Con la Sa Fa. Día 6. 5 de diciembre

CON LA SAGRADA FAMILIA

6.- VAMOS PASTORES, VAMOS. Lc. 2, 8-12.

En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. Y un ángel del Señor se les presentó: La gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: "No temáis, os traigo la buena noticia la gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador: El Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Y en seguida se unió al ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que él ama». Cuando los ángeles los dejaron y se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vamos a Belén y veamos ese acontecimiento que el Señor nos ha anunciado». Fueron deprisa, y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, manifestaron lo que les habían dicho acerca del niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores.” (Lc. 2, 8-18).

Desde el punto de vista religioso, y en especial para aquellos que buscan a Dios en lo alto, el oficio de pastor estaba muy mal visto en la época de Cristo. Socialmente era un oficio para pecadores, en la línea de los publicanos. Según los más estrictos, no cumplían la ley, no hacían las abluciones, no guardaban el sábado, ignoraban las normas religiosas, vivían del engaño y en el pasotismo religioso.

Sin embargo, eran gente sencilla. Se encontraban en la nada que puede cambiar el todo. Vivían allá, donde siempre suena un cántico, aunque parezca eternamente monótono; allá, donde el mundo es solamente una tenue nota musical mantenida indefinidamente, donde la novedad es una mortecina lucecita de luciérnaga. Algo así como la monotonía del verde en el césped del suelo. Estaban situados justo en el lugar personal donde puede nacer un acontecimiento. ¡Cómo nos recuerda ésta, su situación de sencillez y de pobreza interior, a la vida que la Sagrada Familia llevará después en Nazaret!

Según San Lucas, "había unos pastores pernoctando al raso y velando su rebaño". Es un dato que puede indicar que en la fecha en que nace Cristo no hacía un tiempo tan crudo como ponemos en los belenes, ya que pernoctan al raso. Además podemos deducir que, los que velaban su rebaño eran pastores por profesión, ya que incluso de noche tienen que cumplir con su trabajo. Eran personas con muy poca cultura, socialmente excluidas, inmersas en la monotonía de la vida sin grandezas humanas. Capaces de dejarse sorprender por los acontecimientos.

A continuación nos sitúa el evangelista una anunciación: el ángel del Señor, las palabras de tranquilidad: "no temáis", la comunicación de la misiva, la señal que probará la verdad de lo anunciado y otros ángeles que se unen y cantan a coro como final de la visión. Es el mismo esquema utilizado en la Biblia para las anunciaciones del Dios Altísimo. Aquí, quien recibe el mensaje no tiene reparos en aceptarlo porque tampoco compromete a nada en especial. La fiesta final sitúa perfectamente el nacimiento de Cristo en relación con la humanidad entera: gloria a Dios y paz en la tierra. Es un mensaje para toda la humanidad.

El evangelista, además de situar el nacimiento de Cristo y describir las circunstancias que concurren, describe en los dos primeros capítulos las actitudes de fe que acompañan al misterio mismo de Jesús. Nos pone tres anunciaciones: a Zacarías, a María y a los pastores. Sitúa tres cánticos: el de Zacarías, el de María y el de Simeón. Nos presenta personajes con fe como María, Isabel, los pastores, Simeón y Ana y personajes sin fe como Zacarías, los habitantes de Belén, y cuantos presencian la presentación en el templo, especialmente los sacerdotes. Los que miran al Dios humilde y los que miran al Dios Altísimo. Nos fijamos solamente en los pastores pero dentro de este contexto de situaciones de fe.

Los pastores van con presteza, “de prisa”, deseosos de comprobar lo que se les ha anunciado. Los signos son de lo más normal: un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Los signos que acompañan la presencia de Cristo son siempre de lo más normal. Respecto a Cristo, la fe es siempre algo insustituible. La fe exige ir, salir de la situación monótona en que uno está, aceptar que pueden ocurrir cosas raras cuando actúa Dios, fiarse de palabras y signos tantas veces vulgares. Exige la sencillez de quien sabe que Dios actúa y puede realizar lo imposible a pesar de las apariencias.

Cristo hablará después de la sencillez del niño, tan necesaria para poder entender su mensaje. San Mateo no duda en colocar al que se hace como un niño, a quien se fía, en el primer lugar, el más grande, en el reino de los cielos. "Si no os hiciereis como niños no entraréis en el reino de los cielos; el que se humillare hasta hacerse como un niño, es el más grande en el reino de los cielos; quien por mí recibiere a un niño, a mí me recibe y aquel que escandalizare a un niño más le valiera que le hundieran en el fondo del mar" (Mt. 18, 3-6). Lucas, de manera gráfica, traslada todas estas actitudes a los pastores que son capaces de fiarse casi con ingenuidad.

Los pastores encontraron a “María y a José y al niño acostado en un pesebre”. El texto cambia “los pañales”, ofrecidos como signo de identidad, por “María y José”. En este cambio nos muestra que es el amor de la acogida quien rodea a Jesús. El calor que toca siempre a Jesús es el calor del amor, de la acogida, de la entrega. Ven al niño con su madre, tal como se les había dicho, y glorifican a Dios por ello. Aceptan el signo. Es el Dios humilde, bajo, el que susurra al oído, el que acaricia como la brisa, el que entra en el ser sin hacer ruido. El Dios de siempre, que parece que duerme su siesta de eternidad. María guardaba todo esto en su corazón, crecía en su fe. También ella pertenece a los pequeños que se fían y se admiran de lo que Dios hace. Comprende mejor el misterio que la había anunciado el ángel.

Nuestra vida cristiana y religiosa también es una vida de fe, de signos tan normales como los que se anuncian a los pastores. Hay que tener la actitud del niño, fiarse con profunda humildad y sencillez, para descubrir el paso de Dios por la vida. Lo recomendaba el Cura de Ars a los Hermanos de la Sagrada Familia: "sed humildes, sed sencillos. Cuanto más humildes y sencillos seáis mayor bien haréis". Con esta actitud podemos reconocer a Cristo en el prójimo: en los hermanos, en la comunidad, en la Iglesia, en los hijos, en los alumnos, en los pobres. Desde la sencillez de los pastores nos parecerá posible el cambio, la nueva vida en el Espíritu, el ahondar más en el misterio cristiano. Seremos capaces de no escandalizarnos del pecado y de la limitación de la comunidad, de la Fraternidad, del matrimonio, de nosotros mismos. Unas palabras llenas de sombras pueden cambiar una vida. Como los pastores, podemos poner nuestros recursos, nuestra voluntad, para ir y ver, para hacer posible cuanto Dios dice en su Palabra, tan sabida y meditada, en el interior del corazón. De otra manera buscaremos disculpas, exigiremos signos y pondremos condiciones que dejarán el comienzo del cambio para un eterno mañana.

Esta actitud de sencillez en la fe es la que nos coloca en nuestro puesto correcto dentro de la comunidad. Con ella podemos, en primer lugar, alimentarnos, vivir en alegría, ser cristianos, y simultáneamente ser fermento activo, luz y levadura que anime a quienes nos rodean. Aprenderemos a no vivir y luchar por “lo mío, mi yo, para mí” Lo más natural será el nosotros y con preferencia el tú, siempre el otro. Desde aquí iremos casi sin querer al encuentro con el Dios humilde de la vida misma. Será más fácil escudriñar su voluntad, aceptarla y cumplirla. Seremos capaces de vivir el amor, no de comprarlo. Dejaremos de ser mercaderes inconscientes del amor.

Que quienes se acerquen a nuestra comunidad, a nuestra familia, puedan comprobar, como los pastores en Belén, la veracidad de una vida familiar, donde en cada gesto se canta al amor, donde se espera la novedad en cada opción, en la entrega diaria y familiar dedicada al servicio del reino. Que puedan descubrir a Cristo en los signos de una vida centrada en El. Que los humildes y sencillos puedan encontrar en nuestros gestos la presencia callada y viva del Cristo escondido y la veracidad existencial de cuanto proclamamos.

Que la Sagrada Familia nos ayude para que nuestras comunidades y nuestras familias sean una manifestación de Jesús, al estilo de Belén, para cuantos se asomen a nuestro vivir. Si Cristo, eternamente niño, encuentra calor en los pañales que le ofrece nuestra comunidad, nuestra familia, nuestro corazón, siempre habrá ángeles que anuncien el acontecimiento, incluso en palabras de silencio, y que prolonguen el canto nuevo: “gloria a dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres”.


ORACION: Dios, Padre nuestro, que te revelas a los humildes y a los sencillos, danos un corazón capaz de entender tus manifestaciones y que te permita llegar hasta aquellos a quienes tanto amas.

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