Día 10. 9 de diciembre

MES DE LA SAGRADA FAMILIA

CON LA SAGRADA FAMILIA

Autor: H. Francisco Cabrerizo Miguel
Madrid, 2010
Propiedad Intelectual – Derechos Reservados
Edita: Hermanos de la Sagrada Familia

10.- LA OFRENDA EN EL TEMPLO.

Texto: El mismo del día anterior

Cristo y María ofreciéndose en el templo. A los cuarenta días del alumbramiento, María debía cumplir el rito de la purificación. Hasta entonces era impura. En esta misma ocasión se cumple con el precepto legal de consagrar el primogénito al Señor y rescatarlo simultáneamente (Ex. 13, 2-12). La madre debía estar presente en el santuario. El niño no. Con este rito se recuerda a perpetuidad la salida de Egipto y la última plaga, donde perecen los primogénitos de Egipto.

Lucas coloca la escena de la presentación-consagración del primogénito en Jerusalén, donde hoy Jesús es reconocido como el Mesías esperado, en el mismo lugar donde Cristo se ofrece definitivamente al Padre en la cruz y es negado como Mesías. El término "subir a Jerusalén" es la expresión que emplea S. Lucas para indicar la aceptación de Cristo a su misión en los momentos especialmente duros.

Lucas une la consagración de Jesús con la purificación ritual de María y coloca ambos acontecimientos en el templo. Algunos autores han querido ver la intención del evangelista de señalar la unión entre el hijo y la madre a la hora de entregarse a Dios. María, al mismo tiempo que ofrece al hijo se ofrece a sí misma. En el diálogo y en el cántico que se describen en la escena, se habla de la salvación que llega y en ambos están vinculados explícitamente Jesús y María.

Interesa ver que es necesario ofrecerse y ofrecer momentos, circunstancias, actos, lugares, costumbres, ritos,… a Dios. Cuanto hacemos ha de ser ofrecido para que Dios pueda recibirlo y darlo su sentido salvador. ¡Cuántas cosas en la vida de cada día están sin ofrecer y se hacen rutinarias e inútiles, a veces maníacas! Cristo que ya se ha entregado, actualiza su salvación en cada instante, en el levantarse, en el trabajo, en la compra, en cada circunstancia de la vida misma. ¿Entrego los actos de mi vida para que sean salvados por Dios? ¿Puede aplicar Cristo su salvación a mis actos, actitudes, gestos, idas y venidas, preocupaciones? Como María, conviene ofrecerse con Jesús, aunque la ofrenda física sea pobre. Ofrecerle también el pecado.

María ofrece dos pichones, la ofrenda de los pobres. La ofrenda normal era un cordero de un año y un pichón (Lev. 12, 6) pero "si sus posibilidades no llegan para ofrecer un cordero, presentará dos tórtolas o dos pichones" (Lev. 12, 8). Lucas nos indica claramente que la Sagrada Familia pertenecía al grupo de los pobres, que realmente carecían de recursos económicos. Es la única vez que se indica en el evangelio que la Sagrada Familia era legalmente pobre.

En estas circunstancias en que la ofrenda es tan pobre, se pone más claramente de manifiesto la importancia de la entrega personal de Cristo. Pobreza y entrega. Rescatar dándose, ofreciéndose. La pobreza cristiana es siempre una entrega alegre, de la persona en primer lugar, del tiempo y de los bienes en segundo término, a Dios en la mediación de los próximos, de los necesitados. Así se descubre que la característica de la pobreza cristiana sea la alegría. Cristo se presentará después como un pobre alegre, hasta tal punto que se atreve a proclamar la bienaventuranza de los pobres por el reino.

Esta es también una de las coordenadas de nuestra vida: la entrega en oblación, en pobreza, en servicio, en amor. Su lugar, el nuevo templo que inaugura el Espíritu Santo, en el que habita Dios, el cuerpo mismo del bautizado. Ahí se realiza la aceptación profunda y radical de Dios, ahí se asume la misión encomendada, la vocación, la familia. Y esto en la actitud de pobreza de aquel que se sabe elegido por amor, no por mérito propio, en el desprendimiento y la humildad de quien se reconoce enviado en nombre de Dios. La pobreza evangélica arranca de la aceptación de la propia indigencia y del reconocimiento de la riqueza del amor de Dios.

Es el don de ser pobre puesto en servicio, vivido con alegría. Desde este don captamos a Dios como riqueza y como necesidad. En esta actitud no es difícil descubrir el paso de Dios en la vida, su presencia en todas las situaciones, el regalo de poder aceptar las limitaciones de la naturaleza. Viviendo este gran don, llegamos a descubrir las grandezas de una vida sencilla, sin cúspides pronunciadas ni abismos marcados, en la monótona placidez y grandiosidad de la meseta. Llegamos a disfrutar de la infinita riqueza de ser familia, de ser padre, madre, hijo, hermano, familia. Se nos revela el conocimiento de la alegría de ser de todos, de poseerlo todo.

Con Cristo, pobre entre los pobres, podemos meternos en la vida sin temores ni escándalos, aceptar incluso el pecado, porque es sólo Dios quien cuenta por encima de todo. Entonces surge la esperanza del cambio profundo, desde la raíz, desde el corazón, que ahuyenta los lamentos estériles y conformistas ante la inercia de la vida, de la comunidad, ante la monotonía de la vida en familia.

Nos sitúa en nuestro puesto, con el gran derecho de amar, con el corazón abierto a la gratitud, sin aureolas de grandeza ni honores de dignidad. Precisamente aquí, la dignidad personal es tanto mayor cuanto más se identifica la persona con Aquel que vino a servir, que elige sus preferencias entre los pobres y que ha venido a buscar a los pecadores. Con Aquel que ha cargado con mi pecado, que asume mis limitaciones.

Así es la entrega. Es como una perenne salida de Egipto, apoyados siempre en el brazo poderoso de Dios libertador. La entrega a Dios se vive en una perenne liberación del egoísmo pero en reciprocidad. Dios no se deja vencer en generosidad. Espera que le entreguemos todo: lo que nos agrada, lo que nos cuesta, lo que nos disgusta, lo que nos molesta, lo que impide que seamos como queremos. Todo debe ser entregado para que pueda El aplicar la salvación y experimentemos su redención.

Podemos ver que es el evangelio del ofertorio. María y Jesús ofreciéndose. Y dos personas, Simeón y Ana, que reconocen en el niño lo sagrado, la presencia de Dios. Dios quiere hacer sagrado cada acontecimiento de la vida: los lugares, las personas, las palabras, las cosas. El está ahí, en la vida y en las cosas. Descubrir y vivir lo sagrado de nuestra vida es participar con Simeón y Ana de su gozo, de su visión salvadora. Es abrirnos a la salvación que llega. Hacer sagrada la casa, la cocina, el metro, la calle, la clase, todo, porque ahí se da la ofrenda, ahí se realiza la presentación. ¡Cuántas zonas profanas en nuestra vida! ¡Cuántas cosas profanas en nuestro alrededor! Para el cristiano todo es sagrado, todo es ofrenda, todo es de Dios.

Simeón y Ana, que vieron al Mesías en un niño, nos enseñan a ver las cosas de la vida como indicadores de Dios. Descubrir que Dios está en lo bueno y en lo malo, en las personas y en los acontecimientos. Y confiar como niños. Descubrir que Cristo no es indiferente sino un signo de contradicción. Aceptar la espada que se anuncia a María. Dios también se manifiesta, ¡y con qué fuerza! en el dolor. Este es el don, el regalo del Espíritu: descubrir a Dios incluso en el dolor, en la adversidad, en lo humanamente absurdo de la vida.

En nuestra vida sucede como en la vida de la Sagrada Familia. Solo ofrecemos la pequeñez de lo que marca la ley del amor, la norma, la convivencia en familia, la amistad con los amigos, en su caso las tórtolas y los pichones. Una vida enmarcada en el cumplimiento del deber, en vivir las obligaciones con Dios, con la familia, con los hermanos, pero siempre con un corazón que se entrega. Hasta quizá nuestra ofrenda se ve limitada a presentar unas legítimas preocupaciones por el progreso del reino, por el amor y la verdad, pero surgidas de un corazón que late al compás de Dios. ¿Quién es capaz de determinar con número y medida la grandeza de un corazón así, aunque los signos sean tan insignificantes?

Procuremos que la Sagrada Familia pueda repetir hoy, desde nuestra vida, la ofrenda que un día inauguró en Jerusalén. Que pueda seguir ofreciendo a Cristo y ofreciéndose en nuestras vidas.

ORACION: Dios, Padre nuestro, que aceptaste la entrega en pobreza de tu Hijo, concédenos un corazón desprendido que ponga toda su riqueza en amarte a Ti y a los hermanos.

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