Que sus nombres estén escritos en el cielo
PRIMERA LECTURA
Lectura
del libro de Job 42, 1-3. 5-6. 12-17
Job
respondió al Señor, diciendo:
Yo
sé que tú lo puedes todo y que ningún proyecto es irrealizable para ti. Sí, yo
hablaba sin entender, de maravillas que me sobrepasan y que ignoro. Yo te
conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos. Por eso me retracto, y
me arrepiento en el polvo y la ceniza.
El
Señor bendijo los últimos años de Job mucho más que los primeros. El llegó a
poseer catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil asnas.
Tuvo además siete hijos y tres hijas. A la primera la llamó «Paloma», a la segunda
«Canela», y a la tercera «Sombra para los párpados.» En todo el país no había
mujeres tan hermosas como las hijas de Job. Y su padre les dio una parte de
herencia entre sus hermanos.
Después
de esto, Job vivió todavía ciento cuarenta años, y vio a sus hijos y a los
hijos de sus hijos, hasta la cuarta generación. Job murió muy anciano y colmado
de días.
Palabra
de Dios.
SALMO
Sal
118, 66. 71. 75. 91. 125. 130 (R.: 135a)
R. Señor,
que brille sobre mí la luz de tu rostro.
Enséñame
la discreción y la sabiduría,
porque
confío en tus mandamientos. R.
Me
hizo bien sufrir la humillación,
porque
así aprendí tus preceptos. R.
Yo
sé que tus juicios son justos, Señor,
y
que me has humillado con razón. R.
Todo
subsiste hasta hoy conforme a tus decretos,
porque
todas las cosas te están sometidas. R.
Yo
soy tu servidor: instrúyeme,
y
así conoceré tus prescripciones. R.
La
explicación de tu palabra ilumina
y
da inteligencia al ignorante. R.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 10, 17-24
Los
setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios
se nos someten en tu Nombre.»
El
les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder
para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del
enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los
espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos
en el cielo.»
En
aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y
dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado
estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños.
Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y
nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre,
sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
Después,
volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: « ¡Felices los
ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes
quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no
lo oyeron!»
Palabra
del Señor.
PARA REFLEXIONAR
Después
de las turbulencias de todo el libro, Job reconoce la grandeza de
Dios y se muestra dispuesto a aceptar sus designios, y acaba con un
poético final feliz. El Dios de Job es misterioso y desconcertante. Según
el autor del libro, el hombre, no es capaz de tener de Dios un conocimiento que
le permita saber siempre, qué significa un suceso de los que ocurren en el
mundo.
No
se puede abandonar a Dios en nombre de una justicia mejor para el hombre. La
justicia de Dios se manifiesta a veces de una manera que supera al hombre,
al igual que la creación escapa a su comprensión.
Job
confiesa también que todo lo vivido lo ha hecho madurar, y
reconoce que, anteriormente, su encuentro con Dios había sido defectuoso, que
lo conocía sólo de oídas, y ahora lo han visto sus ojos. Si bien el problema
del mal no ha recibido, en el libro de Job, una respuesta
filosóficamente convincente, pero lo ha ayudado a crecer. El
sufrimiento le ha puesto entre la espada y la pared y lo ha obligado, a
plantearse unas cuestiones y a llegar a un encuentro vital con Dios.
Aunque
Dios bendice a Job con bienes, incluso superiores a los que tenía al principio,
la conclusión del libro de Job es que también el hombre justo puede
sufrir en esta vida, y tal vez más que los otros. Pero ni el
sufrimiento es un castigo, ni Dios se complace en ver sufrir.
***
Los
que habían sido enviados vuelven de la misión y se toman un tiempo
para contarle al Maestro lo que han vivido. Este encuentro es el punto de
partida para nuevas lecciones de Jesús para los misioneros. Los setenta
y dos regresan alegres por el éxito de su trabajo: la victoria sobre el mal
lograda por la invocación del nombre de Jesús. Experimentan la grandeza
del ser discípulos de Jesús, que les ha dado poder sobre todo “poder
enemigo”.
Pero
Jesús no se queda en la acción, sino que los invita a levantar sus
miradas hacia lo alto y alaba a Dios Padre, por la obra realizada
por sus discípulos. Jesús se goza en la acción de gracias porque la
revelación de Dios, ha llegado a los pequeños y han tenido acceso al corazón
de un Padre que se desvela por sus hijos más pequeños y los ama a través
de las acciones de su Hijo. Sin embargo la verdadera victoria, no es sólo la
obra que han realizado por la salvación de otros sino la misma salvación
de ellos.
Como
Iglesia evangelizadora no podemos olvidar que evangelizamos y nos
evangelizamos, que siempre somos discípulos, que lo que
anunciamos debe ir en coherencia con lo que vivimos, que lo que
proclamamos es lo que nos esforzamos en creer, que lo que damos es
la expresión de lo que llevamos dentro.
La
Iglesia es dichosa por la obra que se le encomienda pero sobre todo porque
la Palabra de gracia sigue resonando en su interior y la invita a renovarse
constantemente.
Hoy
más que nunca, nuestro testimonio de vida es condición esencial para
la eficacia de la misión. Debemos hacernos responsables del
Evangelio que proclamamos.
Es
necesario que nuestro esfuerzo evangelizador brote de una verdadera
santidad de vida y que el anuncio, animado con la oración y el amor a la
Eucaristía, vaya santificándonos. El mundo exige y espera de
nosotros: sencillez de vida, espíritu de oración, caridad para
con todos y especialmente con los pequeños y los pobres, humildad, generosidad
y alegre renuncia. Sólo es creíble para el mundo de hoy un Evangelio encarnado.
PARA DISCERNIR
¿Experimento
mi vida como misión?
¿Me
alegro de que la buena noticia llegue a los hombres?
¿Dónde
está mi felicidad como evangelizador?
REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÍA
…Te
alabo Padre…
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
«En aquel momento, Jesús se llenó de alegría»
…”Por
su misma esencia, el gozo cristiano es la participación espiritual en el gozo
insondable, conjuntamente divino y humano, que está en el corazón de Jesucristo
glorificado…Contemplémosle a lo largo de su vida terrestre; en su humanidad
hizo experiencia de nuestros gozos. Jesús, manifiestamente ha conocido,
apreciado, celebrado toda una gama de gozos humanos, de estos gozos simples y
cotidianos, al alcance de todos. La profundidad de su vida interior no ha debilitado
lo concreto de su mirada, ni su sensibilidad. Admira los pájaros y los lirios
del campo. De buenas a primeras une en su mirar, la mirada de Dios sobre la
creación al amanecer de la historia. Gustosamente exalta el gozo del sembrador
y del segador, el del hombre que encuentra un tesoro escondido, el del pastor
que recupera su oveja o el de la mujer que encuentra la moneda perdida, el gozo
de los invitados a la fiesta, el gozo de las bodas. El del padre que acoge a su
hijo el regresar de una vida de pródigo y el de la mujer que acaba de dar a luz
a un hijo.
Estos
gozos humanos tienen para Jesús tanta consistencia que para él son signos de
los gozos espirituales del Reino de Dios: gozo de los hombres que entran en
este Reino, que vuelven a él o trabajan en él, gozo del Padre que los acoge.
Por su parte, Jesús mismo manifiesta su satisfacción y su ternura cuando
encuentra a unos niños que desean acercársele, a un hombre rico, fiel y
preocupado de hacer todo de su parte, amigos que le abren la puerta de su casa
como Marta, María, Lázaro. Su dicha se encuentra sobre todo al ver acogida la
Palabra, liberados los posesos, convertirse a una mujer pecadora o un publicano
como Zaqueo, una viuda que coge de su propia indigencia para dar. Exulta
igualmente de gozo cuando constata que la revelación del Reino, que permanece
escondida a los sabios y entendidos, se da a los más pequeños. Sí, puesto que
Cristo vivió nuestra condición humana y fue «probado en todo igual que
nosotros, excepto en el pecado» (Heb 4,15) acogió y experimentó los gozos
afectivos y espirituales como un don de Dios. Y no cesó en su empeño hasta que
no hubo «anunciado a los pobres la Buena Noticia, y a los afligidos el gozo»
(cfr. Lc 4,10)”…
Pablo VI, papa de 1963-1978
Exhortación apostólica sobre el gozo cristiano «Gaudete in Domino»
PARA REZAR
Señor
ayúdame a anunciar a todos tu evangelio.
Que no me cierre a nadie,
Que no me cierre a nadie,
y
mire especialmente a los que más te necesitan.
Quiero caminar con ojos abiertos, pie firme
Quiero caminar con ojos abiertos, pie firme
y
con el corazón en la mano,
mostrando
mi fe, sin miedo ni vergüenza,
simplemente, viviéndola.
Llevando la Buena Noticia a la humanidad,
simplemente, viviéndola.
Llevando la Buena Noticia a la humanidad,
construyendo
una Iglesia unida, justa y fraternal.
Que pueda vivir cada día, aún a costa mía,
Que pueda vivir cada día, aún a costa mía,
la
radicalidad del Evangelio,
para
no desfigurar el mensaje de salvación
que
los hombres merecen encontrar. Amén
PARA PROFUNDIZAR UN POCO
MÁS
4 de octubre - SAN
FRANCISCO DE ASÍS (+ 1226)
Nacido
en Asís entre 1181 y 1182, tuvo la fortuna de poseer una madre piadosa, Madonna
Pica, de la que recibió una honda educación cristiana. Su padre, Pedro
Bernardone, era un rico mercader en telas. De carácter jovial, altruista,
soñador, caballeresco, Francisco amaba la vida y se entregó a ella. Por eso lo
encontramos constituido en jefe de la juventud, en organizador y alma de todas
las fiestas juveniles. Este carácter alegre, jovial, desprendido, volverá a
manifestarse con mucha frecuencia a lo largo de su vida. En medio de sus
enfermedades cantaba. A sus frailes los quería ver siempre alegres, con esa
sana y honda alegría que nace del saber que se tiene a Dios. En medio de su
pobreza daba cuanto tenía a otro, tal vez menos pobre que él. A su Orden le imprimió
ese sello característico de alegría y de pobreza que se ha hecho proverbial.
Pero de una pobreza que, cuando no tiene que dar, se da a sí misma de una
manera alegre por amor de Dios.
A
los veinte años le sobrevino una crisis. En su ciudad natal se declararon la
guerra, nobles y plebeyos. Aquellos aliados con la vecina ciudad de Perusa
vendieron a éstos y Francisco, que había luchado en las filas de los humildes
tuvo que soportar en Perusa un año de prisión. Al poco tiempo de verse libre,
en 1203, se apoderó de él una fiebre gravísima. Durante la convalecencia se
percata, con gran sorpresa suya, de que las fiestas juveniles ya no le llenaban
el alma, y entonces, sediento de aventuras, en 1205 emprendió viaje hacia el
sur de Italia para luchar contra el Imperio al lado de las fuerzas de Inocencio
III. Inesperadamente, desde Spoleto, regresa a Asís cuando apenas había hecho
otra cosa que iniciar el viaje. Es que la mano de Dios había comenzado a
trabajarlo de una manera definitiva. Poco a poco va perdiendo el gusto por las
diversiones bulliciosas. Poco a poco se va dando cuenta de que algo quiere Dios
de él. ¿Qué será?
Años
cruciales y difíciles fueron para Francisco los transcurridos entre 1205 y
1208. Abandonado de sus amigos, distanciado de su mismo padre, a quien en
presencia del obispo de Asís le entregó hasta los vestidos que llevaba puestos,
inició amistad con los pobres y con los leprosos. Su carácter dinámico y
resuelto le impulsó a restaurar tres ruinosas ermitas de Asís una vez que en la
de San Damián le pareció oír del crucifijo la voz de que restaurase su casa. El
nuevo comportamiento del joven no podía menos de parecer absurdo a quienes lo
habían conocido antes. Pero lo grave para Francisco no era tanto el hecho de
que sus conciudadanos comenzasen a mirarlo como un lastimoso enajenado, cuanto
la angustiosa incertidumbre en que vivía respecto de la voluntad de Dios.
Después
de tan larga crisis, el 24 de febrero de 1208 le vino la luz repentinamente. Al
oír las palabras del Evangelio en que Jesucristo enviaba a sus apóstoles por el
mundo a hacer bien a todos, desprovistos de todo y expuestos a cualquier trato
que quisieran darles, Francisco, súbitamente iluminado por Dios, comprendió que
esto mismo era lo que el Señor pedía de él. A su característico dinamismo le
faltó tiempo para llevar a la práctica el programa evangélico. No importaba que
sus conciudadanos se mofasen de él. Descalzo, vestido de túnica y capuchón
aldeanos, y ceñido con una cuerda, apareció por las calles de Asís predicando,
con el entusiasmo y vigor que le eran propios, la paz, la pobreza y la caridad
cristianas.
Si
una obra es de Dios, tarde o temprano termina por triunfar. Francisco
experimentó muy pronto que la suya era obra divina. Mientras la mayor parte de
los habitantes de Asís esperaban que el nuevo apóstol fracasase en su empeño, a
los dos meses de su decisión se le comenzaron a unir hombres tan sensatos y
respetados en la ciudad como el rico y sesudo Bernardo de Quintaval, el pobre
pero honrado Gil de Asís y el noble e ilustrado canónigo de la catedral Pedro
Cattani. Incomprensiblemente a los ojos de los prudentes del mundo, estos
hombres abandonaron la sabiduría y riqueza humanas para, al igual que
Francisco, dedicarse a predicar a los demás el Evangelio viviéndolo ellos
personalmente de la manera más radical.
Cuando
a estos tres discípulos de la primera hora se le sumaron otros ocho, el Santo
experimentó la necesidad de trazar para los doce un único programa de vida.
Recopiló con este fin varios textos del Evangelio, aquellos precisamente que
hablan de la renuncia a todo y del seguimiento decidido de Jesucristo, y con
sus discípulos se presentó a Inocencio III para que le aprobase el nuevo modo
de vida. La iniciativa de someter previamente al Papa la breve regla de una naciente
Orden religiosa era inusitada entonces. Pero más llamativo que este gesto
original de Francisco era el contenido de la regla misma. Nadie, ni incluso
Inocencio III, creían posible vivir como Francisco y sus compañeros se
proponían. ¿Es que entonces, objetaba el Santo, era imposible vivir el
Evangelio? El Papa comprendió que Francisco tenía razón y aprobó verbalmente su
programa de vida. Era el año 1209. El año del nacimiento de la Orden
franciscana.
Constituido
en padre de una familia religiosa, San Francisco en adelante ya no es sólo él,
sino también sus hijos. Pero ni él ni sus hijos se pueden comprender si las
cualidades humanas del padre las seccionamos del elemento divino que comenzó a
intervenir a raíz de su crisis.
La
gracia no cambia la naturaleza. A sus veintiséis o veintisiete años, Francisco
seguía conservando su espíritu idealista y caballeresco de años atrás. Se trata
de aquel espíritu caballeresco de la Edad Media que lo arriesgaba todo por el
honor o por la gloria de depositar los laureles a los pies de la amada, y que
Francisco no pudo saciar cuando, de camino hacia el sur de Italia para
participar en la guerra, la gracia divina le hizo regresar a Asís. Esta misma
gracia es la que ahora, apoderándose de su espíritu caballeresco inicialmente
contrariado, lo proyectó hacia nuevos ideales. Francisco y sus compañeros se
convirtieron en caballeros andantes del Evangelio, porque sin un quijotismo
espiritual como el suyo, a nadie se le hubiera ocurrido lanzarse a la conquista
de las almas desprovistos de todo, renunciando a todo, descalzos, burdamente
vestidos, dependiendo de la benévola caridad de los demás.
Sorprendentemente,
este género de vida obtuvo un éxito que nadie hubiera podido pronosticar. La
Iglesia necesitaba entonces de reforma y todos anhelaban un cristianismo más
impregnado de Evangelio, sobre todo en el aspecto de la pobreza. Este ambiente
dio origen a una verdadera pululación de sectas heréticas que se proclamaban
las restauradoras del cristianismo evangélico o apostólico como entonces se
llamaba. Reflejando los deseos de todos y oponiéndose a las desviaciones
heterodoxas, Francisco ofreció con su Orden la verdadera solución a los
problemas de la Iglesia. De aquí que las gentes se volcaran sobre él: a los
doce años de su fundación, en 1221, la Orden contaba ya con el sorprendente
número de más de tres mil frailes; en 1212 fundó con Santa Clara de Asís la
rama femenina de las clarisas, en 1221, para dar cabida en la Fraternidad a los
muchos que lo solicitaban, pero que por diversas circunstancias no podían
hacerse religiosos, instituyó la Orden Tercera, es decir, la de los terciarios
franciscanos.
La
pobreza es lo que externamente resalta más, tanto en San Francisco como en sus
frailes, aún actualmente. Incluso no se puede negar que es un elemento de gran
importancia lo mismo en la espiritualidad del fundador que en la de su Orden.
Pero se equivocaría quien sólo, o principalmente, considerase a Francisco en
función de esta virtud. Por debajo de la pobreza late otro elemento, el más fundamental
de todos: un incondicional amor a Jesucristo, que llevó a Francisco y a sus
frailes a identificarse lo más posible con el Salvador. Repercusión inmediata
de este amor incondicional, Ilamémosle caballeresco, es la vivencia del
Evangelio de una manera literal, incluso bajo el aspecto de no poseer
absolutamente nada, es decir, de la más estrecha pobreza,
Aquí
es donde reside el secreto de San Francisco y lo que impulsa todos sus
movimientos. Se trata de una proyección espiritual, en cuanto usufructuado por
la gracia, de las grandes cualidades afectivas que poseía el Santo.
Enfocada
esta capacidad de amar hacia Jesucristo con el nuevo impulso de la gracia, no
es extraño que llegara a donde llegó.
“¡El
Amor no es amado! ¡El Amor no es amado!”, repetía frecuentemente el Santo,
herido en su fina sensibilidad de amante, al comprobar la fría indiferencia de
los cristianos ante las amorosas finezas del Redentor.
Este
amor a Jesucristo será el resorte mágico que le impulsará a realizar acciones
que un hombre superficial tal vez considere como niñerías. Cada vez que oía
pronunciar el nombre de Jesús se relamía los labios. Deseaba que sus frailes
recogiesen del suelo los fragmentos de pergamino que hallasen porque en ellos
podía encontrarse escrito el nombre del Señor. En cierta ocasión se desnudaron
él y su compañero para vestir a un mendigo, porque los pobres eran hermanos de
Jesucristo. En la Sagrada Escritura se alude al Redentor como a un leproso,
razón suficiente para que Francisco reservase para estos desgraciados, a
quienes llamaba los hermanos cristianos, sus más finas atenciones. La fidelidad
incondicional a la Iglesia y la devoción al Papado, una de las grandes virtudes
del Santo, no frecuentes en una época minada por pequeñas pero múltiples
heterodoxias, obedecía a su firme persuasión de que la Iglesia era la Esposa de
Jesucristo, y el Papa su Vicario en la tierra.
Dotado
de una imaginación viva y enemigo de lo abstracto, en el Santo este amor iba
dirigido a Jesucristo, considerado sobre todo en sus misterios de sabor humano.
Para vivir plenamente la fiesta de Navidad, Francisco representó plásticamente
en Greccio, en 1223, el nacimiento del Niño Jesús, primera representación
origen de nuestros belenes. La Pasión y la Eucaristía constituían el centro de
sus pensamientos. San Francisco tiene el mérito de haber introducido en la
Iglesia de una manera definitiva la devoción a la humanidad de Jesucristo.
Fue
también el amor al Salvador lo que le infundió una sed insaciable de almas, que
le condujo a él y a sus frailes a lanzarse desde el primer momento a la
predicación, de la misma manera que quería Jesucristo lo hicieran sus
apóstoles: ” No poseáis oro, ni plata, ni dinero en vuestras fajas, ni alforja
para el camino, ni dos túnicas, ni zapato, ni cayado” (Mt. 10,9-10).
A
partir de la fundación de la Orden el Santo apenas tendrá un momento de reposo
(tampoco lo tendrán sus frailes), acuciado por llevar almas a Jesucristo. Esta
será en los doce años que siguen su ocupación más frecuente, y la Italia
central su preferido campo de acción. En 1210 lo encontramos evangelizando la
Umbría y estableciendo la paz entre los nobles y plebeyos de Asís. Luego pasa a
Toscana y pacifica asimismo la ciudad de Arezzo, ensangrentada por luchas
fratricidas. En 1217 quiere pasar a Francia, pero se vio obligado a detenerse
en Florencia. Todavía en 1222, cuando ya sus enfermedades le hacían sufrir no
poco, lo encontramos predicando y ofreciendo un testimonio viviente del
Evangelio en la parte oriental y meridional de Italia, Sus pláticas eran
sencillas, salpicadas de vivas imágenes, de tono cálidamente familiar y al aire
libre. Poseía una oratoria personalísima e inconfundible, que ofrecía un
marcado contraste con la vigente en aquellos tiempos. Sus historiadores nos
aseguran que, atraídos por ella, ‘hombres y mujeres, clérigos y religiosos,
corrían ansiosos de ver y escuchar al hombre de Dios”. Y añaden, refiriéndose a
la región de Umbría: “Así se vio entonces transformarse en breve tiempo la faz
de toda la comarca y aparecer risueña y hermosa la que antes se mostraba
cubierta de máculas y fealdades”. Su deseo de dar a conocer a Jesucristo le
indujo en cierta ocasión a pararse en mitad del camino y dirigir la palabra a
sus hermanas aves, que, solícitas y silenciosas, acudieron a escucharle.
La
correspondencia suprema y tangible por parte del Salvador al amor que Francisco
le profesaba sobrevino en la mitad de septiembre de 1224. Encontrándose en el
monte de La Verna, Jesucristo se le aparece al Santo en forma de serafín y lo
identifica humanamente consigo imprimiéndole sus cinco llagas. Francisco quedó
convertido en un Cristo viviente. Con razón se le ha !llamado “el Cristo de la
Edad Media”.
Enfermo,
casi ciego, con el agudo dolor de las llagas, pero siempre alegre (precisamente
en esta época compuso y cantaba frecuentemente el hermoso Cántico de las
criaturas o del hermano sol), el Santo expiró en Asís el atardecer del 3 de
octubre de 1226, junto a su amada capilla de la Porciúncula, centro de todo el
movimiento franciscano y testigo, mediante la indulgencia obtenida del Papa por
el Santo, del oculto retorno a Cristo de tantas almas descarriadas.
Con
su atractivo personal, su altísima y austera pero agradable santidad, sus
intuiciones y geniales innovaciones en la Iglesia, San Francisco termina
siempre ganándose la simpatía de cuantos se acercan a él.
Aún
bajo el aspecto puramente humano, su nueva manera de ver las cosas obliga a los
historiadores a considerarlo como el primer hombre moderno y el forjador,
mediante su Orden, del humanismo cristiano.
Pedro Borges Morán, O. F. M.
LECTIO
DIVINA
Alégrense de que sus nombres
estén escritos en el cielo
+ Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 10, 17-24
Al volver los
setenta y dos volvieron de su misión, dijeron a Jesús llenos de gozo: «Señor,
hasta los demonios se nos someten en tu Nombre.»
Él les dijo:
«Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar
sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y
nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les
sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo.»
En aquel
momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te
alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a
los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre,
porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe
quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el
Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
Después,
volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: «¡Felices los
ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron
ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!»
Palabra del
Señor.
1 - LECTURA - ¿QUÉ DICE EL TEXTO
BÍBLICO?
Guías para la lectura:
Los discípulos
se alegran porque los espíritus del mal se someten cuando invocan el nombre del
Maestro. Se sienten poderosos. Pero Jesús les advierte que no pongan su mayor
alegría en ese poder que han recibido, sino en realidades celestiales que se
les han prometido.
La alegría es
un tema típico en el evangelio de Lucas, desde la anunciación hasta la Pascua,
pasando por una especie de caravana de gente gozosa, entre los que se destaca
María, que se “estremecía de gozo en Dios su salvador”.
Pero aquí es
Jesús el que se llena de alegría; no una alegría mundana, o una euforia
psicológica, sino el gozo que procede del Espíritu Santo.
El motivo de
la alegría de Jesús es muy particular. Jesús se alegraba contemplando cómo los
pequeños y sencillos recibían la buena noticia y captaban los misterios más
profundos del amor de Dios.
Y Jesús se
goza porque es su Padre amado el que manifiesta a los sencillos las cosas que
permanecen ocultas para los sabios de este mundo.
Todo el
evangelio de Lucas es también un testimonio permanente de esta predilección del
Padre y de Jesús por los pequeños, los olvidados, los despreciados de la
sociedad, pero que albergan en su sencillez un tesoro divino.
Jesús es el
que manifiesta esa misteriosa revelación, porque sólo Él conoce íntimamente al
Padre y puede revelar sus misterios.
2
- MEDITACIÓN - ¿QUÉ ME DICE EL TEXTO BÍBLICO?
Preguntas para la meditación:
¿A qué alegría
cristiana alienta Jesús?
¿Por qué Jesús
vuelve sobre el privilegio de los sencillos en la revelación?
¿Por qué los
profetas y reyes quisieron ver lo que los discípulos veían?
3
- ORACIÓN - ¿QUÉ LE DIGO A DIOS A PARTIR DEL TEXTO BÍBLICO?
Señor Jesús,
que te alegrabas con los pobres, dame la gracia de contarme entre los simples
de corazón, para que pueda recibir tu Palabra con docilidad y con gozo, para
que no me resista a tu acción salvadora, aferrándome a las seguridades del
mundo.
4
- CONTEMPLACIÓN - ¿CÓMO INTERIORIZO EL TEXTO BÍBLICO?
Imagino la
alegría momentánea de los discípulos ante las manifestaciones sobrenaturales y
en ese contexto reflexiono sobre la profundidad de alegría que propone Cristo.
Me regocijo en
la revelación dada a los pobres y sencillos y medito en mi condición y actitud
de corazón.
5
- ACCIÓN - ¿CÓMO VOY A VIVIR EL TEXTO BÍBLICO?
Preguntas para la acción:
¿En qué verdades del Evangelio pondré mi alegría?
¿Cómo consideraré a los sencillos en la fe y a mí mismo?
¿Con quién compartiré lo recibido en la Lectio de hoy?
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