2
de marzo de 2020 – T. DE CUARESMA – LUNES DE LA
I SEMANA
Lo
que hacen con el más pequeño conmigo lo hacen
Lectura
del libro del Levítico 19, 1-2. 11-18
El
Señor dijo a Moisés:
Habla
en estos términos a toda la comunidad de Israel:
Ustedes
serán santos, porque yo, el Señor su Dios, soy santo. Ustedes no robarán, no
mentirán ni se engañarán unos a otros. No jurarán en falso por mi Nombre,
porque profanarían el nombre de su Dios. Yo soy el Señor.
No
oprimirás a tu prójimo ni lo despojarás; y no retendrás hasta la mañana
siguiente el salario del jornalero. No insultarás a un sordo ni pondrás un
obstáculo delante de un ciego, sino que temerás a tu Dios. Yo soy el Señor.
No
cometerás ninguna injusticia en los juicios. No favorecerás arbitrariamente al
pobre ni te mostrarás complaciente con el rico: juzgarás a tu prójimo con
justicia. No difamarás a tus compatriotas, ni pondrás en peligro la vida de tu
prójimo. Yo soy el Señor.
No
odiarás a tu hermano en tu corazón: deberás reprenderlo convenientemente, para
no cargar con un pecado a causa de él.
No
serás vengativo con tus compatriotas ni les guardarás rencor. Amarás a tu prójimo
como a ti mismo.
Yo
soy el Señor.
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
18, 8. 9. 10. 15 (R.: cf. Jn 6, 63c)
R. Tus
palabras, Señor, son Espíritu y Vida.
La
ley del Señor es perfecta,
reconforta
el alma;
el
testimonio del Señor es verdadero,
da
sabiduría al simple. R.
Los
preceptos del Señor son rectos,
alegran
el corazón;
los
mandamientos del Señor son claros,
iluminan
los ojos. R.
La
palabra del Señor es pura,
permanece
para siempre;
los
juicios del Señor son la verdad,
enteramente
justos. R.
¡Ojalá
sean de tu agrado
las
palabras de mi boca,
y
lleguen hasta ti mis pensamientos,
Señor,
mi Roca y mi redentor! R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Mateo 25, 31-46
Jesús
dijo a sus discípulos:
«Cuando
el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará
en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él
separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y
pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.
Entonces
el Rey dirá a los que tenga a su derecha: “Vengan, benditos de mi Padre, y
reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo,
porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de
beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me
visitaron; preso, y me vinieron a ver.”
Los
justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de
comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos;
desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?”
Y
el Rey les responderá: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más
pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo.”
Luego
dirá a los de su izquierda: “Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno
que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes
no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no
me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron.”
Estos,
a su vez, le preguntarán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de
paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?”
Y
él les responderá: “Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más
pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo.”
Estos
irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna.»
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
El
Señor Santo de la Alianza exige la santificación del pueblo que ha elegido. La
fórmula «Yo, el Señor vuestro Dios, soy Santo», se repite constantemente en el
contexto de los capítulos 17 al 26 del Levítico que constituyen la llamada “Ley
de santidad”.
Esto
no se obtiene con la construcción de un santuario y con la sola práctica del
culto, sino con el cumplimiento de los preceptos que hacen a la relación entre
los hombres. La santidad implica separación, pero no de un lugar o de un
espacio sino por la calidad de nuestras obras.
El
camino a la santidad pasa por el hombre, el hermano, el prójimo. En este
pequeño código, eco del decálogo mosaico, el prójimo es el pariente,
conciudadano, hermano. Es el hombre de la comunidad humana, en la que todos
tienen derechos y deberes. El cumplimiento de los deberes hace que el prójimo
obtenga sus derechos.
Una
de las cosas más importantes de este código de preceptos fundamentales de
relación humana es su exigencia no sólo de obras, sino hasta de actitudes y
sentimientos hacia el otro; de ellos son hijas las obras que llegan a su máxima
expresión en la consigna final: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». El
hombre no está nunca tan cerca de la santidad de Dios como cuando ama a su
prójimo.
***
Jesús
reafirma este programa, este criterio de vida, y lo propone a todos. La
santidad a la que nos invita Jesucristo es fruto del amor a Dios, que se
traduce y manifiesta en el amor sincero al prójimo. Es en esta respuesta de
amor, en donde hacemos verdad y santidad lo que hemos conocido y aceptado por
la fe.
Si
la lectura del Levítico nos ponía la medida de amar a los demás como nos amamos
a nosotros mismos, el Evangelio nos lleva a dar un paso más grande: lo que
hacemos o dejamos de hacer con los que nos rodean es lo que hacemos o dejamos
de hacer con el mismo Jesús que se identifica con las personas que encontramos
en nuestro camino.
Si
la primera lectura urgía a no cometer injusticias o a no hacer mal al prójimo,
el Evangelio va más allá: no se trata de no dañar, sino de hacer el bien. El
examen no será sólo sobre si hemos robado, sino sobre si hemos visitado y
atendido al enfermo. Se trata de un nivel de exigencia mayor. Si antes se nos
decía: no odies, ahora se nos dice: ayuda al que pasa hambre. Una vez más,
La
parábola plantea no tanto la vida del «más allá», sino el camino que en el «más
acá» debemos seguir para llevar a plenitud nuestra vida. La presencia del Reino
mismo es la que juzga: la paz juzgará a la guerra, la justicia a la injusticia,
la verdad a la mentira, la vida a la muerte. Nuestra actitud frente a los
pobres, es nuestra misma actitud frente a Dios por la que seremos juzgados.
El
camino para acceder a la santidad pasa necesariamente por la participación en
el proyecto de humanización que Dios nos propone y que consiste en la entrega
de la propia vida en favor de los hermanos, especialmente de los que más lo
necesitan. El camino se inicia en el hoy entrando en comunión con Cristo en el
empobrecido, hambriento, sediento, enfermo, encarcelado, inmigrante
atendiéndolo cada vez que sea necesario y evitando toda injusticia.
La
Cuaresma que simplemente se nos puede presentar como camino de penitencia, como
un camino de dolor, como un camino negativo, realmente es todo lo contrario. Es
un camino positivo de crecimiento. Un camino que no se limita a una actitud que
sólo trata de evitar el mal, sino muy por contrario una actitud que se compromete
desde el amor en la construcción de una historia vida desde el amor que se ha
derramado en nuestros corazones y nos une en comunión de vida y misión con el
único Santo.
Nuevamente,
la Iglesia nos invita a mirar hacia el final, pero no para olvidar el presente.
Mirar el futuro, pero con los pies en la tierra, y con el corazón en los
hermanos.
PARA DISCERNIR
¿Cómo
buscamos a Cristo?
¿Cuánto
somos capaces de abrir los ojos para ver a Cristo?
¿Hasta
qué punto nos atrevemos a ir descubriéndolo en todo lo que nos pasa?
REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÍA
Si
no amamos a los hermanos que vemos, no podemos amar a Dios a quien no vemos
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
…Los
que se acercan al pobre lo hacen movidos por un deseo de generosidad, para
ayudarle y socorrerle; se consideran salvadores con frecuencia se ponen sobre
un pedestal. Pero tocando al pobre, llegándose a él, estableciendo una relación
de amor y confianza con él, es como se revela el misterio. Ellos descubren el
sacramento del pobre y logran llegar al misterio de la compasión. El pobre
parece romper la barrera del poder, de la riqueza, de la capacidad y del
orgullo; quitan la cáscara con que se rodea el corazón humano para protegerse.
El pobre revela a Jesucristo. Hace que el que ha venido para “ayudarle”
descubra su propia pobreza y vulnerabilidad; le hace descubrir también su
capacidad de amar, la potencia de amor de su corazón. El pobre tiene un poder
misterioso; en su debilidad, es capaz de tocar los corazones endurecidos y de
sacar a la luz las fuentes de agua viva ocultas en su interior. Es la manita
del niño de la que no se tiene miedo pero que se desliza entre los barrotes de
nuestra prisión de egoísmo. Y logra abrir la cerradura. El pobre libera. Y Dios
se oculta en el niño. Los pobres evangelizan. Por eso son los tesoros de la
Iglesia.
J. Vanier,
Comunidad, lugar de perdón y de fiesta, Madrid 31981, 1 15s.
PARA REZAR
Los
que sufren
La
noche es siempre
más
opaca para los que sufren.
Todos
los hombres son hermanos nuestros,
y
no podemos olvidarlos tanto que
hasta
ni siquiera padezcamos por ellos.
Te
pedimos, Señor, por los hombres frustrados,
que
viven en cárceles y asilos.
Danos
comprensión hacia ellos;
su
estado no indica que sean peores que nosotros.
También
ellos poseen este regalo
de
ser personas y poder amar.
También
te pedimos por los pobres,
a
los que tú llamaste felices.
Dales
la verdadera fortaleza y esperanza
a
los que, como Tú, no tienen casa, no tienen pan.
Que
trabajemos para cambiar este mundo injusto,
que
no refleja tu bondad.
Te
pedimos por los que han equivocado el camino,
y
buscan la felicidad en el placer
y
en el absurdo;
llámalos
con la voz del desengaño,
pero
líbralos de la desesperación.
También
te pedimos por los náufragos
de
la vida.
Por
las muchachas que han hecho
de
la venta de su cuerpo una profesión.
Recupera,
Señor, estas tus imágenes dolientes,
y
redímelas con un amor verdadero.
Y
a nosotros, Señor, haznos agradecidos por lo que nos has dado, para que lo
convirtamos en amor.
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