Día 28. 27 de diciembre

MES DE LA SAGRADA FAMILIA

CON LA SAGRADA FAMILIA
Autor: H. Francisco Cabrerizo Miguel
Madrid, 2010
Propiedad Intelectual – Derechos Reservados
Edita: Hermanos de la Sagrada Familia


28.- NAZARET, LA COMUNIDAD DE JESUS.

Ser comunidad cristiana no es sólo estar reunidos en el nombre de Jesús. Los apóstoles están con El, viven con El, comparten sus afanes y escuchan sus enseñanzas, incluso le siguen habiendo dejado todo cuanto tienen. Sin embargo son rivales, ansían otras metas, tienen inquietudes distintas a las que Cristo presenta. Le siguen, pero por interés personal. No acaban de entender el camino de Jesús, sobre todo, no comprenden el desenlace de su muerte. Se escandalizan y le abandonan en la Pasión.

Cada uno de ellos es impulsado por su espíritu personal y no encuentra caminos de comunión con los demás. El resultado es una pugna frecuente y un cerrarse cada vez más al proyecto de Cristo. No forman la comunidad de Jesús. Están con El con su cuerpo pero su espíritu está lejos. Su tesoro está en otra parte. “Donde está tu tesoro allá esta tu corazón” Siguen a Cristo por voluntad propia, desde su esfuerzo personal, incluso haciendo promesas que no pueden cumplir.

En Nazaret las cosas son de otra manera. María y José se encuentran unidos en el nombre de Jesús. Están movidos por el Espíritu Santo, no por su propio espíritu personal. Han sentido, con otras palabras pero en el mismo tono, el llamado a dejarlo todo y ponerse a disposición de Dios en función de Cristo. Desde la fe y en la confianza han pronunciado su sí existencial e irrevocable y han hecho causa común con el hijo. Mejor dicho, el hijo mismo es su causa. Sus afanes y preocupaciones son la persona misma de Jesús. Cada día van aceptando en la fe cuanto en el hijo se les revela. La pobreza y la humillación que resultan tan escandalosas y tan duras de digerir para los Apóstoles, en María y en José inspiran y refuerzan su confianza en Dios que todo lo puede.

Después de la anunciación se encuentran con un hijo como todos los demás. Pasan los años y no ven ni un destello, ni un signo de que aquél, su hijo, sea el depositario de cuanto les ha dicho el ángel. Es el tiempo duro de la fe, la noche oscura del espíritu. La anunciación parece un sueño. Sin embargo sus personas están con el Hijo. Lo expresa el evangelio en el reproche que María dirige a Jesús cuando lo encuentran en el templo y también en las palabras de compromiso para el hijo que dirige a los criados en las bodas de Caná: "Haced cuanto El os diga". María y José sólo tienen una causa, la del hijo. No esperan nada para ellos mismos. Sus intereses son los de Jesús, cómo y cuando el Padre quiera.

Cristo después, explica y hace comprender las Escrituras a los Apóstoles que abandonaban la comunidad camino de Emaús. Les explica que el Mesías tenía que padecer y ser entregado a los pecadores para entrar en su gloria. Les explica lo absurdo de la humillación y la necesidad de la misma para poder cumplir los planes del Padre. Se les revela en el gesto de la fracción del pan. Le reconocen en el signo tantas veces visto y experimentado. Cuántas veces intentarían María y José en Nazaret intuir los caminos de Dios en el Hijo, uniendo los signos que se les habían dado para aumentar su fe y su adhesión a la persona de Jesús. Siempre repasando signos repetidos en vida monótona pero coloreados por el amor y la entrega, por la sorpresa diaria del Hijo.

El Espíritu Santo, que cubrió a María y reveló el misterio a José, es quien impulsa el espíritu personal de cada uno de ellos y quien los une en el mismo Cristo. Aquí viven en plenitud la unidad en un mismo Espíritu, que tanto insiste San Pablo en sus cartas, especialmente en la que escribe a la comunidad de Corinto y los cristianos de Éfeso. Un único Espíritu, el de Cristo. La unidad es siempre obra del Espíritu Santo.

Nosotros somos también la comunidad de Jesús. En su nombre estamos reunidos. Con El vivimos. A El seguimos, habiendo dejado también nuestro propio proyecto personal. Contamos con más datos que María y José, más que los Apóstoles, sobre la persona y la obra de Jesucristo. Vivimos nuestro momento en la historia de la revelación. Sin embargo puede que nuestra actitud se parezca más a la de los Apóstoles antes de Pentecostés que a la de María y José. A cada uno nos llega el signo, siempre sencillo y en la misma línea que los que se ofrecieron a María, a José y a los Apóstoles, para poder reconocer a Jesús en la fracción del pan y en las Escrituras. Para encontrarle en la comunidad, incluso limitada, en la familia, puede que hasta dispersa, en el hermano, aunque me parezca descarriado. Cristo se manifiesta mejor en la humillación, en lo que no es humanamente.

Cristo bendice al Padre porque revela estas cosas a los sencillos. María y José vivieron esta sencillez con toda radicalidad. Seguro que entendieron la revelación que se les ofrecía. Sin la sencillez solamente se ve el absurdo, el sinsentido racional de la Buena Nueva. Incluso llega a rechazarse porque parece irracional y no ofrece garantías ni siquiera religiosas. Nuestra fe es otra. La fe del sencillo se fía y se entrega, siente que Dios triunfa en la vida. La sencillez descubre al Dios silencioso que llena y orienta la vida, dando sentido hasta lo más absurdo e incomprensible. “Si no os hacéis como niños….”.

Lo difícil en todos los casos es entender la humillación de Jesús, la manera que tiene de cumplir su misión. Hoy y siempre es una opción de fe y de entrega, de confianza. Optar por la santidad antes que por las eficacias. Entender que lo grande es ser el siervo inútil que sólo sabe cumplir cuanto le manda su señor. Es entender la grandeza de vivir para servir y no para ser servido. Tener parte con El, como dice a Pedro, y dejarse lavar los pies. Confiar en que el amor es más fuerte y más transformador que el poder, la fuerza o el dinero. Es recordar que en la levadura no se ve su acción pero hace fermentar toda la masa. Es entender que la semilla crece sola, aunque sea entre la cizaña. Es ponerse en las manos del Padre para que pueda hacer en mí su voluntad.

La comunidad de Jesús tiene unos rasgos muy especiales en torno a la persona misma de Cristo. No se improvisa ni caben chapuzas. Es obra del Espíritu que impulsa a Cristo y que revela su persona a los pequeños. Se manifiesta en la familia, en la comunidad y en el interior de cada cristiano, de cada hombre. Allá donde se le deja actuar. Respeta siempre y plenamente la libertad.

Pues nosotros somos la comunidad de Jesús. Comunidad religiosa, comunidad familiar, fraternidad, comunidad cristiana. Que la Sagrada Familia nos ayude a aceptarle sin reservas y a tomar en serio su causa. Que cada miembro y cuantos desde fuera miren a la comunidad puedan reconocer la presencia de Cristo en ella. Que se manifieste la unidad en el espíritu y el testimonio fraterno.

ORACION: Señor Jesús, primogénito de muchos hermanos, te pedimos que, cuantos estamos reunidos en tu nombre, experimentemos tu gloria y manifestemos la grandeza de tu salvación.

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