Con la Sa Fa. Día 2. 1 de diciembre

CON LA SAGRADA FAMILIA

2.- EL TRONCO DE JESE. Mt. 1, 1-17

Ideas para la oración preparatoria.

• Reconocer a Dios como Padre presente en mi persona. Adorarle y manifestarle la intención de tener un rato de encuentro personal con El.

• Unirse a Cristo en la oración. Ponerse a la escucha con El.

• Pedir al Espíritu Santo que ore en nosotros y nos descubra el misterio de su vida con María y José.

• Pedir a María y a José que nos acompañen en la meditación de la obra que Dios realiza en ellos.

Método: Situarse con la Sagrada Familia en Nazaret para seguir meditando en esta familia, que sigue siendo la nuestra.
Leer el mismo evangelio de ayer.

El segundo personaje es José, el padre de familia. El evangelista sólo nos indica que es descendiente de David y que es el esposo de María. En el texto es él, José, quien garantiza legalmente la descendencia davídica de Jesús. Por lo que conocemos, María está ligada a la descendencia de Aarón, ya que su prima Isabel es de descendencia levítica, esposa de Zacarías, el sacerdote. Así Dios cumple su promesa a David por vía jurídica, no carnal. Se adapta a las costumbres legales de aquel tiempo. Esto nadie lo esperaba. Si el evangelista lo narra así es para resaltar la singularidad de los planes de Dios y para dejar muy claro que José no interviene el la concepción de Jesús: que por muy raro que suene, es obra del Espíritu Santo.

José siempre aparece en la penumbra. Parece como que no se encuentra en casa. Sin embargo podemos deducir, por los relatos que nos trae San Mateo, que José era el verdadero cabeza de la familia, como le correspondía por derecho y por obligación. El es quien pone el nombre a Jesús, como padre legal que es, quien le da la descendencia davídica. José es el hombre que recibe la orden de ir a Egipto, de salvar y proteger al Hijo, quien decide establecerse en Nazaret y no en Belén, como había pensado en un principio. Con toda certeza, vista su actuación, acompañó a María en su visita a Isabel. José acepta, contempla, medita y se asombra de lo que Dios hace en la vida y por eso mismo actúa y toma decisiones. Parece como si, metido en sus responsabilidades, no tuviese tiempo para más. Pero no es así.

Es el esposo de María, compañero de sus penas y fatigas, de las alegrías y los éxitos. Es el compañero de la fe, del sí de María. Y en esto se dice todo. Por eso que al decir cómo es María queda suficientemente definido cómo es José. No es necesario repetir. Eso sí, cada uno en su vocación, pero vivida codo a codo, en solidaridad de fe y de presencia, en apoyo mutuo, en matrimonio.

. Reconocer el valor de la acción de Dios en el silencio, en el interior del corazón, en las motivaciones.

• Unirse a las almas contemplativas que centran su existencia en Dios como absoluto de la vida. Valorar la oración y las oraciones.

• Pedir el silencio interior que permite captar a Dios mismo en el interior de la persona, escuchar su voz en la intimidad.

• La vida espiritual no me aleja de mis compromisos para con los demás. Me sitúa en mi puesto y confiere una nueva dimensión a mi hacer. Me compromete desde Dios, incluso en mi matrimonio.

• Pedir a Dios el recogimiento interior y el sentido de trascendencia, de filiación. La sensibilidad de espíritu.

• José sabe ser atento y solidario con María. Pedir a Dios el don de la solidaridad cristiana con los Hermanos, con la Iglesia, con los hombres, en el matrimonio.

• Bendecir a Dios por su obra en María y en José y pedirle que la prolongue en nuestro vivir.

¿Qué decir del resto de la familia como tal? El evangelista nombra en el relato a cinco mujeres. Todas ellas, excepto María, han tenido algún conflicto. Parece como si el evangelista quisiese señalar que en la parentela de Cristo no todo es "trigo limpio". La sangre de Cristo, vista en sus predecesores, no es tan noble como cabe esperar desde el punto de vista humano. Estamos más acostumbrados a la pureza de sangre y de estirpe, a la nobleza de las gestas y de los hechos que recuerdan a nuestros predecesores. Dios lo ve de otra forma, hasta tal punto que luego Cristo dirá con toda naturalidad que “Dios puede hacer hijos de Abraham de estas piedras”, cuando los puritanos quieren justificar sus obras por vía de descendencia y de estirpe.

Sabemos que Tamar engendra a Fares con engaño, haciéndose pasar por una prostituta ante Judá, su suegro. Rahab es la cortesana, extranjera, traidora a su pueblo, posteriormente incorporada a Israel. Rut es la moabita, de noble corazón, entregada a Noemí, que se casa con Booz por la vía del levirato. La mujer de Urías, dominante y ambiciosa, engendra a Salomón después del adulterio con David. No hay pureza de raza ni nobleza de sangre en el relato de Mateo. Es más, parece señalar que en los caminos que concurren para que se realice el plan de Dios hay que incluir el pecado y la aportación de otras razas, incluso de los gentiles. Parece que Dios se vale hasta del pecado humano para cumplir sus promesas. Ciertamente que sus caminos son distintos a los nuestros. "El hombre se fija en las apariencias pero Dios mira al corazón". (1 Sam. 16, 7)

Cristo asume la historia de cada hombre, mi propia historia. Puedo añadir mi nombre a esta lista y ahora puedo comprender por qué se ha encarnado Cristo: para asumir mi debilidad, mi pecado, mi propia historia, la de mi familia, la de mi comunidad. Esta es la maravillosa historia del amor de Dios conmigo, con cada persona. Cristo baja a los infiernos de cada soledad, de cada traición, de cada pecado, de cada injusticia, de mi frialdad, de mi malicia. Asume mi vida en su totalidad. Mi nombre forma parte de esta lista genealógica y teológica.

San Pablo nos recuerda que Dios elige lo necio según el mundo para confundir a los sabios y lo débil según la carne para manifestar su fortaleza. En la comunidad de Corinto, señala Pablo que "Entre vosotros no hay muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. Lo plebeyo del mundo, el desecho, lo que no es nada, lo eligió Dios para anular a lo que es, para que nadie pueda gloriarse ante Dios" (1 Cor. 1, 26-31).

En la familia abunda la pluralidad de opciones políticas, la diversidad o el pasotismo religioso, tantas posturas o visones de la vida, incluso olvidos o menosprecios, que a veces nos distancian de los nuestros. Jesús asume todo, hasta el pecado. Podemos nosotros asumir estas pequeñeces familiares. Que la unidad sea siempre un objetivo familiar a mantener y a desarrollar. Aceptar la familia del otro como mi familia. Que nunca se escuche: los tuyos. Que siempre, en la vida familiar y en las desgracias, se diga: los nuestros. Así se acepta en la familia.

• Bendecir a Dios y darle gracias por esta constante en la historia de la salvación: El siempre cuenta con los pequeños, con los excluidos. Cristo viene a salvar a los pecadores.

• Agradecerle las limitaciones personales, las carencias de la comunidad, de la familia, de la Fraternidad. Aceptarlas como un don para que resplandezca más su gracia y como un medio para que no confiemos en nuestras fuerzas.

• Agradecer la sabiduría de Dios que hasta en el pecado encuentra medio para la salvación, para que volvamos a El.

• Sentir la elección de Dios en medio de la limitación personal. Agradecer esta elección y la nueva familia que nos da.

• Pedir su gracia y el don de la fe. Confiarse en sus manos.

• Ver en quién pongo mi eficacia y mi confianza.

El mismo Pablo nos presenta la clave para entender la acción de Dios: "El que se gloría, gloríese en el Señor" (1 Cor. 1, 31). Desde aquí podemos entender también hoy las limitaciones que llevamos en nuestra persona, la pobreza humana de la comunidad que formamos, la limitación de la familia que construimos, lo inalcanzable de nuestros objetivos y la grandeza de nuestras metas. El pecado mismo, tan unido a nuestras vidas, no es obstáculo insuperable para los planes de Dios. Lo importante es que le dejemos intervenir. No tenemos derecho a exigir a los demás. Nuestra obligación es acompañar, ayudar, compartir con Cristo.

Nazaret habla en este mismo sentido. La eficacia de la salvación no está en los medios humanos, con ser tan importantes. Lo decisivo no es lo nuestro, no son nuestras obras, sino Dios mismo presente en la vida, acogido como en Nazaret, en medio de las preocupaciones y en el trabajo de cada día. Cuando contamos solo con nuestras fuerzas, con las cualidades y la estrategia personal, es cuando aparece el desaliento y se hacen más vivas las limitaciones. Hasta puede parecer imposible toda pretensión trascendente y apostólica.

Conviene entrar en el misterio mismo de Cristo, “que no desdeña hacerse uno de tantos y tomar la condición de esclavo.., que opta por ser obediente hasta la muerte y muerte de cruz”. (Flp. 2. 6). Desde esta actitud, con María, la esclava del Señor, en su humildad, es posible descubrir el paso salvador de Dios y aceptar agradecidos la pobreza personal y comunitaria en medios y cualidades. Entonces parece fácil el comenzar cada día con espíritu renovado, como el siervo inútil, volviendo a intentar aquello que parecía imposible. El crecimiento en la fe y en la caridad, la dedicación apostólica, la oración, la diaria construcción de la comunidad, de la familia, de la fraternidad, son como la consecuencia más natural de una vida donde actúa Dios.

• Hablar al Padre de mis desilusiones, cansancios, enfados,..¿Me cansa el Señor o mis propios afanes?

• Ver también mis exigencias hacia los demás y conmigo mismo.

• ¿Me preocupa el crecimiento espiritual? ¿en qué lo manifiesto?, ¿en qué lo fundamento?

• ¿Necesito de Dios para las cosas que hago, para la vida que llevo, para realizar mis ilusiones, para vivir en comunidad, en familia?

• Pedir al Padre el sentido de filiación, que siempre contemos con El confiadamente. Que no abandonemos la oración.

En ocasiones al igual que en la genealogía, se dan hechos personales, familiares y comunitarios poco concordes con el querer de Dios, realidades que parecen poco apropiadas a la misión que se ha aceptado, al compromiso asumido desde la fe y en la entrega. Es camino humano en la salvación. El pecado mismo como parte de la vida y de la historia del hombre. Cristo ha venido para salvarnos del pecado. Asume mi pecado, el de mi comunidad y el de mi familia. Por esto que todo lo que forma parte de mi vida puede contribuir para purificar la presencia salvadora de Cristo, siempre que se permita actuar a Dios y se viva desde la fe.

Vemos también que Cristo se encarna en la historia humana tal como ésta está, sin miedos ni vergüenzas. Nuestro compromiso con Dios, y como consecuencia nuestra solidaridad con los hombres, tampoco puede admitir disculpas, ni quedarse en una apariencia llena de condicionantes. Ha de realizarse hoy y aquí, donde cada uno se encuentra. Hay que poner la propia persona, en humildad sincera, al servicio del reino y de los hermanos, de los necesitados, de la Iglesia. No bastan las buenas intenciones.

• Mi presencia entre los hombres necesita también de encarnación. ¿Soy hermano de aquellos con quienes trabajo, con quienes vivo?

• Pedir a Cristo la humildad, la fuerza espiritual, el amor, necesarios para encarnarme en la comunidad, en la parroquia, en la familia, en el colegio, en la provincia y en la tierra donde me toca vivir.

• Es el amor a Cristo y el servicio al reino quienes mueven mi vida. ¿No hay otros intereses de raza, de política o de geografía que me separan o que empañan el servicio al reino? A veces, ¿no pesan más que Dios mismo en mi actuación?

Tampoco se puede vivir en solitario ni hacer acepción de personas. Cada uno de los personajes que componen la genealogía de Cristo tiene su importancia para los restantes. No podemos quedarnos en la relevancia que pueda tener cada uno de ellos aisladamente, en la impronta personal impuesta a la propia vida. Sin embargo, es Cristo quien concede importancia a cada personaje y a la genealogía misma. Desde Cristo cambia la perspectiva. En el mismo sentido, cada cristiano y cada persona es importante por Cristo mismo que vive en ellos. La comunidad, la familia, la Fraternidad,… es importante por Cristo que vive, crece y se manifiesta en ella.

• Bendecir a Dios porque ha querido realizar la salvación en su pueblo y por su pueblo. Darle gracias porque me ha incorporado a su pueblo, por ser Iglesia.

• Analizar todo aquello que me hace indiferente, independiente, que rompe los planes comunitarios de Dios.

• Si Cristo es quien da sentido a la historia, ¿quién da sentido a mi historia personal, a la de mi comunidad, mi familia, mi grupo?

• O estoy unido a los demás en Cristo o estoy separado. Pedir el don de la fraternidad, el don de ser miembro vivo en el Cuerpo de Cristo.

- Que la Sagrada Familia nos ayude a aceptarnos a nosotros mismos, a aceptar a la comunidad, a la familia y a las personas con quienes vivimos o nos relacionamos. Que nos conceda el don de ver la mano amorosa del Padre que prepara y cuida mi historia, que enriquece y purifica mis vivencias incluso con aquello que me disgusta, que me avergüenza incluso. Así se puede manifestar mejor su misericordia y su amor.

- Con la familia de Nazaret se pueden superar los temores y los prejuicios. El mismo Dios que guía la historia es quien conduce nuestros pasos. ¿A quién temer?

• Hoy Dios quiere repetir el protagonismo de Cristo en mi vida.

• Quiere manifestar que en los pequeños es capaz de realizar grandes cosas, y cuenta para ello conmigo en este día.

• Quiere actuar en el interior siempre que encuentre el silencio necesario. Quiere sentirse acompañado y acompañante.

• Hoy quiere que experimente la alegría de ser Iglesia, el gozo de pertenecer a su pueblo, el don de vivir en familia.

Es bueno meter nuestro nombre en esta genealogía. Ahí estoy también yo. Cristo ha asumido mi persona, mis debilidades, mis traiciones y negligencias, mi pecado y mi mentira. Me asume tal como soy y habiéndome conocido antes. Ha venido por mí, por mi pecado, no por mis méritos ni virtudes. Le interesa mi vida. Me hace su hermano. Ha sido iniciativa suya. Se ha cargado con mi causa. Tengo que vivir y aceptar la salvación que me ofrece.

ORACION: Dios, Padre nuestro, que en la Sagrada Familia has manifestado las excelencias de tu pueblo, te rogamos que imitando su unidad en el amor lleguemos a la plenitud de la patria prometida. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén

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