6 de abril de 2014

6 de abril de 2014 - DOMINGO V – Ciclo A

Yo soy la Resurrección y la Vida.

PRIMERA LECTURA
Lectura de la profecía de Ezequiel    37, 12-14

    Así habla el Señor:
    Yo voy a abrir las tumbas de ustedes, los haré salir de ellas, y los haré volver, pueblo mío, a la tierra de Israel. Y cuando abra sus tumbas y los haga salir de ellas, ustedes, mi pueblo, sabrán que yo soy el Señor.
    Yo pondré mi espíritu en ustedes, y vivirán; los estableceré de nuevo en su propio suelo, y así sabrán que yo, el Señor, lo he dicho y lo haré -oráculo del Señor-.
Palabra de Dios.

SALMO    
Sal 129, 1-2. 3-4. 5-6a y c y 7a. 7b-8 (R.: 7) 
R.    En el Señor se encuentra la misericordia y la redención en abundancia.

    Desde lo más profundo te invoco, Señor.
    ¡Señor, oye mi voz!
    Estén tus oídos atentos
    al clamor de mi plegaria. R.

    Si tienes en cuenta las culpas, Señor,
    ¿quién podrá subsistir?
    Pero en ti se encuentra el perdón,
    para que seas temido. R.

    Mi alma espera en el Señor,
    y yo confío en su palabra.
    Mi alma espera al Señor,
    Como el centinela espera la aurora,
    espere Israel al Señor. R.

    Porque en él se encuentra la misericordia
    y la redención en abundancia:
    él redimirá a Israel
    de todos sus pecados. R.

SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de Roma    8, 8-11

    Hermanos:
    Los que viven de acuerdo con la carne no pueden agradar a Dios. Pero ustedes no están animados por la carne sino por el espíritu, dado que el Espíritu de Dios habita en ustedes.
    El que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo. Pero si Cristo vive en ustedes, aunque el cuerpo esté sometido a la muerte a causa del pecado, el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes. 
Palabra de Dios.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Juan    11, 1- 45

    Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas, está enfermo.»
    Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
    Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea.»
    Los discípulos le dijeron: «Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y quieres volver allá?»
    Jesús les respondió: « ¿Acaso no son doce la horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él.»
    Después agregó: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo.»
    Sus discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, se curará.» Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte.
    Entonces les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo.»
    Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él.»
    Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días.
    Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dio a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas.»
    Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»
    Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
    Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»
    Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo.»
    Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama.» Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.»
    Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: « ¿Dónde lo pusieron?»
    Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás.»
    Y Jesús lloró.
    Los judíos dijeron: « ¡Cómo lo amaba!»
    Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?»
    Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: «Quiten la piedra.»
    Marta, la hermana del difunto, le respondió: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto.»
    Jesús le dijo: « ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?»
    Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»
    Después de decir esto, gritó con voz fuerte: « ¡Lázaro, ven afuera!»
    El muerto salió con los pies y las manos atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.
    Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar.»
    Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él. 
Palabra del Señor.

PARA REFLEXIONAR

Los hombres no queremos sufrir por eso intentamos evitar, como sea, el dolor, la desgracia y la destrucción inevitable a la que estamos sujetos. Sin embargo, sabemos que en el fondo de nuestro ser está latente siempre la pregunta más seria y difícil de responder: ¿Qué va a ser de todos y cada uno de nosotros? Cualquiera que sea nuestra ideología, nuestra fe o postura ante la vida, el verdadero problema al que estamos enfrentados todos es nuestro futuro. ¿Qué final nos espera?
Tememos la muerte. Huímos de la muerte. No sólo por ella, y por sus dolores y por la disolución progresiva del cuerpo sino por lo que ella significa de negación de la existencia, de separación a fondo, de fin de la vida. Ante la muerte, es precisamente donde aparece con más claridad «la verdad» de la civilización contemporánea que, curiosamente, no sabe qué hacer con ella. Ante este desconcierto no hace más que ocultarla asépticamente y eludir al máximo su trágico desafío.
“El máximo tormento del hombre es el temor de la desaparición perpetua. La semilla de eternidad que en sí lleva, como es irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte” (GS 18). El hombre no quiere morir. Porque ha sido creado por Dios, no para morir, sino para vivir.

Los ejércitos de Babilonia han ocupado Israel, y han deportado a sus habitantes muy lejos de su patria. Y allá, en los suburbios de la capital del imperio invasor, viven añorando poder volver a su tierra. Y allá les habla el profeta. Su situación de exiliados es como estar en un sepulcro, es como haber muerto. Pero Dios, dice el profeta, no quiere que continúen en esa situación y los hará volver a la tierra. Esto será como salir del sepulcro, como recobrar la vida.
Una vez más, el apóstol Pablo, es el que nos dice: «Si el Espíritu del que resucita a Jesús habita en vosotros, ese mismo Espíritu dará vida a vuestros cuerpos mortales por el mismo Espíritu que habita en vosotros.» Pablo no piensa ahora en el futuro, cuando seamos llevados al cementerio. Nos urge a vivir ya como seres vivientes. Si Adán, el hombre terrestre, vivió con el espíritu que Dios le infundiera en su cuerpo, ahora los cristianos debemos vivir con el Espíritu de Cristo.
Betania se encontraba a “unos tres kilómetros” de Jerusalén. Etimológicamente significa “casa del dolor” y “casa de ruego”, entre otros. Jesús debió pasar por Betania y comunicar sus planes a los tres hermanos. Por eso pueden avisarle en seguida y con toda seguridad. La noticia incluye una súplica discreta de ayuda. Apelando al afecto que los une, le dan a entender que lo esperan llenas de confianza para que venga a curarlo.
Jesús asegura que la enfermedad de su amigo Lázaro no acabará en la muerte, por eso no parte para Betania hasta el tercer día. Su retraso es deliberado; deja que el hecho de la muerte se consume. No ha venido a alterar el ciclo normal de la vida física liberando al hombre de la muerte biológica, sino a dar a ésta un nuevo sentido.
La resurrección de Lázaro es el último signo de Jesús antes de su pasión. Sus signos comenzaron con cosas materiales con la transformación del agua en vino en las bodas de Caná, luego se ha ocupado de la enfermedad, del hambre; camina sobre el mar como símbolo de su poder sobre el mal y finalmente derrota a la muerte en su mismo terreno. El que va al encuentro de la muerte, quiere ponerse delante la muerte cara a cara.
Cuando llegaron a Betania Marta sale a su encuentro con pena, con un aire de reproche. Jesús le asegura que su hermano resucitará. Marta interpreta la resurrección de Jesús como una alusión a la resurrección de los muertos que sucederá al fin de los tiempos en la que creían los judíos, con excepción de los saduceos.
Jesús le responde con las palabras cumbres de este relato: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. Por eso deja expresamente morir a Lázaro, a pesar de los ruegos de Marta y María.
Jesús se conmueve y llora por la muerte de su amigo. Sin embargo lo resucita para manifestar la gloria de Dios. Si Marta cree, verá esta gloria de Dios. Su poder sobre la muerte es parte de su misión, pero no será un «pleno poder» hasta que, exhalando el Espíritu Santo hacia Dios y hacia la Iglesia, muera en la cruz.

El concepto de “vida” es una de las ideas claves del evangelio de Juan. El término “vida” y la expresión “vida eterna” no la refiere Jesús a la resurrección del último día. Jesús se identifica con “la resurrección y la vida”. No es necesario esperar hasta el “último día” para poseer la vida eterna, como pensaba Marta.
Jesús no viene a prolongar la vida física, viene a comunicar la vida que él mismo posee. Una vida que anula la muerte definitiva en el hombre que la recibe. Una vida que es Él mismo y que comunica a los que lo siguen, y que sólo se consigue en plenitud en el futuro. Una vida que requiere el nuevo nacimiento del agua y del Espíritu, y que no depende de la vida biológica. Sin Jesús la muerte es la destrucción del hombre, el fin de su existencia; para los que creen en Él, sólo un paso.
Creer en Jesús significa aceptar su forma de vida como único criterio de la propia vida. El que lo va forjando, se va transformando desde dentro en un hombre nuevo. Es la salvación que Jesús nos trae y que solamente podemos ir alcanzando imitando su vida. En esta redención es toda la vida del hombre la que debe estar comprometida. El paso de la muerte a la vida definitiva se va realizando a través de toda la vida, “escuchando” a Jesús y realizando lo escuchado.
Después de la muerte física el discípulo recibirá, como don del Padre, toda esa vida que ha ido atesorando día a día. La resurrección de Jesús comenzó en Belén viviendo como uno de tantos; continuó en Nazaret en su vida de profeta itinerante entregado por el bien de los hermanos. Su resurrección fue don del Padre, y es consecuencia de todo lo que había ido avivando desde su nacimiento. La “resurrección” y la “vida eterna, Jesús las otorga a los que creen en Él ya desde ahora.
La muerte física para el discípulo, por la que pasará irremediablemente, no será ya una interrupción de la vida, sino únicamente una necesidad biológica. La resurrección de Lázaro será un anticipo del don de vida destinado a todo el que cree.
La fe en la resurrección no es la creencia de una vida como ésta prolongada indefinidamenteTampoco es sólo una fe en la “otra vida”, en otra vida que no tuviera que ver en absoluto con la existencia actual en este mundo.
Creer que Jesús es “la resurrección y la vida” es estar convencidos de que Él puede resucitar en nosotros todo lo que está dormido o muerto: la ilusión en el trabajo por la justicia y la libertad, por la fe y el amor, por la fraternidad universal. Por eso es una fe activa y en lucha contra lo que se opone a la vida y a la abundancia de la vida para todos. Por eso es una fe y una esperanza empeñada en la transformación profunda de esta tierra para que en ella habite la justicia y se manifieste la gloria de Dios.
Nuestra fe en Jesús está en relación con la fuerza que empuja nuestra vida. Jesús es para nosotros aquel que puede llenarnos de vida verdadera, aquel que puede despertar dentro de nosotros todo lo que está muerto y convertirlo para siempre en salvación, en esperanza, en renovación.
Los discípulos resucitados por Cristo, tenemos que continuar su misión vivificadora. La vida y la muerte están permanentemente en lucha. Nosotros estamos en este combate como defensores de la vida a todos los niveles.
Defender la vida exige no sólo combatir todo lo que lleva a la muerte, sino ser creadores de la vida, profetas de la vida, testigos de otra vida mejor. En la medida en que vivimos en el amor, optamos definitivamente por la verdad, la libertad y la justicia, nos dejamos conducir por el Espíritu, y encarnamos las Bienaventuranzas, estamos proclamando que hay otra vida, distinta de la que se vive, que hay más vida.
Las resurrecciones de Lázaro y de Jesús son como el signo anticipado de eso a lo que todos debemos aspirar: vivir aquí y ahora con la nueva vida del Espíritu.
Por la presencia de Jesús y por nuestro contacto con El ¡podemos volver a la vida! Lo que le ha pasado a Lázaro es el cumplimiento de la promesa de Ezequiel, se ha infundido el Espíritu, se ha vuelto a la tierra.

PARA DISCERNIR

¿Cuáles son los sepulcros donde se encuentra oculta la vida que hay en mí?
¿Qué tiene que resucitar Cristo en mi vida?
¿Qué cosas me dan muerte aún en vida?

REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DIA

“Tu Palabra me da vida”

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

…La fe, siempre la fe. El Maestro la pide, la busca, ordena las circunstancias para que nazca y se desarrolle en las almas. Si permite la muerte del amigo, no es porque no se apiade de la tristeza y el dolor de Marta y María –le veremos pronto llorar-, sino porque es necesario un milagro, un gran milagro, para consolidar la fe de los apóstoles antes de la pasión, ya cercana, que el odio que surge en los judíos por la resonancia de la resurrección de Lázaro va a precipitar. Esta muerte es para la fe.
Tened confianza, hermanos, cuando vuestras oraciones parece que no son escuchadas. No penséis que no han tocado el corazón de Jesús. Si aparentemente han caído en el vacío, no es que él no vea nuestras lágrimas. Con una mirada certera y sin distracciones, él va siguiendo todos los avances del mal. Si no viene en el momento esperado, quiere decir que todavía no ha llegado su hora. Reserva su acción para una conversión que engrandezca y manifieste más la gloria de Dios, que haga nuestra fe más firme y perseverante. ¡Confianza!
El sabe elegir su momento y, cuando llega este momento, dice: “Ahora vamos a su casa” (in 11,7). Avisada de la llegada del Mesías, Marta sale a su encuentro y dice: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano” (v. 21). El le responde con una promesa que supera toda esperanza y parece desconcertar su fe: “Tu hermano resucitará” (v. 23). Jesús, queriendo que surja y resplandezca la fe y la confianza deseada, descorre el velo que oculta el íntimo secreto de su alma: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (w. 25s). La fe de Marta se sublima; sobrepasa lo creado, llega a lo invisible y acoge la llama del amor del Salvador allí donde nace, para dispersarse por el mundo: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (v. 27)… 
Cardenal Saliége, Escritos espirituales, París 1960, 135s.

PARA REFLEXIONAR

Yo abriré sus sepulcros, pueblo mío,
que no puedo soportar sus tristezas;
yo bajaré a los infiernos de la angustia
y lloraré con ustedes sus penas,
y sembraré de alegría sus vidas
que serán para siempre pura fiesta.
Y no puedo tolerar, amigos míos,
que arrastren por más tiempo las cadenas
que los convierten en esclavos miserables.
Los libraré, los llevaré a la tierra
prometida, la tierra de la paz,
la tierra de la felicidad entera.
Yo mismo abriré, pueblo mío, los sepulcros
del miedo, el desencanto y las tinieblas;
clavaré mi bandera victoriosa
en la oscuridad de la conciencia,
y les regalaré hasta un lucero vivo
que los alegre y cure la ceguera.
Yo abriré los sepulcros de los odios
que miserablemente los pudren y los entierran;
les daré un corazón nuevo, como el mío,
en el que el amor y la amistad florezcan.
Abriré, pueblo mío, todos los sepulcros,
porque soy Resurrección y Vida plena;
lucharé cuerpo a cuerpo con la muerte,
aunque tenga que morir en la pelea;
pero les juro que ustedes vivirán
y llenaré de mi Espíritu la tierra.

LECTIO DIVINA 

Yo soy la resurrección y la vida
   
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     11, 1-45 

Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo.
Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas, está enfermo.»
Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea.»
Los discípulos le dijeron: «Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y quieres volver allá?»
Jesús les respondió: «¿Acaso no son doce la horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él.»
Después agregó: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo.»
Sus discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, se curará.» Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte.
Entonces les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo.»
Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él.»
Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días.
Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dio a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas.»
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»
Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»
Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo.»
Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama.» Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó adonde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.»
Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: «¿Dónde lo pusieron?»
Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás.»
Y Jesús lloró.
Los judíos dijeron: «¡Cómo lo amaba!»
Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?»
Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: «Quiten la piedra.»
Marta, la hermana del difunto, le respondió: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto.»
Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo:
«Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»
Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!»
El muerto salió con los pies y las manos atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.
Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar.»
Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en Él.
Palabra del Señor.

1.   LECTURA - ¿QUÉ DICE EL TEXTO BÍBLICO?

 ·   Guías para la lectura:                 

En el primer párrafo del relato sobre Lázaro y sus hermanas menciona a los tres por primera vez, pero cita a las hermanas, María y Marta, como si fueran gente conocida por los lectores. Esto a pesar de que el suceso del derramamiento de perfume hecho por María, recién lo relata Juan en el capítulo 12.  
Aunque, por la espectacularidad y profundo significado del milagro, es imprescindible hablar de este suceso como “la resurrección de Lázaro”, Juan presta mucha atención a los intercambios entre Jesús y las hermanas.  Incluso, el significado del evento no sale de sí mismo, sino de las conversaciones entre Jesús y, especialmente Marta (vs.21-27 y 39-40). Es por eso, que la primera mención de las hermanas a modo de introducción al relato, concuerda con el enfoque que va a atravesar el hilo narrativo. 
Las noticias que recibe Jesús por parte de María y Marta sobre la grave enfermedad de su amigo amado (vs.3), inmediatamente son interpretadas por el Señor como una oportunidad a fin de manifestar la gloria de Dios y la suya (vs. 4). Es más, la deliberada tardanza de dos días en atender el pedido urgente de socorrer a Lázaro (vs.6), recibe repuesta cronológica en el vs. 17, circunstancia que se repite en el vs. 39 en donde se resalta que han pasado cuatro días de la muerte de Lázaro.  El propósito de esa incomprendida dilación es adelantado a los discípulos antes de partir en el vs. 15 “…a fin de que crean”. 
La discusión con sus discípulos (vs. 7-16) se centra en el conocimiento que ellos ya tenían de que ir a Judea era una actitud imprudente con riesgo real de muerte “Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte ¿y quieres volver allá?” (vs.8). Tratan primero de evitar el viaje minimizando la gravedad de la salud de Lázaro “…si duerme, se curará” (vs.12). Pero cuando se dan cuenta que la decisión de Jesús es definitiva “…Vayamos a verlo” (vs.15),  e incomprensible ante lo irremediable “Lázaro ha muerto” (vs.14), Tomás se toma el atrevimiento de hacer una ironía de mal gusto pero que bien refleja el estado de ánimo de los discípulos “Vayamos también nosotros a morir con él”. (vs16). 
El primer hecho saliente luego del viaje de tres kilómetros, lo provoca el encuentro con Marta (vs.17-27). El mismo se da fuera de la aldea, al igual que el que Jesús tiene con María (vs. 30), lo que refleja el cuidado pastoral personal que el Señor tiene por los deudos del difunto, que a su vez son sus amigas. El sepulcro de Lázaro (una cueva tan amplia a la que se podía entrar y salir caminando) demuestra que la familia era rica. Lo mismo indica el perfume que tenía Marta (12.3). Entonces, parece que Lázaro y sus hermanas constituían un hogar pudiente, conocido por los líderes de Jerusalén. Por eso muchos de ellos llegaron para consolar a las hermanas. Esta posibilidad también aumenta la importancia del milagro por la gente importante que serán los testigos de la resurrección.  Siguiendo con el diálogo mantenido entre Jesús y Marta, en donde ésta realiza un probable reclamo (vs.21) seguido por una declaración de fe (vs.22) que no tiene cabal idea de lo que está por acontecer (vs.23 y 24) provoca dos declaraciones centrales en la teología soteriológica y misionológica juanina. Primero en boca de Jesús: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera vivirá” (vs.25) y luego en boca de Marta “Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo” (vs.27) 
El encuentro con María, tiene similitudes y diferencias con el anterior (vs. 28-40). María realiza un similar lamento por la ausencia de Jesús en los días agonizantes de Lázaro “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Es en este encuentro en donde encontramos el versículo más breve de la Biblia, pero a su vez el más profundo y significativo en el conocimiento del corazón de Jesús: “Jesús lloró” (vs.35). ¿Por quién lloró? ¿Por Lázaro? Seguramente no, porque sabía de su inmediata resurrección. ¡Lloró en solidaridad con el llanto de sus amigas y su familia! Aun habiendo declarado su extraordinario poder sobre la muerte (vs. 25), Jesús no ignora la tragedia que significa cuando ésta golpea la puerta de sus hermanos  y los acompaña con sus propias lágrimas. ¡Qué consuelo enorme para todos nosotros, en momentos de duelo personal!  
Los sucesos se desencadenan rápidamente entre los versículos 41 al 45. Juan relata la resurrección de Lázaro con una sencillez impresionante. En el momento de levantar a Lázaro de entre los muertos, Jesús oró. Pero fue una oración un poco extraña, ya que la segunda (y más amplia) parte (vs.42) parece ser un comentario sobre la primera parte (vs.41). El propósito del milagro se perdería si no se lo identificara con el de ser un signo de que Jesús había venido del Padre (11.42) y que nuevamente tiene importancia directa con el objetivo narrativo de Juan en la utilización de estos signos (20.31-32). 
La potente voz de Jesús que Juan describe en forma de grito “¡Lázaro, ven afuera!” son una acabada muestra de la autoridad del Señor sobre los poderes de la muerte. San Agustín decía que si Jesús no hubiera acotado su llamado al nombre de Lázaro, con la potencia de su voz, todos los muertos del poblado hubieran salido de sus sepulturas. 
El rol de los espectadores fue relativamente activo, tuvieron que correr la piedra (vs.41) y quitarle las vendas (vs.44).  Los efectos sobre éstos fueron trascendentes “Al ver lo que hizo Jesús, muchos…creyeron en él” (vs.45).

2.   MEDITACIÓN - ¿QUÉ ME DICE EL TEXTO BÍBLICO?
  
·                       Preguntas para la meditación: 

Ø     ¿Qué significado puede tener el uso de los tiempos que hace el Señor en su soberana voluntad frente a nuestras urgencias?
Ø     ¿Con quién o quiénes me identifico más en el relato? ¿Con Tomás, María o Marta?
Ø     ¿Qué me dicen sobre el carácter de Jesús las emociones de conmoción, turbación y llanto resaltadas por Juan?  

3.   ORACIÓN - ¿QUÉ LE DIGO A DIOS A PARTIR DEL TEXTO BÍBLICO?

Señor, Tú que eres la Resurrección y la Vida, aumenta mi fe para que pueda afrontar con templanza los momentos de duelo y en un futuro mi propia partida. 
Señor, te alabo porque Tú eres el primero en “llorar con el que llora” y dar consuelo personal y pastoral a los que están viviendo momentos de duelo y aflicción.

4.  CONTEMPLACIÓN - ¿CÓMO INTERIORIZO EL TEXTO BÍBLICO?
   
Me “introduzco” en toda la escena, meditando sobre la sorpresa y miedo de los discípulos, las tristezas y preguntas de María y Marta, la paz de las palabras de Jesús y el asombro por su voz portentosa llena de esperanza y vida. 

5.   ACCIÓN - ¿CÓMO VOY A VIVIR EL TEXTO BÍBLICO?

·                        Preguntas para la acción: 

Ø     ¿Cómo voy a entender la soberanía de Dios ante los sucesos dolorosos de la vida, a la luz del manejo de los tiempos que hace Jesús?
Ø     ¿Cómo voy a vivir hoy teniendo estas promesas de esperanza para mañana?

Ø     ¿Con qué persona cercana que ha sufrido una pérdida cercana voy a compartir lo que el Señor me recordó en este día?

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