6 de octubre de 2017 – TO – VIERNES DE LA XXVI SEMANA
El que me
rechaza, rechaza a aquel que me envió
Lectura del libro del profeta
Baruc 1, 15-22
Al Señor, nuestro Dios, pertenece la
justicia; a nosotros, en cambio, la vergüenza reflejada en el rostro, como
sucede en el día de hoy: vergüenza para los hombres de Judá y los habitantes de
Jerusalén, para nuestros reyes y nuestros jefes, para nuestros sacerdotes,
nuestros profetas y nuestros padres. Porque hemos pecado contra el Señor, le
hemos sido infieles y no hemos escuchado la voz del Señor, nuestro Dios, que
nos mandaba seguir los preceptos que él puso delante de nosotros.
Desde el día en que el Señor hizo salir a
nuestros padres del país de Egipto, hasta el día de hoy, hemos sido infieles al
Señor, nuestro Dios, y no nos hemos preocupado por escuchar su voz. Por eso han
caído sobre nosotros tantas calamidades, así como también la maldición que el
Señor profirió por medio de Moisés, su servidor, el día en que hizo salir a
nuestros padres del país de Egipto, para darnos una tierra que mana leche y
miel. Esto es lo que nos sucede en el día de hoy.
Nosotros no hemos escuchado la voz del
Señor, nuestro Dios, conforme a todas las palabras de los profetas que él nos
envió. Cada uno se dejó llevar por los caprichos de su corazón perverso,
sirviendo a otros dioses y haciendo el mal a los ojos del Señor, nuestro Dios.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 78, 1-2.
3-5. 8. 9 (R.: 9b)
R. Líbranos, Señor,
a causa de tu Nombre.
Señor, los paganos invadieron tu herencia,
profanaron tu santo Templo,
hicieron de Jerusalén un montón de ruinas;
dieron los cadáveres de tus servidores
como pasto a las aves del cielo,
y la carne de tus amigos, a las fieras de
la tierra. R.
Derramaron su sangre como agua
alrededor de Jerusalén,
y nadie les daba sepultura.
Fuimos el escarnio de nuestros vecinos,
la irrisión y la burla de los que nos
rodean.
¿Hasta cuándo, Señor? ¿Estarás enojado
para siempre?
¿Arderán tus celos como un fuego? R.
No recuerdes para nuestro mal
las culpas de otros tiempos;
compadécete pronto de nosotros,
porque estamos totalmente abatidos. R.
Ayúdanos, Dios salvador nuestro,
por el honor de tu Nombre;
líbranos y perdona nuestros pecados,
a causa de tu Nombre. R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Lucas 10, 13-16
¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida!
Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre
ustedes, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y sentándose
sobre ceniza. Por eso Tiro y Sidón, en el día del Juicio, serán tratadas menos
rigurosamente que ustedes.
Y tú, Cafarnaún, ¿acaso crees que serás
elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno.
El que los escucha a ustedes, me escucha a
mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza
a aquel que me envió.
Palabra del Señor.
Para
reflexionar
Este Baruc es probablemente el secretario
y hombre de confianza del profeta Jeremías. Lo encontramos en Babilonia, a la
muerte de Jeremías, hacia el 580 antes de Cristo.
En esta época muchos judíos se encontraban
en la Dispersión, reunidos en pequeñas comunidades en ciudades paganas.
Esta situación ha hecho que el pueblo
reflexione sobre su «historia nacional» de pecado y clame a Yahvé.
Los textos que leemos hoy contienen una
larga oración litúrgica. Es una oración emocionada, humilde, en la que
reconocen que son culpables de lo que les está pasando, porque todos han sido
infieles a Dios, empezando por los políticos y sacerdotes.
El pensamiento judío, como también el
pensamiento popular de muchos pueblos, piensa que hay una relación entre el
pecado y la desgracia, por eso la plegaria empieza con una confesión sincera y
lúcida de los pecados de toda la comunidad de ahora y de antes, sigue con el
reconocimiento del sentido del castigo divino y termina pidiendo misericordia.
En un clima de serenidad aparece claramente la teología del pecado, de la
conversión y del perdón,
El principal pecado, del que todos son
responsables, reside en haber despreciado la palabra de Dios: «Desde el día en
que el Señor sacó a nuestros padres de Egipto hasta hoy no hemos hecho caso al
Señor, nuestro Dios. Se recuerda constantemente el beneficio del éxodo, que
contrasta con la dureza de corazón del pueblo.
Dios es siempre fiel a su amor por
nosotros. Jamás dejará de amarnos, por muchas ofensas y rebeldías que hayamos
hecho en contra suya, pues en medio de nuestras infidelidades, Él permanece
fiel, ya que no puede desdecirse a sí mismo.
Como respuesta a esta fidelidad y amor no
sólo hemos de reconocer nuestras faltas, sino que necesitamos arrepentirnos y
pedir perdón, lo que nos llevará a reiniciar un nuevo camino de lealtad en la
presencia del Señor.
***
Jesús y los suyos tenían ya experiencia de
fracaso en su trabajo evangelizador. Acababan de dejar Galilea, de donde
conservaban algunos recuerdos amargos. En su paso por Samaria no los habían
querido hospedar y en Jerusalén les esperaban cosas aún peores.
El Evangelio de hoy narra las tres
lamentaciones de Jesús contra tres ciudades galileas: Betsaida, Corozaín y
Cafarnaún. La decepción es mayor por Cafarnaún, ciudad que Jesús había hecho
centro de su predicación. Ha constatado con dolor que en los lugares donde se
podía esperar una buena aceptación de su mensaje es donde encuentra más
obstinación y dureza de corazón. Por el contrario, en las ciudades de Tiro y de
Sidón, donde no esperaba nada ha encontrado mejor disposición para aceptar el
mensaje.
Jesús culmina su lamento poniendo de
manifiesto la íntima relación entre él y su Padre que lo ha enviado y anuncia
que, al final, habrá un juicio duro para los que no han sabido acoger al
enviado de Dios.
También hoy encontraríamos esta
lamentación ante muchas de nuestras actitudes. Frecuentemente, por haber
recibido y aceptado el anuncio nos colocamos en una posición de superioridad,
que nos hace creer que ya lo sabemos todo, que no hay nada nuevo que podamos
aprender. Nos armamos de una falsa seguridad que nos aísla del llamado
incesante que hay en la vida al cambio y al crecimiento. Nos cerramos en una fe
estática que anula nuestra capacidad de cambio, de ajuste de nuestro modo de
ver, sentir, pensar.
Otras veces aceptamos parcialmente el
mensaje tratando de acomodarlo a nuestras conveniencias y negando aquello que nos
resulta arduo o enfrentado a nuestros intereses. No se trata muchas veces de un
rechazo explícito y verbal pero sí es el rechazo práctico de mutilar o hacer
caso omiso de los aspectos más comprometedores y de mayor exigencia del
evangelio.
Lo mismo sucede en el plano institucional.
Nos apegamos a costumbres, tradiciones, mandatos y dogmatismos cerrándonos a la
acción siempre novedosa del Espíritu; empobreciendo cada vez más las
posibilidades de enriquecimiento del mensaje. Nos creemos poseedores de una verdad
dada, fuera de la cual nadie tiene nada que decir, nada que aportar. Nos
conformamos con repetir, sin llegar a la raíz de la vida para dejarnos
transformar, y transformar desde ahí la realidad, con la novedad que Jesús
trae.
Las palabras finales de este Evangelio son
una llamada a la conversión y traen esperanza. Escuchemos la voz de Jesús para
que el amor supere progresivamente el egoísmo arraigado en nuestra vida y en
nuestras estructuras. La conversión es un trabajo siempre inacabado y es el camino
por el cual Dios nos recreará y recreará su Iglesia.
Para
discernir
¿Qué frutos de conversión da en mí el
anuncio del evangelio?
¿Me acostumbré a la Palabra de Jesús?
¿Vivo en espíritu de conversión constante?
Para la
lectura espiritual
«El que os escucha a vosotros a mí me
escucha; el que os rechaza a vosotros a mí me rechaza »
Nuestro tiempo es dramático y al mismo
tiempo fascinador. Mientras por un lado los hombres dan la impresión de ir
detrás de la prosperidad material y de sumergirse cada vez más en el
materialismo consumista, por otro, manifiestan la angustiosa búsqueda de
sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y
modos de concentración y de oración. No sólo en las culturas impregnadas de
religiosidad, sino también en las sociedades secularizadas, se busca la
dimensión espiritual de la vida como antídoto a la deshumanización… La Iglesia
tiene un inmenso patrimonio espiritual para ofrecer a la humanidad: en Cristo,
que se proclama «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6).
La Iglesia debe de ser fiel a Cristo; ella
es su cuerpo y recibe la misión de hacerle presente. Es necesario que “siga el
mismo camino que Cristo, el camino de la pobreza, de la obediencia, del
servicio y de la inmolación de sí hasta la muerte, de la cual salió victorioso
por su resurrección” (Vaticano II, AG 59). Así pues, la Iglesia debe hacer todo
lo posible para realizar su misión en el mundo y llegar a todos los pueblos;
tiene también el derecho, concedido por Dios, de llevar a cabo la realización
de su plan. La libertad religiosa, a veces todavía limitada o restringida, es
la condición y la garantía de todas las libertades que fundamentan el bien
común de las personas y de los pueblos. Es de desear que se conceda a todos y
en todo lugar la verdadera libertad religiosa… Se trata de un derecho
inalienable de toda persona humana.
Por otra parte, la Iglesia se dirige al
hombre en el respeto total hacia su libertad; la misión no restringe la
libertad sino que la favorece. La Iglesia propone; no impone jamás; respeta a
las personas y a las culturas, y se detiene ante el altar de la conciencia. A
los que, bajo diversos pretextos, se oponen a su actividad misionera, la
Iglesia les repite: “¡Abrid las puertas a Cristo!”
San Juan Pablo II (1920-2005), Papa
Encíclica “Redemptoris missio”, § 38-39 (trad. Libreria Editrice Vaticana)
Encíclica “Redemptoris missio”, § 38-39 (trad. Libreria Editrice Vaticana)
Para rezar
Oración de amor y amistad
Señor:
Qué hermoso es tener un corazón
con capacidad para amar y perdonar,
para ayudar y comprender,
para creer y confiar.
Pero qué difícil me resulta practicarlo,
hacerlo vida en mis actos de cada día.
Mis fuerzas son muy limitadas
y son más las horas bajas que las buenas.
Tú siempre estás ahí, esperándome,
creyendo en mí, confiando en mí.
Que una caída de hoy sea un peldaño
que me acerque más a ti y a mis hermanos;
que cada día tenga el coraje
de volver a empezar en el camino del amor.
Que al cerrar cada noche,
pueda refugiarme en tu regazo
de Padre compresivo y amoroso.
Dame la valentía de saber unir
mi mano a otros hombres, mis hermanos,
para hacer crecer entre todos
el arco iris del amor y de la amistad.
Qué hermoso es tener un corazón
con capacidad para amar y perdonar,
para ayudar y comprender,
para creer y confiar.
Pero qué difícil me resulta practicarlo,
hacerlo vida en mis actos de cada día.
Mis fuerzas son muy limitadas
y son más las horas bajas que las buenas.
Tú siempre estás ahí, esperándome,
creyendo en mí, confiando en mí.
Que una caída de hoy sea un peldaño
que me acerque más a ti y a mis hermanos;
que cada día tenga el coraje
de volver a empezar en el camino del amor.
Que al cerrar cada noche,
pueda refugiarme en tu regazo
de Padre compresivo y amoroso.
Dame la valentía de saber unir
mi mano a otros hombres, mis hermanos,
para hacer crecer entre todos
el arco iris del amor y de la amistad.
Lidia María de Jesús
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