5 de octubre de 2016

MIÉRCOLES DE LA XXVII SEMANA

Señor enséñanos a orar

Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de Galacia    2, 1-2. 7-14

Hermanos:
Al cabo de catorce años, subí nuevamente a Jerusalén con Bernabé, llevando conmigo a Tito. Lo hice en virtud de una revelación divina, y les expuse el Evangelio que predico entre los paganos, en particular a los dirigentes para asegurarme que no corría o no había corrido en vano.
Al contrario, aceptaron que me había sido confiado el anuncio del Evangelio a los paganos, así como fue confiado a Pedro el anuncio a los judíos. Porque el que constituyó a Pedro Apóstol de los judíos, me hizo también a mí Apóstol de los paganos. Por eso, Santiago, Cefas y Juan -considerados como columnas de la Iglesia- reconociendo el don que me había sido acordado, nos estrecharon la mano a mí y a Bernabé, en señal de comunión, para que nosotros nos encargáramos de los paganos y ellos de los judíos. Solamente nos recomendaron que nos acordáramos de los pobres, lo que siempre he tratado de hacer.
Pero cuando Cefas llegó a Antioquía, yo le hice frente porque su conducta era reprensible. En efecto, antes que llegaran algunos enviados de Santiago, él comía con los paganos, pero cuando estos llegaron, se alejó de ellos y permanecía apartado, por temor a los partidarios de la circuncisión. Los demás judíos lo imitaron, y hasta el mismo Bernabé se dejó arrastrar por su simulación. Cuando yo vi que no procedían rectamente, según la verdad del Evangelio, dije a Cefas delante de todos: «Si tú, que eres judío, vives como los paganos y no como los judíos, ¿por qué obligas a los paganos a que vivan como los judíos?» 
Palabra de Dios.

SALMO    Sal 116, 1. 2 (R.: Mc 16, 15) 
R.    Vayan por el mundo, anuncien la Buena Noticia.

    ¡Alaben al Señor, todas las naciones,
    glorifíquenlo, todos los pueblos! R.

    Porque es inquebrantable su amor por nosotros,
    y su fidelidad permanece para siempre. R.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Lucas    11, 1-4

Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos.»
El les dijo entonces: «Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación.» 
Palabra del Señor.

Para reflexionar

Pablo se muestra intransigente cuando le quieren quitar su título de apóstol, y mantiene con firmeza que su misión es un servicio de Iglesia que no puede cumplir sino en unión con los que en la Iglesia han recibido una misión igual.
Le interesa que “su” evangelio sea verificado por los hermanos de Jerusalén, que es la Iglesia-madre. De no ser así, dice «habría corrido en vano».
Santiago, el obispo tradicionalista de Jerusalén; Pedro el responsable del colegio de los Doce y Juan que eran considerados como “columnas de la Iglesia” reconocen que están en comunión, que tienen el mismo evangelio y que forman la misma Iglesia con Pablo, el judío misionero y viajero, tan preocupado por la apertura a los gentiles.
En el Concilio de Jerusalén, se había tomado la decisión de abrir la Iglesia a los gentiles y de no imponerles las prescripciones de la Ley de Moisés. Pero, en la práctica, los cristianos procedentes del judaísmo conservaban ciertas costumbres de su pasado judío. Pedro, a pesar de la decisión del Concilio teme «lo que dirán».
Aquí Pablo relata el famoso “episodio de Antioquía”, en que tuvo que enfrentarse nada menos que a Pedro, que había aceptado un estilo más abierto y universal que en Jerusalén, aceptando comer con judíos procedentes del paganismo pero que, al llegar “ciertos individuos” de Jerusalén, cambia de conducta y evita juntarse con los paganos convertidos. Para Pablo esto era una “simulación” que “no cuadraba con la verdad del evangelio”, y se lamenta de que Pedro arrastrara con su ejemplo a Bernabé y a otros. Pedro con humildad acepta ser interpelado por Pablo.
***
Jesús aparece orando “en cierto lugar”. Jesús ora porque necesita ir a la raíz de su experiencia filial, porque necesita respirar el cariño de su Abbá. Y, desde esa raíz se encuentra con todo y con todos. Su acción despierta un deseo en los discípulos: “Señor, enséñanos a orar”. Querían una fórmula. Jesús en cambio les ofrece la oportunidad de un diálogo, un lugar, una identidad, un estilo de vida. Querían aprender unas formas como las que Juan enseñó a sus discípulos. Jesús les presenta e inaugura una forma de orar inaudita.
La oración judía oficial se realizaba en el templo; Jesús convierte el sitio donde se encuentra en “lugar, nuevo templo” posible, para la oración y el encuentro con Dios. Y por primera vez, ante la sorpresa de sus discípulos, hay quien se dirige a Dios con confianza filial: “Abba”. La oración de Jesús, manda al piso cualquier barrera que se pueda interponer ante la presencia de Dios. No hay lejanía entre Dios y las personas, cada uno se puede dirigir a Él directamente sin necesidad de intermediarios.
Padre nuestro: con estas dos palabras nos lleva a penetrar en la intimidad divina y en un modo de ser frente a Dios. Al decir “Padre” llamo a Dios para que me engendre a su propia vida y al decir “nuestro” llamo, reúno y creo fraternidad entre todos los hombres.
Al decir “Padre nuestro”, unido a la humanidad entera, me arrojo en los brazos de un Dios que quiere ser totalmente Padre y le pido nos abra a su acción re-creadora. Me gozo porque vuelve a tomar incansablemente la obra ya comenzada de su creación, porque su paternidad es siempre actual, deliberada, querida y nos recrea, nos remodela, nos hace recobrar el verdadero lugar de nuestra existencia.
Al llamarlo Padre le pedimos para nosotros y para todos, que vivamos como hijos suyos, animados del amor de su Hijo. Para Lucas, rezar es un compromiso de vida, una manera de ser. Por eso la oración de Jesús es una acogida incondicional de la voluntad del Padre expresada en Lucas a través de cuatro peticiones esenciales: el reino, el pan, el perdón, la preservación en la tentación.
Clamamos para que el Reino de justicia e igualdad, se haga efectivo aquí y ahora. La realización del Reino de Dios, tiene como consecuencia la posibilidad de una vida digna, en que sea factible el acceso al alimento de todos los días; y dónde se pueda experimentar a Dios en el perdón de las deudas, propio del año de gracia. Permanecer en ese ámbito de la gracia es el don que imploramos de un Dios que no nos abandona a una prueba superior a nuestras fuerzas en nuestro trabajo por hacer presente el reino.

Para discernir

¿Cuáles son mis sentimientos cuándo oro con el Padre Nuestro?
¿Confío plenamente en mi Padre Dios como lo hacía Jesús?
¿Llevo mi oración a la vida y la vida a la oración?

Repitamos a lo largo de este día

…Venga tu Reino, Señor…

Para la lectura espiritual

…”Cuando, a solas o con otros, no sabemos cómo orar, nos tranquiliza saber que se puede orar con casi nada. A veces nuestros labios permanecen cerrados, nos quedamos en silencio, pero nuestra alma está abierta ante Dios, le habla, y el Espíritu Santo ora en nosotros.
¿Hay otros valores que hagan bella la vida? Está la sencillez del corazón, que lleva a la sencillez de vida. Un día, oyó Cristo a un creyente que le decía: «Creo, pero ven en ayuda de mi incredulidad». Cristo comprende estas dudas y esta petición de ayuda, puesto que ya había dicho en el evangelio: « ¿Quién de vosotros, por más que se preocupe, puede añadir una sola hora a su vida?». Así comprendemos que lo esencial es vivir con toda sencillez lo poco, sí, lo poquísimo que hayamos cogido del evangelio.
Con mis hermanos, tanto los que viven aquí en Taizé como los que viven entre los más pobres en distintas partes del mundo, tengo conciencia de que nuestra vocación nos llama a ser sencillos, como pobres del Evangelio. Eso significa no imponernos, no ser maestros espirituales, sino hombres que escuchan para comprender a los otros y discernir en ellos la belleza profunda del espíritu humano. Una de las afirmaciones más luminosas de nuestro tiempo ha sido pronunciada en el último concilio del Vaticano: «Cristo está unido a todo ser humano sin excepciones, aunque éstos no tengan conciencia de ello». En efecto, hay en la tierra multitudes de personas que ignoran que Dios nos busca incansablemente. ¿Lo sabemos bastante? Todos podemos hacer bella la vida a aquellos que están cerca o lejos de nosotros. ¿Cómo? Con nuestra acogida, con la sencillez de nuestro corazón y de nuestra vida”… 
Tomado de Atelliers et presses de Taizé, 1999

Para rezar

Padre Nuestro Misionero

Padre nuestro, que estás en el Cielo
Padre de Jesús, tu Enviado,
Padre de todos los bautizados,
Padre de los que te ignoran,
Padre de los que te combaten,
Padre de todos los hombres.
Santificado sea tu nombre
En toda la tierra,
en todas las culturas y pueblos,
en todas las razas de la universal familia humana,
como lo ha santificado tu Hijo Jesús,
siendo fiel a tu proyecto sobre Él y sobre el mundo.
Venga a nosotros tu Reino
Sí, que tu Reino de alegría,
de servicio, de compartir con los demás,
reine en la vida de los que te conocen;
y que los que vivan ya del espíritu de tu Reino sin saberlo,
te descubran en el corazón de sus vidas.
Hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo
En la tierra, danos tu mirada limpia
de los santos del Cielo,
para servirte con un corazón sin divisiones
y un amor a los hermanos
semejante al que tú nos tienes.
Danos hoy nuestro pan de cada día
El pan de cuerpo y del espíritu,
el pan de la comunión contigo
y danos el compartir generosamente nuestro pan
con todos nuestros hermanos,
sin excluir a nadie.
Perdona nuestras ofensas,
como nosotros perdonamos a los que nos ofenden
Las mías, lo mismo que las de mis hermanos.
Todas ellas juntas, son el obstáculo
para que tus planes sobre el hombre
y sobre el mundo se conviertan en realidad.
No nos dejes caer en la tentación
En ninguna tentación
y, sobre todo,
en la tentación contra la ESPERANZA
y contra la certeza de que Tú nos amas.

Líbranos del mal. Amén.

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