29 de enero de 2013 – TO - MARTES DE LA SEMANA III
San Pedro Nolasco
«Estos son mi madre y mis hermanos.
Porque el que hace la voluntad de Dios,
ese es mi hermano, mi hermana y mi madre.»
PRIMERA
LECTURA
Lectura de la carta a los Hebreos 10,
1-10
Hermanos:
La Ley, en efecto -al no tener más que la sombra de los bienes futuros y no la
misma realidad de las cosas- con los sacrificios repetidos año tras año en
forma ininterrumpida, es incapaz de perfeccionar a aquellos que se acercan a
Dios. De lo contrario, no se hubieran ofrecido más esos sacrificios, porque los
que participan de ellos, al quedar purificados una vez para siempre, ya no
tendrían conciencia de ningún pecado. En cambio, estos sacrificios renuevan
cada año el recuerdo del pecado, porque es imposible que la sangre de toros y
chivos quite los pecados.
Por eso, Cristo, al entrar en el mundo, dijo: Tú no has querido sacrificio ni
oblación; en cambio, me has dado un cuerpo. No has mirado con agrado los
holocaustos ni los sacrificios expiatorios. Entonces dije: Aquí estoy, yo vengo
-como está escrito de mí en el libro de la Ley- para hacer, Dios, tu voluntad.
El comienza diciendo: Tú no has querido ni has mirado con agrado los
sacrificios, los holocaustos, ni los sacrificios expiatorios, a pesar de que
están prescritos por la Ley. Y luego añade: Aquí estoy, yo vengo para hacer tu
voluntad. Así declara abolido el primer régimen para establecer el segundo.
Y en virtud de esta voluntad quedamos santificados por la oblación del cuerpo
de Jesucristo, hecha de una vez para siempre.
Palabra de Dios.
SALMO
Sal 39, 2 y 4ab. 7-8. 9-10. 11 (R.: cf. 8 y 9c)
R. Aquí
estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Esperé confiadamente en el Señor:
él se inclinó hacia mí
y escuchó mi clamor.
Puso en mi boca un canto nuevo,
un himno a nuestro Dios. R.
Tú no quisiste víctima ni oblación;
pero me diste un oído atento;
no pediste holocaustos ni sacrificios,
entonces dije: «Aquí estoy.» R.
«En el libro de la Ley está escrito
lo que tengo que hacer:
yo amo, Dios mío, tu voluntad,
y tu ley está en mi corazón.» R.
Proclamé gozosamente tu justicia
en la gran asamblea;
no, no mantuve cerrados mis labios,
tú lo sabes, Señor. R.
No escondí tu justicia dentro de mí,
proclamé tu fidelidad y tu salvación,
y no oculté a la gran asamblea
tu amor y tu fidelidad. R.
EVANGELIO
+ Lectura del santo Evangelio según san
Marcos 3, 31-35
Llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar. La
multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: «Tu madre y tus
hermanos te buscan ahí afuera.»
El les respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y dirigiendo
su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: «Estos son mi
madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi
hermano, mi hermana y mi madre.»
Palabra del Señor.
PARA
REFLEXIONAR
Marcos, anteriormente, en 3,20-21 dice que sus
parientes querían llevárselo porque decían que estaba fuera de sí (loco). En
este sentido, los parientes de Jesús se ponen en la misma posición que sus
adversarios, que se oponen al Reino de Dios.
Pero Jesús es claro, en el proyecto del Reino no vale
afinidad consanguínea. La afinidad del Reino de Dios es de orden espiritual. Es
la adhesión al Reino lo que constituye la nueva familia de Jesús. Los parientes
están fuera, pero están invitados “a pasar”, es decir, a acoger el mensaje de
Jesús y asumir la causa del Reino de Dios.
Todos son invitados y nadie queda excluido, pues el
Reino de Dios es oferta para todos. Pero la condición es hacer la voluntad de
Dios. Aquí no valen privilegios de ninguna especie.
En nuestros tiempos han surgido muchas denominaciones,
movimientos y grupos que pretenden monopolizar el Reino de Dios. La manera más
práctica y expedita es la descalificación y descrédito mutuo. Pero el asunto no
está en afiliarse a un grupo o denominación, sino en buscar la fidelidad al
Reino de Dios, por encima de credos, denominaciones o confesiones. Anunciar y
vivir el Reino es la prioridad.
***
Todas las religiones antiguas han
practicado, y algunas lo hacen todavía hoy, sacrificios de animales: el hombre quiere expresar por medio de un símbolo su
sumisión a Dios… La sangre es portadora de “vida”…
se ofrece sangre y ello significa la ofrenda de la propia vida.
En el pasaje de hoy la carta a los Hebreos
afirma que las instituciones del Antiguo Testamento eran unasombra
y una promesa, que en Cristo Jesús tienen su cumplimiento y su verdad total. Los profetas de Israel habían denunciado
a menudo la inutilidad e ineficacia de los sacrificios de animales, cuando
falta sinceridad interior. A Dios no le interesan los sacrificios por sí mismos, sino la actitud profunda del hombre que, en su vida
acepta el camino de la verdad y la justicia. Los sacrificios de antes no eran
eficaces, porque “es imposible que la sangre de los animales quite los
pecados”. Por eso tenían que irse repitiendo año tras año y día tras día. Esto
pasaba en Israel y también en todas las religiones. El sacrificio ritual es más
fácil. Aunque cueste, es puntual; mientras que el personal nos compromete en profundidad y en todos
los instantes de nuestra vida.
Cristo Jesús, en cambio, se ofreció en sacrificio a sí mismo. La entrega de Cristo, de una vez para siempre, hizo que “todos quedemos santificados». No es que Dios quisiera la muerte de su Hijo. Pero
sí entraba en sus planes salvarnos por el camino de la solidaridad radical de su Hijo con la
humanidad, y esta solidaridad lo condujo hasta la
muerte.
***
El pasaje de hoy está en estrecha relación
con los versículos en los que se insinúa que Jesús se había enloquecido.
Frente a las acusaciones de que actuaba por el poder
del príncipe de los demonios, la madre y
sus hermanos se sienten con la obligación de ir a
buscarlo para llevarlo de nuevo a la casa.
Los “hermanos” en el lenguaje hebreo son también los primos y tíos y demás
familiares.
A los que le avisan de la presencia de sus
familiares, Jesús les responde con palabras
desconcertantesmirando a los que están a su alrededor
escuchándolo: “Estos son mi madre y mis hermanos”.
Las palabras de Jesús suenan duras pero no desautorizan a su madre ni a sus parientes. Lo que hace es aprovechar la ocasión para decir cuál es su visión de la nueva
comunidad que se está reuniendo en torno a él. La nueva familia no va a tener como valores determinantes ni los lazos de
sangre ni los de la raza.
Para Jesús los lazos de la sangre, los
lazos familiares, los lazos sociales, si bien, son indispensables y reales, no
son lo primero y no es lícito encerrarse en ellos. En el Reino, la fraternidad cristiana se funda en un espíritu
común: hacer la voluntad del Padre.
Llevarán el nombre de Jesús los que vivan en su corazón lo que fue para Jesús
la razón de ser de su vida: “el
amor de los unos a los otros hasta el extremo. No sólo se trata de ser partidarios de un hombre admirable, ni de hacer
nuestra una norma de vida de gran elevación: se trata de ser de “los de Jesús”.
Esta familia es amplia y grande. Por esta
razón María es doblemente su madre. La verdadera grandeza de su madre, no es
haberle dado su sangre, sino el hecho de ser “la humilde esclava de Dios”.Incluso
antes que su maternidad física, tuvo María de Nazaret este otro parentesco que
aquí anuncia Cristo: el de la fe.
La familiaridad del Reino es unirse, como hermanos y compañeros, unidos por la gracia en
una opción consciente por la Causa
del reino de Jesús como sentido de la propia vida. Cuando el reino toma nuestro corazón, ilumina la
vida y se hace trabajo diario y esperanzado podemos sentir ahora a todos los
que caminan en la misma senda como “mi madre y mis hermanos”.
Esta novedad rompe muchos esquemas y nos
abre a una mirada de la vida mucho más amplia y comprometida. En este camino María fue la mejor discípula y nos señala el camino de la vida cristiana:escuchar la Palabra, meditarla en el corazón y
llevarla a la práctica aunque sea por caminos
insospechados.
PARA
DISCERNIR
¿Sobre que se funda mi pertenencia a la
Iglesia?
¿Busco la experiencia de fraternidad
universal?
¿Me siento unido a los que hacen opciones
válidas por el bien de los hombres?
REPITAMOS A
LO LARGO DE ESTE DÍA
…Ayudame a ser de tu familia…
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La obediencia a Dios -objetará alguno- es
fácil: a Dios no le vemos, no le oímos; podemos hacerle decir lo que queramos .
Es verdad . Sin embargo, la Escritura nos ofrece el criterio para discernir
entre la verdadera y la falsa obediencia a Dios. Hablando de Jesús, dice que
«aprendió a obedecer a través del sufrimiento» (Heb 5,8). La medida y el
criterio de la obediencia a Dios es el sufrimiento. Cuando dentro de ti todo
grita: «Dios no puede querer esto de mí» y, sin embargo, te das cuenta de que
quiere precisamente esto… y te encuentras ante su voluntad como ante una cruz
en la que debes extenderte, entonces descubres lo seria, concreta y cotidiana
que es esta obediencia. Para obedecer a Dios, haciendo nuestros sus pensamientos
y sus voluntades, es preciso morir un poco cada vez. En efecto, nuestros
pensamientos empiezan siendo diferentes a los de Dios no algunas veces, como
por casualidad, sino siempre, por definición. La obediencia a Dios requiere, en
cada ocasión, una auténtica conversión. Pongamos un pequeño ejemplo que vale
tanto para la vida de comunidad como para la de familia. Alguien ha tomado para
sí o ha cambiado o violado un objeto que te pertenecía: una pieza del vestuario
o alguna otra cosa que pertenecía a tu uso particular. Estás firmemente
decidido a señalar el asunto y a reclamar lo tuyo. Ningún superior interviene
para prohibírtelo. Pero he aquí que, sin haberla buscado, te sale al encuentro
con fuerza la Palabra de Jesús, o te la encuentras sin más delante, por
casualidad, al abrir la Biblia: «Da a quien te pida, y a quien te quita lo tuyo
no se lo reclames» (Lc 6,30). Comprendes con claridad que esa afirmación no
valdrá siempre y para todos, pero que vale ciertamente para ti en esa precisa
circunstancia; te encuentras frente a una obediencia bella y buena que
realizar; si no lo haces, sientes que has dejado perder una ocasión de obedecer
a Dios. La obediencia a Dios es una obediencia que siempre podemos realizar.
Cuanto más obedecemos, más se multiplican las órdenes de Dios, porque él sabe
que éste es el don más bello que puede hacernos, el que hizo a su amado Hijo
Jesucristo
R. Catalamessa, La obediencia.
PARA REZAR
Comunidad de hermanos
Sin conocernos, nuestros corazones latían
por un mismo anhelo.
Un día nos encontramos
y ahora marchamos juntos.
Por eso te damos gracias, Señor,
en esta asamblea de hermanos.
por un mismo anhelo.
Un día nos encontramos
y ahora marchamos juntos.
Por eso te damos gracias, Señor,
en esta asamblea de hermanos.
Cuando tú sembraste en nuestras vidas
la semilla del Hombre Nuevo
nos sentimos como enfermos;
las preguntas sin respuesta
nos requemaban por dentro;
los caminos habituales
se nos volvieron ajenos;
nos sentíamos varados,
devorados por el deseo de liberarnos
y sin saber cómo hacerlo.
Nos gritaban: desadaptado, resentido, inútil.
Y nos planteamos: me olvidaré de todo,
quiero ser uno más.
la semilla del Hombre Nuevo
nos sentimos como enfermos;
las preguntas sin respuesta
nos requemaban por dentro;
los caminos habituales
se nos volvieron ajenos;
nos sentíamos varados,
devorados por el deseo de liberarnos
y sin saber cómo hacerlo.
Nos gritaban: desadaptado, resentido, inútil.
Y nos planteamos: me olvidaré de todo,
quiero ser uno más.
Pero no supimos fingir.
No tuvo cura esta herida
de amor a tu pueblo.
Y seguimos nuestra marcha,
levantándonos, cayendo
solitarios, solidarios,
entre esperanzas y miedos.
No tuvo cura esta herida
de amor a tu pueblo.
Y seguimos nuestra marcha,
levantándonos, cayendo
solitarios, solidarios,
entre esperanzas y miedos.
Un día nos encontramos.
Sentimos mucho contento,
de repente comprendimos
que no somos excepciones,
que está naciendo algo nuevo;
una corriente escondida
nos reúne a los viajeros.
Es tu espíritu, Señor
que nos lanza al Mundo Nuevo.
Sentimos mucho contento,
de repente comprendimos
que no somos excepciones,
que está naciendo algo nuevo;
una corriente escondida
nos reúne a los viajeros.
Es tu espíritu, Señor
que nos lanza al Mundo Nuevo.
Por eso en esta comunidad de hermanos
te cantamos. Padre Nuestro.
En nuestra debilidad
sentimos bullir tu fuerza:
en la noche de nuestras incertidumbres
se abre camino tu luz
y en medio de nuestros complejos,
que hacen difícil el entendimiento
y a nosotros dan dolor,
construye tu amor un puente
y una morada de paz.
te cantamos. Padre Nuestro.
En nuestra debilidad
sentimos bullir tu fuerza:
en la noche de nuestras incertidumbres
se abre camino tu luz
y en medio de nuestros complejos,
que hacen difícil el entendimiento
y a nosotros dan dolor,
construye tu amor un puente
y una morada de paz.
Mira, Señor: los enemigos del pueblo
buscan nuestra división
y nosotros mismo crecimos
en un mundo de recelos.
Por eso, danos, Señor,
esa paciencia sin límites,
la misericordia y la comprensión:
que como tú nos amaste,
seamos nosotros capaces de amar.
Que esta pequeña comunidad de hermanos
sea el embrión de un pueblo fraternal.
buscan nuestra división
y nosotros mismo crecimos
en un mundo de recelos.
Por eso, danos, Señor,
esa paciencia sin límites,
la misericordia y la comprensión:
que como tú nos amaste,
seamos nosotros capaces de amar.
Que esta pequeña comunidad de hermanos
sea el embrión de un pueblo fraternal.
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