29
de junio de 2020 – TO – LUNES DE LA XIII SEMANA
29 de junio - San Pedro y San Pablo, Apóstoles (S)
«Tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
¡A él sea la
gloria por los siglos de los siglos!
PRIMERA
LECTURA
Lectura
de los Hechos de los apóstoles 12, 1-11
Por
aquel entonces, el rey Herodes hizo arrestar a algunos miembros de la Iglesia
para maltratarlos. Mandó ejecutar a Santiago, hermano de Juan, y al ver que
esto agradaba a los judíos, también hizo arrestar a Pedro. Eran los días de
«los panes Ácimos.»
Después
de arrestarlo, lo hizo encarcelar, poniéndolo bajo la custodia de cuatro
relevos de guardia, de cuatro soldados cada uno. Su intención era hacerlo
comparecer ante el pueblo después de la Pascua. Mientras Pedro estaba bajo
custodia en la prisión, la Iglesia no cesaba de orar a Dios por él.
La
noche anterior al día en que Herodes pensaba hacerlo comparecer, Pedro dormía
entre los soldados, atado con dos cadenas, y los otros centinelas vigilaban la
puerta de la prisión.
De
pronto, apareció el Ángel del Señor y una luz resplandeció en el calabozo. El
Ángel sacudió a Pedro y lo hizo levantar, diciéndole: «¡Levántate rápido!»
Entonces las cadenas se le cayeron de las manos.
El
Ángel le dijo: «Tienes que ponerte el cinturón y las sandalias» y Pedro lo
hizo. Después de dijo: «Cúbrete con el manto y sígueme.»
Pedro
salió y lo seguía; no se daba cuenta de que era cierto lo que estaba sucediendo
por intervención del Ángel, sino que creía tener una visión.
Pasaron
así el primero y el segundo puesto de guardia, y llegaron a la puerta de hierro
que daba a la ciudad. La puerta se abrió sola delante de ellos. Salieron y
anduvieron hasta el extremo de una calle, y en seguida el Ángel se alejó de él.
Pedro,
volviendo en sí, dijo: «Ahora sé que realmente el Señor envió a su Ángel y me
libró de las manos de Herodes y de todo cuanto esperaba el pueblo judío.»
Palabra
de Dios.
SALMO Sal
33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 (R.: 5)
R. El
Señor me libró de todos mis temores.
Bendeciré
al Señor en todo tiempo,
su
alabanza estará siempre en mis labios.
Mi
alma se gloría en el Señor:
que
lo oigan los humildes y se alegren. R.
Glorifiquen
conmigo al Señor,
alabemos
su Nombre todos juntos.
Busqué
al Señor: él me respondió
y
me libró de todos mis temores. R.
Miren
hacia él y quedarán resplandecientes,
y
sus rostros no se avergonzarán.
Este
pobre hombre invocó al Señor:
él
lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R.
El
Angel del Señor acampa
en
torno de sus fieles, y los libra.
¡Gusten
y vean qué bueno es el Señor!
¡Felices
los que en él se refugian! R.
SEGUNDA
LECTURA
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 4,
6-8. 17-18
Querido
hermano:
Yo
ya estoy a punto de ser derramado como una libación, y el momento de mi partida
se aproxima: he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera,
conservé la fe. Y ya está preparada para mí la corona de justicia, que el
Señor, como justo Juez, me dará en ese Día, y no solamente a mí, sino a todos
los que hayan aguardado con amor su Manifestación.
Pero
el Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas, para que el mensaje fuera
proclamado por mi intermedio y llegara a oídos de todos los paganos. Así fui
librado de la boca del león.
El
Señor me librará de todo mal y me preservará hasta que entre en su Reino
celestial. ¡A él sea la gloria por los siglos de los siglos! Amén.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Mateo 16, 13-19
Al
llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué
dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?»
Ellos
le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros,
Jeremías o alguno de los profetas.»
«Y
ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?»
Tomando
la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Y
Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha
revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te
digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la
Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los
Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que
desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
El
Prefacio de este día en el que celebramos a San Pedro y a San Pablo nos ayuda a
descubrir a cada uno de ellos como dos formas de ser y de actuar que llevan
adelante la obra de Cristo en su Iglesia. Dos personalidades con temperamentos
y dotes muy distintos.
Pedro,
impulsivo, generoso noble, dispuesto a la entrega a Cristo y a su causa como
así de inestable es nuestra roca firme y nuestro guía en la fe que profesamos.
Es lo que le pidió Cristo después de aquella triple confesión de fidelidad:
apacienta a mis ovejas. Es el pescador del mar de Galilea fuerte y decido, que
deja todo para seguir radicalmente a Jesús y aquel que después, consolidará la
Iglesia primitiva con los israelitas que creyeron y la conducirá a lo largo de
la historia mediante sus sucesores. Pedro es la autoridad constituida por
Cristo para darle la unidad y la solidez necesarias a la Iglesia para que sea
signo visible y eficaz de salvación para todos los hombres.
Saulo
de Tarso, genio de alta formación en la más pura tradición judía, apasionado y
profundo; perseguidor de la Iglesia y asesino de cristianos es llevado por su
celo por la verdad, su fidelidad a Dios y a la fe de sus antepasados a
convertirse en el más ferviente y más dinámico predicador, fundador y maestro
de comunidades creyentes fuera de Israel y a lo largo de las márgenes del Mar
Mediterráneo. Su personalidad, su genio y su imagen son las que le permitieron
extender la fe de la Iglesia naciente.
Ambos
representan dos líneas de pensamiento y de acción diferentes que conforman el
ser, la misión y el quehacer de la Iglesia de todos los tiempos.
Por
eso, “después de haber congregado por caminos diversos a la familia de Cristo,
esa misma familia los asocia ahora en su veneración con una sola corona”
Ambos
apóstoles, son signo de una Iglesia llamada a ser instrumento de salvación para
todos los hombres y mujeres que buscan y aman la verdad y desde el amor a Dios
se esfuerzan por la práctica de la justicia y de la paz. Pero en los dos, lo
más importante que se observa es la apertura a la acción de la gracia que, poco
a poco, los va transformando en instrumentos para la misión evangelizadora. Los
dos llegan al final con generosidad y capacidad suficientes para dar su vida
por el Evangelio. Los dos nos recuerdan que el cristiano alcanza la santidad en
la medida en que abre el corazón a la acción de la gracia.
Las
columnas que sostienen la comunión eclesial ejercieron su función desde la
cercanía afectiva y entusiasmante hacia el Maestro y amigo. La Iglesia no es
producto de su historia, sino de su experiencia de la presencia del fundador en
ella.
La
Iglesia necesitó y necesita un principio sólido, estable y permanente de
autoridad y de unidad en la misión. Éste es Pedro y sus sucesores. Pero también
necesita del elemento innovador que movido por el Espíritu esté continuamente
buscando las formas de acercamiento al hombre en su cultura y en sus
circunstancias propias de cada tiempo y de cada lugar. Éste es Pablo y la
multitud de hombres y mujeres que a su imagen renuevan continuamente la
Iglesia.
Esta
fiesta es una invitación a todos los que integramos la Iglesia, a una
conversión permanente hacia Dios y hacia el mundo, según los criterios del
evangelio. Que Pedro, la roca firme, sea nuestro ejemplo y nos ayude a confesar
a Jesús y volver a él con humildad, a pesar de nuestras negaciones. Que Pablo,
el Apóstol nos de la apertura de corazón y la audacia para anunciar a
Jesucristo a todos los que desean ser fieles al plan de Dios.
Dos tipos distintos
Pero,
¿qué hay de común entre el humilde pescador de Galilea y el gran intelectual
salido de la academia de Tarso y de la prestigiosa escuela de Gamaliel?
Pedro
anduvo con Jesús de Nazareth por los caminos de Galilea, siguiéndolo con
generosidad, tomando el liderazgo entre sus compañeros, sufriendo las consecuencias
de la terquedad de su noble corazón. Él acompañó al Maestro hasta el fin, o
mejor, casi hasta el fin, cuando su debilidad lo llevó a negarlo; pero su
fidelidad fue finalmente la del amor primero de Jesús, porque la mirada
misericordiosa del Señor le llegó bien hondo y lo llamó de nuevo.
Pablo
no caminó con el Jesús terreno, ni escuchó sus parábolas, ni compartió con él
la cena. Más bien -a pesar de que escuchó hablar de él- lo que hizo fue combatir
a los cristianos que propagaban su memoria y afirmaban su resurrección. También
él experimentó la misericordia del Resucitado, quien lo llamó en el camino de
Damasco e hizo de él el intrépido apóstol que abrió tantos caminos al evangelio
y formó muchas de las comunidades que todavía hoy siguen inspirando las
nuestras.
Un camino de comunión
Pedro
y Pablo, dos hombres bien diferentes en sus orígenes, formación y temperamento
que, a pesar de sus resistencias, fueron ambos llamados y moldeados por las palabras
y el Espíritu de Jesús. Pero el mismo Señor hizo que sus ministerios fueran
complementarios y los constituyó en pilares de la Iglesia naciente.
Hay
que destacar que el entendimiento entre ellos no fue fácil. Ambos tuvieron que
aprender los caminos de la “comunión”, núcleo del evangelio. Por ejemplo, en
Gálatas 2,9, Pablo cuenta con alegría como en la visita a Jerusalén Pedro,
Santiago y Juan “nos tendieron la mano en señal de comunión”, pero también como
luego tuvo que reprenderlo: “al ver que no procedía con rectitud, según la
verdad del Evangelio, lo acusó de arrastrar a otros a “actuar la misma comedia”
(ver 2,11-14).
La
complementariedad entre los dos apóstoles es necesaria. En materia de
“comunión”, la Iglesia no nació “sabida”, ella tuvo que aprender. Es bonito ver
eso: a pesar de contar con las “memoria” de la palabras y dichos de Jesús,
entre los primeros cristianos nadie sabía de una vez por todas lo que había que
hacer en todas las circunstancias de la vida. Por eso, cuando tenían un problema,
dialogaban entre ellos y, si era el caso, no tenían reparo en debatir algunos
temas polémicos que iban surgiendo. Lo importante era que (1) lo hacían con una
fidelidad total al Señor, sin apartar la mirada de Jesús; y (2) se dejaban
orientar por los apóstoles. Así, la Iglesia primitiva, fue un verdadero volcán
de amor, abierta dócilmente a la guía del Espíritu Santo, pronta para el
servicio de la Palabra. Esta era la raíz de la comunión eclesial que fue
animada por los apóstoles.
P.
Fidel Oroño. Cebipal
PARA REZAR
“Me
has dicho: ‘Anda y enseña a todas las naciones’ (Mt 28,19).
Creí
y por eso hablé (Sal 116,10; 2 Cor 4,13)
Me
prohibieron enseñar en tu Nombre (Hch 5,28),
pero
yo obedecí a Dios antes que a los hombres (Hch 5,29).
Fui
extremadamente humillado (Sal 116,3),
pero
estoy feliz de haber sido considerado digno
de
padecer ultrajes por el Nombre de Jesús (Hch 5,41).
Y
cada día, en el Templo y en las casas,
no
dejé de anunciar, oh Jesús, que Tú eres el Cristo (Hch 5,42).
Apacenté
el rebaño que me confiaste,
lo
cuidé de buena gana, apacible con todos (1 Pe 5,2).
Los
que odiaban la paz me atacaron sin motivo (Sl 12).
Me
regocijé por tener parte en tus sufrimientos.
Me
alegraré cuando se manifieste tu Gloria.
Fui
ultrajado por tu Nombre, pero de eso me regocijé,
pues
tu Espíritu, oh Dios, reposó en mí.
Padecí
como cristiano y no tuve vergüenza.
Glorifiqué
a Dios por el Nombre de cristiano (1 Pe 4,14).
Y
tú, rompiste mis lazos (Sl 116,16).
Reconocí
verdaderamente que Tú mandaste a tu Ángel
y
me libraste de la expectación del pueblo (Hch 12,1-19).
A
ti me ofrezco en hostia de alabanza,
y
tu Nombre aún lo invoco (Sl 116,4).
Cumplo
mi promesa a la faz de todo el pueblo,
en
los atrios de tu Templo Santo, en medio de Jerusalén (Sl 116,18-19),
no
dejaré de anunciar que Tú eres el Cristo“.
Oración
compuesta con base en el Salmo 116, pasajes de los Hechos de los Apóstoles y 1ª
Pedro 4 y 5; Preparada por el Monasterio Apostólico Piedra Blanca- Colombia
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