6 de diciembre de 2015

6 de diciembre de 2015 - ADVIENTO - DOMINGO II – CICLO C

Todos los hombres verán la salvación de Dios

PRIMERA LECTURA
Lectura del libro del profeta Baruc    5, 1-9

     Quítate tu ropa de duelo y de aflicción, Jerusalén, vístete para siempre con el esplendor de la gloria de Dios, cúbrete con el manto de la justicia de Dios, coloca sobre tu cabeza la diadema de gloria del Eterno. Porque Dios mostrará tu resplandor a todo lo que existe bajo el cielo. Porque recibirás de Dios para siempre este nombre: «Paz en la justicia» y «Gloria en la piedad.»
     Levántate, Jerusalén, sube a lo alto y dirige tu mirada hacia el Oriente: mira a tus hijos reunidos desde el oriente al occidente por la palabra del Santo, llenos de gozo, porque Dios se acordó de ellos. Ellos salieron de ti a pie, llevados por enemigos, pero Dios te los devuelve, traídos gloriosamente como en un trono real.
     Porque Dios dispuso que sean aplanadas las altas montañas y las colinas seculares, y que se rellenen los valles hasta nivelar la tierra, para que Israel camine seguro bajo la gloria de Dios.
     También los bosques y todas las plantas aromáticas darán sombra a Israel por orden de Dios, porque Dios conducirá a Israel en la alegría, a la luz de su gloria, acompañándolo con su misericordia y su justicia.
Palabra de Dios.

SALMO   
Sal 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6 (R.: 3)
R.  ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros
     y estamos rebosantes de alegría!

     Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
     nos parecía que soñábamos:
     nuestra boca se llenó de risas
     y nuestros labios, de canciones.

     Hasta los mismos paganos decían:
     « ¡El Señor hizo por ellos grandes cosas!»
     ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros
     y estamos rebosantes de alegría!

     ¡Cambia, Señor, nuestra suerte
     como los torrentes del Négueb!
     Los que siembran entre lágrimas
     cosecharán entre canciones.

     El sembrador va llorando
     cuando esparce la semilla,
     pero vuelve cantando
     cuando trae las gavillas. 

 
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de Filipos    1, 4-11

     Hermanos:
     Siempre y en todas mis oraciones pido con alegría por todos ustedes, pensando en la colaboración que prestaron a la difusión del Evangelio, desde el comienzo hasta ahora. Estoy firmemente convencido de que aquel que comenzó en ustedes la buena obra la irá completando hasta el Día de Cristo Jesús. Y es justo que tenga estos sentimientos hacia todos ustedes, porque los llevo en mi corazón, ya que ustedes, sea cuando estoy prisionero, sea cuando trabajo en la defensa y en la confirmación del Evangelio, participan de la gracia que he recibido.
     Dios es testigo de que los quiero tiernamente a todos en el corazón de Cristo Jesús. Y en mi oración pido que el amor de ustedes crezca cada vez más en el conocimiento y en la plena comprensión, a fin de que puedan discernir lo que es mejor. Así serán encontrados puros e irreprochables en el Día de Cristo, llenos del fruto de justicia que proviene de Jesucristo, para la gloria y alabanza de Dios. 
Palabra de Dios.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Lucas         3, 1-6

     El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías:
     Una voz grita en desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos. Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios.
Palabra del Señor.

Para reflexionar

No hacen falta demasiados malabarismos mentales para darnos cuenta de que la felicidad se busca por andariveles muy diversos. Hay una desorientación general, una confusión colectiva a la hora de tomar un camino determinado hacia esa realidad difusa y escurridiza que tantas veces se confunde con el simple bienestar.
Pero ¿qué es la felicidad? No podemos resumir miles de años de filosofía, antropología y religión en un párrafo.  Muchos pensadores han intentado vincular la felicidad a distintas virtudes como la cultura, la libertad, el placer o el bienestar económico-social. Si bien no podemos tildar a ninguna de ellas como fuente de infelicidad ni como negativas, ninguna de ellas agota la realidad de la felicidad.
La idea común que se maneja acerca del hombre feliz es la de aquel que alcanza todo aquello que necesita. De esto se deduce que existen dos caminos para alcanzar la felicidad: conseguir aquello que se necesita o dejar de necesitar aquello que no se tiene. Podríamos decir a grandes rasgos que el primer método sería la vía hedonista y la segunda la vía estoica.
Es sabido que vivimos en un planeta con grandes desigualdades en el que la inmensa mayoría de los seres humanos se ven obligados a sobrevivir en la miseria. Paradójicamente, el modelo económico más extendido necesita permanentemente estar en crecimiento acompañado de un consumo constante que lo sostenga y le permita a su vez mantener este consumo. Se recurre a la mercantilización que crea constantemente nuevas necesidades que no todos pueden satisfacer. Si la felicidad consiste en tener aquello que se necesita, esta fetichización de nuevas necesidades, necesariamente, provoca hombres con acceso condicionada a la  felicidad.
Consumismo es también toda una filosofía y una forma de ver la vida. Precisamos rodearnos de objetos inútiles para llenar vacíos y para conseguir felicidad. ¿Querés hacer amigos? Compra papas fritas Pum. ¿Te sentís gordo? Tomá Quiqui Cola Light. ¿Te sentís poco valorado? Cómprate un  Mercedes. Todos los problemas de la vida pueden ser solucionados comprando algo. La felicidad está al alcance de tu bolsillo. Se la puede comprar en cómodas cuotas.
Por otro lado el tener o no tener marca una línea divisoria entre los que están “in” y los que están “out”. Surgen conceptos como el de “perdedor” o “ganador” que marca a todos desde antes de alcanzar la adolescencia, define los lugares, las opciones, los estilos.
Lo más perverso del sistema es que las supuestas clases “beneficiadas” se ven a su vez envueltas en este vendaval, entrando en un ciclo de autodestrucción que puede terminar fácilmente en la abyecta mentira, sin familia ni amigos reales o con el hígado y el corazón destrozados por el estrés. Se debe mantener un alto nivel de trabajo y eficacia y eso se traduce en una vida sin tiempo para establecer relaciones afectivas reales y profundas. Sin un verdadero contacto con el otro, la felicidad es el espejo del fracaso de una clase domesticada.
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De cara a las falsas felicidades que provocan más infelicidad, el libro de Baruc escrito probablemente desde algunas comunidades judías que vivían en Babilonia o fuera de Jerusalén, es una palabra de aliento y esperanza en la salvación de Dios.
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El Salmo 125 reconoce la grandeza y generosidad de las intervenciones de Dios a favor de sus hijos.
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En su carta a los cristianos de Filipos, San Pablo anima a sus hermanos a crecer en amor y en buenas obras hasta el Día de Cristo, el día del encuentro y de las bendiciones que ha de estar siempre presente en la mente y en el corazón de los cristianos.
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La lectura del evangelio de Lucas presenta un momento decisivo de la historia humana con su mezcla de miserias y de logros en el cual la palabra de Dios “reviste” al último de los profetas, el Bautista, y se encarna después en su Hijo Jesucristo para llevar a los hombres a la plenitud de la vida. Y esta Palabra no regresará vacía a Dios sino que pasará a través de la historia transformándola.
Juan Invita a preparar el camino del Señor: Dios no habla para que todo siga igual sino para que todo cambie, para que cambie el hombre y el mundo. Para que el hombre se convierta, para que el mundo se transforme. Dios habla para que el hombre vuelva su rostro a la Promesa y  se oriente hacia el reino de Dios que se acerca, que está viniendo y que llega.
Donde Dios pronuncia su Palabra, que es promesa, nace la esperanza contra toda esperanza humana, la esperanza que no defrauda. Y la esperanza se hace camino, eleva los valles, allana los montes, endereza lo que está torcido, vence las dificultades.
Adviento es ante todo y sobre todo el anuncio gozoso de la venida de Jesús. Pero  Juan nos anuncia que esa esperanza debe ser activa. Debemos esperar actuando y vigilando. Si el domingo pasado se nos anunciaba la gratuidad de la salvación. Hoy,  la llamada es a colaborar. Porque la experiencia de salvación no se da sólo cuando Dios ofrece su gracia, que es ternura y fidelidad, sino cuando esta gracia se ve realizada en la vida del hombre.
Es esta gracia realizada en las circunstancias concretas de nuestra historia la que se convierte ante todos los hombres en signo de la salvación universal de Dios, principio de felicidad.
Por eso Jesús no es solamente aquél a quien esperamos, sino  quien espera algo de nosotros. A través de su precursor nos pide un cambio en profundidad de mentalidad, de corazón: la conversión. No se trata de actos aislados por mas costosos que sean, sino dar paso a la mentalidad que Jesús tiene, anuncia y vive. Convertirse es ver la vida con los ojos de Cristo, esfuerzo que nos exige, abrir la mente, abandonar preconceptos y permanecer despiertos.
Convertirse es no sólo recibir la amistad y el cariño de Dios, sino hacerlo visible; es agradecer la justificación gratuita que Dios nos regala y esforzarnos por una justicia más humana; es reinventar cada día el ánimo y la esperanza, buscando los pequeños signos del paso de Dios.
Convertirse es mirar a todos como si fueran hermanos, por encima de posiciones, ideas o estilos; convertirse es sentir en nuestra carne todos y  cada uno de los problemas de la humanidad, de modo que nada nos resulte indiferente y ajeno y en todo intentemos poner un poco más de sinceridad, de justicia y de unidad.
Convertirse es abandonarnos en las manos Providentes del Padre y sentirnos manos providentes de nuestros hermanos, es no creer que somos los dueños de la verdad y permitirle al otro que sea distinto sin enjuiciarlo, condenarlo, despreciarlo o minusvalorarlo.
Convertirse es ser un buen padre, un profesional responsable, un hijo sincero, un esposo o esposa fiel en los momentos de alegría y en los que la vida se hace cuesta arriba; es ser amigo honesto; es pasar por la vida identificándonos con Aquel  que “pasó haciendo el bien”.
Convertirse es no confundir en nuestra vida de fe lo esencial con lo accesorio, encarnar el mensaje de liberación que Cristo trajo con el rostro de Dios que quiso mostrar a los hombres y apostar por la realidad del Reino de Dios, un Reino que está dentro de nosotros mismos y que debe abarcar nuestra vida entera y nuestra historia concreta.
Cuando nuestro esfuerzo cotidiano intenta vivir todo esto, y más aún, la vida será una explosión de gracia tan grande, que todos verán la salvación de Dios, se sentirán convocados por ella y no habrá que andar buscando paliativos mentirosos a la felicidad.
Así viene silenciosamente el Señor. En toda vida siempre hay un “Día del Señor” día marcado por el encuentro con aquel que sale a a buscarnos para que podamos por y desde el camino de nuestra propia vida “ver la salvación de Dios.

Para discernir

¿En verdad ha significado Jesucristo un cambio total de vida para nosotros?
El conocimiento y trato de Cristo, ¿ha renovado criterios y actitudes nuestra vida?
¿Qué tendríamos que enderezar para que Dios reine en nuestra vida?, ¿en nuestro hogar?, ¿en nuestro barrio?, ¿en nuestro trabajo?, ¿en nuestra Iglesia?

Repitamos a lo largo de este día

¡Ven, Señor, y acelera tu llegada!
¡Ven, Señor, y acelera tu llegada!

Para la lectura espiritual

“Reflexionemos sobre el tiempo en que viene el Salvador… Descendía la noche y el día ya se encaminaba hacia su fin: el Sol de Justicia casi había desaparecido, su esplendor y calor ya casi se extinguían sobre la tierra. La luz del conocimiento de Dios era exigua y, debido al difundirse de la iniquidad, el fervor de la caridad se había enfriado.
Ya ningún ángel aparecía, ningún profeta hablaba: desistían como si estuvieran vencidos por la desilusión, por la excesiva dureza de ánimo y por la obstinación de los hombres. “Entonces yo dije” –es el Hijo quien habla- “He aquí que yo vengo” (Salmo 39,8). En la hora más apropiada descendió el Eterno, cuanto más gravemente prevalecía en el mundo el cuidado de las cosas temporales. Hasta la paz política en aquel tiempo era tan sosegada que para el censo del mundo entero bastó el edicto de un solo hombre.
ustedes ya conocen la persona de Aquel que viene, el lugar de proveniencia y de destino: no ignoráis la causa y el tiempo de su venida. Queda ahora por investigar el camino por el cual Él viene, y debemos informarnos con diligencia para poder ir al encuentro suyo de la forma más adecuada. En realidad, tal como vino ya una vez, visible en la carne, para realizar la salvación sobre la tierra, ahora viene cada día de modo espiritual e invisible, para salvar la vida de cada uno”.
San Bernardo, Sermón 1 para el Adviento, 9-10

Para rezar

Tú tienes promesas verdaderas
¡Ven, Señor, y no tardes demasiado!
Estamos cansados de tantas promesas falsas
A cada momento nos asaltan dudas,
incertidumbres, fracasos, bofetadas,
traiciones, desencuentros, engaños.
¡Ven, Señor, no te demores!
Pensamos haber atinado el futuro,
y estamos inmersos en constantes fracasos.
Creemos ser portadores de humanidad,
y aniquilamos, una y otra vez,
inocentes y víctimas de nuestro vivir opulento.
¡Ven, Señor, no retrases tu llegada!
Porque, entre otras cosas, sentimos que la tiniebla
se impone con más rapidez que la misma luz,
que los engaños se disparan a más velocidad
que la verdad que pide y exige el hombre
¡Ven, Señor, y endereza nuestros caminos!
Haznos buscar un desierto en el que hablarte
Un desierto en el que encontrarte
Un desierto en el que buscarte
Un desierto en el cual poder escucharte
¡Ven, Señor, y allana nuestros senderos!
Rebaja nuestro orgullo, para conquistarte con humildad
Alisa nuestra dispersión, para quererte sólo a Ti
Pule nuestro vivir, para que tengas más cabida en él
¡Ven, Señor, y no aplaces tu vuelta!
Entre otras cosas, porque cada día que pasa,
sentimos que el mundo está más herido de muerte
si Tú le faltas por dentro
si Tú no le envías tu esperanza y tu aliento
¡Ven, Señor, y acelera tu llegada!

Javier Leoz

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