5
de abril de 2020 - DOMINGO DE RAMOS –
Ciclo A
EN LA BENDICION DE
RAMOS
¡Bendito
el que viene en nombre del Señor!
Lectura
del santo Evangelio según san Mateo 21, 1-11
Cuando
se acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús
envió a dos discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente, e
inmediatamente encontrarán un asna atada, junto con su cría. Desátenla y
tráiganmelos. Y si alguien les dice algo, respondan: “El Señor los necesita y
los va a devolver en seguida”.»
Esto
sucedió para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Digan a la hija de
Sión: Mira que tu rey viene hacia ti, humilde y montado sobre un asna, sobre la
cría de un animal de carga.
Los
discípulos fueron e hicieron lo que Jesús les había mandado; trajeron el asna y
su cría, pusieron sus mantos sobre ellos y Jesús se montó. Entonces la mayor
parte de la gente comenzó a extender sus mantos sobre el camino, y otros
cortaban ramas de los árboles y lo cubrían con ellas. La multitud que iba
delante de Jesús y la que lo seguía gritaba:
«¡Hosanna
al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las
alturas!»
Cuando
entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, y preguntaban: « ¿Quién es
este?» Y la gente respondía: «Es Jesús, el profeta de Nazaret en
Galilea.»
Palabra
del Señor.
Para reflexionar
Jesús
procedía de su tierra de Galilea y se acercaba a Jerusalén para celebrar la
fiesta de la Pascua, fiesta que reunía a todos los judíos para recordar
las grandes obras que Dios había hecho por su pueblo elegido.
Con
Jesús, muchos se encaminaban también hacia Jerusalén. Gente de muchos lugares y
también muchos de Galilea que habían escuchado su predicación sobre el
Reino de Dios y lo habían visto acercarse a los pobres y a los débiles,
también lo habían visto curar a los enfermos y luchar contra la injusticia
y la mentira.
Jesús
hace su entrada en Jerusalén como Mesías en un humilde burrito como había sido
profetizado por Zacarías muchos siglos antes. Es aclamado como enviado de Dios
con cantos mesiánicos y llenos de alegría porque este pueblo conocía bien las
profecías
Jesús
admite el homenaje. Aunque que para Él es un llamado a establecer un reino de
paz y de reconciliación sus partidarios se imaginan que es el inicio de un
reinado temporal como nación poderosa que acabe con el sometimiento de Israel a
los romanos.
Sin
embargo las características de esta entrada “triunfal” no tienen nada de
triunfalistas. Jesús no se presenta como un vencedor al frente de un
regimiento, sino como un rey pacífico. Esta entrada representó para Jesús la
entrada en su pasión.
Hoy
las palmas anuncian victoria y triunfo: “¡Viva! ¡Bendito el que viene
en nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que llega!”. Porque hacia la Pascua
caminamos, seguros de que después de la cruz explotará el ¡Aleluya! de la
resurrección.
Al
conmemorar ritualmente este episodio de la vida de Cristo, nosotros deseamos
proclamar que Jesús es nuestro Rey. Pero su realeza no consiste en la posesión
de un dominio universal humano sino que ha sido conquistada al precio del
sacrificio de su propia vida.
Participar
en esta liturgia hace posible que también nosotros formemos parte de la
muchedumbre que lo acompañó aquel día. Nosotros, hoy, también aclamamos a Jesús
y queremos que su camino, su estilo, su manera de hacer, sea también la nuestra
porque reconocemos, aunque nos cueste, que son los únicos que valen la pena.
Nosotros,
hoy, sabemos que el camino de Jesús acabará con la muerte en la cruz.
Sabemos que su libertad, su amor, su entrega a los pobres y a los débiles no
serán bien recibidas por los poderes de este mundo y que lo condenarán a
una muerte terrible.
Nosotros,
hoy, al iniciar la Semana Santa, decimos con nuestros ramos y
nuestras palmas que le agradecemos su amor fiel hasta la muerte, amor del
que nacerá vida por siempre, vida para todos, vida capaz de transformarnos a
todos.
Su
amor es más fuerte que la muerte, que el mal, que el pecado. Nuestro caminar al
lado de Jesús con tantos hermanos en la fe que tienen nuestros mismos gozos y
esperanzas, nuestros mismos anhelos e inquietudes a lo largo de esta semana, es
el mejor discipulado para nuestra vida de cada día.
Que
estos ramos y palmas que tenemos en las manos sean, hoy y cada día, la señal
de nuestra fe, la señal de nuestra alegría de seguir a Jesús, la señal de
nuestra convicción profunda de que su camino es el único camino de vida y de
salvación para siempre.
Jesús
quiere también entrar hoy triunfante en la vida de los hombres sobre una
cabalgadura humilde: quiere que demos testimonio de Él, en la sencillez de
nuestro trabajo bien hecho, con nuestra alegría serena y con nuestra sincera
preocupación por los demás.
EN LA MISA
Lectura
del libro del profeta Isaías 50, 4-7
El
mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al
fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que
yo escuche como un discípulo.
El
Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a
los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no
retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían.
Pero
el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi
rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.
Palabra
de Dios.
SALMO
Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24 (R.: 2a)
R. Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Los
que me ven, se burlan de mí,
hacen
una mueca y mueven la cabeza, diciendo:
«Confió
en el Señor, que él lo libre;
que
lo salve, si lo quiere tanto.» R.
Me
rodea una jauría de perros,
me
asalta una banda de malhechores;
taladran
mis manos y mis pies.
Yo
puedo contar todos mis huesos. R.
Se
reparten entre sí mi ropa
y
sortean mi túnica.
Pero
tú, Señor, no te quedes lejos;
tú
que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. R.
Yo
anunciaré tu Nombre a mis hermanos,
te
alabaré en medio de la asamblea:
«Alábenlo,
los que temen al Señor;
glorifíquenlo,
descendientes de Jacob;
témanlo,
descendientes de Israel.» R.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo
a
los cristianos de Filipos 2, 6-11
Jesucristo,
que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que
debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la
condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con
aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de
cruz.
Por
eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al
nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los
abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el
Señor.»
Palabra
de Dios
Pasión
de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 27,
1-2. 11-54
C.
Jesús compareció ante el gobernador, y este le preguntó:
S.
«¿Tú eres el rey de los judíos?»
C.
El respondió:
X
«Tú lo dices.»
C.
Al ser acusado por los sumos sacerdotes y los ancianos, no respondió nada.
Pilato le dijo:
S.
«¿No oyes todo lo que declaran contra ti?»
C.
Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y esto dejó muy admirado al
gobernador. En cada Fiesta, el gobernador acostumbraba a poner en libertad a un
preso, a elección del pueblo. Había entonces uno famoso, llamado Barrabás.
Pilato preguntó al pueblo que estaba reunido:
S.
« A quién quieren que ponga en libertad, a Barrabás o a Jesús, llamado el
Mesías?»
C.
El sabía bien que lo habían entregado por envidia. Mientras estaba sentado en
el tribunal, su mujer le mandó decir:
S.
«No te mezcles en el asunto de ese justo, porque hoy, por su causa, tuve un
sueño que me hizo sufrir mucho.»
C.
Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la multitud
que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Tomando de nuevo la
palabra, el gobernador les preguntó:
S.
«A cuál de los dos quieren que ponga en libertad?»
C.
Ellos respondieron:
S.
«A Barrabás.»
C.
Pilato continuó:
S.
«¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías?»
C.
Todos respondieron:
S.
«¡Que sea crucificado!»
C.
El insistió:
S.
«¿Qué mal ha hecho?»
C.
Pero ellos gritaban cada vez más fuerte:
S.
«¡Que sea crucificado!»
C.
Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer
agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo:
S.
«Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes.»
C.
Y todo el pueblo respondió:
S.
«Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos.»
C.
Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo
hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.
Salud,
rey de los judíos
C.
Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron a toda la
guardia alrededor de él.
Entonces
lo desvistieron y le pusieron un manto rojo.
Luego
tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza,
pusieron
una caña en su mano derecha y, doblando la rodilla delante de él,
se
burlaban, diciendo:
S.
«Salud, rey de los judíos.»
C.
Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le golpeaban la cabeza. Después
de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron de
nuevo
sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.
Fueron
crucificados con él dos ladrones
C.
Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron
a llevar la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa
«lugar del Cráneo», le dieron de beber vino con hiel. El lo probó, pero no
quiso tomarlo. Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y
se las repartieron; y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo. Colocaron
sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: «Este es Jesús, el
rey de los judíos.» Al mismo tiempo, fueron crucificados con él dos ladrones,
uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Si
eres Hijo de Dios, baja de la cruz
C.
Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, decían:
S.
«Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a
ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!»
C.
De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los
ancianos, se burlaban, diciendo:
S.
«¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje
ahora de la cruz y creeremos en él. Ha confiado en Dios; que él lo libre ahora
si lo ama, ya que él dijo: “Yo soy Hijo de Dios”.»
C.
También lo insultaban los ladrones crucificados con él.
Elí,
Elí, ¿lemá sabactani?
C.
Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la
región. Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz:
X
«Elí, Elí, lemá sabactani.»
C.
Que significa:
X
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
C.
Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron:
S.
«Está llamando a Elías.» En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja,
la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber.
Pero los otros le decían:
S.
«Espera, veamos si Elías viene a salvarlo.»
C.
Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.
Aquí
todos se arrodillan, y se hace una breve pausa.
C.
Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra
tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de
santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que
Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. El
centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo
que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron:
S.
«¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!»
Palabra
del Señor.
Para reflexionar
Ramos
y Pasión, gozo y tristeza, vida y muerte son el contraste en nuestro andar de
cada día. La fiesta de hoy tiene palabras y sentimientos encontrados: ramos de
alabanza y de aclamación junto a la muerte en el Gólgota.
La
Cruz es signo de fracaso. Aparentemente es el hundimiento de Jesús en el reino
de la muerte. Pero para el creyente, su muerte es la señal luminosa de
vida, de entrega, de victoria.
Las
lecturas de hoy nos centran en el gran modelo del camino pascual, Cristo Jesús,
solidario con sus hermanos, se entrega hasta la muerte y alcanza Nueva Vida
para Él y toda la comunidad creyente.
La
primera lectura está tomada del tercer canto del Siervo de Yahvé del libro de
Isaías. Oímos al siervo que escucha la palabra desde la mañana abriendo el oído
y sin rebelarse. Escuchar la palabra significa también aceptar los acontecimientos
por más duros que sean. Le golpean la espalda, las mejillas y se deja mesar la
barba. No oculta su rostro a insultos ni salivazos. Vemos en estos versos la
historia misma de la Pasión de Jesús. Pero El Señor viene en ayuda del siervo
obediente que no queda avergonzado.
En
el himno de la segunda lectura Pablo presenta cómo Cristo ha bajado, en su
solidaridad con nosotros, hasta la renuncia total y la humillación de la cruz,
pero ha sido elevado por el Padre hasta la gloria. Estamos en el corazón mismo
de la fe cristiana. Y Pablo trae este himno para animarnos a que nuestros
sentimientos sean los mismos que los de Cristo Jesús.
En
el Evangelio escuchamos el relato de la pasión de Jesús que es la cumbre del
mensaje de este domingo. Jesús ha seguido el camino de la Cruz que lleva a la
resurrección. Un camino solidario, arquetipo de todo el dolor de la humanidad,
y también del estilo con que Dios salva.
El
evangelista describe con detalles los padecimientos de Jesús: desde sus temores
durante la última cena, y su angustiosa oración en Getsemaní, hasta su último
grito al expirar en la cruz. Sin embargo, esta pasión de Cristo es la epifanía
de la pasión de Dios por los hombres. En Jesús, en su vida, en sus palabras, en
sus milagros, pero sobre todo en su entrega y muerte, se hace evidente
para los cristianos todo el misterio insondable del amor de Dios por todos
los hombres. El Hijo del Hombre “por nosotros, y por nuestra salvación fue
crucificado, muerto y sepultado”.
En
la Iglesia continúa la pasión de Cristo, porque la comunidad cristiana es el
lugar de la lucha contra el mal. La Iglesia debe recoger todos los sufrimientos
de los hombres y batallando ferozmente contra los egoísmos y las faltas de amor
debe convertirse en lugar de encuentro, perdón, reconciliación y crecimiento.
Ningún dolor humano debe ser extraño a la Iglesia. La pasión de Cristo continúa
hoy en todos los hombres que sufren cualquier clase de dolor físico, moral o
espiritual. En los millones de hombres y mujeres que injusta e inocentemente
son reducidos a la miseria, a la muerte de hambre, a la muerte violenta
impuesta desde ideas o intereses inconfesables, en cada víctima del terrorismo,
en cada muerto de hambre o por la droga, en cada muerto en soledad y abandono,
siguen andando en carne viva los pasos de la pasión de Jesús.
Por
eso, el único signo creíble de los discípulos de Cristo de lucha contra el
pecado es la “compasión” efectiva con todo el dolor de la humanidad.
Cristo
ha asumido la vida del hombre en su totalidad, con dolor y muerte incluidos.
Nuestra contemplación de Cristo en la cruz será auténtica si nos hace
verdaderamente más humanos: cargando los dolores de los hombres, luchando
solidariamente para disminuir el sufrimiento de los demás y viviendo
esperanzadamente nuestra vida de cada día.
Para reflexionar
¿Me
cuesta descubrir la presencia de Dios en el dolor y el sufrimiento?
¿Alejo
de mí todo lo que suene a dificultad o sacrificio?
¿Qué
cosas buenas o necesarias he dejado de lado por miedo al sufrimiento?
¿He
claudicado en la búsqueda de la verdad y del bien por miedo al dolor?
Repitamos a lo largo de este día
“Se
humillaba y no abría la boca” (Is 53,7a).
Para la lectura espiritual
…Cuando
no aceptamos verdaderamente a Jesús como Hijo de Dios para justificar nuestras
opciones equivocadas, renegamos de él. Y lo renegamos por no compartir su
suerte, por no participar en su muerte. Siempre que no sabemos negarnos a
nosotros mismos, renegamos de Jesús. Siempre que queremos salvarnos de la cruz,
le miramos de lejos, y en la práctica decimos —aunque no sea de palabra- que no
lo conocemos.
¿Acaso
no nos sucede esto con frecuencia? Si por consiguiente tantas veces renegamos
de Jesús, otras tantas deberíamos saber llorar amargamente y asumir el
arrepentimiento y la conversión como compromiso de vida: éste es ciertamente el
único camino hacia la santidad. La santidad no es fruto de virtud, sino un don
de misericordia para quien se abre para acogerla, para quien se arrepiente de
todo corazón, consciente de ser pecador. Es una gracia que el Señor nos haga
ver nuestro pecado para llevarnos al arrepentimiento. Nos da la posibilidad de
arrepentirnos: así es su misericordia…
(A. M.
Cánopi. Pasión de Jesús según Mateo y “Vía Crucis”,
(B. Casale
Monf. 1994, 23s).
Para rezar
Tu
voluntad
Dentro
de mí siento muchas veces
la
rebeldía de quien no se conforma.
Tu
voluntad trae momentos de intensa
alegría,
pero tiene también el peso
de
muchas cruces.
Por
eso no soy coherente con tu sí.
No
me gusta cargar con el peso,
ni
escuchar un no como respuesta,
aun
cuando “no” venga de ti.
Aún
no aprendí a sonreír
en
los momentos de dolor y a mantener
la
serenidad a la hora de la presión.
Termino
pidiendo que hagas lo que yo quiero,
de
la manera que lo quiero,
y
en el tiempo que yo quiero.
La
mía es aún una voluntad caprichosa y rebelde.
Aún
no entendí que tienes un plan para mí.
Dios
del sí, y del no: enséñame a decir sí. Amén.
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