27 de diciembre de 2011

27 de diciembre de 2011 – SAN JUAN APOSTOL Y EVANGELISTA (Octava de Navidad)

Lectura y reflexión de “Unos Momentos con Jesús y María”

..."él también vio y creyó"

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 1, 1-4

Queridos hermanos:
Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que hemos tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de Vida, es lo que les anunciamos.
Porque la Vida se hizo visible, y nosotros la vimos y somos testigos, y les anunciamos la Vida eterna, que existía junto al Padre y que se nos ha manifestado.
Lo que hemos visto y oído, se lo anunciamos también a ustedes, para que vivan en comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo.
Les escribimos esto para que nuestra alegría sea completa.
Palabra de Dios.

SALMO Sal 96, 1-2. 5-6. 11-12 (R.: 12a)
R. Alégrense, justos, en el Señor.

¡El Señor reina! Alégrese la tierra,
regocíjense las islas incontables.
Nubes y Tinieblas lo rodean,
la Justicia y el Derecho son la base de su trono. R.

Las montañas se derriten como cera
delante del Señor, que es el dueño de toda la tierra.
Los cielos proclaman su justicia
y todos los pueblos contemplan su gloria. R.

Nace la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alégrense, justos, en el Señor
y alaben su santo Nombre. R.

X Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 2-8

El primer día de la semana, María Magdalena corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.
Palabra del Señor.

Reflexión

Hoy la Iglesia festeja la fiesta de San Juan apóstol. Juan era natural de Betsaida, ciudad de Galilea, en la ribera norte del mar de Tiberíades. Sus padres eran Zebedeo y Salomé, y su hermano, Santiago el Mayor. Formaban una
familia acomodada de pescadores que , al conocer al Señor, no dudaron en ponerse a su total disposición. Juan y Santiago, en respuesta a la llamada de Jesús, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, le
siguieron. Salomé, la madre, siguió también a Jesús, sirviéndole con sus bienes en Galilea y en Jerusalén, y acompañándole hasta el Calvario.
Juan había sido discípulo del Bautista, cuando éste estaba en el Jordán, hasta que un día pasó Jesús cerca y el Precursor le señaló: He aquí el Cordero de Dios. Al oír esto fueron tras el Señor y pasaron con El aquel
día. Nunca olvidó San Juan este encuentro. Desde entonces no lo abandonó jamás.
El pasaje del Evangelio de la misa de hoy nos revela la verdad fundamental del Cristianismo. ¡Cristo vive! Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe.
Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado. Ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia.
Jesús no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos.
No: ¡Cristo vive!. ¡Jesús es el Emmanuel!: Dios con nosotros.
Su Resurrección nos revela que Dios no abandona a los suyos.
"¿Puede la mujer olvidarse del hijo de sus entrañas? Pues aunque se olvidara, yo no me olvidaré de ti, había prometido el Señor, según lo relata el libro de Isaías".
Y ha cumplido sus promesa.
La Resurrección gloriosa del Señor es la clave para interpretar toda su vida, y el fundamento de nuestra fe. Sin esa victoria sobre la muerte, dice San Pablo, toda predicación sería inútil, y nuestra fe estaría vacía de
contenido.
La Resurrección de Cristo es la realidad central de la fe católica. La importancia de este milagro es tan grande, que los Apóstoles son, ante todo, testigos de la Resurrección. Anuncian que Cristo vive, y este es el núcleo
de toda su predicación. Esto es lo que, después de veinte siglos, nosotros anunciamos al mundo: ¡Cristo vive! La Resurrección es el argumento supremo de la Divinidad de Nuestro Señor.
Vamos a pedirle hoy al Señor, que a ejemplo de San Juan apóstol, acudamos rápido a su encuentro para proclamar que El vive en nosotros.

Tú que revelaste a Juan
tus altísimos decretos
y los íntimos secretos
de hechos que sucederán,
haz que yo logre entender
cuanto Juan ha contado.
Déjame, Señor, poner
mi cabeza en tu costado.

Tú que en la cena le abriste
la puerta del corazón,
y en la transiguración
junto a ti lo condujiste,
permíteme penetrar
en tu misterio sagrado.
Déjame, Señor, posar
mi cabeza en tu costado.

Tú que en el monte Calvario
entre tus manos dejaste
el más santo relicario:
la carne donde habitaste;
tú que le dejaste ser
el hijo bienadoptado.
Déjame, Señor, poner
mi cabeza en tu costado.

Y tú, Juan, que a tanto amor
con amor corespondiste
y la vida entera diste
por tu Dios y tu Señor,
enséñáme a caminar
por donde tú has caminado.
Enséñame a colocar
la cabeza en tu costado
. Amén
Liturgia de las Horas - Laudes de la Fiesta de San Juan

SANTORAL: San Juan, apóstol y evangelista

Nació en Betsaida, en Galilea, y era pescador de oficio, como su hermano Santiago el Mayor y su padre Zebedeo. Muy joven fue llamado por Cristo para ser su apóstol. Con Pedro y con Santiago asistió a la resurrección de la hija de Jairo; fue testigo de la transfiguración en el monte Tabor y de la agonía de Cristo en el huerto de Getsemaní, la noche que precedió al día de la pasión. Y en la última cena, mereció recostarse en el pecho del Señor.
Fue el único apóstol que acompañó a Jesús en su crucifixión y muerte, y Cristo al morir le dio por madre a María y a ella le indicó que aceptase a Juan como hijo suyo.
Hay en la vida de san Juan dos períodos y entre ambos un largo silencio. Del primero, que termina hacia el año 49, tenemos noticias por los libros del Nuevo Testamento. Sabemos que entonces se hallaba en Jerusalén por san Pablo, quien al regresar en ese tiempo a dicha ciudad y encontrar en ella a Pedro y a Juan, los llamó columnas de la Iglesia. Del segundo período, que comienza hacia el año 90, en que fue desterrado a Patmos, tenemos conocimiento por tradición, a través de san Ireneo, san Papías, san Policarpo y san Ignacio de Antioquía.
Se cree que después de la ascensión del Señor al cielo, san Juan predicó el evangelio en Judea, y más tarde pasó a Éfeso, donde estableció su residencia y formó una comunidad de cristianos.
Enterado de su actividad apostólica, el emperador Domiciano habría mandado prenderlo y cargado de cadenas y años habría sido llevado a Roma, donde se lo sometió a crueles tormentos. Más tarde se lo desterró a la pequeña isla de Patmos, una de las Espóradas, en el mar Egeo, donde predicó y convirtió a
la fe a sus moradores. Tuvo en este lugar admirables revelaciones del cielo, referentes al futuro de la Iglesia, y escribió el libro que llamamos Apocalipsis.
Muerto Domiciano en el año 96, san Juan volvió a Éfeso, en el 97, a raíz de la amnistía general concedida por Nerva y a pedido de los obispos de Oriente -se cree- escribió el cuarto Evangelio.
Escribió además tres cartas en las cuales nos dejó una fiel representación del ardiente amor a Dios y a los hombres que ardía en su pecho.
Llegado a una extrema vejez -dice san Jerónimo- se hacía trasladar a las reuniones de sus fieles y no cesaba de recomendarles que se amasen unos a otros. Intrigados ellos, le preguntaron por qué les repetía siempre lo
mismo, a lo que él respondió: "Este es el mandamiento del Señor,y quien lo cumple hace cuanto debe"
San Juan fue el único apóstol que no perdió la vida en el martirio. Murió casi centenario, se cree que hacia el año 100 o 104 en Éfeso.

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