23
de noviembre de 2019 – TO – SÁBADO DE LA XXXIII
SEMANA
¡No es un Dios
de muertos, sino de vivos!
Lectura
del primer libro de los Macabeos 6, 1-13
El
rey Antíoco recorría las provincias de la meseta. Allí se enteró de que en
Persia había una ciudad llamada Elimaida, célebre por sus riquezas, su plata y
su oro. Ella tenía un templo muy rico, donde se guardaban armaduras de oro,
corazas y armas dejadas allí por Alejandro, hijo de Filipo y rey de Macedonia,
el primero que reinó sobre los griegos.
Antíoco
se dirigió a esa ciudad para apoderarse de ella y saquearla, pero no lo
consiguió, porque los habitantes de la ciudad, al conocer sus planes, le
opusieron resistencia. El tuvo que huir y se retiró de allí muy amargado para
volver a Babilonia.
Cuando
todavía estaba en Persia, le anunciaron que la expedición contra el país de
Judá había fracasado. Le comunicaron que Lisias había ido al frente de un
poderoso ejército, pero había tenido que retroceder ante los judíos, y que
estos habían acrecentado su poder, gracias a las armas y al cuantioso botín
tomado a los ejércitos vencidos. Además, habían destruido la Abominación que él
había erigido sobre el altar de Jerusalén y habían rodeado el Santuario de
altas murallas como antes, haciendo lo mismo con Betsur, que era una de las
ciudades del rey.
Al
oír tales noticias, el rey quedó consternado, presa de una violenta agitación,
y cayó en cama enfermo de tristeza, porque las cosas no le habían salido como
él deseaba. Así pasó muchos días, sin poder librarse de su melancolía, hasta
que sintió que se iba a morir. Entonces hizo venir a todos sus amigos y les
dijo: «No puedo conciliar el sueño y me siento desfallecer. Yo me pregunto cómo
he llegado al estado de aflicción y de amargura en que ahora me encuentro, yo
que era generoso y amado mientras ejercía el poder. Pero ahora caigo en la
cuenta de los males que causé en Jerusalén, cuando robé los objetos de plata y
oro que había allí y mandé exterminar sin motivo a los habitantes de Judá.
Reconozco que por eso me suceden todos estos males y muero de pesadumbre en
tierra extranjera.»
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
9, 2-3. 4 y 6. 16 y 19 (R.: 15b)
R. Me
alegraré por tu victoria, Señor.
Te
doy gracias, Señor, de todo corazón
y
proclamaré todas tus maravillas.
Quiero
alegrarme y regocijarme en ti,
y
cantar himnos a tu Nombre, Altísimo. R.
Cuando
retrocedían mis enemigos,
tropezaron
y perecieron delante de ti.
Escarmentaste
a las naciones,
destruiste
a los impíos
y
borraste sus nombres para siempre. R.
Los
pueblos se han hundido en la fosa que abrieron,
su
pie quedó atrapado en la red que ocultaron.
Porque
el pobre no será olvidado para siempre
ni
se malogra eternamente la esperanza del humilde. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 20, 27-40
Se
acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron:
«Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener
hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda. Ahora
bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El
segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin
dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los
muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?»
Jesús
les respondió: «En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que
sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se
casarán. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de
Dios, al ser hijos de la resurrección.
Que
los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la
zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de
Jacob. Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto,
viven para él.»
Tomando
la palabra, algunos escribas le dijeron: «Maestro, has hablado bien.» Y ya no
se atrevían a preguntarle nada.
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
En
el pasaje del libro de Los Macabeos que se lee hoy se describe el final de la
vida de Antíoco como momento de gran turbación interior.
Antíoco
IV había hecho una expedición a Oriente para conseguir dinero pero no pudo
alcanzar su propósito. Conocedor del tesoro de un templo de Elimaida en la
región montañosa de Elam, al norte del golfo Pérsico, intentó en vano
apoderarse de él. Durante su regreso a Babilonia le llegan noticias nada
favorables de los acontecimientos de Palestina.
Al
conocer el fracaso de la helenización y las derrotas de sus ejércitos, quedó el
rey consternado y cayó en cama, enfermo de pesadumbre sintió que iba a morir;
llamó a sus amigos y les dijo que había sido bueno y amado mientras fue
poderoso, pero que ahora caía en la cuenta de los males que había hecho en
Jerusalén.
Nuestro
autor siguiendo la costumbre de los historiadores de la época, antes de morir
pone un discurso en boca del rey que es un examen de conciencia y una especie
de “confesión” reconociendo que por las atrocidades que ha cometido le han
sobrevenido los males presentes y muere de profunda pesadumbre en tierra
extraña.
Su
enfermedad y su muerte han sido interpretadas por los judíos como un castigo
divino. Nadie se ríe de Dios, impunemente.
***
Los
saduceos eran unos personajes importantes en la vida política del país,
pertenecían más a un partido político que a una secta religiosa. Eran los
“colaboracionistas” de la ocupación romana de Palestina. No admitían más
autoridad que la doctrina consignada en el Pentateuco, razón por la que negaban
la resurrección de los cuerpos, ya que en estos libros no se dice nada al
respecto.
Un
grupo de saduceos se acerca al Maestro para ponerle una dificultad, con el
ánimo de hacerlo quedar en ridículo. Inventan una historia extraña, pero
posible.
La
pregunta se basa en la “ley del levirato”, según la cual, cuando un israelita
moría sin hijos; su hermano quedaba obligado a tener uno, con la viuda, que
llevaría el nombre del difunto; de ese modo se perpetuaba la familia.
Pero
lo que más preocupaba a los saduceos, que no creían en la resurrección, era la
repartición de los bienes el día de la resurrección. Para ellos, el sentido de
la vida futura se reducía a saber quién se quedaba con las propiedades y a
quién le correspondían las ventajas conyugales. Para ellos la vida humana, no
existe más allá de las implicaciones económicas y legales de la historia. Con
estas preocupaciones en mente, se acercan a Jesús y le piden la opinión sobre
un problema que sólo revelaba una mentalidad demasiado endurecida y sin espacio
para la novedad. Los fariseos en oposición a los saduceos se representaban la
vida de los resucitados como simple continuación de su vida terrestre.
La
respuesta de Jesús, deja en claro, que el estado del hombre resucitado no es un
calco del estado presente. Jesús niega que el matrimonio continúe en la otra
vida. La procreación es necesaria en este mundo. Jesús entiende la resurrección
como una vida de otro tipo, y los que entran en ella ya no pueden morir, viven
de manera distinta, sin matrimonio. La nueva situación se define por el hecho
de que “participan en la resurrección” de Jesucristo.
Se
trata por tanto, de una condición nueva, la del Espíritu, imposible de enmarcar
dentro de las coordenadas de espacio y de tiempo: «por haber nacido de la
resurrección, serán hijos de Dios». La promesa hecha a los Patriarcas sigue
vigente. Para Jesús no tiene sentido una religión de muertos, porque Dios no es
un Dios de muertos sino de vivos.
San
Ireneo afirmaba que “la gloria de Dios es que el ser humano viva”. Sobre cada
ser humano que viene a este mundo, Dios pronuncia una palabra de amor
irrevocable, un llamado a la vida con mayúscula. La vida eterna es la
culminación de este proyecto de Dios que anticipamos ahora. Por eso, todas las
formas de muerte: la violencia, la tortura, la persecución, el hambre son
desfiguraciones de la voluntad de Dios.
La
certeza de la vida eterna alimenta nuestro diario caminar con la esperanza.
Esperanza que mueve al cristiano a valorar toda su existencia y a tener
motivaciones sólidas y profundas para transformar la realidad, para hacerla
conforme al proyecto de Dios.
Mientras
vamos por el mundo, quienes creemos en Cristo, no podemos olvidar que nuestra
mirada tiene que estar puesta en llegar a donde ya el Señor nos ha precedido.
La esperanza en la vida eterna no es un soporífero, con el que nos drogamos
para dejar que el mundo vaya a la deriva. Por el contrario, la esperanza en el
cielo es lo que mueve al creyente para hacer posible la vida de todos, hasta
llegar a la plenitud de la vida eterna. La Iglesia, que peregrina hacia la casa
del Padre, se toma en serio el mundo y la vida de los hombres. Y se pone
incondicionalmente a su servicio.
Porque
se cree en la Vida Grande, tenemos una escala de valores y fidelidades; porque
se espera La Vida para siempre en Dios, se ama, se lucha, se busca la alegría,
se procura salir de la mediocridad y la chatura, se valora todo lo que es
humano, noble y justo. La vida del hombre de fe adquiere sentido a partir de una
vida plena, iniciada ya ahora, en la que cada uno camina con propia
responsabilidad. Esta es la garantía más grande ante los hombres, de la
seriedad de la fe en la vida eterna.
PARA DISCERNIR
¿Dónde
se apoya nuestra esperanza?
¿Qué
imagen tenemos de la vida futura?
¿Cómo
nos preparamos para la vida de resucitados?
REPITAMOS Y VIVAMOS HOY LA PALABRA
Creo
Jesús que eres la Resurrección y la Vida
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
«No
es Dios de muertos, sino de vivos»
…”
El cuerpo es precioso a los ojos de Dios, es el preferido entre todas sus
obras, así pues es normal que quiera salvarlo… ¿No sería absurdo que lo que
creó con tanto mimo, que lo que el Creador considera como la cosa más preciosa
de todo lo creado, quede reducido a nada?
Cuando
un escultor o un pintor quieren que su obra permanezca a fin de que sirva para
su gloria, la restaura cuando se ha estropeado. ¿Y Dios vería su bien, su obra,
volver a la nada, dejar de existir? Nosotros llamaríamos «obrero de lo inútil»
al que construyera una casa para derruirla seguidamente o para dejarla que se
estropeara siendo así que podría volver a levantarla. De la misma manera ¿no
acusaríamos a Dios de crear el cuerpo inútilmente? Pero no, el Inmortal no es
así; ¡aquel que por su naturaleza es el Espíritu del universo no podría ser tan
insensato!…En verdad, Dios ha llamado al cuerpo a renacer y le ha prometido la
vida eterna.
Porque
donde se anuncia la buena noticia de la salvación del hombre, ésta se refiere
también al cuerpo. En efecto ¿qué es el hombre sino un ser viviente dotado de
inteligencia, compuesto de alma y cuerpo? ¿El alma, ella sola, es el hombre?
No, es tan sólo el alma de un hombre. ¿Se llamará «hombre» al cuerpo? No, se
dice que es el cuerpo de un hombre. Si pues, ninguno de estos dos elementos él
solo no es el hombre, es a la unión de los dos al que se llama «hombre». Así
pues, es a este hombre que Dios ha llamado a la vida y a la resurrección, y no
tan solo a un parte del mismo sino al hombre entero, es decir al alma al
cuerpo. ¿No sería, pues, absurdo, siendo que existen los dos según y en la
misma realidad, que uno se salve y el otro no?”…
San Justino
(hacia 100.160), filósofo y mártir
Tratado sobre la
Resurrección, 8
PARA REZAR
Nos
has dado nueva vida
Te
damos gracias, Señor,
por
la vida que hemos recibido de Ti.
Te
damos gracias por los frutos de los creyentes,
que
unidos a Ti,
hacen
nuestro mundo más humano
y
ponen las huellas de tu presencia entre nosotros.
Te
damos gracias, Jesús,
por
aceptarnos en tu cercanía;
porque
no te echas atrás
y
quieres que nos unamos a Ti;
Vid
verdadera,
nosotros,
que somos sarmientos de otro arbusto.
¡Cómo
podríamos dar frutos de novedad
si
la savia que pusiste en nosotros
no
corriera por nuestras vidas!
Gracias,
por haber convertido nuestra esterilidad
en
fecundidad.
Gracias,
por esta unión tan estrecha con nosotros
que
nos permite decir:
tu
vida es nuestra vida.
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