15 de octubre de 2012


15 de octubre de 2012 – TO – LUNES DE LA SEMANA XXVIII

Santa Teresa de Jesús

“Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás…”

PRIMERA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de Galacia 4, 22-24. 26-27. 31-5,1

    Hermanos:
    Está escrito que Abraham tuvo dos hijos: uno de su esclava y otro de su mujer, que era libre. El hijo de la esclava nació según la carne; en cambio, el hijo de la mujer libre, nació en virtud de la promesa.
    Hay en todo esto un simbolismo: estas dos mujeres representan las dos Alianzas. La primera Alianza, la del monte Sinaí, que engendró un pueblo para la esclavitud, está representada por Agar.
    Pero hay otra Jerusalén, la celestial, que es libre, y ella es nuestra madre. Porque dice la Escritura: ¡Alégrate, tú que eres estéril y no das a luz; prorrumpe en gritos de alegría, tú que no conoces los dolores del parto! Porque serán más numerosos los hijos de la mujer abandonada que los hijos de la que tiene marido.
    Por lo tanto, hermanos, no somos hijos de una esclava, sino de la mujer libre. Esta es la libertad que nos ha dado Cristo. Manténganse firmes para no caer de nuevo bajo el yugo de la esclavitud.
Palabra de Dios.

SALMO    Sal 112, 1-2. 3-4. 5-7 (R.: cf. 2)
R.    Bendito sea el nombre del Señor para siempre.

    Alaben, servidores del Señor,
    alaben el nombre del Señor.
    Bendito sea el nombre del Señor,
    desde ahora y para siempre. R.

    Desde la salida del sol hasta su ocaso,
    sea alabado el nombre del Señor.
    El Señor está sobre todas las naciones,
    su gloria se eleva sobre el cielo. R.

    ¿Quién es como el Señor, nuestro Dios,
    que tiene su morada en las alturas,
    y se inclina para contemplar el cielo y la tierra?
    El levanta del polvo al desvalido,
    alza al pobre de su miseria. R.

EVANGELIO 
    + Lectura del santo Evangelio según san Lucas    11, 29-32

    Al ver Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir: «Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás. Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación.
    El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien que es más que Salomón.
    El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay alguien que es más que Jonás.»
Palabra del Señor.

ü Para reflexionar 
·         Jonás es un signo de contradicción para la cultura religiosa de la época de Jesús. Frente a un exacerbado nacionalismo, Jonás representa el potencial de redención que se realiza entre los extranjeros.
·         Mientras el pueblo de Israel se presenta renuente y bloqueado frente a los profetas que lo interpelan, el pueblo pagano de Nínive reconoce la voz de Dios en la palabra de un extranjero. La misión de Jonás realmente comienza luego de los tres días que pasa en las entrañas del pez.
·         De igual manera, el despliegue de la misión cristiana entre los extranjeros comienza con la experiencia pascual de la resurrección de Jesús, es decir, al tercer día. La alusión a la Reina del Sur refuerza esta misma idea de la novedad de la predicación profética y resalta además el surgimiento de una sabiduría capaz de comprender la vida.
·         Como cristianos no debemos temer entrar en contradicción con los valores, criterios y modos de pensar de nuestra época, porque debemos reconocer que el potencial diferenciador del evangelio nos puede llevar a sentir, experimentar y vivir de una manera radicalmente distinta de cómo lo hace el común de la gente. ¿Qué nuevos signos cristianos desafían la manera habitual de presentar el mensaje religioso?
+++ 
·         En la carta a los Gálatas que seguiremos leyendo durante dos días más, el tema que continua apareciendo es la lucha de Pablo contra los judaizantes radicalizados que se aferran a la ley, y por tanto, de modo implícito rechazan el evangelio de Jesús.
·         Como argumento para afianzar su postura, va a utilizar una alegoría, tomando como protagonista aAbraham. Abraham tuvo dos hijos, uno de una esclava, su sirvienta Agar que fue Ismael, y el otro de la mujer libre Sara, de la que, según la promesa, nació Isaac. Estas dos mujeres representan las dos alianzas.
·         Para Pablo, nosotros somos hijos de la libre, no dependemos de la ley antigua porque “para vivir en libertad nos ha liberado Cristo”. No somos hijos de la esclava; por tanto los exhorta “mantenerse firmes, y sin someterse de nuevo al yugo de la esclavitud”. Para Pablo, volver a seguir servilmente la ley del Antiguo Testamento, es volver a caer en la esclavitud.
·         A los judaizantes que quieren volver a la antigua Alianza, les recuerda que en esa misma escritura estaba el anuncio de la “Nueva Alianza”.
·         Pablo quiere dejar bien claro que la salvación es un don gratuito, un regalo sobrenatural, procedente de una promesa gratuitaNo podemos salvarnos por nosotros mismos, «ni por el bien que hacemos», ni por el cumplimiento exacto de la ley.
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·         Cuando Jesús acababa de exorcizar a un endemoniado, los oyentes le piden un signo. Sin negar suasombro ante este escepticismo, les enrostra la actitud de los ninivitas, que se convirtieron al oír la palabra de Jonás y, aquí hay uno mayor que Jonás y mayor que la reina de Saba.
·         Los judíos se sitúan en el plano más externo: necesitan milagros maravillosos para tener fe y convertirse. Exigen pruebas y demostraciones y no se les concederá más que la palabra viva de un Nazareno, que por el poder del Espíritu, con sus gestos y acción liberadora, los invita a la fe. No se les dará ningún otro signo más que el mismo Jesús.
·         La fe a la que invita Jesús se vive en libertad. La evidencia somete y no se discute, y la demostración encierra y aprisiona. Cristo proclama que la fe
descansa únicamente sobre la confianza puesta en la persona del enviado.
·         El milagro físico tiene verdadera significación si interpela a la persona del testigo. Por eso también, la mayoría de los milagros solicitan la conversión interior y la fela solicitan, pero no la dan. El verdadero creyente no pide signos exteriores, porque en la persona misma de Jesús, descubre lapresencia y la intervención discreta de Dios.
·         La vida, obra y muerte de Jesús a mano de los hombres, es la señal que debe ser aceptadaEs el Dios que aparentemente fracasa en la persona de Jesús. Es el Dios que muere en Jesús pero que resucita al tercer día. Es el Dios que en Jesús y por Jesús, comparte la suerte de los abandonados, los pobres, los despreciados de la historia. La señal, no es una acción arbitraria y portentosa, porque Dios no violenta la historiaEn el crucificado habrá que descubrir al resucitado. No hay fe fuera del misterio de muerte y de resurrección del enviado. Los cristianos seguimos al resucitado por el camino del crucificado.
·         Este rostro sufriente de la hora extrema, de la hora de la Cruz es «misterio en el misterio, ante el cual el ser humano ha de postrarse en adoración». En efecto, «para devolver al hombre el rostro del Padre, Jesús debió no sólo asumir el rostro del hombre, sino cargarse incluso del “rostro” del pecado» Juan Pablo II.
·         En el anuncio del Evangelioel verdadero signo que podemos ofrecer es que nuestros gestos demuestren que la palabra, ha sido eficaz en nosotros y nos ha salvado, nos ha liberado y nos hace caminar como hombres nuevos, capaces de amar, de ser misericordiosos, de ser constructores de la paz, y de ser solidarios con los que sufren.

ü Para discernir 
·         ¿Qué espero que Dios haga en la historia?
·         ¿Pido signos para mi fe?
·         ¿Doy signos de mi fe?

ü Repitamos a lo largo del día 
…Creo Señor, aumenta mi fe…

ü Para la lectura espiritual 
«Aquí hay uno que es más que Salomón»
…”Dejadme citar un salmo, dicho por el Espíritu Santo a David; decís que se refiere a Salomón, vuestro rey, pero es ciertamente a Cristo a quien se refiere… «Dios mío, confía tu juicio al rey» (Sl 71,1). Porque Salomón llegó a ser rey, vosotros decís que este salmo se refiere a él, siendo así que las palabras del salmo señalan claramente a un rey eterno, es decir, a Cristo. Porque Cristo nos ha sido anunciado como rey, profeta, Dios, Señor, ángel, hombre, jefe supremo, piedra, niño pequeño por su nacimiento, primero como un ser de dolor, después subiendo al cielo, viniendo de nuevo en su gloria con la realeza eterna…
«Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud… Que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan»… Salomón fue un rey grande e ilustre; es bajo su mandato que se ha construido el Templo de Jerusalén, pero queda claro que nada de lo que se dice en el salmo se le dice a él. Todos los reyes no le han adorado, no ha tenido un reino que llegara a los confines de la tierra, sus enemigos no se prosternaron ante él para lamer el polvo…
Salomón no es tampoco «Señor de los ejércitos» (Sl 23,10); es Cristo. Cuando resucitó de entre los muertos y subió al cielo, se ordenó a los príncipes establecidos por Dios en los cielos «abrid las puertas» de los cielos para que «entre el Rey de la gloria», suba «se siente a la derecha del Padre, hasta que haga de sus enemigos estrado de sus pies», como lo dicen otros salmos (23,109). Pero cuando los príncipes de los cielos lo vieron sin belleza, honor, ni gloria en su aspecto (Is 53,2), no le reconocieron y se preguntaban: «¿Quién es ese rey de la gloria?» (Sl 23,8) el Espíritu les contestó: «El Señor, Dios de los ejércitos. Él es el Rey de la gloria». En efecto, no es Salomón, por muy gloriosa que fuera su realeza…, que se ha podido decir de él: «¿Quién es ese Rey de la gloria?»”…
 San Justino (hacia 100-160), filósofo, mártir – Diálogo con Trifón

ü Para rezar 
Oración del testigo 
Es hora de ser tus testigos, Señor del alba.
Es hora de construir juntos la Civilización del amor.
Es hora de salir a las plazas y ciudades como hermanos.
Es hora de hacer del mundo un arco iris de unidad y de color.
Es hora de anunciar la vida desde la vida hecha fiesta.
Es hora de gritar al mundo de los hombres tu salvación.
Es hora de gritar como voceros del alba a hombres y mujeres,
que el Crucificado ha resucitado, y el mundo sabe a redención.
Es hora de vivir en la luz y abrir caminos sin fronteras.
Es hora de darse la mano y hacer un coro grande al sol.
Es hora de decir a los miedosos; no teman, tengan ánimo,
que el mundo, el corazón del mundo, vive en Resurrección.
Es hora de juntarnos como amigos en un solo pueblo.
Es hora de marchar unidos sembrando la paz y el amor.
Es hora de llamar al hombre hermano, hermano mío.
Es hora de vivir en armonía, en lazos de hermandad y comunión.
Que así sea. 

ü Algo más sobre Santa Teresa de Jesús

SANTA TERESA DE JESÚS (+ 1582)

¿Qué tiene esta mujer que, cuando nos vemos ante su obra, quedamos avasallados y rendidos? ¿Qué fuerza motriz, qué imán oculto se esconde en sus palabras, que roban los corazones? ¿Qué luz, qué sortilegio es éste, el de la historia de su vida, el del vuelo ascensional de su espíritu hacia las cumbres del amor divino? Con razón fundada pudo decir Herranz Estables que “a Santa Teresa no acaba de conocerla nadie, porque su grandeza excede de tal suerte nuestra capacidad que la desborda, y, como los centros excesivamente luminosos mirados de hito en hito, deslumbra y ciega”.
Teresa de Cepeda nace en Ávila, el 28 de marzo de 1515. En el admirable Libro de la Vida, escrito por ella misma, nos refiere cómo fueron sus primeros años en el seno de su hidalga familia. Sabemos, además, por testimonio de quienes la trataron, que Teresa de Cepeda era una joven agradable, bella, destinada a triunfar en los estrados del mundo, y, como ella confiesa, amiga de engalanarse y leer libros de caballería; y aún más, son sus palabras, “enemiguísima de ser monja” (Vida, II, 8). Pero el Señor, que la había creado para lumbrera de la cristiandad, no podía consentir que se adocenara con el roce de lo vulgar espíritu tan selecto, y así, la ayudó a forjarse a sí misma. Venciendo su natural repugnancia, Teresa se determinó, al fin, a tomar el hábito de carmelita en la Encarnación de Ávila. “Cuando salí de casa de mi padre para ir al convento—nos dice ella—no creo será más el sentimiento cuando me muera” (Vida, IV, 1).
¡Qué emoción tiene, al llegar este punto, ese capítulo octavo del Libro de la Vida, en que ella relata los términos por los que fue perdiendo las mercedes que el Señor le había hecho! Teresa de Jesús, ya monja, quería conciliar lo inconciliable, vida de regalo con vida de oración, afición de Dios y afición de criaturas, que, como más tarde diría San Juan de la Cruz, no pueden caber en una persona a la vez, porque son contrarios, y como contrarios se repelen.
Nuestro Señor, que vigilaba a esta alma, no había ya de tardar en rendirla por entero a su dominio. Y acaeciole a Teresa que, cierto día que entró en el oratorio, vio una imagen que habían traído a guardar allí. Era de Cristo, nos dice ella, muy llagado, un lastimoso y tierno Ecce Homo. Al verle Teresa se turbó en su ser, porque representaba muy a lo vivo todo lo que el Señor había padecido por nosotros. “Arrojéme cabe Él—nos cuenta—con grandísimo derramamiento de lágrimas” (Vida, IX, 1). ¿Cómo no había de ser así, si aquel corazón generoso, magnánimo de Teresa estaba destinado a encender en su fuego, a través de los siglos, a miles y miles de almas en el amor de Cristo?
Y ya, desde este trance, el Espíritu de Teresa es un volcán en ebullición, desbordante de plenitud y de fuerza. Su alma, guiada por Jesucristo, entra a velas desplegadas por el cauce de la oración mental. ¿Qué es la oración para Teresa? ¿Será un alambicamiento de razones y conceptos, al estilo de los ingenios de aquel siglo? No; mucho más sencillo: “No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (Vida, VIII, 5). En ese “tratar de amistad” vendrán a resolverse todos los grados de oración que su alma y su pluma recorran, hasta las últimas “moradas”, hasta el “convite perdurable” que San Juan de la Cruz pone en la cima del “Monte Carmelo”. ¿Y quién no se siente con fuerzas para emprender el camino de la oración mental? Teresa esgrimirá el argumento definitivo para alentar a los irresolutos: “A los que tratan la oración el mismo Señor les hace la costa, pues, por un poco de trabajo, da gusto para que con él se pasen los trabajos” (Vida, VIII, 8).
Esta es la oración de Santa Teresa, elevada, cordial, enderezada al amor, porque, son sus palabras, “el aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho” (Fund., V, 2). ¿Quién se imagina que el fruto de la oración son los gustos y consolaciones del espíritu? En otro lugar nos avisará Santa Teresa que “no está el amor de Dios en tener lágrimas…, sino en servir con justicia y fortaleza de ánima y humildad” (Vida, XI, 13).
Es el año 1562. Teresa de Jesús, monja de la Encarnación de Ávila, siente dentro de si la primera sugestión del Señor que ha de impulsarla a la gran aventura de la reforma carmelitana. ¿Por qué no volver al fervor y rigor de la regla primitiva? Y, desde este punto, Teresa de Jesús pone a contribución todas sus fuerzas en la magna empresa. Ella ha comprendido muy bien el mandato del Señor y el sentido de aquellas palabras del salmista: “obra virilmente”, y se lanza con denuedo a la lucha.
Una marea de contradicciones va a oponerse al tesón de su ánimo esforzarlo. No importa. Ella seguirá adelante, porque es el mismo Jesucristo quien le dirá en los momentos críticos: “Ahora, Teresa, ten fuerte” (Fund.. XXXI, 26). No importa el parecer contrario de algunos letrados, la incomprensión de sus confesores, el aborrecimiento, incluso, de sus hermanas en religión, todo un mundo que se levanta para cerrarle el paso. No importa. Es Santa Teresa la que escribe para ejemplo de los siglos venideros esta sentencia bellísima: “Nunca dejará el Señor a sus amadores cuando por sólo Él se aventuran” (Conceptos, III, 7).
Espoleada por esta convicción, Teresa de Jesús vence todos los obstáculos y sale, por fin, de la Encarnación para fundar, en la misma Ávila, el primer palomar de carmelitas descalzas. Se llamará “San José”, pues de San José es ella rendida devota. ¿Sabéis cuál es el ajuar que de la Encarnación lleva a la nueva casa, y del que deja recibo firmado? Consiste en una esterilla de paja, un cilicio de cadenilla, una disciplina y un hábito viejo y remendado.
“Andaban los tiempos recios” (Vida, XXXIII, 5), cuenta la fundadora. Las ofensas que de los luteranos recibía el Señor en el Santísimo Sacramento le impelían a levantar monasterios donde el Señor fuese servido con perfección. Y así, desprovista de recursos, “sin ninguna blanca” (Vida, XXXIII, 12: Fund., III, 2), como ella dice donosamente, fiada sólo en la Providencia y en el amor de Cristo que se le muestra en la oración, funda e irán surgiendo como llamaradas de fe que suben hasta el cielo los conventos de Medina del Campo. Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Beas, Sevilla, Caravaca, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria, Granada y Burgos. “Para esto es la oración, hijas mías —apunta la madre Teresa a sus descalzas—: de esto sirve este matrimonio espiritual: de que nazcan siempre obras, obras” (Moradas, séptima, IV, 6). Paralelamente, su encuentro con San Juan de la Cruz, a quien gana para la reforma del Carmelo, señala un jalón trascendental en la historia de la espiritualidad. Estas dos almas gigantes se comprenden en seguida, las dos que, más tarde, habrán de ser los reyes de la teología mística, gloria de España.
Teresa de Jesús desarrolla una actividad enorme, asombrosa, tan asombrosa como lo variado de su personalidad. No hay más que asomarse a la fronda de su incomparable epistolario—-cuatrocientas treinta y siete cartas se conservan—para calibrar el talento y fortaleza excepcionales de esta mujer, que, en un milagro de diplomacia y de capacidad de trabajo, lleva sobre sus frágiles hombros el peso y la responsabilidad de un negocio tan vasto y dilatado como es el de la incipiente reforma del Carmelo.
Su diligencia se extiende a los detalles más nimios. A sí misma se llama “baratona y negociadora” (Epist., I, p.52), porque llega hasta entender en contratos de compraventa y a discutir con oficiales y maestros de obras.
Por pura obediencia, sólo por pura obediencia, escribe libros capitales de oración, ella, que, de si misma, dice “cada día me espanta más el poco talento que tengo en todo” (Fund., XXIX, 24 ). Y, mientras escribe páginas inimitables, confiesa—y no podemos por menos de leer estas palabras con honda emoción—: “me estorbo de hilar por estar en casa pobre, y con hartas ocupaciones” (Vida, X, 7). Sus obras quedan ya para siempre como monumentos de espiritualidad y bien decir. El castellano de Santa Teresa es único. En opinión de Menéndez Pidal, “su lenguaje es todo amor; es un lenguaje emocional que se deleita en todo lo que contempla, sean las más altas cosas divinas, sean las más pequeñas humanas: su estilo no es más que el abrirse la flor de su alma con el calor amoroso y derramar su perfume femenino de encanto incomparable”.
Santa Teresa de Jesús, remontada a la última morada de la unión con Dios, posee, además, un agudísimo sentido de la realidad, el ángulo de visión castellano, certero, que taladra la corteza de las cosas y personas, calando en su íntimo trasfondo. En relación con el ejercicio de la presencia de Dios, adoctrina a sus monjas de esta guisa: ‘Entended que, si es en la cocina. Entre los pucheros anda el Señor, ayudándoos en lo interior y exterior” (Fund., V. 8).
¡Ay la gracia y donaire de la madre Teresa! En cierta ocasión, escribiendo al jesuita padre Ordóñez acerca de la fundación de Medina, dice estas palabras textuales: “Tengo experiencia de lo que son muchas mujeres juntas: ¡Dios nos libre!” (Epist., I, p. 109). Otra vez, en carta a la priora de Sevilla, refiriéndose al padre Gracián, oráculo de la Santa y puntal de la descalcez: “Viene bueno y gordo, bendito sea Dios” (Epist., Il, 87). Y en otro lugar, quejándose de algún padre visitador, cargante en demasía, escribe a Gracián: “Crea que no sufre nuestra regla personas pesadas, que ella lo es harto” (Epist., I, 358). Con sobrado motivo el salero de la fundadora ha quedado entre el pueblo español como algo proverbial e irrepetible.
Teresa de Jesús ya ha consumado su tarea. El 4 de octubre de 1582, en Alba de Tormes, le viene la hora del tránsito. Su organismo virginal, de por vida asendereado por múltiples padecimientos, ya no rinde más. “¡Oh Señor mío y Esposo mío—le oyen suspirar sus monjas—, ya es llegada la hora deseada, tiempo es ya que nos veamos. Señor mío, ya es tiempo de caminar!…” Muere, como los héroes, en olor de muchedumbre, porque muchedumbre fueron en España los testigos de sus proezas y bizarrías, desde Felipe II y el duque de Alba hasta mozos de mulas, posaderos y trajinantes. Asimismo la trataron, asegurando su alma, San Francisco de Borja, San Pedro de Alcántara, San Juan de Ávila y teólogos eminentes como Báñez.
“Yo no conocí, ni vi, a la madre Teresa de Jesús mientras estuvo en la tierra—escribiría años después la egregia pluma de fray Luis de León—, más agora, que vive en el cielo, la conozco y veo casi siempre en dos imágenes vivas que nos dejó de sí, que son sus hijas y sus libros…” Cuatro siglos más tarde, sin perder un ápice de su vigencia, muy bien podemos hacer nuestras las palabras del in signe agustino.
El cuerpo de Santa Teresa y su corazón transverberado se guardan celosamente en Alba. No hay más que decir para entender que, por derecho propio e inalienable, señala Alba de Tormes una de las cimas más altas y fragantes de la geografía espiritual de España.
 PABLO BILBAO ARÍSTEGUI

LECTIO DIVINA 

A esta generación no le será dado otro signo que el de Jonás

 + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     11, 29-32

Al ver Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir: «Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás. Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación.
El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien que es más que Salomón.
El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay alguien que es más que Jonás.»
Palabra del Señor. 

1.     LECTURA -  ¿QUÉ DICE EL TEXTO BÍBLICO? 

 ·   Guías para la lectura:
          
Los adversarios de Jesús le piden “un signo” del cielo (11,16.29; ver 16,1-4; Jn 6,30) que lo acredite como verdadero enviado de Dios, petición – como lo afirma Pablo – muy propia de los judíos (1 Cor 1,22).
Jesús responde diciéndoles que “no se les dará otro signo que el de Jonás” (Lc 11, 29-30).
Según el Antiguo Testamento, Dios envió al profeta Jonás a predicar a los paganos (Jon 1,2) y éstos se convirtieron cuando oyeron su predicación (3, 4-5); en cambio, los profetas que Dios envió a su propio pueblo nunca fueron escuchados, y menos su pueblo se convirtió (2 Reyes 17, 13-14). 
Además, el Antiguo Testamento muestra cómo la reina del sur (Lc 11,31), extranjera y pagana, viene de muy lejos con la única finalidad de admirar la sabiduría del rey judío Salomón (1 Re 10, 1-2); el pueblo de Dios, en cambio, teniendo entre ellos al Rey Mesías lo rechaza.
Por estas razones, el gran prodigio que se les mostrará a los adversarios de Jesús es que su enseñanza será predicada entre los paganos y éstos la aceptarán y se convertirán (Hech 28,28), mientras que Israel, el pueblo de Dios, no escuchará ni aceptará al que es mucho más que el profeta Jonás y que el gran rey Salomón.
Por eso, los que oyen la predicación de Jesús, el Mesías, están en mejores condiciones que aquellos paganos que acudían de lejos a ver un rey y, por lo mismo, tienen mayor responsabilidad.
Comentario extraído de “Evangelios de la Biblia de la Iglesia en América” (BIA). Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) 

2.     MEDITACIÓN - ¿QUÉ ME DICE EL TEXTO BÍBLICO?

·                        Preguntas para la meditación:

Ø ¿Cuál era la intención real de la multitud?
Ø ¿Cuál es la señal de Jonás y la importancia de la visita de la Reina del Sur, qué significado tuvo en su momento, en la época de Jesús y en ésta?
Ø ¿Por qué Jesús enfatiza que es mayor que Salomón? 

3.     ORACIÓN - ¿QUÉ LE DIGO A DIOS A PARTIR DEL TEXTO BÍBLICO?
       
Señor, que el signo de tu persona, Palabra hecha carne, me convierta cada día más en un verdadero discípulo.  

4.     CONTEMPLACIÓN - ¿CÓMO INTERIORIZO EL TEXTO BÍBLICO?
  
 Repito y reflexiono en:

ALELUIA     Cf. Sal 94, 7d-8ª (tomado de la Liturgia del día)

Aleluia.
No endurezcan hoy su corazón,
sino escuchen la voz del Señor.
Aleluia.

5.     ACCIÓN -  ¿CÓMO VOY A VIVIR EL TEXTO BÍBLICO?

·                        Preguntas para la acción: 

Ø ¿Me identifico con la multitud o con los habitantes de Nínive?
Ø¿Es Jesús el Absoluto para mi vida?
Ø¿Con quién compartiré la Lectio

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