra mí, dice
el Señor, y todavía preguntan: « ¿Qué hemos dicho contra ti?» Ustedes dicen:
«Es inútil servir a Dios, ¿y qué ganamos con observar sus mandamientos o con
andar enlutados delante del Señor de los ejércitos? Por eso llamamos felices a
los arrogantes: ¡prosperan los que hacen el mal; desafían a Dios, y no les pasa
nada!»
Entonces se hablaron unos a otros los que
temen al Señor. El Señor prestó atención y escuchó: ante él se escribió un
memorial, en favor de los que temen al Señor y respetan su Nombre. Ellos serán
mi propiedad exclusiva, dice el Señor de los ejércitos, en el Día que yo preparo.
Yo tendré compasión de ellos, como un hombre tiene compasión de su hijo que lo
sirve. Ustedes volverán a ver la diferencia entre el justo y el impío, entre el
que sirve a Dios y el que no lo sirve.
Porque llega el Día, abrasador como un
horno. Todos los arrogantes y los que hacen el mal serán como paja; el Día que
llega los consumirá, dice el Señor de los ejércitos, hasta no dejarles raíz ni
rama. Pero para ustedes, los que temen mi Nombre, brillará el sol de justicia
que trae la salud en sus rayos.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 1, 1-2.
3. 4 y 6 (R.: 399, 5a)
R. ¡Feliz el que
pone en el Señor toda su confianza!
¡Feliz el hombre
que no sigue el consejo de los malvados,
ni se detiene en el camino de los
pecadores,
ni se sienta en la reunión de los impíos,
sino que se complace en la ley del Señor
y la medita de día y de noche! R.
El es como un árbol
plantado al borde de las aguas,
que produce fruto a su debido tiempo,
y cuyas hojas nunca se marchitan:
todo lo que haga le saldrá bien. R.
No sucede así con los malvados:
ellos son como paja que se lleva el
viento.
Porque el Señor cuida el camino de los
justos,
pero el camino de los malvados termina
mal. R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Lucas 11, 5-13
Jesús dijo a sus discípulos:
«Supongamos que alguno de ustedes tiene un
amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: “Amigo, préstame tres panes,
porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle”, y desde
adentro él le responde: “No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis
hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos.”
Yo les aseguro que aunque él no se levante
para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia
y le dará todo lo necesario.
También les aseguro: pidan y se les dará,
busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el
que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.
¿Hay entre ustedes algún padre que da a su
hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su
lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas
buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a
aquellos que se lo pidan!»
Palabra del Señor
Para reflexionar
Hoy leemos una página de otro profeta
menor, Malaquías. Su anuncio hace referencia a la gran pregunta del bien y del
mal.
Al regresar a Palestina, los exiliados
soñaban con que todo les resultaría fácil. Después de la alegría exultante del
retorno, se instaura la monotonía y vienen las dificultades.
El Templo ya está reconstruido y en medio
de las pruebas cotidianas, la fidelidad a Dios resulta difícil. Aparece la
tentación de vivir «sin Dios». Servir a Dios es cosa inútil ¿Por qué no vivir
como los paganos que los rodean y que parecen muy felices, mientras que los
judíos viven «sin alegría»?
Los justos no parecen recibir ningún
premio, mientras que los malos prosperan. Parece que Dios premia mejor a los
que se comportan mal que a los que caminan en su presencia.
El Señor se muestra abrumado por esos
reclamos e indica a su Pueblo que jamás deben desconfiar de Él. Ante Él no
cuentan las riquezas, sino la fidelidad.
Malaquías responde apelando al gran día
del juicio, “ardiente como un horno”, en que se decidirá el destino de los
buenos y los malos: “a los malvados los quemaré y no quedará de ellos ni rama
ni raíz”, mientras que a “los que honran mi nombre los iluminará un sol de
justicia que lleva la salud en las alas”.
Malaquías asegura que Dios lleva cuenta de
nuestras buenas obras, a pesar de que parece estar callado, se da cuenta de
todo y no se dejará ganar en generosidad.
***
Siguiendo con su enseñanza sobre la
oración, Jesús nos presenta una parábola en la que Dios es comparado a un
amigo, a quien otro amigo acude de noche, a una hora inesperada, para pedirle
unos panes. El amigo no ha cedido por amistad, sino para que lo deje en paz,
como el juez del que hablará Jesús más tarde. Eso no significa que Dios sea
así, que ceda por cansancio: pero esta conducta pone de relieve “con mayor
razón” la actitud del Padre que es bueno.
La eficacia consiste en que Dios siempre
escucha. Que no se hace el sordo ante nuestra oración. Porque todo lo bueno que
podamos pedir ya lo está pensando antes El, que quiere nuestro bien más que
nosotros mismos.
Jesús confirma que Dios atiende la
oración. Hay que pedir, buscar, llamar, con la seguridad de que se recibe lo
que se pide, que se encuentra lo que se busca, que se abren las puertas cuando
se llama. El evangelio nos invita a la insistencia total.
La oración atestigua nuestra identidad
profunda de hijos necesitados de su Padre, y por esa misma razón es por lo que
es escuchada. Nuestra oración que es ciertamente petición, no consiste en un
regateo mercantil, o en el esfuerzo de salir victoriosos y doblegar a Dios. En
ella pedimos, invocamos: es decir, apelamos a una realidad reconocida y a un
derecho.
Recordamos a Dios Padre lo que ha
realizado por su Hijo amado. Esta es la razón profunda de nuestra certeza y de
nuestra audacia: nos atrevemos a provocar a Dios y confrontarlo con su
responsabilidad paterna. Nos atrevemos a correr el riesgo de pedirle algo,
precisamente porque El mismo ha establecido con nosotros vínculos de
familiaridad y se ha puesto a nuestro alcance.
Pero hay que saber pedir. Hay que pedir
que nos disponga para el Reino, que nos capacite para construir con valentía y
con alegría su proyecto en la historia que siempre es más grande que nuestro
proyecto personal. La oración no puede ser ni caprichosa ni antojadiza. Al
Padre tenemos que acercarnos con seriedad y con certeza, en una oración que es
confrontación con el Reino.
A quien se lo pida, Dios concederá su
Espíritu Santo. Concederá el bien pleno que El nos prepara, no necesariamente
el que nosotros pedimos, que suele ser muy parcial. Nos concederá la fuerza que
nos impulsa a vivir el Reino que siempre es más de lo que podemos esperar. Ésa
es la promesa de Jesús.
Para discernir
¿Cómo es nuestra oración?
¿Nos apoyamos en la certeza de un Padre
que nunca nos defrauda?
¿Nuestra oración supera los límites de
nuestras necesidades personales?
Repitamos a lo largo de este día
…Envíanos Señor tu Espíritu Santo…
Para la lectura espiritual
…”Llamar a Dios «Abbá, Padre» (cf. Rom
8,15; Gal 4,6) es algo diferente a darle a Dios un nombre familiar. Llamar a
Dios Abbá significa entrar en la misma relación íntima, libre de miedo,
confiada y rica, que Jesús mantenía con su Padre. Esa relación se llama
Espíritu, y ese Espíritu nos ha sido dado por Jesús y nos hace capaces de
gritar con él: «Abbá, Padre». Llamar a Dios Padre «Abbá, Padre» es un grito del
corazón, una plegaria que brota de lo más íntimo de nuestro ser. No tiene nada que
ver con el hecho de darle un nombre a Dios, sino que es proclamar a Dios como
fuente de nuestro ser. Esta declaración no procede de una intuición inesperada
o de una convicción adquirida, sino que es la declaración de que el Espíritu de
Jesús está en comunión con nuestro espíritu. Y… una declaración de amor.
El Espíritu, a continuación, no nos revela
sólo que Dios es «Abbá, Padre», sino también que pertenecemos a Dios corno
hijos suyos amados. El Espíritu nos restablece así en la relación de la que
todas las otras relaciones toman su significado. Abbá es una palabra muy
íntima. Expresa confianza, seguridad, confidencia, pertenencia y el máximo de
la intimidad. No tiene la connotación de autoridad, de poder y de dominio que
evoca a menudo la palabra padre. Al contrario, Abbá implica un amor que nos
envuelve y alimenta. Este amor incluye y trasciende infinitamente todo el amor
que nos viene de nuestros padres, madres, hermanos, hermanas, esposos y seres
amados. Es el don del Espíritu”…
H. J. M. Nouwen, edición española: Pan para el viaje: una guía de sabiduría y de fe para cada día del año, Ediciones Obelisco, Barcelona 2001
Para rezar
Envíanos tu Espíritu
Señor Jesús, hermano, amigo y compañero,
que caminas con nosotros todos los días de nuestra vida,
te pedimos que nos envíes tu Espíritu Santo.
que caminas con nosotros todos los días de nuestra vida,
te pedimos que nos envíes tu Espíritu Santo.
Que Él nos anime,
nos dé fuerza y coraje
para trabajar por la justicia y la paz.
nos dé fuerza y coraje
para trabajar por la justicia y la paz.
Que nos ilumine,
para saber descubrir lo bueno,
lo verdadero, lo que favorece
y ayude a que la vida sea más digna.
para saber descubrir lo bueno,
lo verdadero, lo que favorece
y ayude a que la vida sea más digna.
Que nos dé valor,
para rechazar la mentira muchas veces disfrazada,
que atenta contra la vida, porque crea división y odio.
para rechazar la mentira muchas veces disfrazada,
que atenta contra la vida, porque crea división y odio.
Que nos ayude,
a comprender lo que Tú nos enseñaste,
que todos somos hijos de un mismo Padre
y que por eso todos somos hermanos
y que las cosas y bienes que hay en el mundo, son para todos.
a comprender lo que Tú nos enseñaste,
que todos somos hijos de un mismo Padre
y que por eso todos somos hermanos
y que las cosas y bienes que hay en el mundo, son para todos.
Que su presencia en medio nuestro,
sea visible a través de los frutos: el amor, la generosidad,
la bondad, la comprensión,
la solidaridad y la auténtica alegría.
sea visible a través de los frutos: el amor, la generosidad,
la bondad, la comprensión,
la solidaridad y la auténtica alegría.
Amén.
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