2
de julio de 2019 – TO – MARTES DE LA XIII SEMANA
¿Por qué
tienen miedo?
Lectura
del Libro del Génesis
19,15-29
19,15-29
En
aquellos días, los ángeles urgieron a Lot: “Anda, toma a tu mujer y a esas dos
hijas tuyas, para que no perezcan por culpa de Sodoma.” Y, como no se decidía,
los agarraron de la mano, a él, a su mujer y a las dos hijas, a quienes el
Señor perdonaba; los sacaron y los guiaron fuera de la ciudad.
Una
vez fuera, le dijeron: “Ponte a salvo; no mires atrás. No te detengas en la
vega; ponte a salvo en los montes, para no perecer.”
Lot
les respondió: “No. Tu siervo goza de tu favor, pues me has salvado la vida,
tratándome con gran misericordia; yo no puedo ponerme a salvo en los montes, el
desastre me alcanzará y moriré. Mira, ahí cerca hay una ciudad pequeña donde
puedo refugiarme y escapar del peligro. Como la ciudad es pequeña, salvaré allí
la vida.”
Le
contestó: “Accedo a lo que pides: no arrasaré esa ciudad que dices. Aprisa,
ponte a salvo allí, pues no puedo hacer nada hasta que llegues.” Por eso la
ciudad se llama La Pequeña.
Cuando
Lot llegó a La Pequeña, salía el sol. El Señor, desde el cielo, hizo llover
azufre y fuego sobre Sodoma y Gomorra. Arrasó aquellas ciudades y toda la vega
con los habitantes de las ciudades y la hierba del campo. La mujer de Lot miró
atrás y se convirtió en estatua de sal.
Abrahán
madrugó y se dirigió al sitio donde había estado con el Señor. Miró en
dirección a Sodoma y Gomorra, toda la extensión de la vega, y vio humo que
subía del suelo, como el humo de un horno. Así, cuando Dios destruyó las
ciudades de la vega, arrasando las ciudades donde había vivido Lot, se acordó de
Abrahán y libró a Lot de la catástrofe.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
25, 2-3.9-12
R:
Tengo ante los ojos, Señor, tu bondad.
Escrútame,
Señor, ponme a prueba,
sondea
mis entrañas y mi corazón,
porque
tengo ante los ojos tu bondad,
y
camino en tu verdad. R.
No
arrebates mi alma con los pecadores,
ni
mi vida con los sanguinarios,
que
en su izquierda llevan infamias,
y
su derecha está llena de sobornos. R.
Yo,
en cambio, camino en la integridad;
sálvame,
ten misericordia de mí.
Mi
pie se mantiene en el camino llano;
en
la asamblea bendeciré al Señor. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Mateo 8, 23-27
Jesús
subió a la barca y sus discípulos lo siguieron. De pronto se desató en el mar
una tormenta tan grande, que las olas cubrían la barca. Mientras tanto, Jesús
dormía. Acercándose a él, sus discípulos lo despertaron, diciéndole:
«¡Sálvanos,
Señor, nos hundimos!» El les respondió: «¿Por qué tienen miedo, hombres de poca
fe?» Y levantándose, increpó al viento y al mar, y sobrevino una gran calma.
Los
hombres se decían entonces, llenos de admiración: «¿Quién es éste, que hasta el
viento y el mar le obedecen?»
Palabra
del Señor.
Para reflexionar
Los
redactores de la destrucción de Sodoma, utilizando de nuevo una leyenda popular
a partir de la consecuencia de un cataclismo natural, como suele haberlos, le
dieron una «significación» de fe.
A
pesar de la plegaria de Abraham, Dios no encontró en Sodoma los diez justos que
le valieran salvar la ciudad. Sin embargo, Dios acepta que Lot, sobrino de
Abraham, se libre del castigo.
Con
la mentalidad rural en que vive el pueblo de Israel, la «ciudad» era
considerada como lugar del mal y del pecado, por lo tanto huir de ella, es
«convertirse». Los hebreos abandonarán Egipto y luego, Babilonia, símbolo de la
perversión pagana.
El
autor sagrado aprovecha la existencia de una roca de forma particular, en la
región estéril y del mar Muerto, para introducir el hecho que sucedió cuando la
mujer de Lot miró hacia atrás y se convirtió así en columna de sal. Aceptar la
invitación de Dios, convertirse implica no «retroceder», no «mirar atrás», no
echar de menos lo que dejamos.
***
La
escena presenta un contraste radical entre la actitud de los discípulos y la de
Jesús. En el momento de la tempestad viene la prueba sobre la calidad y
profundidad de la fe. Los discípulos siguen a Jesús hasta la barca. Pero frente
al temporal sienten miedo y desconfianza mientras Jesús duerme. La agitación
que provocó la tormenta no fue suficiente para despertarlo. Los discípulos en
su desesperación despertarán al Maestro.
En
el dramatismo de la escena se revela Jesús. La tormenta continuaba su furia y
los discípulos continuaban llenos de agitación. El Señor simplemente y
tranquilamente, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma. De
la Palabra de Jesús, sigue la calma que no iba destinada sólo a realizarse en
el agua agitada, sino que se dirigía sobre todo a calmar los corazones
temerosos de sus discípulos.
Él
les hace ver la fragilidad de su fe. Con la fuerza de su palabra es capaz de
controlar la tempestad. Los discípulos pasaron de la turbación y del miedo a la
admiración propia de aquel que acaba de asistir a algo impensable hasta
entonces.
En
los momentos de tranquilidad nos sentimos seguros y confiados de todo. ¡Cómo
nos cuesta mantenernos firmes, ante las adversidades de la vida! Pero cuando se
nos mueve el piso y sentimos nuestra seguridad amenazada nos desesperamos.
Pero
Jesús, igual que en el evangelio, viaja con nosotros. Su presencia es
imperceptible. Necesitamos recurrir a Él porque es nuestra única y verdadera
carta de navegación.
Que
nuestra constante admiración por lo que cotidianamente hace por nosotros, y por
todos los hombres, nos ayude a viajar por este mundo con la certeza de su
presencia silenciosa, pero fiel y segura. Cuando sintamos que la tierra se nos
hunde, no olvidemos que nuestro Salvador es Dios mismo hecho hombre, que ha
querido ser Dios con nosotros, y nos aseguró su compañía hasta el fin de los
tiempos. ¿Quién es el que puede calmar las tormentas del cielo y de la tierra
y, a la vez, las de los corazones de los hombres? Sólo quien «durmiendo como
hombre en la barca, puede dar órdenes a los vientos y al mar como Dios».
(Nicetas de Remesiana).
Para discernir
¿A
quién acudimos en las dificultades?
¿Vacila
mi fe en las pruebas?
¿Me
angustio ante las contrariedades de la vida?
Repitamos a lo largo de este día
Aumenta
mi fe
Para la lectura espiritual
«¡Señor,
sálvanos!»
…Dios
mío, mi corazón es como un ancho mar siempre agitado por las tempestades: que
en ti encuentre la paz y el descanso. Tú mandaste al viento y al mar que se
calmaran, y al oír tu voz se apaciguaron; ven ahora a apaciguar las agitaciones
de mi corazón a fin de que en mí todo sea pacífico y tranquilo y pueda yo
poseerte a ti, mi único bien, y contemplarte, dulce luz de mis ojos, sin
confusión ni oscuridad. Oh Dios mío, que mi alma, liberada de los pensamientos
tumultuosos de este mundo «se esconda a la sombra de tus alas» (Sl 16,8). Que
encuentre en ti un lugar de refrigerio y de paz; que exultante de gozo pueda
cantar: «En paz me acuesto y enseguida me duermo junto a ti» (Sl 4,9).
Que
mi alma descanse, te pido, Dios mío, que descanse de todo lo que hay bajo el
cielo, despierta para ti sólo, como está escrito: «Duermo, pero mi corazón está
en vela» (Ct 5,2). Mi alma sólo puede estar en paz y seguridad, Dios mío, bajo
la protección de tus alas» (Sl 90,4). Que permanezca, pues, eternamente en ti y
sea abrasada con tu fuego. Que elevándose por encima de ella misma contemple y
cante tus alabanzas llena de gozo. En medio de las turbaciones que me agitan,
que tus dones sean mi consolación, hasta que yo venga a ti, oh tú, la paz
verdadera…
San Agustín
(354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y
doctor de la
Iglesia -Meditaciones, c. 37
Para rezar
Dios,
en tus manos me abandono
Yo
me abandono ¡Dios! en tus manos.
Toma este barro y trabájalo,
como arcilla entre las manos del alfarero,
dale una forma y después, rómpela, si quieres
como es despedazada la vida de tantos hermanos.
Pide, ordena ¿Qué quieres que haga?
¿Qué quieres que no haga?
Ensalzado o humillado, perseguido,
incomprendido,
calumniado, alegre o triste,
o inútil para todo, sólo diré,
a ejemplo de tu Madre:
“Hágase en mí según tu palabra”.
Dame el amor por excelencia,
el amor de la cruz.
Pero no de las cruces heroicas
que podrían nutrir mi vanidad,
sino de las cruces vulgares que,
sin embargo, llevo con repugnancia.
De esas que se encuentran cada día
en la contradicción,
en el olvido, en los juicios falsos,
en la frialdad del alma,
en los desaires y desprecios de los demás;
en el malestar y defectos del cuerpo,
en la oscuridad de la mente
y en el silencio y aridez del corazón.
Entonces sólo Tú sabrás que te amo,
aunque ni yo lo sepa, con eso me basta.
Amén
Toma este barro y trabájalo,
como arcilla entre las manos del alfarero,
dale una forma y después, rómpela, si quieres
como es despedazada la vida de tantos hermanos.
Pide, ordena ¿Qué quieres que haga?
¿Qué quieres que no haga?
Ensalzado o humillado, perseguido,
incomprendido,
calumniado, alegre o triste,
o inútil para todo, sólo diré,
a ejemplo de tu Madre:
“Hágase en mí según tu palabra”.
Dame el amor por excelencia,
el amor de la cruz.
Pero no de las cruces heroicas
que podrían nutrir mi vanidad,
sino de las cruces vulgares que,
sin embargo, llevo con repugnancia.
De esas que se encuentran cada día
en la contradicción,
en el olvido, en los juicios falsos,
en la frialdad del alma,
en los desaires y desprecios de los demás;
en el malestar y defectos del cuerpo,
en la oscuridad de la mente
y en el silencio y aridez del corazón.
Entonces sólo Tú sabrás que te amo,
aunque ni yo lo sepa, con eso me basta.
Amén
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