Que el más grande se haga
servidor de los otros
Lectura de la profecía de Ezequiel 43, 1-7a
El hombre me llevó hacia la puerta que miraba al oriente, y yo vi que la
gloria del Dios de Israel venía desde el oriente, con un ruido semejante al de
las aguas caudalosas, y la tierra se iluminó con su Gloria. Esta visión era
como la que yo había visto cuando el Señor vino a destruir la ciudad, y como la
que había visto junto al río Quebar. Entonces caí con el rostro en tierra.
La gloria del Señor entró en la Casa por la puerta que daba al oriente.
El espíritu me levantó y me introdujo en el atrio interior, y yo vi que la
gloria del Señor llenaba la Casa. Y oí que alguien me hablaba desde la Casa,
mientras el hombre permanecía de pie junto a mí. La voz me dijo: «Hijo de
hombre, este es el lugar de mi trono, el lugar donde se asienta la planta de
mis pies. Aquí habitaré para siempre en medio de los israelitas.»
Palabra de Dios.
SALMO Sal 84, 9ab y 10. 11-12. 13-14 (R.: cf.
10b)
R. La gloria del Señor habitará en nuestra
tierra.
Voy a proclamar lo que dice el Señor:
el Señor promete la paz,
la paz para su pueblo y sus amigos.
Su salvación está muy cerca de sus fieles,
y la Gloria habitará en nuestra tierra. R.
El Amor y la Verdad se encontrarán,
la Justicia y la Paz se abrazarán;
la Verdad brotará de la tierra
y la Justicia mirará desde el cielo. R.
El mismo Señor nos dará sus bienes
y nuestra tierra producirá sus frutos.
La Justicia irá delante de él,
y la Paz, sobre la huella de sus pasos. R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 23,
1-12
Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos:
«Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y
cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no
hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los
demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo.
Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los
flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y
los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse
llamar “mi maestro” por la gente.
En cuanto a ustedes, no se hagan llamar “maestro”, porque no tienen más
que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen
“padre”, porque no tienen sino uno, el Padre celestial. No se dejen llamar
tampoco “doctores”, porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.
Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque
el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.»
Palabra del Señor.
Para
reflexionar
Hay lugares privilegiados para la presencia divina.
Ayer el profeta anunciaba que Dios iba a infundir su espíritu nuevo, hoy
leemos cómo la gloria de Dios, Él mismo, vuelve al Templo.
Dios afirma que va a residir para siempre en medio de los hijos de
Israel. Ezequiel intenta poner en marcha, dentro de la nueva situación, las
nuevas instituciones. Al reorganizar el pueblo tras el exilio, tiene en cuenta
las experiencias pasadas, para no volver a caer en los mismos errores.
Reconstruido el templo, la gloria del Señor vuelve a llenarlo. De aquí
la necesidad de la santidad es decir apartarse de todos los pecados y de todas
las abominaciones, la idolatría, la prostitución y la poca distinción entre el
templo y el palacio real.
Ezequiel trata de infundir esperanza en los deportados; tiene una
visión, algo sorprendente. El profeta imagina el Israel del mañana y traza las
líneas de un templo imaginario y perfecto. La Gloria del Señor llegó al templo
por el pórtico que mira a oriente. Este templo imaginario está orientado de
modo que cada amanecer, tendría allí lugar una brillante salida de sol.
Las cosas no pueden ser como antes, porque Dios lo ha renovado todo. De
ahora en adelante, no volverán a profanar el templo comenzando una nueva vida
en santidad.
***
Los fariseos querían alcanzar el Reino por medio del estricto
cumplimiento de la ley. Muchos de ellos se mostraban como modelos de santidad y
perfección pero, sus aspiraciones verdaderas eran adquirir el poder con el
apoyo popular.
Si bien Jesús reconoce la legitimidad de los fariseos como letrados, les
reprocha la pretensión de cargar al pueblo con seiscientos trece mandatos que
ellos mismos no cumplían. Estos eran una carga extremadamente pesada e inútil.
Los fariseos se exhibían como hombres piadosos, pero no estaban dispuestos a
realizar lo más importante de la ley que es la misericordia y la justicia. Los
fariseos eran malos pastores, que en lugar de facilitar el camino de aquellos
de los que eran responsables ante Dios, les impedían vivir.
Jesús invita a los suyos a aprender de lo que saben los fariseos, pero
no a imitar su actitud de vida. Pues, en efecto, ellos enseñaban muchas cosas
valiosas de la Sagrada Escritura, pero no estaban dispuestos a comprometerse
con las exigencias de la Palabra de Dios. Cuando excluyen a los débiles, a los
ciegos, a los pecadores en nombre de una multitud de preceptos, demuestran que
no han comprendido la esencia de la ley. Con su actitud acaban excluyendo a
Dios, para aprisionar a los hombres en un sistema humano a su servicio.
La comunidad de Jesús, tendrá que basar su existencia en un compromiso
vital con la Palabra que se traducirá en un estilo de vida arraigado en la
justicia, la verdad y el amor. El hombre contemporáneo escucha más a gusto a
los que dan testimonio que a los que enseñan, nos decía Pablo VI en la
Evangelii Nuntiandi.
Para
discernir
¿Qué lugar ocupa Dios y el compromiso con su palabra en mi existencia?
¿Vivo la fe como un privilegio que merezco o como un don que se me ha
dado gratuitamente?
¿Cuánto tiempo dedico para dejarme enseñar por el Señor?
Repitamos
a lo largo de este día
«Yo estoy entre ustedes como el que sirve»
Para
la lectura espiritual
…”La humilitas tiene que ver también con el sentido del humor. El que es
humilde posee el sentido del humor. Consigue reírse de sí mismo. Se desinteresa
de sí mismo. Puede mirarse de una manera serena, porque se ha permitido a sí
mismo ser tal como es, una persona de la tierra y del cielo, con defectos y
debilidades y, al mismo tiempo, digna de amor y de valor.
Te deseo que el ángel de la humildad te dé el coraje de aceptarte y de
amarte en tu dimensión terrena y en tu humanidad. Entonces brotarán de ti
esperanza y confianza para todos aquellos con quienes te encuentres. El ángel
de la humildad creará a tu alrededor un espacio en el que los otros encontrarán
el coraje para bajar a su realidad y para subir después a la verdadera vida. La
humildad [...], entendida como el valor para mirar de frente nuestra propia
verdad, es el distintivo de una espiritualidad auténtica. El que se ha vuelto
presuntuoso, el que se pone por encima de los otros -que son oprimidos por sus
caprichos y por sus necesidades-, no ha encontrado todavía su verdad”…
Anselm Grün, [edición española: Cincuenta ángeles
para comenzar el año, Sígueme, Salamanca 1999].
Para
rezar
Señor ayúdame
Señor ayúdame a decir la verdad delante de los
fuertes.
Y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles.
Si me das fortuna no permitas que pierda la felicidad.
Si me das fuerza no permitas que pierda la razón.
Si me das éxito, no permitas que pierda la humildad.
Si me das humildad, no permitas que pierda la dignidad.
Ayúdame siempre a ver el otro lado de la medalla.
No me dejes inculpar de traición a
los demás por no pensar como yo.
Enséñame a querer a la gente como a mi mismo
y a juzgarme como a los demás.
No me dejes caer en el orgullo si triunfo.
Ni en la desesperación si fracaso.
Más bien recuérdame que el fracaso
es la experiencia que precede al triunfo.
Enséñame que perdonar es lo más grande del fuerte.
Y que la venganza es la señal primitiva del débil.
Si me quitas la fortuna, déjame la esperanza.
Si me quitas el éxito, déjame la fuerza para triunfar.
Si yo faltara a la gente, dame valor para disculparme.
Si la gente faltara conmigo, dame valor para perdonar.
Señor, si yo me olvido de Ti, Tú no te olvides de mí.
Y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles.
Si me das fortuna no permitas que pierda la felicidad.
Si me das fuerza no permitas que pierda la razón.
Si me das éxito, no permitas que pierda la humildad.
Si me das humildad, no permitas que pierda la dignidad.
Ayúdame siempre a ver el otro lado de la medalla.
No me dejes inculpar de traición a
los demás por no pensar como yo.
Enséñame a querer a la gente como a mi mismo
y a juzgarme como a los demás.
No me dejes caer en el orgullo si triunfo.
Ni en la desesperación si fracaso.
Más bien recuérdame que el fracaso
es la experiencia que precede al triunfo.
Enséñame que perdonar es lo más grande del fuerte.
Y que la venganza es la señal primitiva del débil.
Si me quitas la fortuna, déjame la esperanza.
Si me quitas el éxito, déjame la fuerza para triunfar.
Si yo faltara a la gente, dame valor para disculparme.
Si la gente faltara conmigo, dame valor para perdonar.
Señor, si yo me olvido de Ti, Tú no te olvides de mí.
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