4 de octubre de 2014


Que sus nombres estén escritos en el cielo

PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Job    42, 1-3. 5-6. 12-17

    Job respondió al Señor, diciendo:
    Yo sé que tú lo puedes todo y que ningún proyecto es irrealizable para ti. Sí, yo hablaba sin entender, de maravillas que me sobrepasan y que ignoro. Yo te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos. Por eso me retracto, y me arrepiento en el polvo y la ceniza.
    El Señor bendijo los últimos años de Job mucho más que los primeros. El llegó a poseer catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil asnas. Tuvo además siete hijos y tres hijas. A la primera la llamó «Paloma», a la segunda «Canela», y a la tercera «Sombra para los párpados.» En todo el país no había mujeres tan hermosas como las hijas de Job. Y su padre les dio una parte de herencia entre sus hermanos.
    Después de esto, Job vivió todavía ciento cuarenta años, y vio a sus hijos y a los hijos de sus hijos, hasta la cuarta generación. Job murió muy anciano y colmado de días. 
Palabra de Dios.

SALMO    
Sal 118, 66. 71. 75. 91. 125. 130 (R.: 135a) 
R.    Señor, que brille sobre mí la luz de tu rostro.

    Enséñame la discreción y la sabiduría,
    porque confío en tus mandamientos. R.

    Me hizo bien sufrir la humillación,
    porque así aprendí tus preceptos. R.

    Yo sé que tus juicios son justos, Señor,
    y que me has humillado con razón. R.

    Todo subsiste hasta hoy conforme a tus decretos,
    porque todas las cosas te están sometidas. R.

    Yo soy tu servidor: instrúyeme,
    y así conoceré tus prescripciones. R.

    La explicación de tu palabra ilumina
    y da inteligencia al ignorante. R.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Lucas    10, 17-24

    Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre.»
    El les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo.»
    En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
    Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: « ¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!» 
Palabra del Señor.

PARA REFLEXIONAR

Después de las turbulencias de todo el libro, Job reconoce la grandeza de Dios y se muestra dispuesto a aceptar sus designios, y acaba con un poético final feliz. El Dios de Job es misterioso y desconcertante. Según el autor del libro, el hombre, no es capaz de tener de Dios un conocimiento que le permita saber siempre, qué significa un suceso de los que ocurren en el mundo.
No se puede abandonar a Dios en nombre de una justicia mejor para el hombre. La justicia de Dios se manifiesta a veces de una manera que supera al hombre, al igual que la creación escapa a su comprensión.
Job confiesa también que todo lo vivido lo ha hecho madurar, y reconoce que, anteriormente, su encuentro con Dios había sido defectuoso, que lo conocía sólo de oídas, y ahora lo han visto sus ojos. Si bien el problema del mal no ha recibido, en el libro de Job, una respuesta filosóficamente convincente, pero lo ha ayudado a crecer. El sufrimiento le ha puesto entre la espada y la pared y lo ha obligado, a plantearse unas cuestiones y a llegar a un encuentro vital con Dios.
Aunque Dios bendice a Job con bienes, incluso superiores a los que tenía al principio, la conclusión del libro de Job es que también el hombre justo puede sufrir en esta vida, y tal vez más que los otros. Pero ni el sufrimiento es un castigo, ni Dios se complace en ver sufrir.
***
Los que habían sido enviados vuelven de la misión y se toman un tiempo para contarle al Maestro lo que han vivido. Este encuentro es el punto de partida para nuevas lecciones de Jesús para los misioneros. Los setenta y dos regresan alegres por el éxito de su trabajo: la victoria sobre el mal lograda por la invocación del nombre de Jesús. Experimentan la grandeza del ser discípulos de Jesús, que les ha dado poder sobre todo “poder enemigo”.
Pero Jesús no se queda en la acción, sino que los invita a levantar sus miradas hacia lo alto y alaba a Dios Padre, por la obra realizada por sus discípulos. Jesús se goza en la acción de gracias porque la revelación de Dios, ha llegado a los pequeños y han tenido acceso al corazón de un Padre que se desvela por sus hijos más pequeños y los ama a través de las acciones de su Hijo. Sin embargo la verdadera victoria, no es sólo la obra que han realizado por la salvación de otros sino la misma salvación de ellos.
Como Iglesia evangelizadora no podemos olvidar que evangelizamos y nos evangelizamos, que siempre somos discípulos, que lo que anunciamos debe ir en coherencia con lo que vivimos, que lo que proclamamos es lo que nos esforzamos en creer, que lo que damos es la expresión de lo que llevamos dentro.
La Iglesia es dichosa por la obra que se le encomienda pero sobre todo porque la Palabra de gracia sigue resonando en su interior y la invita a renovarse constantemente.
Hoy más que nunca, nuestro testimonio de vida es condición esencial para la eficacia de la misión. Debemos hacernos responsables del Evangelio que proclamamos.
Es necesario que nuestro esfuerzo evangelizador brote de una verdadera santidad de vida y que el anuncio, animado con la oración y el amor a la Eucaristía, vaya santificándonos. El mundo exige y espera de nosotros: sencillez de vida, espíritu de oración, caridad para con todos y especialmente con los pequeños y los pobres, humildad, generosidad y alegre renuncia. Sólo es creíble para el mundo de hoy un Evangelio encarnado.

PARA DISCERNIR

¿Experimento mi vida como misión?
¿Me alegro de que la buena noticia llegue a los hombres?
¿Dónde está mi felicidad como evangelizador?

REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÍA

…Te alabo Padre…

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«En aquel momento, Jesús se llenó de alegría» 
…”Por su misma esencia, el gozo cristiano es la participación espiritual en el gozo insondable, conjuntamente divino y humano, que está en el corazón de Jesucristo glorificado…Contemplémosle a lo largo de su vida terrestre; en su humanidad hizo experiencia de nuestros gozos. Jesús, manifiestamente ha conocido, apreciado, celebrado toda una gama de gozos humanos, de estos gozos simples y cotidianos, al alcance de todos. La profundidad de su vida interior no ha debilitado lo concreto de su mirada, ni su sensibilidad. Admira los pájaros y los lirios del campo. De buenas a primeras une en su mirar, la mirada de Dios sobre la creación al amanecer de la historia. Gustosamente exalta el gozo del sembrador y del segador, el del hombre que encuentra un tesoro escondido, el del pastor que recupera su oveja o el de la mujer que encuentra la moneda perdida, el gozo de los invitados a la fiesta, el gozo de las bodas. El del padre que acoge a su hijo el regresar de una vida de pródigo y el de la mujer que acaba de dar a luz a un hijo.
Estos gozos humanos tienen para Jesús tanta consistencia que para él son signos de los gozos espirituales del Reino de Dios: gozo de los hombres que entran en este Reino, que vuelven a él o trabajan en él, gozo del Padre que los acoge. Por su parte, Jesús mismo manifiesta su satisfacción y su ternura cuando encuentra a unos niños que desean acercársele, a un hombre rico, fiel y preocupado de hacer todo de su parte, amigos que le abren la puerta de su casa como Marta, María, Lázaro. Su dicha se encuentra sobre todo al ver acogida la Palabra, liberados los posesos, convertirse a una mujer pecadora o un publicano como Zaqueo, una viuda que coge de su propia indigencia para dar. Exulta igualmente de gozo cuando constata que la revelación del Reino, que permanece escondida a los sabios y entendidos, se da a los más pequeños. Sí, puesto que Cristo vivió nuestra condición humana y fue «probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado» (Heb 4,15) acogió y experimentó los gozos afectivos y espirituales como un don de Dios. Y no cesó en su empeño hasta que no hubo «anunciado a los pobres la Buena Noticia, y a los afligidos el gozo» (cfr. Lc 4,10)”… 
Pablo VI, papa de 1963-1978
Exhortación apostólica sobre el gozo cristiano «Gaudete in Domino»

PARA REZAR

Señor ayúdame a anunciar a todos tu evangelio.
Que no me cierre a nadie,
y mire especialmente a los que más te necesitan.
Quiero caminar con ojos abiertos, pie firme
y con el corazón en la mano,
mostrando mi fe, sin miedo ni vergüenza,
simplemente, viviéndola.
Llevando la Buena Noticia a la humanidad,
construyendo una Iglesia unida, justa y fraternal.
Que pueda vivir cada día, aún a costa mía,
la radicalidad del Evangelio,
para no desfigurar el mensaje de salvación
que los hombres merecen encontrar. Amén

PARA PROFUNDIZAR UN POCO MÁS

4 de octubre - SAN FRANCISCO DE ASÍS (+ 1226)

Nacido en Asís entre 1181 y 1182, tuvo la fortuna de poseer una madre piadosa, Madonna Pica, de la que recibió una honda educación cristiana. Su padre, Pedro Bernardone, era un rico mercader en telas. De carácter jovial, altruista, soñador, caballeresco, Francisco amaba la vida y se entregó a ella. Por eso lo encontramos constituido en jefe de la juventud, en organizador y alma de todas las fiestas juveniles. Este carácter alegre, jovial, desprendido, volverá a manifestarse con mucha frecuencia a lo largo de su vida. En medio de sus enfermedades cantaba. A sus frailes los quería ver siempre alegres, con esa sana y honda alegría que nace del saber que se tiene a Dios. En medio de su pobreza daba cuanto tenía a otro, tal vez menos pobre que él. A su Orden le imprimió ese sello característico de alegría y de pobreza que se ha hecho proverbial. Pero de una pobreza que, cuando no tiene que dar, se da a sí misma de una manera alegre por amor de Dios.
A los veinte años le sobrevino una crisis. En su ciudad natal se declararon la guerra, nobles y plebeyos. Aquellos aliados con la vecina ciudad de Perusa vendieron a éstos y Francisco, que había luchado en las filas de los humildes tuvo que soportar en Perusa un año de prisión. Al poco tiempo de verse libre, en 1203, se apoderó de él una fiebre gravísima. Durante la convalecencia se percata, con gran sorpresa suya, de que las fiestas juveniles ya no le llenaban el alma, y entonces, sediento de aventuras, en 1205 emprendió viaje hacia el sur de Italia para luchar contra el Imperio al lado de las fuerzas de Inocencio III. Inesperadamente, desde Spoleto, regresa a Asís cuando apenas había hecho otra cosa que iniciar el viaje. Es que la mano de Dios había comenzado a trabajarlo de una manera definitiva. Poco a poco va perdiendo el gusto por las diversiones bulliciosas. Poco a poco se va dando cuenta de que algo quiere Dios de él. ¿Qué será?
Años cruciales y difíciles fueron para Francisco los transcurridos entre 1205 y 1208. Abandonado de sus amigos, distanciado de su mismo padre, a quien en presencia del obispo de Asís le entregó hasta los vestidos que llevaba puestos, inició amistad con los pobres y con los leprosos. Su carácter dinámico y resuelto le impulsó a restaurar tres ruinosas ermitas de Asís una vez que en la de San Damián le pareció oír del crucifijo la voz de que restaurase su casa. El nuevo comportamiento del joven no podía menos de parecer absurdo a quienes lo habían conocido antes. Pero lo grave para Francisco no era tanto el hecho de que sus conciudadanos comenzasen a mirarlo como un lastimoso enajenado, cuanto la angustiosa incertidumbre en que vivía respecto de la voluntad de Dios.
Después de tan larga crisis, el 24 de febrero de 1208 le vino la luz repentinamente. Al oír las palabras del Evangelio en que Jesucristo enviaba a sus apóstoles por el mundo a hacer bien a todos, desprovistos de todo y expuestos a cualquier trato que quisieran darles, Francisco, súbitamente iluminado por Dios, comprendió que esto mismo era lo que el Señor pedía de él. A su característico dinamismo le faltó tiempo para llevar a la práctica el programa evangélico. No importaba que sus conciudadanos se mofasen de él. Descalzo, vestido de túnica y capuchón aldeanos, y ceñido con una cuerda, apareció por las calles de Asís predicando, con el entusiasmo y vigor que le eran propios, la paz, la pobreza y la caridad cristianas.
Si una obra es de Dios, tarde o temprano termina por triunfar. Francisco experimentó muy pronto que la suya era obra divina. Mientras la mayor parte de los habitantes de Asís esperaban que el nuevo apóstol fracasase en su empeño, a los dos meses de su decisión se le comenzaron a unir hombres tan sensatos y respetados en la ciudad como el rico y sesudo Bernardo de Quintaval, el pobre pero honrado Gil de Asís y el noble e ilustrado canónigo de la catedral Pedro Cattani. Incomprensiblemente a los ojos de los prudentes del mundo, estos hombres abandonaron la sabiduría y riqueza humanas para, al igual que Francisco, dedicarse a predicar a los demás el Evangelio viviéndolo ellos personalmente de la manera más radical.
Cuando a estos tres discípulos de la primera hora se le sumaron otros ocho, el Santo experimentó la necesidad de trazar para los doce un único programa de vida. Recopiló con este fin varios textos del Evangelio, aquellos precisamente que hablan de la renuncia a todo y del seguimiento decidido de Jesucristo, y con sus discípulos se presentó a Inocencio III para que le aprobase el nuevo modo de vida. La iniciativa de someter previamente al Papa la breve regla de una naciente Orden religiosa era inusitada entonces. Pero más llamativo que este gesto original de Francisco era el contenido de la regla misma. Nadie, ni incluso Inocencio III, creían posible vivir como Francisco y sus compañeros se proponían. ¿Es que entonces, objetaba el Santo, era imposible vivir el Evangelio? El Papa comprendió que Francisco tenía razón y aprobó verbalmente su programa de vida. Era el año 1209. El año del nacimiento de la Orden franciscana.
Constituido en padre de una familia religiosa, San Francisco en adelante ya no es sólo él, sino también sus hijos. Pero ni él ni sus hijos se pueden comprender si las cualidades humanas del padre las seccionamos del elemento divino que comenzó a intervenir a raíz de su crisis.
La gracia no cambia la naturaleza. A sus veintiséis o veintisiete años, Francisco seguía conservando su espíritu idealista y caballeresco de años atrás. Se trata de aquel espíritu caballeresco de la Edad Media que lo arriesgaba todo por el honor o por la gloria de depositar los laureles a los pies de la amada, y que Francisco no pudo saciar cuando, de camino hacia el sur de Italia para participar en la guerra, la gracia divina le hizo regresar a Asís. Esta misma gracia es la que ahora, apoderándose de su espíritu caballeresco inicialmente contrariado, lo proyectó hacia nuevos ideales. Francisco y sus compañeros se convirtieron en caballeros andantes del Evangelio, porque sin un quijotismo espiritual como el suyo, a nadie se le hubiera ocurrido lanzarse a la conquista de las almas desprovistos de todo, renunciando a todo, descalzos, burdamente vestidos, dependiendo de la benévola caridad de los demás.
Sorprendentemente, este género de vida obtuvo un éxito que nadie hubiera podido pronosticar. La Iglesia necesitaba entonces de reforma y todos anhelaban un cristianismo más impregnado de Evangelio, sobre todo en el aspecto de la pobreza. Este ambiente dio origen a una verdadera pululación de sectas heréticas que se proclamaban las restauradoras del cristianismo evangélico o apostólico como entonces se llamaba. Reflejando los deseos de todos y oponiéndose a las desviaciones heterodoxas, Francisco ofreció con su Orden la verdadera solución a los problemas de la Iglesia. De aquí que las gentes se volcaran sobre él: a los doce años de su fundación, en 1221, la Orden contaba ya con el sorprendente número de más de tres mil frailes; en 1212 fundó con Santa Clara de Asís la rama femenina de las clarisas, en 1221, para dar cabida en la Fraternidad a los muchos que lo solicitaban, pero que por diversas circunstancias no podían hacerse religiosos, instituyó la Orden Tercera, es decir, la de los terciarios franciscanos.
La pobreza es lo que externamente resalta más, tanto en San Francisco como en sus frailes, aún actualmente. Incluso no se puede negar que es un elemento de gran importancia lo mismo en la espiritualidad del fundador que en la de su Orden. Pero se equivocaría quien sólo, o principalmente, considerase a Francisco en función de esta virtud. Por debajo de la pobreza late otro elemento, el más fundamental de todos: un incondicional amor a Jesucristo, que llevó a Francisco y a sus frailes a identificarse lo más posible con el Salvador. Repercusión inmediata de este amor incondicional, Ilamémosle caballeresco, es la vivencia del Evangelio de una manera literal, incluso bajo el aspecto de no poseer absolutamente nada, es decir, de la más estrecha pobreza,
Aquí es donde reside el secreto de San Francisco y lo que impulsa todos sus movimientos. Se trata de una proyección espiritual, en cuanto usufructuado por la gracia, de las grandes cualidades afectivas que poseía el Santo.
Enfocada esta capacidad de amar hacia Jesucristo con el nuevo impulso de la gracia, no es extraño que llegara a donde llegó.
“¡El Amor no es amado! ¡El Amor no es amado!”, repetía frecuentemente el Santo, herido en su fina sensibilidad de amante, al comprobar la fría indiferencia de los cristianos ante las amorosas finezas del Redentor.
Este amor a Jesucristo será el resorte mágico que le impulsará a realizar acciones que un hombre superficial tal vez considere como niñerías. Cada vez que oía pronunciar el nombre de Jesús se relamía los labios. Deseaba que sus frailes recogiesen del suelo los fragmentos de pergamino que hallasen porque en ellos podía encontrarse escrito el nombre del Señor. En cierta ocasión se desnudaron él y su compañero para vestir a un mendigo, porque los pobres eran hermanos de Jesucristo. En la Sagrada Escritura se alude al Redentor como a un leproso, razón suficiente para que Francisco reservase para estos desgraciados, a quienes llamaba los hermanos cristianos, sus más finas atenciones. La fidelidad incondicional a la Iglesia y la devoción al Papado, una de las grandes virtudes del Santo, no frecuentes en una época minada por pequeñas pero múltiples heterodoxias, obedecía a su firme persuasión de que la Iglesia era la Esposa de Jesucristo, y el Papa su Vicario en la tierra.
Dotado de una imaginación viva y enemigo de lo abstracto, en el Santo este amor iba dirigido a Jesucristo, considerado sobre todo en sus misterios de sabor humano. Para vivir plenamente la fiesta de Navidad, Francisco representó plásticamente en Greccio, en 1223, el nacimiento del Niño Jesús, primera representación origen de nuestros belenes. La Pasión y la Eucaristía constituían el centro de sus pensamientos. San Francisco tiene el mérito de haber introducido en la Iglesia de una manera definitiva la devoción a la humanidad de Jesucristo.
Fue también el amor al Salvador lo que le infundió una sed insaciable de almas, que le condujo a él y a sus frailes a lanzarse desde el primer momento a la predicación, de la misma manera que quería Jesucristo lo hicieran sus apóstoles: ” No poseáis oro, ni plata, ni dinero en vuestras fajas, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni zapato, ni cayado” (Mt. 10,9-10).
A partir de la fundación de la Orden el Santo apenas tendrá un momento de reposo (tampoco lo tendrán sus frailes), acuciado por llevar almas a Jesucristo. Esta será en los doce años que siguen su ocupación más frecuente, y la Italia central su preferido campo de acción. En 1210 lo encontramos evangelizando la Umbría y estableciendo la paz entre los nobles y plebeyos de Asís. Luego pasa a Toscana y pacifica asimismo la ciudad de Arezzo, ensangrentada por luchas fratricidas. En 1217 quiere pasar a Francia, pero se vio obligado a detenerse en Florencia. Todavía en 1222, cuando ya sus enfermedades le hacían sufrir no poco, lo encontramos predicando y ofreciendo un testimonio viviente del Evangelio en la parte oriental y meridional de Italia, Sus pláticas eran sencillas, salpicadas de vivas imágenes, de tono cálidamente familiar y al aire libre. Poseía una oratoria personalísima e inconfundible, que ofrecía un marcado contraste con la vigente en aquellos tiempos. Sus historiadores nos aseguran que, atraídos por ella, ‘hombres y mujeres, clérigos y religiosos, corrían ansiosos de ver y escuchar al hombre de Dios”. Y añaden, refiriéndose a la región de Umbría: “Así se vio entonces transformarse en breve tiempo la faz de toda la comarca y aparecer risueña y hermosa la que antes se mostraba cubierta de máculas y fealdades”. Su deseo de dar a conocer a Jesucristo le indujo en cierta ocasión a pararse en mitad del camino y dirigir la palabra a sus hermanas aves, que, solícitas y silenciosas, acudieron a escucharle.
La correspondencia suprema y tangible por parte del Salvador al amor que Francisco le profesaba sobrevino en la mitad de septiembre de 1224. Encontrándose en el monte de La Verna, Jesucristo se le aparece al Santo en forma de serafín y lo identifica humanamente consigo imprimiéndole sus cinco llagas. Francisco quedó convertido en un Cristo viviente. Con razón se le ha !llamado “el Cristo de la Edad Media”.
Enfermo, casi ciego, con el agudo dolor de las llagas, pero siempre alegre (precisamente en esta época compuso y cantaba frecuentemente el hermoso Cántico de las criaturas o del hermano sol), el Santo expiró en Asís el atardecer del 3 de octubre de 1226, junto a su amada capilla de la Porciúncula, centro de todo el movimiento franciscano y testigo, mediante la indulgencia obtenida del Papa por el Santo, del oculto retorno a Cristo de tantas almas descarriadas.
Con su atractivo personal, su altísima y austera pero agradable santidad, sus intuiciones y geniales innovaciones en la Iglesia, San Francisco termina siempre ganándose la simpatía de cuantos se acercan a él.
Aún bajo el aspecto puramente humano, su nueva manera de ver las cosas obliga a los historiadores a considerarlo como el primer hombre moderno y el forjador, mediante su Orden, del humanismo cristiano.
Pedro Borges Morán, O. F. M.

LECTIO DIVINA

Alégrense de que sus nombres estén escritos en el cielo

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     10, 17-24

Al volver los setenta y dos volvieron de su misión, dijeron a Jesús llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre.»
Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo.»
En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: «¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!»
Palabra del Señor.

1 - LECTURA -  ¿QUÉ DICE EL TEXTO BÍBLICO?

Guías para la lectura:

Los discípulos se alegran porque los espíritus del mal se someten cuando invocan el nombre del Maestro. Se sienten poderosos. Pero Jesús les advierte que no pongan su mayor alegría en ese poder que han recibido, sino en realidades celestiales que se les han prometido.
La alegría es un tema típico en el evangelio de Lucas, desde la anunciación hasta la Pascua, pasando por una especie de caravana de gente gozosa, entre los que se destaca María, que se “estremecía de gozo en Dios su salvador”.
Pero aquí es Jesús el que se llena de alegría; no una alegría mundana, o una euforia psicológica, sino el gozo que procede del Espíritu Santo.
El motivo de la alegría de Jesús es muy particular. Jesús se alegraba contemplando cómo los pequeños y sencillos recibían la buena noticia y captaban los misterios más profundos del amor de Dios.
Y Jesús se goza porque es su Padre amado el que manifiesta a los sencillos las cosas que permanecen ocultas para los sabios de este mundo.
Todo el evangelio de Lucas es también un testimonio permanente de esta predilección del Padre y de Jesús por los pequeños, los olvidados, los despreciados de la sociedad, pero que albergan en su sencillez un tesoro divino.
Jesús es el que manifiesta esa misteriosa revelación, porque sólo Él conoce íntimamente al Padre y puede revelar sus misterios.

2 - MEDITACIÓN - ¿QUÉ ME DICE EL TEXTO BÍBLICO?

Preguntas para la meditación:

¿A qué alegría cristiana alienta Jesús?
¿Por qué Jesús vuelve sobre el privilegio de los sencillos en la revelación?
¿Por qué los profetas y reyes quisieron ver lo que los discípulos veían?

3 - ORACIÓN - ¿QUÉ LE DIGO A DIOS A PARTIR DEL TEXTO BÍBLICO?

Señor Jesús, que te alegrabas con los pobres, dame la gracia de contarme entre los simples de corazón, para que pueda recibir tu Palabra con docilidad y con gozo, para que no me resista a tu acción salvadora, aferrándome a las seguridades del mundo.

4 - CONTEMPLACIÓN - ¿CÓMO INTERIORIZO EL TEXTO BÍBLICO?

Imagino la alegría momentánea de los discípulos ante las manifestaciones sobrenaturales y en ese contexto reflexiono sobre la profundidad de alegría que propone Cristo.
Me regocijo en la revelación dada a los pobres y sencillos y medito en mi condición y actitud de corazón.

5 - ACCIÓN -  ¿CÓMO VOY A VIVIR EL TEXTO BÍBLICO?

Preguntas para la acción:

¿En qué verdades del Evangelio pondré mi alegría?
¿Cómo consideraré a los sencillos en la fe y a mí mismo?
¿Con quién compartiré lo recibido en la Lectio de hoy?

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