20 de mayo de 2013



María Madre de la Iglesia

…Aquí tienes a tu hijo. Aquí tienes a tu madre… 

PRIMERA LECTURA
Lectura de los Hechos de los apóstoles    1, 12-14

    Después que Jesús subió al cielo, los Apóstoles regresaron entonces del monte de los Olivos a Jerusalén: la distancia entre ambos sitios es la que está permitida recorrer en día sábado. Cuando llegaron a la ciudad, subieron a la sala donde solían reunirse. Eran Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago, hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas, hijo de Santiago. Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.
Palabra de Dios.

SALMO    Jdt 13, 18bcde. 19 (R.: 15, 9d) 
R.    ¡Tú eres el insigne honor de nuestra raza!

    Que el Dios Altísimo te bendiga, hija mía,
    más que a todas las mujeres de la tierra;
    y bendito sea el Señor Dios,
    creador del cielo y de la tierra. R.

    Nunca olvidarán los hombres
    la confianza que has demostrado
    y siempre recordarán el poder de Dios. R.

EVANGELIO
    X Lectura del santo Evangelio según san Juan    19, 25-27

    Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
    Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo.»
    Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre.»
    Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Palabra del Señor.

PARA REFLEXIONAR

María es, el primer y principal miembro de la Iglesianuestra hermana en la fe, y al mismo tiempo, nuestra Madre. Siendo Madre de Cristo, es Madre de su cuerpo que es la Iglesia. Siendo madre del que es la cabeza, lo es también de sus miembros los cuales estamos incorporados a Él por la gracia: «Como la maternidad divina es el fundamento de la especial relación de María con Cristo y de su presencia en el plan de salvación obrado por Jesucristo, así también constituye el fundamento principal de las relaciones de María con la Iglesia, por ser la Madre de Aquél que estuvo desde el primer instante de la encarnación en su seno virginal y unió así como Cabeza a su Cuerpo místico, que es la Iglesia. María, pues, por ser la Madre de Cristo, es también Madre de todos los fieles y los pastores, es decir, la Iglesia». (Pablo VI, CVII)
El Concilio Vaticano II, nos dice que María es Madre no sólo de la Cabeza, sino también de los miembros del Cuerpo místico de Cristo: «Porque cooperó con su caridad a que los fieles naciesen en su Iglesia» (LG 53). Cooperó en la encarnación y cooperó también en la cruz, en el momento en el que del Corazón traspasado de Cristo nacía la familia de los redimidos: «no sin designio divino, estuvo de pie, se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció maternalmente a su sacrificio, consintiendo amorosamente a la inmolación de la víctima que Ella había engendrado» (LG 58).
Sin negar su sufrimiento, la actitud de la Virgen María no fue la de una madre que se duele ante la muerte de su hijo; fue la actitud de una madre, que aún en medio del dolor, se asocia, se une positivamente al sacrificio, no sólo porque la víctima inmolada era su propio Hijo, sino porque el amor la lleva a volver a dar su sí como lo dio el día de la Encarnación.
María es nuestra Madre porque ha cooperado decisivamente para nuestro nacimiento a la gracia, pero sobre todo, porque en la medida en que el Espíritu Santo nos inserta en Cristo, hermanándonos con Él, María nos ama como miembros que somos de su Cuerpo. Ella no puede dejar de amar con amor maternal a los que están hermanados con su Hijo por la gracia.
Esta realidad nos permite tener los mismos sentimientos que Cristo tenía hacia su Padre del cielo y hacia su Madre terrena. La maternidad de María no viene a oscurecer en nada la paternidad de Dios, sino que, más bien, llega a confirmarla, en la medida en que suscita en nosotros una confianza filial, clave para ser engendrados por Dios. Ella, con su delicadeza y su providencia maternal, prepara el camino de la mejor manera posible. La maternidad de María es así para nosotros un puro regalo de Dios.
La vida de María aquí en la tierra fue una vida empapada de Dios, haciéndose: canto de glorificación en el magníficatpetición confiada en las bodas de Caná y espera perseverante con la Iglesia en el cenáculo. Desde entonces hasta nuestros días es en todo tiempo intercesora para todos los miembros del Cuerpo místico de Cristo: «No dejó en el cielo su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos, por su continua intercesión, los dones de salvación. María hace que la Iglesia se sienta familia (Documento de Puebla 285,287) y hace que el Evangelio se haga más carne entre nosotros (Documento de Puebla 303). Por su amor maternal cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso la bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de abogadaauxiliadorasocorromediadora» (LG 62).
María en el cielo sigue siendo nuestra madre e intercede maternalmente por nosotros. La intercesión de María es una intervención maternal llena de delicadeza, de finura, de paciencia, de solicitud, de tacto de Madre, que con su intervención múltiple va implorando las gracias indispensables. Como Madre de Dios, su intercesión es poderosa; como Madre nuestra, su intercesión es segura. María, Madre de la Iglesia, ruega por nosotros.
***
La Iglesia es semejante en todo a María. Dio a luz a la cabeza de la Iglesia, y ésta  engendra constantemente hijos que forman el cuerpo místico de la cabeza. Engendra y da a luz sus hijos por medio de la predicación de la palabra y la administración de los sacramentos. La fuente bautismal es el fecundo seno materno del que constantemente brotan nuevos hijos. María concibe y da a luz en el Espíritu Santo; también la Iglesia concibe y da a luz en el  Espíritu Santo. María da a luz para una nueva creación, y la Iglesia da a luz a los nuevos  hombres.
Pero la relación entre María y la Iglesia va más allá del mero paralelo. Es una relación de  origen, pues los alumbramientos de la Iglesia están condicionados por el parto de María. Lo nacido de María vino al mundo como cabeza de una nueva humanidad. Su parto está  ordenado a los alumbramientos de la Iglesia, como la cabeza al cuerpo.
A la inversa, los partos de la Iglesia se reflejan en el de María, consuman en cierto sentido lo que comenzó por aquél. De esa manera, el parto de María y los de la Iglesia forman un todo único. María tiene en esto importancia fundamental.

PARA DISCERNIR

¿Mi relación con la Virgen María se limita a simple piedad?
¿Experimento su materna protección?
¿Me confío a su intercesión?

REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÍA

…Aquí tienes a tu hijo…

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

…”El título de «Madre de la Iglesia», aunque se ha atribuido tarde a María, expresa la relación materna de la Virgen con la Iglesia, tal como la ilustran ya algunos textos del Nuevo Testamento.
María, ya desde la Anunciación, está llamada a dar su consentimiento a la venida del reino mesiánico, que se cumplirá con la formación de la Iglesia.
María en Caná, al solicitar a su Hijo el ejercicio del poder mesiánico, da una contribución fundamental al arraigo de la fe en la primera comunidad de los discípulos y coopera a la instauración del reino de Dios, que tiene su «germen» e «inicio» en la Iglesia (cf. Lumen gentium, 5).
En el Calvario María, uniéndose al sacrificio de su Hijo, ofrece a la obra de la salvación su contribución materna, que asume la forma de un parto doloroso, el parto de la nueva humanidad.
Al dirigirse a María con las palabras «Mujer, ahí tienes a tu hijo», el Crucificado proclama su maternidad no sólo con respecto al apóstol Juan, sino también con respecto a todo discípulo. El mismo Evangelista, afirmando que Jesús debía morir «para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11, 52), indica en el nacimiento de la Iglesia el fruto del sacrificio redentor, al que María está maternalmente asociada”…
De la Catequesis de S.S. Juan Pablo II en la audiencia general de los miércoles
17 de septiembre de 1997

PARA REZAR

Oración a María Madre de la Iglesia

María, tus hijos llenos de gozo,
Te proclamamos por siempre bienaventurada
Tú aceptaste gozosa la invitación del Padre
para ser la Madre de su Hijo.
Con ello nos invitas a descubrir
la alegría del amor y la obediencia a Dios.
Tú que acompañaste hasta la cruz a tu Hijo,
danos fortaleza ante el dolor
y grandeza de corazón
para amar a quienes nos ofenden.
Tú al unirte a la oración de los discípulos,
esperando el Espíritu Santo,
te convertiste en modelo
de la Iglesia orante y misionera.
Desde tu asunción a los Cielos,
proteges los pasos de quienes peregrinan.
guíanos en la búsqueda
de la justicia, la paz y la fraternidad.
María gracias por tenerte como Madre. Amén.

El 21 de noviembre de 1964, al terminar la tercera sesión del Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI declaró a María Santísima “Madre de la Iglesia, esto es, de todo el pueblo cristiano, que la llama Madre amorosa”.
A partir de entonces, muchas iglesias particulares y familias religiosas empezaron a venerar a la Santísima Virgen con este título.

LECTIO DIVINA 

Aquí tienes a tu hijo. Aquí tienes a tu madre 

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     19, 25-27

Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo:
«Mujer, aquí tienes a tu hijo.»
Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre.»
Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Palabra del Señor. 

1.     LECTURA - ¿QUÉ DICE EL TEXTO BÍBLICO?

 ·   Guías para la lectura:
              
Nuestra mirada amorosa de hijos se dirige a la madre, que al pie de la Cruz, llora la muerte de su amado Hijo. Allí donde se cumplió la palabra profética del anciano Simeón: “Y a ti una espada te traspasará el alma” (Lucas 2,35).  El evangelio dice una espada, sin embargo la tradición popular ha visto siete espadas o siete momentos dolorosos en la vida de María, como un vía crucis personal de siete estaciones en el seguimiento de Jesús. 
La escena cumbre del sufrimiento de María es la que Juan describió al pie de la Cruz de Cristo y que hoy es proclamada en la liturgia: Juan 19,25-27. Junto al cuadro bíblico, también podemos apreciar hoy la representación que la historia del arte ha llamado la “pietá”, o representación de María que recibe en sus brazos y con un inmenso dolor, el cuerpo flácido y destrozado de su Hijo difunto.  En fin, hoy nos aproximamos respetuosa y amorosamente a este momento trascendental, expresión del “martirio” íntimo de la madre del crucificado. 
Estamos ante un momento espiritualmente denso, rico de contenido, con grandes lecciones para nosotros. Coloquémonos ahora, junto con María, al pie de la Cruz y contemplemos juntos la escena siguiendo el hilo de la Palabra en Juan 19,25-27. 
Junto a la Cruz…” (19,25a) 
En primer lugar ponemos la mirada en Jesús crucificado y no perdemos de vista que Él, está en  el centro de la escena. De su entrega en la cruz brota la vida, Él muere como el Cordero pascual que con su sangre redime al mundo.  
“…Estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena” (19,25b) 
En segundo lugar, bajando un poco la mirada, vemos que María, la Madre, no está separada del acontecimiento. Ella vive intensamente y de manera participativa la realidad de la redención que Jesús nos obtiene en Cruz. 
Jesús la hizo depositaria de sus dones de salvación, y vio en ella, la primera respuesta humana plena a su gesto de amor sin límites.  Para Jesús, la presencia de su mamá fue un tesoro inmenso en ese momento, porque vio cómo su entrega era recibida por aquella, que tenía el corazón preparado para recibir la total entrega de su amor. 
Leyendo ahora muy despacio, y en oración, las palabras de Jesús a la Madre y al Discípulo amado, escrutemos los valores del texto. 
En la Pasión, María recibe el don de una nueva maternidad: La Dolorosa es Nuestra Señora del Amor  
El último gesto de amor de Jesús, quien ha venido dándolo todo, es el don de su propia Madre. Esto se realiza en el bello diálogo en el que une a su madre y al discípulo amado como madre e hijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu madre” (19,26.27).

2.     MEDITACIÓN - ¿QUÉ  ME DICE EL TEXTO BÍBLICO?
  
·                       Preguntas para la meditación: 

Ø      ¿Por qué decimos que en la cruz María recibe el don de una nueva maternidad?
Ø      “En la pasión todos los dolores de los hijos están en el corazón de la Madre”. ¿Me dirijo a María con la seguridad del hijo que siente que su Madre lo comprende totalmente?
Ø      En mi vida he tenido grandes y pequeños sufrimientos. ¿Éstos me han ayudado a comprender el dolor ajeno? 

3.     ORACIÓN - ¿QUÉ LE DIGO A DIOS A PARTIR DEL TEXTO BÍBLICO?
                               
Pidámoslo con las palabras del “Stabat Mater”, ese bello himno que ha acompañado a la Iglesia en contemplación de la Dolorosa: 
 “Oh Madre, fuente de amor, haz que yo viva tu martirio, dame fuerza en el dolor, haz que yo llore tus lágrimas, haz que arda mi corazón en el amar a Cristo, para que viva más en Él que conmigo. Amén”. 

4.     CONTEMPLACIÓN - ¿CÓMO INTERIORIZO EL TEXTO BÍBLICO?
       
Situémonos también ante nuestra propia manera de asumir el dolor.
Sólo el amor de la Madre amorosa, creyente y fuerte que conoció como nadie el significado de la ofrenda sacrificial de Jesús, nos puede capacitar para recibir como don una nueva humanidad. 

5.     ACCIÓN - ¿CÓMO VOY A VIVIR EL TEXTO BÍBLICO?

·                        Preguntas para la acción: 

Ø      Cuándo me encuentro con una persona que sufre ¿qué hago?
·                   ¿La compadezco?
·                   ¿Le digo una buena palabra?
·                   ¿La ayudo y animo concretamente como lo hizo María? 

Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM
Padre Fidel Oñoro CJM


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