Día 26. 25 de diciembre

MES DE LA SAGRADA FAMILIA

CON LA SAGRADA FAMILIA
Autor: H. Francisco Cabrerizo Miguel
Madrid, 2010
Propiedad Intelectual – Derechos Reservados
Edita: Hermanos de la Sagrada Familia


26.- LA SAGRADA FAMILIA
POBRE ENTRE LOS POBRES
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Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada. (Lc. 2, ...)

Cuando llegó el tiempo de la purificación de ellos, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor (de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: "todo primogénito varón será consagrado al Señor") y para entregar la oblación (como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos pichones"). (Lc. 2, 22-23)

En este texto, Lucas dice explícitamente que la Sagrada Familia es socialmente pobre: Su ofrenda en el templo es la ofrenda de los pobres: “un par de tórtolas o dos pichones” Y es que, además, en Nazaret se vive con toda radicalidad la actitud fundamental de la pobreza por motivos religiosos, es decir, se vive en la dependencia y en la confianza absoluta en Dios. Dios es su gran riqueza. Se acepta y se vive la pobreza con naturalidad, con alegría, como un don y un regalo que permite el desprendimiento, la apertura y la aceptación de todos. Que capacita para la comprensión y para la misericordia. Es un auténtico regalo del Padre, es la pobreza cristiana. Sensibiliza.

Nadie es feliz siendo pobre. La pobreza es algo que nadie quiere, que hay que desterrar. Cristo elige la pobreza para Él y para su familia, ama ser pobre. Fue un pobre feliz. Esto es lo difícil: ser un pobre feliz en esta sociedad de necesidades, de apetencias y de consumo. La pobreza cristiana es manifestar la felicidad de ser pobre. Este es el compromiso de Dios en las bienaventuranzas. La felicidad en la pobreza cristiana es un compromiso de Dios y un don a cuidar en la comunidad.

Lo nuestro es ser semejantes a Cristo y con El amar la pobreza hasta ser un pobre feliz. Entonces no mediremos la pobreza por cantidades, ni por abundar en cosas o carecer de ellas. Entonces veremos la pobreza como actitud ante Dios y ante los hermanos. Mediremos a los demás desde abajo. Evitaremos el juzgar. Comprenderemos y disculparemos las debilidades y fallos de los otros y culparemos los nuestros. Entenderemos el servicio como una gracia y un regalo. Caerán las barreras que nos separan de la comunidad, del otro. Nadie encontrará reparos en acercarse a nosotros porque la acogida es una riqueza ya que no pueden quitarnos nada.

Esto es imposible para el hombre. A pulso se termina siendo un pobre amargado, duro, intransigente, que desprecia y juzga a los demás por sus fallos, por su riqueza. Terminamos en no ser pobres, rodeados de bienes y de necesidades a veces ridículas. Así no puede haber bienaventuranza. No haremos creíble el poder de Dios. Verán nuestro poder, nuestra preocupación, nuestra riqueza.

Cristo proclama bienaventurados a los pobres en San Lucas, y a los pobres en el espíritu en San Mateo. Ambas dimensiones de la pobreza desde Dios van íntimamente unidas. El querer separarlas nos conduce a callejones sin salida donde caben interminables discusiones sobre la pobreza pero casi siempre en una realidad de riqueza, de poder. Hablamos, discutimos, aconsejamos pero no aceptamos la pobreza ni creemos en ella. No compartimos. Organizamos colectas, proponemos ayudas pero desde nuestra situación de ricos. Hacemos caridades, no caridad ni amor. Mantenemos los bolsillos bien calientes. Esta pobreza no convence a nadie, ni siquiera a nosotros mismos. Es una pobreza de escaparate, de fachada. No tiene consistencia.

La Sagrada Familia no predica ni habla de pobreza: vive pobre ante Dios y sufre el mordisco de la pobreza ante los hombres. Quizá por esto tiene mucho corazón.

Al menos tres veces señala el Evangelio esta situación de pobreza efectiva en la Sagrada Familia. La primera, al describirnos el lugar y las circunstancias en que Cristo nace. María y José sienten en su carne y en su corazón las duras exigencias de pobreza que Cristo elige para nacer. Cristo se conforma con el amor de María y de José, y esto supone una dura cruz para ellos. Es el primer hijo, el único. Viven esta pobreza desde el hijo, con el hijo, en la alegría de ver entre ellos el fruto de la promesa, el primer hijo en la familia. Cristo después utilizará como símil en su predicación la alegría que siente la madre cuando da a luz, en contraposición con los dolores del parto. Quizá expresa en esta metáfora lo que María, unida a José, vivió en Belén en condiciones tan extremas y que posiblemente oyó contar a su madre.

Esta pobreza de Belén ha inspirado profunda adoración y admiración en multitud de cristianos a lo largo de la historia. Nuestros Hermanos de la Sagrada Familia lo vivieron con alegría cuando llegan a Belley y se encuentran sin casa donde alojarse. Cuarenta personas en la calle. Se alegran al poder imitar a la Sagrada Familia en estos extremos, a su llegada a Belén. Carecer de lo necesario. ¡Cuántas cosas sobran, o al menos parecen inútiles, desde Belén! Allá domina el amor. Amor de madre primeriza hacia el hijo recién nacido. Amor al Padre, que ha querido que nazca el Salvador. En Belén, el amor es ternura: "lo envuelve en pañales". Pobreza, amor, ternura, alegría. Es la paradoja de la primera bienaventuranza vivida por la Sagrada Familia.

La pobreza es el lugar donde nace Cristo. El sólo cabe en un corazón pobre. Es también la pobreza la expresión que pone a prueba el amor a Cristo. Es necesaria para aceptarle en la fe. Es signo de que sólo Dios basta. Es un don de predilección divina: ser un pobre alegre, lleno de ternura, como lo fue Jesús.

María y José descubren a Dios en la pobreza de un niño recién nacido. Escuchan a los pastores y meditan en su corazón los signos que se les ofrecen. Desde la contemplación, unidos a Dios, podemos también nosotros descubrir su paso en la pobreza. Sin esta dimensión contemplativa, huiremos de la pobreza como de un gran mal a extinguir, seremos ricos, o en el mejor de los casos, seremos pobres amargados, llenos de preocupaciones. Tendremos las mismas preocupaciones que tienen los ricos. La alegría en la pobreza es un gran don del Espíritu.

El evangelio señala por segunda vez la actitud de pobreza de la Sagrada Familia, en el texto de la presentación de Jesús en el templo. Claramente indica San Lucas que eran pobres y describe la ofrenda que realizan: "una tórtola o dos pichones", que es la ofrenda de aquellos que carecen de recursos materiales. En este cuadro aparece de nuevo la familia como tal en su condición social de pobres. Sin embargo su ofrenda no es menos valiosa: se ofrecen ellos mismos y ofrecen a Cristo.

Para la oblación no se requieren riquezas, ni dineros, ni cualidades. Les basta con cumplir lo mandado por Dios con un corazón que se entrega sin reservas. El Dios que ha creado el cielo y la tierra, a quien pertenece todo, solamente pide un corazón acogedor y la humildad de refugiarse en su misericordia. Es la persona lo que le interesa. “Pedro me amas” (Ju.21) pregunta Jesús a Pedro en la aparición en el lago, después de la negación. El amor, el corazón, la persona entera es lo que busca Dios. Porque nos ha hecho libres. Lo demás, las cosas, las tiene todas. Como después dirá Pablo en Romanos 12, entregan sus cuerpos a Dios en oblación, ofrecen sus personas. Esta pobreza que se ofrece, que entrega la persona, es la que Dios puede salvar, la que le permite entrar en la vida y transformarla.

En la cruz, momento supremo de la oblación de Cristo, también hay pobreza, desnudez absoluta. No se ve ni siquiera el amor del Padre. Parece abandono total y absoluto, hasta lo inimaginable. Solamente el consuelo de las tres Marías y siempre “el discípulo amado” que está allá, que asiste, que es la preocupación de Cristo. En la Eucaristía, pan y vino, siempre el mismo rito, hay pobreza de medios. Parece que en Cristo, oblación y pobreza forman una unidad. Con la Sagrada Familia lo adelanta y lo vive día a día en la casa de Nazaret. Pobreza total, negación de todo, anonadamiento durante 30 años. Tan humanamente absurdo como la cruz, como el calvario, pero compartido en familia con María y José, los discípulos amados. También lo quiere vivir día a día en nuestra familia, en nuestra comunidad. Ahí se encuentra, entre sus discípulos amados. ¿Cabe en nuestra organización? ¿Nos contentamos con alimentarle entregándole cosas, como si fuese un ídolo?

Cuántas veces las reservas en la entrega, en la donación viva de la vida religiosa, están causadas por la riqueza, por la autosuficiencia o por poner más interés en las cosas materiales y en los medios humanos que en Dios mismo. Cuántas veces es el yo personal quien impide la entrada de Dios en la vida. La comodidad, la sociedad del bienestar, el estar al día, el tener, el disponer de mi dinero, de mi vida o de mi tiempo,…. ¿permiten que Dios pueda entrar en mi vida con plenitud? ¿Mutilan la entrega?

Nuestra persona, ofrecida a Dios en oblación, es nuestra mayor riqueza para la Iglesia y para los hermanos. No son nuestras cualidades, ni nuestro buen saber hacer, ni nuestra simpatía lo que constituye la riqueza que aportamos a la comunidad. Son dones que enriquecen, que ayudan, pero la gran riqueza, el verdadero y fecundo don es nuestra entrega al Padre, nuestra oblación a su voluntad, el que le dejemos hacer en nuestras vidas hasta cumplir su Palabra en nosotros. Sin esta pobreza manifestada en la entrega, es vacío, escaparate, decorado, estéril cuanto hagamos y programemos. Nazaret y el calvario nos lo recuerdan.

El evangelio hace una tercera referencia a la pobreza de la Sagrada Familia cuando nos describe a la familia humana de Jesús. Era una familia más, de poca cultura, que se gana el pan de cada día con el sudor de su frente. Una familia que no destaca en un pueblo perdido, tan perdido que hace exclamar a Natanael: “De Nazaret puede salir algo bueno”

En todos los casos se vive la pobreza en familia y como familia, con naturalidad. Es una pobreza compartida. La viven los tres con alegría, en apoyo mutuo y en conformidad plena. Cada uno es un don singular para los otros dos y de manera especial Cristo lo es para María y José.

Ser don desde el no tener. Recibir este don con entero desprendimiento de las demás cosas. Ahí se valora la persona por lo que es y no por lo que tiene, se la valora por Quien se nos da a través de ella. Dios se me entrega en la comunidad, en el hermano. Si no necesito a mi hermano, ¿para qué necesito a Dios? Esta es la pobreza radical: Dios en el hermano.

La pobreza ha sido siempre algo incomprensible desde la óptica humana y algo fascinante desde la fe cristiana. Es una perla preciosa y un tesoro escondido del Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamente esta pobreza es incomprensible y hasta casi blasfema, si no es para el profeta en su cántico del Siervo. Difícil de entender y más difícil de vivir. María y José inauguran la pobreza del Nuevo Testamento.

Que puedan ellos seguir proclamando hoy en cada comunidad, en cada familia, en cada uno de nosotros, el valor perenne de la primera bienaventuranza: bienaventurados los pobres porque de ellos es el Reino de los Cielos.

ORACION: Señor Jesucristo, que has querido compartir la pobreza de nuestra humanidad, acude compasivo en nuestra ayuda y danos sabiduría para sopesar los bienes de la tierra amando intensamente los del cielo.

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