Patrono del
Episcopado Latinoamericano (F)
Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores a la mies
PRIMERA LECTURA
Lectura de la segunda carta del
apóstol San Pablo a Timoteo 1,13-14; 2,1-3
Amado hijo:
Retén la forma de las sanas
palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús. Guarda
el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros.
Palabra de Dios. Tú, pues, hijo
mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús. Lo que has oído de
mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para
enseñar también a otros. Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de
Jesucristo. Palabra de Dios
SALMO Sal
95, 1-3.7-8a.10
R. El
Señor gobernará al mundo con justicia.
Canten al Señor un canto nuevo,
cante al Señor toda la tierra;
canten al Señor, bendigan su
Nombre,
día tras día, proclamen su
victoria. R.
Anuncien su gloria entre las
naciones,
y sus maravillas entre los
pueblos.
Aclamen al Señor, familias de
los pueblos,
aclamen la gloria y el poder
del Señor;
aclamen la gloria del nombre
del Señor. R.
Digan entre las naciones: “¡El
Señor reina!
El mundo está firme y no
vacilará.
El Señor juzgará a los pueblos
con rectitud”. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Mateo 9,35-38
Jesús recorría todas las
ciudades y los pueblos, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena
Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias.
Al ver a la multitud, tuvo
compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen
pastor.
Entonces dijo a sus discípulos:
“La cosecha es abundante, pero
los trabajadores son pocos.
Rueguen al dueño de los
sembrados que envíe trabajadores para su cosecha”.
Palabra del Señor.
PARA REFLEXIONAR
Sabiendo que su muerte era
inminente, la primera carta a Timoteo,
a quien Pablo llama afectuosamente “hermano
nuestro y colaborador de Dios en el anuncio de la Buena Noticia de Cristo”,
contiene una serie de recomendaciones prácticas sobre la necesidad de conservar y transmitir con fidelidad
la tradición apostólica y sobre sus responsabilidades como evangelizador: avivar el don de Dios que estaba en él, no avergonzarse de dar testimonio del Señor, ni de aquellos que sufren por Él, retener de forma sana palabras que de Él había oído, y guardar el buen depósito en Él.
la tradición apostólica y sobre sus responsabilidades como evangelizador: avivar el don de Dios que estaba en él, no avergonzarse de dar testimonio del Señor, ni de aquellos que sufren por Él, retener de forma sana palabras que de Él había oído, y guardar el buen depósito en Él.
Pablo recuerda a Timoteo sobre
los criterios que deben regir la elección de los ministros de
la comunidad, y acerca de las obligaciones que tiene con respecto a las diversas
categorías de fieles: ancianos y jóvenes, viudas, presbíteros y esclavos.
Aparece claramente la responsabilidad que tenemos todos los cristianos, hoy,
acerca de lo que fue enseñado por los apóstoles de Cristo: igual que Timoteo,
todos los cristianos hemos sido los beneficiarios de lo que fue revelado por
los apóstoles; junto con las gracias que
hemos recibido, también vienen las responsabilidades.
***
El evangelio de hoy,
hace un breve resumen de la actividad
apostólica de Jesús, y el inicio del “Sermón de la Misión”: “Jesús
recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando
la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia”.
Mateo,
en pocas palabras, describe los puntos centrales de la actividad misionera de Jesús:
no espera a que la gente venga hasta Él, sino que Él
mismo va en busca de la gente, recorriendo todas las ciudades y
poblados; enseña en las sinagogas, esto es, en las comunidades. Jesús anuncia la Buena Nueva del Reino, allí donde la gente
está reunida por su fe en Dios. Jesús no enseña doctrinas, sino que en todo lo
que dice y hace, deja transparentar algo de la
Buena Nueva que lo anima por dentro.Curar todo
tipo de dolencia y enfermedad, que era lo que más marcaba la vida de la gente
pobre. Ante esta realidad, vemos que lo que más marca la actividad de Jesús, es
dar consuelo a la gente para
aliviar su dolor.
Jesús siente compasión ante la situación de la
gente, porque “estaban humillados y abatidos como ovejas sin tienen
pastor”. Jesús recibe a las personas en
la situación en la que se encuentran:dolientes, abatidos, cansados. Es Pastor, identificándose con la imagen del
siervo de Isaías que decía: “El Señor Yahvé me ha concedido el poder hablar
como su discípulo. Y ha puesto en mi boca las palabras para aconsejar al que
está desanimado”. (Is 50,4a). Como el Siervo, Jesús, se hace discípulo del Padre y del pueblo y
dice: “Cada mañana, él me despierta y lo escucho como lo hacen los
discípulos”. (Is 49,4b). Del contacto
con el Padre saca las palabras de consuelo que hay que comunicar a
los pobres.
Su compasión,
va más allá de un
sentimiento de piedad o un momento de emoción. La compasión de
la Biblia está expresada en la acción. La compasión sin acción
no vale nada. La compasión de Jesús era mucho mas profunda que
un sentimiento momentáneo. Su compasión lo
llevó a que entregara su vida.
Cuando la compasión de
Dios nos confronta requiere una respuesta. Requiere que asumamos una escucha activa. Hoy, nos
encontramos ante el mismo problema de aquel entonces, la cosecha es abundante,
pero pocos son los obreros. Hay muy pocos que están dispuestos a responder,
sacrificando su vida en servicio a los hermanos, respondiendo a la llamada
Señor.
La tarea misionera es
mucha y no la podemos abarcar totalmente, por eso la primera cosa que Jesús
pide a los discípulos es rezar: “La
mies es mucha y los obreros pocos. Rueguen, al Dueño de la cosecha que envíe
obreros”. El primer paso es la apertura
del corazón a Dios, y el encuentro
vivo con los sentimientos de Jesús. La oración es la primera forma de
compromiso de los discípulos con la misión. El Señor no nos envió a realizar
muchas actividades, sino a vivirlas desde su compasión y su amor, que necesitan
de nuestras rodillas delante del Dios de la
vida. Es la obra del reino, no
simple asistencialismo. Si creemos en la importancia de la misión que tenemos,
entonces haremos todo lo posible para que no muera con nosotros, sino que
continúe en los demás durante su vida y después.
Desde el encuentro con Jesús, y
la llamada de los hombres que andan como ovejas sin Pastor, la pasión de mi vida es ver que se levanten obreros. El clamor de mi vida, es que el Señor me levante y me junto
con otras mujeres y hombres, para que desde una vida esforzada,
valiente y llena de su Espíritu vayamos a cosecha.
PARA DISCERNIR
¿Experimento
los mismos sentimientos de Jesús ante una sociedad humillada y abatida?
¿Mi compasión
se traduce en obras o queda en un mero sentimentalismo?
¿Reconozco en
los dones recibidos una responsabilidad a realizar?
REPITAMOS A LO LARGO DE
ESTE DÍA
…Aquí estoy
Señor, envíame…
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
…”Debemos dar
un tono de valentía a nuestra vida cristiana, tanto a la privada como a la
pública, para no convertirnos en seres insignificantes en el plano espiritual e
incluso en cómplices del hundimiento general. ¿Acaso no buscamos, de manera
ilegítima, en nuestra libertad un pretexto para dejarnos imponer por los otros
el yugo de opiniones inaceptables?
Sólo son
libres los seres que se mueven por sí mismos, nos dice santo Tomás. Lo único
que nos ata interiormente, de manera legítima, es la verdad. Esta hará de
nosotros hombres libres (cf. Jn 8,32). La actual tendencia a suprimir todo
esfuerzo moral y personal no presagia, por consiguiente, un auténtico progreso
verdaderamente humano. La cruz se yergue siempre ante nosotros. Y nos llama al
vigor moral, a la fuerza del espíritu, al sacrificio (cf. Jn 12,25) que nos
hace semejantes a Cristo y puede salvarnos tanto a nosotros como al mundo”…
Pablo VI, Audiencia general del
21 de marzo de 1975.
PARA REZAR
Oración
del enviado
“Vayan por todo el mundo…”
Estas palabras están dichas
para mí.
Soy continuador de tu obra.
Soy tu compañero en la misión.
La mies es mucha y los
operarios pocos.
Quiero ser uno de ellos.
Muchas personas están caídas y
pasamos de largo.
Quiero ser buen samaritano.
Conviérteme primero a mí,
para que yo pueda anunciar a
otros
la Buena Noticia.
Dame audacia.
En este mundo escéptico y
autosuficiente,
tengo miedo.
Dame esperanza.
En esta sociedad recelosa y
cerrada,
yo también tengo poca confianza
en las personas.
Dame amor.
En esta tierra no solidaria y
fría
yo también siento poco amor.
Dame constancia.
En este ambiente cómodo y
superficial,
yo también me canso fácilmente.
Conviérteme primero a mí,
para que yo pueda anunciar a
otros
la Buena Noticia.
PARA CONOCER MÁS SOBRE
SANTO TORIBIO
A él se debe en grandísima
parte la rápida y profunda cristianización de la América española, y el éxito
de su apostolado, y el florecimiento de sus maravillosas “doctrinas” de indios,
la exuberancia del clero y de catequistas durante su fecundo pontificado,
explican la supervivencia del espíritu y de la vida cristiana en aquellas
dilatadas regiones, a pesar de las posteriores crisis y de la tremenda escasez
actual de operarios evangélicos”.
Nacido en Mayorga, en las
montañas de León, en noviembre de 1538, su niñez fue la que correspondía a un
muchacho de casa hidalga en aquellos tiempos. Hasta los doce o trece años
estudia en el mismo Mayorga. Después marcha a Valladolid, donde hace sus
estudios de humanidades, y los de derecho. En 1562 va a Salamanca, donde
permanece, hasta 1573. Su tío, Juan de Mogrovejo, profesor en Coimbra lo llamó
y juntos prepararon para la imprenta, durante los años 1564-1566, las lecciones
de don Juan. Cuatrocientos cincuenta y un folios de escritura preciosa y
limpísima. En septiembre de 1568 acudió a Santiago de Compostela en
peregrinación a pie, y aprovechó esta peregrinación para graduarse en aquella
Universidad. La situación económica familiar lo obligó a ir enajenando, para ir
viviendo, parte de la biblioteca que de su tío Juan había heredado. Se le
ofreció ocasión de presentarse a una beca en el Colegio Mayor del Salvador de
Oviedo y continuó sus estudios con vistas al doctorado en derecho. Pero otros
era el proyecto de Dios, y Toribio no llegaría nunca a graduarse de doctor.
Es notable que en toda su
vida de estudiante presentara ya entonces una admirable santidad.
Recibido en el Colegio
Mayor el 3 de febrero de 1571, llega de manera imprevista, en una noche de
diciembre de 1573, su nombramiento como inquisidor de Granada y en agosto de
1574 toma posesión y se incorpora a su difícil tarea.
Sus planes eran
enteramente sencillos y no parece que llegara a pensar en pasar a Indias o en
llegar a difíciles cargos de gobierno eclesiástico. Pero otros eran los planes
de Dios. Don Diego de Zúñiga, que había conseguido su nombramiento para la
Inquisición granadina, logró ahora que el rey lo presentará para la más
importante de las sedes de Indias: el arzobispado de la ciudad de los Reyes,
que hoy llamamos Lima. Y, en efecto, Felipe II accedió a solicitar del Papa que
fuera nombrado para ese cargo aquel joven inquisidor, de treinta y nueve años
de edad, que aún no había recibido ni una sola de las Órdenes menores. En junio
de 1578 fue la elección. Tras vacilaciones y angustias, en agosto acepta. Pero
antes era necesario que, al menos, fuera subdiácono para que se pudiera
proceder al nombramiento. Y aquí tenemos a un arzobispo electo recibiendo, por
sus tiempos, de una en una, sin querer dispensa, las diversas órdenes menores.
El arzobispo, ya nombrado, recibe el diaconado y el presbiterado, realiza un
viaje a su pueblo natal y a la corte, y por fin, en agosto de 1580, recibe la consagración
episcopal en Sevilla y se dispone a pasar a las Indias. Aún no había cumplido
sus cuarenta y dos años.
Entonces era Lima la más
importante de las metrópolis de América, como cabeza de jurisdicción en lo
civil y en lo eclesiástico, puesto que la provincia eclesiástica comprendía
casi todos los obispados del Continente hasta Nicaragua. “Los obispos
comprovinciales —decía el Cabildo de Lima a Felipe II— tienen por ley lo que se
hace en el arzobispado de Lima.” Y la influencia religiosa y misional de Lima
rebasaba incluso los mismos límites del virreinato, extendiéndose al Brasil, a
Filipinas y en parte también a Méjico. Lima era, por otra parte, una ciudad
hermosa: “Parece otro Madrid”, escribía el virrey don García Hurtado de
Mendoza. Ciudad cortesana a la europea, con su Universidad de San Marcos, con
su Cabildo catedral, con sus hospitales y su puerto de El Callao.
A Lima, pues, llega el 11
de mayo de 1581 Cuando, rendido por el trabajo de aquel larguísimo viaje desde
la Península, primero por mar y después por tierra, y de las interminables
ceremonias de la entrada, terminaba don Toribio de cenar, dio orden a su paje
de que le llamara muy de mañana al día siguiente. “Y ¿ha de ser esto así,
siendo tanta la fatiga?”, dijo su hermana doña Grimanesa. “Sí, hermana
—contestó el Santo—, hemos de empezar a trabajar muy de mañana, que no es
nuestro el tiempo.”
El duelo que iba a
establecerse no era el duelo individual de un santo frente a un mundo. Contaba
ya con unos principios de evangelización y una organización eclesiástica;
contaba con el apoyo eficiente del Patronato español, con amplia generosidad de
medios; contaba con su propia preparación jurídica, muy completa, y contaba con
un grupo excepcional de colaboradores. Rodeado de un equipo excepcional, acomete
su tarea.
Tarea titánica. En primer
lugar como legislador. Sus tres concilios y sus diez sínodos diocesanos suponen
el planteamiento legislativo de toda la organización eclesiástica de la América
del Sur. Durante siglos, hasta el concilio plenario de América latina que se
tendrá en Roma a principios del siglo XX, América se regirá por las leyes que
ha dado Santo Toribio. Su éxito más fabuloso será el del primero de los
concilios que reúne. Es algo increíble: unos obispos que se pelean durante meses,
que se envuelven en una maraña de pleitos… saben, sin embargo sobreponerse, que
así eran los hombres de aquella época, a todas esas miserias humanas y de
proceder de común acuerdo a la hora de dictar las leyes eclesiásticas. El
arzobispo pasa por las mayores humillaciones. Pero no le importa. Lo sufre todo
a trueque de sacar adelante aquellas leyes que introducían, con fuerza y
decisión, la reforma tridentina en las tierras de América.
El concilio se tuvo, y
con el apoyo del rey, y con la aprobación de Roma, se aplicó inflexiblemente. A
los pocos años un clero reformado emprendía una tarea pastoral maravillosa. El
arzobispo, incansablemente, superaría nuevas cimas, y al final de su vida la
fisonomía de la diócesis limeña y de la provincia eclesiástica habría cambiado
por completo. Sólo Dios sabe a cambio de cuántas Iágrimas, dificultades y
disgustos.
Pero no bastaba dictar
leyes. Santo Toribio quiso hacer más y ponerse en contacto inmediato con las
duras realidades.
Y empezó su gigantesca
visita. En una geografía atormentada, que iba desde las más deliciosas
planicies hasta las cumbres de los Andes, sin caminos unas veces, las más, a
pie, y otras en mula, soportando una diferencia de clima que ponía a prueba la
salud de los más robustos, Santo Toribio recorrió aproximadamente cuarenta mil
kilómetros de aguas y nieves, de súbitas crecidas, de los ríos, de caminos
jamás transitados, llegando hasta tribus que jamás habían visto un español,
cuanto menos un obispo. Al final de su vida en un cálculo exacto Santo Toribio
pudo calcular que había administrado el sacramento de la confirmación a
ochocientas mil personas. La mayor parte de su pontificado. transcurre en
contacto con los indios y con sus párrocos. En este sentido su testimonio
acerca de las cosas de aquellas tierras es excepcional. Jamás dejó de visitar a
un solo indio, por pobre y alejado que estuviera. Baste un ejemplo por el que
nos podemos hacer idea de lo que era aquello.
Hubo ocasiones en que
Dios selló con milagros un celo tan extraordinario. Así, por ejemplo, cuando
hizo lo que entonces llamaban “una entrada hasta rincones a los que no había
llegado jamás ningún español. Era tierra de infieles caribes y le salieron al
encuentro cantidad de ellos con sus armas. Y les habló de manera que se arrojaron
a sus pies y le besaron la ropa”. Sus acompañantes testificaron el milagro: el
intérprete que llevaba no los entendía, pero el arzobispo “miró al cielo
diciendo: “Dejad, que yo los entiendo”, y volvió a hablarles en la lengua
española, que en su vida habían oído, y en latín, del Santo Evangelio, y fue
entendido de todos. Ellos, a su vez, le respondieron en su lengua,
entendiéndoles el arzobispo, con que se verificó este milagro, aunque el lo
quiso ocultar por su mucha virtud y santidad”.
Su gran amor fueron los
indios y los negros. Por ellos padeció persecución, y bien recia, en tiempos de
don García de Mendoza. En favor de ellos luchó con tenacidad para que se les
admitiera a la Eucaristía. No es posible recoger los mil rasgos que de él se
conservan en este aspecto. Les predicaba, se detenía con ellos en la calle, les
invitaba a su mesa, les trataba con un cariño paternal, les recibía a cualquier
hora. Es una epopeya emocionante de amor, entrega y afecto. Refugiémonos una
vez más en la anécdota:
Ocurrió que entre la
servidumbre de su casa arzobispal enfermó de gravedad un negro bozal de su
caballeriza. A las dos de la madrugada entró un sacerdote a confesarle, y se
retiraba ya a descansar. El arzobispo, que apenas dormía, le vio desde su
ventana y le preguntó el objeto de su visita a estas horas. El sacerdote le
explicó el caso y cómo lo había confesado ya. El arzobispo dijo era conveniente
administrarle el viático. El sacerdote respondió que el negro era demasiado
bozal e incapaz de recibirlo. Insistió el arzobispo que le instruyese y le
hiciera capaz, y sin esperar más bajó de su habitación y se fue con el cura a
la del enfermo; se sentó en la cama y, con palabras de consuelo y de ternura,
comenzó a instruirle. Consiguió que el negro distinguiese suficientemente el
pan eucarístico; levantó a los de su casa, limpiaron la habitación, entró en la
catedral, sonaron las campanas, y bajo palio, con algunas personas que
acudieron al toque de campanas, el sacerdote portó el viático seguido del
arzobispo. Recibió el negro la comunión, volvió el arzobispo a la catedral
acompañando al Señor. Reservado el sacramento, el prelado fue de nuevo a la
habitación del negro para consolarle, supo que no estaba confirmado, pidió el
pontifical y le administró la confirmación. Le exhortó a que pidiese la
extremaunción. Lo hizo el negro. Se la administró el arzobispo y en estos
ministerios llegó el alba. Inmediatamente el arzobispo emprendió su jornada
ordinaria.
Mucho tuvo que sufrir
pero sin embargo, jamás salió de sus labios una queja, sino, antes al
contrario, tuvo explicaciones para todo. “No será como dice”, decía siempre que
en su presencia murmuraba alguno. Hablando humanamente, y prescindiendo
del aspecto sobrenatural, Santo Toribio fue un hombre realmente excepcional. Su
salud, que sólo por milagro pudo resistir la increíble austeridad de vida y
aquellos trabajos interminables; su inteligencia, que se proyecta en la
claridad extraordinaria de todos sus escritos; su estilo literario; su propio
dominio, aun en las circunstancias más difíciles, lo elevan a una altura
inconmensurable.
Murió como correspondía a
un luchador: en pleno combate. Se sintió enfermo, y continuó, sin embargo, la
visita. Le pedían y le suplicaban sus acompañantes que se cuidara un poco. Fue
todo en vano. Continuó trabajando hasta el último momento. Había llegado a Saña
medio muerto, con ánimo de consagrar allí los óleos. Le derribó la fiebre; y
con todo, por rigor de ayuno del tiempo (era Semana Santa.), “no comió carne
hasta tres o cuatro días antes de morir, por mandato del médico, lo cual fue
mucha parte para apresurar su muerte, por no haberse dejado regalar estando
enfermo”. Allí, lejos de su iglesia catedral, rodeado de sus indios amadísimos
y de los sacerdotes que habían concurrido para la consagración de los óleos,
murió el día de Jueves Santo de 1606.
Oremos
Dios nuestro, que has hecho
crecer a tu Iglesia en América, con la dedicación pastoral y el celo por la
verdad del obispo santo Toribio, concede al pueblo a ti consagrado crecer
constantemente en la fe y en la santidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu
Hijo.
LECTIO DIVINA
El que me ha visto ha visto al Padre
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 14, 7-14
Jesús dijo a
sus discípulos:
«Si ustedes me
conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han
visto.»
Felipe le
dijo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta.»
Jesús le
respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me
conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: "Muéstranos
al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?
Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las
obras.
Créanme: yo
estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras.
Les aseguro
que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque
yo me voy al Padre. Y yo haré todo lo que ustedes pidan en mi Nombre, para que
el Padre sea glorificado en el Hijo. Si ustedes me piden algo en mi Nombre, yo
lo haré.»
Palabra del
Señor.
LECTURA
- ¿QUÉ DICE EL TEXTO BÍBLICO?
Guías para la
lectura:
Los dichos de
Jesús con que se inicia la lectura del Evangelio de hoy son continuación de su
declaración: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino
por mí” (v.6). Esa identificación de pertenencia y permanencia de Jesús con
el Padre, que da sustento a su esencia divina, no es un concepto que los
discípulos logran aceptar fácilmente. Jesús insiste en “abrir los ojos” de los
discípulos para que puedan entender que verlo a Él, es como mirar al Dios
invisible. “Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde
ahora lo conocen y lo han visto” (v.7). La respuesta de Jesús dejó
claro que no se trataba de lugares y viajes literales. Al contrario, se trataba
de llegar al seno del Padre, algo posible únicamente por medio de Jesús.
Sin embargo,
Felipe es vocero de la necesidad de una prueba más concreta de lo que Jesús
está afirmando. No sabemos si es vocero de sí mismo, o si esta duda, carcomía
la fe de buena parte de los discípulos (un indicio puede ser el uso del plural
“muéstranos…nos”). De todas maneras, el hecho de que Juan el
evangelista, haya decidido incluir este diálogo en sus escritos muestra por sí
solo que la interrupción de Felipe al discurso de Jesús era crucial. Su
intervención es precisa y al punto: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”
(v.8). Pedía una teofanía, una manifestación visible de la gloria de
Dios, tal como se le había concedido parcialmente a Moisés (Ex.24.9-11;
33.18-23).
Jesús le
responde a Felipe por su nombre, pero inmediatamente después se dirige a todos
los discípulos. Sus dichos ahora son de reclamo amoroso y aluden a los tres
años de convivencia con Él, que incluía innumerables hechos y dichos que daban
crédito suficiente a su íntima filiación e identificación con el Padre: “Felipe,
hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen?” (v.9a).
Seguidamente Jesús vuelve a afirmar que siendo la expresión visible del Padre,
era la imagen misma de Dios “El que me ha visto, ha visto al Padre.
¿Cómo dices:”Muéstranos al Padre”? (v.9b).
Es interesante
ver la manera en que Jesús amplió su afirmación en el versículo 10: “¿No
crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?”. Otra vez,
no era cuestión de tomar sus dichos con estrechez literalista, como si mirar a
Jesús fuera un equivalente de la experiencia de Isaías en el Templo, o la de
Moisés en el Sinaí. Se trataba de una presencia única en la historia de la
humanidad y su relación con Dios. La presencia del Dios de la creación se había
hecho carne y mostraba su gloria y su imagen a los hombres en la persona de su
Hijo Jesús: “Al principio era la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios,
y la palabra era Dios…Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y
nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad…Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado
es el Hijo único, que está en el seno del Padre” (Juan 1.1, 14, 18).
Seguidamente,
Jesús declara que Él hacía presente a Dios en sus dichos: “Las palabras que
digo no son mías…” y en sus hechos: “…el Padre que habita en mí es
el que hace las obras…Créanlo, al menos, por las obras” (v.10b, 11b). Es
decir, se veía la presencia de Dios en la perfecta unidad entre palabras y
acciones en Jesús. Tener un encuentro con Jesús era entrar en la presencia de
Dios. Así se “veía” a Dios. De esa manera podían adentrarse en el
misterio de la Trinidad. “Créanme: Yo estoy en el Padre y el Padre está en
mí” (v.11a).
El versículo
12 donde Jesús les dice: “Les aseguro que el que cree en mí hará también las
obras que yo hago, y aún mayores porque yo voy al Padre” no debe entenderse
en el sentido de que los creyentes harán obras más milagrosas o hechos
sobrenaturales más impresionantes, sino en una perspectiva escatológica. Es
decir, porque iban a pertenecer a las obras del Reino de Dios llegado a través
de Cristo y consumado en el cumplimiento de su misión soteriológica y vivificante.
En sus palabras finales “…porque yo voy al Padre” encontramos el porqué
de esa comparación de obras. Tenían que ver con el propósito del seguimiento
de las obras de Cristo, en el establecimiento del Reino de Dios y la
inminente instauración de la Iglesia en Pentecostés.
De todos
modos, los dos versículos siguientes aclaran que la promesa de obras mayores no
debe llevarnos a pensar en algún tipo de competencia entre Jesús y los
discípulos. Así como las obras de Jesús eran al mismo tiempo obras del Padre
(v.10), también las obras de los discípulos serían al mismo tiempo obras de
Jesús (vs.13-14). Es decir, hay una relación íntima entre “creer en mí” (v.12)
y “pedir en mi nombre” (v.13). Hay un vínculo estrecho entre las peticiones de
los discípulos y la misión del Hijo en la cual entrarían.
MEDITACIÓN
- ¿QUÉ ME DICE EL TEXTO BÍBLICO?
Preguntas para
la meditación:
¿Qué formas
tengo hoy de “ver” a Dios en Jesús?
¿Qué significa
realmente pedir algo “en el Nombre de Jesús”?
¿Qué tipo de
obras puedo hacer hoy que sean asimilables a mi fe en Cristo?
ORACIÓN
- ¿QUÉ LE DIGO A DIOS A PARTIR DEL TEXTO BÍBLICO?
Señor, Vos que
sos uno con el Padre y que intercedés por nosotros, ayúdanos a rezar en tu
Nombre de la manera y por las cosas que honren esa invocación. Danos la
oportunidad y la voluntad de realizar obras que manifiesten nuestra pertenencia
a tu Iglesia visible.
CONTEMPLACIÓN
- ¿CÓMO INTERIORIZO EL TEXTO BÍBLICO?
Leo nuevamente
el texto bíblico en voz alta. Lo hago lentamente, dándole sentido y entonación
al diálogo. Medito en cada palabra dicha por Jesús. Reflexiono en los motivos
de mis oraciones y las obras que realizo y las comparo a la luz de mi
pertenencia a Cristo como discípulo.
ACCIÓN
- ¿CÓMO VOY A VIVIR EL TEXTO BÍBLICO?
Preguntas para
la acción:
¿Qué obras y
acciones cristianas haré hoy que me identifiquen como hijo de Dios?
¿Por qué cosas
rezaré hoy pensando en el Nombre que invocaré?
¿Cómo
fortaleció mi fe la lectura orante de hoy?
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