21
de diciembre de 2018 - ADVIENTO – 21 DE DICIEMBRE
Salvará al pueblo de todos sus pecados
Lectura
del Cantar de los Cantares 2, 8-14
¡La
voz de mi amado! Ahí viene, saltando por las montañas, brincando por las
colinas. Mi amado es como una gacela, como un ciervo joven.
Ahí
está: se detiene detrás de nuestro muro; mira por la ventana, espía por el
enrejado.
Habla
mi amado, y me dice: « ¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía! Porque ya
pasó el invierno, cesaron y se fueron las lluvias. Aparecieron las flores sobre
la tierra, llegó el tiempo de las canciones, y se oye en nuestra tierra el
arrullo de la tórtola. La higuera dio sus primeros frutos y las viñas en flor
exhalan su perfume. ¡Levántate, amada mía, y ven,
hermosa mía! Paloma mía, que anidas en las grietas de las rocas, en lugares
escarpados, muéstrame tu rostro, déjame oír tu voz; porque tu voz es suave y es
hermoso tu semblante.»
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
32, 2-3. 11-12. 20-21 (R.: 1a y 3a)
R. Aclamen,
justos, al Señor, entonen para él un canto nuevo.
Alaben
al Señor con la cítara,
toquen
en su honor el arpa de diez cuerdas;
entonen
para él un canto nuevo,
toquen
con arte, profiriendo aclamaciones. R.
El
designio del Señor permanece para siempre,
y
sus planes, a lo largo de las generaciones.
¡Feliz
la nación cuyo Dios es el Señor,
el
pueblo que él se eligió como herencia! R.
Nuestra
alma espera en el Señor:
él
es nuestra ayuda y nuestro escudo.
Nuestro
corazón se regocija en él:
nosotros
confiamos en su santo Nombre. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 1, 39-45
María
partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.
Entró
en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María,
el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo,
exclamó:
«¡Tú
eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu
saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que
se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor.»
Palabra
del Señor.
Para reflexionar
El
Cantar de los Cantares es un “Cántico de amor”. En todo tiempo ha sido
interpretado como la encarnación más alta del amor de Dios; ese amor hecho
hombre se llama Jesucristo. Dios viene a nosotros como el amado que va al
encuentro de su “amada”.
Para
llegar a entender a Dios como amor es de vital importancia abrirnos a nuestra
capacidad de amar. Cuando somos capaces de afirmar el amor humano, se hace
posible descubrir en él la manera cómo se revela un Dios que es amor.
***
Todas
las lecturas de este día rebosan de alegría. Alegría que ante todo llena el
corazón de Dios: “él se goza y se alegra con júbilo como en día de fiesta”.
Alegría de los novios al poder verse después de la separación del invierno.
Alegría de las dos mujeres, María e Isabel, que experimentan la venida del Dios
salvador. Dos mujeres que son un símbolo del encuentro del Antiguo y del Nuevo
Testamento; el tiempo de la espera y la plenitud de la venida.
Desde
el seno de María la promesa de la alegría para el pueblo oprimido comienza a
cumplirse. Aquello que todos esperaban para los días de fiesta ya es realidad.
Isabel y María, dos mujeres sencillas del pueblo han sido agraciadas por Dios
con una inesperada maternidad por estar totalmente disponibles a su voluntad.
La
alegría se desencadena y desborda cuando María saluda a su prima, porque esta
alegría viene de Aquel que entra en el mundo para hacer que se disipe toda
tristeza. María, inspirada por el Espíritu, canta; Isabel se goza. Juan
Bautista expresa su alegría antes de nacer, porque la alegría nace de la
promesa. La promesa siempre engendra la esperanza, nos hace mirar hacia delante,
más lejos.
La
mujer estéril está en su sexto mes y la virgen siente cómo la vida de Dios
crece en su seno. Todo el pueblo, representado por Isabel y su hijo por nacer,
reconocen que el final de la ardua y muchas veces penosa espera ha llegado; en
medio de ellos está la salvación. Estos pobres de Yahvé saben reconocer en la
joven virgen, esposa del carpintero, que Dios al fin ha llegado a su pueblo.
Pero
Lucas dice algo más: no es simplemente un encuentro familiar. La madre del
Señor se presenta con su hijo para atender a la mujer anciana en el un parto
que presumiblemente no será fácil. María, la servidora del Señor, es ahora la
servidora de otra mujer. María no es alguien que se vanagloria de la elección.
Al contrario se experimenta a sí misma servidora del pueblo que tiene que dar a
luz la novedad de la vida nueva. Quien deja que el Señor entre en sus entrañas
no puede no ser un servidor a sus hermanos.
María
sigue hoy presente en el pueblo creyente, en los que confían que se cumplirán
por fin las promesas de Dios, los anhelos de libertad y justicia. María
servidora de los hombres es también modelo eminente de la Iglesia misionera, en
la que todos tenemos un lugar y una responsabilidad.
Nuestra
tarea será la misma: acoger a Jesucristo para dar a Jesucristo, y con Él y por
Él, brindar esa alegría que está sobre toda alegría y ese amor que está sobre
todo amor. El Señor también nos ha ungido con su Espíritu para que hagamos
llegar la Buena Nueva de la Salvación a los pobres, a los enfermos, a los
cautivos, a los más pequeños, a los más desprotegidos. Somos realmente
portadores de Cristo cuando aquellos a quienes les anunciamos el Nombre del
Señor se llenan de alegría por haber recuperado su dignidad de hijos de Dios.
En
el tiempo en el que estamos viviendo, en medio de un mundo estéril, de un
pueblo aparentemente seco, nos toca a nosotros abrirnos a la acción fecunda del
espíritu, y cantar llenos de gozo la acción de gracias a un Dios que renueva su
promesa y, desde aquella Navidad camina con nosotros.
Para discernir
¿Cuáles
son los motivos de nuestra alegría?
¿Experimento
el gozo de la cercanía del Señor?
¿Me
hace servidor el saberme amado por Dios?
Repitamos a lo largo de este día
Mi
corazón se alegra en Dios mi Salvador
Para la lectura espiritual
María, la mujer
de fe, esperanza y amor
Los santos son
verdaderos portadores de luz en la historia, porque son hombres y mujeres de
fe, esperanza y amor. Entre los santos destaca por su excelencia, María, la
Madre del Señor y espejo de toda santidad. En el evangelio de Lucas, la
encontramos comprometida con un servicio de caridad hacia su prima Elisabet,
junto a la cual se queda «alrededor de tres meses» (1,56), para asistirla en la
fase final de su embarazo. «Proclama mi alma la grandeza del Señor», dice ella
en esta ocasión: «Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador» (1,46).
Con ello expresa
todo el programa de su vida: no se pone en el centro, sino que deja que Dios, a
quien ha encontrado tanto en la oración como en el servicio al prójimo, ocupe
este lugar –tan sólo entonces el mundo es bueno. María es grande
precisamente porque ella misma no quiere hacerse grande, sino que quiere
engrandecer a Dios (Lc 1, 38.48). Sabe que contribuye a la salvación del mundo,
no llevando la obra a su cumplimiento sino tan sólo poniéndose a la disposición
de las iniciativas de Dios. María es una mujer de esperanza: únicamente porque
cree en las promesas de Dios y espera la salvación de Israel; el ángel puede
venir donde ella está y llamarla al servicio del cumplimiento decisivo de estas
promesas. Es una mujer de fe: «Dichosa tú que has creído», le dice Elisabet.
Papa Benedicto
XVI- Encíclica «Deus caritas est», § 41
Para rezar
Ven Señor Jesús
Ven Señor Jesús,
para que al sentirte cercano
aprenda amarte y
te amen mis pensamientos,
te amen mis
deseos, te amen mis entrañas.
Ven Señor Jesús,
para que intuya tu amor
y sea capaz de
responderte con un amor limitado
pero abierto a
recibirte y a dejarse amar cada día más.
Ven Señor Jesús,
para que pueda agradecer la ternura tu presencia,
tu silencio
respetuoso en mis límites,
la suavidad y
delicadeza de tu perdón.
Ven Señor Jesús,
para que pueda bendecirte,
alabarte y
gozarme de tu presencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Te invitamos a dejarnos tus comentarios, sugerencias u observaciones. Gracias por hacerlo.