3 de abril de 2015 – VIERNES SANTO
Por sus heridas fuimos sanados
PRIMERA
LECTURA
Sí, mi Servidor triunfará:
será exaltado y elevado a una altura muy grande. Así como muchos quedaron
horrorizados a causa de él, porque estaba tan desfigurado que su aspecto no era
el de un hombre y su apariencia no era más la de un ser humano, así también él
asombrará a muchas naciones, y ante él los reyes cerrarán la boca, porque verán
lo que nunca se les había contado y comprenderán algo que nunca habían oído.
¿Quién creyó lo que nosotros
hemos oído y a quién se le reveló el brazo del Señor?
El creció como un retoño en su
presencia, como una raíz que brota de una tierra árida, sin forma ni hermosura
que atrajera nuestras miradas, sin un aspecto que pudiera agradarnos.
Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al
sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que
lo tuvimos por nada.
Pero él soportaba nuestros
sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias, y nosotros lo considerábamos
golpeado, herido por Dios y humillado. El fue traspasado por nuestras rebeldías
y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre
él y por sus heridas fuimos sanados.
Todos andábamos errantes como
ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él
las iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se humillaba y ni
siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja
muda ante el que la esquila, él no abría su boca.
Fue detenido y juzgado
injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la
tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo. Se le dio un
sepulcro con los malhechores y una tumba con los impíos, aunque no había
cometido violencia ni había engaño en su boca.
El Señor quiso aplastarlo con
el sufrimiento. Si ofrece su vida en sacrificio de reparación, verá su
descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se cumplirá por
medio de él. A causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al saberlo, quedará
saciado.
Mi Servidor justo justificará
a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos. Por eso le daré una parte
entre los grandes y él repartirá el botín junto con los poderosos. Porque
expuso su vida a la muerte y fue contado entre los culpables, siendo así que
llevaba el pecado de muchos e intercedía en favor de los culpables.
Palabra de Dios.
SALMO
Sal 30, 2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25 (R.: Lc 23, 46)
R. Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu.
Yo me refugio en ti, Señor,
¡que nunca me vea defraudado!
Yo pongo mi vida en tus manos:
tú me rescatarás, Señor, Dios
fiel. R.
Soy la burla de todos mis
enemigos
y la irrisión de mis propios
vecinos;
para mis amigos soy motivo de
espanto,
los que me ven por la calle
huyen de mí.
Como un muerto, he caído en el
olvido,
me he convertido en una cosa
inútil. R.
Pero yo confío en ti, Señor,
y te digo: «Tú eres mi Dios,
mi destino está en tus manos.»
Líbrame del poder de mis
enemigos
y de aquellos que me
persiguen. R.
Que brille tu rostro sobre tu
servidor,
sálvame por tu misericordia.
Sean fuertes y valerosos,
todos los que esperan en el
Señor. R.
SEGUNDA
LECTURA
Lectura de la carta a los
Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9
Ya que tenemos en Jesús, el
Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos
firmes en la confesión de nuestra fe. Porque no tenemos un Sumo Sacerdote
incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario él fue sometido a
las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado.
Vayamos, entonces,
confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar
la gracia de un auxilio oportuno.
El dirigió durante su vida
terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía
salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era
Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa
obedecer. De este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de
salvación eterna para todos los que le obedecen.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18,
1-19, 42
Se apoderaron de Jesús y lo ataron
C. Jesús
fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una
huerta y allí entró con ellos. Judas, el traidor, también conocía el lugar
porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia. Entonces Judas,
al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los
sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas.
Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó:
X « ¿A quién buscan?»
C. Le respondieron:
S. «A Jesús, el Nazareno.»
C. El les dijo:
X «Soy yo.»
C. Judas, el que lo entregaba
estaba con ellos. Cuando Jesús les dijo: «Soy yo», ellos retrocedieron y cayeron
en tierra. Les preguntó nuevamente:
X « ¿A quién buscan?»
C. Le dijeron:
S. «A Jesús, el Nazareno.»
C. Jesús repitió:
X «Ya les dije que soy yo. Si
es a mí a quien buscan, dejen que estos se vayan.»
C. Así debía cumplirse la
palabra que él había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me confiaste.»
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del
Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco.
Jesús dijo a Simón Pedro:
X «Envaina tu espada. ¿Acaso
no beberé el cáliz que me ha dado el Padre ?»
Llevaron primero a Jesús ante Anás
C. El destacamento de
soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo
ataron. Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo
Sacerdote aquel año. Caifás era el que había aconsejado a los judíos: «Es
preferible que un solo hombre muera por el pueblo.»
Entre tanto, Simón Pedro,
acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido
del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, mientras Pedro
permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del
Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera
dijo entonces a Pedro:
S. « ¿No eres tú también uno
de los discípulos de ese hombre?»
C. El le respondió:
S. «No lo soy.»
C. Los servidores y los
guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío.
Pedro también estaba con ellos, junto al fuego. El Sumo Sacerdote interrogó a
Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. Jesús le respondió:
X «He hablado abiertamente al
mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los
judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a
los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho.»
C. Apenas Jesús dijo esto, uno
de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole:
S. « ¿Así respondes al Sumo
Sacerdote?»
C. Jesús le respondió:
X «Si he hablado mal, muestra
en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?»
C. Entonces Anás lo envió
atado ante el Sumo Sacerdote Caifás.
¿No eres tú también uno de sus
discípulos? No lo soy
C. Simón Pedro permanecía
junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron:
S. « ¿No eres tú también uno
de sus discípulos?»
C. El lo negó y dijo:
S. «No lo soy.»
C. Uno de los servidores del
Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja,
insistió:
S. « ¿Acaso no te vi con él en
la huerta?»
C. Pedro volvió a negarlo, y
en seguida cantó el gallo.
Mi realeza no es de este mundo
C. Desde la casa de Caifás
llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el
pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua.
Pilato salió adonde estaban ellos y les preguntó:
S. « ¿Qué acusación traen
contra este hombre?»
C. Ellos respondieron:
S. «Si no fuera un malhechor,
no te lo hubiéramos entregado.»
C. Pilato les dijo:
S. «Tómenlo y júzguenlo
ustedes mismos, según la ley que tienen.»
C. Los judíos le dijeron:
S. «A nosotros no nos está
permitido dar muerte a nadie.»
C. Así debía cumplirse lo que
había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir. Pilato volvió a entrar en el
pretorio, llamó a Jesús y le preguntó:
S. « ¿Eres tú el rey de los
judíos?»
C. Jesús le respondió:
X « ¿Dices esto por ti mismo u
otros te lo han dicho de mí?»
C. Pilato replicó:
S. « ¿Acaso yo soy judío? Tus
compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que
has hecho?»
C. Jesús respondió:
X «Mi realeza no es de este
mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían
combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de
aquí.»
C. Pilato le dijo:
S. « ¿Entonces tú eres rey?»
C. Jesús respondió:
X «Tú lo dices: yo soy rey.
Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El
que es de la verdad, escucha mi voz.»
C. Pilato le preguntó:
S. « ¿Qué es la verdad?»
C. Al decir esto, salió
nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo:
S. «Yo no encuentro en él
ningún motivo para condenarlo. Y ya que ustedes tienen la costumbre de que
ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al
rey de los judíos?»
C. Ellos comenzaron a gritar,
diciendo:
S. « ¡A él no, a Barrabás!»
C. Barrabás era un bandido.
¡Salud, rey de los judíos!
C. Pilato mandó entonces
azotar a Jesús. Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron
sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, y acercándose, le decían:
S. « ¡Salud, rey de los
judíos!», y lo abofeteaban. Pilato volvió a salir y les dijo:
S. «Miren, lo traigo afuera
para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena.»
C. Jesús salió, llevando la
corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo:
S. « ¡Aquí tienen al hombre!»
C. Cuando los sumos sacerdotes
y los guardias lo vieron, gritaron:
S. « ¡Crucifícalo!
¡Crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «Tómenlo ustedes y
crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo.»
C. Los judíos respondieron:
S. «Nosotros tenemos una Ley,
y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios.»
C. Al oír estas palabras,
Pilato se alarmó más todavía. Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús:
S. « ¿De dónde eres tú?»
C. Pero Jesús no le respondió
nada. Pilato le dijo:
S. « ¿No quieres hablarme? ¿No
sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?»
C. Jesús le respondió:
X «Tú no tendrías sobre mí ninguna
autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha
entregado a ti ha cometido un pecado más grave.»
¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!
C. Desde ese momento, Pilato
trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban:
S. «Si lo sueltas, no eres
amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César.»
C. Al oír esto, Pilato sacó
afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado «el
Empedrado», en hebreo, «Gábata.»
Era el día de la Preparación
de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos:
S. «Aquí tienen a su rey.»
C. Ellos vociferaban:
S. « ¡Que muera! ¡Que muera!
¡Crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. « ¿Voy a crucificar a su
rey?»
C. Los sumos sacerdotes
respondieron:
S. «No tenemos otro rey que el
César.»
Lo crucificaron, y con él a otros dos.
C. Entonces Pilato se lo
entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron. Jesús, cargando sobre
sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado «del Cráneo», en
hebreo «Gólgota.» Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y
Jesús en el medio. Pilato redactó una inscripción que decía: «Jesús el
Nazareno, rey de los judíos», y la hizo poner sobre la cruz.
Muchos judíos leyeron esta
inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la
ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes
de los judíos dijeron a Pilato:
S. «No escribas: “El rey de
los judíos”, sino: “Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos.”»
C. Pilato respondió:
S. «Lo escrito, escrito está.»
Se repartieron mis vestiduras
C. Después que los soldados
crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes,
una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque
estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí:
S. «No la rompamos. Vamos a
sortearla, para ver a quién le toca.»
C. Así se cumplió la Escritura
que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que
hicieron los soldados.
Aquí tienes a tu hijo. Aquí tienes a tu
madre
C. Junto a la cruz de Jesús,
estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María
Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba,
Jesús le dijo:
X «Mujer, aquí tienes a tu
hijo.»
C. Luego dijo al discípulo:
X «Aquí tienes a tu madre.»
C. Y desde aquel momento, el
discípulo la recibió en su casa.
Todo se ha cumplido
C. Después, sabiendo que ya
todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final,
Jesús dijo:
X «Tengo sed.»
C. Había allí un recipiente
lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y
se la acercaron a la boca. Después de beber el vinagre, dijo Jesús:
X «Todo se ha cumplido.»
C. E inclinando la cabeza,
entregó su espíritu.
Aquí
todos se arrodillan, y se hace una breve pausa.
En seguida brotó sangre y agua
C.
Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que
hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos,
para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy
solemne. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido
crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no
le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado
con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.
El que vio esto lo
atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que
también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que
dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos. Y otro pasaje de la Escritura,
dice: Verán al que ellos mismos traspasaron.
Envolvieron con vendas el cuerpo de
Jesús, agregándole la mezcla de perfumes
C. Después de esto, José de
Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los
judíos- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se
la concedió, y él fue a retirarlo.
Fue también Nicodemo, el mismo
que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y
áloe, que pesaba unos treinta kilos. Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo
envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre
de sepultar que tienen los judíos.
En el lugar donde lo crucificaron
había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido
sepultado. Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro
estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Palabra del Señor.
PARA REFLEXIONAR
Aquel día- el gran día, la hora de cada
hombre- aparentemente los hombres juzgaron a Jesús y lo hallaron culpable. Sin
embargo es esta una de las grandes paradojas de Dios: el reo se constituyó
en juez del mundo de la iniquidad, y su culpabilidad fue descubierta. Uno a uno
a desfilan ante Jesús los distintos hombres y cada uno tuvo que
enfrentarse con Jesús testigo de la verdad
y en este enfrentamiento cada uno se dejó ver tal cual era.
y en este enfrentamiento cada uno se dejó ver tal cual era.
Pedro y los apóstoles, aparentemente fieles seguidores de Jesús ponen al
descubierto su fragilidad, su cobardía, sus dobles intenciones, su afán de
poder. Judas encarna la traición del hombre. Anás y
Caifás, los guardianes del orden religioso, amparados por el prestigio
y por el apoyo del poder político, abusan de su situación de hombres sagrados
para dominar al pueblo. Pilato es responsable del poder civil,
el juez de los sediciosos es tan sólo un pusilánime sin convicciones; un
asesino legal. Los guardias, son la expresión de la brutalidad
humana descontrolada, al servicio de una causa que no conocen pero a la que
igualmente sirven.
Por otro lado el pueblo que
se deja llevar por arrebato, es engañado por sus líderes y usado bajo la
cortina de humo del patriotismo y la defensa de los valores religiosos.
María y las mujeres junto con Juan son los que no hablan, los que sufren en
silencio, los que unen sus sufrimientos al de Jesús para dar la vida a los
hermanos.
Así cada viernes, es también el día
de nuestro juicio, todos tenemos parte en este drama humano amasado por el
egoísmo, porque somos cómplices silenciosos de una sociedad
utilitaria, individualista, intransigente que recurre a la mentira, a la
prepotencia, a la presión moral y psicológica y a la manipulación para seguir
avanzando.
Sin embargo, aquel día, Dios entronizó a
su hijo como rey de su nuevo pueblo. Allí está sentado en su trono; la
cruz, abrazando a la humanidad dividida a la que redime con su sangre, con
su corona de espinas y con el manto rojo de su realeza.
Rey de la Vida, porque nadie se la
arrebata sino que la da, porque morir de este modo, ya es vivir. En el interior
de esta muerte hay una vida que no puede ser devorada. Está oculta
en la muerte, no es que venga después, sino que ya está dentro de la vida de
aquel, que vive en el amor, la solidaridad y la valentía para soportar y morir.
Por la muerte se revela la vida, su poder y su gloria.
La gran y eterna paradoja de este día: quien muere como esclavo, es reconocido por la fe
como el hombre nuevo que hace nuevas todas las cosas. En la cruz se
entierra el pasado, termina el imperio del pecado y de las tinieblas y comienza
la era de la luz. El que en la realidad descarnada del dolor humano, nos regala
la riqueza inmensa del amor de Dios.
Y desde aquella tarde, Dios
camina y redime el camino del dolor de los hombres. Desde aquella tarde,
Dios se ha manifestado como el Señor; no el de truenos y relámpagos, no
el Dios de los ejércitos sino el de la cruz, el siervo
sufriente, varón de dolores, cordero sacrificado. Desde
aquella tarde, Dios tiene preferencias: los pobres, los pequeños,
los sencillos, los limpios de corazón.
Esa tarde nada quedó en pie; la paradoja
se hizo ley y la apariencia perdió su fuerza. Se destronaron los dioses y se
entronizó Dios. Un chico sano no vale más que un discapacitado. Una raza no
vale más que otra raza. Un pecador puede llegar a ser santo. Desde
aquella tarde todos los caminos son rutas de Dios. Desde
aquella tarde no tienen ciudadanía los que matan, los que odian, los
que oprimen, los vengativos, los egoístas. Desde aquella tarde, no
tienen derecho unos y obligaciones otros, todos tienen derecho a ser hijos de
Dios y la responsabilidad de vivir como hijos de Dios.
Fue la tarde del amor
nuevo, del amor que llama, del amor que exige, del amor que
redime. Padre perdónalos… en tus manos encomiendo mi espíritu, síntesis
de su vida, su misión y llamado; porque tanto el perdón como
la confianza, son las formas mediante las cuales no
permitiremos que el odio y la desesperación tengan la última palabra. Son
el gesto supremo de la grandeza del hombre.
Que el vivir así, nos revele la vida nueva
escondida en la muerte. Y sólo podremos hacerlo con la mirada clavada en el
crucificado, que ahora ya es viviente.
Como Iglesia llamada a ser signo de
alianza reconciliadora y definitiva, bebamos una y otra vez de estas palabras,
en el altar de la vida; para que la pasión de Cristo nos transfigure, para que
la pasión de Cristo, pasión del hombre, alcance la gloria de la
resurrección. Cristo ha penetrado los cielos y desde su cielo, sin
venganzas, con amor infinito en la voz de su Iglesia que peregrina en la
tierra, quiere seguir diciendo cómo nos amó cuando murió en la
cruz, y cómo nos sigue amando ahora, mientras peregrinamos
juntos y hacia Él.
PARA DISCERNIR
¿Qué personas y realidades concretas voy a colocar hoy
a los pies de la Cruz?
¿Qué pecados quiero crucificar en la Cruz de Cristo?
¿Qué impulsos de amor, de perdón y de servicios, hacia
personas concretas, siento hoy en comunión con el Crucificado?
…Tu muerte fue mi vida, tu cruz mi salvación…
PARA LA LECTURA
ESPIRITUAL
…Hoy la Iglesia nos invita a un gesto que quizás para
los gustos modernos resulte un tanto superado: la adoración y beso de la cruz.
Pero se trata de un gesto excepcional. El rito prevé que se vaya desvelando
lentamente la cruz, exclamando tres veces: “Mirad el árbol de la cruz, donde
estuvo clavada la salvación del mundo”. Y el pueblo responde: “Venid a
adorarlo”.
El motivo de esta triple aclamación está claro. No se
puede descubrir de una vez la escena del Crucificado que la Iglesia proclama como
la suprema revelación de Dios. Y cuando lentamente se desvela la cruz, mirando
esta escena de sufrimiento y martirio con una actitud de adoración, podemos
reconocer al Salvador en ella. Ver al Omnipotente en la escena de la
debilidad, de la fragilidad, del desfallecimiento, de la derrota, es el misterio del Viernes Santo al que los fieles nos acercamos por medio de la adoración.
debilidad, de la fragilidad, del desfallecimiento, de la derrota, es el misterio del Viernes Santo al que los fieles nos acercamos por medio de la adoración.
La respuesta “Venid a adorarlo” significa ir hacia él
y besar. El beso de un hombre lo entregó a la muerte; cuando fue objeto de
nuestra violencia es cuando fue salvada la humanidad, descubriendo el verdadero
rostro de Dios, al que nos podemos volver para tener vida, ya que sólo vive
quien está con el Señor. Besando a Cristo, se besan todas las heridas del
mundo, las heridas de la humanidad, las recibidas y las inferidas, las que los
otros nos han infligido y las que hemos hecho nosotros. Aun más: besando a
Cristo besamos nuestras heridas, las que tenemos abiertas por no ser amados.
Pero hoy, experimentando que uno se ha puesto en
nuestras manos y ha asumido el mal del mundo, nuestras heridas han sido amadas.
En él podemos amar nuestras heridas transfiguradas. Este beso que la Iglesia
nos invita a dar hoy es el beso del cambio de vida. Cristo, desde la cruz, ha
derramado la vida, y nosotros, besándolo, acogemos su beso, es decir, su
expirar amor, que nos hace respirar, revivir. Sólo en el interior del amor de
Dios se puede participar en el sufrimiento, en la cruz de Cristo, que, en el
Espíritu Santo, nos hace gustar del poder de la resurrección y del sentido
salvífico del dolor…
M. I. Rupnik, Homilía de pascua. Viernes
santo, Roma 1998, 47-53.
PARA REZAR
MIRAMOS A JESÚS CRUCIFICADO
Hoy, viernes santo, miramos tu cruz
levantada en lo alto del monte.
En silencio adoramos tu ofrenda al Padre.
Todo lo tuyo nos habla de amor:
Tus brazos extendidos, abrazando a todos/as.
Tu cabeza inclinada, abandonada en las manos del Padre.
Tu rostro de Siervo sufriente tan desfigurado.
Tu costado abierto, regando la tierra con sangre y agua.
Lo has dado todo y te has quedado abierto, pobre y pequeño.
Nos amas sin lógica, sin medida, sin nada a cambio.
Nos amas porque lo tuyo es amor fiel.
Te miramos y te vemos humano, muy humano.
Tanto amor tuyo, sembrado en nuestro pecado, nos deja sin palabra.
Hoy, viernes santo, miramos tu cruz
levantada en lo alto del monte.
En silencio adoramos tu ofrenda al Padre.
Todo lo tuyo nos habla de amor:
Tus brazos extendidos, abrazando a todos/as.
Tu cabeza inclinada, abandonada en las manos del Padre.
Tu rostro de Siervo sufriente tan desfigurado.
Tu costado abierto, regando la tierra con sangre y agua.
Lo has dado todo y te has quedado abierto, pobre y pequeño.
Nos amas sin lógica, sin medida, sin nada a cambio.
Nos amas porque lo tuyo es amor fiel.
Te miramos y te vemos humano, muy humano.
Tanto amor tuyo, sembrado en nuestro pecado, nos deja sin palabra.
NOS ACERCAMOS A LOS CRUCIFICADOS
Hoy, viernes santo, nos acercamos
a los crucificados de la humanidad.
Queremos pasar sus rostros, que son tu rostro,
por nuestro corazón.
Nos sentimos llamados a recorrer países enteros,
donde hay tantos relatos de cruz
por el hambre, la guerra, la injusticia sin fin.
Pasamos por nuestros ojos las imágenes de las víctimas,
los cuerpos mutilados por las bombas,
las mujeres embarazadas violentamente,
los niños atrapados en redes comerciales.
Oímos la voz de los sin voz,
el ruido de los pies de tantos emigrantes
que dejan su tierra con dolor,
el eco apagado de tantos condenados a muerte
por el hambre, el sida, las drogas,
el hilito de voz que sale de las cárceles,
de los hospitales, de todos los marginados.
Que nuestras lágrimas, nuestra solidaridad,
nuestro estilo de vida, rieguen tantas semillas
de amor y de esperanza sembradas cada día en la tierra.
a los crucificados de la humanidad.
Queremos pasar sus rostros, que son tu rostro,
por nuestro corazón.
Nos sentimos llamados a recorrer países enteros,
donde hay tantos relatos de cruz
por el hambre, la guerra, la injusticia sin fin.
Pasamos por nuestros ojos las imágenes de las víctimas,
los cuerpos mutilados por las bombas,
las mujeres embarazadas violentamente,
los niños atrapados en redes comerciales.
Oímos la voz de los sin voz,
el ruido de los pies de tantos emigrantes
que dejan su tierra con dolor,
el eco apagado de tantos condenados a muerte
por el hambre, el sida, las drogas,
el hilito de voz que sale de las cárceles,
de los hospitales, de todos los marginados.
Que nuestras lágrimas, nuestra solidaridad,
nuestro estilo de vida, rieguen tantas semillas
de amor y de esperanza sembradas cada día en la tierra.
Jesús acogemos en nuestro corazón
a tanta gente crucificada en la que tú sigues habitando.
No permitas que la indiferencia y el egoísmo
cierren nuestras entrañas a su dolor.
Que su fortaleza y esfuerzo para sobrevivir
en medio del sufrimiento nos interpele.
Que su creatividad que desafía los imposibles
y su solidaridad sin límite nos desinstale.
Que podamos aprender con ellos
los caminos nuevos de la fraternidad y de la paz.
a tanta gente crucificada en la que tú sigues habitando.
No permitas que la indiferencia y el egoísmo
cierren nuestras entrañas a su dolor.
Que su fortaleza y esfuerzo para sobrevivir
en medio del sufrimiento nos interpele.
Que su creatividad que desafía los imposibles
y su solidaridad sin límite nos desinstale.
Que podamos aprender con ellos
los caminos nuevos de la fraternidad y de la paz.
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