12 de octubre de 2016

MIÉRCOLES DE LA XXVIII SEMANA

Ay de ustedes fariseos

Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de Galacia    5, 18-25

Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley. Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios. Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está de más, porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos. Si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también por él.
 
Palabra de Dios

SALMO
Sal 1,1-2.3.4.6.
 
R.    El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida.

Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. R.

Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R.

No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. R.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Lucas    11, 42-46

« ¡Ay de ustedes, fariseos, que pagan el impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello.
¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar el primer asiento en las sinagogas y ser saludados en las plazas!
¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven y sobre los cuales se camina sin saber!»
Un doctor de la Ley tomó entonces la palabra y dijo: «Maestro, cuando hablas así, nos insultas también a nosotros.»
El le respondió: « ¡Ay de ustedes también, porque imponen a los demás cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo!» 
Palabra del Señor

Para reflexionar

Terminamos hoy la lectura de la carta a los Gálatas en la que Pablo presenta las “obras de la carne” y los “frutos del Espíritu”.
Al hablar de “libertad” y al relativizar “las obras de la ley”, Pablo, lejos de proponer una conducta más ligera, invita a la fe en Cristo, y la apertura a su gracia que son muy exigentes para el que las acepta. Una comprensión equivocada de la noción de libertad podría conducir a otra esclavitud: la de la carne.
Para Pablo, la palabra “carne” designa la naturaleza frágil del hombre, la mentalidad meramente humana especialmente los deseos egoístas, la falta de control y los fallos en la relación con los demás, que se oponen a su verdadera vocación. La carne se opone al amor auténtico, como demuestra la lista de sus obras.
En cambio, el fruto del Espíritu es el amor y sus signos que son el gozo y la paz, y sus manifestaciones que se presentan como la paciencia, la bondad, la benevolencia. La fe y la humildad son las que permiten la acogida de esta gracia.
Se conoce que el discípulo camina según el Espíritu cuando vive con alegría, con amabilidad, con dominio de sí.
La libertad dada por Cristo, concedida y no merecida servirá para amar más. La ley entera encuentra su cumplimiento en esta única palabra: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
***
La ley estaba hecha para permitir una convivencia social armoniosa y para que se evitara el crecimiento descontrolado de la brecha entre ricos y pobres, ignorantes e instruidos, piadosos y pecadores. Pero esta ley, muchas veces manipulada por autoridades inescrupulosas religiosas judías y romanas, se convirtió en una carga pesada e inútil, que oprimía al pueblo en nombre de Dios. Los fariseos quieren aparecer como irreprochables, para ser honrados y estimados como piadosos.
Lucas nos presenta tres acusaciones muy duras de Jesús contra los fariseos, y una contra los doctores de la ley, que se la buscaron metiéndose en la conversación: pagan los diezmos hasta de las verduras más baratas, pero luego descuidan: “el derecho y el amor de Dios”; “les encantan los asientos de honor”, “son como tumbas sin señal” que por fuera, parecen limpias, y por dentro sólo tienen la corrupción de la muerte.
Jesús se rebela contra este modo de presentar la ley; confrontándolos con lo central de la palabra de Dios que son la justicia y la misericordia. No hay convivencia posible entre el cumplimiento de la ley y la práctica de la injusticia. No se puede ser un hombre religioso siendo inmisericorde con el humilde.
Si Jesús echa en cara a fariseos y escribas su pecado, es para moverlos a conversión. El discípulo de Jesús, debe valorar las cosas según el querer de Dios y dar importancia a las cosas, más allá de su propia conveniencia. Debe centrar su esfuerzo y preocupación en lo fundamental: el amor a Dios y el amor al hermano manifestados en una vida justa.
La verdadera justicia no consiste en el conocimiento puntilloso de la ley, echando cargas sobre los hombros de los demás, sino en ayudar a los “pobres” a llevar su propia carga.
Desde muchos lugares en nuestra sociedad se viven estas mismas contradicciones. Muchas leyes sólo benefician a unos pocos y dejan caer a los más débiles. Los enfermos, ancianos, los niños son los que tiene menos derechos y más exigencias. La explotación desmedida, el lucro como idea madre de toda relación, y la manipulación que se ejerce a partir de la necesidad, son una clara muestra. Sin una justicia que se sustente en la misericordia y el bien común, el camino de humanización que propone el reino queda sólo en buenas intenciones y palabras irrealizables.
Es necesario que el discípulo, viva en una constante purificación de sus motivaciones, para que el encuentro con Dios, se realice en la autenticidad de una existencia, vivida conforme al querer de Dios.
Los intereses personales y egoísmos, bajo el manto de la religiosidad vician la raíz de la propia vida, y nos colocan a nosotros y a los que toman contacto con nosotros, en un camino que, en lugar de acercar a Dios, aleja de Él.
Además de obras de caridad, es necesario que el discípulo no olvide la justicia y el amor de Dios. La fe no es un concepto bellamente dicho para hacer comprender a los demás; sino la responsabilidad de ayudar a vivir al hermano. No podemos creer que ya estamos salvados por haber ayudado ocasionalmente a nuestro prójimo, o por haber anunciado el Nombre del Señor, sin un compromiso real en la transformación del mundo.

Para discernir

¿Qué considero importante en mi camino de fe?
¿Experimento la justicia como una necesidad para expresar mi vivencia cristiana?
¿Qué criterios iluminan mi relación con Dios y con los demás?

Repitamos a lo largo de este día

…Ven Espíritu Santo y renuévanos…

Para la lectura espiritual

…”La respuesta del hombre a la gracia estará representada por la sumisión de su persona a la acción del Espíritu de Dios. No hace falta martirizarnos el cerebro para saber qué privaciones imponernos. El dominio de nuestra propia persona constituye un programa suficiente. En vez de ir más allá de las exigencias de Dios, es mejor realizar con sencillez de corazón lo que se nos pide hoy. Es posible que, de una manera inconsciente, nuestro corazón prefiera ciertas exigencias ideales a las del hoy. Mientras que se nos pide seguir con paciencia un camino tras las huellas de Dios, nosotros rechazamos la abundancia de los dones y preferimos estériles repliegues sobre nosotros mismos; preferimos mirar nuestro pecado en vez del incomprensible perdón de Dios; preferimos buscar nosotros solos remedios a nuestro mal íntimo, cuando Dios nos presenta estos remedios a través de los medios de la gracia ofrecidos en la Iglesia.
En el camino hacia el dominio de nosotros mismos es importante fijar nuestra propia mirada no tanto en los detalles, en los progresos o en los retrocesos como en el fin: Cristo Jesús. De otro modo, al tomar los medios por el fin, llegaremos a meditar más sobre el hombre que sobre Dios, y a afligirnos por nuestro pecado en vez de experimentar un estupor siempre renovado ante el perdón de Dios. ¿Debemos temer acaso que la disciplina interior nos conduzca a actitudes falsas, como el formalismo o el deseo de la perfección por sí misma? Es preciso hacer frente a estos peligros, sin quedarnos, no obstante, inmóviles, permitiendo que el miedo nos aprese ni que nos marque el paso. El equilibrio del cristiano se puede comparar al de un hombre que camina sobre el filo de una navaja. Sólo Dios puede mantener firme en su marcha al que acepta el riesgo cristiano: el de correr hacia Cristo. El formalismo es la costumbre. En ella sucumbe cada día aquel cuya disciplina espiritual ya no es movida por el amor a Cristo y al prójimo 
R. Schutz, 1982-edición española: Vivir en el hoy de Dios, Estela, Barcelona.

Para rezar

En medio de un mundo,
donde la gente tiene hambre y sed…
Adoremos a Dios
que alimenta a quienes tienen hambre.
En medio de un mundo,
donde la gente sufre abuso y es oprimida…
Adoremos a Dios
que nos llama a la compasión y la justicia.
En medio de un mundo,
plagado de guerras y rumores de guerras…
Adoremos a Dios
que quiere nada menos que la paz para el mundo.
En medio de un mundo,
con vacío espiritual…
Adoremos a Dios
que le da sentido a la vida.
Adoremos a Dios
cuya gracia y cuyo amor no tienen fin.


Fuente: Red Crearte.

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