7 de octubre de 2016

VIERNES DE LA XXVII SEMANA

El Reino de Dios ha llegado

Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de Galacia    3, 7-14

Hermanos:
Reconozcan, entonces, que los verdaderos hijos de Abraham son los que tienen fe. La Escritura, previendo que Dios justificaría a los paganos por la fe, anticipó esta buena noticia a Abraham, prometiéndole: En ti serán bendecidas todas las naciones. De esa manera, los que creen son los que participan de la bendición de Abraham, el creyente.
En efecto, todos los que confían en las obras de la Ley están bajo una maldición, porque dice la Escritura: Maldito sea el que no cumple fielmente todo lo que está escrito en el libro de la Ley.
Es evidente que delante de Dios nadie es justificado por la Ley, ya que el justo vivirá por la fe. La Ley no tiene en cuenta la fe, antes bien, el que observa sus preceptos vivirá por ellos.
Cristo nos liberó de esta maldición de la Ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros, porque también está escrito: Maldito el que está colgado en el patíbulo. Y esto, para que la bendición de Abraham alcanzara a todos los paganos en Cristo Jesús, y nosotros recibiéramos por la fe el Espíritu prometido. 
Palabra de Dios.

SALMO    Sal 110, 1-2. 3-4. 5-6 (R.: 5b) 
R.    El Señor se acuerda eternamente de su alianza.

Doy gracias al Señor de todo corazón,
en la reunión y en la asamblea de los justos.
Grandes son las obras del Señor:
los que las aman desean comprenderlas. R.

Su obra es esplendor y majestad,
su justicia permanece para siempre.
El hizo portentos memorables,
el Señor es bondadoso y compasivo. R.

Proveyó de alimento a sus fieles
y se acuerda eternamente de su alianza.
Manifestó a su pueblo el poder de sus obras,
dándole la herencia de las naciones. R.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Lucas    11, 15-26

Habiendo Jesús expulsado un demonio, algunos de entre la muchedumbre decían: «Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios.» Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo.
Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.
Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes.
El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.
Cuando el espíritu impuro sale de un hombre, vaga por lugares desiertos en busca de reposo, y al no encontrarlo, piensa: “Volveré a mi casa, de donde salí.” Cuando llega, la encuentra barrida y ordenada. Entonces va a buscar a otros siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí. Y al final, ese hombre se encuentra peor que al principio.» 
Palabra del Señor.

Para reflexionar

Para evitar problemas con los judaizantes, Pedro y Bernabé estaban dispuestos a aceptar que los cristianos gentiles mantuviesen las reuniones litúrgicas separados de los judíos. De este modo los judíos conservarían una apariencia de su pureza legal. Para Pablo esto significaba ceder en una cuestión de principio. Pedro, ante su reprobación, humildemente le dio la razón.
Pablo está obstinado con el asunto de la fe y de la ley, o de la gracia y las obras; a tal punto que no tiene miedo de remachar que serán malditos, aquellos que piensen salvarse comprometiéndose de una manera voluntarista en la observancia de la ley, como si el Señor estuviera al margen de nuestra vida, como un frío espectador y juez remunerador.
Es el tema central de su carta a los gálatas y lo será también de la carta a los romanos. Se está refiriendo al núcleo mismo de la existencia cristiana: apoyarnos en nuestros propios méritos o en la bondad de Dios, centrar la espiritualidad en las obras cumplidas o en la apertura a la gracia de Dios.
Porque no son las obras de la ley las que hacen al hombre aceptable delante de Dios, sino la fe en Jesucristo y la vida que nos viene por esta fe.
Pablo recurre al ejemplo de Abrahán, que pueden entender muy bien sus interlocutores de Galacia. Los judaizantes se sentían orgullosos de ser hijos de Abrahán. Pablo usa el argumento a favor del evangelio, el de Jesús. Abrahán fue aceptado a causa de su fe.
Dios no lo eligió por sus obras, sus méritos anteriores. Era pagano cuando fue llamado a una misión, que no comprendía totalmente, pero fiándose de Dios, emprendió su peregrinación. Eso es lo que lo hace modelo de los creyentes. «Todos» los hombres pueden llegar a ser «hijos de Abraham», no por la práctica de la ley, sino por la fe.
***
En la enseñanza del “Padre Nuestro”, Jesús invita a los discípulos que pidan la venida del reino. El “Reino” viene en la persona de Jesús, y todo lo que hace es signo de que el Reino de Dios está presente en medio de los seres humanos. La vida en el Reino de Dios supone victoria sobre las fuerzas del mal.
El recorrido misionero de Jesús ha implicado muchas cosas, conversiones, descubrimiento del sentido de la vida, pero también resistencias y obstinaciones. Jesús en este pasaje se enfrenta a un grupo que se resiste a ver en sus obras, las obras de Dios. Este ataque saca a relucir el por qué de su confrontación con Satanás.
Esta oposición contra Jesús llega a extremos curiosos: dicen que echa los demonios por arte de “Belzebul, el príncipe de los demonios”. Él les responde que dicha afirmación no es coherente, dado que es absurdo luchar contra el demonio, precisamente en nombre del demonio, además si fuera como ellos afirman, deberían decir lo mismo de los exorcismos que ellos mismos acostumbraban realizar.
Jesús aclara que sus exorcismos son precisamente una señal del cielo porque se trata del “dedo de Dios”, el poder de Dios, realizando esta obra. Toda la vida de Jesús revela que Él actúa con el poder de Dios para hacer que el bien reine en la humanidad. Mientras Él expulsa los demonios como una manifestación auténtica del obrar de Dios, ellos no hacen más que realizar actos mágicos que, a la hora de la verdad, no tienen eficacia a fondo sobre el mal. Toda la vida de Jesús revela que las victorias sobre los “demonios” que se realizan a lo largo de su ministerio, son un anticipo de la victoria final sobre Satanás que se realizará en la Cruz.
Tanto el ministerio de Jesús como nuestra vida de cristianos, se presenta como un campo de batalla en el que tenemos que tomar posición. En su Pascua Jesús se ha revelado como “el más fuerte” que ha vencido al poder del mal y ahora nos invita a que nos unamos a Él en esa lucha. No podemos ser meros espectadores en la gran batalla. El mal sigue existiendo y nos obliga a no permanecer neutrales, sino a posicionarnos estando siempre vigilantes. Vigilancia que no es estar a la defensiva, sino construyendo cotidianamente el bien, para no dar espacio ni lugar al mal. No basta con no hacer el mal o tratar de evitarlo. El mal se vence a fuerza de bien.
La lucha contra el mal es cotidiana porque somos frágiles e inestables y podemos volver a caer. Los poderes del mal aspiran siempre a volver a ocupar su antiguo lugar. No hay que dormirse teniendo una falsa seguridad en nuestra vida, creyendo que ya estamos salvados y hemos superado lo que nos ataba. La excesiva confianza en nosotros mismos, nos hace muchas veces imprudentes y descuidados.
No hay que darle chance al demonio con un retroceso. Para impedirlo, hay mantenerse en el campo de Jesús, construyendo la fidelidad en el aprendizaje del Evangelio, llenándonos de Dios para poder hacer el bien y por el bien hecho, quedar llenos de Dios. Esto es estar y recoger con Jesús.

Para discernir

¿Trato de vencer el mal con mis solas fuerzas?
¿Venzo el mal a fuerza de bien?
¿Hice una opción fundamental por el Reino?

Repitamos a lo largo de este día

…Contigo, Jesús, contigo venceré al mal…

Para la lectura espiritual

…”Vivir la vida cristiana significa vivir en el mundo sin ser del mundo. Es en la soledad donde esta libertad interior puede crecer y desarrollarse. Jesús se marchó a un lugar solitario para orar, es decir, para hacer crecer en él la conciencia de que todo el poder que poseía le había sido conferido; de que todas las palabras que profería venían de su Padre, y de que todas las obras que realizaba no eran realmente suyas, sino obras de aquel que le había enviado. En aquel lugar donde reinaba la soledad, Jesús fue dejado libre de fracasar.
Una vida que no conozca un ámbito de soledad —es decir, una vida privada de un centro de quietud— se vuelve fácilmente presa de dinámicas destructivas. Cuando nos aferramos a los resultados de nuestras acciones convirtiéndolos en nuestro único medio de autoidentificación, nos volvemos posesivos, proclives a mantenernos a la defensiva, a considerar a nuestro prójimo más como un enemigo al que debemos mantener a distancia que como un amigo con el que compartir los dones de la vida.
En la soledad, en cambio, vamos adquiriendo gradualmente la capacidad de desenmascarar la naturaleza ilusoria de nuestro carácter posesivo y de descubrir, en lo hondo de nuestro ser, que no somos algo que podamos conquistar, sino algo que nos ha sido dado. En la soledad podemos escuchar la voz de aquel que nos habló antes de que nosotros pudiéramos proferir una sola palabra, que nos sanó antes de que nosotros pudiéramos hacer un solo gesto de ayuda a los otros, que nos liberó mucho antes de que nosotros estuviéramos en condiciones de liberar a otros, que nos amó mucho antes de que nosotros pudiéramos amar a cualquier otro. En esta soledad es donde descubrimos que ser es más importante que tener, y que nuestro valor consiste en algo más importante que los meros resultados de nuestros esfuerzos. En la soledad descubrimos que nuestra vida no es una obsesión que debamos defender, sino un don para compartir [...], que el amor que consigamos expresar forma parte de un amor más grande”… 
H. J. M. Nouwen, La fuerza de la soledad, Brescia 1998, pp. 19-21.

Para rezar

Dios, en tus manos me abandono

Yo me abandono ¡oh Dios! en tus manos.
Toma este barro y trabájalo
como arcilla entre las manos del alfarero
dale una forma y después, rómpela, si quieres
como es despedazada la vida de tantos hermanos.

Pide, ordena ¿Qué quieres que haga?
¿Qué quieres que no haga?
Ensalzado o humillado, perseguido,
incomprendido,
calumniado, alegre o triste,
o inútil para todo, sólo diré,
a ejemplo de tu Madre:
“Hágase en mí según tu palabra”.
Dame el amor por excelencia,
el amor de la cruz.
Pero no de las cruces heroicas
que podrían nutrir mi vanidad,
sino de las cruces vulgares que,
sin embargo, llevo con repugnancia.
De esas que se encuentran cada día
en la contradicción,
en el olvido, en los juicios falsos,
en la frialdad del alma,
en los desaires y desprecios de los demás;
en el malestar y defectos del cuerpo,
en la oscuridad de la mente
y en el silencio y aridez del corazón.
Entonces sólo Tú sabrás que te amo,
aunque ni yo lo sepa, con eso me basta.
 Amén

07 Octubre – Ntra. Sra. del Santo Rosario

La fecha del 7 de octubre asocia la memoria de Nuestra Señora del Rosario con la victoria obtenida por los cristianos sobre los turcos en Lepanto en 1571. Mas hoy la Iglesia no nos invita tanto a rememorar un suceso lejano cuanto a descubrir la importancia de María dentro del misterio de la salvación y a saludarla como Madre de Dios, repitiendo sin cesar: Ave María.
Al dar ella su consentimiento a Dios en la Anunciación, «se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la Redención con él y bajo él, por la gracia de Dios omnipotente» Conc. Vaticano II, Const. sobre la Iglesia, n 56.
Por eso la liturgia recuerda como formando un todo las diversas fases de ese misterio, «la encarnación de Jesucristo, su pasión y la gloria de la resurrección», pidiendo al Señor por intercesión de María que haga que comulguemos en la fe y en el amor.
Para lograr que María nos escuche cuando rezamos el Avemaría, no es necesario haber meditado largamente sobre la estructura de esta plegaria. Con todo, no resultará inútil el saber que está compuesta por un saludo y una invocación.
El saludo es palabra de Dios: junta la salutación del Ángel en la Anunciación y la de Isabel en la en la Visitación.
Por lo que toca a la invocación, se fundamenta en la fe de la Iglesia en la maternidad divina de María para confiarle la vida presente de sus hijos y su tránsito a Dios al final de su Pascua.
Esta corona a la Virgen, repetitivo, es un Evangelio en miniatura que está al alcance de todas las inteligencias y de las memorias más torpes, así como de las situaciones espirituales más desangeladas y frías, y quizá porque conoce el paño es la devoción que María recomendó en Lourdes y Fátima, a manera de gran arma para la paz de nuestro tiempo.
En los últimos siglos, cuando la Historia tiende a hacernos creer más listos y originales, más modernos, la Virgen da la razón a los papas prefiriendo esta modalidad tan sencilla de adorar y pedir en la que se nos da todo hecho menos la actitud interior, y que obliga a poner el alma en lo que se dice, como introduciendo el sentido de Dios en la monotonía de las cosas de la vida cotidiana.
Plegaria personal por el impulso que cada cual le dé, pero también voz del coro de la Iglesia, como un murmullo de niño que no se cansa de repetir lo archisabido que no puede decirse mejor, con leves pausas meditativas para volver más confiados a la música envolvente de unas palabras que suenan a eternas de pura sencillez y profundidad.

Oremos




Señor, que por el anuncio del ángel nos ha hecho conocer la encarnación de tu Hijo, infunde tu gracia en nosotros y concédenos, por la intercesión de la Santísima Virgen María, que podamos alcanzar, por la virtud de la pasión y de la cruz de tu Hijo Jesucristo, la gloria de su resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

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