21 de
noviembre de 2018 – TO – MIÉRCOLES DE LA XXXIII SEMANA
Al que tiene, se le dará
Lectura del Libro del Apocalipsis 4,1-11.
Después tuve la siguiente visión: Había una puerta
abierta en el cielo, y la voz que había escuchado antes, hablándome como una
trompeta, me dijo: “Sube aquí, y te mostraré las cosas que deben suceder en
seguida”.
En ese mismo momento, fui arrebatado por el
Espíritu y vi en el cielo un trono, en el cual alguien estaba sentado.
El que estaba sentado tenía el aspecto de una
piedra de jaspe y de ágata. Rodeando el trono, vi un arco iris que tenía el
aspecto de la esmeralda.
Y alrededor de él, había otros veinticuatro tronos,
donde estaban sentados veinticuatro Ancianos, con túnicas blancas y coronas de
oro en la cabeza.
Del trono salían relámpagos, voces y truenos, y
delante de él ardían siete lámparas de fuego, que son los siete Espíritus de
Dios.
Frente al trono, se extendía como un mar
transparente semejante al cristal. En medio del trono y alrededor de él, había
cuatro Seres Vivientes, llenos de ojos por delante y por detrás.
El primer Ser Viviente era semejante a un león; el
segundo, a un toro; el tercero tenía rostro humano; y el cuarto era semejante a
un águila en pleno vuelo.
Cada uno de los cuatro Seres Vivientes tenía seis
alas y estaba lleno de ojos por dentro y por fuera. Y repetían sin cesar, día y
noche: “Santo, santo, santo es el Señor Dios, el Todopoderoso, el que era, el
que es y el que vendrá”.
Y cada vez que los Seres Vivientes daban gloria,
honor y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los
siglos de los siglos, los veinticuatro Ancianos se postraban ante él para
adorarlo, y ponían sus coronas delante del trono, diciendo:
“Tú eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la
gloria, el honor y el poder. Porque has creado todas las cosas: ellas existen y
fueron creadas por tu voluntad”.
Palabra de Dios
SALMO Sal 150(149), 1-2.3-4.5-6.
R: Santo, Santo, Santo es el Señor, soberano de
todo.
¡Aleluya!
Alaben a Dios en su Santuario,
alábenlo en su poderoso firmamento;
Alábenlo por sus grandes proezas,
alábenlo por su inmensa grandeza. R.
Alábenlo con toques de trompeta,
alábenlo con el arpa y la cítara;
alábenlo con tambores y danzas,
alábenlo con laúdes y flautas. R.
Alábenlo con platillos sonoros,
alábenlo con platillos vibrantes.
¡Que todos los seres vivientes
alaben al Señor! ¡Aleluya! R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san
Lucas 19, 11-28
Jesús dijo una parábola, porque estaba cerca de
Jerusalén y la gente pensaba que el Reino de Dios iba a aparecer de un momento
a otro.
El les dijo: «Un hombre de familia noble fue a un
país lejano para recibir la investidura real y regresar en seguida. Llamó a
diez de sus servidores y les entregó cien monedas de plata a cada uno,
diciéndoles: “Háganlas producir hasta que yo vuelva.” Pero sus conciudadanos lo
odiaban y enviaron detrás de él una embajada encargada de decir “No queremos
que este sea nuestro rey.”
Al regresar, investido de la dignidad real, hizo
llamar a los servidores a quienes había dado el dinero, para saber lo que había
ganado cada uno. El primero se presentó y le dijo: “Señor, tus cien monedas de
plata han producido diez veces más.” “Está bien, buen servidor, le respondió,
ya que has sido fiel en tan poca cosa, recibe el gobierno de diez ciudades.”
Llegó el segundo y le dijo: “Señor, tus cien
monedas de plata han producido cinco veces más.” A él también le dijo: “Tú
estarás al frente de cinco ciudades.”
Llegó el otro y le dijo: “Señor, aquí tienes tus
cien monedas de plata, que guardé envueltas en un pañuelo. Porque tuve miedo de
ti, que eres un hombre exigente, que quieres percibir lo que no has depositado
y cosechar lo que no has sembrado.” El le respondió: “Yo te juzgo por tus
propias palabras, mal servidor. Si sabías que soy un hombre exigente, que
quiero percibir lo que no deposité y cosechar lo que no sembré, ¿por qué no
entregaste mi dinero en préstamo? A mi regreso yo lo hubiera recuperado con
intereses.”
Y dijo a los que estaban allí: “Quítenle las cien
monedas y dénselas al que tiene diez veces más.”
“¡Pero, señor, le respondieron, ya tiene mil!”
Les aseguro que al que tiene, se le dará; pero al
que no tiene, se le quitará aún lo que tiene. En cuanto a mis enemigos, que no
me han querido por rey, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia.»
Después de haber dicho esto, Jesús siguió adelante,
subiendo a Jerusalén.
Palabra del Señor.
Para
reflexionar
Después de las cartas a las siete Iglesias, la
serie de visiones se inicia con la majestuosa presentación de la corte
celestial que culminará con la visión final de la nueva Jerusalén. La liturgia
se desarrolla «noche y día» ante el trono del Dios omnipotente, situado con
gran poder sobre la bóveda del firmamento.
Al vidente se le concede entrever la gloria del
Señor al ser arrebatado por el Espíritu. Tras una simbología propia de un oriental
hay una teología profunda. Las figuras e imágenes sirven para expresar lo que
ha visto.
Las imágenes se suceden en el estilo de profetas
como Isaías, Ezequiel o Daniel: el trono, el que está sentado en él, el arco
iris, los veinticuatro ancianos con vestidos blancos y corona en la cabeza, las
siete lámparas o espíritus, el mar transparente como de cristal, los cuatro
seres vivientes que día y noche cantan “Santo, Santo, Santo es el Señor”, y la
respuesta de los ancianos con más himnos de alabanza, arrojando sus coronas a
los pies del que está sentado en el trono, sonido de trompetas y relámpagos y
retumbar de truenos.
Lo importante es que se nos pone delante una imagen
de triunfo, de cantos jubilosos, de una liturgia festiva de los que ya están
salvados: y eso es un mensaje de esperanza para los hombres que todavía
peregrinamos.
***
La lectura de hoy es difícil de interpretar, porque
la parábola de las monedas está entremezclada con otra, la del pretendiente al
trono que no es bien visto por sus súbditos y luego se venga de sus enemigos.
Los que acompañan a Jesús van calculando lo que
ocurrirá en Jerusalén cuando el profeta llegue y derribe el poder establecido
para imponer una nueva realidad. Pero, Jesús no tiene la misma idea, por eso
les propone una comparación.
En la parábola el rey rechazado por su pueblo en el
momento de irse a otro país encarga su fortuna a diez empleados. Cuando regresa
los llama para que le rindan cuentas. Se presentan tres empleados con actitudes
diferentes. Los criados cumplidores, que han hecho producir lo recibido cada
uno, ganando, respectivamente, “diez y cinco”, participarán en la gobernación
del reino en “diez y cinco ciudades”. El criado inútil y miedoso, que no la ha
hecho producir, no tendrá parte en el reino de Dios. Este empleado no tiene en
cuenta la confianza que el rey ha depositado en él. La respuesta del rey no se
hace esperar: el negligente perderá todo, en cambio, el precavido incrementará
el patrimonio.
La sentencia conclusiva es todo un programa para
los miembros de la comunidad cristiana. En la figura de los criados aparece lo
que tiene que ser la característica propia de la futura comunidad, el servicio
a los demás. En el reino quien “produce” tiene dentro de sí el tesoro; quien no
produce, está vacío por dentro; a quienquiera que produzca se le pueden confiar
tareas dentro de la comunidad.
La parábola nos dice que no podemos esperar
únicamente un Mesías de gloria, que dé renombre a sus seguidores. Esperamos al
Hijo de Dios preocupado de que sus discípulos crezcan y produzcan los frutos
del Reino: servicio, solidaridad y justicia.
El Maestro ha confiado a su Iglesia, ministerios,
dones. Algunos los hacen fructificar en servicios a los hermanos. Otros, sólo
esperan que su ministerio les sirva como un simple título de prestigio. Al
final, todos son llamados a rendir cuentas. Los que hicieron de lo confiado un
camino para hacer crecer el Reino y para producir frutos de solidaridad, verán
el fruto de sus buenas obras. Los que fueron negligentes con lo recibido gratuitamente
y lo sepultaron en la pereza y apatía, verán cómo su nombre desaparece de entre
la comunidad.
Este evangelio es una llamada a trabajar en el
tiempo que falta hasta la venida del Señor. Se trata de una exhortación a los
discípulos para que estén vigilantes ante la venida del Señor y, mientras,
saquen partido de lo que el Señor les ha concedido gratuitamente. La recompensa
por esta creatividad irá siempre más allá de lo estrictamente merecido. Tenemos
que ser creativos hasta que el Señor vuelva. Él nos concede sus dones para
seguir construyendo su proyecto del Reino haciendo de nosotros pequeños
creadores.
Hacer producir nuestras capacidades, lo que el
Señor nos confía, exige un entrenamiento constante y el coraje de asumir
riesgos. Jesús alaba más la capacidad de arriesgarse, aunque implique errores,
que la tranquilidad de los “aciertos” de quien permanece cómodamente instalado.
Para
discernir
¿Qué tipo de Mesías es el que espero?
¿Reconozco lo que se me ha dado gratuitamente?
¿Pongo mis dones al servicio de la construcción del
Reino?
Repitamos a
lo largo de este día
Santo, santo, santo, Señor Dios todopoderoso
Para la
lectura espiritual
…”El trabajo es el contenido característico de la
que llamamos jornada laboral o vida cotidiana. A buen seguro, es posible
sublimar el trabajo y engrandecer el noble y embriagador poder creativo del
hombre. También podemos abusar de él, como se hace con tanta frecuencia, para
huir de nosotros mismos, del misterio y del enigma de la existencia, del ansia,
que nos hacen buscar sobre todo la verdadera seguridad.
El trabajo auténtico se encuentra en medio. No es
ni la cima ni el analgésico de la existencia. Es, simplemente, trabajo: duro y,
sin embargo, soportable, ordinario y habitual, monótono y siempre igual,
inevitable y -si no se pervierte en amarga esclavitud- prosaicamente amistoso.
El conserva nuestra vida, mientras, al mismo tiempo, la consume lentamente.
El trabajo no puede gustarnos nunca del todo.
Incluso cuando empieza como realización del supremo impulso creativo del
hombre, se convierte, de manera inevitable, en ritmo acelerado, en gris
repetición de la misma acción, en afirmación frente a lo imprevisto y a la
pesadez de lo que el hombre no obra desde el interior, sino que lo sufre desde
el exterior, como por obra de un enemigo. Sin embargo, el trabajo es también
constantemente un tener que ponerse a disposición de los otros siguiendo un
ritmo preexistente, una contribución a un fin común que ninguno de nosotros se
ha buscado por sí solo. Por eso es un acto de obediencia y un perderse en lo
que es general [...].
El trabajo, no por sí mismo, sino por efecto de la
gracia de Cristo, puede ser «realizado en el Señor» y convertirse en ejercicio
de esa actitud y de esa disposición a las que Dios puede conferir el premio de
la vida eterna: ejercicio de la paciencia -que es la forma asumida por la vida
cotidiana-, de la fidelidad, de la objetividad, del sentido de la
responsabilidad, del desinterés que alienta el amor”…
K. Rahner.
Para rezar
Prepara, Señor, nuestras manos para un toque diferente.
Para despertar ternura, afecto, consuelo y amistad.
Que ellas puedan brindar, sostener, construir y orientar.
Prepara, Señor, nuestros brazos para un encuentro diferente.
Para sentir la unidad, la cercanía, el manto de la
misericordia que nos cubre,
el calor que nos hace un solo cuerpo.
Que ellos puedan fortalecer, proteger, llegar al que está
lejos.
Prepara, Señor, nuestros hombros para una carga diferente:
el peso de las lágrimas ajenas, de la culpa del mundo,
de la cruz propia y de tantas otras.
Que puedan ellos ser cabalgadura de los niños y niñas
que entran al Reino de Dios.
Prepara, Señor, nuestro corazón para un latido diferente.
Para bombear la vida que se agota, para sentirnos dentro de
ese gran pecho
que es la comunidad, y la tierra.
Que pueda él alegrarse, festejar, ser redimido del desamor y
el abismo de la prepotencia.
Prepara, Señor, nuestra mente para una verdad diferente.
Para pensar en cómo vivir de otra manera, con limpieza,
justicia, sabiduría,
honradez y confianza.
Que puedan nuestras ideas nacer todos los días
y comprender con el sol, quien da su luz sin discriminación,
sin juzgar, sin someter, sin condenar.
Prepara, Señor, nuestros pies para un camino diferente.
Para aplastar el veneno, la traición y el miedo.
Para andar como de día, sin cansancio, sin excusas.
Que lleven ellos la buena noticia, el buen humor, el buen
semblante,
la buena fe, nuestros cuerpos humildes resucitados por tu
Palabra.
Para despertar ternura, afecto, consuelo y amistad.
Que ellas puedan brindar, sostener, construir y orientar.
Prepara, Señor, nuestros brazos para un encuentro diferente.
Para sentir la unidad, la cercanía, el manto de la
misericordia que nos cubre,
el calor que nos hace un solo cuerpo.
Que ellos puedan fortalecer, proteger, llegar al que está
lejos.
Prepara, Señor, nuestros hombros para una carga diferente:
el peso de las lágrimas ajenas, de la culpa del mundo,
de la cruz propia y de tantas otras.
Que puedan ellos ser cabalgadura de los niños y niñas
que entran al Reino de Dios.
Prepara, Señor, nuestro corazón para un latido diferente.
Para bombear la vida que se agota, para sentirnos dentro de
ese gran pecho
que es la comunidad, y la tierra.
Que pueda él alegrarse, festejar, ser redimido del desamor y
el abismo de la prepotencia.
Prepara, Señor, nuestra mente para una verdad diferente.
Para pensar en cómo vivir de otra manera, con limpieza,
justicia, sabiduría,
honradez y confianza.
Que puedan nuestras ideas nacer todos los días
y comprender con el sol, quien da su luz sin discriminación,
sin juzgar, sin someter, sin condenar.
Prepara, Señor, nuestros pies para un camino diferente.
Para aplastar el veneno, la traición y el miedo.
Para andar como de día, sin cansancio, sin excusas.
Que lleven ellos la buena noticia, el buen humor, el buen
semblante,
la buena fe, nuestros cuerpos humildes resucitados por tu
Palabra.
Amós López
Lectura de la profecía de Zacarías 2, 14-17
Grita de júbilo y alégrate, hija de Sión: porque yo vengo a habitar en
medio de ti -oráculo del Señor- .Aquel día, muchas naciones se unirán al Señor:
ellas serán un pueblo para él y habitarán en medio de ti. ¡Así sabrás que me ha
enviado a ti el Señor de los ejércitos!
El Señor tendrá a Judá como herencia, como su parte en la Tierra santa,
y elegirá de nuevo a Jerusalén. ¡Que callen todos los hombres delante del
Señor, porque él surge de su santa Morada!
Palabra de Dios.
SALMO Lc 1, 46-47. 48-49. 50-51. 52-53. 54-55
(R.: 49)
R. El Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas.
Su nombre es santo.
Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador. R.
Porque el miró con bondad la pequeñez de su servidora.
En adelante todas las generaciones me llamarán feliz,
porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas:
¡su Nombre es santo! R.
Su misericordia se extiende de generación en generación
sobre aquellos que lo temen.
Desplegó la fuerza de su brazo,
dispersó a los soberbios de corazón. R.
Derribó a los poderosos de su trono
y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos
y despidió a los ricos con las manos vacías. R.
Socorrió a Israel, su servidor,
acordándose de su misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
en favor de Abraham
y de su descendencia para siempre. R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 12,
46-50
Jesús estaba hablando a la multitud, cuando su madre y sus hermanos, que
estaban afuera, trataban de hablar con él. Alguien le dijo: «Tu madre y tus
hermanos están ahí afuera y quieren hablarte.»
Jesús le respondió: « ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y
señalando con la mano a sus discípulos, agregó: «Estos son mi madre y mis
hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo,
ese es mi hermano, mi hermana y mi madre.»
Palabra del Señor.
Para reflexionar
El 20 de noviembre del 543, tuvo lugar en Jerusalén la dedicación de la
basílica de Santa María la Nueva, erigida sobre la colina de Sión, ante la
explanada del templo. Las Iglesias de Oriente han ligado a esta dedicación el
recuerdo de la «Entrada en el Templo de la Santísima Madre de Dios», que
recogen las narraciones antiguas.
Desde siempre, y al estilo de cada época, a los niños o a los
adolescentes se los ha presentado en comunidad para dejar constancia de la
pertenencia de ellos al grupo. Inclusive religiosamente, el bautismo cristiano
es una primera presentación: el abrirle la puerta de la fe al nuevo miembro.
Cuenta la tradición que por aquellos tiempos también se daban las
presentaciones en el templo, y que Ana y Joaquín acudieron al lugar para
ofrecer a su muchachita al Todopoderoso. Es lo que hoy celebra, como fiesta, la
Iglesia.
La presentación de María en el templo no está narrada en ningún texto de
la Sagrada Escritura; de él, sin embargo, hablan abundantemente y con muchos
detalles algunos escritos apócrifos…Según el texto apócrifo del llamado
“Proto-evangelio de Santiago”, la Virgen habría nacido en Jerusalén; sus
padres, llamados Joaquín y Ana, la habrían concebido ya ancianos después de
muchas súplicas a Yahvé a causa de la esterilidad; la habrían ofrecido al Señor
y la habrían presentado, niña aún, en el templo, para que viviera allí su
infancia.
En esta versión encontramos una hermosa leyenda en la que se describe
poéticamente la presentación de la pequeña María en el Templo de Jerusalén: “El
sacerdote la acogió, la besó, la bendijo y la sentó en el tercer escalón
del altar. Y ella danzó sobre sus piecesitos y toda la casa de Israel
comenzó a quererla. Sus padres se marcharon admirados. María era
alimentada en el Templo como una paloma y recibía el alimento por manos de
un ángel”.
La fiesta mariana de hoy, nació de esta tradición popular. Pero más allá
de la leyenda encontramos buenos motivos para comprender mejor el misterio de
María y también el nuestro.
Una acción de gracias al Dios de la vida. San Joaquín y Santa Ana le
agradecen a Dios el don de la vida de su hija, mediante el rito de la
presentación en el Templo. Es lo mismo que María hará con su propio hijo Jesús,
cuando al llevarlo al Templo de Jerusalén, ella dé gracias públicamente por el
don de su maternidad y por el don de la vida nueva que ha venido al mundo.
Una consagración de esta vida a Dios para vivir en sintonía con su
querer. En la presentación en el Templo, a la acción de gracias, le sigue un
acto de consagración, de ofrecimiento de la vida a Dios. Por encima del
acontecimiento que puede servir como soporte a esta festividad, María aparece
hoy la Purísima, «la fuente perpetuamente manante del amor», “el templo
espiritual de la santa gloria de Cristo nuestro Dios” (Liturgia bizantina).
Se trata de una hermosa y devota creación, que compendia rasgos
salientes del Antiguo Testamento. La avanzada edad de los progenitores cuadra
bien con los orígenes de la que verdaderamente es “don de Dios”; más todavía
que Isaac para el longevo Abraham y que los hijos de Raquel.
El voto de los padres de entregar a su hija al servicio exclusivo de
Dios, actualiza el gesto de Ana, madre de Samuel, que después de dar a luz a su
hijo, de forma milagrosa, lo dedica totalmente al templo de Silo. A los tres
años, por otra parte, tenía lugar el destete, según II Mac 7, 27. En María,
Israel ha dado por fin la respuesta fiel, que Dios esperaba desde siempre al
compromiso de la alianza. Con María nace la Iglesia de Cristo y se realiza como
comunidad consagrada al Señor. Su respuesta: “Soy la sierva del Señor, hágase
en mí según tu palabra” (Lc 1, 38), son el eco fiel del ofrecimiento que el
“Siervo de Dios” hará de su vida al Padre: “He aquí que vengo…para hacer, oh
Dios, tu voluntad” (Hebr 10, 7 citando el Sal 40, 8 – 9).
María, mucho mejor que el templo de Salomón, alberga al hijo de Dios en
su seno; anticipando la vocación de los creyentes y de la Iglesia, templo del
Dios viviente, que se encuentra en espera de la Jerusalén celestial; donde ya
no habrá templo, puesto que Dios habita allí para siempre. A esto apunta la
primera lectura del profeta Zacarías, escogida para esta liturgia: “Grita y
alégrate, hija de Sión, porque yo vengo a habitar en medio de ti” (Zac 2, 14).
Naciones numerosas se adherirán al Señor y Él habitará en medio de su pueblo.
La fiesta de la Entrada, o la Presentación, de la Madre de Dios en el Templo,
es la que celebra el fin del “Templo de piedra” en Jerusalén como la morada de
Dios. Cuando la niña María entra al templo, la época del templo llega a su fin,
y se revela el “preludio de la buena voluntad de Dios”. En este festejo
celebramos, en la persona de la Madre de Cristo Dios, que nosotros también
somos templo y morada del Señor.
La Presentación de María, como se dice en Occidente, es el símbolo de la
consagración que la Virgen Inmaculada hizo de sí misma al Señor en los albores
de su vida consciente. Hoy contemplamos la dedicación total de María a la
voluntad de Dios. Por eso es que hoy leemos en el evangelio la definición que
Jesús da de su propia familia: “Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre
celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12,50).
María es plenamente la Madre de Jesús, no solamente porque lo llevó
nueve meses en su vientre, porque lo dio a luz, porque lo alimentó y lo educó,
sino porque ella escuchó y obedeció con una dedicación total su Palabra, porque
esta Palabra fue el fuego que ardió en su corazón y le indicó la ruta de su proyecto
de vida.
Durante toda su vida, desde la presentación en el Templo como ofrenda
viviente al Señor y desde aquél día en que con su “sí” aceptó ser la Madre de
Jesús, hasta la dramática experiencia del Calvario, María fue signo de la
adhesión, de la fidelidad, de la consagración total a la voluntad de Dios.
De esta forma el misterio de María no se agota en ella misma sino que
ilumina profundamente la vida de “todo” aquel que como ella viva un serio
camino de discipulado. Porque María, por su consagración total a la voluntad de
Dios, es el primer y más claro ejemplo del cumplimiento de las palabras de
Jesús que escuchamos hoy, ella es también verdaderamente la “Madre” de la nueva
familia de Jesús. María fue la primera y mejor cumplidora de la voluntad divina,
cuando respondió: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38) y al proponer sin
vacilar, pese a un aparente rechazo en Caná: “Hagan todo lo que ÉL les diga”
(Jn 2, 5).
Este trozo de Mateo, entonces, lejos de significar un rechazo de María,
en labios de su propio Hijo, revela a plena luz el gran papel de esta Madre en
los planes de Dios: fue elegida para ser madre de muchos hermanos, que por la
fe y la obediencia, darían constantemente nueva carne al Hijo que ella presentó
al mundo.
He ahí la gran enseñanza de María para la Iglesia en este tiempo: haber
sido reconocida por su Hijo como cumplidora de la Palabra, pero también, su
gran invitación: tratar de ser reconocidos nosotros por lo mismo. Cumplir la
Palabra es el gran mensaje de hoy, en esta fiesta de la Presentación de María.
Será necesario mirar a fondo nuestro caminar, para encontrar nuevas opciones
para cumplirla.
…”María se consagra para siempre al servicio de Dios, y si sale del
Templo es solamente porque Ella es el templo vivo en que debe habitar Jesús.
¿No es verdad acaso que te has presentado alguna vez a Dios para servirlo?
Pero, cobarde de tí, pronto te has cansado de servir a un Señor tan bueno: te
has retractado, con tus acciones, de la promesa que le habías hecho! Virgen
Santa, preséntame a tu Hijo muy amado; quiero ser todo de Él hasta el fin de mi
vida. En un cristiano, no es el comienzo, sino el fin lo que merece elogios.
(San Jerónimo).
Para discernir
¿Experimento mi vida de fe como una consagración a Dios y al reino?
¿Mi consagración la vivo como la encarnación de la Palabra en mi vida?
¿Busco la ejemplaridad de María para mi vida de fe?
Para rezar
Himno de la Liturgia de
las Horas
Esta era una niña
con aire de flor,
agua más que el río,
fuego más que el sol.
Vivía en el templo
del rey Salomón,
oyendo en los salmos
ecos de otra voz.
Quemaban su pecho,
con celeste ardor,
palabras magníficas,
silencio de Dios:
“¡Oh Padre que habitas
en alto esplendor,
envía el rocío
del Hijo de Dios!
¡Abrase la tierra;
brote el Salvador!
¡LLoved, rojas nubes,
al Dios de Jacob!
¡Floreced, collados,
al Justo, al Señor,
lucero del alba,
flor de la creación!”
Y al solio del Padre
subía su clamor,
cual nube de incienso
plegaria sin voz. Amén
con aire de flor,
agua más que el río,
fuego más que el sol.
Vivía en el templo
del rey Salomón,
oyendo en los salmos
ecos de otra voz.
Quemaban su pecho,
con celeste ardor,
palabras magníficas,
silencio de Dios:
“¡Oh Padre que habitas
en alto esplendor,
envía el rocío
del Hijo de Dios!
¡Abrase la tierra;
brote el Salvador!
¡LLoved, rojas nubes,
al Dios de Jacob!
¡Floreced, collados,
al Justo, al Señor,
lucero del alba,
flor de la creación!”
Y al solio del Padre
subía su clamor,
cual nube de incienso
plegaria sin voz. Amén
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