9 de octubre de 2017 – TO – LUNES DE LA
XXVII SEMANA
¿Quién es mi prójimo?
Principio de la profecía de Jonás
1, 1-2, 1. 11
La palabra del Señor se dirigió a Jonás,
hijo de Amitai, en estos términos: «Parte ahora mismo para Nínive, la gran ciudad,
y clama contra ella, porque su maldad ha llegado hasta mí.»
Pero Jonás partió para huir a Tarsis,
lejos de la presencia del Señor. Bajó a Jope y encontró allí un barco que
zarpaba hacia Tarsis; pagó su pasaje y se embarcó para irse con ellos a Tarsis,
lejos de la presencia del Señor.
Pero el Señor envió un fuerte viento sobre
el mar, y se desencadenó una tempestad tan grande que el barco estaba a punto
de partirse. Los marineros, aterrados, invocaron cada uno a su dios, y
arrojaron el cargamento al mar para aligerar la nave. Mientras tanto, Jonás
había descendido al fondo del barco, se había acostado y dormía profundamente.
El jefe de la tripulación se acercó a él y le preguntó: « ¿Qué haces aquí
dormido? Levántate e invoca a tu dios. Tal vez ese dios se acuerde de nosotros,
para que no perezcamos.» Luego se dijeron unos a otros: «Echemos suertes para
saber por culpa de quién nos viene esta desgracia.» Así lo hicieron, y la
suerte recayó sobre Jonás.
Entonces le dijeron: «Explícanos por qué
nos sobrevino esta desgracia. ¿Cuál es tu oficio? ¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu
país? ¿A qué pueblo perteneces?»
El les respondió: «Yo soy hebreo y venero
al Señor, el Dios del cielo, el que hizo el mar y la tierra.» Aquellos hombres
sintieron un gran temor, y le dijeron: « ¡Qué has hecho!», ya que
comprendieron, por lo que él les había contado, que huía de la presencia del
Señor. Y como el mar se agitaba cada vez más, le preguntaron: « ¿Qué haremos
contigo para que el mar se nos calme?»
Jonás les respondió: «Levántenme y
arrójenme al mar, y el mar se les calmará. Yo sé muy bien que por mi culpa les
ha sobrevenido esta gran tempestad.»
Los hombres se pusieron a remar con
fuerza, para alcanzar tierra firme; pero no lo consiguieron, porque el mar se
agitaba cada vez más contra ellos. Entonces invocaron al Señor, diciendo: «
¡Señor, que no perezcamos a causa de la vida de este hombre! No nos hagas
responsables de una sangre inocente, ya que tú, Señor, has obrado conforme a tu
voluntad.» Luego, levantaron a Jonás, lo arrojaron al mar, y en seguida se
aplacó la furia del mar. Los hombres, llenos de un gran temor al Señor, le
ofrecieron un sacrificio e hicieron votos.
El Señor hizo que un gran pez se tragara a
Jonás, y este permaneció en el vientre del pez tres días y tres noches.
Entonces el Señor dio una orden al pez, y
este arrojó a Jonás sobre la tierra firme.
Palabra de Dios.
SALMO Jon 2, 3. 4.
5. 8 (R.: 7c)
R. Tú me hiciste
salir vivo de la fosa, Señor.
Desde mi angustia invoqué al Señor,
y él me respondió;
desde el seno del Abismo, pedí auxilio,
y tú escuchaste mi voz. R.
Tú me arrojaste a lo más profundo,
al medio del mar:
la corriente me envolvía,
¡todos tus torrentes y tus olas
pasaron sobre mí! R.
Entonces dije: He sido arrojado
lejos de tus ojos,
pero yo seguiré mirando
hacia tu santo Templo. R.
Cuando mi alma desfallecía,
me acordé del Señor,
y mi oración llegó hasta ti,
hasta tu santo Templo. R
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Lucas 10, 25-37
Un doctor de la Ley se levantó y le
preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la
Vida eterna?»
Jesús le preguntó a su vez: « ¿Qué está
escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»
El le respondió: «Amarás al Señor, tu
Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo
tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo.»
«Has respondido exactamente, le dijo
Jesús; obra así y alcanzarás la vida.»
Pero el doctor de la Ley, para justificar
su intervención, le hizo esta pregunta: « ¿Y quién es mi prójimo?»
Jesús volvió a tomar la palabra y le
respondió: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos
ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio
muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de
largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un
samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió.
Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después
lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de
cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del
albergue, diciéndole: “Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al
volver.”
¿Cuál de los tres te parece que se portó
como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?»
«El que tuvo compasión de él», le
respondió el doctor. Y Jesús le dijo: «Ve, y procede tú de la misma manera.»
Palabra del Señor.
Para reflexionar
El relato de Jonás escrito hacia el siglo
V antes de Cristo no es la biografía de un hombre real. Jonás hijo de Amitai,
profeta en tiempos de Jeroboán II, de quien se tienen escasas noticias sirve
para convertirlo en protagonista de este «midrash», un relato imaginario con
fines educativos. Quizá el mismo nombre haya servido para la elección: Jonás
significa «paloma», nombre que se aplica a Israel, como símbolo no de
inocencia, sino de estupidez en Oseas.
Esta parábola del Antiguo Testamento, nos
recuerda que «todos los hombres, son llamados a la salvación». Es probable que
fuera escrito en tiempos de Esdras y en contra de éste que, para asegurar la
pureza de la fe del pueblo elegido en la época de la reconstrucción de Sión,
con un excesivo nacionalismo, cerraba las puertas a los demás países.
El libro de Jonás reafirma fuertemente la
«vocación misionera» del pueblo elegido. Dios no es solamente el Dios de
Israel, sino el de todas las naciones. En esta historia todos los paganos que
aparecen son buenos, desde el rey de Nínive y sus habitantes, hasta el ganado,
pasando por los marineros del barco y la ballena que cumple también un papel
importante. El único judío, Jonás, es el peor, un anti-profeta, personificación
del espíritu mezquino, particularista y ridículo de buena parte de Israel.
El autor eligió como muestra de una ciudad
pagana que se convierte, a Nínive, la capital de los asirios, famosa por su
política despiadada y cruel.
En el momento en que Jonás recibe el
encargo de ir a Nínive y anunciar allí el castigo de Dios, como mal profeta,
toma un barco en dirección contraria yendo hacia tierras de Tarsis, en el sur
de la actual España.
Cuando se forma la tempestad, los
marineros aparecen como personas buenas, que temen a sus dioses y les rezan y
les ofrecen sacrificios, y además respetan a Jonás, a pesar de que se ha
declarado culpable. Tratan de hacer lo posible para salvarlo, pero al fin lo
tienen que arrojar al mar. En el agua es donde entra en acción la ballena que
lo retiene durante tres días hasta vomitarlo a tierra firme.
El único personaje judío de la parábola es
el único que se resiste a Dios. Pero Dios al margen de lo que haga el hombre,
consigue su fin. Las situaciones por las que pasa Jonás más que castigos, son
hechos providenciales y destinados a forzar al profeta a cumplir su misión.
***
Jesús contó esta parábola dedicándosela al
doctor de la ley, a una persona que tenía la función de indicar a los demás los
deberes de la religión. Este maestro de la ley que interroga a Jesús tiene la
intención de ponerlo a prueba.
No era fácil decidir entre los 613
mandatos o mandamientos, cuál de todos era el más importante. Jesús no se
atiene a la línea de ningún rabino de la época ni a ninguna escuela en
particular, simplemente hace que su interlocutor vuelva a la fuente, a la Ley
de Moisés, a lo que recordaban en el Shemá Israel los judíos practicantes tres
veces al día: amar a Dios con todo el ser y al prójimo como a sí mismo. Sólo
estos dos son suficientes para obtener la vida.
Ante la pregunta sobre quién es el
prójimo, Jesús acudirá a un ejemplo que los sacará del marco teórico para
insertarlos en la vida. Una historia totalmente ordinaria, un hecho más de los
que sucedían habitualmente y a los que hoy estamos acostumbrados. Un hombre
anónimo, un cualquiera, una víctima de la rapiña pero también del odio racial,
de los prejuicios y de la indiferencia. Pasan un sacerdote y un levita que dan
un rodeo. No se acercan, no es de los suyos. Jesús quiere poner de manifiesto
lo deshumanizante de la ley cuando la búsqueda del bien no la sustenta. Ambos
seguramente, se dirigían a Jerusalén a cumplir con sus respectivos turnos de
servicio en el templo, que exigía una estricta pureza legal y ritual que
hubieran quedado rota al contaminarse con la sangre del herido.
A través de esa historia Jesús va a
revelar la extraña novedad del evangelio. Porque para Jesús la regla de oro de
la moral, no es la observación de un marco de leyes bien definido, sino la que
surge de la vida vivida y se elabora en el corazón que, porque ama a Dios, está
empapado de misericordia y compasión.
La compasión marca el sello distintivo de
esta ley superior a toda ley. La misma compasión que tuvo Jesús con la viuda de
Naím; con la multitud que lo seguía abatida y con hambre; y que tuvo el padre
con el hijo que regresa.
Este buen samaritano es Cristo, en el que
Dios se acerca al hombre herido y lo carga sobre sí para curar sus heridas.
Este hombre bajaba de Jerusalén a Jericó; Jesús recorrerá el camino inverso:
irá a Jerusalén, y allí El será el samaritano, ahora herido porque la compasión
lo lleva a cargar nuestras heridas. En Jesús colgado al borde del camino,
dejado por muerto, de quien todos se apartan, Dios manifiesta su rostro de
misericordia y de amor universal.
El «amor» a Dios no se puede reducir a una
frase adornada con oraciones cumplidoras y prácticas externas. El amor al
prójimo brota de la compasión y nos lleva a ponernos en camino de hacer lo
mismo que aquel samaritano.
La salvación está del lado del corazón
capaz de compadecerse. Jesús con su palabra y con su vida, invita y reclama
para la vida del mundo un corazón misericordioso, porque la misericordia es el
corazón de Dios.
Para discernir
¿Qué nos exige hoy nuestro amor a Dios?
¿Qué nos exige hoy nuestro amor a los
hermanos?
¿Me dejo sanar por la compasión y la
misericordia de Dios?
Repitamos a lo largo de este día
…Dame una vida compasiva Señor…
Para la lectura compasiva
«Un Samaritano… llegó donde estaba él, y al verlo le
dio lástima»
…”Un samaritano bajaba por el camino.
«Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre» (Jn
3,13). Viendo que estaba medio muerto ese hombre a quien nadie, antes de él,
había podido curar…, se le acerca; es decir que, aceptando de sufrir con
nosotros se hizo nuestro prójimo y compadeciéndose de nosotros se hizo nuestro
vecino.
«Le vendó las heridas, echándoles aceite y
vino». Este médico tiene muchos remedios con los cuales está acostumbrado a
curar. Sus palabras son un remedio: tal palabra venda las heridas, tal otra les
pone bálsamo, a otra vino astringente… «Después lo montó en su cabalgadura».
Escucha cómo él te acomoda: «Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó
nuestros dolores» (Is 53,4). También el pastor ha colocado a su oveja cansada
sobre sus espaldas (Lc 15,5)…
«Lo llevó a una posada y lo cuidó»… Pero
el Samaritano no podía permanecer largo tiempo en nuestra tierra; debía
regresar al lugar del que había descendido. Pues «al día siguiente» -¿cuál es
este día siguiente sino el día de la resurrección del Señor, de aquel que se ha
dicho: «Este es el día que hizo el Señor» (Sl 117, 24)?- «sacó dos denarios y,
dándoselos al posadero, le dijo: Cuida de él». ¿Qué son estas dos monedas?
Quizás los dos Testamentos, que llevan la efigie del Padre eterno, y al precio
de los cuales nuestras heridas has sido curadas… ¡Dichoso este posadero que
puede curar las heridas de otro! ¡Dichoso aquel a quien Jesús dice: «Lo que
gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta»!… Promete, pues, la recompensa.
¿Cuándo volverás, Señor, si no es en el día del juicio? Aunque siempre estés en
todas partes, teniéndote en medio de nosotros sin que te reconozcamos, llegará
el día en que toda carne te verá venir. Y darás lo que debes. ¿Cómo lo pagarás
tú, Señor Jesús? Has prometido a los buenos una amplia recompensa en el cielo,
pero darás todavía más cuando dirás: «Muy bien, siervo bueno y fiel, has sido
fiel en lo poco, yo te confiaré mucho más; entra en el gozo de tu señor» (Mt
25,21)”…
San Ambrosio (hacia 340-397), obispo de Milán y doctor
de la Iglesia – Comentario al evangelio de Lucas, 7, 74s
Para rezar
Dios de ternura y de piedad,
Que te inclinas sobre nuestra pobreza
y cuidas de nosotros, que somos tus hijos.
Reconocemos tu amor y tu misericordia,
Que podamos por tu gracia
ser hombres de corazón, consagrados a la caridad.
Danos entrañas de misericordia ante toda miseria
humana,
inspiranos el gesto y la palabra necesaria
ante todo dolor y sufrimiento
Que ella sea hoy nuestra misión,
nuestra tarea y nuestra felicidad.
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