Día 16. 15 de diciembre

MES DE LA SAGRADA FAMILIA

CON LA SAGRADA FAMILIA
Autor: H. Francisco Cabrerizo Miguel
Madrid, 2010
Propiedad Intelectual – Derechos Reservados
Edita: Hermanos de la Sagrada Familia

16.- LA SAGRADA FAMILIA, COMUNIDAD CARISMÁTICA. (Lc 2, 41-52)

El bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia ante Dios y ante los hombres. (Lc 2, 41-52)

Una comunidad es carismática cuando sus miembros son liberados por el Espíritu Santo, que los congrega en nombre de Jesús, y los compromete plenamente a cumplir los planes de Dios sobre cada uno de ellos, celebrando la vida y sirviendo dentro de la comunidad eclesial. Esto mismo es lo que se inaugura en Nazaret.

María fue plenamente liberada, e incluso cubierta por el Espíritu, hasta tal punto que se pone plenamente a disposición de Dios, rompe sus proyectos personales y acepta en la fe más absoluta, casi sin entender pero plenamente confiada, la propuesta del ángel. “Hágase en mi según tu palabra” Deja a Dios entrar plenamente en su vida con plena consciencia y en renuncia a su proyecto personal, en oscuridad total, en entrega incondicional, siempre apoyada en la fe y mantenida por la gracia, la fuerza de Dios.

José está lleno de temores. Sus planes quedan rotos con lo que ve en María. No sabe qué hacer. “Como era varón justo”, nos dice el evangelista, quiere cumplir estrictamente lo que indica la ley para esta situación, pero sin perjudicar a María, en secreto. Pero, cuando llega el Espíritu y le libera de sus prejuicios, rompe sus miedos, abandona su proyecto personal y acepta gozoso y sin dudarlo la propuesta del Espíritu. Sufrió mucho, con María, hasta tal punto que pensó en abandonarla en secreto. Esto es muy duro para ambos y más en la situación en que se encontraba María. José acepta y recibe a María con su hijo en casa. Acepta ser padre, sabiendo que no es padre. Son los enigmas y las paradojas del Espíritu. No es engaño sino docilidad.

Así surge la comunidad carismática de Nazaret, donde María y José crean una comunidad no nacida de sus propósitos ni de sus planes. Es el Espíritu quien la crea y les capacita para vivir de una forma nueva, diferente. El mismo Espíritu que crea nuestra comunidad religiosa, cristiana, parroquial o familiar. El Espíritu, para formar comunidad carismática, tiene que romper los proyectos personales, integrarlos en un proyecto de Dios y capacitar al llamado para cumplirlos. Esto es siempre doloroso, porque hay que romper lo que parece lógico, natural, adaptado a mis cualidades y deseos para poder descubrir y entrar en el proyecto de Dios. Hay que aceptarlo en la entrega oscura de la fe. ¿Ya ha producido el Espíritu esta liberación en nosotros? ¿Nos ha sacado de nuestros proyectos personales, serviciales y buenos pero quizá calculados, hasta puede que individualistas? ¿Seguimos decidiendo por nosotros mismos? Si no nos dejamos liberar por el Espíritu y no nos ponemos a su disposición, la comunidad carismática es un simulacro inaguantable, incluso puede llegar a ser un escándalo y un antitestimonio cristiano.

María y José comienzan a vivir de forma carismática, movidos por el Espíritu, libres de sí mismos y según los planes de Dios. Es una comunidad nacida de Dios, porque ambos acogen la Palabra, Cristo, y se ponen incondicionalmente a su servicio. Y ahí se hace carne la Palabra. Y comienzan a vivir desde la acogida del Espíritu Santo, desde el don de Dios, en el servicio y la admiración de la Palabra. Y se aman, y oran juntos, y se ayudan mutuamente y conviven. Unidos afrontan la defensa de la Palabra, el cuidado y el alimento para que Cristo viva y crezca, a pesar de los enemigos que llegan a buscarle para matarle. Unidos comparten y complementan la vocación. Y ahí nace y crece Cristo. Nuestra comunidad, nuestra familia, también nace de Dios. Él mismo nos llamó a la vida, a la fe, a la vocación. Estimuló y aceptó la consagración religiosa, nos unió en nuestro sacramento del matrimonio. Quiere guiar nuestro amor, mantener la unidad, fomentar la ayuda, la solicitud recíproca. Pero, ¿le dejamos actuar? ¿Oramos, amamos, actuamos, convivimos de una manera nueva? ¿Puede liberarnos para vivir con un estilo diferente? ¿Qué peso tiene la Palabra en nuestra comunidad?

Esta comunidad tiene una vocación que trasciende el tú y el yo del matrimonio. Viven para el cuerpo de Cristo, en función de Cristo mismo. Le alimentan, le visten, le educan, le cuidan, le defienden, le enseñan. Viven sólo para Jesús. Sin El no tiene sentido su vivir, aunque sea un vivir monótono, casi aburrido en el hacer cada día las mismas cosas. Es el hijo, su cuerpo y su futuro, quien da sentido a sus vidas. También nuestra comunidad, nuestra familia está llamada a vivir para el Cuerpo de Cristo. Aquí busca defensa, cariño, alimento, calor, cercanía. Está siempre esperando en el Cuerpo místico, en los hermanos, en los hombres y mujeres, en la Iglesia. Cada día espera nuestra sensibilidad para poder crecer y manifestarse entre nosotros. ¿Le dejamos entrar? ¿Mueve nuestras vidas? ¿Está en nuestras programaciones? ¿Qué lugar ocupa?

En la comunidad de Nazaret, tanto María como José quedan muy desplazados. Apenas dos líneas en el Evangelio para describir treinta años de comunidad. Parece que nada cuentan las horas repletas de miradas que hablan por sí mismas, tantas sonrisas y caricias, el bailoteo de los primeros pasos de Jesús, sus primeras palabras, su primera ayuda en el trabajo, las risas y los juegos de la infancia, tantos interrogantes con los ojos fijos en la madre. Sin embargo, en estos elementos tan simples y naturales estaba Dios presente, actuando silencioso y como ausente, mientas ambos responden a esta llamada a ser comunidad carismática familiar al servicio de Dios. ¡Y cómo lo cumplieron! Y es que Dios actúa en la comunidad cuando el corazón se abre en amor y en entrega. Entonces no podemos inhibirnos en la comunidad con la disculpa de no tenemos cualidades, no somos nada, o nos faltan tantas cosas. Vale todo lo que pongamos, pero hay que ponerlo aunque parezca natural, irrelevante, inútil. Somos miembros vivos al servicio del Cuerpo de Cristo y este servicio ha de ser siempre humano, sencillo, normal, ordinario. ¡Cuántas veces pensamos que solamente cuentan las cosas importantes, los objetivos, los grandes medios! ¿A quién servimos? ¿Está abierta nuestra sensibilidad humana o prevalece el rigor de las normas? ¿Servimos o nos tienen que servir? ¿Qué importancia tiene lo pequeño en nuestras vidas?

La comunidad carismática no vive para sí misma. María y José no vivieron para sí mismos. Se perdieron en la entrega al cuerpo de Cristo. Amaron con todo su ser y por eso se entregaron felices. La comunidad carismática nos ofrece este amor que libera, que nos llena de gozo, que impulsa la entrega. El amor nos capacita para vivir y responder a la vocación. Debemos cuidar esta faceta en la familia, en la comunidad. Reinventar la creatividad del amor cada día. Ponernos al servicio del amor en la entrega. Cuidar los detalles del saludo, del interés por el otro, de lo más vulgar de la vida. No olvidar que somos Iglesia y que en ella vivimos, crecemos y nos desarrollamos. ¿Te entregas o entregas tus cosas, conocimientos, cualidades,…? ¿Vives para ti mismo o vives el don de la entrega y del servicio en amor?

María y José se encuentran con que tienen que educar al Hijo de Dios prometido y no tienen ninguna indicación de cómo hacerlo. Jesús nace sin manual de instrucciones. Este cometido sobrepasa su capacidad. En este campo, su ignorancia es total. Optan por hacer lo que la vida misma les presenta, meditando en su corazón los acontecimientos que ven en el Hijo y que tantas veces los desconciertan. Parece que Dios les pide un imposible. En nuestra vida y en la comunidad carismática tampoco hay manual de instrucciones. Siempre hay multitud de imposibles. Imposible romper ataduras que ligan nuestra persona a mi yo, que me distancian del hermano, que crean prejuicios, que me instalan en una vida sin riesgo cristiano, que me dejan vivir tranquilamente en mi soledad. Nazaret nos descubre que para Dios nada hay imposible. Que en la comunidad carismática que formamos, es El quien lleva la iniciativa, quien crea novedades, quien salva realmente, aunque muchas veces no sepamos cómo. Solamente El, con su Palabra, tiene el manual de instrucciones. ¿Qué pinta Dios en mi familia, en mi comunidad? ¿Creo que para El todo es posible o mido el riesgo?

María y José se abandonan totalmente a la acción del Espíritu. Este abandono al Espíritu es quien produce el gozo y la eficacia, quien permite a la comunidad ser carismática. Es dejar hacer sin pedir nada a cambio. No comprar a nadie. No dominar. ¿Es realmente el Espíritu el alma de mi familia, de mi comunidad? ¿Creemos que el Espíritu puede producir el cambio que parece imposible, la novedad que nos sorprende, la comunicación que nos enriquece, el amor que nos une?

Que la Sagrada Familia pueda vivir hoy en nuestra comunidad carismática. Que quepa el espíritu y que María y José animen nuestros pasos.

ORACION. Dios, Padre nuestro, que has creado tu comunidad en Nazaret con María y José, recrea hoy con tu Espíritu comunidades que llenen tu corazón y manifiesten tu grandeza. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

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